La desaparición de los mayas
Los misterios de las ciudades perdidas * El medio ambiente maya * La agricultura maya * La historia maya * Copán * Complejidades de los colapsos * Guerras y sequías * Ocaso en las tierras bajas del sur * El mensaje maya
Millones de turistas modernos han visitado hasta la fecha las ruinas de la antigua civilización maya, que se vino abajo hace aproximadamente mil años, en la península mexicana de Yucatán y en otras zonas adyacentes de América Central. A todos nos atrae el romanticismo del misterio, y los mayas depositan uno de ellos a nuestras puertas, casi tan cerca de los estadounidenses como las ruinas de los anasazi. Para visitar una antigua ciudad maya basta con embarcarse en un vuelo directo desde Estados Unidos hasta la moderna capital de estado mexicana de Mérida, tomar un coche de alquiler o un microbús y conducir durante una hora por una autopista bien asfaltada (véase el mapa).
Emplazamientos mayas
Hoy día, muchas ruinas mayas, con sus grandiosos templos y monumentos, están todavía rodeadas por la jungla, lejos de los actuales asentamientos humanos. Sin embargo, en otro tiempo fueron los emplazamientos de la civilización indígena americana más avanzada del Nuevo Mundo antes de la llegada de los europeos, y la única con textos escritos de consideración que han sido descifrados. ¿Cómo pudieron haber alimentado estos pueblos de la Antigüedad sociedades urbanas en zonas donde hoy día pocos agricultores pueden a duras penas ganarse la vida? Las ciudades mayas nos impresionan no solo por ese misterio y esa belleza suyas, sino también porque constituyen yacimientos arqueológicos «puros». Es decir, los lugares en que estaban ubicadas se despoblaron, de modo que no quedaron enterrados por edificaciones posteriores, como les sucedió a muchas otras ciudades de la Antigüedad, como, por ejemplo, a la capital azteca de Tenochtitlán (en la actualidad enterrada bajo la moderna México D. F.) o a Roma.
Las ciudades mayas permanecieron desiertas, ocultas por los árboles y prácticamente ignoradas por el mundo exterior hasta que en 1839 fueron redescubiertas por un rico abogado estadounidense llamado John Stephens, junto con el dibujante inglés Frederick Catherwood. Tras oír rumores de que en la jungla había ruinas, Stephens consiguió que el presidente Martin van Buren lo nombrara embajador en la Confederación de Repúblicas Centroamericanas, una entidad política amorfa que entonces abarcaba desde la actual Guatemala hasta Nicaragua, como excusa para llevar a cabo sus exploraciones arqueológicas. Stephens y Catherwood acabaron explorando cuarenta y cuatro emplazamientos y ciudades. Al ver la extraordinaria calidad de sus edificaciones y su arte, se dieron cuenta de que todo aquello no era obra de salvajes (según sus palabras) sino de una civilización avanzada, ya desaparecida. Reconocieron que algunos de los relieves de los monumentos de piedra constituían escritura, y supusieron con acierto que relataban acontecimientos históricos en los que se reflejaban los nombres de las personas implicadas. A su vuelta, Stephens escribió dos libros de viajes ilustrados por Catherwood en los que describía las ruinas y que llegaron a ser grandes éxitos de venta.
Citar unos pocos fragmentos de los escritos de Stephens dará una idea del atractivo romántico de los mayas: «La ciudad estaba desierta. Entre las ruinas no se veía ningún rastro de esta raza, que transmitía sus tradiciones de padres a hijos y de una generación a otra. Ante nosotros se extendía como un bajel desvencijado en mitad del océano, con su palo mayor desaparecido, el nombre borrado, la tripulación muerta y nadie que nos dijera de dónde venía, a quién pertenecía, cuánto tiempo llevaba navegando o qué fue lo que originó su destrucción… La arquitectura, la escultura, la pintura… todas las artes que adornan la vida habían florecido en este espeso bosque; oradores, guerreros y hombres de Estado; belleza, ambición y gloria habían vivido y perecido allí, y nadie sabía que estas cosas hubieran existido ni podía dar razón de su antigua existencia… Allí yacían los restos de un pueblo cultivado, refinado y peculiar que había atravesado todas las etapas que conforman el auge y la caída de las naciones; habían alcanzado su edad de oro y habían fenecido… Llegamos hasta sus templos desolados y sus altares abatidos; y a dondequiera que fuéramos veíamos las pruebas de su buen gusto, de su destreza en las artes… Invocamos al curioso pueblo que nos contemplaba entristecido desde sus muros; lo imaginamos con atuendos extravagantes y adornados con penachos de plumas ascendiendo por las gradas del palacio y las escalinatas que conducían a los templos… En la gran aventura de la historia del mundo nunca nada me impresionó tanto como el espectáculo de esta en otro tiempo magnífica y encantadora ciudad desolada, desierta y abandonada…, cubierta de maleza boscosa en varios kilómetros a su alrededor, y sin siquiera un nombre que la distinguiera». Estas impresiones son las que los turistas atraídos por las ruinas mayas reciben todavía hoy día, y es la razón por la que el ocaso de los mayas nos resulta tan fascinante.
La historia maya nos brinda algunas ventajas a todos aquellos que estamos interesados en la desaparición de culturas del pasado. En primer lugar, aunque los registros escritos que nos han quedado de los mayas son descorazonadoramente incompletos, resultan no obstante útiles para reconstruir la historia de este pueblo con mucho mayor detalle de lo que podemos reconstruir la historia de la isla de Pascua, o incluso la de los anasazi mediante los anillos de los árboles y las paleomadrigueras de la zona. El grandioso arte y arquitectura de las ciudades mayas ha dado lugar a que el número de arqueólogos que estudia a los mayas sea muy superior al que se podría esperar si este hubiera sido un pueblo de simples cazadores-recolectores analfabetos que hubieran vivido en chozas arqueológicamente invisibles. Los climatólogos y paleoecólogos han conseguido reconocer recientemente varias señales de antiguos cambios climáticos y medioambientales que intervinieron en la desaparición de los mayas. Por último, hoy día todavía hay personas con cultura maya que viven en su antigua tierra natal y hablan lenguas mayas. Como gran parte de la cultura maya antigua sobrevivió al desastre, los primeros visitantes europeos de aquellas tierras recogieron alguna información sobre la sociedad maya de la época que ha desempeñado un papel esencial en nuestra comprensión de la antigua sociedad maya. El primer contacto maya con los europeos se produjo ya en 1502, solo diez años después del «descubrimiento» del Nuevo Mundo por parte de Cristóbal Colón, cuando en el último de sus cuatro viajes Colón interceptó una canoa comercial que debía de ser maya. En 1527 los españoles comenzaron a conquistar con gran esfuerzo a los mayas, pero hasta 1697 no sometieron al último principado. Por tanto, los españoles tuvieron la ocasión de contemplar cómo se desenvolvieron las sociedades mayas de forma independiente durante un período de casi dos siglos.
Adquirió una relevancia particularmente importante, tanto para lo bueno como para lo malo, el obispo Diego de Landa, que vivió en la península de Yucatán durante la mayor parte de los años comprendidos entre 1549 y 1578. Por una parte, en uno de los peores actos de vandalismo cultural de la historia quemó todos los manuscritos mayas que pudo localizar en su afán de acabar con el «paganismo», de modo que en la actualidad solo nos quedan cuatro de estos manuscritos. Por otra, realizó una descripción detallada de la sociedad maya y recibió de un informante una confusa explicación acerca de la escritura maya que posteriormente, casi cuatro siglos después, demostró contener pistas para que pudiera ser descifrada.
Una razón adicional para que dediquemos un capítulo a los mayas reside en que representan un antídoto para nuestros anteriores capítulos de las sociedades del pasado, que están dedicados a sociedades desproporcionadamente pequeñas en lo que serían entornos frágiles y geográficamente aislados, así como retrasadas en relación con los últimos avances tecnológicos y culturales de sus épocas. Los mayas no se parecían en nada a esto. Por el contrario, desde el punto de vista cultural constituyeron la sociedad más avanzada (o una de las más avanzadas) del Nuevo Mundo precolombino, la única de la que nos han quedado registros escritos de consideración, y se localizaba en uno de los dos núcleos de civilización del Nuevo Mundo (Mesoamérica). Aunque su entorno sí presentaba algunos problemas derivados de su suelo cárstico y de las precipitaciones impredeciblemente variables, no destaca por ser exageradamente frágil para la media del mundo en su conjunto, y era sin duda menos frágil que los entornos de la isla de Pascua, del territorio anasazi, de Groenlandia o de la moderna Australia. Para no incurrir en el error de pensar que solo existe riesgo de desaparición para aquellas sociedades pequeñas y periféricas que se encuentran en entornos vulnerables, los mayas se encargan de advertirnos de que las sociedades más avanzadas y creativas también pueden sufrir colapsos.
En relación con el marco de cinco elementos con el que tratamos de explicar el ocaso de las sociedades, los mayas ilustran la interacción de cuatro de ellos. Sí deterioraron su entorno, especialmente con la deforestación y la erosión. Los cambios climáticos (las sequías) sí contribuyeron al ocaso maya, y probablemente de forma reiterada. La hostilidad entre los propios mayas sí desempeñó un papel importante. Y, por último, también intervinieron los factores político-culturales, particularmente la competencia entre reyes y nobles que desembocó en un énfasis crónico en la guerra y en la erección de monumentos antes que en la resolución de los problemas subyacentes. El elemento que falta de los incluidos en nuestra lista de cinco puntos, el comercio o el cese del comercio con sociedades externas amistosas, no parece haber sido esencial en el sostenimiento de los mayas ni en el desencadenamiento de su caída. Aunque al territorio maya se importaba obsidiana (su materia prima predilecta para fabricar utensilios de piedra), jade, oro y conchas, los últimos tres artículos eran bienes de lujo no esenciales. Los utensilios de obsidiana siguieron distribuyéndose de forma generalizada en el territorio maya mucho después de su colapso político, de modo que, evidentemente, nunca hubo escasez de obsidiana.
Para comprender a los mayas, comencemos por valorar el entorno en que vivían, del cual tenemos tendencia a pensar que es una «jungla» o «bosque tropical». Pero esto no es cierto, y la razón por la que no lo es se revela importante. Para ser exactos, los bosques tropicales se dan en zonas ecuatoriales con alta pluviosidad que retienen el agua o la humedad durante todo el año. Pero el territorio maya se encuentra a más de mil seiscientos kilómetros del Ecuador, entre las latitudes 17° y 22° norte, en un hábitat denominado «bosque tropical estacional». Es decir, que aunque suele haber una estación lluviosa comprendida entre los meses de mayo y octubre, también hay una estación seca que se prolonga desde enero hasta abril. Si nos centramos en los meses húmedos, denominamos al territorio maya «bosque tropical estacional»; si nos centramos en los meses secos, podríamos calificarlo, por el contrario, de «desierto estacional».
Conforme nos desplazamos de norte a sur por la península de Yucatán, la pluviosidad pasa de 460 a 3050 milímetros anuales, y los suelos van adquiriendo más espesor, de manera que el sur de la península era desde el punto de vista agrícola más productivo y soportaba densidades de población más altas. Pero la lluvia en territorio maya es impredeciblemente variable en función del año; algunos años recientes han descargado el triple o el cuádruple de lluvia que otros años. Además, el calendario de lluvias anuales es un tanto imprevisible, de manera que puede suceder fácilmente que los agricultores planten sus cultivos confiando en que llueva y luego las lluvias no lleguen cuando se las espera. Como consecuencia de ello, los agricultores modernos que tratan de cultivar maíz en las antiguas tierras mayas sufren con frecuencia los avatares de la pérdida de cosechas, especialmente en el norte. Podemos suponer que los antiguos mayas tenían más experiencia y acertaban más, pero, no obstante, también debieron de haber afrontado los riesgos de perder las cosechas debido a las sequías y los huracanes.
Aunque las zonas mayas del sur recibían más lluvia que las del norte, los problemas de agua eran paradójicamente más graves en el sur húmedo. Y aunque eso dificultaba que los antiguos mayas vivieran en el sur, también pone las cosas más difíciles a los arqueólogos modernos, que encuentran dificultades para comprender por qué las sequías habrían originado mayores problemas en el sur húmedo que en el norte seco. La probable explicación de ello reside en que bajo la península de Yucatán hay una bolsa de agua dulce, pero como la altura del terreno aumenta de norte a sur, a medida que nos desplazamos hacia el sur la superficie terrestre está cada vez más alta sobre el nivel del mar. En el norte de la península, la cota de agua se encuentra lo suficientemente próxima como para que los antiguos mayas pudieran llegar a la capa freática excavando hondas piletas denominadas «cenotes» o cuevas profundas; todos los turistas que hayan visitado la ciudad maya de Chichén Itzá recordarán los grandes cenotes que hay allí. En las zonas costeras del norte, a menor altitud, los mayas pueden haber conseguido descender hasta la capa freática perforando pozos de hasta 23 metros de profundidad. Se puede acceder fácilmente al agua en muchas zonas de Belice que cuentan con ríos, a lo largo del río Usumacinta en el oeste y en torno a unos cuantos lagos de la región del Petén, al sur. Pero gran parte del sur está a demasiada altitud sobre la capa freática para que los cenotes o los pozos lleguen hasta ella. Para empeorar aún más las cosas, la mayor parte de la península de Yucatán está compuesta de Karst, un terreno calizo y poroso parecido a una esponja en el que la lluvia se filtra inmediatamente en el suelo y no queda ninguna o muy poca agua superficial útil.
¿Cómo abordaron aquellas densas poblaciones mayas del sur los consiguientes problemas de agua? Inicialmente nos sorprende que muchas de sus ciudades no se alzaran en las inmediaciones de los pocos ríos existentes, sino, por el contrario, en los promontorios de las onduladas tierras altas. La explicación reside en que los mayas excavaban depresiones o modificaban las depresiones naturales y después las filtraciones del Karst enluciendo el fondo de las hondonadas. Así construían cisternas y depósitos que recogían el agua de las lluvias de grandes cuencas de captación, también enlucidas, y la almacenaban para utilizarla durante la estación seca. Por ejemplo, los depósitos de la ciudad maya de Tikal albergaban agua suficiente para satisfacer las necesidades de agua potable de aproximadamente diez mil personas durante un período de dieciocho meses. En la ciudad de Coba los mayas construyeron diques alrededor de un lago con el fin de aumentar su capacidad y prolongar más el abastecimiento de agua. Pero los habitantes de Tikal y de las demás ciudades que dependían de estos depósitos para disponer de agua potable se habrían visto, aun así, en graves problemas si durante una sequía prolongada pasaban dieciocho meses sin lluvias. Una sequía más corta en la que agotaran sus reservas de alimentos almacenados los habría puesto ya en serios problemas de hambruna, puesto que cosechar exigía más lluvia que depósitos de agua.
De particular importancia para nuestros propósitos son los detalles de la agricultura maya, que se basaba en cultivos domesticados en México; concretamente en el maíz y en los frijoles, estos últimos los segundos en importancia. Tanto para las elites como para los aldeanos comunes el maíz constituía al menos el 70 por ciento de la dieta, tal como se deduce de los análisis de isótopos de los esqueletos mayas antiguos. Los únicos animales domésticos de que disponían eran el perro, el pavo, el pato almizclado y una abeja sin aguijón que les proporcionaba miel; aunque la fuente de carne animal más importante era el venado que cazaban, más el pescado en algunos emplazamientos. Sin embargo, los pocos huesos de animales de los yacimientos arqueológicos mayas muestran que la cantidad de carne de que disponían era muy limitada. La carne de venado era esencialmente un artículo de lujo para las elites.
Anteriormente se creía que la agricultura maya era la denominada «de tala y quema» (también conocida como «agricultura itinerante»), según la cual se tala y se quema un bosque y se cultiva el terreno resultante durante uno o varios años hasta que el suelo se agota; después se abandona la tierra a un largo período de barbecho de quince o veinte años, hasta que el crecimiento de nueva vegetación salvaje restablece la fertilidad del suelo. Como la mayor parte del paisaje que resulta de un sistema de agricultura itinerante se encuentra en período de barbecho en un determinado momento, solo puede sustentar densidades de población modestas. Por tanto, para los arqueólogos fue una sorpresa descubrir que las densidades de población de los antiguos mayas eran por regla general mucho mayores de lo que podía soportar la agricultura itinerante. Las cifras reales son objeto de enorme disputa y, evidentemente varían de una zona a otra, pero las estimaciones que se citan habitualmente hablan de entre 150 y 450, o quizá incluso 900, habitantes por kilómetro cuadrado. (Para disponer de alguna referencia, diremos que en la actualidad incluso los dos países con mayor densidad de población de África, Ruanda y Burundi, tienen densidades de población de aproximadamente solo 450 y 325 habitantes por kilómetro cuadrado, respectivamente). Por tanto, los antiguos mayas debieron de practicar algunos métodos para incrementar la producción agrícola por encima de lo que permitía la agricultura itinerante únicamente.
En muchas zonas mayas se han encontrado restos de estructuras agrícolas destinadas a incrementar la producción, como laderas de colinas en terraza para preservar el suelo y la humedad, sistemas de irrigación o gran cantidad de canales y campos drenados o elevados. Estos últimos sistemas, que están bien documentados en el mundo y exigen mucho trabajo de construcción pero recompensan el esfuerzo con un gran incremento de la producción agrícola, requieren excavar canales para drenar una zona anegada, fertilizar y elevar el nivel de las zonas de cultivo situadas entre los canales, y después verter sobre ellas estiércol y jacintos de agua extraídos de los propios canales con el fin de evitar que los campos se inunden. Además de recoger las cosechas que cultivaban en los campos, los agricultores de las tierras más altas también «cultivaban» en los canales peces y tortugas (en realidad, los dejaban crecer) para obtener una fuente de alimentos adicional. Sin embargo, otras zonas mayas, como las bien estudiadas ciudades de Copán y Tikal, presentan pocos vestigios arqueológicos que indiquen la existencia de terrazas, algún tipo de regadío o sistemas de elevación o drenaje de campos de cultivo. En lugar de estos métodos, sus habitantes debieron de utilizar otros métodos arqueológicamente invisibles para incrementar la producción agrícola, como el uso de mantillo, la práctica de la agricultura de crecidas, la reducción del tiempo que una tierra se dejaba en barbecho o la roturación del suelo para restablecer la fertilidad; o en casos extremos suprimiendo por completo el período de barbecho y cultivando la tierra todos los años e incluso, en zonas particularmente húmedas, cultivando dos cosechas al año.
Las sociedades estratificadas, entre las que se encuentran las actuales sociedades estadounidense y europea, están compuestas por agricultores que producen alimentos y por no agricultores, como burócratas o soldados, que no producen alimentos sino que, simplemente, consumen los que cultivan los agricultores y son en realidad parásitos de ellos. Por tanto, en toda sociedad estratificada los agricultores deben cultivar un excedente alimentario suficiente para satisfacer no solo sus propias necesidades, sino también las de todos los demás consumidores. El número de consumidores no productivos que se puede mantener depende de la productividad agrícola del suelo. En la actualidad, en Estados Unidos, cuya agricultura es altamente eficiente, los agricultores constituyen solo el 2 por ciento de la población, y cada agricultor puede alimentar a una media de otras 125 personas (a los no agricultores estadounidenses, más una parte de la población de los mercados de exportación exteriores). Si bien la agricultura del antiguo Egipto era mucho menos eficiente que la agricultura mecanizada moderna, también era lo bastante eficiente para que un campesino egipcio produjera cinco veces el alimento que necesitaba para sí mismo y su familia. Pero un campesino maya podía producir solo el doble de sus necesidades y las de su familia. Al menos el 70 por ciento de la sociedad maya estaba constituida por campesinos. Eso se debe a que la agricultura maya sufría varias limitaciones.
En primer lugar, proporcionaba pocas proteínas. El maíz, el cultivo dominante con diferencia, tiene un contenido más bajo en proteínas que los alimentos básicos del Viejo Mundo, el trigo y la cebada. Entre los pocos animales domésticos comestibles ya mencionados no había ninguno que fuera grande, y por tanto proporcionaban mucha menos carne que las vacas, ovejas, cerdos y cabras del Viejo Mundo. Los mayas dependían de un espectro más limitado de cultivos que los agricultores andinos (quienes, además del maíz, disponían también de la patata, la quinua, rica en proteínas, y muchas otras plantas, además de la carne de las llamas), y mucho más limitado aún que la variedad de cultivos de China y Eurasia occidental.
Otra limitación era que la agricultura maya del maíz era menos intensiva y productiva que la de los chinampas de los aztecas (un tipo de agricultura de campos elevados muy productiva), la de los campos en elevación de la civilización tiahuanaco de los Andes, la del regadío de los moche en la costa de Perú o la de labrar los campos con arados tirados por animales de gran parte de Eurasia.
Había una limitación más derivada del clima húmedo del territorio maya, que dificultaba almacenar el maíz por tiempo superior a un año, mientras que los anasazi que vivían en el clima seco del sudoeste de Estados Unidos podían almacenarlo durante tres años.
Por último, a diferencia de los indígenas andinos con sus llamas o de los pueblos del Viejo Mundo con sus caballos, bueyes, mulas o camellos, los mayas no disponían de ningún medio de transporte ni de arados tirados por animales. Todos los cargamentos terrestres de los mayas viajaban a espaldas de porteadores humanos. Pero si para acompañar a un ejército al campo de batalla se envía a un porteador que lleve un cargamento de maíz, parte del mismo hará falta para alimentar al propio porteador durante el viaje de ida, y una pequeña parte más para que se alimente en el viaje de vuelta, lo cual reduce mucho el cargamento que queda disponible para alimentar al ejército. Cuanto más largo sea el viaje, menor parte del cargamento quedará una vez reservado lo necesario para el propio porteador. Más allá de una marcha que se prolongue entre unos pocos días y una semana, enviar porteadores que carguen con maíz para aprovisionar ejércitos o abastecer mercados se convierte en algo antieconómico. Por tanto, la modesta productividad de la agricultura maya y la falta de animales de tiro limitaba gravemente la duración y el alcance geográfico de sus campañas militares.
Tenemos tendencia a pensar que el éxito militar viene determinado por la calidad del armamento antes que por el abastecimiento de alimentos. Pero en la historia de la Nueva Zelanda maorí podemos ver un ejemplo claro de cómo las mejoras en el abastecimiento de alimentos puede incrementar decisivamente el éxito militar. Los maoríes fueron el primer pueblo polinesio que colonizó Nueva Zelanda. Tradicionalmente entablaban frecuentes y feroces guerras entre sí, pero solo contra las tribus vecinas más próximas. Estas guerras se veían limitadas por la modesta productividad de su agricultura, cuyo cultivo básico era la batata. No se podían cultivar batatas suficientes para alimentar a un ejército en el campo de batalla durante mucho tiempo o que estuviera a varias jornadas de marcha. Cuando los europeos llegaron a Nueva Zelanda llevaron consigo las patatas, que a partir de aproximadamente 1815 incrementaron considerablemente el rendimiento de las cosechas maoríes. Ahora los maoríes podían cultivar alimentos suficientes para abastecer ejércitos en el campo de batalla durante muchas semanas. El resultado fue una etapa en la historia maorí, desde 1818 hasta 1833, en que las tribus maoríes que habían obtenido patatas y armas de los ingleses enviaban ejércitos en expedición para atacar tribus situadas a cientos de kilómetros de distancia que todavía no habían obtenido patatas ni armas. Por tanto, la productividad de la patata alivió las anteriores limitaciones de la guerra maorí, similares a las limitaciones que la baja productividad de la agricultura del maíz imponía sobre las guerras de los mayas.
Estas consideraciones sobre el abastecimiento alimentario pueden contribuir a explicar por qué la sociedad maya se mantuvo políticamente dividida en reinos pequeños que estaban en guerra perpetua entre sí y que nunca llegaron a unificarse en grandes imperios como el Imperio azteca del valle de México (alimentado con la ayuda de su agricultura de chinampa y de otras formas de intensificación) o el Imperio inca de los Andes (alimentado por una mayor variedad de cultivos transportados por llamas sobre caminos bien pavimentados). Muchos ejércitos y burocracias mayas continuaron siendo pequeños e incapaces de emprender largas campañas a largas distancias. (Incluso muy posteriormente, en 1848, cuando los mayas se rebelaron contra sus caciques mexicanos y un ejército maya parecía estar al borde de la victoria, dicho ejército tuvo que dejar de combatir y volver a casa para recoger una nueva cosecha de maíz). Muchos reinos mayas albergaban poblaciones de solo entre 25 000 y 50 000 personas, ninguna de más de medio millón, en un radio de distancia que podía cubrirse a pie en dos o tres días desde el palacio del rey. (Las cifras exactas son una vez más objeto de enorme controversia entre los arqueólogos). Desde las cimas de los templos de algunos reinos mayas se podían ver los templos del reino vecino. Muchas ciudades continuaron siendo pequeñas (en su mayoría, de menos de un kilómetro y medio cuadrado de extensión), carecieron de las grandes poblaciones y enormes mercados de Teotihuacán y Tenochtitlán en el valle de México, o de Chan-Chan y Cuzco en Perú, y no dejaron evidencias arqueológicas de la espléndida gestión del almacenamiento y comercio de alimentos que caracterizó a la antigua Grecia y Mesopotamia.
Hagamos ahora un curso intensivo de historia maya. El territorio maya forma parte de una antigua región de indígenas americanos conocida como Mesoamérica, que se extendía aproximadamente desde el centro de México hasta Honduras y constituyó (junto con los Andes de América del Sur) uno de los dos núcleos de innovación del Nuevo Mundo antes de la llegada de los europeos. Los mayas compartían muchas cosas con otras sociedades mesoamericanas no solo en lo que se refería a sus posesiones, sino también a sus carencias. Por ejemplo, sorprendentemente para los actuales occidentales que depositan expectativas infundadas en la civilización del Viejo Mundo, las sociedades mesoamericanas carecían de utensilios de metal, de poleas y demás maquinaria, de ruedas (excepto en algunas zonas y solo en los juguetes), de barcos de vela y de animales domésticos que fueran bastante grandes para poder transportar una carga o tirar de un arado. Todos aquellos grandes templos mayas fueron construidos únicamente a base de piedra, utensilios de madera y fuerza muscular humana.
De los ingredientes que componían la civilización maya, muchos fueron adquiridos por sus habitantes en otros lugares de Mesoamérica. Por ejemplo, la agricultura, las ciudades y la escritura mesoamericanas surgieron por primera vez fuera del propio territorio maya, en los valles y tierras bajas costeras del oeste y sudoeste, donde se domesticaron el maíz, los frijoles y la calabaza para convertirse en elementos importantes de la dieta hacia el año 3000 a. C. Allí apareció la cerámica hacia el año 2500 a. C., las aldeas hacia 1500 a. C., las ciudades olmecas hacia 1200 a. C., la escritura de los zapotecas de Oaxaca aproximadamente en el año 600 a. C. o a partir de esa fecha, y los primeros estados en torno al año 300 a. C. Fuera también del territorio maya aparecieron dos calendarios complementarios, uno solar de 365 días y otro ritual de 260 días. Los demás elementos de la civilización maya fueron inventados, perfeccionados o modificados por los propios mayas.
Dentro del territorio maya, las aldeas y la cerámica aparecieron en torno a o a partir del año 1000 a. C., las edificaciones considerables, en torno al año 500 a. C. y la escritura, hacia el año 400 a. C. Toda la escritura maya antigua que se conserva, que asciende a un total aproximado de quince mil inscripciones, está grabada sobre piedra y cerámica y se ocupa solo de los reyes, los nobles y sus conquistas. No hay ni una sola mención al pueblo llano. Cuando llegaron los españoles, los mayas todavía estaban utilizando papel de amate enlucido para escribir sus libros, de los cuales los únicos cuatro que escaparon al fuego del obispo Landa resultaron ser tratados sobre astronomía y el calendario. Los mayas más antiguos también habían fabricado sus libros con este tipo de papel extraído de corteza vegetal, los cuales a menudo aparecían representados en su cerámica, pero de ellos solo nos han quedado fragmentos deteriorados aparecidos en algunas tumbas.
El famoso calendario maya de la Cuenta Larga se inicia el 11 de agosto de 3114 a. C.; exactamente igual que nuestro calendario empieza el 1 de enero del primer año de la era cristiana. Nosotros conocemos el significado que tiene para nosotros ese día cero de nuestro calendario: es el supuesto comienzo del año en el que nació Cristo. Supuestamente, los mayas también atribuían algún significado a su día cero, pero no sabemos cuál era. Las primeras fechas de la Cuenta Larga que vemos citadas se encuentran inscritas en monumentos y corresponden en el territorio maya solo al año 197 de nuestra era, y fuera del territorio maya al año 36 a. C., lo cual nos indica que el día cero del calendario de la Cuenta Larga continuaba remontándose al 11 de agosto de 3114 a. C., mucho después de los hechos referidos; en aquel remoto momento no había en el Nuevo Mundo ningún tipo de escritura, ni la habría hasta dos mil quinientos años después de aquella fecha.
Nuestro calendario se divide en unidades de días, semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios: por ejemplo, la fecha del 19 de febrero de 2003, en la que escribí el primer borrador de este párrafo, se refiere al día decimonoveno del segundo mes del cuarto año de la primera década del primer siglo del tercer milenio contando desde el nacimiento de Cristo. De manera análoga, el calendario maya de la Cuenta Larga nombraba las fechas en unidades de días (kin), veinte días (uinal), 360 días (tun), 7200 días o aproximadamente veinte años (katunn) y 144 000 días o aproximadamente cuatrocientos años (baktun). Toda la historia maya se desarrolla en los baktuns 8, 9 y 10.
El denominado «período clásico» de la civilización maya comienza en el baktun 8, en torno al año 250 de nuestra era, cuando aparecen evidencias de los primeros reyes y dinastías. Entre los glifos (signos escritos) inscritos en sus monumentos, los estudiosos de la escritura maya reconocieron unas pocas docenas. Cada uno de esos glifos se concentraba en una determinada zona geográfica, y en la actualidad se considera que se referían de forma aproximada a dinastías o reinados. Los reyes mayas contaban con sus propios palacios y con glifos para sus nombres, pero también había muchos nobles que contaban con sus propias inscripciones y palacios. En la sociedad maya el rey ejercía asimismo la función de alto sacerdote y tenía la responsabilidad de celebrar los rituales astronómicos y periódicos para traer las lluvias y la prosperidad, a las cuales el rey afirmaba tener el poder sobrenatural de convocar en virtud de la relación familiar que afirmaba tener con los dioses. Es decir, había un quid pro quo tácito: la razón por la que los campesinos mantenían el lujoso estilo de vida del rey y su corte, lo alimentaban con maíz y carne de venado y construían sus palacios era porque este había hecho implícitamente grandes promesas a los campesinos. Como veremos, los reyes se veían en apuros ante sus campesinos cuando llegaba una sequía, ya que ello equivalía a incumplir una promesa regia.
Desde el año 250 en adelante la población maya (a juzgar por el número de emplazamientos de casas de los que existe testimonio arqueológico), el número de monumentos y edificaciones y el número de fechas del calendario de la Cuenta Larga inscritas en monumentos y cerámica se incrementó de forma casi exponencial hasta alcanzar las cifras más elevadas en el siglo VIII. Los monumentos más grandes se erigieron hacia finales de ese período clásico. Las cifras de estos tres indicadores de que era una sociedad compleja decayeron a lo largo del siglo IX, hasta que la última fecha conocida del calendario de la Cuenta Larga inscrita en un monumento corresponde al baktun 10, el año 909 de nuestra era. Ese declive de la población, la arquitectura y el calendario de la Cuenta Larga mayas constituye lo que conocemos como el «colapso maya clásico».
Como ejemplo de desaparición maya analizaremos con mayor detalle una pequeña pero masificada ciudad cuyas ruinas se encuentran en la actualidad en el oeste de Honduras, en un lugar conocido como Copán, y que aparece descrita en dos libros recientes del arqueólogo David Webster. La mejor tierra de Copán para fines agrícolas está compuesta por cinco bolsas de una fértil llanura aluvial a lo largo del valle del río, que suman una pequeñísima extensión total de solo dieciséis kilómetros cuadrados; la mayor de estas bolsas, conocida como «bolsa de Copán», tiene una extensión de solo ocho kilómetros cuadrados. Gran parte de la tierra que rodea a Copán está formada por laderas abruptas, y casi la mitad de la zona de montaña tiene una pendiente superior al 16 por ciento (aproximadamente el doble de la pendiente más acusada que se puede encontrar en una autopista estadounidense). El suelo de la montaña es menos fértil, más ácido y más pobre en fosfatos que el suelo del valle. En la actualidad, los rendimientos de las tierras del lecho del valle son dos o tres veces superiores a los de las laderas de las montañas, que sufren una rápida erosión y pierden tres cuartas partes de su productividad al cabo de diez años de laboreo.
A juzgar por el número de emplazamientos de viviendas, el crecimiento de la población del valle de Copán aumentó de forma muy acusada a partir del siglo V, hasta alcanzar su cifra más alta, estimada en unas veintisiete mil personas, en el período comprendido entre los años 750 y 900. Las inscripciones mayas de Copán comienzan en la fecha del calendario de la Cuenta Larga que corresponde al año 426 de nuestra era, cuando, según muestran retrospectivamente monumentos posteriores, llegó alguna persona vinculada a los nobles de Tikal y Teotihuacán. La construcción de monumentos oficiales para ensalzar a los reyes fue particularmente numerosa entre los años 650 y 750. A partir del año 700, los nobles que no eran reyes también se incorporaron a esta práctica y empezaron a erigir sus propios palacios, de los cuales había unos veinte en el año 800, momento en el cual sabemos que uno de aquellos palacios estaba compuesto por cincuenta edificaciones con una capacidad para albergar a unas doscientas cincuenta personas. Todos aquellos nobles y sus cortes habrían incrementado la carga que el rey y su corte imponían a los campesinos. La última de las grandes edificaciones de Copán fue levantada en torno al año 800, y la última fecha del calendario de la Cuenta Larga que aparece en un altar incompleto, que posiblemente llevara el nombre de un rey, remite al año 822.
Las excavaciones arqueológicas realizadas en diferentes tipos de hábitats del valle de Copán muestran que fueron ocupados en una secuencia ordenada. La primera zona que se cultivó fue la gran bolsa del lecho del valle de Copán, seguida por la utilización de otras cuatro bolsas de la planicie. Durante esa época la población humana creció, pero todavía no se habían ocupado las colinas. Por tanto, esa población creciente debió de subsistir intensificando la producción de las bolsas de tierra fértil de las llanuras mediante alguna combinación de períodos de barbecho más cortos, la duplicación de las cosechas y probablemente algún tipo de regadío.
Hacia el año 650 la población comenzó a ocupar las laderas de las colinas, pero esas zonas empinadas se cultivaron solo durante aproximadamente un siglo. El porcentaje de población total de Copán que residía en las colinas, en lugar de en los valles, alcanzó un máximo del 41 por ciento y después disminuyó, hasta que la población acabó concentrándose de nuevo en las bolsas del valle. ¿Cuál fue la causa de que la población abandonara las colinas? La excavación de los cimientos de las edificaciones del lecho del valle muestra que quedaron cubiertas de sedimentos durante el siglo VIII, lo cual quiere decir que las laderas de las colinas estaban erosionándose y posiblemente perdiendo también nutrientes. Aquel suelo ácido y estéril de la colina estaba siendo arrastrado al valle hasta cubrir los suelos más fértiles, donde los rendimientos agrícolas habrían disminuido. Este rápido abandono de las laderas de las colinas en la Antigüedad coincide con la experiencia maya moderna de que los campos de las colinas son poco fértiles y sus suelos se agotan con rapidez.
La razón de la erosión de aquellas laderas es clara: se estaban talando los bosques que anteriormente poblaban y protegían sus suelos. La datación de muestras de polen indica que los bosques de pino, que albergaban originalmente las zonas altas de las laderas de las colinas, desaparecieron finalmente por completo. Las estimaciones indican que la mayor parte de esos pinos talados se quemaban para obtener leña, mientras que el resto se utilizó para la construcción o la fabricación de revestimientos de construcción. En otros emplazamientos anteriores al período clásico en los que los mayas también abusaron de su generosidad en el uso de gruesos recubrimientos para las edificaciones, la producción de revestimientos pudo ser una causa importante de la deforestación. Además de ocasionar acumulación de sedimentos en los valles y de privar de madera a los habitantes de los mismos, esa deforestación pudo empezar a producir en el lecho del valle una «sequía provocada por el hombre», ya que los bosques desempeñan un papel esencial en el ciclo del agua y la deforestación masiva suele traducirse en disminución de la pluviosidad.
Se han estudiado cientos de esqueletos hallados en los yacimientos arqueológicos de Copán en busca de indicios de enfermedades o malnutrición, como huesos poróticos o líneas de estrés fisiológico en los dientes. Esos indicios en los huesos indican que la salud de los habitantes de Copán se deterioró entre los años 650 y 850, tanto entre las elites como entre el pueblo llano, si bien la salud de este último era peor.
Recordemos que la población de Copán aumentó de forma acusada mientras se ocupaban las laderas de las colinas. El posterior abandono de todas aquellas tierras de las colinas suponía que la carga de alimentar a la antigua población dependiente de las colinas recaía ahora sobre el suelo del valle, y que cada vez más personas competían por los alimentos que se cultivaban en aquellos dieciséis kilómetros cuadrados del lecho del valle. Todo ello habría desembocado en disputas entre los propios agricultores por las mejores tierras, o simplemente por la tierra, exactamente igual que en la actual Ruanda (véase el capítulo 10). Como el rey de Copán no conseguía cumplir sus promesas de lluvia y prosperidad a cambio de la autoridad y los artículos de lujo que reclamaba, debió de ser el chivo expiatorio de este fracaso agrícola. Esto puede explicar por qué lo último que sabemos de un rey de Copán data del año 822 (esa última datación de Copán según el calendario de la Cuenta Larga), y por qué el palacio real se quemó alrededor del año 850. Sin embargo, la producción sostenida de algunos artículos de lujo indica que algunos nobles consiguieron mantener su estilo de vida tras la caída del rey, hasta aproximadamente el año 975.
A juzgar por los fragmentos de obsidiana que podemos fechar, la población total de Copán disminuyó más gradualmente que los indicios de la existencia de reyes y nobles. La población estimada en el año 950 era todavía de unos quince mil habitantes; es decir, el 54 por ciento de la cifra de población máxima, estimada en veintisiete mil habitantes. Esa población continuó decreciendo, hasta que en el valle de Copán dejaron de quedar señales, de habitantes aproximadamente en el año 1250. La reaparición de polen de árboles a partir de entonces ofrece una prueba adicional de que el valle quedó prácticamente despoblado de seres humanos y los bosques pudieron por fin empezar a recuperarse.
El esbozo general de la historia maya que acabo de referir, y el ejemplo de la historia de Copán en particular, ilustran por qué hablamos del «ocaso de los mayas». Pero la historia se complica más, al menos por cinco razones.
En primer lugar, no solo se produjo ese gigantesco colapso clásico, sino que anteriormente hubo al menos dos colapsos menores en algunos emplazamientos: uno en torno al año 150, cuando desaparecieron El Mirador y algunas otras ciudades mayas (el denominado «colapso preclásico»), y el otro (el denominado «hiato maya») a finales del siglo VI y principios del siglo VII, un período en el que no se erigió ningún monumento en el bien estudiado emplazamiento de Tikal. Hubo también algunos colapsos posclásicos en zonas cuya población sobrevivió al colapso clásico o incluso aumentó después de él; como las caídas de Chichén Itzá en torno a 1250 y la de Mayapán alrededor de 1450.
En segundo lugar, el colapso clásico no fue completo, obviamente, porque hubo cientos de miles de mayas que se encontraron y lucharon contra los españoles; muchos menos mayas que durante el período de auge clásico, pero aun así mucha más población que en las otras sociedades de la Antigüedad analizadas con detalle en este libro. Aquellos supervivientes se concentraron en zonas con abastecimiento permanente de agua, sobre todo en el norte con sus cenotes, en las tierras bajas de la costa con sus pozos, cerca de un lago en el sur o en las riberas de ríos y lagos a baja altura. Sin embargo, en lo que anteriormente había sido el núcleo maya del sur, la población desapareció casi por completo.
En tercer lugar, la disminución de la población (a juzgar por el número de emplazamientos de viviendas y de utensilios de obsidiana encontrados) fue en algunos casos mucho más paulatina que la del número de fechas citadas según el calendario de la Cuenta Larga, como ya mencionábamos en el caso de Copán. Esto querría decir que lo que se vino abajo rápidamente durante el colapso clásico fue la institución del reinado y el propio calendario de la Cuenta Larga.
En cuarto lugar, muchas desapariciones aparentes de ciudades no respondían en realidad sino a «ciclos de poder»: es decir, determinadas ciudades adquirían más poder, después decaían o eran conquistadas, y después se alzaban de nuevo y conquistaban a sus vecinos, sin que nada de ello supusiera cambios en la cifra de población total. Por ejemplo, en el año 562 Tikal fue derrotada por sus rivales Caracol y Calakmul, y su rey fue capturado y muerto. Sin embargo, Tikal se fortaleció de nuevo de forma paulatina y finalmente conquistó a sus rivales en 695, mucho antes de que Tikal sucumbiera, junto con otras ciudades mayas, en lo que se conoce como «colapso clásico» (los últimos monumentos de Tikal datan del año 869). De manera similar, Copán adquirió más poder hasta el año 738, cuando su rey, Waxak Lahun Uba K'awil (un nombre más conocido entre los entusiastas actuales de los mayas por su inolvidable traducción de «Conejo 18»), fue capturado y muerto a manos de la ciudad rival de Quiriguá, pero posteriormente Copán prosperó durante el siguiente medio siglo bajo reyes que gozaron de mejor fortuna.
Por último, las ciudades de diferentes lugares del territorio maya ascendieron y decayeron siguiendo diferentes trayectorias. Por ejemplo, tras haber quedado casi despoblada en el año 700, la región de Puuc, al noroeste de la península de Yucatán, sufrió un estallido de población a partir del año 750, mientras las ciudades del sur estaban viniéndose abajo, alcanzó su cifra más alta de población entre los años 900 y 925, y luego se derrumbó entre los años 950 y 1000. El Mirador, un emplazamiento inmenso situado en el centro del territorio maya, que cuenta con una de las pirámides más grandes del mundo, fue colonizada en el año 200 a. C. y abandonada en torno al año 150 de nuestra era, mucho antes del auge de Copán. Chichén Itzá, al norte de la península, creció a partir del año 850 y fue el principal centro del norte en torno al año 1000, para después quedar devastada por una guerra civil alrededor del año 1250.
Algunos arqueólogos prestan mayor atención a estos cinco tipos de complicaciones y se niegan a reconocer en modo alguno que existiera un colapso maya clásico principal. Pero ello supone pasar por alto dos hechos evidentes que exigen una explicación: la desaparición de entre el 90 y el 99 por ciento de la población maya a partir del año 800, particularmente en la zona de las tierras bajas del sur, que anteriormente tenía una mayor densidad de población; y la desaparición de los reyes, los calendarios de la Cuenta Larga y otras complejas instituciones políticas y culturales. Por esta razón hablamos de un colapso maya clásico: una brusca desaparición, tanto de una numerosa población como de una cultura, que requiere una explicación.
Otros dos fenómenos que intervienen en las desapariciones de los mayas y que he mencionado someramente requieren un análisis más profundo: el papel de la guerra y la sequía.
Durante mucho tiempo los arqueólogos creían que los antiguos mayas eran un pueblo amable y pacífico. En la actualidad sabemos que las guerras mayas fueron intensas, crónicas e irresolubles, porque las limitaciones de abastecimiento y transporte de alimento impedían que ningún principado maya unificara toda la región en un imperio al modo en que los aztecas y los incas unificaron el centro de México y los Andes respectivamente. Las evidencias arqueológicas indican que las guerras se intensificaron y se volvieron frecuentes hacia la época del colapso clásico. Esta evidencia procede de varios tipos de hallazgos realizados durante los últimos cincuenta y cinco años: las excavaciones arqueológicas de inmensas fortificaciones que rodeaban a muchos emplazamientos mayas; las vívidas representaciones de escenas de batallas y cautivos que pueden verse en monumentos de piedra, vasijas y en las famosas pinturas murales descubiertas en Bonampak en 1946; y el desciframiento de la escritura maya, gran parte de la cual revelaba estar compuesta de inscripciones regias que ensalzaban las victorias. Los reyes mayas combatieron para capturar prisioneros, uno de cuyos desafortunados perdedores fue el rey de Copán «Conejo 18». Se torturaba atrozmente a los prisioneros de formas que quedan representadas claramente en los monumentos y murales (como, por ejemplo, descoyuntándoles los dedos, arrancándoles dientes, cortándoles la mandíbula inferior, los labios o las yemas de los dedos, colgándolos de los pulgares o atravesándoles los labios con agujas); y las torturas culminaban (en ocasiones varios años más tarde) con el sacrificio del prisionero de modos igualmente terribles (como, por ejemplo, amarrándolo a una bola, atando sus brazos y piernas alrededor de ella y haciendo rodar al prisionero escaleras abajo por la empinada escalinata de un templo).
La guerra maya incluía algunas variedades de violencia bien documentadas: luchas entre reinos independientes, intentos de secesión por parte de ciudades de un reino que se rebelaban contra la capital o guerras civiles desencadenadas por las frecuentes tentativas violentas de algunos aspirantes a reyes por usurpar el trono. Todos estos tipos de violencia se describían o representaban sobre los monumentos, puesto que afectaban directamente a los reyes y nobles. Los combates por la tierra entre los aldeanos se consideraban indignos de ser representados, pero probablemente se hicieron aún más frecuentes a medida que la superpoblación fue volviéndose excesiva y la tierra comenzó a escasear.
El otro fenómeno importante para la comprensión de la desaparición de los mayas es la reiteración de las sequías, estudiada especialmente por Mark Brenner, David Hodell, el fallecido Edward Deevey y sus colegas de la Universidad de Florida, y expuesta en un libro reciente de Richardson Gill. Los núcleos de sedimentos depositados en capas en el lecho de los lagos mayas nos brindan la oportunidad de medir muchas cosas que nos permiten inferir la existencia de sequías y cambios medioambientales. Por ejemplo, el yeso (sulfato cálcico) disuelto en un lago se precipita en sedimentos cuando, durante una sequía, la concentración de la disolución aumenta con la evaporación del agua del lago. El agua que contiene la forma pesada de oxígeno conocida como «isótopo de oxígeno 18» también se concentra durante las sequías, mientras que el isótopo de oxígeno más ligero, el oxígeno 16, se evapora junto con el agua que lo contiene. Los moluscos y crustáceos que viven en el lago toman oxígeno que se deposita en sus conchas, el cual se conserva en los sedimentos del lago a la espera de que los climatólogos analicen dichos isótopos de oxígeno mucho después de que esos pequeños animales hayan muerto. La datación mediante radiocarbono de una capa de sedimentos permite identificar el año aproximado en que prevalecían las condiciones de sequía o las precipitaciones a partir de las mediciones de yeso e isótopos de oxígeno. Esos mismos depósitos de sedimentos lacustres proporcionan información a los palinólogos sobre la deforestación (que aparece en forma de decremento del polen de árboles en beneficio del incremento del polen de hierbas), y sobre la erosión del suelo (que se presenta como un grueso depósito de arcilla y minerales producidos por el hecho de que el suelo ha sido lavado).
Basándose en estos estudios de capas de depósitos de sedimentos lacustres datados mediante radiocarbono, los climatólogos y paleoecólogos concluyen que el territorio maya fue relativamente húmedo desde aproximadamente el año 5500 a. C. hasta el año 500 a. C. El período subsiguiente comprendido entre los años 475 a. C. y 250 a. C., justo antes de la aparición de la civilización maya preclásica, fue seco. El auge preclásico puede haberse visto favorecido por el retorno de las condiciones más húmedas a partir del año 250 a. C. Pero después una sequía que se prolongó desde el año 125 hasta el año 250 de nuestra era se relacionó con el colapso preclásico de El Mirador y de otros emplazamientos. Ese colapso vino seguido por la reanudación de condiciones más húmedas y la construcción de las ciudades mayas clásicas, y se interrumpió temporalmente por una sequía en torno al año 600 que se corresponde con un declive en Tikal y en algunos otros asentamientos. Por último, alrededor del año 760 comenzó la peor sequía de los últimos siete mil años, que alcanzó su punto culminante en el año 800 y tuvo lugar, sospechosamente, al mismo tiempo que el colapso clásico.
Los análisis minuciosos de la frecuencia de las sequías en el territorio maya muestran una tendencia a su recurrencia con intervalos de unos 208 años. Esos ciclos de sequía pueden ser consecuencia de pequeñas variaciones de la radiación solar, agudizada posiblemente en el territorio de los mayas como consecuencia del desplazamiento hacia el sur del gradiente de pluviosidad de Yucatán (más seco en el norte, más húmedo en el sur). Podríamos suponer que esos cambios de la radiación del sol habrían afectado no solo a la región de los mayas sino, en diferente medida, al mundo entero. De hecho, los climatólogos han señalado que algunos otros colapsos famosos de civilizaciones prehistóricas, alejadas del territorio maya, parecen coincidir con los picos de estos ciclos de sequía, como el ocaso del primer imperio del mundo (el Imperio acadio de Mesopotamia) en torno al año 2170 a. C., el del período mochica IV en la costa de Perú alrededor del año 600 y el de la civilización tiahuanaco de los Andes en torno al año 1100.
Solo con la versión más ingenua de la hipótesis de que la sequía contribuyó a producir el colapso clásico podríamos imaginar que hubo una única sequía alrededor del año 800 que afectó de un modo uniforme al conjunto de los mayas y desencadenó la caída simultánea de todos sus núcleos de población. Según hemos visto, el colapso clásico afecta en realidad a núcleos diferentes en momentos ligeramente distintos del período comprendido entre los años 760 y 910, mientras que no afecta a otros núcleos. Este hecho hace que muchos especialistas vean con escepticismo el papel desempeñado por la sequía.
Pero un climatólogo adecuadamente prudente no afirmaría la hipótesis de la sequía bajo esa forma simplificada en exceso hasta la inverosimilitud. Gracias a los sedimentos depositados en capas anuales que los ríos vierten en las cuencas oceánicas próximas a la costa, se puede calcular la variación detallada de la pluviosidad de un año a otro. Estos estudios arrojaron la conclusión de que «La Sequía» de aproximadamente el año 800 tuvo en realidad cuatro picos, el primero de los cuales fue el menos acusado: dos años secos en torno al año 760, después una década aún más seca en torno a los años 810-820, otros tres años secos alrededor de 860 y seis años secos más alrededor del año 910. Curiosamente, según concluye Richardson Gill, desde las últimas fechas inscritas en monumentos de piedra de diversos centros mayas importantes, las fechas de sus desapariciones varían de un lugar a otro y se ajustan a tres nichos temporales: alrededor de los años 810, 860 y 910, coincidiendo con las fechas de las tres sequías más acusadas. No sería en modo alguno sorprendente que la sequía de un año determinado variara en intensidad de un lugar a otro, como sucedería si una serie de sequías hiciera que diferentes centros mayas se vinieran abajo en distintos años pero perdonara la vida a otros núcleos de población que dispusieran de abastecimientos de agua más fiables, como los cenotes, los pozos o los lagos.
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La zona más afectada por el colapso clásico fue la de las tierras bajas del sur, probablemente por las dos razones ya mencionadas: era la zona con mayor densidad de población y puede haber sufrido también los problemas de agua más graves debido a que se encuentra demasiado por encima de la capa freática para poder obtener el agua de cenotes o pozos en épocas sin lluvia. Las tierras bajas del sur perdieron más del 99 por ciento de su población en el curso del colapso clásico. Por ejemplo, la población de la zona central del Petén en el apogeo del período maya clásico se estima de entre tres millones y catorce millones de habitantes, pero allí solo había aproximadamente treinta mil personas en el momento en que llegaron los españoles. Cuando Cortés y su ejército español atravesaron el centro de la región del Petén en 1524 y 1525 casi murieron de hambre porque encontraron muy pocas aldeas en las que obtener maíz. Cortés pasó a unos pocos kilómetros de las ruinas de las grandes ciudades clásicas de Tikal y Palenque, pero no supo de ellas ni pudo verlas porque estaban cubiertas por la jungla y casi nadie vivía en los alrededores.
¿Cómo desapareció una cantidad tan inmensa de millones de habitantes? Ya nos planteamos esa misma pregunta en el capítulo 4 en relación con la desaparición de la población anasazi del cañón del Chaco (hay que reconocer, no obstante, que más pequeña). Por analogía con los casos de los anasazi y de las sociedades de los indios pueblo posteriores durante las sequías del sudoeste de Estados Unidos, inferimos que algunas poblaciones de las tierras bajas mayas del sur sobrevivieron huyendo a zonas del norte de Yucatán provistas de cenotes o pozos, en las que sabemos que se produjo un rápido aumento de población alrededor de la época del colapso maya. Pero no hay ningún indicio de que todos esos millones de habitantes supervivientes de las tierras bajas del sur fueran acogidos como inmigrantes en el norte, del mismo modo que no hay ningún indicio de que los miles de refugiados anasazi fueran acogidos como inmigrantes entre los indios pueblo, que sí sobrevivieron. Al igual que sucede en el sudoeste de Estados Unidos durante las sequías, parte de esa disminución de la población maya se debió sin duda a muertes por hambre o sed, o a muertes violentas en conflictos por los cada vez más escasos recursos. La otra parte de la disminución puede reflejar una caída más lenta de la tasa de natalidad o un aumento de la mortalidad infantil en el transcurso de muchos decenios. Es decir, la despoblación probablemente se debió al incremento de la tasa de mortalidad y la disminución de la tasa de natalidad.
Tanto en el territorio maya como en otros lugares, el pasado constituye una lección para el presente. Desde la época de la llegada de los españoles, la población de la zona central del Petén disminuyó aún más, hasta los aproximadamente tres mil habitantes del año 1714, como consecuencia de las muertes por enfermedad y por otras causas relacionadas con la ocupación española. En la década de 1960, la población de la zona central del Petén había vuelto a aumentar solo hasta los 25 000 habitantes, menos aún del 1 por ciento de la que había sido durante el apogeo clásico maya. Sin embargo, a partir de entonces los inmigrantes afluyeron a la zona central del Petén y elevaron su población hasta los aproximadamente trescientos mil habitantes en la década de 1980, con lo que dio inicio una nueva era de deforestación y erosión. En la actualidad, la mitad del Petén está de nuevo deforestada y ecológicamente degradada. La cuarta parte de todos los bosques de Honduras quedó destruida entre 1964 y 1989.
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Para resumir el colapso maya clásico podemos identificar provisionalmente cinco tendencias. Debo reconocer no obstante que los arqueólogos de los pueblos mayas todavía mantienen fuertes discrepancias; en parte porque las diferentes tendencias variaron en importancia, obviamente, en las diferentes zonas del ámbito maya; en parte porque solo hay estudios arqueológicos detallados de algunos emplazamientos mayas; y en parte también porque sigue dejándonos perplejos por qué la mayor parte de los núcleos mayas se despoblaron casi totalmente y no consiguieron recuperarse tras su desaparición y tras el nuevo crecimiento de los bosques.
Hechas estas advertencias, una tendencia consistió, a mi modo de ver, en que el aumento de población sobrepasó los recursos disponibles: un dilema similar al predicho por Thomas Malthus en 1793 y que tiene lugar hoy día en Ruanda (véase el capítulo 10), Haití (véase el capítulo 11) y otros lugares. En las sucintas palabras del arqueólogo David Webster: «Demasiados agricultores cultivan demasiadas cosechas en demasiados parajes». Integrada en ese desajuste entre población y recursos se encuentra la segunda tendencia: las consecuencias de la deforestación y la erosión de las laderas, que originó una disminución de la cantidad de tierra de cultivo útil en un momento en que hacían falta más tierras de cultivo y no menos, y que posiblemente se vio agudizada por una sequía antropogénica derivada de la deforestación, por la desaparición de los nutrientes y por otros problemas del suelo, así como por la lucha para impedir que los helechos invadieran los campos de cultivo.
La tercera tendencia consistió en que, a medida que cada vez más gente competía por cada vez menos recursos, hubo más luchas internas. La guerra maya, ya endémica, alcanzó su apogeo justo antes del ocaso. Esto no debe extrañarnos si nos detenemos a pensar que al menos cinco millones de personas, quizá muchas más, atestaban un territorio más pequeño que el del estado de Colorado (167 000 kilómetros cuadrados). Esas guerras pudieron haber mermado aún más las tierras de cultivo disponibles, ya que daban lugar a la delimitación de tierras de nadie entre principados en las que cultivar no era seguro. Para empeorar aún más las cosas, tenemos la tendencia del cambio climático. La sequía de la época del colapso clásico no fue la primera que los mayas habrían atravesado, pero sí la más grave. En la época de las sequías anteriores todavía quedaban zonas del paisaje maya deshabitadas, y la gente de un emplazamiento afectado por la sequía podía ponerse a salvo mudándose a otro lugar. Sin embargo, en la época del colapso clásico el paisaje estaba completamente ocupado, no había ninguna tierra desocupada en los alrededores en la que se pudiera empezar de nuevo y el conjunto de la población no pudo alojarse en las pocas zonas que siguieron disponiendo de abastecimientos de agua fiables.
Como quinta tendencia, tenemos que preguntarnos por qué los reyes y los nobles no consiguieron detectar y resolver estos problemas aparentemente obvios que socavaban su sociedad. Su atención se centraba evidentemente en la preocupación a corto plazo por enriquecerse, librar batallas, erigir monumentos, competir entre sí y obtener suficiente alimento de los campesinos para mantener todas esas actividades. Al igual que la mayor parte de los líderes de la historia de la humanidad, los reyes y nobles mayas no tuvieron en cuenta los problemas a largo plazo, en la medida en que realmente llegaran a percibirlos. Volveremos sobre esta cuestión en el capítulo 14.
Para concluir, aunque todavía tenemos que analizar en este libro algunas otras sociedades del pasado antes de centrar nuestra atención en el mundo moderno, ya debemos de haber reparado en que hay algunos paralelismos entre los mayas y las analizadas en los capítulos 2 a 4. Al igual que en el caso de la isla de Pascua, Mangareva y los anasazi, los problemas medioambientales y de población de los mayas desembocaron en guerras y disturbios civiles crecientes. Al igual que en la isla de Pascua y en el cañón del Chaco, las cifras máximas de población maya vinieron seguidas rápidamente por el declive político y social. Del mismo modo que la extensión final de la agricultura desde las zonas bajas litorales de la isla de Pascua hacia las tierras altas, y desde las cuencas de inundación de los indios mimbres hacia las montañas, los habitantes de Copán se expandieron desde las cuencas de inundación hacia las más frágiles laderas de las colinas, lo cual dejó una población mayor que alimentar cuando el auge agrícola de las colinas decreció. Al igual que los jefes de la isla de Pascua que erigían estatuas cada vez mayores, coronadas finalmente con pukaos, y al igual que la elite anasazi que se agasajaba con collares de hasta dos mil cuentas de turquesa, los reyes mayas trataron de superarse mutuamente con templos cada vez más imponentes enlucidos con revestimientos de madera cada vez más gruesos; cosa que, por su parte, nos recuerda al extravagante consumo conspicuo de los modernos directivos de empresa estadounidenses. La pasividad de los jefes de Pascua y de los reyes mayas ante las grandes amenazas que de verdad se cernían sobre sus sociedades completa nuestra relación de paralelismos inquietantes.