Una isla, dos pueblos, dos historias: la República Dominicana y Haití
Diferencias * Historias * Causas de divergencia * Los impactos medioambientales de la República Dominicana * Balaguer El entorno de la República Dominicana en la actualidad * El futuro
Para cualquiera que esté interesado en comprender los problemas del mundo actual, constituye un espectacular desafío entender la frontera de 193 kilómetros existente entre la República Dominicana y Haití, los dos países en que se divide la enorme isla caribeña de La Española, situada al sudeste de Florida. Si sobrevolamos la isla desde gran altura, la frontera parece una delgada línea dentada que hubiera quedado delimitada de forma arbitraria al atravesarla con un cuchillo y separa de forma abrupta un paisaje más oscuro y más verde al este de la misma (el lado dominicano) de otro más claro y amarillento al oeste (el lado haitiano). En tierra hay muchos lugares en los que se puede permanecer de pie en la frontera mirando al este para contemplar un bosque de pinos, y después dar media vuelta, mirar al oeste y no ver nada más que extensiones de tierra casi desprovistas de árboles.
Ese contraste ostensible en la frontera ejemplifica la diferencia entre los dos países en su conjunto. En un principio, ambas partes de la isla estaban muy pobladas de bosques: los primeros visitantes europeos señalaron que el rasgo más asombroso de La Española era la exuberancia de sus bosques, repletos de árboles con valiosa madera. Ambos países han perdido masa forestal, pero Haití ha perdido mucha más, hasta el punto de que en la actualidad alberga únicamente siete zonas importantes de bosque, de las cuales solo dos se encuentran protegidas bajo la calificación de parque nacional, pese a lo cual son blanco de la tala furtiva. Hoy día, el 28 por ciento de la República Dominicana está cubierta todavía de bosques, mientras que solo lo está el 1 por ciento de Haití. Me sorprendió la extensión de bosques existente incluso en la zona que comprende la tierra de cultivo más rica de la República Dominicana, que se encuentra entre las dos ciudades más grandes del país, Santo Domingo y Santiago. Al igual que en las demás partes del mundo, en Haití y la República Dominicana algunas de las consecuencias de toda esa deforestación son la pérdida de madera y otros materiales constructivos de los bosques, la erosión del suelo, la pérdida de la fertilidad del suelo, la acumulación de sedimentos en los ríos, la pérdida de protección de las cuencas y, por tanto, de potencial de energía hidroeléctrica, y el descenso de la pluviosidad. Todos esos problemas son más graves en Haití que en la República Dominicana. De todas las consecuencias que acabamos de mencionar, la que se deja sentir con más virulencia que cualquier otra en Haití es el problema del agotamiento de la madera para elaborar carbón vegetal, el principal combustible para cocinar en Haití.
La diferencia de masa forestal entre los dos países corre paralela a las diferencias en sus respectivas economías. Tanto Haití como la República Dominicana son países pobres que sufren los inconvenientes habituales de la mayor parte de los demás países tropicales del mundo que antiguamente fueron colonias europeas: gobiernos corruptos o débiles, graves problemas de salud pública y menor productividad agrícola que en las zonas templadas. Con todo, a pesar de todos esos inconvenientes, las dificultades de Haití son mucho más graves que las de la República Dominicana. Haití es el país más pobre del Nuevo Mundo y uno de los países no africanos más pobres. Sus gobiernos corruptos endémicos ofrecen unos servicios públicos mínimos; mucha o la mayor parte de la población vive de forma permanente o periódica sin fluido eléctrico, agua corriente, alcantarillado, atención médica o escolarización. Haití es uno de los países más superpoblados del Nuevo Mundo, mucho más que la República Dominicana, ya que apenas dispone de una tercera parte de la extensión de tierra de La Española pero alberga casi dos tercios de la población total de la isla (unos diez millones de habitantes), de modo que su densidad de población se aproxima a los seiscientos habitantes por kilómetro cuadrado. La mayoría de estas personas practican una agricultura de subsistencia. La economía de mercado es modesta, y está compuesta principalmente de cierta producción de azúcar y café destinados a la exportación, una reducida cifra de veinte mil habitantes que tienen empleos mal remunerados en zonas de libre comercio dedicadas a la confección de ropa y a la fabricación de algunos otros artículos de exportación, unos cuantos enclaves turísticos en la costa en los que los turistas pueden aislarse de los problemas de Haití, y un inmenso comercio sin cuantificar derivado del traslado de drogas desde Colombia hasta Estados Unidos. (Esa es la razón por la que en ocasiones se califica a Haití de «narcoestado»). Existe una acusada polarización entre las masas de pobres que viven en zonas rurales o en los suburbios de la capital, Puerto Príncipe, y una minúscula población de una elite rica que vive en la mucho más elegante zona residencial de la montaña en Pétionville, que se encuentra a media hora en coche desde el centro de Puerto Príncipe y alberga caros restaurantes franceses que ofrecen vinos exquisitos. Las tasas de crecimiento demográfico, contagio de sida, tuberculosis y malaria se encuentran en Haití entre las más altas del Nuevo Mundo. La pregunta que se hacen todos los visitantes de Haití es si hay alguna esperanza para este país; y la respuesta habitual es que no.
La República Dominicana es también un país en vías de desarrollo que comparte los problemas de Haití, pero está mis avanzado y los problemas son menos acusados. La renta per cápita es cinco veces superior y la densidad de población y la tasa de crecimiento de la población son más bajas. Durante los últimos 38 años la República Dominicana ha sido, al menos de forma nominal, una democracia que no ha sufrido ningún golpe militar. Allí algunas elecciones presidenciales celebradas a partir de 1978 han desembocado en la derrota de los titulares del cargo en favor de un aspirante que tomaba posesión del cargo acompañado por personas que se han corrompido con el fraude y la intimidación. En su economía en expansión, las industrias que gozan de intercambios con el exterior son una mina de hierro y níquel que hasta hace poco lo era también de oro y en un principio lo fue de bauxita; algunas zonas de libre comercio industrial que proporcionan empleo a doscientos mil trabajadores y exportan mercancías al extranjero; las exportaciones agrícolas, entre las que se encuentran el café, el cacao, el tabaco, los puros, las flores naturales y los aguacates (la República Dominicana es el tercer mayor exportador de aguacates del mundo); las telecomunicaciones; y una enorme industria turística. Varias docenas de presas producen energía hidroeléctrica. Como bien saben los estadounidenses aficionados al deporte, la República Dominicana produce y exporta también grandes jugadores de béisbol. (Escribí muy afectado el primer borrador de este capítulo, inmediatamente después de haber visto cómo el fantástico lanzador dominicano Pedro Martínez, que juega en el equipo del que soy seguidor, los Boston Red Sox, no conseguía vencer en la manga de desempate ante el equipo que representa su perdición, los New York Yankees, en el último partido de las American League Championships Series de 2003). La larga nómina de jugadores de béisbol dominicanos que han llegado a hacerse famosos en Estados Unidos está compuesta, entre otros, por los hermanos Alou, Joaquín Andujar, George Bell, Adrián Beltre, Rico Carty, Mariano Duncan, Tony Fernández, Pedro Guerrero, Juan Marichal, José OfFerman, Tony Peña, Alex Rodríguez, Juan Samuel, Ozzie Virgil y, por supuesto, el «rey del jonrón» Sammy Sosa. Cuando uno conduce por las carreteras de la República Dominicana no pasa mucho tiempo sin ver una señal en la carretera que indique el camino hacia el estadio de béisbol más próximo.
Los contrastes entre los dos países también se reflejan en sus redes de parques nacionales. La de Haití es pequeña, compuesta solo por cuatro parques amenazados por la invasión de campesinos que talan árboles para hacer carbón vegetal. A diferencia de ello, la red de reservas naturales de la República Dominicana es, en términos relativos, la más completa y extensa de las dos Américas, comprende el 32 por ciento de la extensión de tierra del país en un total de 74 parques o reservas naturales, e incorpora todos los tipos de hábitat importantes. El sistema también está aquejado, claro está, de infinidad de problemas y de una financiación insuficiente, pero, no obstante, resulta asombroso en un país pobre que sufre otros problemas y tiene otras prioridades. Tras la red de reservas naturales hay un poderoso movimiento conservacionista autóctono compuesto por muchas organizaciones no gubernamentales en las que trabajan los propios dominicanos, en lugar de haberle sido atribuida al país por asesores extranjeros.
Todas estas disimilitudes en lo que se refiere a masa forestal, economía y red de reservas naturales surgió a pesar del hecho de que los dos países comparten una misma isla. También comparten la historia del colonialismo europeo y de las ocupaciones estadounidenses, de la coexistencia de una abrumadora religión católica con un panteón vudú (de forma más notable en Haití), y de antepasados de mezcla afroeuropea (con una proporción más elevada de antepasados africanos en Haití). Durante tres períodos de su historia ambos países estuvieron unificados en una única colonia o país.
La Española en la actualidad
A pesar de sus semejanzas, las diferencias que existen entre ambos países resultan aún más sorprendentes si pensamos que Haití solía ser mucho más rica y poderosa que su vecina. En el siglo XIX emprendió en varias ocasiones tentativas importantes de invadir la República Dominicana y llegó a anexionársela durante veintidós años. ¿Por qué los resultados en los dos países son tan diferentes y por qué fue Haití en lugar de la República Dominicana el que inició un abrupto declive? Entre las dos mitades de la isla hay algunas diferencias ambientales que contribuyeron de algún modo a que los resultados fueran diferentes, pero esas diferencias constituyen la parte más pequeña de la explicación. La mayor parte de la explicación está relacionada, por el contrario, con las diferencias existentes entre los dos pueblos en lo que respecta a sus historias, sus actitudes, la definición que hacen de su identidad y sus instituciones, así como entre sus recientes líderes gubernamentales. Las dispares historias de la República Dominicana y Haití representan un valioso antídoto para quienes se sientan inclinados a caricaturizar la historia del medio ambiente como «determinismo medioambiental». Sí, los problemas medioambientales constriñen a las sociedades humanas, pero las respuestas de las sociedades también marcan una diferencia. Así también sucede, para bien o para mal, con las acciones o inacciones de sus líderes.
Este capítulo comenzará reconstruyendo las diferentes trayectorias de la historia política y económica a través de las cuales la República Dominicana y Haití establecieron sus actuales diferencias, y las razones que se esconden tras esas diferentes trayectorias. Después analizaré la evolución de las políticas medioambientales dominicanas, que revelan ser una mezcla de iniciativas emprendidas de abajo arriba e impuestas de arriba abajo. El capítulo concluirá analizando el estado actual de los problemas medioambientales, el futuro y las esperanzas que asoman para cada vertiente de la isla y sus consecuencias sobre la otra mitad y sobre el mundo en su conjunto.
Cuando Cristóbal Colón desembarcó en La Española, en su primera travesía transatlántica en el año 1492, la isla ya había estado colonizada por indígenas americanos durante aproximadamente cinco mil años. Los ocupantes de la época de Colón eran una tribu de indios de la familia arahuaca, denominados tainos, que vivían de la agricultura, se organizaban en cinco jefaturas y sumaban una cifra aproximada de medio millón de habitantes (las estimaciones oscilan entre cien mil y dos millones de personas). En un principio Colón constató que eran pacíficos y amistosos, hasta que los españoles comenzaron a maltratarlos.
Por desgracia para los tainos, tenían oro, algo que los españoles codiciaban pero que no querían molestarse en extraer por sí mismos. Por tanto, los conquistadores distribuyeron la isla y su población indígena entre determinados españoles, que pusieron a trabajar a los indios como esclavos, los contagiaron de forma involuntaria con enfermedades de origen euroasiático y los asesinaron. En el año 1519, veintisiete años después de la llegada de Colón, aquella población original de medio millón de habitantes se había visto reducida a unos once mil, la mayoría de los cuales murieron ese mismo año como consecuencia de una epidemia de viruela que redujo su población a tres mil; y estos supervivientes murieron poco a poco o fueron asimilados en el curso de las décadas siguientes. Aquella realidad obligó a los españoles a buscar esclavos en otros lugares.
En torno a 1520 los españoles descubrieron que La Española era un lugar adecuado para cultivar azúcar, y por tanto empezaron a importar esclavos de África. Las plantaciones de azúcar de la isla hicieron de ella una colonia rica durante gran parte del siglo XVI. Sin embargo, el interés de los españoles acabó apartándose de La Española por múltiples razones, entre las cuales se encontraba el descubrimiento de sociedades indias más pobladas y ricas en la tierra firme americana, sobre todo en México, Perú y Bolivia, que ofrecían poblaciones indígenas mucho más numerosas a las que explotar, sociedades políticamente más avanzadas que doblegar o ricas minas de plata en Bolivia. Por ello España desvió su atención hacia otros lugares y dedicó pocos recursos a La Española, sobre todo porque comprar y transportar esclavos desde África era caro y resultaba más fácil conseguir indígenas americanos con el coste único de conquistarlos. Además, el Caribe estaba infestado de piratas ingleses, franceses y holandeses que atacaban los emplazamientos españoles de La Española y de otros lugares. Por sí sola, España sufrió más adelante un declive político y económico que redundó en beneficio de los ingleses, franceses y holandeses.
Junto con los piratas franceses, los comerciantes y aventureros también franceses erigieron un asentamiento en el extremo occidental de La Española, lejos de la zona oriental en la que se concentraban los españoles. Francia, en aquel momento mucho más rica y políticamente más poderosa que España, invirtió mucho en la importación de esclavos y en la creación de plantaciones en el territorio occidental de la isla, hasta un extremo que los españoles no podían permitirse, y entonces las historias de las dos partes de la isla empezaron a divergir. Durante el siglo XVIII la colonia española albergaba muy poca población, pocos esclavos y una economía reducida basada en la cría de ganado y la venta de sus pieles, mientras que la colonia francesa contaba con una población muy superior, más esclavos (setecientos mil en 1785, comparados con los solo treinta mil de la zona española), una proporción de población libre muy inferior (solo el 10 por ciento en comparación con el 85 por ciento de la zona española) y una economía basada en las plantaciones de azúcar. La francesa Saint-Domingue, que es como se llamaba Mices, se convirtió en la colonia europea más rica del Nuevo Mundo y aportaba la cuarta parte de la riqueza de Francia.
En 1795 España cedió finalmente a Francia la ya no tan preciada zona oriental de la isla, de manera que La Española estuvo unificada por un breve espacio de tiempo bajo mandato francés. Tras dos rebeliones de esclavos que estallaron en la Saint-Domingue francesa en 1791 y 1801, los franceses enviaron un ejército que resultó derrotado por el ejército de esclavos y por las innumerables bajas a causa de las enfermedades. En 1804, tras ceder sus posesiones norteamericanas a Estados Unidos mediante la venta de Luisiana, Francia renunció a La Española y la abandonó. Como era de esperar, los antiguos esclavos franceses de La Española, que rebautizaron su país con el nombre de Haití (el nombre taino original de la isla), mataron a muchos de los blancos, destruyeron las plantaciones y su infraestructura con el fin de impedir que se reinstaurara el sistema de cultivo esclavista y parcelaron las plantaciones en pequeñas explotaciones familiares. Aunque eso era lo que deseaban los esclavos para sí mismos como individuos, a largo plazo resultó desastroso para la productividad agrícola, las exportaciones y la economía de Haití, ya que los agricultores recibieron poca ayuda de los posteriores gobiernos haitianos en las tentativas que emprendieron de desarrollar cultivos comerciales. Además, con la matanza de gran parte de la población blanca y la emigración de los que sobrevivieron, Haití también perdió recursos humanos.
Sin embargo, en el momento en que Haití obtuvo su independencia en 1804 todavía era la zona más rica, más fuerte y más poblada de la isla. En 1805 los haitianos invadieron en dos ocasiones la vertiente oriental de la isla (antiguamente española), conocida entonces como Santo Domingo. Cuatro años después, por iniciativa propia, los colonos españoles volvieron a asumir su condición de colonia de España, que, sin embargo, administró Santo Domingo de un modo tan torpe y con tan poco interés que los colonos declararon la independencia en 1821. Inmediatamente volvieron a ser anexados por los haitianos, que permanecieron allí hasta ser expulsados en 1844, tras lo cual los haitianos continuaron no obstante lanzando invasiones para conquistar el este, hasta entrada la década de 1850.
Por consiguiente, en 1850 Haití controlaba en el oeste menos territorio que su vecina, pero contaba con una población más numerosa, una economía agrícola con pocas exportaciones y una población compuesta por una mayoría de negros de origen africano y una minoría de mulatos (gente con mezcla de antepasados). Aunque la elite mulata hablaba francés y se consideraba próxima a Francia, la experiencia y el miedo a la esclavitud de Haití desembocó en la adopción de una constitución que prohibía que los extranjeros poseyeran tierra o controlaran los medios de producción a través de inversiones. La gran mayoría de los haitianos hablaban un idioma propio denominado «criollo» que había evolucionado a partir del francés. Los dominicanos del extremo oriental disponían de un territorio mayor pero de una población menor, su economía continuaba basándose en el ganado, acogieron a inmigrantes para ofrecerles carta de ciudadanía y hablaban español. En el transcurso del siglo XIX, entre los grupos de inmigrantes de la República Dominicana, poco importantes en número pero muy relevantes desde el punto de vista económico, se contaban los judíos de Curacao, los canarios, los libaneses, los palestinos, los cubanos, los puertorriqueños, los alemanes y los italianos, a los que a partir de 1930 se unirían los judíos austríacos, los japoneses y más españoles. El aspecto político en el que más se parecían Haití y la República Dominicana era en su inestabilidad. Los golpes de Estado se sucedían con frecuencia en ambas vertientes, y el control pasaba o alternaba de unos líderes locales a otros con sus ejércitos privados. De los 22 presidentes que hubo en Haití entre 1843 y 1915, 21 fueron asesinados o derrocados, mientras que entre 1844 y 1930 hubo en la República Dominicana cincuenta presidentes, los cuales sufrieron un total de treinta revoluciones. En ambas partes de la isla los presidentes gobernaban con la finalidad de enriquecerse y enriquecer a sus partidarios.
Las potencias extranjeras veían y trataban de forma distinta a Haití y a la República Dominicana. A los ojos de Europa, una imagen en exceso simplificada presentaba a la República Dominicana como un país hispanohablante, con una sociedad parcialmente europea y receptiva a los inmigrantes y el comercio europeos, mientras que se consideraba que Haití albergaba una sociedad africana que hablaba una lengua criolla, estaba compuesta por exesclavos y era hostil a los extranjeros. Con ayuda de capital inversor procedente primero de Europa y después de Estados Unidos, la República Dominicana comenzó a desarrollar una economía de exportación a otros mercados, y Haití también, aunque en mucha menor medida. Aquella economía dominicana se basaba en el cacao, el tabaco, el café y (a partir de la década de 1870) las plantaciones de azúcar, las cuales, curiosamente, habían sido anteriormente más propias de Haití que de la República Dominicana. Pero ambas vertientes de la isla continuaban caracterizándose por su inestabilidad política. Un presidente dominicano de finales del siglo XIX pidió prestado tanto dinero que finalmente no lo pudo devolver a sus prestamistas europeos, y Francia, Italia, Bélgica y Alemania enviaron buques de guerra y amenazaron con ocupar el país con el fin de cobrarse la deuda. Para impedir el riesgo de ocupación europea, Estados Unidos se hizo cargo del servicio de aduanas dominicano, la única fuente de ingresos del gobierno, y destinó la mitad de los cobros a pagar esa deuda externa. Durante la Primera Guerra Mundial, preocupado por los riesgos que la agitación política en el Caribe suponían para el Canal de Panamá, Estados Unidos impuso la ocupación militar de ambas zonas de la isla, que en Haití se prolongó desde 1915 hasta 1935 y en la República Dominicana desde 1916 hasta 1924. A partir de entonces, ambas zonas volvieron enseguida a su inestabilidad política inicial y a la contienda entre aspirantes a presidente que competían entre sí.
En ambas partes de la isla pusieron fin a la inestabilidad los dos dictadores más malvados de la larga historia de dictadores malvados de América Latina, si bien mucho antes en la República Dominicana que en Haití. Rafael Trujillo fue jefe de la policía nacional dominicana y después jefe supremo del ejército que creó y entrenó el gobierno militar estadounidense. Tras aprovecharse del cargo para hacerse elegir presidente en 1930 y convertirse en dictador, continuó manteniéndose en el poder como consecuencia de que era un trabajador nato, un administrador magnífico, un sagaz juez de su pueblo, un político inteligente y alguien absolutamente implacable; y también porque aparentaba actuar por el interés general de gran parte de la sociedad dominicana. Torturó o mató a sus potenciales opositores e impuso un estado policial que lo controlaba todo.
En una tentativa de modernizar la República Dominicana, Trujillo desarrolló al mismo tiempo la economía, las infraestructuras y la industria gobernando el país en gran medida como si se tratara de una empresa privada de su propiedad. Al final, él y su familia llegaron a controlar la mayor parte de la economía del país. Concretamente, Trujillo ostentaba monopolios a escala nacional, ya fuera de forma directa o a través de parientes o aliados que ejercían de testaferros, sobre la exportación de carne y los sectores del cemento, el chocolate, los cigarrillos, el café, los seguros, la leche, el arroz, la sal, los mataderos, el tabaco y la madera. Poseía o controlaba la mayor parte de las actividades forestales y de producción de azúcar, y era propietario de líneas aéreas, bancos, hoteles, grandes extensiones de tierra y empresas marítimas. Se apropió de una parte de los beneficios de la prostitución y del 10 por ciento de todos los salarios de los funcionarios. Se daba publicidad a sí mismo de forma masiva: la capital dejó de llamarse Santo Domingo y fue rebautizada como Ciudad Trujillo; la montaña más alta dejó de llamarse Pico Duarte y fue rebautizada como Pico Trujillo; el sistema educativo del país inculcaba el reconocimiento a la labor de Trujillo y en todas las fuentes públicas había carteles de agradecimiento que proclamaban: «Trujillo nos da agua». Para reducir las posibilidades de éxito de una rebelión o una invasión, el gobierno de Trujillo dedicó la mitad del presupuesto a un descomunal ejército de tierra, mar y aire que era el más grande de la zona del Caribe; mayor incluso que el de México.
Sin embargo, en la década de 1950 se dieron cita varios cambios para hacer que Trujillo empezara a perder el apoyo inicial, que había conservado mediante una combinación de métodos de terror, crecimiento económico y redistribución de tierras entre campesinos. La economía se deterioró por una mezcla de despilfarro gubernamental en un festival conmemorativo del 25 aniversario del régimen de Trujillo, derroche para comprar ingenios azucareros y plantas eléctricas privadas, caída mundial de los precios del café y otras exportaciones dominicanas, y por la decisión de realizar una inversión importante en la producción estatal de azúcar, que resultó económicamente desastrosa. En 1959 el gobierno respondió a una invasión fallida de exiliados dominicanos respaldada por Cuba y a las emisiones de radio cubanas que alentaban a la revuelta incrementando las detenciones, los asesinatos y la tortura. El 30 de mayo de 1961, mientras viajaba solo con su chófer a última hora de la noche para visitar a su amante, unos dominicanos, según parece con apoyo de la CÍA, tendieron una emboscada y asesinaron a Trujillo en una espectacular persecución automovilística acompañada de un enfrentamiento a tiros.
Durante la mayor parte de la era Trujillo en la República Dominicana, Haití continuó sufriendo su propia e inestable sucesión de presidentes; hasta que en 1957 pasó a estar también bajo el mando de su propio dictador malvado, Francois «Papá Doc» Duvalier. Aunque era médico y tenía más formación que Trujillo, demostró ser un político igualmente astuto y despiadado, con idéntico éxito a la hora de aterrorizar a su país con la policía secreta, y acabó matando a muchos más compatriotas que Trujillo. Papá Doc Duvalier se diferenciaba de Trujillo en su falta de interés por modernizar el país o por desarrollar una economía industrial para su país o para sí mismo. Murió de muerte natural en 1971, y fue sucedido por su hijo Jean-Claude «Baby Doc» Duvalier, que gobernó hasta que se vio obligado a exiliarse en 1986.
Una vez que acabaron las dictaduras de los Duvalier, Haití recuperó su antigua inestabilidad política y su débil economía ha seguido menguando. Todavía exporta café, pero la cantidad exportada ha permanecido constante, mientras que la población ha seguido creciendo. Su índice de desarrollo humano, un indicador compuesto por la combinación de la esperanza de vida, la educación y el nivel de vida, es el más bajo del mundo sin tener en cuenta a los países de África. Tras el asesinato de Trujillo, la República Dominicana también continuó siendo políticamente inestable hasta 1966, incluyendo una guerra civil en 1965 que desencadenó de nuevo la llegada de los marines estadounidenses y el principio de una emigración dominicana masiva a Estados Unidos. Ese período de inestabilidad desembocó en 1966 en la elección como presidente de Joaquín Balaguer, antiguo presidente con Trujillo y apoyado ahora por exoficiales del ejército de Trujillo que llevaron a cabo una campaña terrorista contra el partido opositor. Balaguer, un personaje peculiar al que analizaremos más adelante con mayor detenimiento, continuó dominando la política dominicana durante los 34 años siguientes, en los que gobernó como presidente desde 1966 hasta 1978 y, después, otra vez desde 1986 hasta 1996, y ejerció mucha influencia incluso cuando estuvo fuera del cargo entre 1978 y 1986. Su última intervención decisiva en la política dominicana fue la recuperación de la red de reservas naturales del país, lo que se produjo en el año 2000 a la edad de noventa y cuatro años, cuando estaba ciego, enfermo y solo le quedaban dos años de vida.
Durante esos años posteriores a Trujillo, transcurridos desde 1961 hasta la actualidad, la República Dominicana pasó a industrializarse y modernizarse. Durante algún tiempo sus exportaciones dependieron enormemente del azúcar, pero después cedieron relevancia a la minería, las exportaciones industriales de los territorios de libre comercio y las exportaciones agrícolas no derivadas del azúcar, tal como se mencionó anteriormente en este capítulo. Para las economías de la República Dominicana y de Haití también ha sido importante la exportación de personas. Más de un millón de haitianos y un millón de dominicanos que viven en el extranjero en la actualidad, sobre todo en Estados Unidos, envían a sus hogares un dinero que representa una parte importante de la economía de ambos países. La República Dominicana todavía está considerado un país pobre (la renta per cápita es de solo 2200 dólares anuales), pero exhibe muchas señales de contar con una economía en alza que ya eran evidentes durante mi visita allí, entre las cuales se cuentan un enorme crecimiento del sector de la construcción y un gran aumento de los atascos automovilísticos de las ciudades.
Vistos estos antecedentes históricos, volvamos ahora sobre una de esas asombrosas diferencias con las que comenzó este capítulo: ¿por qué se desarrollaron de un modo tan distinto las historias políticas, económicas y ecológicas de estos dos países que comparten una misma isla?
Parte de la respuesta reside en las diferencias medioambientales. Las lluvias en La Española provienen principalmente del este. Por tanto, la vertiente dominicana de la isla (la oriental) recibe más lluvia y ostenta tasas de crecimiento vegetal más altas. Las montañas más altas de La Española (de más de tres mil metros de altitud) se encuentran en el lado dominicano, y los ríos procedentes de esas montañas fluyen principalmente en dirección este, hacia el lado dominicano. La vertiente dominicana tiene amplios valles, llanuras y mesetas, y una capa de suelo mucho más gruesa; concretamente, el valle del Cibao, en el norte, es una de las zonas agrícolas más ricas del mundo. En contraste con ello, el lado haitiano es más árido debido a que esa barrera de altas montañas impide el paso de las lluvias procedentes del este. En comparación con la República Dominicana, Haití cuenta con un porcentaje mayor de territorio montañoso, su extensión de tierra llana adecuada para llevar a cabo una agricultura intensiva es más pequeña, hay más terreno calizo y la capa del suelo es más delgada, menos fértil y cuenta con una menor capacidad de recuperación. Obsérvese la paradoja: la vertiente haitiana de la isla no estaba tan bien dotada desde el punto de vista medioambiental, pero, sin embargo, desarrolló una economía agrícola rica antes que la vertiente dominicana. La explicación de esta paradoja reside en que el estallido de la riqueza económica de Haití se produjo a expensas de su capital medioambiental de bosques y suelos. Esta lección —que en realidad significa que una cuenta bancaria espectacular puede disimular un flujo de caja negativo— es un tema sobre el que volveremos en el último capítulo.
Aunque esas diferencias medioambientales contribuyeron a que las trayectorias económicas de los dos países fueran diferentes, una parte más relevante de la explicación tiene que ver con diferencias sociales y políticas, de las cuales hubo muchas que en última instancia colocaron en desventaja a la economía haitiana en relación con la economía dominicana. En este sentido, las diferentes evoluciones de los dos países estaban sobredeterminadas: había numerosos factores independientes que coincidieron en una misma época para inclinar el resultado en una misma dirección.
Una de esas diferencias sociales y políticas es la que se refiere al accidente de que Haití fuera una colonia de la rica Francia y se convirtiera en la colonia más valiosa del Imperio francés de ultramar, mientras que la República Dominicana era una colonia de España, que para finales del siglo XVI estaba descuidando La Española y sufría ella misma decadencia económica y política. Así pues, Francia pudo escoger y decidió invertir en el desarrollo de una agricultura intensiva de plantación basada en los esclavos de Haití, cosa que los españoles no pudieron implantar en su parte de la isla. Francia importaba muchos más esclavos a su colonia que España. Como consecuencia de ello, durante la época colonial Haití albergaba una población siete veces superior que la de su vecina, y en la actualidad todavía cuenta con una población un poco mayor, de unos diez millones de habitantes frente a los 8 800 000 dominicanos. Pero la extensión de tierra de Haití es solo ligeramente superior a la mitad de la de la República Dominicana, de manera que, con una población mayor y una extensión menor, la densidad de población de Haití asciende al doble de la de la República Dominicana. La combinación de esa mayor densidad de población y menor pluviosidad fue el principal factor responsable de que la deforestación y la pérdida de la fertilidad del suelo en la vertiente haitiana fueran más rápidas. Además, todos aquellos navíos franceses que llevaban esclavos a Haití regresaban a Europa con cargamentos de madera haitiana, de forma que a mediados del siglo XIX las tierras bajas y las laderas de media montaña de Haití habían quedado en gran medida desprovistas de madera para la construcción.
Un segundo factor social y político es que la República Dominicana, con su población hispanohablante de antepasados que eran sobre todo europeos, era tanto más receptiva como atractiva para los inmigrantes e inversores europeos de lo que lo era Haití con su población de habla criolla, integrada de forma abrumadora por antiguos esclavos negros. Por consiguiente, la inmigración y la inversión europeas fueron insignificantes y quedaron limitadas por la constitución de Haití a partir de 1804, mientras que, poco a poco, adquirieron importancia en la República Dominicana. Entre los inmigrantes dominicanos había muchos empresarios de clase media y profesionales cualificados que contribuyeron al desarrollo del país. La población de la República Dominicana escogió incluso restablecer su condición de colonia española entre 1812 y 1821, y el presidente escogió convertir el país en un protectorado de España entre 1861 y 1865.
Otra diferencia social adicional que contribuyó a la diferenciación de las economías es que el legado de la esclavitud y la revuelta contra ella de Haití convirtió a la mayor parte de los haitianos en propietarios de su tierra, quienes la utilizaron para alimentarse y no recibieron ninguna ayuda del gobierno para implantar cultivos industriales con los que comerciar con los países europeos de ultramar, mientras que la República Dominicana acabó desarrollando una economía de exportación y comercio ultramarino. La elite de Haití se identificaba mucho más con Francia que con su propio entorno, no adquirió tierra ni desarrolló una agricultura comercial y trataba principalmente de extraer la riqueza de los campesinos.
Una causa reciente de divergencia reside en las dispares aspiraciones de los dos dictadores: Trujillo trató de erigir (en beneficio propio) una economía industrial y un Estado moderno, pero Duvalier no lo hizo. Quizá esto podría considerarse una diferencia personal debida a la idiosincrasia de cada uno de los dictadores, pero también puede ser un reflejo de las diferentes sociedades.
Finalmente, en los últimos cuarenta años los problemas de deforestación y pobreza de Haití se han agravado en comparación con los de la República Dominicana. Como esta conservaba mucha masa forestal y empezó a industrializarse, el régimen de Trujillo realizó la planificación inicial para construir presas con las que producir energía eléctrica, y los regímenes de Balaguer y los presidentes posteriores las construyeron. Balaguer puso en marcha un programa de choque para reducir el uso del bosque como combustible e importó propano y gas natural licuado para reemplazarlo. Pero la pobreza de Haití obligó a su población a continuar dependiendo del carbón vegetal procedente de los bosques para disponer de combustible, con lo cual aceleraron la destrucción de las últimas arboledas que quedaban.
Por todo ello, hubo muchas razones para que la deforestación y otros problemas medioambientales comenzaran antes, se desarrollaran durante más tiempo y avanzaran más en Haití que en la República Dominicana. Las razones afectaban a cuatro de los factores del marco de cinco elementos de este libro: las diferencias en cuanto al impacto ambiental humano, las diferentes políticas amistosas u hostiles de otros países y las respuestas dadas por las sociedades y sus líderes. De los casos analizados en este libro, el contraste entre Haití y la República Dominicana que se presenta en este capítulo y el contraste entre los destinos de los escandinavos y los inuit de Groenlandia analizado en el capítulo 8, representan los ejemplos más claros de que el destino de una sociedad está en sus propias manos y depende sustancialmente de las decisiones que adopta. ¿Qué sucede con los problemas medioambientales de la República Dominicana y con las contramedidas que adoptó? Para utilizar la terminología que introduje en el capítulo 9, las medidas dominicanas para proteger el medio ambiente comenzaron de abajo arriba, a partir de 1930 pasaron a constituir un control de arriba abajo, y en la actualidad son una mezcla de ambas aproximaciones. La explotación de los árboles útiles de la República Dominicana se incrementó en las décadas de 1860 y 1870, lo cual se tradujo en cierto agotamiento o extinción local de valiosas especies de árboles. Las tasas de deforestación se incrementaron a finales del siglo XIX debido a la eliminación de bosques para establecer plantaciones de azúcar y otros cultivos comerciales, y después volvió a incrementarse a principios del siglo XX, a medida que fue aumentando la demanda de madera para traviesas de ferrocarril y para una incipiente urbanización. Poco después de 1900 encontramos las primeras referencias al deterioro de los bosques en zonas de baja pluviosidad, producido como consecuencia de haber recogido madera para combustible y de la contaminación de los arroyos ocasionada por las actividades agrícolas junto a sus riberas. La primera ordenanza municipal que prohibía la tala y la contaminación de los arroyos se aprobó en 1901. La protección medioambiental vertical se puso en marcha de forma seria entre 1919 y 1930 en la zona circundante a Santiago, la segunda ciudad más importante de la república y centro de su territorio agrícola más explotado. Impresionados por el ritmo de tala y por la red de carreteras asociadas que desembocaba en la creación de explotaciones agrícolas y el deterioro de las cuencas, el abogado Juan Bautista Pérez Rancier y el médico y agrimensor Miguel Canela y Lázaro presionaron a la Cámara de Comercio de Santiago para que comprara tierra y la destinara a reserva forestal, y también trataron de recaudar los fondos necesarios mediante una suscripción pública. El éxito se consiguió en 1927, cuando el secretario de Agricultura de la república aportó fondos gubernamentales adicionales que permitieron adquirir la primera reserva natural, el Vedado del Yaque. El río Yaque es el más largo del país, y un vedado es una extensión de tierra en la que la entrada está restringida o prohibida.
A partir de 1930, el dictador Trujillo invirtió el impulso de la gestión medioambiental para darle un enfoque de arriba abajo. Su régimen amplió la extensión del Vedado del Yaque, creó otros vedados, creó el primer parque nacional en 1934, formó un cuerpo de guardas forestales para imponer la protección de los bosques, suprimió el antieconómico uso del fuego para quemar árboles con el fin de despejar tierras para la agricultura y prohibió que se cortaran pinos sin su permiso en el área que rodea a Constanza en la cordillera Central. Trujillo adoptó estas medidas en nombre de la protección ambiental, pero seguramente estaba más motivado por consideraciones económicas, que incluían el lucro personal. En 1937 su régimen encomendó a un famoso científico medioambiental puertorriqueño, el doctor Carlos Chardón, que realizara un diagnóstico de los recursos naturales de la República Dominicana (su potencial agrícola, minero y forestal). En concreto, Chardón calculó que el potencial de tala comercial del bosque de pino de la república, el bosque de pino más extenso con diferencia del Caribe, era de aproximadamente cuarenta millones de dólares, una suma enorme en aquellos días. Basándose en ese informe, el propio Trujillo participó en la tala de pinos y llegó a ser propietario de grandes extensiones de bosque de pino y copropietario de los principales aserraderos del país. En sus actividades de tala los leñadores de Trujillo adoptaron la sensata medida ecológica de dejar algunos árboles adultos en pie como fuentes de semillas para la repoblación natural, y hoy día todavía pueden reconocerse esos grandes árboles viejos en el bosque ya regenerado. Algunas de las medidas medioambientales adoptadas por Trujillo en la década de 1950 eran fruto del encargo de un estudio sueco sobre el potencial de la república para construir presas de las que obtener energía hidroeléctrica, la planificación de esas presas, la convocatoria en 1958 del primer congreso del país sobre medio ambiente y la creación de más parques naturales, por lo menos para proteger en parte las cuencas que tan importantes habrían de ser para la producción de energía hidroeléctrica.
Bajo su dictadura, Trujillo se hizo cargo personalmente de llevar a cabo amplias talas (en colaboración, como era habitual, con miembros de su familia y aliados que actuaban de testaferros), pero su régimen dictatorial impidió que los demás talaran y establecieran asentamientos no autorizados. Tras la muerte de Trujillo en 1961, ese muro de contención contra el saqueo generalizado del entorno dominicano se vino abajo. Ocupantes ilegales se establecieron en las tierras y provocaron incendios forestales para despejar tierras de bosques con el fin de destinarlas a usos agrícolas; la inmigración masiva del campo a los barrios urbanos se disparó; y cuatro familias acaudaladas de la zona de Santiago empezaron a talar a un ritmo superior a la tasa a la que se hacía con Trujillo. Dos años después de la muerte de Trujillo, el presidente democráticamente electo Juan Bosch trató de persuadir a los leñadores de que respetaran los bosques de pino para que pudieran proteger las cuencas de las presas previstas en los ríos Yaque y Nizao, pero los empresarios madereros optaron por unirse a otros intereses para derrocar a Bosch. Las tasas de tala se aceleraron hasta que Joaquín Balaguer fue elegido presidente en 1966.
Balaguer reconoció la imperiosa necesidad del país de mantener pobladas sus cuencas con el fin de satisfacer las exigencias de energía de la república mediante la energía eléctrica, así como de garantizar el abastecimiento de agua suficiente para las necesidades de uso doméstico e industrial. Poco después de ser nombrado presidente adoptó la drástica medida de prohibir todo tipo de tala comercial y clausuró todos los aserraderos del país. Esa medida despertó una fuerte resistencia entre las familias ricas y poderosas, que reaccionaron apartando de la vista sus actividades madereras, llevándolas a zonas de bosque más remotas y haciendo que los aserraderos trabajaran de noche. Balaguer respondió con la medida aún más drástica de desposeer al Departamento de Agricultura de la responsabilidad de hacer cumplir la protección forestal, trasladándola a las fuerzas armadas y declarando la tala ilegal un crimen contra la seguridad del Estado. Para detener la tala, las fuerzas armadas iniciaron un programa de vuelos de reconocimiento y operaciones militares que alcanzó su punto culminante en 1967, en uno de los acontecimientos señeros de la historia medioambiental de la República Dominicana: un ataque militar nocturno a un gran campo de tala clandestino. En el tiroteo posterior murieron una docena de leñadores. Esa señal de fuerza produjo conmoción entre los leñadores. Mientras se siguiera talando ilegalmente, se respondería con las consiguientes redadas y disparos contra leñadores; de modo que la tala disminuyó de forma considerable durante la primera etapa presidencial de Balaguer (de 1966 a 1978, que comprendió tres mandatos consecutivos).
Esa fue solo una de la gran cantidad de medidas ambientales de largo alcance impuestas por Balaguer. Algunas otras fueron las que siguen. Durante los ocho años que Balaguer estuvo fuera del cargo, entre 1978 y 1986, hubo otros presidentes que reabrieron algunas zonas de tala y aserraderos y autorizaron el incremento de la producción de carbón vegetal obtenido con la madera de los bosques. El primer día de su regreso a la presidencia en 1986 Balaguer empezó promulgando órdenes ejecutivas para cerrar de nuevo los campos de tala y los aserraderos, y al día siguiente desplegó helicópteros militares para detectar talas ilegales e intrusiones en los parques naturales. Se reanudaron las operaciones militares para detener y encarcelar a leñadores, así como para expulsar de los parques naturales a los ocupantes pobres y a las grandes mansiones y empresas agrarias (algunas de las cuales eran propiedad de amigos de Balaguer). La más notable de estas operaciones se produjo en 1992 en el Parque Natural Los Haitises, el 90 por ciento de cuya superficie forestal había quedado destruida; el ejército expulsó a miles de ocupantes. Posteriormente, en una operación similar realizada dos años después y dirigida personalmente por Balaguer, el ejército lanzó buldózers contra viviendas de lujo construidas por dominicanos adinerados en el Parque Nacional Juan Bautista Pérez Rancier. Balaguer prohibió la utilización del fuego como método agrario, e incluso aprobó una ley (que resultó difícil de hacer cumplir) para que todos los postes de los cercados fueran árboles vivos con raíces en lugar de estar hechos con madera talada. Otros dos conjuntos de medidas para reducir la demanda de productos forestales dominicanos y sustituirlos por alguna otra cosa consistieron en abrir los mercados a la importación de madera procedente de Chile, Honduras y Estados Unidos (con lo cual eliminó la mayor parte de la demanda de madera dominicana de los comercios del país) y reducir la producción del tradicional carbón vegetal derivado de los árboles (la maldición de Haití) firmando un contrato con Venezuela para importar gas natural licuado, construyendo algunas terminales para importar ese gas, subvencionando el coste del mismo a la población con el fin de eliminar la competencia del carbón vegetal y exigiendo que se distribuyeran sin coste alguno estufas y bombonas de propano destinadas a incentivar a la población a que abandonara el uso del carbón vegetal. Amplió enormemente la red de reservas naturales, estableció los dos primeros parques nacionales litorales del país, incorporó al territorio dominicano dos taludes oceánicos que sirvieran de santuario para ballenas jorobadas, protegió los humedales, firmó la convención de Río sobre el medio ambiente y prohibió la caza durante diez años. Presionó a las industrias para que trataran sus residuos, puso en marcha con un éxito desigual algunos esfuerzos para controlar la contaminación del aire y gravó con un impuesto muy elevado a las compañías mineras. Entre las muchas propuestas medioambientales nocivas a las que se opuso, o bloqueó, había proyectos para construir una carretera hasta el puerto de Sánchez atravesando un parque nacional, una carretera que atravesara la cordillera Central de norte a sur, un aeropuerto internacional en Santiago, un superpuerto y una presa en Madrigal. Se negó a reparar una carretera ya existente en zona de montaña, por lo que quedó casi intransitable. En Santo Domingo creó el Acuario, el Jardín Botánico y el Museo de Historia Natural y reconstruyó el Zoo nacional, todos los cuales se han convertido en atracciones de primer orden.
La última acción política de Balaguer, a la edad de noventa y cuatro años, consistió en pactar con el presidente electo Mejía para bloquear el plan del presidente Fernández de reducir y debilitar la red de reservas naturales. Balaguer y Mejía consiguieron ese objetivo mediante una inteligente maniobra legislativa, según la cual enmendaban la propuesta del presidente Fernández con una cláusula adicional que hacía que la red de reservas naturales dejara de ampararse en una orden ejecutiva (y, por tanto, sujeta a modificaciones como las que proponía Fernández) para quedar administrada por una ley general, bajo condiciones similares a las que había quedado en 1996 al final del último período presidencial de Balaguer y antes de las maniobras de Fernández. Así, Balaguer puso fin a su carrera política salvando la red de reservas a la que tanta atención había dedicado.
Todas esas medidas impulsadas por Balaguer representaban el clímax de la era de gestión medioambiental de arriba abajo en la República Dominicana. En esa misma era también se reanudaron los esfuerzos realizados de abajo arriba, que habían desaparecido bajo la presidencia de Trujillo. Durante las décadas de 1970 y 1980 los científicos inventariaron gran parte de los recursos naturales litorales, marinos y terrestres. A medida que los dominicanos volvían a aprender poco a poco el funcionamiento de los cauces de participación ciudadana privada después de pasar decenios sin haberlos ejercido con Trujillo, la década de 1980 fue testigo de la creación de muchas organizaciones no gubernamentales, entre las cuales había varias docenas de organizaciones ecologistas que se han vuelto cada vez más efectivas. A diferencia de lo que sucede en muchos países en vías de desarrollo, donde son principalmente los afiliados de las organizaciones ecologistas internacionales quienes llevan a cabo el quehacer medioambiental, el impulso de abajo arriba en la República Dominicana procedía de ONG locales preocupadas por el entorno. Junto con las universidades y la Academia Dominicana de las Ciencias, estas ONG se han convertido hoy día en adalides de un movimiento ecologista dominicano a escala nacional.
¿Por qué impulsó Balaguer un conjunto de medidas tan amplio en defensa del medio ambiente? Para muchos de nosotros resulta difícil armonizar sus rasgos repulsivos con este compromiso con el medio ambiente aparentemente firme y de futuro. Durante 31 años desempeñó cargos con el dictador Rafael Trujillo y defendió las matanzas de haitianos llevadas a cabo por Trujillo en 1937. Acabó siendo un presidente en el que se veía a un títere de Trujillo, pero también detentó cargos desde los que ejerció mucha influencia, como el de ministro de Asuntos Exteriores. Quienquiera que esté dispuesto a trabajar con alguien tan malvado como Trujillo se convierte de inmediato en sospechoso y queda manchado por su vinculación a él. Balaguer también acumuló su propia lista de acciones malvadas tras la muerte de Trujillo, hechos de los que solo se puede hacer responsable al propio Balaguer. Aunque obtuvo la presidencia de forma limpia en las elecciones de 1986, recurrió al fraude, la violencia y la intimidación para ganar las elecciones de 1966 y ser reelegido en 1970, 1974, 1990 y 1994. Dirigió sus propios escuadrones de la muerte para asesinar a centenares o quizá millares de opositores. Ordenó la expulsión obligatoria de muchos indigentes de los parques naturales y ordenó o consintió la matanza de leñadores furtivos. Consintió la corrupción generalizada. Perteneció a la tradición de políticos fuertes o caudillos[8] latinoamericanos. Entre las palabras que se le atribuyen se encuentran estas: «La constitución no es más que un trozo de papel».
En los capítulos 14 y 15 de este libro se expondrán las razones, a menudo complejas, por las que las personas desarrollan o no políticas conservacionistas. Mientras estuve de visita en la República Dominicana, me interesó particularmente averiguar, a través de aquellos que habían conocido personalmente a Balaguer o habían vivido durante sus mandatos, qué es lo que podría haberlo motivado a actuar así. A todos los dominicanos que entrevisté les pregunté qué opinión tenían de él. De los veinte dominicanos con los que conversé en profundidad obtuve veinte respuestas distintas. Muchos de ellos eran personas que tenían las razones personales más poderosas para oponerse a Balaguer: ellos mismos, parientes cercanos o amigos suyos habían sido encarcelados por el régimen de Balaguer o habían sido encarcelados y torturados por el gobierno de Trujillo al que Balaguer perteneció.
Entre todas estas divergencias de opinión había no obstante numerosos aspectos que muchos de mis informantes mencionaron de forma independiente. Se describía a Balaguer como alguien desconcertante y excepcionalmente complejo. Quería acaparar poder político, y su lucha por las políticas en las que creía se veía atemperada por la preocupación por no hacer cosas que pudieran costarle el poder (aunque, no obstante, a menudo estuvo al borde de perderlo mediante políticas impopulares). Era un político en extremo cualificado, cínico y práctico cuya capacidad no ha llegado a emular ni siquiera remotamente ningún otro político en los 43 últimos años de historia política dominicana, y que personificaba a la perfección el calificativo de «maquiavélico». Mantuvo constantemente un delicado equilibrio de acción entre los militares, las masas y las maquinaciones de las elites en competencia; consiguió impedir los golpes militares contra su régimen fragmentando los ejércitos en grupos enfrentados; y consiguió inspirar tanto miedo incluso entre los oficiales del ejército que abusaran de los bosques y parques nacionales que, en la continuación de una famosa confrontación espontánea grabada en televisión en 1994, me dijeron que un coronel del ejército que se había opuesto a las medidas de protección forestal de Balaguer, y al que Balaguer hizo llamar furioso, acabó orinándose de miedo en los pantalones. Según las pintorescas palabras de un historiador al que entrevisté: «Balaguer era una serpiente que mudaba la piel según las necesidades». Bajo el mandato de Balaguer hubo gran cantidad de corrupción que toleró, pero, a diferencia de Trujillo, él mismo no fue un corrupto ni tuvo interés en enriquecerse personalmente. En palabras del propio Balaguer: «La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho».
Por último, como concluyó un dominicano que había sido encarcelado y torturado: «Balaguer era un malvado, pero un malvado necesario en esa etapa de la historia dominicana». Con esa frase el informante quería decir que en el momento en que Trujillo fue asesinado en 1961 había, tanto en el extranjero como en el interior del país, muchos dominicanos con aspiraciones respetables, pero ninguno de ellos alcanzaba a tener ni siquiera una pequeña parte de la experiencia práctica de gobierno que tenía Balaguer. A través de sus medidas se le reconoce haber consolidado la clase media dominicana, el capitalismo dominicano y el país entero tal como existe hoy día, así como haber presidido una mejora de primer orden en la economía dominicana. Estos resultados hicieron que muchos dominicanos se inclinaran por tolerar las cualidades negativas de Balaguer.
Encontré mucho más desacuerdo en la respuesta a mi pregunta de por qué Balaguer desarrolló su política medioambiental. Algunos dominicanos me dijeron que pensaban que era solo una farsa, ya fuera para ganar votos o para adecentar su imagen internacional. Una persona consideraba que el desalojo de los ocupantes de los parques nacionales formaba parte únicamente de una trama más amplia para expulsar a los campesinos de bosques remotos en los que podrían urdir una rebelión procastrista; para despoblar tierras de propiedad pública que a continuación pudieran recalificarse con el fin de construir complejos turísticos propiedad de dominicanos ricos, promotores turísticos extranjeros ricos o gente del ejército; y para fortalecer los lazos de Balaguer con los militares.
Sí bien puede haber algún fundamento en todas estas sospechas, el amplio abanico de medidas medioambientales de Balaguer, la impopularidad de algunas de ellas y la imparcialidad con respecto a otras dificultan en todo caso considerar que su política fue solo una farsa. Parte de las políticas medioambientales que impulsó, sobre todo la intervención del ejército para realojar a los ocupantes ilegales, deterioraron mucho su imagen, le costaron muchos votos (si bien esto quedó amortiguado por el fraude en las elecciones) y, aún más, le costaron el apoyo de miembros poderosos de la elite y el ejército (aunque muchas otras de sus políticas le valieron su apoyo). En el caso de muchas de las medidas medioambientales que he enumerado, no puedo percibir una posible relación con promotores turísticos acaudalados, con medidas de contrainsurgencia ni con la obtención de favores del ejército. Por el contrario, como buen político pragmático y experimentado parece haber perseguido las políticas medioambientales tan enérgicamente como pudo haberse apartado de ellas, sin perder demasiados votos ni demasiados seguidores influyentes, ni provocar un golpe militar en su contra.
Otra cuestión que plantearon algunos dominicanos a los que entrevisté fue que las políticas medioambientales de Balaguer eran selectivas, en ocasiones ineficaces y que exhibían puntos débiles. Permitió que sus partidarios emprendieran iniciativas perjudiciales para el medio ambiente, como, por ejemplo, deteriorar los lechos de los ríos extrayendo roca, grava, arena y otros materiales de construcción. Algunas de sus leyes, como las orientadas contra la caza, la contaminación del aire y los postes de los cercados, no funcionaron. En ocasiones se volvía atrás si encontraba oposición a sus políticas. Uno de sus fracasos particularmente graves como conservacionista fue que descuidó la armonización de las necesidades de los agricultores de zonas rurales con las preocupaciones medioambientales, y pudo haber hecho mucho más para recabar apoyo popular en favor del medio ambiente. Pero, aun así, consiguió aplicar medidas en favor del medio ambiente más diversas y radicales que cualquier otro político dominicano, e incluso que la mayoría de los políticos actuales de otros países que conozco.
Pensándolo bien, creo que la interpretación más verosímil de las políticas de Balaguer es que, tal como afirmaba, le preocupaba verdaderamente el medio ambiente. Lo mencionaba en casi todos los discursos; decía que la conservación de los bosques, los ríos y las montañas había conformado sus sueños desde la infancia; y lo subrayó en sus primeros discursos al convertirse en presidente en 1966 y 1986 y en su último discurso reinaugural (1994). Cuando el presidente Fernández afirmaba que dedicar el 32 por ciento del territorio del país a zonas protegidas resultaba excesivo, Balaguer respondía que el país entero debería ser un territorio protegido. Pero por lo que respecta a cómo adquirió esos puntos de vista conservacionistas, no hubo dos personas que me dieran una misma opinión. Una decía que Balaguer podría haberse visto influido por su contacto con los ecologistas durante los primeros años de su vida, que pasó en Europa; otra señalaba que Balaguer era un antihaitiano coherente, y que podría haber pretendido mejorar el entorno de la República Dominicana con el fin de que contrastara con la devastación de Haití; otra pensaba que había recibido influencias de sus hermanas, a las que se sentía muy próximo y de las que se decía que estaban aterrorizadas por la deforestación y el encenagamiento de ríos de los que fueron testigos como consecuencia de los años de Trujillo; y alguien más señalaba que Balaguer ya tenía sesenta años cuando ascendió a la presidencia tras Trujillo y noventa cuando abandonó el cargo, de manera que podría haberse visto estimulado por los cambios que presenció a su alrededor en todo el país durante su larga vida.
No conozco las respuestas a estas preguntas sobre Balaguer. Parte de nuestro problema para comprenderlo puede deberse a las expectativas poco realistas que albergamos. De forma inconsciente suponemos que las personas son «buenas» o «malas» de un modo uniforme, como si todos los aspectos de la conducta de una persona estuvieran teñidos de un único rasgo virtuoso que resplandeciera sobre los demás. Cuando encontramos personas virtuosas o admirables en un aspecto, nos perturba descubrir que no lo son tanto en otro aspecto. Nos resulta difícil reconocer que las personas no son coherentes, sino que, por el contrario, constituyen un mosaico de rasgos conformado por diferentes conjuntos de experiencias que a menudo no guardan relación entre sí.
También puede perturbarnos el hecho de que, si reconocemos que Balaguer era verdaderamente un conservacionista, sus rasgos despreciables pudieran empañar injustamente el conservacionismo. Sin embargo, como me dijo un amigo: «Adolf Hitler amaba a los perros y se lavaba los dientes, pero eso no significa que debamos odiar a los perros y dejar de cepillarnos los dientes». También he reflexionado sobre mis propias experiencias mientras trabajé en Indonesia bajo una dictadura militar entre 1979 y 1996. Detestaba y temía aquella dictadura debido a sus políticas, y también por razones personales: en concreto, debido a las cosas que hizo a muchos de mis amigos de Nueva Guinea y a que sus soldados casi me mataron. Por tanto, me sorprendió descubrir que aquella dictadura estableció una red de reservas naturales global y eficaz en el territorio indonesio de la isla de Nueva Guinea. Llegué a la Nueva Guinea indonesia tras años de experiencia con la democracia de Papua Nueva Guinea, y esperaba encontrar políticas medioambientales mucho más avanzadas bajo una virtuosa democracia que bajo aquella cruel dictadura. Debo reconocer, por el contrario, que era más cierta la situación inversa.
Ninguno de los dominicanos con los que hablé afirmaba comprender a Balaguer. Al referirse a él utilizaban expresiones como «repleto de paradojas», «controvertido» y «enigmático». Una persona aplicó a Balaguer la expresión que empleó Winston Churchill para describir a Rusia: «Un acertijo envuelto en un misterio en el interior de un enigma». El esfuerzo por comprender a Balaguer me recuerda que la historia, al igual que la vida misma, es compleja; ni la vida ni la historia tienen alicientes para aquellos que buscan sencillez y coherencia.
A la luz de esta historia de impactos medioambientales en la República Dominicana, ¿cuál es el estado actual de los problemas medioambientales del país y de su red de reservas naturales? Los problemas fundamentales afectan a ocho de las doce categorías de problemas medioambientales que se enumerarán en el capítulo 16: cuestiones que afectan a los bosques, los recursos marinos, el suelo, el agua, las sustancias tóxicas, las especies introducidas, el crecimiento demográfico y el impacto de la población.
La deforestación de los bosques de pino llegó a ser localmente importante con Trujillo, y después desenfrenada en los cinco años inmediatamente posteriores a su asesinato. La prohibición de la tala por parte de Balaguer se relajó bajo el mandato de algunos otros presidentes recientes. El éxodo de dominicanos desde las zonas rurales hacia las ciudades y el extranjero ha disminuido la presión sobre los bosques, pero la deforestación continúa produciéndose sobre todo en las inmediaciones de la frontera con Haití, donde haitianos desesperados cruzan la frontera desde su país casi por completo deforestado para talar árboles con los que elaborar carbón vegetal y desbrozar tierras de bosque en las que cultivar de forma furtiva en el lado dominicano. En el año 2000, la competencia sobre la protección de los bosques volvió a pasar de las fuerzas armadas al Ministerio de Medio Ambiente, que es más débil y carece de la financiación necesaria, de modo que la protección forestal es ahora menos efectiva de lo que lo fue entre 1967 y 2000.
Junto a la mayor parte de litoral costero dominicano, los hábitats marinos y los arrecifes de coral han quedado enormemente deteriorados y han sido sobreexplotados.
La pérdida de suelo debida a la erosión de tierras deforestadas se ha vuelto masiva. Hay cierta inquietud por si esa erosión puede llegar a originar acumulación de sedimentos en los embalses de las presas que se utilizan para producir la energía hidroeléctrica del país. En algunas zonas de regadío, como la plantación azucarera de Barahona, han empezado a aparecer indicios de salinización.
La calidad del agua de los ríos del país es ahora muy mala debido a la acumulación de sedimentos procedente de la erosión, así como a la contaminación por productos tóxicos y la eliminación de residuos. Los ríos que hasta hace unas pocas décadas estaban limpios y ofrecían garantías para el baño son ahora de color pardo debido a los sedimentos y no se recomienda el baño en ellos. Las industrias vierten sus residuos en los arroyos, como también hacen los habitantes de los barrios urbanos en los que la gestión pública de residuos es inadecuada o inexistente. Los lechos de los ríos se han deteriorado mucho con el dragado industrial practicado para extraer materiales para la construcción.
A partir de la década de 1970, se han utilizado de forma masiva los pesticidas, insecticidas y herbicidas tóxicos en zonas agrícolas muy ricas, como el valle del Cibao. La República Dominicana ha continuado utilizando toxinas que fueron prohibidas hace mucho en los países en que se producen. El gobierno ha consentido que se utilicen ese tipo de toxinas debido a lo beneficiosa que es la agricultura dominicana. Los trabajadores de las zonas rurales, incluidos los niños, aplican los productos agrícolas tóxicos por regla general sin protegerse el rostro o las manos. Como consecuencia de ello, ahora están bien documentados los efectos de las toxinas agrícolas sobre la salud humana. Me sorprendió la práctica ausencia de aves en las ricas zonas agrícolas del valle del Cibao: si las toxinas son tan malas para las aves, es de suponer que lo son también para las personas. Hay otros problemas relacionados con productos tóxicos procedentes de la enorme mina de hierro y níquel de Falconbridge, cuyo humo inunda el aire en tramos enteros de la autopista que une las dos ciudades más grandes del país (Santo Domingo y Santiago). La mina de oro de Rosario ha sido clausurada de forma temporal debido a que el país carece de la tecnología para tratar los vertidos de cianuro y ácido de la mina. Tanto Santo Domingo como Santiago son ciudades contaminadas por el humo producido por el tránsito masivo de vehículos obsoletos, el creciente consumo de energía y la abundancia de generadores privados que la gente tiene en sus hogares y negocios, ya que los cortes de luz de la red eléctrica pública son frecuentes. (Sufrí varios cortes de luz todos los días que estuve en Santo Domingo, y cuando regresé a mi hogar mis amigos dominicanos me escribieron diciendo que ahora vivían apagones de 21 horas al día).
En lo que se refiere a las especies introducidas con el fin de repoblar las tierras taladas y asoladas por los huracanes en los decenios recientes, el país ha recurrido a especies de árboles del exterior que crecen con mayor rapidez que el pino autóctono dominicano, de crecimiento más lento. Entre las especies extrañas que vi en abundancia había pinos de Honduras, casuarinas, varias especies de acacias y tecas. Algunas de estas especies foráneas han prosperado, mientras que otras han conseguido sobrevivir. Despiertan inquietud porque algunas de ellas son propensas a enfermedades a las que el pino dominicano es resistente, de modo que las laderas repobladas podrían perder de nuevo su masa forestal si los árboles sufrieran dicha enfermedad.
Aunque la tasa de incremento de la población del país ha disminuido, se estima que todavía ronda el 1,6 por ciento anual.
Más grave que el crecimiento demográfico del país es el veloz incremento del impacto humano per cápita. (Con este concepto, al que recurriremos a lo largo del resto de este libro, me refiero a la media de consumo de recursos y producción de residuos por persona: es mucho más alto entre los ciudadanos de los actuales países del Primer Mundo que entre los de los actuales países del Tercer Mundo o los de cualquier pueblo del pasado. El impacto global de una sociedad es igual al impacto per cápita multiplicado por el número de habitantes). Los viajes ultramarinos de los dominicanos, las visitas que hacen al país los turistas y la televisión vuelven a la población plenamente consciente del superior nivel de vida de Puerto Rico y Estados Unidos. Por todas partes hay vallas publicitarias que anuncian artículos de consumo, y en todos los cruces importantes de las ciudades vi puestos ambulantes de venta de teléfonos móviles y discos compactos. El país está entregándose cada vez más a un consumo que en la actualidad no se ve respaldado por la economía ni los recursos de la propia República Dominicana, y que depende en parte de los ingresos que envían a sus casas los dominicanos que trabajan en el extranjero. Todas esas personas que compran enormes cantidades de artículos de consumo están generando, como es lógico, inmensas cantidades de desperdicios que colapsan las redes municipales de eliminación de residuos. Se puede ver cómo la basura se acumula en los arroyos, junto a las carreteras, en las calles de las ciudades y en el campo. Un dominicano me dijo: «Aquí el apocalipsis no adoptará la forma de un terremoto o un huracán, sino la de que el mundo ha quedado enterrado por la basura».
La red de reservas naturales y espacios protegidos del país se enfrenta directamente a todas estas amenazas, excepto a las del crecimiento demográfico y el impacto del consumidor. Esta red constituye un sistema global compuesto por 74 reservas de diversos tipos (parques nacionales, reservas marinas protegidas, etcétera) y engloba una tercera parte de la extensión de tierra del país. Esta red representa un logro impresionante para un país pobre, pequeño y con mucha densidad de población cuya renta per cápita asciende solo a la décima parte de la de Estados Unidos. Resulta asimismo impresionante que esa red de reservas no fuera demandada ni diseñada por organizaciones ecologistas internacionales, sino por ONG dominicanas. En las conversaciones que mantuve con tres de estas organizaciones dominicanas —la Academia de las Ciencias de Santo Domingo, la Fundación Moscoso Puello y la filial en Santo Domingo del The Nature Conservancy (esta última, la única de todos mis contactos dominicanos perteneciente a una organización internacional en lugar de ser netamente local)—, todo el personal sin excepción que conocí era dominicano. Esta situación contrasta con la que acostumbra a darse en Papua Nueva Guinea, Indonesia, las islas Salomón y otros países en desarrollo, donde los científicos extranjeros ocupan puestos clave y ejercen también de asesores externos.
¿Cómo se presenta el futuro de la República Dominicana? ¿Sobrevivirá la red de reservas naturales bajo las presiones a las que se enfrenta? ¿Hay esperanza para el país?
Respecto a estas preguntas volví a encontrar diferencias de opinión incluso entre mis amigos dominicanos. Las razones del pesimismo medioambiental comienzan con el hecho de que la red de reservas naturales ya no está respaldada por el puño de hierro de Joaquín Balaguer. No cuenta con la financiación ni supervisión suficientes, y solo ha recibido débiles apoyos por parte de los últimos presidentes, algunos de los cuales han tratado de recortar su extensión o incluso privatizarla. En las universidades hay pocos científicos con la formación adecuada, de modo que, a su vez, no pueden formar equipos de alumnos con la formación adecuada. Este gobierno ofrece un apoyo despreciable a la investigación científica. A algunos de mis amigos les preocupaba que las reservas naturales dominicanas se estuvieran convirtiendo en meros parques con mayor existencia sobre el papel que en la realidad.
Por otra parte, una razón importante para el optimismo medioambiental es el pujante movimiento conservacionista del país, bien organizado y estructurado de abajo arriba, el cual carece casi de precedentes en los países en vías de desarrollo. Está dispuesto a enfrentarse al gobierno y es capaz de hacerlo; algunos de mis amigos de las ONG fueron encarcelados por su oposición, pero quedaron en libertad y reanudaron su labor de protesta. El movimiento conservacionista dominicano está tan decidido y es tan eficaz como en cualquier otro país que conozca. Por tanto, como en cualquier otro lugar del mundo, creo que lo que sucede en la República Dominicana es lo que un amigo describió como «una carrera de caballos (entre las fuerzas destructivas y constructivas) que se acelera de forma exponencial y que tendrá un resultado impredecible». Tanto las amenazas al medio ambiente como el movimiento ecologista que se enfrenta a ellas están acumulando fuerza en la República Dominicana, y no podemos pronosticar cuál de las dos prevalecerá en última instancia.
De manera similar, las perspectivas para la economía y la sociedad del país despiertan divergencias de opinión. Cinco de mis amigos dominicanos son ahora muy pesimistas y prácticamente no albergan esperanza alguna. Se muestran desanimados sobre todo por la debilidad y la corrupción de los últimos gobiernos, a los que al parecer solo les interesa ayudar a los políticos que están en el poder y sus amigos, así como por los recientes y graves reveses sufridos por la economía dominicana. Algunos de estos reveses son el desmoronamiento casi total del anteriormente floreciente mercado de exportación de azúcar, la devaluación de la moneda, la creciente competitividad de otros países cuyas zonas de libre comercio tienen menores costes laborales para producir exportaciones, la quiebra de dos bancos importantes y el endeudamiento y exceso de gasto del gobierno. Las ansias consumistas proliferan por encima de los niveles que puede permitirse el país. En opinión de mis amigos más pesimistas, la República Dominicana está deslizándose puesta abajo hacia la desesperación absoluta de Haití, pero a mayor velocidad de lo que lo hizo esta: la República Dominicana recorrerá en unas pocas décadas la pendiente del declive económico que se dilató durante más de un siglo y medio en Haití. Según esta perspectiva, la capital de la república, Santo Domingo, llegará a rivalizar en miseria con la capital de Haití, Puerto Príncipe, donde la mayor parte de la población vive por debajo del umbral de pobreza en barrios de chabolas que carecen de servicios públicos, mientras que la elite rica bebe vino francés a pequeños sorbos en sus zonas residenciales aisladas.
Este es el peor escenario posible. Algunos otros amigos dominicanos contestaban que en los últimos cuarenta años habían visto surgir y desaparecer muchos gobiernos. Sí, decían, el gobierno actual es especialmente débil y corrupto, pero perderá sin duda las próximas elecciones, y todos los candidatos a la presidencia parecen preferibles al actual. (El gobierno perdió en efecto las elecciones unos cuantos meses después de aquella conversación). Los datos fundamentales sobre la mejora de las perspectivas de la República Dominicana son que se trata de un país pequeño en el que todo el mundo puede percibir de inmediato los problemas medioambientales. También es una sociedad «cercana» en la que los individuos preocupados y bien informados que no pertenecen al gobierno tienen fácil acceso a los ministerios, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos. Quizá lo más importante de todo sea que no hay que olvidar que la República Dominicana es un país fuerte que ha sobrevivido a una historia de problemas mucho más acuciantes que los actuales. Sobrevivió a 22 años de ocupación haitiana, después a una sucesión casi ininterrumpida de presidentes débiles o corruptos desde 1844 hasta 1916, y de nuevo entre 1924 y 1930, así como a ocupaciones militares estadounidenses entre 1916 y 1924 y 1965 y 1966. Consiguió rehacerse tras 31 años bajo el mando de Rafael Trujillo, uno de los dictadores más malvados y destructivos de la historia reciente del mundo. Entre los años 1900 y 2000, la República Dominicana sufrió transformaciones socioeconómicas más espectaculares que casi cualquier otro país del Nuevo Mundo.
Debido a la globalización, lo que sucede en la República Dominicana no solo afecta a los dominicanos sino también al resto del mundo. Afecta sobre todo a Estados Unidos, que está situado a menos de mil kilómetros de distancia y ya es hogar de un millón de dominicanos. La ciudad de Nueva York alberga ahora a la segunda mayor población dominicana de cualquier ciudad del mundo, superada únicamente por Santo Domingo, la propia capital de la república. También hay grandes poblaciones dominicanas en Canadá, Holanda, España y Venezuela. Estados Unidos ya experimentó hasta qué punto los acontecimientos en el país caribeño situado al oeste de La Española, Cuba, amenazaron nuestra supervivencia en 1962. Por tanto, Estados Unidos se juega mucho si la República Dominicana consigue o no resolver sus problemas en última instancia.
¿Cómo se presenta el futuro de Haití? Aun siendo ya el país más pobre y uno de los más superpoblados del Nuevo Mundo, Haití, sin embargo, parece estar esforzándose por volverse aún más pobre y más superpoblado, ya que la tasa de crecimiento de la población asciende a casi un 3 por ciento anual. Haití es tan pobre y tan deficitario en lo que se refiere a recursos naturales y a recursos humanos cualificados y con la formación adecuada que resulta difícil realmente ver qué podría reportarle alguna mejoría. Aun cuando se recurriera al exterior para que otros países colaborasen facilitando ayuda procedente de gobiernos extranjeros, iniciativas no gubernamentales o iniciativas privadas, Haití carece incluso de la capacidad de aprovechar la ayuda exterior de forma eficaz. Por ejemplo, el programa USAID ha enviado a Haití una cantidad de dinero siete veces superior a la enviada a la República Dominicana, pero los resultados en Haití han sido no obstante mucho más precarios debido a las deficiencias que presenta el país en lo que respecta a personas y organizaciones del interior que puedan utilizar esa ayuda. Todos aquellos a quienes conociendo Haití les pregunté por las perspectivas que auguraban incluyeron en sus respuestas las palabras «ninguna esperanza». La mayor parte de ellos respondían simplemente que no veían esperanza. Quienes veían alguna esperanza empezaban reconociendo que eran una minoría y que la mayor parte de la gente no veía ninguna esperanza, aunque, por su parte, ellos continuaban aportando alguna razón por la que agarrarse a la esperanza, como las posibilidades de repoblación a partir de la expansión de las pequeñas reservas forestales existentes en Haití, la existencia de dos zonas agrícolas en Haití que sí producen excedentes para el comercio interior con la capital y los enclaves turísticos de la costa septentrional, y los extraordinarios logros de Haití en la abolición de su ejército sin verse arrastrado a una espiral constante de movimientos secesionistas y milicias locales.
De idéntico modo que el futuro de la República Dominicana afecta a los demás debido a la globalización, el de Haití también afecta a otros debido a la globalización. Y de idéntico modo que en el caso de los dominicanos, entre esas consecuencias de la globalización se encuentran los efectos producidos por los haitianos que viven en el extranjero: en Estados Unidos, Cuba, México, América del Sur, Canadá, Bahamas, las Antillas Menores y Francia. Con todo, resulta aún más relevante la «globalización» de los problemas de Haití en el conjunto de la isla de La Española a través de los efectos producidos sobre la vecina República Dominicana. En las inmediaciones de la frontera dominicana los haitianos viajan a diario a la República Dominicana desde sus casas para trabajar en lugares que al menos les dan de comer y para conseguir combustible de madera que llevar a sus tierras deforestadas. Los ocupantes ilegales haitianos tratan de ganarse la vida como agricultores en tierras dominicanas próximas a la frontera, incluso en tierras de baja calidad que los agricultores dominicanos desprecian. Más de un millón de personas de ascendencia haitiana viven y trabajan en la República Dominicana, la mayor parte de ellas de forma ilegal, atraídas por las mejores oportunidades económicas y la mayor disponibilidad de tierra en la República Dominicana, aun cuando este sea también un país pobre. Por tanto, el éxodo de más de un millón de dominicanos hacia el extranjero ha quedado compensado por la llegada de similar número de haitianos, que en la actualidad constituyen alrededor del 12 por ciento de la población. Los haitianos asumen trabajos duros y mal pagados que pocos dominicanos quieren en la actualidad para sí mismos; sobre todo en la construcción, como peones agrícolas que hacen el agotador y penoso trabajo de cortar caña de azúcar, en la industria turística, como vigilantes, trabajadores domésticos o a cargo de bicicletas de transporte (pedaleando para transportar, haciendo equilibrios, enormes cantidades de artículos que vender o entregar). La economía dominicana utiliza a estos haitianos como trabajadores mal pagados, pero los dominicanos son reacios a ofrecer a cambio educación, atención médica y vivienda cuando sus fondos se ven limitados para dotarse a sí mismos de esos servicios públicos. Los dominicanos y los haitianos de la República Dominicana no solo se diferencian desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista cultural: hablan lenguas distintas, se visten de modo distinto, comen alimentos diferentes y, por regla general, tienen una apariencia distinta (los haitianos suelen tener la piel más oscura y un aspecto más africano).
Cuando escuché a mis amigos dominicanos describir la situación de los haitianos en la República Dominicana quedé asombrado por los estrechos paralelismos que guardaba con la situación en Estados Unidos de los inmigrantes ilegales procedentes de México y otros países latinoamericanos. Escuché las famosas afirmaciones que se refieren a «trabajos que los dominicanos no quieren», «empleos mal pagados pero mejores no obstante que los que tienen en su tierra», o a que «los haitianos nos traen el sida, la tuberculosis y la malaria», «hablan otra lengua y son más morenos» y que «no tenemos ninguna obligación de ofrecer atención médica, educación y vivienda a los inmigrantes ilegales, ni podemos permitírnoslo». En todas esas afirmaciones bastaba sustituir las palabras «haitianos» y «dominicanos» por «inmigrantes latinoamericanos» y «ciudadanos estadounidenses» para que el resultado fuera la habitual expresión de las actitudes estadounidenses hacia los inmigrantes latinoamericanos.
Al mismo ritmo al que los dominicanos están en la actualidad abandonando su país en dirección a Estados Unidos y Puerto Rico y los haitianos abandonan Haití en dirección a la República Dominicana, este país se está convirtiendo en una nación con una creciente minoría haitiana, del mismo modo que muchas zonas de Estados Unidos están volviéndose cada vez más «hispanas» (es decir, latinoamericanas). Esto se traduce en el vital interés que hay en la República Dominicana por que Haití resuelva sus problemas, exactamente igual que para Estados Unidos es de vital interés que América Latina resuelva los suyos. La República Dominicana se ve más afectada por Haití que por cualquier otro país del mundo.
¿Podría desempeñar la República Dominicana algún papel constructivo en el futuro de Haití? A primera vista, la república parece ser una fuente muy improbable de soluciones para los problemas de Haití. La República Dominicana es pobre y tiene bastantes dificultades para ayudar a sus propios ciudadanos. Los dos países están separados por esa bahía cultural que engloba diferentes idiomas y diferentes concepciones de sí mismos. Hay una larga y arraigada tradición de antagonismo entre ambas vertientes, según la cual muchos dominicanos consideran que Haití es parte de África y miran con desprecio a los haitianos, y muchos haitianos desconfían de lo que consideran una intromisión extranjera. Los haitianos y los dominicanos no pueden olvidar la historia de brutalidad que se infligieron mutuamente. Los dominicanos recuerdan las invasiones de la República Dominicana por parte de Haití en el siglo XIX, que incluyen los veintidós años de ocupación (olvidando los aspectos positivos de aquella ocupación, como la abolición de la esclavitud). Los haitianos recuerdan la peor atrocidad cometida por Trujillo, su orden de masacrar (a machete) a los veinte mil haitianos que vivían en el noroeste de la República Dominicana y algunas zonas del valle del Cibao entre el 2 y el 8 de octubre de 1937. En la actualidad existe poca cooperación entre dos gobiernos que suelen mirarse con recelo o con hostilidad.
Pero ninguna de estas consideraciones altera dos hechos fundamentales: que el entorno dominicano se funde sin solución de continuidad con el entorno haitiano y que Haití es el país que tiene efectos más importantes sobre la República Dominicana. Están empezando a aparecer algunos indicios de colaboración entre ambos. Por ejemplo, mientras estaba en la República Dominicana, por vez primera un grupo de científicos dominicanos iba a viajar a Haití para celebrar diferentes encuentros con científicos haitianos, y ya se había programado una devolución de esa visita por parte de científicos haitianos que viajarían a Santo Domingo. Si el territorio de Haití va a mejorar de algún modo, no se me ocurre cómo podría suceder sin una mayor implicación por parte de la República Dominicana, aun cuando para la mayor parte de los dominicanos no resulte atractivo y sea casi impensable en la actualidad. En última instancia, a pesar de todo, no involucrarse en Haití es aún más impensable para la República Dominicana. Aunque los recursos de la propia república son escasos, como mínimo podría asumir un papel más relevante como puente entre el mundo exterior y Haití interviniendo de formas que están aún por explorar.
¿Llegarán a compartir los dominicanos estos puntos de vista? En el pasado el pueblo dominicano ya llevó a cabo proezas mucho más difíciles que implicarse de forma constructiva con Haití. Creo que esta es la más importante de las muchas incertidumbres que planean sobre el futuro de mis amigos dominicanos.