Capítulo 8

El final de la Groenlandia noruega

Prefacio del fin * Deforestación * El deterioro del suelo y la turba Los predecesores de los inuit * La subsistencia de los inuit * Las relaciones entre los inuit y los noruegos * El final * Causas fundamentales del final

En el capítulo anterior vimos cómo los noruegos prosperaron inicialmente en Groenlandia debido al afortunado conjunto de circunstancias que acogió su llegada. Tuvieron la suerte de descubrir un entorno virgen que nunca había sido reivindicado ni pastoreado y que era adecuado para ser utilizado como pasto. Llegaron en una época de clima relativamente moderado, cuando la producción de heno era suficiente la mayor parte de los años, las rutas marítimas hacia Europa no tenían hielo, existía demanda en Europa de sus exportaciones de marfil de morsa y no había ningún indígena americano cerca de los asentamientos o territorios de caza.

Todas esas ventajas iniciales fueron variando poco a poco en contra de los intereses de los noruegos, hasta adquirir tintes de los que ellos mismos fueron en parte responsables. Aunque el cambio climático, la alteración de la demanda europea de marfil y la llegada de los inuit excedía a su control, la forma en que los noruegos afrontaron esos cambios sí dependió de ellos mismos. Su impacto sobre el entorno fue un elemento resultante de su propia actuación. En este capítulo veremos como la modificación de esas ventajas iniciales y la reacción de los noruegos ante ella se dieron cita para poner fin a la colonia noruega de Groenlandia.

Los noruegos de Groenlandia deterioraron su entorno al menos de tres formas: destruyendo la vegetación natural, originando la erosión del suelo y extrayendo turba. Nada más llegar quemaron bosques para despejar territorio con el fin de destinarlo al pasto, y a continuación derribaron algunos de los árboles que quedaron con el propósito de obtener tablones y leña. El pastoreo y el pisoteo del ganado impidieron que los árboles se regeneraran sobre todo en invierno, cuando la vegetación era más vulnerable debido a que en esa época no crecía.

Nuestros amigos los palinólogos han valorado las consecuencias de estos impactos sobre la vegetación natural analizando mediante radiocarbono capas de sedimentos extraídas de los lechos de lagos y ciénagas. En esos sedimentos aparecen al menos cinco indicadores medioambientales: fragmentos enteros, como, por ejemplo, hojas y polen de plantas, todos los cuales sirven para identificar las especies vegetales que crecían próximas al lago en aquella época; partículas de carbón vegetal, prueba de fuegos en las inmediaciones; mediciones de susceptibilidad al magnetismo, que en Groenlandia reflejan principalmente la cantidad de minerales de hierro magnético presentes en los sedimentos y afloran en la capa superficial del suelo lavado o arrastrado por el viento hasta la cuenca del lago; y arena igualmente lavada o arrastrada por el viento.

Este tipo de estudios de los sedimentos lacustres arrojan la siguiente fotografía de la historia vegetal en torno a las granjas noruegas. El recuento de pólenes indica que las praderas y las juncias fueron quedando reemplazadas por los árboles a medida que las temperaturas fueron elevándose al final de la última glaciación. Durante los siguientes ocho mil años hubo pocos cambios en la vegetación, así como escasas o nulas señales de deforestación y erosión… hasta que llegaron los vikingos. Ese acontecimiento quedó marcado por una capa de carbón vegetal procedente de los incendios provocados por los vikingos para crear pastos para el ganado. El polen de los sauces y los abedules disminuyó, mientras que el polen de la hierba, las juncias y las hierbas, así como de las especies vegetales de pasto introducidas por los nórdicos para alimentar el ganado, aumentó. El incremento de los valores de susceptibilidad magnética indica que la capa superficial del suelo fue transportada a los lagos, con lo que dicha capa había perdido la cubierta vegetal que anteriormente la había protegido de la erosión del viento y el agua. Por último, la arena subyacente a la capa superficial del suelo también fue arrastrada una vez que los valles enteros fueron desprovistos de su cubierta vegetal y su suelo. Todos estos cambios acabaron por invertirse, según atestigua el restablecimiento del paisaje inicial, una vez que los asentamientos vikingos desaparecieron en el siglo XV. Por último, todo ese mismo conjunto de cambios que acompañó a la llegada de los noruegos volvió a aparecer de nuevo a partir de 1924, cuando el gobierno danés de Groenlandia volvió a introducir las ovejas cinco siglos después de que desaparecieran de la mano de los pastores vikingos.

«¿Y bien?», podría preguntar un escéptico en cuestiones medioambientales. Peor para los sauces, pero ¿qué sucede con las personas? Sucedió que la deforestación, la erosión del suelo y la extracción de turba tuvieron todas ellas graves consecuencias para los nórdicos. La consecuencia más obvia de la deforestación fue que los nórdicos sufrieron enseguida escasez de madera, al igual que les sucedió a los islandeses y a los habitantes de Mangareva. Los troncos delgados y cortos de los sauces, los abedules y los enebros que quedaron solo servían para construir pequeños utensilios domésticos de madera. Para convertir grandes piezas de madera en vigas para casas, barcos, trineos, toneles, paredes o camas, los noruegos acabaron dependiendo de tres fuentes de abastecimiento de madera: la que arrastraba a las playas la corriente siberiana, los troncos importados desde Noruega y los árboles que los propios groenlandeses talaban cuando viajaban a la costa de Labrador («Markland»), descubierta en el curso de las exploraciones en Vinlandia. La evidencia más clara de que la madera siguió escaseando es que los objetos fabricados con ella se reciclaban en lugar de desecharse. Esto puede deducirse de la ausencia de grandes paneles de madera y muebles en la mayor parte de las ruinas de los noruegos de Groenlandia, salvo en las últimas viviendas del asentamiento occidental en las que perecieron los noruegos. En un famoso yacimiento arqueológico del asentamiento occidental denominado «la granja bajo las arenas», que se conservó prácticamente intacto bajo las arenas de río heladas, la mayor parte de la madera descubierta se hallaba en las capas superiores en lugar de en las capas inferiores, lo cual revela de nuevo que la madera de las viejas salas y edificaciones era demasiado valiosa para desecharla y que se recuperaba cuando se reformaban los habitáculos o se añadían estancias adyacentes. Los noruegos también se enfrentaron a la escasez de madera recurriendo a la turba para los muros de los edificios, pero veremos que esa solución planteaba su propio conjunto de problemas.

Otra respuesta a la réplica de «¿y bien?» ante la deforestación es: había escasez de madera para leña. A diferencia de los inuit, que aprendieron a utilizar la grasa para calentar e iluminar sus viviendas, los restos de las chimeneas indican que los noruegos continuaron quemando madera de sauce y de aliso en sus hogares. Una demanda adicional de leña en la que no pensaríamos la mayor parte de los habitantes de las ciudades modernas era la originada por la producción de lácteos. La leche es una fuente alimenticia efímera y potencialmente peligrosa: es tan nutritiva, no solo para nosotros sino también para las bacterias, que se estropea rápidamente si se deja sin la pasteurización y refrigeración que nosotros damos por sentada, y que los noruegos, al igual que cualquier otra persona antes de los tiempos actuales, no practicaban. Por tanto, había que lavar a menudo y con agua hervida, dos veces al día en el caso de los baldes para ordeñar, las vasijas en las que los noruegos recogían y almacenaban la leche y elaboraban el queso. Los animales de ordeño de las saeters (aquellas edificaciones de que disponían las granjas en las colinas para el período estival) se ubicaban, como es lógico, en alturas inferiores a los cuatrocientos metros, por encima de las cuales no había leña, aun cuando los pastos buenos para alimentar el ganado crecían en las muy superiores alturas de ochocientos metros. Sabemos que tanto en Islandia como en Noruega hubo que clausurar las saeters cuando la leña se agotó en la zona, y con toda seguridad sucedió así también en Groenlandia. Exactamente igual que sucedió con la escasez de madera para construir, los noruegos suplieron con otros materiales la escasez de leña, quemando huesos de animales, estiércol y turba. Pero esas soluciones también presentaban inconvenientes: los huesos y el estiércol podrían haberse utilizado para abonar campos con el fin de incrementar la producción de heno, y quemar turba equivalía a destruir los pastos.

El resto de las consecuencias graves de la deforestación, además de la escasez de madera para construir y encender fuego, afectaban a la escasez de hierro. Los escandinavos obtenían la mayor parte de su hierro a partir de la esponja de hierro; es decir, extrayendo el metal de los sedimentos de tremedales con bajo contenido en hierro. La propia esponja de hierro puede obtenerse en algunas zonas de Groenlandia, al igual que en Islandia y Escandinavia: Christian Keller y yo vimos un tremedal teñido de hierro en Gardar, en el asentamiento oriental, y Thomas McGovern vio otros tremedales parecidos en el asentamiento occidental. El problema no reside en encontrar esponja de hierro en Groenlandia, sino en extraer de ella el metal, ya que su tratamiento exigía enormes cantidades de madera con la que producir el carbón vegetal con el cual se puede alcanzar la elevadísima temperatura que el fuego debe alcanzar. Aun cuando los groenlandeses se saltaran ese paso importando lingotes de hierro de Noruega, necesitarían no obstante carbón vegetal para trabajar el hierro hasta convertirlo en herramientas, así como para afilar, reparar y rehacer utensilios de hierro, cosa que tenían que hacer con frecuencia.

Sabemos que los groenlandeses poseían utensilios de hierro y trabajaban este metal. Muchas de las granjas más grandes de la Groenlandia noruega presentan restos de herrerías y escoria de hierro, aunque ello no nos revela si las herrerías se utilizaban únicamente para trabajar el hierro importado o para tratar esponja de hierro. En los yacimientos arqueológicos vikingos de Groenlandia se han encontrado muestras de los habituales objetos de hierro que uno esperaría encontrar en una sociedad medieval escandinava, como hojas de hacha, guadañas, cuchillos, hojas para esquilar, remaches para barcos, cepillos de carpintero, punzones para realizar agujeros y barrenas para taladrar.

Pero esos mismos yacimientos dejan claro que los groenlandeses sufrían una desesperada carencia de hierro, incluso en comparación con la media habitual en la Escandinavia medieval, donde tampoco abundaba ese metal. Por ejemplo, se han encontrado muchos más clavos y otros objetos de hierro en los yacimientos arqueológicos vikingos de Gran Bretaña y las islas Shetland, e incluso en los de Islandia y en el yacimiento de L'Anse aux Meadows de Vinlandia, que en los yacimientos de Groenlandia. Los clavos de hierro desechados son el elemento más habitual en L'Anse aux Meadows, y también se han encontrado muchos en los yacimientos de Islandia, a pesar de la escasez de madera y hierro propia de aquel lugar. Pero la escasez de hierro en Groenlandia era extrema. Allí se han encontrado unos cuantos clavos de hierro en las capas arqueológicas más profundas, y casi ninguno en las capas posteriores, puesto que el hierro acabó siendo un artículo demasiado preciado para desecharlo. En Groenlandia no se ha encontrado ni una sola espada o casco, y ni siquiera un fragmento de ellos, sino que únicamente un par de fragmentos de coraza de cota de malla, que quizá procedían de una única armadura. Los utensilios de hierro se reutilizaban y afilaban una y otra vez hasta que quedaban reducidos a los restos. Por ejemplo, en las excavaciones del valle de Qorlortoq me impresionó el patetismo de un cuchillo cuya hoja había quedado reducida prácticamente a nada, la cual continuaba no obstante montada sobre un mango cuya longitud carecía de toda proporción con aquel minúsculo segmento metálico; según parece, todavía se apreciaba lo suficiente como para volver a afilarla.

La escasez de hierro de los groenlandeses queda patente también en los muchos objetos hallados en sus yacimientos arqueológicos que en Europa se hacían por regla general de hierro, pero que los groenlandeses hacían de otros materiales, a menudo insólitos. Entre esos objetos se encontraron clavos de madera y puntas de flecha de asta de caribú. Los anales de Islandia del año 1189 describen con sorpresa cómo los tablones de una embarcación de Groenlandia, que había sido desviada de su rumbo hasta Islandia, estaban claveteados no con clavos de hierro sino con estaquillas de madera, y después amarradas con cerdas de ballena. Sin embargo, para los vikingos, cuya imagen de sí mismos se centraba en aterrorizar a los oponentes blandiendo una poderosa hacha de guerra, verse reducidos a fabricar esa arma con huesos de ballena debió de constituir la humillación definitiva.

Una consecuencia de la escasez de hierro de los groenlandeses era la limitada eficacia de algunos procesos esenciales para su economía. Con pocas guadañas, cuchillos de carnicero y cuchillas de esquilar de hierro, o teniendo que fabricar esos utensilios con huesos o piedra, se debió de tardar más en cosechar el heno, despiezar el cuerpo de un animal y esquilar una oveja, respectivamente. Pero una consecuencia fatal y más inmediata fue que, al perder el hierro, los noruegos perdían su ventaja militar sobre los inuit. En los demás lugares del mundo, en las innumerables batallas que libraron los colonizadores europeos con los pueblos indígenas que encontraron, las espadas de acero y las armaduras conferían a los europeos ventajas enormes. Por ejemplo, durante la conquista española del Imperio inca de Perú en 1532-1533, hubo cinco batallas en las que 169, 80, 30, 110 y 40 españoles respectivamente aniquilaron ejércitos de entre miles y decenas de miles de incas y en las que ni un solo español resultó muerto y solo unos pocos fueron heridos, ya que las espadas de acero españolas atravesaban los petos de algodón de los indios y las corazas de acero protegían a los españoles de los golpes de las armas de piedra o madera indias. Pero no hay ninguna prueba de que después de las primeras generaciones los noruegos de Groenlandia poseyeran nunca más armas o armaduras de acero, exceptuando aquella coraza de cota de malla cuyos fragmentos fueron hallados, y que es más probable que hubiera pertenecido a un visitante llegado en un barco europeo antes que a un groenlandés. Por su parte, los noruegos combatían con arcos, flechas y lanzas, exactamente igual que los inuit. Tampoco hay ninguna evidencia de que los noruegos de Groenlandia utilizaran sus caballos como corceles de caballería en la batalla, los cuales una vez más proporcionaron una ventaja decisiva a los conquistadores españoles que lucharon contra los incas y los aztecas; sus parientes islandeses sí lo hicieron con toda seguridad. Los noruegos de Groenlandia también carecían de formación militar profesional. Como consecuencia de todo ello no dispusieron de ningún tipo de ventaja militar sobre los inuit, los cuales, como veremos más adelante, es probable que influyeran en su destino.

Por tanto, el impacto que los noruegos causaron sobre la vegetación natural los dejó con escasez de madera para construir, para combustible y para trabajar el hierro. Los otros dos tipos de impacto que produjeron, sobre el suelo y la turba, los dejaron con poca tierra útil. Ya vimos en el capítulo 6 cómo la fragilidad de los endebles suelos volcánicos de Islandia dio paso allí a graves problemas de erosión del suelo. Aunque los suelos de Groenlandia no son tan extremadamente sensibles como los de Islandia, se encuentran no obstante entre los más frágiles del mundo, ya que la breve y fresca estación de crecimiento supone que las tasas de crecimiento vegetal son bajas, que el suelo se forma con lentitud y que, además, su capa superficial es muy fina. El lento crecimiento vegetal también se traduce en bajo contenido de humus y arcillas orgánicas del suelo, elementos del mismo que sirven para retener el agua y mantener la humedad. Por tanto, los suelos de Groenlandia se secan con facilidad debido a la acción de los fuertes y frecuentes vientos.

El ciclo de erosión del suelo en Groenlandia comienza con el corte o la tala de la cubierta de árboles y arbustos, los cuales son más eficaces que la hierba para mantener el suelo. Cuando los árboles y arbustos han desaparecido, el ganado, sobre todo las ovejas y las cabras, pasta la hierba, que en el clima de Groenlandia solo se regenera de forma muy paulatina. Una vez que la cubierta de hierba se ha quebrantado y el suelo queda al descubierto, este es arrastrado sobre todo por los fuertes vientos, y también por los golpes de las ocasionales lluvias torrenciales, hasta el punto de que la capa superficial del mismo puede ser arrastrada a varios kilómetros del valle en que se encuentre. En las zonas donde la arena queda al descubierto, como, por ejemplo, en los valles de los ríos, es alzada por el viento y depositada allí a donde su dirección lo arrastre.

Los depósitos de los lagos y el perfil de los suelos atestiguan la evolución de los graves problemas de erosión del suelo de Groenlandia a partir de la llegada de los escandinavos, así como el traslado hasta los lagos primero de la capa superficial del suelo y después de la arena por la acción del viento y las corrientes de agua. Por ejemplo, en el emplazamiento de una granja noruega abandonada por la que pasé en la desembocadura del fiordo de Qoroq, en el entorno de un glaciar, los fuertes vientos habían eliminado tanto suelo que solo quedaban piedras. En las granjas noruegas es muy habitual que aparezca arena arrastrada por el viento: algunas de la zona de Vatnahverfi han quedado incluso enterradas por la arena a más de tres metros de profundidad.

Además de la erosión, las otras actividades mediante las cuales los noruegos volvieron su tierra inútil sin darse cuenta consistían en extraer turba para edificaciones y quemarla como combustible, con el fin de suplir la escasez de madera para construir y para la lumbre. Casi todas las edificaciones de Groenlandia estaban construidas en su mayor parte de turba, y en el mejor de los casos solo contaban con un pequeño cimiento de piedra y algunas vigas de madera para soportar el tejado. Incluso en la catedral de San Nicolás, en Gardar, solo los casi dos metros de la parte baja del muro eran de piedra, por encima de los cuales se alzaban paredes de turba cubiertas por un tejado sustentado por vigas de madera y con un frontal de paneles de madera. Aunque la iglesia de Hvalsey era excepcional porque sus muros eran enteramente de piedra hasta el punto más alto, estaba recubierta de turba. Los muros de turba de Groenlandia solían ser gruesos (¡de hasta un metro y ochenta centímetros de espesor!) con el fin de ofrecer aislamiento contra el frío.

Se estima que la construcción de una gran mansión residencial habría exigido consumir la turba de cuatro hectáreas de terreno. Además, esa cantidad de turba no se usaba solo en una ocasión, ya que este material se deshace poco a poco con el tiempo y es preciso «returbar» un edificio cada pocos decenios. Los noruegos se referían a ese proceso de adquirir turba para la construcción como «desollar las praderas», una buena descripción del deterioro que causaban en lo que de otro modo podrían haber sido pastizales. La lenta regeneración de la turba en Groenlandia suponía que ese deterioro era duradero.

Una vez más, cuando le habláramos a un escéptico acerca de la erosión del suelo y la extracción de turba podría replicar: «¿Y qué?». La respuesta es sencilla. Recordemos que entre las islas noruegas del Atlántico, Groenlandia era la más fría ya antes del impacto humano, y por consiguiente aquella en la que el crecimiento del heno y el pasto era uno de los menores. Y también era uno de los lugares más susceptibles a la pérdida de la cubierta vegetal por exceso de pastoreo, pisoteo, erosión del suelo y extracción de turba. Una granja tenía que disponer de la suficiente extensión de pastos para poder mantener al menos el número mínimo de animales necesario con el que se pudiera volver a engendrar las cifras de la cabaña después de que un largo y frío invierno las hubieran reducido antes de la llegada del siguiente largo y frío invierno. Las estimaciones sugieren que la pérdida de solo la cuarta parte de la extensión total de pastos, tanto en el asentamiento oriental como en el occidental, habría bastado para hacer descender el tamaño de la cabaña por debajo de ese umbral crítico. Eso es lo que en realidad parece haber sucedido en el asentamiento occidental, y posiblemente también en el oriental.

Exactamente igual que en Islandia, en la actual Groenlandia los problemas medioambientales que acechaban a los noruegos de la Edad Media continúan siendo preocupantes. Durante los cinco siglos posteriores a la desaparición de los noruegos de Groenlandia en la Edad Media, la isla permaneció sin ganado bajo la ocupación inuit y después bajo el gobierno colonial danés. Finalmente, en 1915, antes de que se llevaran a cabo los recientes estudios sobre los impactos medioambientales en la Edad Media, los daneses introdujeron la oveja islandesa a modo de prueba, y el primer ganadero de ovino a tiempo completo restableció la granja de Brattahlid en 1924. También se probó con las vacas, pero se desistió, porque acarreaban mucho trabajo.

En la actualidad, unas sesenta y cinco familias de Groenlandia tienen como principal ocupación cuidar ovejas, como consecuencia de lo cual ha vuelto a resurgir el exceso de pastoreo y la erosión del suelo. Los depósitos lacustres de Groenlandia muestran que a partir de 1924 se produjeron los mismos cambios que a partir del año 984: disminución del polen de árboles, incremento del polen de césped y hierbas e incremento de la capa superficial del suelo arrastrada a los lagos. En un principio, a partir de 1924 se permitió que las ovejas pastaran al aire libre en invierno para que se alimentaran por sí solas cuando el clima era lo bastante moderado. Eso deterioró los pastos en una época del año en que la vegetación era menos capaz de regenerarse. Los enebro son particularmente vulnerables, ya que tanto las ovejas como los caballos se alimentan de ellos en invierno cuando no hay otra cosa para comer. Cuando Christian Keller llegó a Brattahlid en 1976 todavía había enebros allí, pero durante mi visita en el año 2002 solo vi enebros muertos.

Después de que más de la mitad de las ovejas de Groenlandia murieran de hambre en el frío invierno de 1966-1967, el gobierno financió la Estación Experimental de Groenlandia con el fin de estudiar las consecuencias medioambientales que desencadenaron las ovejas comparando la vegetación y el suelo de zonas muy pastoreadas y poco pastoreadas con los terrenos vallados en que se impedía su paso. Uno de los aspectos de esa investigación suponía incorporar arqueólogos para analizar las transformaciones de los pastizales durante la época de los vikingos. Como consecuencia de los resultados así obtenidos acerca de la fragilidad de Groenlandia, los groenlandeses han vallado sus pastizales más vulnerables y han pasado a encerrar a las ovejas en corrales para alimentarlas allí durante todo el invierno. Se están realizando esfuerzos para incrementar el abastecimiento de heno durante el invierno añadiendo fertilizante a los prados naturales y cultivando avena, centeno, fleo de los prados y otros pastos no autóctonos.

A pesar de estos esfuerzos, la erosión del suelo representa un grave problema en la actual Groenlandia. A lo largo de los fiordos del asentamiento oriental vi extensiones de piedra y grava desnudas, desprovistas de vegetación en gran medida como consecuencia del pasto reciente de las ovejas. Durante los últimos veinticinco años, los vientos huracanados han erosionado la granja que actualmente se encuentra en el emplazamiento de la antigua granja noruega de la desembocadura del valle de Qorlortoq, lo cual nos brinda un ejemplo vivo de lo que pudo suceder en aquella granja hace siete siglos. Aunque tanto el gobierno de Groenlandia como los ganaderos de ovino entienden el deterioro a largo plazo que originan las ovejas, también se ven presionados para producir puestos de trabajo en una sociedad con unas tasas de desempleo muy elevadas. Por curioso que parezca, criar ovejas en Groenlandia no conviene ni siquiera a corto plazo: el gobierno tiene que entregar anualmente a cada familia que tiene una explotación de ganado ovino alrededor de catorce mil dólares para cubrir sus pérdidas, proporcionarles algún ingreso e inducirlos a que continúen con las ovejas.

Los inuit desempeñan un papel importante en la historia de la desaparición de la Groenlandia de los vikingos. Marcaron la principal diferencia entre las historias de los noruegos de Groenlandia y los de Islandia: aunque en comparación con sus hermanos de Groenlandia los islandeses sí gozaron de las ventajas de un clima menos desalentador y de rutas comerciales con Noruega más cortas, la ventaja más clara de los islandeses reside en no verse amenazados por los inuit. En el mejor de los casos, los inuit representan una ocasión perdida: los vikingos de Groenlandia habrían gozado de mejores oportunidades para sobrevivir si hubieran aprendido de los inuit o hubieran comerciado con ellos; pero no lo hicieron. Y en el peor de los casos, los ataques de los inuit o la amenaza que representaban para los vikingos pudieron haber intervenido de forma directa en la extinción de los vikingos. Los inuit también son relevantes para demostrarnos que esa persistencia de las sociedades humanas no era imposible en la Groenlandia medieval. ¿Por qué los vikingos fracasaron en última instancia donde los inuit triunfaron?

En la actualidad pensamos que los inuit eran los habitantes nativos de Groenlandia y el Ártico canadiense. En realidad, ellos fueron solo los habitantes más recientes de una serie de al menos cuatro pueblos reconocidos arqueológicamente que se expandieron hacia el este a través de Canadá y penetraron en el noroeste de Groenlandia durante el transcurso de los casi cuatro mil años anteriores a la llegada de los vikingos. Sucesivas oleadas de inuit se extendieron, permanecieron durante siglos y después desaparecieron de Groenlandia, todo lo cual plantea, acerca del colapso de sociedades, nuevas preguntas similares a las cuestiones que hemos venido analizando para los vikingos, los anasazi y los isleños de Pascua. Sin embargo, sabemos muy poco acerca de aquellas desapariciones anteriores para poder analizarlas en este libro más allá de como un mero antecedente del destino de los vikingos. Aunque los arqueólogos han atribuido a aquellas culturas anteriores nombres como Independence I, Independence II o Saqqaq, en función de los emplazamientos en que se identificaron distintos tipos de utensilios, las lenguas habladas por estos pueblos y los nombres que se daban a sí mismos se han perdido para siempre.

Los predecesores inmediatos de los inuit fueron una cultura a la que los arqueólogos se refieren como el pueblo dorset, nombre que reciben porque sus viviendas fueron identificadas en el cabo Dorset de la isla de Baffin, en Canadá. Tras ocupar la mayor parte del Ártico canadiense, penetraron en Groenlandia alrededor del año 800 a. C. y poblaron muchas zonas de la isla durante unos mil años, incluyendo territorios de los posteriores asentamientos vikingos en el sudoeste. Por razones que desconocemos, en torno al año 300 de nuestra era abandonaron toda Groenlandia y gran parte del Ártico canadiense y restringieron de nuevo su distribución a algunas zonas centrales de Canadá. No obstante, en torno al año 700 a. C. se expandieron de nuevo para volver a ocupar Labrador y el noroeste de Groenlandia, si bien en aquella nueva migración no se extendieron hacia el sur de los posteriores emplazamientos vikingos. Los primeros colonos vikingos describieron que en los asentamientos occidental y oriental solo vieron ruinas de viviendas deshabitadas, fragmentos de piel de canoas y utensilios de piedra, y supusieron que fueron abandonados por indígenas desaparecidos similares a los que habían encontrado en América del Norte durante los viajes a Vinlandia.

Gracias a los huesos hallados en los yacimientos arqueológicos sabemos que el pueblo dorset cazaba una amplia variedad de presas que variaba de un asentamiento a otro y de una época del año a otra: morsas, focas, caribús, osos polares, zorros, patos, gansos y aves marinas. Entre las poblaciones dorset del Ártico canadiense, Labrador y Groenlandia había comercio de larga distancia, tal como demuestra el hallazgo de utensilios de diferentes tipos de piedra procedente de uno de estos asentamientos en otros asentamientos situados a miles de kilómetros. Con todo, a diferencia de sus sucesores, los inuit, o de algunos otros de sus predecesores árticos, el pueblo dorset carecía de perros (y, por tanto, también de trineos tirados por perros) y no disponían de arcos y flechas. A diferencia también de los inuit, carecían de canoas de piel tensada sobre un bastidor y, por tanto, no podían hacerse a la mar para cazar ballenas. Sin trineos, su movilidad era escasa, y sin caza de ballenas, eran incapaces de alimentar una población numerosa. Por su parte, vivían en pequeños asentamientos de solo una o dos viviendas en las que no cabían más de diez personas y solo unos pocos adultos. Todo ello los convertía en el pueblo menos formidable de los tres grupos de indígenas americanos que encontraron los noruegos: el pueblo dorset, los inuit y los indios canadienses. Y con toda probabilidad esa es la razón por la que los noruegos de Groenlandia se sintieron lo bastante seguros para continuar visitando durante más de tres siglos con el fin de recoger madera la costa de Labrador, ocupada por los dorset, mucho después de que hubieran dejado de visitar «Vinlandia», situada mucho más al sur que Canadá, debido a la alta densidad de población india hostil que había allí.

¿Se encontraron alguna vez los vikingos y los dorset en el noroeste de Groenlandia? No disponemos de ninguna evidencia concluyente pero parece probable, puesto que el pueblo dorset sobrevivió allí durante unos trescientos años más después de que los noruegos colonizaran el sudoeste, y puesto que los noruegos estuvieron haciendo visitas anuales a los territorios de caza de Nordrseta, que solo se encuentran a unos pocos cientos de kilómetros al sur de las tierras ocupadas por los dorset. Además, los vikingos enviaron expediciones mucho más al norte de ese punto. Más adelante me referiré a una descripción que hicieron los noruegos de un encuentro con indígenas que podrían haber pertenecido al pueblo dorset. Otras pruebas consisten en el hallazgo de algunos objetos de claro origen vikingo —sobre todo fragmentos de metales fundidos que habrían sido muy apreciados para fabricar herramientas— en emplazamientos dorset diseminados por todo el noroeste de Groenlandia y el Ártico canadiense. No sabemos, claro está, si el pueblo dorset adquirió esos objetos en encuentros cara a cara con los noruegos, pacíficos o de otra naturaleza, o si simplemente fueron rescatados de emplazamientos vikingos abandonados. Comoquiera que fuese, podemos estar seguros de que las relaciones de los noruegos con los inuit albergaban potencial para llegar a ser mucho más peligrosas que aquellas otras relaciones relativamente inofensivas con el pueblo dorset.

La cultura y tecnología inuit, incluido el dominio de la caza de la ballena en aguas abiertas, surgieron en la región del estrecho de Bering en algún momento anterior al año 1000. Los trineos tirados por perros en tierra, y los grandes barcos en el mar, permitieron a los inuit viajar y transportar suministros con mucha mayor rapidez con la que podía hacerlo el pueblo dorset. A medida que el Ártico fue calentándose en la Edad Media y las rutas marítimas heladas que separaban las islas del Ártico canadiense se deshelaron, los inuit siguieron a sus presas de ballena franca por aquellas rutas en dirección oeste a través de Canadá, penetraron en el noroeste de Groenlandia hacia el año 1200 de nuestra era y a partir de entonces se desplazaron hacia el sur a lo largo de la costa occidental de Groenlandia para en torno al año 1300 alcanzar Nordrseta, las proximidades del asentamiento occidental, y alrededor del año 1400 las inmediaciones del asentamiento oriental.

Los inuit cazaban las mismas especies que habían sido blanco de los dorset, y según parece lo hicieron con mayor eficacia porque ellos (a diferencia de los dorset que los precedieron) poseían arcos y flechas. Pero la caza de ballenas también les proporcionaba un importante suministro alimentario adicional del que no disponían ni los dorset ni los noruegos. Por tanto, los cazadores inuit podían alimentar a muchas esposas e hijos y vivían en grandes asentamientos que por regla general estaban habitados por docenas de personas, entre las cuales había diez o veinte varones adultos cazadores y combatientes. En los principales territorios de caza de la propia Nordrseta, los inuit establecieron en un lugar denominado Sermermiut un inmenso asentamiento que paulatinamente fue acumulando cientos de viviendas. Imaginemos los problemas que pudo haber supuesto para el éxito de la caza en Nordrseta si un grupo de cazadores nórdicos desplazado a la zona, que difícilmente podrían haber superado la cifra de unas pocas docenas, eran descubiertos por un grupo tan grande de inuit y no conseguían establecer buenas relaciones. A diferencia de los noruegos, los inuit representaban el punto culminante de miles de años de evolución cultural de pueblos del Ártico para aprender a dominar las condiciones del lugar. ¿Que Groenlandia dispone de poca madera para construir, calentarse o alumbrar las casas durante los meses de oscuridad del invierno ártico? Eso no suponía un problema para los inuit: construían iglús de nieve temporales para viajar durante el invierno y quemaban esperma de ballena y de foca, que utilizaban tanto como combustible como para encender lámparas. ¿Había poca madera para construir barcos? Una vez más, eso no constituía ningún problema para los inuit: tensaban pieles de foca sobre bastidores para construir kayaks, así como para fabricar sus embarcaciones, denominadas umiaqs, que eran lo bastante grandes para llevarlos hasta aguas abiertas con el fin de cazar ballenas.

A pesar de haber leído acerca de las exquisitas naves que eran los kayaks, y a pesar de haber utilizado los modernos kayaks recreativos, que en la actualidad se fabrican con plástico y de los que se puede disponer con facilidad en el Primer Mundo, quedé no obstante asombrado la primera vez que vi en Groenlandia un kayak inuit tradicional. Me recordaba a una versión en miniatura de los largos, estrechos y veloces acorazados de la clase Iowa construidos por la marina estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial, con todo aquel espacio útil en cubierta erizado de artillería de ataque, cañones antiaéreos y demás armamento. Con sus seis metros de eslora, diminutos en comparación con un acorazado, pero aun así mucho más largos de lo que hubiera imaginado jamás, la cubierta del esbelto kayak estaba equipada con su propio armamento: un asta de arpón con una extensión en el extremo de su empuñadura para lanzarlo; una punta de arpón independiente de unos quince centímetros de largo, la cual podía ajustarse al asta mediante un cazonete; un dardo para aves que no solo disponía de una punta de flecha en su extremo, sino también de tres púas que apuntaban hacia delante junto al asta para acertar en el pájaro en caso de que el extremo mismo se desviara; varias vejigas de piel de foca que sirvieran de flotadores para las ballenas o focas arponeadas; y una lanza para asestar el golpe mortal al animal arponeado. A diferencia de un acorazado o de cualquier otro navío que yo conozca, el kayak se confeccionaba a la medida de la altura, el peso y la fuerza muscular de su remero. En realidad lo «llevaba» su propietario, y el asiento era una prenda cosida que se unía al anorak del navegante y le proporcionaba un precinto impermeable, de forma que las gélidas aguas que salpicaran la cubierta no lo mojaran. Christian Keller trató en vano de «ponerse» kayaks modernos confeccionados para sus amigos groenlandeses y descubrió que sus pies no encajaban bajo la cubierta y que sus muslos eran demasiado gruesos para penetrar por el agujero de acceso.

Dada su gama de estrategias de caza, los inuit fueron los cazadores más versátiles y sofisticados de la historia del Ártico. Además de matar caribús, morsas y aves marinas de formas no muy distintas a las de los nórdicos, los inuit se diferenciaban de estos en que utilizaban sus veloces kayaks para arponear focas y abatir aves marinas en el océano, y en que utilizaban umiaqs y arpones para matar ballenas en aguas abiertas. Ni siquiera un inuit puede matar de una cuchillada a una ballena sana a la primera, de modo que la caza de la ballena comenzaba cuando un cazador la arponeaba desde un umiaq propulsado a remo por otros hombres. No es una labor fácil, como todos los aficionados a las narraciones de Sherlock Holmes pueden recordar gracias a «La aventura de Peter el Negro»; en ella un malvado capitán de barco retirado aparece muerto en su casa con un arpón que había expuesto en un armero y había quedado clavado en la pared a través de su pecho. Sherlock Holmes deduce acertadamente que el asesino debe de haber sido un arponero profesional después de haber pasado él mismo toda una mañana en una carnicería tratando en vano de dirigir un arpón hacia el cuerpo muerto de un cerdo, ya que un hombre no experimentado, con independencia de la fuerza que tuviera, sería incapaz de clavar un arpón con tanta profundidad. Dos cosas les permitían hacer eso a los inuit: la empuñadura de la lanzadera del arpón, que aumentaba el arco de tiro y, por tanto, incrementaba la fuerza del lanzamiento y el impacto del cazador y, como en el caso del asesino de Peter el Negro, mucha práctica. No obstante, para los inuit esa práctica empezaba ya en la infancia y arrojaba como resultado varones inuit que desarrollaban una condición denominada «hiperextensión del brazo de lanzamiento»: los inuit llevaban, en efecto, un lanzador de arpones incorporado.

Una vez que la punta del arpón había quedado enterrada en la ballena, se desprendía un cazonete diseñado de forma muy inteligente, lo cual permitía que los cazadores recuperaran el asta del arpón ya separado de la punta clavada en la ballena. De lo contrario, si el arponero hubiera continuado sosteniendo la soga y el asta del arpón unida al cabezal, la furiosa ballena podría haber arrastrado bajo las aguas al utniaq y a sus ocupantes inuit. A la punta del arpón se dejaba atada además una vejiga de piel de foca llena de aire, cuya flotabilidad obligaba a la ballena a realizar un esfuerzo mayor frente a la resistencia que ofrecía la vejiga y a cansarse cuando se sumergía. Cuando la ballena salía a la superficie para respirar, los inuit le lanzaban otro arpón que llevaba atada otra vejiga para agotar aún más a la ballena. Solo cuando la ballena había quedado exhausta se atrevían los cazadores a aproximar el utniaq junto a la bestia para alancearla hasta la muerte.

Los inuit también diseñaron una técnica especializada para cazar la foca ocelada, la especie de foca más abundante en las aguas de Groenlandia, pero cuyos hábitos la convertían en una presa difícil. A diferencia de otras especies de focas de Groenlandia, la foca ocelada pasa el invierno bajo el hielo frente a la costa de Groenlandia abriendo a través del mismo respiraderos en los cuales encaja solo su cabeza (es decir, por los que no pasa su cuerpo). Los agujeros son difíciles de descubrir porque las focas los dejan cubiertos por un cono de nieve. Cada foca dispone de varios respiraderos, igual que un zorro construye una madriguera que tiene varias aberturas que sirven de accesos alternativos. Un cazador no podía quitar el cono de nieve del agujero, ya que de lo contrario la foca se daría cuenta de que alguien la estaba esperando. Por tanto, el cazador se situaba pacientemente cerca de un cono bajo la gélida oscuridad del invierno ártico, esperaba inmóvil todas las horas que fueran necesarias para oír llegar a una foca que se aproximara a tomar aire, y después trataba de arponear al animal a través del cono de nieve sin poder siquiera verla. Cuando la foca empalada se marchaba a nado, la punta del arpón se separaba entonces del asta pero continuaba atada a una soga, con la que el cazador jugaba y tiraba hasta que la foca quedaba exhausta y podía arrastrarse a la superficie para alancearla. Esta operación en su conjunto es difícil de aprender y ejecutar con éxito; los noruegos nunca lo hicieron. Como consecuencia de ello, en los años en que otras especies de foca declinaban en número, los inuit pasaban a cazar focas oceladas, pero los noruegos no disponían de esa alternativa y, por tanto, corrían riesgo de morir de hambre.

Así pues, los inuit disfrutaban de estas y otras ventajas sobre los noruegos y el pueblo dorset. Al cabo de unos cuantos siglos de expansión inuit a través de Canadá y hacia el interior del noroeste de Groenlandia, la cultura dorset, que anteriormente había poblado ambas zonas, desapareció. Por consiguiente no hay uno, sino dos misterios vinculados a los inuit: en primer lugar, la desaparición del pueblo dorset, y después la de los noruegos, ambas producidas poco después de la llegada de los inuit a sus territorios. En el noroeste de Groenlandia sobrevivieron algunos asentamientos dorset durante uno o dos siglos tras la aparición de los inuit, y parecería imposible que dos pueblos como estos no hubieran sido conscientes de la presencia del otro, si bien no disponemos de ninguna evidencia arqueológica directa del contacto entre ambos, como lo serían objetos inuit hallados en asentamientos dorset de la época o viceversa. Pero sí hay evidencias indirectas de que hubo contacto: los inuit de Groenlandia acabaron incorporando varios rasgos culturales de los dorset de los que carecían antes de su llegada a Groenlandia, como, por ejemplo, los cuchillos de hueso para cortar bloques de nieve, las viviendas de nieve con techo en forma de cúpula, la tecnología de la esteatita y la punta de arpón denominada Thula 5. Sin duda, los inuit no solo tuvieron oportunidades de aprender del pueblo dorset, sino que también debieron de tener algo que ver con su desaparición después de que estos últimos hubieran vivido en el Ártico durante dos mil años. Todos podemos imaginar alguna escena del final de la cultura dorset. La mía es que, entre los grupos de dorset que morían de hambre en un invierno difícil, las mujeres simplemente abandonaban a sus hombres y se abalanzaban sobre los campamentos inuit en los que sabían que había gente dándose un banquete con ballenas francas y focas oceladas.

* * *

Y ¿qué hay de las relaciones entre los inuit y los noruegos? Por increíble que parezca, durante los siglos que estos dos pueblos compartieron Groenlandia los anales noruegos solo incluyen dos o tres breves referencias a los inuit.

El primero de estos tres pasajes de los anales puede referirse tanto a los inuit como al pueblo dorset, ya que describe un incidente sucedido en el siglo XI o XII, cuando todavía quedaba una población dorset en el noroeste de Groenlandia y los inuit estaban precisamente empezando a llegar. Una Historia de Noruega del siglo XV, que se conserva en forma de manuscrito, explica cómo encontraron los primeros noruegos a los indígenas de Groenlandia: «Mucho más al norte de los asentamientos noruegos, los cazadores han encontrado un pueblo pequeño a los que llaman skraelings. Cuando se les da una cuchillada superficial, la herida adquiere un color blanco y no sangran; pero cuando están heridos de muerte la sangre mana sin cesar. No disponen de hierro, pero utilizan colmillos de morsa como proyectiles y piedras afiladas como herramientas».

Pese a su brevedad y neutralidad, esta descripción sugiere que los noruegos tenían una «mala disposición» que los condujo a empezar terriblemente mal con el pueblo con el que habrían de compartir Groenlandia. «Skraelings», la palabra en antiguo norse que los noruegos aplicaron a los tres grupos de indígenas del Nuevo Mundo que encontraron en Vinlandia o Groenlandia (los inuit, los dorset y los indios), puede traducirse aproximadamente como «desgraciados». También es una pésima señal para entablar relaciones, tomar al primer habitante inuit o dorset que se encuentra y tratar de apuñalarlo para hacer un experimento destinado a averiguar cuánto sangra. Recordemos también, como vimos en el capítulo 6, que cuando los noruegos encontraron por primera vez un grupo de indios en Vinlandia iniciaron su amistad matando a ocho de los nueve. Estos primeros contactos contribuyen en buena medida a explicar por qué los noruegos no establecieron buenas relaciones comerciales con los inuit.

La segunda de las tres menciones es igualmente breve e imputa a los «desgraciados» el haber intervenido en la destrucción del asentamiento occidental en torno al año 1360; analizaremos esa intervención más abajo. Los skraelings en cuestión solo podrían haber sido inuit, ya que para entonces la población dorset había desaparecido de Groenlandia. La última mención es una única frase en los anales de Islandia del año 1379: «Los skraelings atacaron a los groenlandeses, mataron a dieciocho hombres y apresaron a dos chicos y una sierva, a los que convirtieron en esclavos». A menos que los anales estuvieran atribuyendo por error a Groenlandia un ataque de los lapones ocurrido en realidad en Noruega, este incidente habría tenido lugar presumiblemente cerca del asentamiento oriental, puesto que en 1379 el asentamiento occidental ya no existía y es poco probable que una partida de caza noruega incluyera a una mujer. ¿Cómo podemos interpretar esta lacónica historia? En la actualidad, dieciocho noruegos muertos no representan para nosotros una cifra muy elevada de bajas tras un siglo de guerras mundiales en el que han sido masacradas decenas de millones de personas. Pero pensemos que la población total del asentamiento oriental probablemente no era superior a los cuatro mil habitantes, y que dieciocho hombres representaban alrededor del 2 por ciento de los varones adultos. Si hoy día un enemigo atacara Estados Unidos, que cuenta con una población de 280 millones de habitantes, y matara a varones adultos en esa misma proporción el resultado sería de 1 260 000 hombres estadounidenses muertos. Es decir, ese único ataque documentado del año 1379 supuso una hecatombe para el asentamiento oriental, con independencia de cuántos hombres más murieran en los ataques de 1380, 1381, etcétera.

Estos tres breves textos son las únicas fuentes de información escrita de que disponemos acerca de las relaciones entre los noruegos y los inuit. Las fuentes de información arqueológica consisten en artefactos noruegos o copias de artefactos noruegos hallados en emplazamientos inuit y viceversa. Se cuentan un total de 170 objetos de origen noruego hallados en emplazamientos inuit, entre los cuales se encuentran unas cuantas herramientas completas (un cuchillo, unas tijeras y un iniciador de fuego), pero sobre todo simples piezas de metal (hierro, cobre, bronce u hojalata) que los inuit habrían apreciado mucho para fabricar sus propias herramientas. Este tipo de artefactos noruegos no solo aparecen en los emplazamientos de los inuit localizados allá donde vivían vikingos (en los asentamientos oriental y occidental) o en los lugares que frecuentaban (Nordrseta), sino también en lugares que los nórdicos no visitaron jamás, como el este de Groenlandia o la isla de Ellesmere. Por tanto, los materiales noruegos debieron de despertar el suficiente interés entre los inuit para que fueran objeto de comercio entre grupos de inuit que distaban cientos de kilómetros entre sí. De la mayor parte de los objetos nos resulta imposible saber si los inuit los adquirieron de los propios nórdicos comerciando, matándolos, atacándolos o escarbando en sus asentamientos una vez que los escandinavos los hubieron abandonado. Sin embargo, diez de las piezas de metal proceden de campanas de iglesias del asentamiento oriental, con las cuales casi con total seguridad los noruegos no habrían comerciado. Todo apunta a que los inuit obtuvieron esas campanas tras la desaparición de los escandinavos; por ejemplo, cuando los inuits vivieron en las casas que ellos mismos construyeron en el interior de las ruinas vikingas.

La primera evidencia más firme del encuentro cara a cara entre los dos pueblos procede de nueve tallas inuit de figuras humanas que son inequívocamente noruegas, a juzgar por las descripciones de cómo eran los peinados, la ropa o los adornos de los crucifijos de los vikingos. Los inuit también aprendieron de los noruegos algunas tecnologías útiles.

Aunque los utensilios de los inuit con forma de cuchillo o serrucho europeos podrían haber sido copiados sin más de objetos noruegos robados, sin que ello significara haber mantenido ningún contacto amistoso con ningún noruego vivo, los travesaños de toneles y las puntas de flecha retorcidas de fabricación inuit indican que estos vieron realmente cómo los noruegos fabricaban o utilizaban los toneles y los tornillos.

Por otra parte, casi no existen evidencias equivalentes de objetos inuit en emplazamientos noruegos. Un peine inuit hecho de cornamenta, dos dardos para aves, el asidero de una sirga y un fragmento de meteorito: estos cinco elementos constituyen, que yo sepa, la espléndida suma total de todo lo obtenido por la Groenlandia noruega a lo largo de siglos de coexistencia entre inuit y noruegos. Incluso esos cinco elementos parecerían no haber sido objetos de comercio apreciados, sino simplemente curiosidades desechadas que algún nórdico recogió. Resulta asombrosa la absoluta ausencia de todos los elementos útiles de tecnología inuit que los noruegos podrían haber copiado con gran provecho, pero que no copiaron. Por ejemplo, no hay ni un solo arpón, lanzadera de arpón, fragmento de kayak o de umiaq que proceda de un yacimiento noruego.

Si efectivamente existió comercio entre los inuit y los noruegos, probablemente afectó al marfil de las morsas, a las que los inuit cazaban con mucha destreza y que los noruegos deseaban porque constituía su exportación más valiosa a Europa. Por desgracia, las evidencias directas de este tipo de comercio nos resultarían muy difíciles de reconocer, ya que no hay modo alguno de determinar si los fragmentos de marfil encontrados en muchas granjas noruegas procedían de morsas muertas a manos de los propios noruegos o de los inuit. Pero lo que es seguro es que en los emplazamientos noruegos no se han encontrado los huesos de lo que creo que habrían sido los artículos más preciados que los inuit podrían haber intercambiado con los noruegos: las focas oceladas, la especie de foca más abundante en Groenlandia durante el invierno, que cazaban con éxito los inuit pero no los noruegos, y que estaban disponibles en una época del año en la que los noruegos sufrían riesgo crónico de agotar sus reservas alimentarias de invierno y morir de hambre. Esto hace pensar que entre los dos pueblos hubo realmente muy poco comercio, si es que hubo alguno. Por lo que respecta a los vestigios arqueológicos del contacto, los inuit también podrían haber estado viviendo en otro planeta diferente del de los escandinavos en lugar de compartir una misma isla y territorios de caza. Tampoco disponemos de ninguna evidencia ósea o genética de que hubiera habido matrimonios entre inuit y noruegos. El análisis minucioso de los cráneos de los esqueletos enterrados en los camposantos de las iglesias de los noruegos de Groenlandia indican que se parecían a los cráneos escandinavos continentales, y no se ha conseguido detectar ninguna hibridación entre inuit y noruegos.

Desde nuestra perspectiva, tanto la incapacidad de desarrollar el comercio con los inuit como la incapacidad de aprender de ellos supuso inmensas pérdidas para los noruegos, aunque, como es lógico, ellos mismos no lo percibían así. Estos fracasos no se debieron a que faltaran oportunidades. Los cazadores noruegos debieron de ver a cazadores inuit en Nordrseta, y más adelante en las zonas exteriores de los fiordos del asentamiento occidental, cuando los inuit llegaron allí. Los propios noruegos, con sus pesadas embarcaciones de madera a remo y sus técnicas de caza de morsas y focas debieron de reconocer la mayor sofisticación de ligeras canoas de piel inuit y de sus métodos de caza: los inuit triunfaban exactamente en la ejecución de lo que los cazadores noruegos estaban tratando de llevar a cabo. Cuando los posteriores exploradores europeos comenzaron a visitar Groenlandia a finales del siglo XV, quedaron asombrados de inmediato ante la velocidad y maniobrabilidad de los kayaks, y señalaban que los inuit parecían ser mitad peces que se lanzaban sobre el agua a una velocidad muy superior a la que podría haberse desplazado cualquier embarcación europea. Quedaron asimismo impresionados por los umiaqs, por la puntería, por la confección de ropa, por las embarcaciones y mitones, por los arpones, por los flotadores de vejiga, por los trineos y por las técnicas de caza de focas de los inuit. Los daneses que comenzaron a colonizar Groenlandia en 1721 adoptaron de inmediato la tecnología inuit, utilizaron los umiaqs de los inuit para desplazarse a lo largo de la costa de Groenlandia y comerciaron con ellos. Al cabo de unos pocos años, los daneses habían aprendido más sobre arpones y focas oceladas que los noruegos en varios siglos. Sin embargo, algunos colonos daneses eran cristianos racistas que despreciaban a los paganos inuit igual que habían hecho los noruegos de la Edad Media.

Si uno trata de aventurar sin prejuicios qué forma podrían haber adoptado las relaciones entre los noruegos y los inuit, hay muchas probabilidades de que en realidad fueran las que adoptaron en siglos posteriores cuando otros europeos como los españoles, portugueses, franceses, ingleses, rusos, belgas, holandeses, alemanes e italianos, además de los propios daneses y suecos, encontraron a pueblos indígenas en cualquier otro lugar del mundo. Muchos de aquellos colonos europeos se convirtieron en intermediarios y desarrollaron economías comerciales integradas: los comerciantes europeos se establecían o visitaban territorios habitados por pueblos indígenas, llevaban bienes europeos codiciados por los indígenas y en el intercambio obtenían productos indígenas también muy codiciados en Europa. Por ejemplo, los inuit tenían tanta ansia de metales que realizaron el esfuerzo de fabricar utensilios de hierro forjados en frío con el hierro procedente del meteoro Cape York, que había caído en el norte de Groenlandia. Por tanto, podríamos concebir el desarrollo de un comercio según el cual los noruegos obtenían de los inuit colmillos de morsa, cuernos de narval, pieles de foca y osos polares que enviaban a Europa a cambio del apreciado hierro para los inuit. Los noruegos también podrían haber suministrado a los inuit tejidos y productos lácteos: aun cuando la intolerancia a la lactosa hubiera impedido beber leche a los inuit, podrían haber consumido productos lácteos sin lactosa como el queso o la mantequilla, los cuales Dinamarca exporta a Groenlandia en la actualidad. No solo los noruegos sino también los inuit corrían el frecuente riesgo de morir de hambre en Groenlandia; así que los inuit también podrían haber reducido ese riesgo y diversificado su dieta comerciando para obtener productos lácteos de los nórdicos. Este tipo de comercio entre escandinavos e inuit se desarrolló rápidamente en Groenlandia a partir de 1721; ¿por qué no se desarrolló ya en tiempos medievales?

Una respuesta se encuentra en los obstáculos culturales existentes entre noruegos e inuit para que los miembros de ambas culturas se casaran entre sí o simplemente aprendieran unos de otros. Una esposa inuit no habría sido en absoluto tan útil para un hombre noruego como lo era su esposa noruega: lo que un hombre noruego quería de su esposa era que fuera capaz de tejer e hilar, de atender y ordeñar las vacas y ovejas y de elaborar skyr, mantequilla y queso. Todas estas cosas las aprendían desde pequeñas las niñas noruegas, pero no las inuit. En el hipotético caso de que un cazador noruego entablara amistad con un cazador inuit, el primero simplemente no podría tomar prestado el kayak de su amigo y aprender a utilizarlo, ya que el kayak era en verdad un trozo de tela muy complejo y confeccionado a medida unido a una embarcación, hecho para que se ajustara a ese cazador inuit concreto y fabricado por la esposa del inuit, que, a diferencia de las jóvenes noruegas, había aprendido desde pequeña a coser pieles. Por tanto, un cazador noruego que hubiera visto un kayak inuit no podía llegar a casa y decirle sencillamente a su mujer: «Hazme uno de esos trastos».

Si uno espera persuadir a una mujer inuit de que le fabrique un kayak con sus propias medidas, o que le permita casarse con su hija, tiene en primer lugar que entablar una relación amistosa. Pero ya hemos visto que los noruegos tenían «mala disposición» desde el comienzo, que se referían a los indios americanos de Vinlandia y a los inuit de Groenlandia como «desgraciados» y que mataron a los primeros indígenas que encontraron en ambos lugares. En su condición de cristianos que daban importancia a la Iglesia, los noruegos compartían el tan generalizado desprecio hacia los paganos que exhibían los europeos de la Edad Media.

Otro factor adicional responsable de su mala disposición es que los noruegos se habrían considerado a sí mismos la población indígena de Nordrseta, y que habrían percibido a los inuit como intrusos. Los noruegos llegaron a Nordrseta y cazaron allí durante varios siglos antes de que llegaran los inuit. Cuando finalmente aparecieron los inuit procedentes del noroeste de Groenlandia, como es lógico los noruegos se habrían mostrado reacios a pagar a los inuit por los colmillos de morsa cuya caza consideraban un privilegio exclusivo suyo. Para cuando encontraron a los inuit, los propios nórdicos sufrían una desesperada escasez de hierro, el artículo comercial más deseado que podrían haber ofrecido a los inuit.

Para nosotros, ciudadanos modernos, que vivimos en un mundo en el que todos los «pueblos indígenas» ya han establecido contacto en algún momento con los europeos a excepción de unas pocas tribus de las zonas más remotas del Amazonas y Nueva Guinea, las dificultades para establecer contacto no resultan evidentes. ¿Qué esperamos realmente que hubiera hecho un noruego que divisara a un grupo de inuit en Nordrseta? ¿Gritar «¡holaaa!», aproximarse a ellos, sonreírles, comenzar a utilizar el lenguaje de signos, señalar hacia un colmillo de morsa y ofrecer un pedazo de hierro? A lo largo de mi trabajo de campo en Nueva Guinea en el ámbito de la biología, he pasado por este tipo de «situaciones de primer contacto», que es como se denominan, y me han parecido peligrosas y de todo punto aterradoras. En este tipo de circunstancias los «nativos» consideran inicialmente que los europeos son intrusos y creen con razón que cualquier intruso puede suponer una amenaza para su salud, su vida y sus propiedades. Ninguna de las dos partes sabe lo que hará la otra, ambas se muestran tensas y asustadas, ambas no están seguras de si deben huir o comenzar a disparar, y ambas son escrutadas por la otra de forma minuciosa en busca de un gesto que pudiera indicar que van a sufrir un ataque de pánico y disparar primero. Convertir una situación de primer contacto en una relación amistosa por no hablar ya solo de sobrevivir a la misma, exige una cautela y paciencia extremas. Los posteriores colonos europeos adquirieron finalmente alguna experiencia para abordar este tipo de situaciones, pero los noruegos, como hemos visto, primero disparaban.

En resumen, los daneses de Groenlandia del siglo XVIII, así como otros europeos que encontraron pueblos indígenas en otros lugares, se enfrentaron al mismo abanico de problemas al que se enfrentaron los noruegos: sus propios prejuicios contra los «paganos primitivos», la pregunta de si debían matarlos, robarles, comerciar con ellos, casarse con ellos o tomar sus tierras, y el problema de cómo convencerlos de que no huyeran ni dispararan. Los europeos posteriores se enfrentaron a estos problemas cultivando todo ese amplio espectro de opciones y eligiendo la que mejor se adaptara a las circunstancias concretas. Esa elección dependía de si los europeos se veían o no superados en número, de si los colonos europeos de sexo masculino estaban acompañados o no de suficientes mujeres europeas, de si los pueblos indígenas disponían de bienes comerciales ansiados en Europa y de si la tierra de los indígenas ofrecía atractivos para que los europeos se establecieran allí. Al negarse a aprender de los inuit, o quizá por ser incapaces de aprender de ellos, y dado que carecían de toda superioridad militar sobre ellos, fueron los noruegos en lugar de los inuit quienes acabaron en última instancia por desaparecer.

El final de la colonia noruega de Groenlandia se califica a menudo de «misterio». Eso es cierto solo en parte, ya que es preciso diferenciar las razones últimas (es decir, los factores subyacentes a largo plazo responsables del lento declive de la sociedad noruega de Groenlandia) de las causas inmediatas (es decir, el golpe definitivo que mató a los últimos individuos de una sociedad debilitada o los obligó a abandonar sus asentamientos). Solo las causas inmediatas continúan siendo en parte misteriosas; las razones últimas están claras. Están compuestas por los cinco conjuntos de factores que ya hemos analizado con detalle: el impacto de los noruegos sobre el medio ambiente, el cambio climático, el declive de los contactos amistosos con Noruega, el incremento del trato hostil con los inuit y la actitud conservadora de los noruegos.

Dicho brevemente, los noruegos agotaron sin darse cuenta los recursos ambientales de los que dependían cortando árboles, extrayendo turba, abusando del pastoreo y produciendo erosión del suelo. Ya desde los primeros tiempos de la colonia noruega, los recursos naturales de Groenlandia apenas eran suficientes para soportar una sociedad de pastores de un tamaño viable, pero, además, la producción de heno en Groenlandia varía de forma muy acusada de un año a otro. Así pues, ese agotamiento de los recursos ambientales amenazaba la supervivencia de la sociedad en los años malos. En segundo lugar, las estimaciones del clima, de Groenlandia a partir de los depósitos de hielo indican que cuando llegaron los noruegos el clima era relativamente moderado (es decir, tan «moderado» como lo es en la actualidad), para atravesar después varios períodos de años fríos en el siglo XIV y sumirse más tarde, a principios del siglo XV, en el período frío denominado Pequeña Glaciación, que se prolongó hasta el siglo XIX. Aquello mermó aún más la producción de heno, además de bloquear las rutas marítimas entre Groenlandia y Noruega con los hielos marinos. En tercer lugar, los obstáculos para la navegación solo fueron una de las razones del declive y definitivo fin del comercio con Noruega, del que dependían los groenlandeses para obtener hierro, algo de madera y su identidad cultural. Aproximadamente la mitad de la población de Noruega murió cuando recibió el golpe de la Peste Negra (una epidemia) en los años 1349-1350. Noruega, Suecia y Dinamarca se unificaron en 1397 bajo un único rey, el cual desatendió a Noruega porque era la más pobre de sus tres provincias. La demanda de marfil de morsa, principal exportación de Groenlandia, por parte de los talladores europeos declinó cuando las Cruzadas restablecieron el acceso de la Europa cristiana al marfil de elefante de Asia y de África oriental, cuyos envíos a Europa habían quedado suprimidos por el dominio de los árabes sobre las costas del Mediterráneo. Para el siglo XV, en Europa había pasado ya la moda de tallar con cualquier tipo de marfil, ya fuera de morsa o de elefante. Todos esos cambios socavaron los recursos y la motivación de Noruega para fletar embarcaciones con destino a Groenlandia. Además de los noruegos de Groenlandia, otros pueblos descubrieron de forma similar que su economía (o incluso su supervivencia) corría peligro cuando sus principales socios comerciales se veían en problemas; entre ellos nos encontramos los estadounidenses, que importábamos petróleo en la época del embargo de petróleo del golfo Pérsico en 1973, los habitantes de las islas de Pitcairn y Henderson en la época de la deforestación de Mangareva, y muchos otros. La actual globalización multiplicará sin duda los ejemplos. Por último, la llegada de los inuit y la incapacidad o indisposición de los noruegos para llevar a cabo cambios drásticos completaba el quinteto de factores últimos responsables de la desaparición de la colonia de Groenlandia.

Estos cinco factores evolucionaron de forma paulatina u operaron durante largos períodos de tiempo. Por consiguiente, no debería extrañarnos descubrir que diferentes granjas noruegas fueran abandonadas en diferentes momentos antes de la catástrofe final. En el suelo de una enorme vivienda de la granja más grande del distrito de Vatnahverfi, en el asentamiento oriental, se encontró el cráneo de un hombre de veinticinco años que mediante radiocarbono se dató como de alrededor del año 1275. Esto indica que el distrito de Vatnahverfi en su conjunto fue abandonado entonces, y que el cráneo era el de uno de sus últimos habitantes, ya que cualquier superviviente habría enterrado sin duda al hombre muerto en lugar de dejarlo tendido en el suelo sin más. Las últimas dataciones mediante radiocarbono de las granjas del valle de Qorlortoq en el asentamiento oriental se concentran en torno al año 1300. «La granja bajo las arenas» del asentamiento occidental fue abandonada y quedó enterrada bajo los depósitos glaciares de arena y grava en torno al año 1350.

De los dos asentamientos noruegos, el primero que desapareció por completo fue el asentamiento occidental, de menor tamaño. Era menos productivo que el asentamiento oriental para criar ganado, ya que su localización más septentrional suponía una estación de crecimiento más corta, una producción de heno considerablemente menor incluso en un año bueno, y por tanto mayor probabilidad de que un verano frío o húmedo se tradujera en escasez de heno para alimentar a los animales durante el invierno siguiente. Una causa más de la vulnerabilidad del asentamiento occidental era que el único acceso al mar de que disponía era un único fiordo, de modo que un grupo de inuit hostiles apostados en la desembocadura de dicho fiordo podía bloquear el acceso a la tan crucial migración de focas a la costa, de la que dependía la alimentación de los noruegos a finales de la primavera.

Disponemos de dos tipos de fuentes de información acerca del final del asentamiento occidental: escritas y arqueológicas. El relato escrito es obra de un sacerdote llamado Ivan Bardarson, que fue destinado a Groenlandia desde Noruega por el obispo de Bergen para que ejerciera de superintendente y recaudador de impuestos de la monarquía, así como para informar sobre la situación de la Iglesia de Groenlandia. Algún tiempo después de regresar a Noruega en torno a 1362, Bardarson escribió una narración titulada Descripción de Groenlandia, cuyo manuscrito original se ha perdido y cuyo texto conocemos únicamente a través de copias posteriores. La mayor parte de las descripciones que se conservan consisten en listas de iglesias y propiedades de Groenlandia, entre las cuales hay soterrada una descripción descorazonadoramente breve del final del asentamiento occidental: «En el asentamiento occidental hay una gran iglesia, llamada iglesia de Stensnes (Sandnes). Durante algún tiempo esa iglesia fue sede de la catedral y el obispado. Ahora los skraeiings (los “desgraciados”, es decir, los inuit) se han apropiado de todo el asentamiento occidental… Todo lo que antecede nos fue referido por el groenlandés Ivan Bardarson, que durante muchos años fue superintendente del obispo de Gardar en Groenlandia, vio todo esto y fue uno de aquellos a los que el agente del orden (un cargo de mucha categoría) había encomendado ir al asentamiento occidental para luchar contra los skraeiings con el fin de expulsarlos de allí. A su llegada no encontraron ningún hombre, ni cristiano ni pagano…».

Siento deseos de sacudir el cadáver de Ivan Bardarson por la frustración derivada de todas las preguntas que dejó sin responder. ¿En qué año y qué mes fue allí? ¿Encontró heno almacenado o queso sobrante? ¿Cómo pudieron desaparecer mil personas, una a una, hasta el último individuo? ¿Había algún signo de lucha, edificios quemados o cadáveres? Bardarson no nos dice nada más.

Para todo lo demás tenemos que volvernos hacia los hallazgos de los arqueólogos que excavaron la capa más superficial de restos de varias granjas del asentamiento occidental, las cuales correspondían a los restos dejados en los meses finales del asentamiento por los últimos noruegos que lo ocuparon. En las ruinas de esas granjas hay puertas, postes, madera de tejados, muebles, cuencos, crucifijos y otros grandes objetos de madera. No es habitual: cuando se abandona intencionadamente la edificación de una granja en el norte de Escandinavia, por regla general este tipo de valiosos objetos de madera se rescatan y se trasladan para reutilizarlos dondequiera que los propietarios de la granja se reubiquen, dada la escasez de madera. Recordemos que el campamento noruego de L'Anse aux Meadows, en Terranova, que fue abandonado tras una evacuación planificada similar, contenía pocas cosas de valor a excepción de 99 clavos partidos, un clavo entero y una aguja de tejer. Es evidente que el asentamiento occidental fue abandonado a toda prisa, o que, por el contrario, sus últimos ocupantes no pudieron transportar sus muebles porque murieron allí.

Los huesos de animales de esas capas más superficiales nos revelan una macabra historia. En ellas hay huesos de patas de pequeñas aves silvestres y conejos, a los que habitualmente se había considerado demasiado pequeños para que valiera la pena cazarlos y solo eran útiles como alimento durante una hambruna desesperada; huesos de una ternera y un cordero recién nacidos, que habrían sido alumbrados en la primavera anterior; huesos de pezuñas de un número de vacas aproximadamente igual al número de pesebres del establo de aquella granja, lo cual hace pensar que habían matado todas las vacas y se comieron hasta las pezuñas; y esqueletos incompletos de grandes perros de caza con marcas de cuchillo en los huesos. Los huesos de los perros, por su parte, están casi ausentes en las viviendas noruegas, puesto que los noruegos no estaban en aquellos tiempos más dispuestos a comerse a sus perros de lo que lo están en la actualidad. Al matar a los perros, de los que dependían para cazar caribús en otoño, y al ganado recién nacido, necesario para repoblar sus cabañas, los últimos habitantes estaban diciendo en efecto que tenían un hambre demasiado desesperada para preocuparse por el futuro. En las capas inferiores de los restos de las casas, las moscas devoradoras de carroña asociadas a las heces humanas pertenecen a especies de moscas termófilas, pero en las de las capas superiores solo hay moscas resistentes al frío, lo cual indica que los habitantes se habían quedado sin combustible además de sin comida.

Todos estos detalles arqueológicos revelan que los últimos habitantes de aquellas granjas del asentamiento occidental se murieron de hambre y frío en primavera. Quizá fue un año frío en el que las focas en migración no consiguieron llegar a aquellas costas; o, por el contrario, había hielo macizo en los fiordos; o quizá una banda de inuit, que recordaba que sus parientes habían sido apuñalados por los noruegos en un experimento para comprobar cuánta sangre manaba de ellos, bloqueó el acceso a las manadas de focas en la zona exterior de los fiordos. Un verano frío habría sido probablemente la causa de que los granjeros se quedaran sin heno suficiente para alimentar al ganado durante el invierno. Los granjeros se vieron obligados a sacrificar a sus últimas vacas y comerse incluso las pezuñas, a matar a sus perros y comérselos, y a aprovechar incluso las aves y los conejos. De ser así, tendríamos que preguntarnos por qué los arqueólogos no encontraron también los esqueletos de los últimos noruegos en aquellas casas asoladas. Sospecho que a Ivan Barclarsoa se le olvidó mencionar que su grupo del asentamiento oriental realizó una limpieza del asentamiento occidental y dio cristiana sepultura a los cuerpos de sus parientes; o, por otra parte, quizá el copista que recogió y abrevió el original perdido de Bardarson omitió el relato que aquel hizo de la limpieza.

Por lo que respecta al final del asentamiento oriental, la última travesía a Groenlandia del navío real comercial prometido por el rey de Noruega tuvo lugar en 1368; aquella embarcación se hundió al año siguiente. Desde ese momento en adelante, solo disponemos de registros de otras cuatro travesías a Groenlandia (en 1381, 1382, 1385 y 1406), todas ellas de embarcaciones privadas cuyos capitanes afirmaron que su verdadero destino era Islandia y que habían llegado a Groenlandia de forma accidental como consecuencia de haber perdido el rumbo. Si recordamos que el rey noruego ostentaba derechos exclusivos del comercio con Groenlandia porque era monopolio de la realeza, y que era ilegal que las embarcaciones privadas visitaran Groenlandia, debemos suponer que estos cuatro viajes «accidentales» resultan una asombrosa coincidencia. Es mucho más probable que las afirmaciones hechas por los capitanes de que habían quedado atrapados a su pesar en una densa niebla y habían acabado en Groenlandia por error, eran solo excusas para ocultar sus verdaderas intenciones. Como todos aquellos capitanes sin duda sabían, por aquel entonces eran tan pocos los barcos que visitaban Groenlandia que los groenlandeses estaban desesperados por intercambiar bienes, y los artículos de importación procedentes de Noruega podían venderse en Groenlandia con enormes beneficios. Thorstein Olafsson, capitán del barco de 1406, no pareció haberse entristecido demasiado por su error de navegación, ya que pasó casi cuatro años en Groenlandia antes de regresar a Noruega en 1410.

El capitán Olafsson regresó con tres episodios recientes de la vida de Groenlandia correspondiente a un mismo ámbito informativo. En primer lugar, un hombre llamado Kolgrim fue quemado en la hoguera en 1407 por haber utilizado la brujería para seducir a una mujer llamada Steinunn, hija del agente del orden Ravn y esposa de Thorgrim Sólvason. En segundo lugar, la pobre Steinunn se volvió loca y murió. Finalmente, el propio Olafsson y una joven del lugar llamada Sigrid Bjornsdotter se casaron en la iglesia de Hvalsey el 14 de septiembre de 1408, de cuya ceremonia fueron testigos Brand Halldorsson, Thord Jorundarson, Thorbjorn Bardarson y Jon Jonsson, una vez que las amonestaciones matrimoniales fueron publicadas por la feliz pareja tres domingos antes y nadie hubo objetado nada. Esas lacónicas descripciones de quemados en la hoguera, locura y matrimonio son sencillamente los sucesos habituales en cualquier sociedad cristiana europea y no dan a entender ningún tipo de problema. Son las últimas noticias escritas confirmadas de la Groenlandia noruega.

No sabemos con exactitud cuándo desapareció el asentamiento oriental. Entre los años 1400 y 1420 el clima del Atlántico Norte se volvió más frío y tormentoso y ya no aparecen referencias al tráfico marítimo hacia Groenlandia. Una datación mediante radiocarbono fechada en 1435 del vestido de una mujer hallada en el camposanto de la iglesia de Herjolfsnes hace pensar que algunos noruegos pudieron haber sobrevivido durante algunos decenios desde que regresara el último barco de Groenlandia en 1410, pero no deberíamos hacer mucho énfasis en esa fecha de 1435 debido a la variación estadística de varios decenios que sufre la datación mediante radiocarbono. No volvemos a disponer de noticias ciertas transmitidas por visitantes europeos posteriores hasta el período comprendido entre 1576 y 1587, en el cual los exploradores ingleses Martin Frobisher y John Davis divisaron Groenlandia y desembarcaron en ella, encontraron a inuit, quedaron muy impresionados por su destreza y tecnología, comerciaron con ellos y raptaron a algunos para exhibirlos en Inglaterra. En 1607 una expedición danesa-noruega se dirigió específicamente a visitar el asentamiento oriental, pero, confundida por el nombre, supuso que se encontraba en la costa oriental de Groenlandia y por tanto no halló ninguna evidencia de los noruegos. Desde entonces, a lo largo del siglo XVII hubo más expediciones danesas-noruegas y balleneros holandeses e ingleses que se detuvieron en Groenlandia y raptaron a más inuit, a los cuales se consideraba simplemente (lo cual resulta hoy día incomprensible) nada más que descendientes de los vikingos rubios y de ojos azules, a pesar de su apariencia física e idioma completamente diferentes.

Finalmente, en 1721 el misionero luterano noruego Hans Egede navegó hasta Groenlandia convencido de que los inuit raptados eran realmente católicos noruegos que habían sido abandonados por Europa antes de la Reforma, se habían vuelto a convertir al paganismo y ahora debían de estar impacientes por que un misionero cristiano los convirtiera al luteranismo. Por casualidad desembarcó en primer lugar en los fiordos del asentamiento occidental, donde para su sorpresa solo encontró personas que eran claramente inuit y no noruegas, pero que le mostraron las ruinas de antiguas granjas noruegas. Convencido todavía de que el asentamiento oriental se encontraba en la costa este de Groenlandia, Egede buscó allí y no encontró ningún signo de la existencia de noruegos. En 1723, los inuit le mostraron ruinas vikingas más extensas, entre las que se encontraban la iglesia de Hvalsey, en la costa sudoriental, en el emplazamiento de lo que hoy día conocemos como asentamiento oriental. Eso le obligó a reconocer que la colonia noruega en realidad había desaparecido, e inició una investigación para dar una respuesta al misterio. Egede recogió de los inuit recuerdos transmitidos de forma oral sobre la alternancia de períodos de relaciones hostiles y amistosas con la antigua población noruega, y se preguntó si los noruegos habían sido exterminados por los inuit. Desde entonces, diversas generaciones de visitantes y arqueólogos han estado tratando de averiguar la respuesta.

Seamos claros para definir con precisión a qué se refiere el misterio. Las causas últimas de la decadencia de los noruegos no están en duda, y las investigaciones arqueológicas de las capas más superficiales del asentamiento occidental nos revelan algo acerca de las causas directas del ocaso durante el último año allí. Pero no disponemos de información equivalente acerca de lo que sucedió durante el último año de existencia del asentamiento oriental, ya que sus capas más superficiales no han sido analizadas. Una vez llegados aquí, no puedo evitar dar un poco de cuerpo a ese final con alguna especulación.

En mi opinión, el derrumbamiento del asentamiento oriental debió de ser repentino en lugar de suave, al igual que el súbito colapso de la Unión Soviética y del asentamiento occidental. La sociedad de los noruegos de Groenlandia era un castillo de naipes en frágil equilibrio cuya capacidad de mantenerse en pie dependía, en última instancia, de la autoridad de la Iglesia y de los jefes. El respeto hacia ambas autoridades habría declinado cuando los prometidos barcos procedentes de Noruega dejaran de llegar y el clima se fuera volviendo más frío. El último obispo de Groenlandia murió alrededor de 1378, y no llegó para reemplazarlo ningún obispo nuevo procedente de Noruega. Pero la legitimidad social de la sociedad noruega dependía del adecuado funcionamiento de la Iglesia: los sacerdotes tenían que ser ordenados por un obispo, y sin sacerdotes ordenados no había bautizos, matrimonios ni cristiana sepultura. ¿Cómo pudo continuar funcionando esa sociedad cuando murieran los últimos sacerdotes ordenados por el último obispo? De manera análoga, la autoridad de un jefe dependía de que en los tiempos difíciles dispusiera de recursos para distribuir entre sus partidarios. Si las personas de las granjas pobres se morían de hambre mientras el jefe sobrevivía en una granja adyacente más rica, ¿habrían seguido obedeciendo los granjeros pobres a su jefe hasta el último aliento?

Comparado con el asentamiento occidental, el asentamiento oriental se encontraba mucho más al sur, era más rentable para la producción de heno, mantenía a más habitantes (cuatro mil en lugar de solo mil) y, por tanto, corría menor riesgo de venirse abajo. Por supuesto, un clima más frío era a largo plazo tan malo para el asentamiento oriental como para el occidental: la única diferencia era que en el asentamiento oriental haría falta una serie más larga de años fríos para mermar las cabañas de ganado y matar de hambre a la población. Podemos imaginarnos las granjas menos rentables del asentamiento oriental pasando hambre. Pero ¿qué habría sucedido en Gardar, en cuyos dos establos cabían 160 vacas y que disponía de incontables manadas de ovejas?

Yo diría que, al final, Gardar era como un bote salvavidas abarrotado. Cuando la producción de heno decayó y el ganado había muerto todo o estaba siendo consumido como carne en las granjas más pobres del asentamiento oriental, sus colonos habrían tratado de abrirse paso a empujones hacia las mejores granjas, que todavía dispondrían de algunos animales: Brattahlid, Hvalsey, Herjolfsnes y, por último, Gardar. La autoridad de los cargos eclesiásticos de la catedral de Gardar o del jefe terrateniente de aquel lugar habría continuado reconociéndose siempre que estos y Dios Todopoderoso continuaran velando visiblemente por sus parroquianos y seguidores. Pero el hambre y las enfermedades asociadas a ella habrían producido una crisis en el respeto a la autoridad, de forma parecida a como lo describía el historiador griego Tucídides en su espantoso relato de la epidemia de Atenas dos mil años antes. En Gardar debió de producirse una secuencia prolongada de muertes por hambre, y los numerosos jefes y cargos eclesiásticos ya no podrían impedir que sacrificaran a la última res y la última oveja. Los suministros de Gardar, que podrían haber bastado para mantener vivos a sus propios habitantes si se hubiera impedido el paso a todos los vecinos, se habrían agotado durante el último invierno, cuando todo el mundo trataba de subir al bote salvavidas abarrotado, comiéndose los perros, el ganado recién nacido y hasta las pezuñas de las vacas, como habían hecho al final en el asentamiento occidental.

Plasmo esta escena de Gardar de forma similar a aquella otra que tuvo lugar en 1991 en la ciudad en que vivo, Los Ángeles, durante la época de los denominados «disturbios de Rodney King». En aquel momento la absolución de varios policías juzgados por golpear con brutalidad a un vagabundo provocó que miles de personas enfurecidas de los barrios pobres se echaran a las calles para saquear negocios y barrios ricos. Los numerosos policías no pudieron hacer nada más que levantar barreras de alerta con cinta de plástico amarillo en las carreteras que llevaban a los barrios ricos, en un fútil gesto destinado a impedir el paso a los saqueadores. En la actualidad estamos siendo testigos con cada vez mayor frecuencia de fenómenos similares a escala global cuando vemos el goteo de inmigrantes ilegales procedentes de los países pobres camino de los botes salvavidas que representan los países ricos y nuestro control de fronteras no se revela más capaz de detener esa afluencia que los jefes de Gardar o la cinta amarilla de Los Ángeles. Este paralelismo nos proporciona otra razón para no desestimar el destino de los noruegos de Groenlandia porque pensemos que, comparada con la mayor envergadura de nuestra sociedad, se trataba simplemente de una sociedad pequeña y periférica en un entorno frágil e irrelevante. El asentamiento oriental también era más grande que el occidental, pero el resultado fue el mismo; simplemente tardó más tiempo en producirse.

¿Estaban condenados al fracaso desde un principio los noruegos de Groenlandia por tratar de poner en práctica una forma de vida que no tenía posibilidad de éxito, de tal forma que solo era una cuestión de tiempo que se murieran de hambre? ¿Se encontraban en insalvable desventaja en comparación con todos los pueblos indígenas americanos cazadores-recolectores que habían poblado Groenlandia de forma intermitente durante millares de años antes de que llegaran los noruegos?

No lo creo. Recordemos que antes de los inuit hubo al menos cuatro oleadas de indígenas americanos cazadores-recolectores que habían llegado a Groenlandia procedentes del Ártico canadiense y que habían muerto uno tras otro. Ello se debe a que las fluctuaciones climáticas en el Ártico originan migraciones de las especies de presa esenciales para mantener a los cazadores humanos —los caribús, las focas y las ballenas—, cuyo número sufre grandes oscilaciones y que periódicamente abandonan territorios enteros. Aunque los inuit han pervivido en Groenlandia durante ocho siglos, ellos también estuvieron sometidos a las fluctuaciones de las cifras de especies que se podían capturar. Los arqueólogos han descubierto muchas viviendas inuit selladas, como cápsulas procedentes de un tiempo remoto, que contenían los cuerpos de familias enteras de inuit que murieron de hambre en la casa durante un invierno crudo. En la época colonial danesa, a menudo sucedía que un inuit se aproximara tambaleante a un asentamiento danés diciendo que él o ella era el último superviviente de algún asentamiento inuit cuyos integrantes habían muerto todos de hambre.

Comparados con los inuit y con todas las sociedades cazadoras-recolectoras anteriores de Groenlandia, los noruegos gozaron de la gran ventaja de disponer de una fuente de alimento adicional: el ganado. En efecto, el único uso que aquellos cazadores indígenas americanos podían hacer de la productividad biológica de las comunidades vegetales de las tierras de Groenlandia era cazar los caribús (más las liebres, que constituían un elemento secundario de la dieta) que se alimentaban de las plantas. Los noruegos también comían caribús y liebres, pero además permitían que sus vacas, ovejas y cabras convirtieran las plantas en leche y carne. En ese aspecto los noruegos disponían de una base alimentaria potencialmente mucho más amplia y, por tanto, de más oportunidades de sobrevivir que cualesquiera otros ocupantes anteriores de Groenlandia. Los noruegos podrían haber sobrevivido si, además de comer muchos de los alimentos silvestres que consumían las sociedades indígenas americanas de Groenlandia (sobre todo el caribú, las focas en migración y las focas comunes), se hubieran aprovechado también de los demás alimentos silvestres que consumían los indígenas americanos pero que ellos no aprovecharon (sobre todo el pescado, las focas oceladas y otras ballenas que no fueran las que quedaban varadas en las playas). Que no cazaran las focas oceladas, el pescado y las ballenas que debieron de haber visto cazar a los inuit respondía tan solo a una decisión suya. Los noruegos pasaron hambre en presencia de abundantes recursos alimentarios sin aprovechar. ¿Por qué tomaron esa decisión que vista de forma retrospectiva parece suicida?

En realidad, desde la perspectiva de sus propias percepciones, valores y experiencia anteriores, esa decisión de los noruegos no era más suicida que otras nuestras hoy día. Cuatro conjuntos de consideraciones determinaron su actitud. En primer lugar, es difícil ganarse la vida en el variable entorno de Groenlandia, incluso en opinión de los ecólogos e ingenieros agrarios actuales. Los noruegos tuvieron la suerte o la desgracia de llegar a Groenlandia en una época en que el clima era relativamente suave. Como no habían vivido allí durante los mil años anteriores, no tenían ninguna experiencia de que hubiera una serie de ciclos en los que se alternara el clima frío y el clima cálido, y tampoco tenían modo alguno de prever las posteriores dificultades para mantener el ganado cuando el clima de Groenlandia atravesara un ciclo de clima frío. Cuando los daneses del siglo XX volvieron a introducir en Groenlandia las ovejas y las vacas, también ellos cometieron errores, produjeron erosión del suelo por abuso de pastoreo de ovejas y abandonaron enseguida las vacas. La Groenlandia moderna no es autosuficiente, sino que depende en gran medida de la ayuda exterior danesa y del pago de licencias de pesca de la Unión Europea. Por tanto, incluso comparado con los niveles actuales, el hecho de que los noruegos medievales lograran desarrollar una compleja mezcla de actividades que les permitiera alimentarse durante 450 años resulta impresionante y en modo alguno suicida.

En segundo lugar, los noruegos no llegaron a Groenlandia con la mente como una tabla rasa, abierta a valorar cualquier posible solución a los problemas de Groenlandia. Por el contrario, al igual que todos los pueblos colonizadores de la historia, llegaron con su propio bagaje de conocimientos, valores culturales y forma de vida predilecta, basado en generaciones de experiencia nórdica en Noruega e Islandia. Se consideraban a sí mismos lecheros, cristianos, europeos y, más concretamente, noruegos. Sus antepasados noruegos habían practicado con éxito la lechería durante tres mil años. El idioma, la religión y la cultura compartidas los ataban a Noruega, del mismo modo que esos mismos atributos ataron durante siglos a los estadounidenses y los australianos a Gran Bretaña. Todos los obispos de Groenlandia fueron noruegos destinados a Groenlandia, en lugar de noruegos que hubieran nacido en Groenlandia. Sin esos valores escandinavos compartidos los noruegos no podrían haber cooperado para sobrevivir en Groenlandia. A la luz de todo ello la inversión que hicieron en las vacas, en la caza en Nordrseta y en las iglesias resulta comprensible aun cuando con criterios estrictamente económicos quizá no hubieran resultado ser lo mejor a lo que los noruegos pudieran dedicar sus energías. Los noruegos quedaron debilitados por la misma condición social que les había permitido dominar las dificultades de Groenlandia. Esto se revela como un tema común a lo largo de la historia y también en el mundo actual, como ya vimos en relación con Montana (véase el capítulo 1): los valores a los que las personas se aferran con obstinación bajo condiciones desfavorables son aquellos que con anterioridad constituyeron la fuente de sus mayores logros frente a la adversidad. Volveremos sobre este dilema en el próximo capítulo, cuando analicemos las sociedades que triunfaron averiguando cuáles de sus valores esenciales podían conservar.

En tercer lugar, los noruegos, al igual que otros cristianos europeos de la Edad Media, desdeñaban a los pueblos paganos no europeos y carecían de experiencia acerca de cómo enfrentarse mejor a ellos. Solo tras la era de las grandes exploraciones, que se inició con el viaje de Colón de 1492, aprendieron los europeos formas maquiavélicas de explotar a los pueblos indígenas en beneficio propio, pese a que continuaban despreciándolos. De ahí que los noruegos se negaran a aprender de los inuit y con toda probabilidad se comportaran con ellos de formas tales que les garantizaron su enemistad. Muchos grupos posteriores de europeos perecieron en el Ártico de forma similar por haber ignorado o haberse enfrentado a los inuit, de los cuales el más famoso es el compuesto por los 138 británicos integrantes de la ambiciosa y bien equipada expedición de Franklin de 1845, en la que murieron todos y cada uno de ellos mientras trataban de atravesar territorios del Ártico canadiense habitados por los inuit. Los exploradores y colonizadores europeos que más éxito tuvieron en el Ártico fueron aquellos que adoptaron de forma más exhaustiva las maneras de los inuit, como Robert Peary y Roald Amundsen.

Por último, el poder en la Groenlandia noruega se concentraba en lo más alto, en manos de los jefes y clérigos. Ellos poseían la mayor parte de la tierra (incluidas las mejores granjas), eran dueños de las embarcaciones y controlaban el comercio con Europa. Decidieron dedicar gran parte de ese comercio a importar bienes que les proporcionaran prestigio a ellos: artículos de lujo para las viviendas más ricas, vestimentas y joyas para los clérigos, y campanas y vidrieras para las iglesias. El uso que asignaron a las pocas embarcaciones de que disponían fue el de la caza en Nordrseta con el fin de obtener las exportaciones de lujo (como el marfil y las pieles de oso polar) con las que pagar por aquellas importaciones. Los jefes tenían dos motivos para mantener grandes cabañas de ovejas que podían deteriorar la tierra por el excesivo pastoreo: una era la lana, que constituía otra de las principales exportaciones con las que pagar las importaciones; y la otra era que las ovejas aumentaban las probabilidades de que los granjeros independientes, dueños de las tierras en las que los animales pacieran en exceso, se vieran obligados a pasar a ser arrendatarios y, con ello, convertirse en partidarios de un jefe que competía con otros jefes. Muchas posibles innovaciones podrían haber contribuido a mejorar las condiciones materiales de los noruegos en Groenlandia, como, por ejemplo, importar más hierro y menos artículos de lujo, destinar más tiempo de navegación a viajar a Markland con el fin de obtener hierro y madera, o copiar (de los inuit) o inventar unas embarcaciones distintas y unas técnicas de caza diferentes. Pero esas innovaciones podrían haber amenazado el poder, el prestigio y los limitados intereses de los jefes. En la sociedad estrechamente controlada e interdependiente de la Groenlandia noruega, los jefes ocupaban una posición desde la que impedían que otros miembros de la comunidad pusieran a prueba este tipo de innovaciones.

Así pues, la estructura de la sociedad de los noruegos de Groenlandia produjo un conflicto entre los intereses a corto plazo de quienes detentaban el poder y los intereses a largo plazo de la sociedad en su conjunto. Gran parte de lo que los jefes y los clérigos apreciaban demostró ser en última instancia perjudicial para la sociedad. De manera que los valores de esa sociedad eran tanto la base de su fortaleza como de su debilidad. Los noruegos de Groenlandia sí consiguieron crear una forma única de sociedad europea y sobrevivir durante 450 años siendo la avanzadilla más remota de Europa. Nosotros, los estadounidenses actuales, no deberíamos apresurarnos a calificarlos de fracasados, ya que su sociedad sobrevivió en Groenlandia más tiempo que el que nuestra sociedad anglohablante ha sobrevivido hasta el momento en América del Norte. En el último momento, sin embargo, los jefes descubrieron que no tenían seguidores. El último derecho que habían conservado para sí era el privilegio de ser los últimos en morir de hambre.