Bajo el ancho cielo de Montana
La historia de Stan Falkow * Montana y yo * ¿Por qué empezar con Montana? * Historia económica de Montana * La minería * Los bosques * El suelo * El agua * Especies autóctonas y no autóctonas * Puntos de vista discrepantes * Actitudes ante la regulación La historia de Rick Laible * La historia de Chip Pigman * La historia de Tim Huls * La historia de John Cook * Montana, modelo del mundo
Mi amigo Stan Falkow tiene setenta años y es profesor de microbiología en la Universidad de Stanford, cerca de San Francisco. Cuando le pregunté por qué había comprado una segunda vivienda en el valle de Bitterroot, en Montana, me contó lo bien que encajaba en la historia de su vida:
»Nací en el estado de Nueva York y después me mudé a Rhode Island. Eso quiere decir que, de niño, no sabía nada de montañas. Cuando tenía poco más de veinte años, justo después de licenciarme en la universidad, dediqué dos años de mi formación a trabajar en el turno de noche de la sala de autopsias de un hospital. Fue angustioso para una persona joven como yo, sin experiencia anterior de la muerte. Un amigo que acababa de regresar de la guerra de Corea y había sufrido mucha tensión allí se fijó en mi aspecto y dijo: “Stan, pareces nervioso; tienes que reducir la tensión. Prueba a pescar con mosca”.
»De modo que empecé a pescar percas americanas con mosca. Aprendí a hacer mis propias moscas, me dediqué de lleno a ello e iba a pescar todos los días después del trabajo. Mi amigo tenía razón: reducía el estrés. Pero después me matriculé en un curso de posgrado en Rhode Island y volví a sentirme agobiado por el trabajo. Un compañero me dijo que la perca americana no era el único pez que uno podía capturar pescando con mosca: también podía pescar truchas con mosca cerca de Massachusetts. De modo que me pasé a la pesca de la trucha. A mi director de tesis le encantaba comer pescado y me animaba a ir a pescar: esas eran las únicas ocasiones en que no me miraba mal por tomarme tiempo del trabajo en el laboratorio.
»La época en que iba a cumplir cincuenta años fue otro período agobiante de mi vida debido a un divorcio complicado y a otras cuestiones. Para entonces sacaba tiempo para ir a pescar con mosca solo tres veces al año. Cuando cumplimos cincuenta años, muchos de nosotros reflexionamos sobre lo que queremos hacer con lo que nos queda de vida. Pensé en la vida de mi padre y recordé que había muerto a los cincuenta y ocho años. Descubrí impresionado que si vivía solo lo que vivió él, únicamente podía esperar hacer veinticuatro excursiones más para ir a pescar con mosca antes de morir. El descubrimiento me hizo empezar a pensar en cómo podía pasar más tiempo haciendo lo que realmente me gustaba durante los años que me quedaran, incluido ir a pescar con mosca.
»En ese momento sucedió que me pidieron que fuera a evaluar un laboratorio de investigación en el valle de Bitterroot, al sudoeste de Montana. Nunca antes había estado en Montana; en realidad no estuve al oeste del río Mississippi hasta que cumplí cuarenta años. Aterricé en el aeropuerto de Missoula, alquilé un coche y empecé a conducir hacia el sur hasta la ciudad de Hamilton, donde se encontraba el laboratorio. A unos veinte kilómetros al sur de Missoula hay un largo tramo recto de carretera donde el lecho del valle es llano y está cubierto de tierras de cultivo, y donde las montañas de Bitterroot, cubiertas de nieve al oeste, y las montañas de Sapphire al este se elevan abruptamente desde el valle. Su belleza y sus proporciones me sobrecogieron; nunca antes había visto nada parecido. Me inundó una sensación de paz y una perspectiva extraordinaria sobre mi posición en el universo.
»Cuando llegué al laboratorio me topé con un antiguo alumno mío que estaba trabajando allí y conocía mi interés por la pesca con mosca. Me sugirió que volviera al año siguiente para hacer algunos experimentos en el laboratorio, y también para ir a pescar truchas con mosca, algo por lo que es famoso el río Bitterroot. De modo que el verano siguiente regresé con la intención de pasar dos semanas y acabé quedándome un mes. Al año siguiente llegué con la intención de pasar un mes y acabé quedándome todo el verano, al final del cual mi mujer y yo compramos una casa en el valle. Desde entonces hemos vuelto siempre para pasar gran parte del año en Montana. Cada vez que regreso a Bitterroot, cuando paso por ese tramo de carretera al sur de Missoula esa primera vista del valle me llena de nuevo de aquella misma sensación de serenidad y grandeza y de aquella misma perspectiva sobre mi relación con el universo. En Montana es más fácil conservar esa sensación que en cualquier otro lugar”.
Eso es lo que la belleza de Montana les hace a las personas: a aquellos que se habían criado en lugares completamente distintos, como Stan Falkow y yo; a aquellos otros amigos que crecieron en otras zonas montañosas del oeste norteamericano pero, aun así, se vieron atraídos por Montana, como John Cook; e incluso a otros amigos, como la familia Hirschy, que crecieron en Montana y decidieron quedarse allí.
Al igual que Stan Falkow, yo nací en el nordeste de Estados Unidos (Boston) y nunca fui al oeste del río Mississippi hasta tener quince años, cuando mis padres me llevaron a pasar algunas semanas del verano a la cuenca de Big Hole, que está al sur del valle de Bitterroot (véase el mapa pag. 4).
Mi padre era pediatra y había atendido al hijo de unos rancheros, Johnny Eliel, que sufría una rara enfermedad para la que el pediatra de la familia en Montana había recomendado que fuera a Boston a recibir tratamiento especializado. Johnny era un bisnieto de Fred Hirschy padre, un inmigrante suizo que se convirtió en uno de los rancheros pioneros de la Big Hole en la década de 1890. Su hijo Fred, que tenía sesenta y nueve años en el momento de mi visita, todavía estaba a cargo del rancho familiar, junto con sus hijos mayores Dick y Jack Hirschy y sus hijas Jill Hirschy Eliel (la madre de Johnny) y Joyce Hirschy MacDowell. Johnny se recuperó bajo el tratamiento de mi padre, y entonces sus padres y abuelos nos invitaron a visitarlos.
Al igual que Stan Falkow, yo también quedé conmovido de inmediato por el entorno de la Big Hole: un amplio lecho plano de un valle cubierto de praderas y riachuelos serpenteantes, pero rodeado de un muro de montañas que se alzaban abruptamente en todas direcciones del horizonte y estaban coronadas de nieve según las estaciones. Montana se llama a sí misma «el estado del ancho cielo». Y es cierto. En la mayor parte de los demás sitios en que he vivido, lo que uno ve de las partes más bajas del cielo queda ensombrecido por los edificios, como en las ciudades; o bien hay montañas pero el terreno es escarpado y los valles son angostos, de manera que uno solo ve un pedazo de cielo, como en Nueva Guinea y en los Alpes; o bien hay una amplia extensión de cielo, pero es menos interesante porque no hay ningún anillo de montañas características en el horizonte, como sucede en las llanuras de Iowa y Nebraska. Tres años después, cuando estaba estudiando en la universidad, volví al rancho de Dick Hirschy para pasar el verano con dos amigos de la universidad y mi hermana. Los cuatro trabajamos para los Hirschy en la cosecha de heno: yo conduciendo una cosechadora, mi hermana con una recogedora y mis dos amigos amontonando heno.
Montana en la actualidad.
Después del verano de 1956 tardé mucho tiempo en regresar a Montana. Pasé los veranos en otros lugares que también eran hermosos en otros aspectos, como Nueva Guinea y los Andes, pero no podía olvidar Montana ni a los Hirschy. Finalmente, en 1998 recibí una invitación de una fundación privada sin ánimo de lucro llamada Teller Wildlife Refuge, ubicada en el valle de Bitterroot. Era una oportunidad de llevar a mis hijos gemelos a Montana, en un momento en el que eran solo un poco más pequeños que yo cuando visité por primera vez aquel estado, e iniciarlos en la pesca de trucha con mosca. Mis hijos adoptaron el valle como suyo; uno de ellos está ahora estudiando para ser guía de pesca. Volví a vincularme a Montana y a visitar a mi jefe ranchero Dick Hirschy y a su hermano y hermanas, que ahora tenían más de setenta y ochenta años y todavía trabajaban duro todo el año, igual que cuando los vi por primera vez cuarenta y cinco años antes. Desde ese momento en que retomé el vínculo, mi esposa, mis hijos y yo hemos viajado a Montana todos los años, atraídos en última instancia por la misma belleza inolvidable del ancho cielo que atrajo o mantuvo allí a mis otros amigos.
Ese ancho cielo creció en mí. Después de vivir tantos años en otros lugares descubrí que me costaría varias visitas a Montana acostumbrarme al panorama de ese cielo en lo alto, al anillo de montañas a su alrededor y al lecho del valle situado abajo —percibir que verdaderamente podía disfrutar de ese panorama como un escenario cotidiano durante parte de mi vida—, y descubrir que podía saciarme de él, apartarme de allí y, no obstante, saber que podía regresar a él. Los Ángeles cuenta con sus ventajas prácticas para mi familia y para mí como lugar en el que trabajar, tener el colegio y vivir todo el año, pero Montana es infinitamente más hermosa y (como dijo Stan Falkow) tranquila. Para mí, la vista más hermosa del mundo es la de las praderas de la Big Hole con las cumbres nevadas de las Montañas Rocosas vistas desde el porche de la casa del rancho de Jill y John Eliel.
Montana en general, y al sudoeste de ella el valle de Bitterroot en particular, es una tierra de paradojas. De los 48 estados continentales[2], Montana es el tercero más grande en territorio, a pesar de ser el sexto más pequeño en población y, por tanto, el segundo con menor densidad de población. En la actualidad el valle de Bitterroot parece exuberante y no deja traslucir que su vegetación natural original es solo de artemisa. El condado de Ravalli, en el que se encuentra el valle, es tan hermoso y atrae a tantos inmigrantes de cualquier lugar de Estados Unidos (y también de otros lugares de Montana) que es uno de los condados que más rápido crece de nuestro país, a pesar de que el 70 por ciento de los estudiantes que terminan allí la educación secundaria dejan el valle y la mayoría de ellos abandonan Montana. Aunque la población está aumentando en Bitterroot, está decreciendo en el este de Montana, de modo que, contemplada en su totalidad, la gráfica de población del estado de Montana es plana. Durante la pasada década el número de habitantes de cincuenta años o más del condado de Ravalli ha aumentado considerablemente, pero el número de habitantes de treinta años o más ha descendido de veras. Algunas de las personas que han establecido su hogar en el valle son extraordinariamente ricas, como el fundador de la empresa de corredores de bolsa Charles Schwab o el presidente de Intel Craig Barrett, pero el condado de Ravalli es, no obstante, uno de los condados más pobres del estado de Montana, que a su vez es casi el más pobre de Estados Unidos. Muchos de los habitantes del condado descubren que tienen que tener dos o tres trabajos para siquiera obtener unos ingresos al límite del nivel de pobreza de Estados Unidos.
Asociamos Montana a la belleza natural. De hecho, desde el punto de vista medioambiental Montana quizá sea el menos deteriorado de los 48 estados continentales de Estados Unidos; en última instancia, esa es la principal razón por la que se está mudando tanta gente al condado de Ravalli. El gobierno federal es dueño de más de la cuarta parte de las tierras del estado y de tres cuartas partes de las tierras del condado, la mayor parte de ellas bajo la calificación de bosques nacionales. Sin embargo, el valle de Bitterroot nos ofrece un microcosmos de los problemas medioambientales que asolan al resto de Estados Unidos: población creciente, inmigración, escasez y descenso de la calidad del agua, mala calidad del aire en algunas zonas y, durante algunas estaciones, pérdidas de suelo o de sus nutrientes, pérdidas de biodiversidad, daños causados por especies pestíferas introducidas por el ser humano y consecuencias del cambio climático.
Montana nos brinda un estudio monográfico ideal con el que empezar este libro sobre los problemas medioambientales del pasado y el presente. En el caso de las sociedades del pasado que describiré —la polinesia, la anasazi, la maya, la de la Groenlandia noruega y otras— conocemos el resultado final de las decisiones tomadas por sus habitantes en relación con la gestión de su entorno, pero en su mayor parte no conocemos sus nombres ni sus historias personales, y solo podemos adivinar los motivos que los condujeron a actuar como lo hicieron. A diferencia de ello, en la Montana actual conocemos a los hombres, las historias vitales y los motivos. Algunas de las personas implicadas son amigos míos desde hace más de cincuenta años. A partir de la comprensión de los motivos de los habitantes de Montana podemos imaginar mejor los motivos que operaron en el pasado. Este capítulo dibujará un rostro personal sobre un tema que de otro modo podría parecer abstracto.
Además, Montana confiere un equilibrio saludable a los análisis de los capítulos siguientes, que están dedicados a pequeñas sociedades del pasado pobres, periféricas y localizadas en entornos frágiles. Escogí deliberadamente ocuparme de estas sociedades porque fueron las que sufrieron las consecuencias más importantes de su deterioro ambiental, y por consiguiente ilustran con claridad los procesos que constituyen el tema de este libro. Pero no son los únicos tipos de sociedades expuestas a graves problemas medioambientales, tal como ilustra el caso comparado de Montana. Montana forma parte del país más rico del mundo actual, es una de las zonas menos contaminadas y menos pobladas del mismo, y aparentemente tiene menos problemas medioambientales y de población que el resto de Estados Unidos. Sin duda alguna los problemas de Montana son mucho menos acusados que los de la aglomeración, el tráfico, el humo, la cantidad y calidad del agua y los residuos tóxicos que acechan a los estadounidenses de Los Ángeles, ciudad donde vivo, y de otras zonas urbanas donde viven la mayor parte de los estadounidenses. A pesar de ello, si incluso Montana tiene problemas medioambientales y demográficos, no es difícil imaginar cuánto mis serios son esos problemas en cualquier otro lugar de Estados Unidos. Montana ilustrará los cinco temas principales de este libro: el impacto humano sobre el medio ambiente; el cambio climático; las relaciones de una sociedad con las sociedades vecinas amistosas (en el caso de Montana, las de otros estados de Estados Unidos); la exposición de una sociedad a las acciones de otras sociedades potencialmente hostiles (como los terroristas internacionales y los productores de petróleo de nuestros días); y la relevancia que tienen las respuestas que da una sociedad a sus problemas.
La idoneidad de Montana para el cultivo agrícola y la cría de ganado se ve limitada por las mismas desventajas medioambientales que dificultan también la producción de alimentos a lo largo y ancho de todo el oeste norteamericano próximo a zonas montañosas. Son las siguientes: la pluviosidad relativamente baja de Montana, que se traduce en bajas tasas de crecimiento vegetal; sus elevadas latitud y altitud, que se traducen ambas en que la estación de crecimiento es corta y limita las cosechas a una al año en lugar de las dos al año que pueden obtenerse en zonas con un verano más largo; y su distancia respecto de los mercados de las zonas de Estados Unidos con mayor densidad de población que podrían comprar sus productos. Lo que significan estas desventajas es que cualquier cosa que se siembre en Montana puede cultivarse en cualquier otro lugar del norte de Estados Unidos con menor coste y mayor productividad, y transportarse más rápido y de forma más barata a los núcleos de población importantes. Por consiguiente, la historia de Montana está jalonada por las tentativas de responder a la pregunta fundamental de cómo subsistir en esta tierra hermosa pero poco competitiva desde el punto de vista agrario.
La ocupación humana de Montana se divide en varias fases económicas. La primera fase fue la de los indios americanos, que llegaron hace al menos trece mil años. A diferencia de las sociedades agrícolas que habían evolucionado en el este y el sur de América del Norte, los indios americanos de Montana anteriores a la llegada de los europeos siguieron siendo cazadores-recolectores, incluso en las zonas donde hoy día se practica la agricultura y el pastoreo. Una razón es que Montana carecía de vegetación silvestre autóctona y de especies animales que se prestaran a ser domesticadas, de manera que en Montana no hubo un origen independiente de la agricultura, a diferencia de lo que sucedió en el este de Norteamérica y México. Otra razón es que Montana está lejos de los dos núcleos de indios americanos donde la agricultura floreció de forma independiente, de modo que las cosechas producidas allí no se habían extendido todavía a Montana en el momento en que llegaron los europeos. En la actualidad, aproximadamente tres cuartas partes de los indios americanos que quedan en Montana viven en siete reservas, la mayoría de las cuales son pobres en lo que a recursos naturales se refiere, salvo en pastos.
La primera visita documentada de los europeos a Montana fue la de los miembros de la expedición transcontinental de Lewis y Clark en 1804-1806, que pasaron más tiempo en lo que posteriormente se convertiría en Montana que en cualquier otro estado. La expedición inauguró la segunda fase económica de Montana, que es la de los «hombres de las montañas», los tramperos y comerciantes de pieles que venían de Canadá y también de Estados Unidos. La siguiente etapa comenzó en la década de 1860 y se basaba en tres pilares de la economía de Montana que se han mantenido hasta el presente (si bien con importancia decreciente): la minería, especialmente la dedicada a extraer cobre y oro; la madera; y la producción de alimentos, que se centra en la cría de reses y ovejas y el cultivo de granos, frutas y verduras. La afluencia de mineros a la gran mina de cobre de Butte estimuló a otros sectores de la economía para que satisficieran las necesidades del mercado interior del estado. En concreto, se extrajo mucha madera del cercano valle de Bitterroot para proporcionar energía a las minas, construir las casas de los mineros y apuntalar las galerías de la mina; y también se cultivaron muchos alimentos para los mineros en este valle, cuya localización meridional y clima suave (en relación con la media de Montana) le valió el apodo de «cinturón bananero de Montana». Aunque la pluviosidad del valle es baja (330 milímetros anuales) y la vegetación autóctona es de artemisa, los primeros colonos europeos de la década de 1860 empezaron ya a superar ese inconveniente construyendo pequeñas acequias de riego alimentadas por los arroyos que desaguan de las montañas de Bitterroot en la zona oeste del valle; y posteriormente mediante la construcción de dos conjuntos de sistemas de irrigación caros y a gran escala, uno de ellos (el llamado Big Ditch) construido en 1908-1910 para llevar agua desde el lago Como, situado en la zona oeste del valle, y otro consistente en varios largos canales de irrigación que toman agua del propio río Bitterroot. Entre otras cosas, el regadío permitió que en el valle de Bitterroot surgieran los huertos de manzanos que se establecieron en la década de 1880 y alcanzaron su momento cumbre en las primeras décadas del siglo XX; pero hoy día pocos de aquellos huertos siguen explotándose de forma comercial.
De estos antiguos pilares de la economía de Montana, la caza y la pesca han dejado de ser una actividad de subsistencia para convertirse en actividad recreativa; el comercio de pieles ha desaparecido; y las minas, la madera y la agricultura están menguando en importancia debido a los factores económicos y medioambientales que analizaremos más adelante. En lugar de ello, los sectores de la economía que están creciendo en nuestros días son el turismo, el ocio, las residencias de jubilados y la atención sanitaria. En 1996 se produjo un acontecimiento simbólico de la reciente transformación económica del valle de Bitterroot, cuando una granja de mil hectáreas llamada Bitterroot Stock Farm (Granja de Ganado de Bitterroot), anteriormente propiedad del magnate del cobre Marcus Daly, fue adquirida por el acaudalado empresario bursátil Charles Schwab. Empezó a urbanizar la finca de Daly para forasteros ricos que quisieran tener en el hermoso valle una segunda residencia (o incluso una tercera o cuarta) a la que ir de visita para pescar, cazar, montar a caballo o jugar al golf un par de veces al año. La Bitterroot Stock Farm alberga un campo de golf profesional de dieciocho hoyos y aproximadamente 125 emplazamientos para lo que se denominan «casas» o «cabañas», entendiendo por «cabaña» un eufemismo con el que referirse a una construcción de hasta seis dormitorios y 180 metros cuadrados, cada una de las cuales se vende por 800 000 dólares o más. Los compradores de terreno de la Stock Farm deben ser capaces de demostrar que poseen avales o ingresos netos altos, el menor de los cuales es la capacidad de poder permitirse pagar la inscripción en un club cuya cuota de ingreso es de 125 000 dólares, lo cual asciende a más de siete veces los ingresos medios anuales de los habitantes del condado de Ravalli. El recinto de la Bitterroot Stock Farm está vallado y en la puerta de entrada hay un cartel que reza: SOLO SOCIOS E INVITADOS. Muchos de los propietarios llegan en avión privado y en raras ocasiones compran o ponen el pie en Hamilton, sino que prefieren comer en el club de la Stock Farm o incluso hacer que los empleados del club les traigan los comestibles desde Hamilton. Como me contaba amargamente un habitante de Hamilton, «uno puede ver la nidada de la aristocracia cuando sus polluelos deciden visitar el miserable centro de la ciudad en bandadas compactas, como si fueran turistas extranjeros».
El anuncio del plan de urbanización de la Bitterroot Stock Farm cayó como un jarro de agua fría para algunos antiguos habitantes del valle de Bitterroot, que pronosticaron que nadie pagaría tanto dinero por la tierra del valle y que las parcelas no se venderían nunca. Tal como se demostró, esos antiguos habitantes estaban equivocados. Aunque los forasteros ricos ya habían estado visitando y comprando en el valle a título individual, la apertura de la Stock Farm fue un hito simbólico porque supuso que muchísimas personas muy ricas compraran tierras en Bitterroot al mismo tiempo; y, lo que es más importante, la Bitterroot Stock Farm dejó claro cuánto más valiosa se había vuelto la tierra del valle para el ocio que por sus usos tradicionales de criar reses y cultivar manzanas.
Entre los problemas medioambientales actuales de Montana se encuentran casi todos los pertenecientes a la docena de tipos de problemas que han socavado las sociedades preindustriales del pasado, o que también amenazan ahora a las sociedades de todos los lugares del mundo. En Montana son particularmente notorios los problemas de los residuos tóxicos, los bosques, los suelos, el agua (y en ocasiones el aire), el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la introducción de especies animales dañinas. Empecemos por el problema en principio más transparente, el de los residuos tóxicos.
Aunque en Montana está aumentando la preocupación por los vertidos de fertilizantes, abonos y herbicidas y el filtrado de los contenidos de fosas sépticas, el problema más importante en relación con los residuos tóxicos es, con diferencia, el planteado por los residuos de la minería del metal, una parte de la cual pertenece a la de hace un siglo y la otra a la reciente o en activo. La minería del metal —especialmente la del cobre, pero también la del plomo, el molibdeno, el paladio, el platino, el cinc, el oro y la plata— fue uno de los pilares tradicionales de la economía de Montana. Nadie niega que es esencial que en algún lugar y de alguna forma haya minería: la civilización moderna y sus industrias químicas, eléctricas, electrónicas y de construcción funcionan con metales. Así, la cuestión es dónde y cómo explotar del mejor modo los yacimientos que contienen metales.
Por desgracia, el concentrado de mena que finalmente se obtiene una mina de Montana con el fin de extraer de él los metales representa solo una pequeña parte de la tierra que debe removerse primero. El resto son desperdicios y desechos de piedra que todavía contienen cobre, arsénico, cadmio y cinc, que son tóxicos para las personas (además de para los peces, los animales salvajes y el ganado) y que, por tanto, al llegar a las aguas subterráneas, a los ríos y al suelo provocan una catástrofe. Además, los yacimientos de Montana son ricos en sulfuro de hierro, que produce ácido sulfúrico. En Montana hay aproximadamente veinte mil minas abandonadas, algunas de ellas recientes pero muchas con un siglo o más de antigüedad, que estarán filtrando ácido y esos metales tóxicos prácticamente por siempre jamás. La inmensa mayoría de esas minas no cuentan con un propietario que esté vivo para asumir la responsabilidad económica, o cuando se conoce a los propietarios no son suficientemente ricos para recuperar la mina y hacer frente a las filtraciones de ácido a perpetuidad.
Los problemas de toxicidad asociados a la minería ya se detectaron hace un siglo en la gigantesca mina de cobre de Butte y en los altos hornos cercanos cuando los rancheros vecinos vieron que sus reses morían y demandaron a la empresa propietaria de la mina, la Anaconda Copper Company. Anaconda negó su responsabilidad y ganó el posterior juicio, pero en 1907 construyó no obstante la primera de varias piletas de almacenamiento para alojar los residuos tóxicos. Por tanto, desde hace mucho tiempo sabemos que los residuos de las minas pueden aislarse para minimizar los problemas; algunas nuevas minas de otros lugares del mundo hacen lo propio con tecnología de vanguardia, mientras que otras continúan ignorando el problema. En la actualidad, a una empresa que abra una nueva mina en Estados Unidos se le exige por ley que deposite una fianza mediante la cual una empresa aseguradora garantice pagar los costes de limpieza de la mina en caso de que la propia compañía minera se declare en quiebra. Pero muchas minas han sido «infravaloradas» (es decir, los costes de una eventual limpieza han demostrado superar el valor de la fianza) y a otras minas no se les exigió ningún tipo de fianza.
En Montana, al igual que en cualquier otro sitio, las empresas que han adquirido viejas minas responden de dos posibles formas a las demandas de pago de los costes de limpieza. En especial cuando la empresa es pequeña, en algunos casos oculta sus activos y transfiere sus beneficios empresariales a otras empresas o a nuevas empresas que no tienen responsabilidad sobre la limpieza de la antigua mina. Si la compañía es tan grande que no puede certificar que asumir los costes de limpieza la llevará a la bancarrota (como en el caso de ARCO, que analizaré más adelante), la empresa niega su responsabilidad o trata de minimizar los costes. En cualquiera de los dos casos, o el emplazamiento de la mina y las zonas que quedan corriente abajo continúan siendo tóxicas, con lo cual ponen en peligro a las personas, o el gobierno federal de Estados Unidos y el del estado de Montana (por tanto, en última instancia, los contribuyentes) pagan la limpieza a través del Superfund[3] y de otro mecanismo de financiación equivalente del estado de Montana.
Estas dos respuestas alternativas ofrecidas por las compañías mineras plantean una pregunta que aparecerá de forma recurrente a lo largo de este libro, puesto que tratamos de comprender por qué cualquier persona o grupo de cualquier sociedad harían conscientemente algo perjudicial para la sociedad en su conjunto. Aunque negar o minimizar su responsabilidad puede formar parte de los intereses económicos a corto plazo de la compañía minera, es mala para la sociedad en su conjunto y también puede ser mala para los intereses a largo plazo de la propia empresa o de la industria minera en su totalidad. A pesar del tradicional lazo que los habitantes de Montana tienen con la minería como valor tradicional que define la identidad de su estado, últimamente se han desilusionado cada vez más con la minería y han contribuido a la práctica desaparición del sector en Montana. Por ejemplo, en 1998, para sorpresa de la industria y de los políticos que apoyaban la industria y recibían apoyo de esta, los votantes de Montana aprobaron en referéndum la prohibición de un método de extracción de oro plagado de problemas y denominado «minería de filtrado de cianuro», que analizaremos más adelante. Algunos de mis amigos de Montana dicen ahora: al volver la vista atrás, cuando comparamos los multimillonarios costes de limpieza de las minas, que soportamos todos los contribuyentes, con los escasos beneficios que dejan a la propia Montana las antiguas ganancias de sus minas, la mayoría de los cuales iban a parar a los accionistas del este de Estados Unidos o de Europa, descubrimos que Montana habría gozado de una mejor situación económica a largo plazo si nunca hubiera extraído cobre y simplemente lo hubiera importado de Chile, dejando así los problemas resultantes a los chilenos.
Para quienes no somos mineros es fácil indignarse ante el comportamiento de las compañías mineras y considerar que su conducta es moralmente reprobable. ¿Acaso no hicieron a conciencia cosas que nos perjudicaban y acaso no eluden ahora su responsabilidad? Un cartel expuesto en el retrete de un amigo mío de Montana dice: «No tires de la cadena. ¡Haz como la industria minera y deja que otro limpie tus excrementos!».
En realidad, la cuestión moral es más compleja. Veamos una explicación que tomo de un libro reciente: «… difícilmente puede echarse la culpa a ASARCO (American Smelting and Refining Company), la Compañía Estadounidense de Fundiciones y Refinerías, una gigantesca empresa de minería y fundición, por no limpiar una mina especialmente tóxica que poseía. Las empresas estadounidenses deben producir beneficios para sus propietarios; este es el modus operandi del capitalismo estadounidense. Uno de los corolarios del proceso de obtener beneficios es no gastarlos innecesariamente…». Esta ideología de mantener el puño bien cerrado no se limita a la industria de la minería. Las empresas que triunfan diferencian entre los gastos que son necesarios para mantenerse en el negocio y aquellos otros calificados de un modo más reflexivo como «obligaciones morales». Las dificultades o la renuencia a comprender y aceptar esta distinción pone de relieve gran parte de la tensión existente entre los defensores de los programas medioambientales ampliamente implantados y la comunidad empresarial. Es más fácil que los líderes empresariales sean contables o fiscales que miembros del clero”. Esta justificación no procede del consejero delegado de ASARCO, sino del asesor medioambiental David Stiller, que en su libro Wounding the West: Montana, Mining and the Environment trató de comprender cómo surgió el problema de los residuos tóxicos de la minería y qué tiene que hacer realmente la sociedad para atajarlo.
Es una triste realidad que no exista ningún modo sencillo y barato de limpiar viejas minas. Los primeros mineros se comportaron como lo hicieron porque el gobierno no les exigía casi nada y porque eran empresarios que operaban de acuerdo con los principios que exponía David Stiller. No fue hasta 1971 cuando el estado de Montana aprobó una ley que exigía a las compañías mineras que limpiaran su propiedad cuando cerraran la mina. Incluso las empresas ricas (como ARCO y ASARCO), que pueden tener tendencia a limpiar, se vuelven reticentes a hacerlo cuando se dan cuenta de que entonces pueden estar pidiéndoles que hagan lo imposible, o que los costes serán excesivos, o que los resultados que pueden obtenerse serán menores que los esperados por la opinión pública. Cuando el propietario de la mina no puede o no va a pagar, los contribuyentes tampoco quieren intervenir y pagar miles de millones de dólares en costes de limpieza. Por el contrario, los contribuyentes sienten que el problema lleva ahí mucho tiempo, fuera del alcance de la vista y lejos de sus jardines, de modo que debe de ser soportable; la mayor parte de los contribuyentes rehúsan gastar dinero si no hay una crisis inminente; y no hay suficientes contribuyentes que se quejen de los residuos tóxicos o que puedan pagar muchos impuestos. En este sentido, la opinión pública estadounidense es tan responsable de la inacción como lo son los mineros y el gobierno; nosotros, los ciudadanos, tenemos la responsabilidad última. Solo cuando los ciudadanos presionen a sus políticos para que aprueben leyes que exijan una conducta distinta a las compañías mineras se comportarán estas de otro modo; de lo contrario, las empresas estarían actuando como instituciones benéficas y estarían eludiendo su compromiso con los accionistas. Bastarán tres ejemplos para ilustrar algunos de los diversos resultados originados hasta la fecha por estos dilemas: se trata de los casos de las minas de Clark Fork, de la presa de Milltown y de Pegasus Zortman-Landusky.
En 1882 las compañías mineras que posteriormente conformarían la Anaconda Copper Company iniciaron sus operaciones en Butte, cerca de la cabecera del río Clark Fork, afluente del río Columbia. Para 1900, Butte respondía de la mitad de la producción de cobre de Estados Unidos. Hasta 1955 la mayor parte de la minería se realizaba mediante túneles subterráneos, pero en 1955 Anaconda empezó a excavar una mina a cielo abierto conocida como la mina Berkeley, que en la actualidad es un enorme agujero de más de un kilómetro y medio de diámetro y 550 metros de profundidad. Inmensas cantidades de escombros ácidos que contenían metales tóxicos y procedían de la mina acabaron en el río Clark Fork. Pero la suerte de Anaconda declinó entonces debido a la competencia extranjera, la expropiación de sus minas en Chile y las crecientes preocupaciones medioambientales en Estados Unidos. En 1976 Anaconda fue adquirida por la gran empresa petrolera ARCO (más recientemente adquirida a su vez por la aún mayor empresa petrolera BP), que cerró los altos hornos en 1980 y la propia mina en 1983, con lo cual destruyó miles de puestos de trabajo y tres cuartas partes de la base económica de la zona de Butte.
El río Clark Fork, incluida la zona de la mina Berkeley, es ahora el emplazamiento más grande y más caro de Estados Unidos de los que se limpian con dinero del Superfund. Bajo la supervisión de los gobiernos federal y estatal, ARCO adquirió los bienes de Anaconda, incluido el pasivo. Al menos, ARCO y BP no se han declarado en bancarrota. Como me dijo un ecologista amigo mío, «están intentando marcharse pagando lo menos posible, pero hay que enfrentarse a empresas aún peores que ARCO». Las filtraciones de aguas ácidas de la mina Berkeley serán bombeadas y tratadas de forma definitiva. ARCO ya ha pagado varios cientos de millones de dólares al estado de Montana por la recuperación del río Clark Fork y su responsabilidad total final se estima en mil millones de dólares, pero dicha estimación es imprecisa porque el tratamiento de limpieza consume mucha energía: ¿quién sabe qué costará la energía dentro de cuarenta años?
El segundo ejemplo tiene que ver con la presa de Milltown, construida en 1907 en el río Clark Fork una vez que este ha dejado Butte para generar energía para un aserradero cercano. Desde entonces se han lavado desde las minas de Butte y acumulado en el embalse bajo la mina más de seis millones de metros cúbicos de sedimentos contaminados con arsénico, cadmio, cobre, plomo y cinc. Un problema «menor» resultante es que la presa impide que los peces emigren a lo largo de los ríos Clark Fork y Blackfoot (este último es el río truchero popularizado por la novela de Norman Maclean y la película de Robert Redford El río de la vida). El problema principal, descubierto en 1981, cuando la población local se dio cuenta de que el agua que bebía de sus pozos tenía mal sabor, es que desde el embalse está diseminándose un inmenso penacho de aguas subterráneas con peligrosos niveles de arsénico que son 42 veces más altos de lo que autorizan las normas federales del agua. La presa está decrépita, necesita una reparación, está pésimamente reforzada, se encuentra en una zona de terremotos, casi se rompió debido a una obstrucción de hielo en 1996 y se espera que, más pronto o más tarde, acabe reventando. A nadie se le ocurriría hoy día construir una presa tan endeble. Si la presa reventara y liberara sus sedimentos tóxicos, el abastecimiento de agua de Missoula, la ciudad más grande del sudoeste de Montana, situada solo a once kilómetros de la presa, se volvería no potable y el curso bajo del río Clark Fork quedaría arruinado para la pesca.
ARCO adquirió la responsabilidad sobre los sedimentos tóxicos de la presa cuando compró la Anaconda Mining Company, cuyas actividades produjeron los sedimentos. El desastre que casi se produjo como consecuencia de la obstrucción de hielo de 1996, así como la muerte de peces río abajo como consecuencia de los vertidos de aguas con niveles tóxicos de cobre procedentes de la presa, en aquel momento por primera vez y luego una vez más en 1998, provocaron que se reconociera que había que hacer algo con la presa. Los científicos federales y estatales recomendaron eliminar la presa y los sedimentos tóxicos acumulados, con un coste para ARCO de aproximadamente cien millones de dólares. Durante mucho tiempo, ARCO negó su responsabilidad sobre el arsénico de las aguas subterráneas de Milltown y sobre el cáncer en la zona de Milltown, financió un movimiento «popular» en la cercana ciudad de Bonner para que se opusiera a la eliminación de la presa y, en su lugar, propuso simplemente reforzarla al muy inferior coste de veinte millones de dólares. Pero los políticos, los empresarios y la gente de a pie de Missoula, que inicialmente consideraban que la propuesta de eliminar la presa era absurda, cambiaron de opinión para mostrarse claramente a favor de ella. En 2003 la Environmental Protection Agency (Agencia Estadounidense para la Protección del Medio Ambiente) aceptó la propuesta convirtiendo así en algo casi seguro que la presa se eliminaría.
El ejemplo que nos queda es el de la mina Zortman-Landusky, propiedad de Pegasus Gold, una pequeña empresa fundada por personas de otras compañías mineras. Esa mina empleó un método denominado «filtrado de cianuro», desarrollado para tratar menas con una proporción tan baja de oro que se requieren cincuenta toneladas de mena para obtener 28 gramos de oro. La mena se excava en un pozo abierto, se apila en un gran montón (que llega a conformar una pequeña montaña) en el interior de una plataforma de filtrado forrada, y se rocía con una solución de cianuro. El cianuro es famoso por ser el veneno utilizado para producir el gas cianuro de hidrógeno utilizado tanto en las cámaras de gas nazis como en las de las cárceles de las prisiones estadounidenses, pero que tiene la virtud de formar enlace con el oro. Por tanto, a medida que la solución de cianuro se filtra a través del montón de mena, va recogiendo el oro y desaguando en una pileta cercana, desde donde se bombea hacia una planta de procesamiento para extraer el oro. De la solución de cianuro sobrante, que contiene metales tóxicos, se deshacen rociándola en bosques o prados cercanos, o bien se vuelve a enriquecer con más cianuro y vuelve a rociarse sobre el montón.
Obviamente, en este proceso de amontonamiento y filtrado pueden salir mal varias cosas, todas las cuales salieron mal en la mina Zortman-Landusky. El forro de la plataforma de filtrado es tan fino como una moneda de cinco centavos e, inevitablemente, tiene fugas bajo el peso de millones de toneladas de mena manipuladas por maquinaria pesada. La pileta con su nocivo brebaje puede desbordarse; eso sucedió en la mina Zortman-Landusky durante una tormenta. Por último, el propio cianuro es peligroso: durante una emergencia por inundación en la mina, cuando los propietarios recibieron permiso para deshacerse del exceso de solución rociándola en las proximidades con el fin de impedir que las plataformas reventaran, la mala realización de la operación de rociado desembocó en la formación de gas cianhídrico que casi mató a algunos trabajadores. Pegasus Gold se declaró finalmente en bancarrota y abandonó sus inmensos pozos abiertos, sus montones de mena y las piletas de las que se filtrarán eternamente el ácido y el cianuro. El depósito bajo fianza de Pegasus se reveló insuficiente para cubrir los costes de limpieza, lo cual supuso que fueran los contribuyentes quienes pagaran las facturas pendientes, estimadas en cuarenta millones de dólares o quizá más. El análisis que he expuesto de estos tres casos de problemas de residuos tóxicos de minas, así como otros miles de casos, ilustran por qué los visitantes de Alemania, Sudáfrica, Mongolia y otros países, que sopesaban la posibilidad de invertir en minería, se han dedicado a viajar a Montana recientemente para informarse de primera mano acerca de las malas prácticas de la minería y sus consecuencias.
Un segundo conjunto de problemas medioambientales de Montana tiene que ver con la explotación maderera y la quema de sus bosques. Del mismo modo que nadie niega que la minería del metal es esencial, en algún lugar y de algún modo, nadie discutiría que la tala también es necesaria para obtener madera para fabricar tablones o papel. La pregunta que mis amigos de Montana favorables a la tala plantean es la siguiente: si se pone objeciones a talar en Montana, ¿de dónde se propone entonces obtener madera? Rick Laible defendió ante mí una polémica propuesta de tala reciente señalando que «¡supone un duro golpe cortar el bosque tropical!». La defensa de Jack Ward Thomas fue similar: «Si nos negamos a cortar nuestros propios árboles muertos y en su lugar importamos árboles vivos de Canadá, habremos exportado allí tanto las consecuencias medioambientales de la tala como los beneficios económicos de la misma». Dick Hirschy comentó con sarcasmo: «Hay un dicho que reza: “No expolies la tierra talando”; de modo que para no hacerlo estamos expoliando Canadá».
La tala comercial comenzó en el valle de Bitterroot en 1886 para abastecer de troncos de pino ponderosa a la comunidad minera de Butte. El boom de la construcción de viviendas posterior a la Segunda Guerra Mundial, y el consiguiente aumento de la demanda de madera, supuso que las ventas de tablones procedentes de bosques nacionales estadounidenses alcanzaran en torno a 1972 una cifra cumbre unas seis veces superior a los niveles de 1945. Desde los aviones se rociaban los bosques con DDT para controlar las plagas de insectos de los árboles. Con el fin de renovar de forma uniforme los árboles de desigual edad de determinadas especies, y maximizar así las concesiones de madera e incrementar la eficiencia de la tala, esta se llevó a cabo eliminando todos los árboles en lugar de mediante una tala selectiva de determinados árboles señalados. Frente a aquellas grandes ventajas de eliminar todos los árboles se alzaban algunos inconvenientes: la temperatura del agua de los arroyos que ya no recibían sombra de los árboles ascendió por encima de los niveles óptimos para el desove y la supervivencia de los peces; la nieve sobre el suelo desnudo desprovisto de sombra se fundía a un ritmo más rápido, en lugar de que la acumulación estacional de nieve en los umbríos bosques se fundiera y liberara agua para regar los ranchos durante todo el verano; y, en algunos casos, el depósito de sedimentos se incrementó y la calidad del agua disminuyó. Pero el mal más visible de la desaparición de los árboles, para los ciudadanos de un estado que consideraban que el recurso más valioso de su tierra era su belleza, fue que las laderas bien delineadas de las montañas resultaban feas, verdaderamente feas.
Al debate subsiguiente acabó conociéndosele como la Polémica de la Tala. Los rancheros, los propietarios y el público en general de Montana protestaron indignados. Los directivos del Servicio Forestal de Estados Unidos cometieron el error de insistir en que eran ellos los profesionales que más sabían de la tala, y que el público era ignorante y debería estar tranquilo. El informe Bolle de 1970, elaborado por profesionales forestales que no pertenecían al Servicio Forestal, criticaba las políticas de este organismo y, alentado por disputas similares sobre la tala en los bosques nacionales de Virginia Occidental, se tradujo en cambios a escala nacional, entre los que se encontraban las restricciones sobre la tala y el nuevo énfasis en la importancia de gestionar los bosques para otros múltiples usos que no fueran la producción de madera (como ya entendía el Servicio Forestal cuando se creó en 1905).
En los decenios transcurridos desde aquella polémica de la tala masiva las ventas anuales de madera del Servicio Forestal han descendido en más de un 80 por ciento; en parte debido a las regulaciones medioambientales impuestas por la Ley de Especies Amenazadas, la Ley de Aguas Limpias y la exigencia de que los bosques nacionales mantengan sus hábitats para todas las especies, y en parte debido a la caída de la accesibilidad a grandes árboles a causa de la propia tala. Cuando el Servicio Forestal hace pública ahora una oferta de concesión de madera, las organizaciones ecologistas realizan protestas y presentan recursos que tardan diez años en resolverse y que hacen que la tala sea menos rentable económicamente, aun cuando los recursos queden en última instancia desestimados. Prácticamente todos mis amigos de Montana, incluso aquellos que se consideran a sí mismos ecologistas fervientes, me dijeron que consideran que el péndulo ha oscilado demasiado en dirección contraria a la tala. Se sienten frustrados por el hecho de que las ofertas de tala que para ellos están adecuadamente justificadas (como, por ejemplo, con el fin de reducir la masa combustible de incendios forestales que se analiza más abajo) sufren largas demoras en los tribunales. Pero las organizaciones ecologistas que presentan las demandas han concluido que deben sospechar de las propuestas de tala habitualmente camufladas que se esconden tras cualquier oferta aparentemente razonable del gobierno que tenga que ver con la tala. En la actualidad, todos los antiguos aserraderos del valle de Bitterroot han cerrado debido a la poca madera disponible procedente de las explotaciones madereras públicas de Montana, y a que la que procede de explotaciones privadas ya ha sido cortada en dos ocasiones. El cierre de los aserraderos ha supuesto la pérdida de muchos puestos de trabajo sindicados y de alta remuneración, así como el deterioro de la imagen tradicional que el habitante de Montana tiene de sí mismo.
En otras muchas partes de Montana fuera del valle de Bitterroot queda mucha tierra maderera privada, la mayor parte de la cual procede de concesiones gubernamentales de tierra otorgadas en la década de 1860 a la Great Northern Railroad como incentivo para construir un ferrocarril transcontinental. En 1989 esa tierra fue transferida de los ferrocarriles a una entidad con sede en Seattle denominada Plum Creek Timber Company, creada con fines fiscales como trust de inversión en propiedades inmobiliarias (de forma que sus ganancias fueran gravadas con impuestos inferiores como beneficios del capital), y que en la actualidad es el mayor propietario de tierras madereras privadas de Montana y el segundo más grande de Estados Unidos. He leído las publicaciones de Plum Creek y he hablado con el director de asuntos corporativos, Bob Jirsa, que defiende las políticas medioambientales y las prácticas silvícolas sostenibles de Plum Creek. También he oído a infinidad de amigos de Montana difundir opiniones desfavorables sobre Plum Creek. Entre sus quejas más habituales se encuentran las siguientes: a Plum Creek «solo le importa la cuenta de resultados»; «no están interesados en hacer una silvicultura sostenible»; «tienen una cultura empresarial y su lema es “¡Sacad más madera!”»; «Plum Creek gana dinero con la tierra de todas las formas posibles»; «ellos desmalezan solo si alguien se queja».
Si estos puntos de vista enfrentados le recuerdan al lector los puntos de vista que ya he citado respecto a las empresas mineras, está en lo cierto. Plum Creek está organizada como una empresa para obtener beneficios, no como una institución benéfica. Si los ciudadanos de Montana quieren que Plum Creek haga cosas que disminuyan sus beneficios, es responsabilidad suya hacer que los políticos aprueben y hagan respetar leyes que exijan este tipo de cosas, o bien comprar las tierras y gestionarlas de otro modo. Esta disputa choca con una sencilla y tajante realidad: el clima frío y seco de Montana y su altura sitúan a la mayor parte de su territorio en desventaja comparativa para la silvicultura. En el sudeste y noroeste de Estados Unidos los árboles crecen a un ritmo varias veces más rápido que en Montana. Aunque las tierras más extensas de Plum Creek están en Montana, otros cuatro estados (Arkansas, Georgia, Maine y Mississippi) producen cada uno de ellos más madera para Plum Creek con solo entre el 60 y el 64 por ciento de la superficie silvícola de Montana. Plum Creek no puede obtener una tasa de beneficios alta por sus actividades madereras en Montana: tiene que pagar por la tierra impuestos y protección contra incendios a la vez que debe sentarse a esperar en ella entre sesenta y ochenta años antes de explotar los árboles, mientras que en sus tierras del sudeste de Estados Unidos los árboles alcanzan un tamaño explotable al cabo de treinta años. Cuando Plum Creek se enfrenta a los datos económicos y ve que vale más promocionar sus tierras de Montana, en particular aquellas que están junto a ríos y lagos, como propiedades inmobiliarias antes que para madera, ello se debe a que los posibles compradores que buscan parcelas pintorescas frente a un lago o un río mantienen esa misma opinión. Esos compradores a menudo son representantes de intereses conservacionistas, entre los cuales se encuentra el propio gobierno. Por todas estas razones, el futuro de la explotación maderera en Montana es aún más incierto que en cualquier otro lugar de Estados Unidos, al igual que el de la minería.
Con estas cuestiones de la explotación maderera del bosque guardan relación las cuestiones de los incendios forestales, que recientemente han aumentado en intensidad y cantidad en algunos tipos de bosques de Montana y de todo el oeste de Estados Unidos, donde los veranos de 1988, 1996, 2000, 2002 y 2003 hicieron que esos fueran años de incendios particularmente duros. En el verano de 2000 ardió la quinta parte del territorio de bosque que quedaba en el valle de Bitterroot. En la actualidad, cada vez que vuelvo a Bitterroot en avión mi primer pensamiento al mirar por la ventanilla es contar el número de incendios o calcular la cantidad de humo que hay ese día concreto. (El 19 de agosto de 2003, cuando el avión estaba aproximándose al aeropuerto de Missoula, conté una docena de incendios, cuyo humo reducía la visibilidad a unos pocos kilómetros). Cada vez que John Cook llevó a mis hijos en el año 2000 a pescar con mosca, la elección del río al que ir a pescar dependía en parte de dónde estaban activos los incendios ese día. Algunos de mis amigos de Bitterroot han tenido que ser evacuados de sus casas reiteradamente debido a la proximidad de los incendios.
Este reciente incremento de los incendios ha sido consecuencia en parte del cambio climático (la reciente tendencia a los veranos cálidos y secos) y en parte a las actividades humanas, por complejas razones que los guardas forestales llegaron a vislumbrar cada vez mejor hace aproximadamente treinta años, pero cuya importancia relativa todavía se discute. Un factor es el que constituyen las consecuencias directas de la tala, que a menudo convierten un bosque en algo que se parece a una inmensa pila de astillas: el terreno de un bosque talado puede quedar cubierto de ramas cortadas y copas de árboles abandonadas una vez que se han acarreado fuera de allí los troncos útiles; retoñan tupidos brotes de nueva vegetación, con lo cual se incrementa aún más la masa combustible del bosque; y los árboles talados y eliminados son por supuesto los individuos más grandes y más resistentes al fuego, que dejan allí los árboles más pequeños y más inflamables. Otro factor es que el Servicio Forestal de Estados Unidos adoptó en la década de 1900 una política de eliminación de incendios (que trataba de apagar los incendios forestales) por las razones obvias de que no querían que la valiosa madera se desvaneciera en humo, ni que las casas y las vidas de las personas se vieran amenazadas. El objetivo que proclamaba el Servicio Forestal era el siguiente: «Apagar todos los incendios forestales antes de las diez de la mañana del día siguiente a aquel en que se había dado la alerta del mismo por primera vez». Los bomberos acabaron teniendo mucho más éxito en la consecución de ese objetivo tras la Segunda Guerra Mundial gracias a la disponibilidad de aviones contra incendios, a un sistema de carreteras mejorado que permitía enviar camiones de bomberos y a una tecnología contra incendios muy desarrollada. Durante unos cuantos decenios tras la Segunda Guerra Mundial la superficie quemada anual disminuyó en un 80 por ciento.
Esta afortunada situación empezó a cambiar en la década de 1980, debido a la creciente frecuencia con que los grandes incendios forestales eran esencialmente imposibles de extinguir a menos que la lluvia y la desaparición del viento se sumaran para colaborar. La gente empezó a darse cuenta de que la política de supresión de incendios forestales del gobierno federal de Estados Unidos estaba contribuyendo a que se produjeran esos grandes incendios, y que los fuegos naturales originados por los rayos habían desempeñado anteriormente un papel importante en el mantenimiento de la masa forestal. Esa función natural del fuego varía con la altitud, las especies de árboles y el tipo de bosque. Si tomamos como ejemplo el bosque de baja altitud de pino ponderosa de Bitterroot, los registros históricos, unidos al recuento de los anillos de los árboles y a las señales de los incendios que pueden datarse en los troncos de los árboles, demostraban que un bosque de pino ponderosa experimenta un incendio provocado por un rayo aproximadamente una vez cada diez años en condiciones naturales normales (es decir, antes de que comenzara la política de supresión de incendios alrededor de 1910 y de que se hiciera efectiva después de 1945). Los ejemplares de pino ponderosa adultos tienen una corteza de cinco centímetros de grosor y son relativamente resistentes al fuego, que en lugar de afectarlos quema la capa inferior más sensible al fuego de vegetación de jóvenes abetos Douglas nacidos después del último incendio. Pero tras el crecimiento de solo una década hasta el siguiente incendio esos árboles jóvenes son todavía demasiado bajos para que el fuego se extienda desde ellos hasta las copas de los más altos. Por tanto, el fuego queda confinado al suelo Y a la primera capa de vegetación. Como consecuencia de ello, muchos bosques naturales de pino ponderosa tienen un aspecto como de aparcamiento, con una baja carga combustible, grandes árboles muy espaciados y una primera capa de vegetación relativamente despejada.
No obstante, por supuesto, los leñadores se esforzaron en eliminar esos ejemplares de pino ponderosa grandes, viejos, valiosos y resistentes al fuego, mientras que la eliminación de incendios durante décadas permitió que la primera capa de vegetación se rellenara con ejemplares jóvenes de abetos Douglas que, a su vez, serían valiosos cuando fueran completamente adultos. La densidad se incrementó de 74 a 500 árboles por hectárea, la masa combustible del bosque se multiplicó por seis y el Congreso se equivocó reiteradamente en la asignación de dinero para mermar los árboles jóvenes. Otro factor relacionado con el ser humano, el pastoreo en bosques nacionales, puede haber desempeñado también un papel importante al reducir las hierbas superficiales que de otro modo habrían alimentado frecuentes incendios de baja intensidad. Cuando un incendio se desata finalmente en un bosque superpoblado de árboles jóvenes, ya se deba a un rayo, al descuido humano o (lamentablemente con frecuencia) a un acto intencionado, los altos y densos árboles jóvenes pueden convertirse en una escalera que permite que el fuego salte al cielo del bosque. El resultado es en ocasiones un infierno incontenible en el que las llamas ascienden 120 metros en el aire, saltan de una zona a otra a través de amplios espacios vacíos, se alcanzan temperaturas de más de mil grados centígrados, muere el lecho de semillas del suelo y puede venir seguido de deslizamientos de barros y erosión en masa.
Para los leñadores el gran problema actual de gestionar los bosques occidentales se identifica con qué hacer con esas crecientes masas combustibles que acumularon durante el medio siglo anterior de supresión eficaz de incendios. En el extremo oriental de Estados Unidos, más húmedo, los árboles muertos se pudren con mayor rapidez que en el oeste, más seco, donde hay más árboles muertos que se mantienen en pie como gigantescos palillos. En un mundo ideal, el Servicio Forestal gestionaría y recuperaría los bosques, rebajaría de densidad de masa forestal y eliminaría la tupida vegetación de la capa inferior cortándola o mediante pequeños incendios controlados. Pero eso costaría más de dos mil dólares por hectárea para los más de cincuenta millones de hectáreas de bosques del oeste de Estados Unidos, o lo que es lo mismo, un total de unos cien mil millones de dólares. Ningún político ni elector quiere gastar esa cantidad de dinero. Aun cuando el coste fuera menor, gran parte de la opinión pública sospecharía de que semejante propuesta no fuera solo una excusa para reiniciar la tala de sus hermosos bosques. En lugar de un programa regular de gastos para mantener nuestros bosques occidentales en una situación menos propensa al fuego, el gobierno federal consiente que haya bosques inflamables y se ve obligado a gastar dinero de modo impredecible cada vez que surge una emergencia contra incendios: es decir, aproximadamente mil seiscientos millones de dólares para combatir los incendios forestales del verano de 2000, que calcinaron dieciséis mil kilómetros cuadrados.
Los propios habitantes de Montana mantienen puntos de vista dispares y a menudo contradictorios acerca de la gestión de los bosques y los incendios forestales. Por una parte, la opinión pública teme y rechaza intuitivamente la respuesta de «dejémoslo arder» que el Servicio Forestal se ve obligado a adoptar ante los grandes incendios que resultan peligrosos o imposibles de extinguir. Cuando en 1998 se permitió que ardieran los incendios de gran parte del Parque Nacional de Yellowstone, la opinión pública levantó particularmente la voz con sus protestas sin comprender que en realidad no se podía hacer nada salvo rezar para que lloviera o nevara. Por otra parte, a la opinión pública también le disgustan las propuestas de programas de descarga de masa forestal que podrían volver menos inflamables los bosques, ya que prefieren disfrutar de las hermosas vistas de bosques tupidos, objetan que se trata de injerencias «antinaturales» en la naturaleza, quieren dejar el bosque en un estado «natural» y sin duda no quieren pagar esa labor de descarga con una subida de impuestos. Ellos (como hasta hace poco la mayoría de los leñadores) no aciertan a comprender que los bosques occidentales ya se encuentran en una situación altamente antinatural como consecuencia de un siglo de eliminación de incendios, explotación maderera y pastoreo de ovejas.
En Bitterroot, la gente construye casas de museo próximas a bosques inflamables o rodeadas de ellos, en el límite de la zona urbana con el terreno salvaje, y luego espera que el gobierno proteja esas casas contra los incendios. En julio de 2001, cuando mi esposa y yo fuimos de excursión andando al oeste de la ciudad de Hamilton a través de lo que había sido el bosque de Blodgett, descubrimos que nos encontrábamos en un paisaje de árboles muertos calcinados en uno de los grandes incendios forestales, cuyo humo había inundado el valle durante nuestra visita del verano de 2000. Los residentes de la zona de Blodgett, que anteriormente se habían opuesto a las propuestas del Servicio Forestal de descargar el bosque, exigieron entonces que el Servicio Forestal contratara doce grandes helicópteros para luchar contra el fuego, a un coste de dos mil dólares la hora, para que protegieran sus casas arrojándoles agua, mientras que el Servicio Forestal, obedeciendo un mandato impuesto por el gobierno de proteger las vidas humanas, las propiedades de las personas y luego el bosque, por ese orden, estaba al mismo tiempo permitiendo que el fuego se extendiera a las explotaciones madereras públicas, mucho más valiosas que aquellas casas que iban a arder. El Servicio Forestal anunció posteriormente que dejaría de gastar tanto dinero y no volvería a poner en peligro las vidas de bomberos para proteger propiedades privadas. Muchos propietarios de casas demandan al Servicio Forestal si su casa se quema en un incendio forestal, o si arde en un fuego de contención provocado por el propio Servicio Forestal para controlar un incendio mucho mayor, o si no arde su casa pero sí un bosque que ofrece una bonita vista desde el porche de su casa. Sin embargo, los propietarios de casas de Montana están aquejados de una actitud tan furibundamente antigubernamental que no quieren pagar impuestos por los costes de la lucha contra el fuego, ni permitir que los empleados del gobierno que están en su territorio tomen medidas de prevención contra los incendios forestales.
El siguiente conjunto de problemas medioambientales de Montana tiene que ver con sus suelos. Un problema concreto y «menor» del suelo es que el boom de los huertos de manzanos comerciales, que inicialmente fueron muy rentables, se vino abajo debido en parte a que los manzanos agotaron el nitrógeno del suelo. Un problema más extendido del suelo es la erosión, originada por cualquiera de los diversos cambios que eliminan la cubierta vegetal que habitualmente protege al suelo: el exceso de pastoreo, las plagas de malas hierbas nocivas, la tala o los incendios forestales de temperaturas excesivamente altas, que esterilizan la capa superior del suelo. Las familias de rancheros de toda la vida saben que deben hacer algo mejor que abusar de sus pastos con el pastoreo: como me decían Dick y Jack Hirschy, «debemos tener mucho cuidado con nuestra tierra, o de lo contrario nos arruinaremos». Sin embargo, uno de los vecinos de los Hirschy es un forastero que pagó más por su finca de lo que podía soportar de forma sostenible mediante su explotación, y que ahora está abarrotando sus pastos con la esperanza, corta de miras, de recuperar su inversión. Otros vecinos cometieron el error de arrendar los derechos de pastoreo sobre sus tierras a otros, que las explotaron en exceso para obtener rápidos beneficios durante los tres años de duración de su contrato y no se preocuparon del deterioro a largo plazo resultante.
El resultado global de estas diversas causas de erosión del suelo es que se considera que aproximadamente un tercio de las cuencas están en buen estado y no está erosionado, otro tercio corre riesgos de erosión y otro tercio está ya erosionado y requiere recuperación.
El problema del suelo existente en Montana, junto con el agotamiento del nitrógeno y la erosión, es la salinización, un proceso que supone la acumulación de sal en el suelo y en las aguas subterráneas. Aunque esta acumulación se ha producido siempre de forma natural en algunas zonas, hay una preocupación más reciente por la destrucción de grandes zonas de tierras de cultivo debido a la salinización derivada de algunas prácticas agrícolas que expondré en los siguientes párrafos y en el capítulo 13; concretamente, de la eliminación de la vegetación autóctona y del riego. En algunas zonas de Montana la concentración de sal en el agua del suelo ha alcanzado niveles que duplican los del agua del mar.
Además de que determinadas sales tienen determinados efectos tóxicos sobre los cultivos, las altas concentraciones de sal ejercen sobre los cultivos un efecto nocivo general similar al efecto de una sequía, ya que elevan la presión osmótica del agua del suelo y, con ello, dificultan que las raíces absorban el agua mediante osmosis. El agua salada subterránea puede desembocar también en pozos y arroyos, y al evaporarse puede quedar en la superficie una capa de sal endurecida. Si uno se imagina bebiendo un vaso de «agua» con mayor concentración de sal que la del océano, apreciará que no solo sabe horriblemente mal y que impide que los agricultores cosechen sus cultivos, sino que el boro, el selenio y otros componentes tóxicos pueden ser malos para su salud (y para la de la vida salvaje y el ganado). Actualmente la salinización es un problema en muchas partes del mundo además de en Estados Unidos, como, por ejemplo, en la India, Turquía y especialmente Australia (véase el capítulo 13). En épocas pasadas contribuyó al declive de las civilizaciones más antiguas del mundo, las de Mesopotamia: la salinización ofrece buena parte de la respuesta a por que sería una broma cruel aplicar hoy día el concepto «creciente fértil» a Irak y Siria, antiguos centros destacados de la agricultura mundial.
La principal forma de salinización de Montana es la que ha destruido varios millones de hectáreas de tierras de cultivo en el norte de las Grandes Llanuras en su conjunto, incluyendo algunos centenares de miles de hectáreas del norte, el este y el centro de Montana. Esta forma se denomina «filtración salina», ya que el agua salada acumulada en un territorio elevado se filtra a través del suelo para aparecer en forma de charco en un territorio más bajo, distante hasta ochocientos metros o más. Normalmente las filtraciones salinas acaban siendo malas para las buenas relaciones entre vecinos cuando las prácticas agrícolas de un agricultor de un territorio elevado originan una filtración salina en la propiedad de un vecino situado más abajo.
Veamos cómo se produce una filtración salina. El este de Montana tiene montones de sales solubles en agua (especialmente sulfates de sodio, calcio y magnesio) que forman parte de las rocas y del propio suelo, y que también están atrapados en depósitos marinos (ya que gran parte de la región formaba parte anteriormente del océano). Bajo el suelo hay un lecho de roca (esquisto, arenisca o carbón) que es poco permeable al agua. En los áridos entornos orientales de Montana cubiertos de vegetación autóctona, casi toda la lluvia que cae es absorbida rápidamente por las raíces de la vegetación y devuelta a la atmósfera mediante transpiración, lo cual mantiene seco el suelo que hay bajo la capa de raíces. Sin embargo, cuando un agricultor elimina la vegetación autóctona para practicar la agricultura alternando períodos de cultivo y de barbecho, según los cuales una cosecha anual como la del trigo se cultiva un año y al año siguiente la tierra se deja en barbecho, no hay raíces de plantas que puedan recoger el agua de lluvia el año de barbecho. Esa agua de lluvia se acumula en el suelo, anega la zona que hay bajo la capa de raíces y disuelve las sales, que después ascienden a la zona de raíces cuando el nivel del agua aumenta. Debido al lecho de roca impermeable subyacente, el agua salada no fluye hacia zonas profundas del subsuelo, sino que emerge en forma de charco salado en algún lugar cercano de menor altura. El resultado es que los cultivos crecen peor o no crecen, tanto en la zona alta donde se origina el problema como en la zona más baja donde emerge la filtración.
Las filtraciones salinas proliferaron en gran parte de Montana a partir de 1940 como consecuencia de los cambios en las prácticas agrícolas; sobre todo por el aumento del uso de tractores y de maquinaria de labranza más eficiente, por los herbicidas que eliminaban malas hierbas durante el período de barbecho y por el aumento de tierras en barbecho cada año. El problema debe combatirse mediante varios tipos de gestión agrícola intensivos, como, por ejemplo, sembrando plantas que toleran la sal en las zonas bajas donde aparece la filtración para empezar a recuperarlas, disminuyendo la duración del período de barbecho en la zona alta mediante un calendario de cultivos conocido como «cultivo flexible», y plantando alfalfa y otros cultivos perennes, que necesitan mucha agua y tienen raíces profundas que recogen el exceso de agua del suelo.
En las zonas de Montana donde la agricultura depende directamente del agua de lluvia, las filtraciones salinas suponen la principal forma de deterioro del terreno por lo que respecta a la sal. Pero no son la única. Hay varios millones de hectáreas de terreno agrícola cuya agua depende del riego más que de la lluvia y que están desigualmente repartidos por todo el estado, entre los cuales se encuentran las zonas del valle de Bitterroot, donde veraneo, y la cuenca de Big Hole. La salinización está empezando a aparecer en algunas de aquellas zonas en que el agua de riego contiene sal. Otra forma de salinización es la derivada de un método industrial de extracción de metano para gas natural a partir de lechos de carbón, que consiste en perforar el carbón y bombear agua en él para que transporte el metano a la superficie. Desgraciadamente, el agua no solo disuelve el metano sino también la sal. Desde 1988, el adyacente estado de Wyoming, que es casi tan pobre como el de Montana, ha estado tratando de estimular su economía embarcándose en un gran programa de extracción de metano mediante este método, y por tanto produciendo agua salada que se filtra desde Wyoming hacia la cuenca del río Powder, situada al sudeste de Montana.
Para empezar a comprender los aparentemente irresolubles problemas de agua que asolan a Montana, junto con otras zonas áridas del oeste norteamericano, pensemos que el valle de Bitterroot tiene dos formas de abastecimiento de agua en gran medida independientes: el regadío mediante acequias que se nutren del agua de arroyos de montaña, lagos o del propio río Bitterroot para irrigar campos de cultivo, y los pozos perforados en los acuíferos subterráneos, que proporcionan la mayor parte del agua de uso doméstico. Las ciudades más grandes del valle disponen de un servicio de abastecimiento de agua municipal, pero las casas que quedan fuera de esas pocas ciudades obtienen todas ellas el agua de pozos privados. Tanto el abastecimiento de agua de riego como el de agua de pozo se enfrentan a un mismo dilema fundamental: el creciente número de usuarios para la menguante cantidad de agua. Como me explicaba de forma sucinta Vern Woolsey, el comisario de aguas de Bitterroot, «cada vez que hay una fuente de agua y más de dos personas para utilizarla hay problemas. Pero ¿por qué pelear por el agua? ¡Pelear no sirve para que haya más agua!».
En definitiva, el motivo de la disminución de la cantidad de agua es el cambio climático: Montana está volviéndose más cálida y más seca.
Aunque el calentamiento global arrojará como resultado tanto ganadores como perdedores en diferentes lugares del planeta, Montana formará parte de los grandes perdedores porque su pluviosidad ya era ligeramente insuficiente para la agricultura. La sequía ha obligado ahora a abandonar grandes zonas de tierras de cultivo del este de Montana, así como territorios adyacentes de Alberta y Saskatchewan. La consecuencia visible del calentamiento global del planeta en los lugares donde veraneo al oeste de Montana es que la nieve de las montañas está empezando a circunscribirse a las zonas más altas y con frecuencia ya no permanece durante el verano en las montañas que rodean a la cuenca de Big Hole, como lo hacía cuando lo visité por primera vez en 1953.
La consecuencia más visible del calentamiento global del planeta en Montana, y quizá en cualquier lugar del mundo, se da en el Parque Nacional de los Glaciares. Aunque los glaciares de todo el mundo están en retroceso —en el monte Kilimanjaro, en los Andes y los Alpes, en las montañas de Nueva Guinea y en torno al Everest—, el fenómeno se ha estudiado particularmente bien en Montana gracias a que sus glaciares son muy accesibles para los meteorólogos y turistas. Cuando a finales de la década de 1800 la zona del Parque Nacional de los Glaciares fue visitada por primera vez por los naturalistas, albergaba más de ciento cincuenta glaciares; en la actualidad solo quedan unos treinta y cinco, la mayoría de los cuales tienen un tamaño menor que el que se decía que tenían en un principio. Si se mantiene la tasa actual de deshielo de los glaciares, en el año 2030 el Parque Nacional de los Glaciares no tendrá ninguno. Semejante descenso en la masa de nieve es terrible para los sistemas de riego, cuyas aguas estivales proceden del deshielo de la nieve que queda en las montañas. También es malo para la red de pozos que explotan el acuífero del río Bitterroot, cuyo volumen ha disminuido debido a la reciente sequía.
Al igual que en otras zonas áridas del oeste norteamericano, sin riego sería imposible que hubiera agricultura en el valle de Bitterroot, porque las precipitaciones anuales en el lecho del valle son solo de unos trescientos treinta milímetros anuales. Sin riego, la vegetación del valle sería la artemisa, que es de lo que Lewis y Clark dieron cuenta en su visita de 1805-1806, la cual todavía puede verse hoy día en cuanto se atraviesa el último canal de riego de la zona oriental del valle. La construcción de sistemas de regadío alimentados por las aguas de deshielo de la alta montaña que conforma la zona occidental del valle se inició ya a finales de la década de 1800 y alcanzó su punto culminante en 1908-1910. En cada red o distrito de riego, cada propietario o grupo de propietarios de tierras tiene derecho a tomar para sus tierras una determinada cantidad de agua de la red.
Por desgracia, en la mayoría de los distritos de riego de Bitterroot el agua está «sobreadjudicada». Esto quiere decir —aunque parezca mentira para un forastero ingenuo como yo— que la suma de los derechos de agua asignados a todos los propietarios supera el caudal de agua disponible la mayoría de los años, al menos al final del verano, cuando el deshielo disminuye. Parte de la razón es que las asignaciones están calculadas bajo el supuesto de que hay una afluencia de agua fija, pero en realidad la afluencia de agua varía de un año a otro con el clima, y esa supuesta cantidad fija de agua es la estimación de un año relativamente húmedo. La solución pasa entonces por asignar prioridades a los propietarios según la fecha en que se solicitó derecho de agua para esa propiedad y por cortar el suministro de agua primero al derechohabiente más reciente y después a los anteriores, a medida que el caudal de agua de los canales decrece. Eso es ya toda una receta para el conflicto, ya que las explotaciones más antiguas con los derechos solicitados hace más tiempo están con frecuencia en las zonas bajas, y es duro para los agricultores de las zonas altas con derechos de agua peor situados en la lista ver cómo el agua que tan desesperadamente necesitan fluye alegremente ladera abajo abandonando su propiedad y, no obstante, deben abstenerse de coger agua. Si la cogieran, sus vecinos de más abajo podrían demandarlos.
Un problema ulterior se deriva de la subdivisión de tierras: originalmente la tierra se concentraba en grandes parcelas cuyo único propietario tomaba agua de la acequia para sus diferentes terrenos de forma, por supuesto, secuencial, ya que no habría sido tan estúpido como para tratar de regar todos sus terrenos al mismo tiempo y, por tanto, quedarse sin agua. Pero como aquellas parcelas originalmente de ochenta hectáreas han sido subdivididas cada una en cuarenta parcelas de unas dos hectáreas cada una para viviendas, no hay agua suficiente cuando cada uno de esos propietarios trata de regar y mantener verde el jardín de la casa sin darse cuenta de que los otros 39 vecinos están regando al mismo tiempo. Otro problema adicional es que los derechos de riego se aplican solo a los denominados usos del agua «beneficiosos» que sirven de provecho al pedazo de tierra que detenta el derecho. Dejar agua en el río para los peces y para los turistas que tratan de navegar río abajo en barcas no está considerado un derecho «beneficioso». Algunas partes del río Big Hole se han secado realmente en algunos veranos secos recientes. Hasta 2003 y durante varios decenios, muchos de esos conflictos potenciales en el valle de Bitterroot fueron arbitrados de forma amistosa por Vern Woolsey, el comisario de aguas de ochenta y dos años a quien todo el mundo respetaba; pero mis amigos de Bitterroot están aterrorizados ante el potencial de conflictos que se avecina ahora que Vern ha renunciado finalmente a su puesto.
Entre los sistemas de regadío de Bitterroot se encuentran 28 pequeñas presas privadas construidas en los arroyos de montaña destinadas a almacenar agua del deshielo en primavera y desaguarla en verano para regar los campos. Estas presas constituyen bombas de relojería. Fueron construidas todas ellas hace un siglo con un diseño que en la actualidad se considera primitivo y peligroso. Han recibido poca o ninguna labor de mantenimiento. Muchas corren peligro de derrumbarse, lo cual inundaría las casas y terrenos que se encuentran bajo ellas. Hace algunas décadas las devastadoras inundaciones producidas como consecuencia del fallo de dos presas de este tipo convencieron al Servicio Forestal de que debía advertir de que los propietarios de una presa, así como también cualquier contratista que hubiera trabajado alguna vez en ella, eran los responsables de los daños originados por la rotura de la misma. Los propietarios son responsables tanto de reforzar como de eliminar su presa. Aunque este criterio puede parecer razonable, hay tres hechos que a menudo lo convierten en algo económicamente muy oneroso: la mayor parte de los actuales propietarios que ostentan la responsabilidad obtienen poco beneficio económico de su presa y ya no se ocupan de reforzarla (por ejemplo, porque la tierra ha sido subdividida en parcelas para viviendas y ahora utilizan la presa solo para regar el césped en lugar de para ganarse la vida como agricultores); los gobiernos estatal y federal ofrecen dinero para compartir los gastos de reforzar una presa, pero no para eliminarla; y la mitad de las presas se encuentran en tierras que ahora están calificadas como bosque nacional, donde está prohibido hacer carreteras y la maquinaria de reparación debe transportarse mediante caros fletes de helicópteros.
Un ejemplo de este tipo de bomba de relojería es la presa de Tin Cup, cuyo derrumbamiento inundaría Darby, la ciudad más grande del sur del valle de Bitterroot. Las fugas y el mal estado de la presa desencadenaron arduas disputas y pleitos entre los propietarios de la presa, el Servicio Forestal y los grupos ecologistas acerca de si había que reparar y cómo la presa. Estos pleitos alcanzaron su punto culminante cuando en 1998 se detectó una fuga importante. Por desgracia, el contratista al que los propietarios adjudicaron el drenaje del depósito de la presa encontró pronto pesadas rocas cuya eliminación exigiría transportar en helicóptero equipo de excavación pesado. En ese momento los propietarios afirmaron que se habían quedado sin dinero, y tanto el estado de Montana como el condado de Ravalli se pronunciaron en contra de gastar dinero en la presa; pero en Darby la situación seguía siendo de emergencia, con riesgo potencial para la vida. De modo que el propio Servicio Forestal fletó los helicópteros y los equipos para trabajar en la presa y pasó la factura a los propietarios, que no han pagado; el Departamento de Justicia de Estados Unidos está ahora elaborando la demanda con el fin de recuperar los gastos.
Además del riego alimentado con aguas del deshielo, la otra vía de afluencia de agua en Bitterroot consiste en los pozos para agua de uso doméstico que explotan los acuíferos subterráneos. Estos también se enfrentan al problema de la creciente demanda de unas aguas que menguan. Aunque la masa de nieve y los acuíferos subterráneos pueden parecer independientes, en realidad están vinculados: los sobrantes de agua utilizada para regar pueden filtrarse a los acuíferos a través del suelo, y el agua de algún acuífero puede proceder en última instancia del deshielo. Por tanto, el actual decremento de la masa de nieve de Montana presagia un descenso también del acuífero.
No hay ninguna duda sobre el incremento de la demanda de agua de acuífero: la explosión sostenida de la población de Bitterroot supone más gente bebiendo más agua y tirando de la cadena de más cuartos de baño. Roxa French, coordinador del Foro del Agua de Bitterroot, orienta a las personas que están construyendo casas nuevas para que perforen sus pozos a mucha profundidad porque cada vez va a haber «más pajitas en el caldo»; es decir, un mayor número de pozos perforados en un mismo acuífero reduciendo su nivel de agua. La ley de Montana y las regulaciones del condado sobre el agua de uso doméstico son en la actualidad débiles. El pozo que perfora el propietario de una nueva casa puede reducir el nivel de agua del pozo de un vecino, pero para este último resulta difícil subsanar los daños. Para calcular cuánto uso de agua doméstica podría soportar un acuífero habría que cartografiar el acuífero y medir a qué velocidad afluye a él el agua, pero, asombrosamente, estos dos pasos iniciales no se han realizado en ningún acuífero de Bitterroot. El propio condado carece de los recursos necesarios para controlar sus acuíferos y tampoco encarga la realización de evaluaciones de la disponibilidad de agua cuando está estudiando la solicitud de un promotor para construir una nueva casa. En lugar de ello, el condado confía en la garantía que da el promotor de que la casa dispondrá de agua de pozo.
Todo lo que he dicho hasta el momento acerca del agua se refiere a la cantidad. Sin embargo, también hay problemas con la calidad del agua, la cual rivaliza con el propio entorno del oeste de Montana como recurso natural más valioso, puesto que los ríos y sistemas de riego proceden de agua del deshielo relativamente pura. A pesar de esa ventaja, el río Bitterroot ya se encuentra en la lista de «corrientes dañadas» de Montana por diversas razones. La más importante de estas razones es la acumulación de sedimentos producida por la erosión, la construcción de carreteras, los incendios forestales, la tala y el descenso de los niveles de agua en canales y arroyos debido a su uso para el riego. En la actualidad, la mayor parte de las cuencas de Bitterroot están ya erosionadas o corren el riesgo de estarlo. Un segundo problema son los vertidos de fertilizantes: todos los agricultores que cultivan heno añaden al menos noventa kilos de fertilizante a cada hectárea de tierra, pero se desconoce cuánto de ese fertilizante acaba en el río. Los componentes residuales de las fosas sépticas son además otro riesgo creciente para la calidad del agua. Por último, como ya he expuesto, los minerales tóxicos filtrados de las minas suponen el problema más grave de la calidad del agua en algunas otras partes de Montana, aunque no en Bitterroot.
También merece breve mención la calidad del aire. A primera vista, que yo diga algo negativo acerca de Montana en este aspecto puede parecer desvergonzado por mi parte en mi calidad de habitante de la ciudad estadounidense (Los Ángeles) con el aire de peor calidad. En realidad, algunas zonas de Montana padecen de forma estacional baja calidad del aire; la peor de todas es Missoula, cuyo aire (a pesar de las mejoras producidas desde la década de 1980) es en ocasiones tan malo como en Los Ángeles. Los problemas del aire de Missoula, agravados por la inversión térmica del invierno y por su ubicación en un valle que retiene el aire, son producto de una combinación de las emisiones de los vehículos a lo largo de todo el año, las estufas de leña en invierno y los incendios forestales y la tala en verano.
El resto de los problemas medioambientales importantes de Montana son los relacionados con la introducción de especies foráneas dañinas y con la desaparición de especies autóctonas valiosas. Estos problemas son los que se refieren en particular a los peces, el venado y el alce y las malas hierbas.
Montana contaba originalmente con valiosas poblaciones piscícolas, compuestas esencialmente por la trucha asesina (el pez del estado de Montana.), la trucha toro, el tímalo del Ártico y el corégono. En la actualidad todas estas especies salvo el corégono han decaído debido a una combinación de causas cuyo impacto relativo varía de una especie a otra: la menor cantidad de agua en los arroyos de montaña en los que desovan y se desarrollan debido a la disminución del agua por el riego; las temperaturas más elevadas y la mayor cantidad de sedimentos en esos arroyos debido a la tala; la pesca abusiva; la competencia y, en algunos casos, la hibridación, por la introducción de la trucha arco iris, la trucha de fontana y la trucha europea; la depredación por la introducción del lucio y la trucha lacustre americana; y la infección por un parásito introducido que es causante de una afección denominada «enfermedad del remolino». Por ejemplo, el lucio, que es un voraz comedor de pescado, ha sido introducido ilegalmente en algunos lagos y ríos del oeste de Montana por pescadores deseosos de capturar lucios, y prácticamente han eliminado de los lagos y ríos en los que viven las poblaciones de trucha toro y trucha asesina de los que se alimentan. De manera similar, la anteriormente sana población piscícola del lago Flamead, compuesta por diversas especies de peces, ha quedado destruida por la introducción de la trucha lacustre americana.
La enfermedad del remolino fue introducida accidentalmente en Estados Unidos desde Europa en 1958, cuando una piscifactoría de Pensilvania importó algunos ejemplares daneses que resultaron estar infectados por la enfermedad. Ahora se ha extendido a lo largo y ancho de la mayor parte del oeste de Estados Unidos, en parte debido al transporte de los pájaros, pero sobre todo como consecuencia de que la gente (incluidas las agencias gubernamentales y las piscifactorías privadas) abastece los lagos y ríos con peces infectados. Una vez que el parásito ingresa en una masa de agua, es imposible de erradicar. Para 1994 la enfermedad del remolino había reducido la población de trucha arco iris del río Madison, el río truchero más famoso de Montana, en más de un 90 por ciento.
Al menos la enfermedad del remolino no es contagiosa para los seres humanos; solo es mala para el turismo dependiente de la pesca. Otra enfermedad introducida, la caquexia crónica del venado y el alce (CWD, Chronic Wasung Disease), es más preocupante porque puede producir una enfermedad humana incurable y mortal. La CWD es el equivalente en los venados y alces de las enfermedades priónicas de otros animales, de las cuales la más famosa es la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob en los seres humanos, la enfermedad de las vacas locas o encefalopatía espongiforme bovina del ganado (transmisible a los seres humanos), y el scrapie o prurito lumbar de las ovejas. Estas infecciones producen una degeneración del sistema nervioso que no tiene tratamiento; ningún ser humano infectado con la enfermedad de Creutz-feldt-Jakob se ha recuperado jamás. La CWD se detectó por primera vez en los venados y alces del oeste de América del Norte en la década de 1970, posiblemente (según sugieren algunos) porque una universidad del oeste alojó unos venados para hacer estudios cerca de un corral que albergaba ovejas infectadas con prurito lumbar, y después liberó a los venados una vez finalizados los estudios. (Hoy día, esto se consideraría un acto criminal). La posterior propagación desde un estado a otro se vio acelerada por los traspasos de venados y alces contagiados de una explotación cinegética comercial a otra. Todavía no sabemos si la CWD puede transmitirse de los venados o los alces a las personas, como sucede con la enfermedad de las vacas locas, pero la reciente muerte de algunos cazadores de alces a causa de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob ha disparado las alarmas en algunos lugares. El estado de Wisconsin, preocupado porque el miedo a la transmisión pudiera paralizar una industria de caza de venados que factura mil millones de dólares al año en ese estado, está en proceso de sacrificar 25 000 venados de una zona infectada (una solución desesperada que sí pone enfermos a todos los implicados) con la esperanza de controlar allí el brote epidémico de CWD.
Aunque la CWD es potencialmente el problema más alarmante de los originados por la introducción de especies foráneas, las hierbas introducidas son ya el problema de esta naturaleza más caro de Montana. Aproximadamente treinta especies de malas hierbas nocivas, la mayoría de ellas de origen euroasiático, han acabado por establecerse en Montana tras llegar de forma accidental en el heno o en forma de semillas arrastradas por el viento, e incluso en un caso introducidas de forma intencionada como atractiva planta ornamental cuyos riesgos no se previeron. Producen daños de diversas formas: no son comestibles o buenas para el ganado y los animales salvajes, pero desplazan a otras especies vegetales comestibles, de modo que reducen la cantidad de forraje para el ganado hasta en un 90 por ciento; algunas de ellas son tóxicas para los animales; y, además, pueden triplicar la tasa de erosión porque sus raíces sostienen el suelo peor que las raíces de las hierbas autóctonas.
Económicamente, las dos hierbas más importantes de este tipo son la centaurea maculosa y la lechetrezna escula, ambas ahora muy extendidas en toda Montana. La centaurea maculosa prospera entre las hierbas autóctonas secretando productos químicos que las matan rápidamente y produciendo inmensas cantidades de semillas. Aunque puede arrancarse a mano en pequeños campos bien delimitados, ahora afecta a 225 000 hectáreas solo en el valle de Bitterroot y dos millones de hectáreas en toda Montana, un territorio excesivamente amplio para que sea viable arrancarla a mano. La centaurea maculosa puede controlarse también con herbicidas, pero los herbicidas más baratos que acaban con ella matan también muchas otras especies vegetales, y el herbicida específico para la centaurea maculosa es muy caro (doscientos dólares el litro). Además, no está claro que los productos liberados por esos herbicidas no acaben en el río Bitterroot o en los acuíferos utilizados por los seres humanos para beber agua, y que esos mismos productos no tengan efectos nocivos. Como la centaurea maculosa se ha establecido por igual en vastas zonas de los bosques nacionales y los pastizales, reduce la producción de forraje no solo para los animales domésticos sino también para los herbívoros salvajes del bosque, de modo que puede producir el efecto de empujar hacia los pastos a los venados y los alces del bosque, debido a la reducción de la cantidad de comida disponible allí. La lechetrezna escula está actualmente menos extendida que la centaurea, pero es mucho más difícil de controlar y resulta imposible de arrancar a mano, porque echa raíces subterráneas de seis metros de longitud.
Las estimaciones del perjuicio económico directo que estas y otras hierbas producen en Montana son de más de cien millones de dólares al año. Su presencia también reduce el valor de las fincas y de la productividad agrícola. Sobre todo, son un inmenso quebradero de cabeza para los agricultores porque no pueden ser controladas con ninguna medida sencilla y aislada, sino que exigen complejos sistemas de gestión integrados. Obligan a los agricultores a modificar simultáneamente muchas prácticas: arrancar hierbas, aplicar herbicidas, cambiar el uso del fertilizante, arrojar insectos y hongos enemigos de las hierbas, encender ruegos controlados, cambiar los calendarios de siega y alterar la rotación de cultivos y las prácticas de pastoreo anuales. ¡Todo eso por unas pocas plantas cuyos riesgos en su mayor parte no fueron apreciados en el momento y algunas de cuyas semillas llegaron inadvertidamente!
Por tanto, la aparentemente prístina Montana sufre en realidad graves problemas ambientales relacionados con los residuos tóxicos, los bosques, los suelos, el agua, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la introducción de especies pestíferas. Todos estos factores se traducen en problemas económicos. Esos mismos problemas proporcionan gran parte de la explicación de por qué la economía de Montana ha decaído en las décadas recientes, hasta el punto de que lo que anteriormente era uno de los estados más ricos del país es hoy uno de los más pobres.
Que estos problemas acaben por resolverse o no dependerá de las actitudes y valores que ostenten los habitantes de Montana. Pero la población de Montana se está volviendo cada vez más heterogénea y no es capaz de ponerse de acuerdo en cuanto al medio ambiente y el futuro de su estado. Muchos de mis amigos reflexionaban sobre la creciente polarización de la opinión. Por ejemplo, el empleado de banca Emil Erhardt me explicaba: «Aquí hay demasiada discusión estentórea. La prosperidad de la década de 1950 suponía que entonces todos nosotros éramos pobres o nos sentíamos pobres. No había grandes diferencias de riqueza; al menos, la riqueza no se veía. Ahora tenemos una sociedad en dos alturas en la que hay familias en la base con bajos ingresos que luchan por sobrevivir y en cuya cima están también los recién llegados más acaudalados, capaces de adquirir una propiedad suficientemente grande como para aislarse en ella. En esencia, hay una zonificación por dinero, no por el uso de la tierra».
La polarización que mis amigos mencionan se hace visible a lo largo de muchos ejes: ricos frente a pobres, antiguos habitantes frente a recién llegados, quienes se aferran a un estilo de vida tradicional frente a quienes agradecen los cambios, voces favorables a la urbanización frente a voces contrarias a ella, quienes están a favor o en contra de la planificación gubernamental y aquellos que tienen o no hijos en edad escolar. Las paradojas de Montana que mencionaba al principio de este capítulo alimentan estos desacuerdos: un estado con población pobre pero que atrae a recién llegados ricos, aun cuando los jóvenes del propio estado estén desertando de Montana cuando terminan la educación secundaria.
Al principio me preguntaba si los problemas medioambientales de Montana y las disputas que la polarizan podrían deberse a conductas egoístas por parte de individuos que anteponían sus propios intereses, siendo plenamente conscientes de que, al mismo tiempo, estaban perjudicando al resto de la sociedad de Montana. Esto sería cierto en algunos casos, como, por ejemplo, el de las propuestas de algunos directivos de la minería para extraer oro mediante el filtrado de cianuro a pesar de las abundantes pruebas de los problemas de toxicidad resultantes; o el de los traslados de venados y alces entre explotaciones cinegéticas por parte de los propietarios de las explotaciones a pesar del conocido riesgo de la propagación de la caquexia crónica; o el de la introducción ilegal de lucios en los ríos y lagos por parte de algunos pescadores en aras de su deleite privado con la pesca, a pesar de que la historia de estas transferencias muestra que han destruido muchas otras poblaciones piscícolas. No obstante, aun en estos casos, no he entrevistado a ninguna persona que estuviera involucrada en algo de esto y no afirmara honestamente que creía que estaba actuando de forma segura. Cada vez que he podido hablar realmente con los habitantes de Montana, he visto que sus actos son coherentes con sus valores, aun cuando esos valores choquen con los míos o con los de otros habitantes de Montana. Es decir, en su mayor parte las dificultades de Montana no pueden atribuirse de forma simplista a personas malvadas y egoístas que, de modo consciente y reprobable, sacan provecho a expensas de sus vecinos. Por el contrario, las dificultades tienen que ver con enfrentamientos entre personas que, con su experiencia y sus valores, propugnan políticas que difieren de aquellas otras que propugnan personas con experiencia y valores distintos. Veamos algunos de los puntos de vista habitualmente en competencia que conformarán el futuro de Montana.
Un enfrentamiento es el que se produce entre los «habitantes de hace mucho tiempo» y los «recién llegados»: es decir, entre las personas nacidas en Montana, de familias que residen en Montana desde hace muchas generaciones, que respetan un estilo de vida y una economía tradicionalmente basada en los tres pilares de la minería, la tala y la agricultura, y los llegados recientemente o los visitantes estacionales. Estos tres pilares económicos están hoy día en brusco declive en Montana. Casi todas las minas de Montana están ya cerradas debido a los problemas de residuos tóxicos sumados a la competencia de minas extranjeras con costes más bajos. Las ventas de madera están en la actualidad un 80 por ciento por debajo de los antiguos picos más altos, y la mayoría de los aserraderos y empresas madereras distintas de las empresas de especialidades (sobre todo, los constructores de cabañas de madera) han cerrado debido a cierta combinación de factores: la creciente preferencia de la opinión pública por mantener los bosques intactos, los altísimos costes de la gestión forestal y la supresión de incendios y la competencia de las actividades de tala de zonas con climas más cálidos y húmedos, que ofrecen ventajas inherentes sobre las actividades de tala en la fría y árida Montana. La agricultura, el tercer pilar, también está menguando: por ejemplo, de las cuatrocientas explotaciones lecheras que había en Bitterroot en 1964, solo nueve perviven todavía. Las razones que subyacen al declive de la agricultura de Montana son más complejas que las que subyacen al declive de la minería y la tala, aunque en el fondo predomina la desventaja comparativa fundamental de un clima que en Montana es frío y árido para el cultivo y la cría de ganado además de para la silvicultura.
Hoy día los agricultores de Montana que continúan siendo agricultores a una edad avanzada lo hacen en parte porque les encanta ese estilo de vida y se enorgullecen de él. Como me dijo Tim Huls, «es una forma de vida maravillosa levantarse antes del amanecer y ver salir el sol, ver cómo los halcones vuelan sobre tu cabeza y ver a los venados saltar en tus campos de heno para evitar los aperos». Jack Hirschy, un ranchero al que conocí en 1950 cuando él tenía veintinueve años, todavía en la actualidad trabaja en su rancho a la edad de ochenta y tres años, del mismo modo que su padre Fred montó a caballo en su noventa y un cumpleaños. Pero «administrar una finca y trabajar en el campo son labores duras y peligrosas», según afirmó Jill, la hermana del ranchero Jack. Jack se rompió algunas costillas y sufrió heridas internas en un accidente con el tractor a la edad de setenta y siete años, mientras que Fred casi perdió la vida a la edad de cincuenta y ocho años cuando se le cayó encima un árbol. Tim Huls añadía lo siguiente a su orgulloso comentario sobre el maravilloso estilo de vida: «De vez en cuando me levanto a las tres de la madrugada y trabajo hasta las diez de la noche. Este no es un trabajo de nueve a cinco. Pero ninguno de nuestros hijos aceptaría ser un granjero si todos los días la jornada fuera de tres de la madrugada a diez de la noche».
Ese comentario de Tim ilustra una de las razones del auge y caída de la agricultura de Montana: las generaciones mayores valoraban ese estilo de vida, pero muchos hijos de agricultores valoran más otras cosas en la actualidad. Quieren trabajos que supongan estar sentados a cubierto frente a pantallas de ordenador antes que cargar con pesadas balas de heno, y tener las tardes y los fines de semana libres antes que tener que ordeñar unas vacas y cosechar un heno que no descansan las tardes ni los fines de semana. No quieren llevar una vida que los obligue a hacer un trabajo que literalmente les parta la espalda hasta tener ochenta y tantos años, como todavía hacen los tres hermanos y hermanas Hirschy que sobreviven.
Steve Powell me explicó: «De una granja la gente solía esperar únicamente que produjera lo suficiente para alimentarlos; hoy día, quieren de la vida algo más que simplemente alimentarse; quieren ganar lo suficiente para enviar a sus hijos a la universidad». John Cook decía que cuando se criaba en la granja con sus padres, «a la hora de cenar a mi madre le bastaba ir al huerto y recoger espárragos, y de niño yo tenía suficiente diversión con ir a cazar y a pescar. Ahora los chicos quieren comida rápida y televisión por cable; si sus padres no les dan eso, se sienten inferiores respecto a sus iguales. En mi época un adulto joven esperaba ser pobre durante los veinte años siguientes, y solo a partir de entonces, y si tenía suerte, podía esperar acabar de un modo un poco más confortable. Ahora los adultos jóvenes esperan estar cómodos antes; las primeras preguntas de un chico sobre un puesto de trabajo son “¿cuánto se cobra?, ¿cuál es el horario?” y “¿cuántas vacaciones hay?”». Todos los granjeros de Montana que conozco y a quienes les encanta ser granjeros, o bien están muy preocupados por si alguno de sus hijos o hijas querrá hacerse cargo de la granja familiar, o bien saben ya que ninguno de ellos lo hará.
En la actualidad las consideraciones económicas dificultan que los granjeros se ganen la vida con la granja porque los gastos de una explotación ganadera han aumentado a un ritmo mucho más rápido que sus ingresos. El precio que un granjero obtiene por la leche y la carne de vaca hoy día es prácticamente el mismo que hace veinte años, pero los costes del combustible, la maquinaria agrícola, los fertilizantes y demás necesidades agrícolas son más altos. Rick Laible me puso un ejemplo: «Hace cincuenta años un granjero que quisiera comprar una camioneta nueva la pagaba vendiendo dos vacas. Ahora una camioneta nueva cuesta unos quince mil dólares, pero una vaca se sigue vendiendo por solo seiscientos, de modo que el granjero tendrá que vender veinticinco vacas para pagar la camioneta». Esa es la lógica que subyace en el chiste que me contó un granjero de Montana. «Pregunta: “¿Qué harías si te dieran un millón de dólares?” Respuesta: “Me encanta ser granjero, y me quedaría aquí en mi granja deficitaria hasta que me hubiera gastado el millón de dólares”».
Quienes reducen los márgenes de beneficio e incrementan la competitividad han convertido en antieconómicas los cientos de pequeñas explotaciones del valle de Bitterroot que anteriormente eran autosuficientes. En primer lugar, los granjeros descubrieron que para sobrevivir necesitaban ingresos adicionales obtenidos en puestos de trabajo fuera de la granja, y después tuvieron que dejar la granja porque exigía demasiado trabajo por las tardes y los fines de semana, después del trabajo de fuera. Por ejemplo, hace sesenta años los abuelos de Kathy Vaughn sobrevivían con una granja de veinte hectáreas, así que Kathy y Paty Vaughn compraron en 1977 su propia granja de veinte hectáreas. Con seis vacas, seis ovejas, unos cuantos cerdos, heno, Kathy trabajando como maestra y Pat como instalador de sistemas de riego, alimentaron y criaron a tres hijos en la granja, pero esta no les ofrecía ninguna seguridad ni pensión de jubilación. Al cabo de ocho años vendieron la granja, se mudaron a la ciudad y ahora sus tres hijos han abandonado Montana.
A lo largo y ancho de Estados Unidos las pequeñas granjas están siendo asfixiadas por las grandes, las únicas capaces de sobrevivir reduciendo los márgenes de beneficio y los gastos de consideración. Pero en el sudoeste de Montana es ahora imposible que los pequeños granjeros se conviertan en grandes granjeros comprando más tierra por las razones que sucintamente exponía Alien Bjergo: «La agricultura en Estados Unidos está desplazándose hacia zonas como Iowa y Nebraska, donde nadie viviría por el gusto de vivir allí al no ser tan bonito como en Montana. Aquí, en Montana, la gente quiere vivir por gusto, y por tanto están dispuestos a pagar por la tierra mucho más de lo que la explotación agraria de la misma puede reportar. El valle de Bitterroot se está convirtiendo en un valle para criar caballos. Los caballos son rentables porque, mientras que los precios de los productos agrícolas dependen del valor de la propia comida y no son ilimitados, mucha gente está dispuesta a gastar cualquier cantidad en los caballos, que no dejan ningún beneficio económico».
En Bitterroot los precios del terreno son ahora diez o veinte veces más altos que hace unas pocas décadas. A esos precios, los costes de una hipoteca exceden en mucho lo que se podría pagar explotando la tierra con una granja. Esa es la razón inmediata por la que los pequeños agricultores de Bitterroot no pueden sobrevivir expandiéndose, y por la que las granjas finalmente acaban siendo vendidas para usos no agrícolas. Si los antiguos agricultores continúan viviendo de sus granjas hasta que mueren, sus herederos se ven obligados a vender la tierra a un promotor por mucho más de lo que les reportaría vendérsela a otro agricultor, ya que deben pagar los impuestos patrimoniales por el enorme incremento del valor de la tierra producido durante el tiempo de vida del agricultor fallecido. Más frecuentemente, los ancianos agricultores son los que venden la granja. Por mucho que se avergüencen al ver cómo la tierra que han trabajado y amado durante sesenta años se subdivide en parcelas de dos hectáreas urbanizadas, la subida de los precios de la tierra les permite incluso vender a un constructor una pequeña granja anteriormente autosuficiente por un millón de dólares. No tienen otra opción si quieren obtener el dinero necesario para sobrevivir tras la jubilación, puesto que no han conseguido ahorrar dinero mientras eran granjeros y porque, de todos modos, sus hijos no quieren continuar trabajando la tierra. En palabras de Rick Laible: «Para un granjero su tierra es su único fondo de pensiones».
¿Qué explica la descomunal subida de los precios del terreno? Básicamente se debe a que el espléndido entorno de Bitterroot atrae a recién llegados acaudalados. Las personas que compran sus parcelas a antiguos granjeros son, o bien esos mismos recién llegados, o bien especuladores del suelo que subdividirán la granja en parcelas para vendérsela a recién llegados o a gente rica que ya está viviendo en el valle. Casi todo el reciente 4 por ciento anual de incremento de la población del valle representa a recién llegados que se mudan desde fuera del valle, no a un exceso de nacimientos en relación con las muertes ocurridas allí. El turismo recreativo de temporada está también en auge gracias a los habitantes de fuera del estado (como Stan Falkow, Lucy Tompkins y mis hijos), que van de visita a pescar con mosca, jugar al golf o cazar. Como muestra un reciente análisis económico encargado por el condado de Ravalli, «no debería constituir ningún misterio por qué están llegando tantos habitantes al valle de Bitterroot. Dicho de un modo sencillo, es un lugar muy atractivo para vivir, con sus montañas, bosques, arroyos, vida salvaje, amplias panorámicas, bonitas vistas y un clima relativamente benigno».
El grupo más grande de inmigrantes está formado por «semijubilados» o jubilados anticipados en el grupo de edad de cuarenta y cinco a cincuenta y nueve años, que viven del capital patrimonial procedente de la venta de sus casas fuera del estado o de negocios a través de Internet. Es decir, sus fuentes de ingresos son inmunes a los problemas económicos ligados al medio ambiente de Montana. Por ejemplo, un californiano que vende una casa pequeña en California por quinientos mil dólares puede emplear ese dinero en Montana para comprar dos hectáreas de tierra con una casa grande y caballos, ir a pescar y sobrevivir a su jubilación anticipada con los ahorros y con lo que queda del capital embolsado por su casa de California. De ahí que casi la mitad de los inmigrantes llegados recientemente al valle de Bitterroot hayan sido californianos. Como están comprando terreno en Bitterroot por su belleza y no por el valor de las vacas o las manzanas que podría producir, el precio que están dispuestos a pagar no guarda ninguna relación con lo que valdría la tierra si se utilizara para labores agrarias.
Pero esa enorme alza de los precios de la vivienda ha producido un problema de alojamiento entre los habitantes del valle de Bitterroot que tienen que vivir de su trabajo. Muchos acaban siendo incapaces de vivir en una casa y tienen que hacerlo en caravanas, o con sus padres, y necesitan mantener dos o tres trabajos al mismo tiempo para costearse tan solo un estilo de vida espartano.
Naturalmente, estos crueles datos económicos generan antagonismo entre los habitantes de toda la vida y los recién llegados de fuera del estado, en particular los más ricos, que mantienen una segunda, tercera o incluso cuarta residencia en Montana (además de sus hogares en San Francisco, Palm Springs y Florida) y que visitan la zona breves períodos de tiempo al año para pescar, cazar, jugar al golf o esquiar. Los habitantes de toda la vida se quejan de los ruidosos aviones privados que llevan y traen a acaudalados visitantes al aeropuerto de Hamilton en un mismo día desde su casa de San Francisco, simplemente para pasar unas pocas horas jugando al golf en su cuarta residencia de la Stock Farm. A los habitantes de toda la vida les molesta que los forasteros compren antiguas granjas grandes que a los habitantes de la zona también les gustaría comprar pero que no pueden permitirse, y en las que los habitantes de la zona podían obtener anteriormente permiso para cazar o pescar pero que ahora los nuevos propietarios quieren para cazar o pescar allí en exclusiva con sus amigos ricos, prohibiendo la entrada a las gentes del lugar. Los malentendidos surgen del choque de valores y expectativas: por ejemplo, los recién llegados quieren que los alces bajen de las montañas a los ranchos porque les parecen bonitos o quieren cazarlos, pero los habitantes de toda la vida no quieren que los alces bajen y se coman su heno.
Los propietarios de casas ricos y de fuera del estado se cuidan mucho de quedarse en Montana más de 180 días al año, para evitar así tener que pagar impuestos en Montana y, por tanto, contribuir a los gastos del gobierno y las escuelas locales. Un vecino me dijo: «Estos forasteros tienen prioridades diferentes de las nuestras: lo que ellos quieren es privacidad y una soledad cara, y no quieren involucrarse en nada local, salvo cuando traen a sus amigos forasteros al bar para mostrarles el estilo de vida rural y los pintorescos lugareños. Les gusta la naturaleza, la pesca, la caza y el paisaje, pero no forman parte de la comunidad local”. O, como dijo Emil Erhardt, “su actitud consiste en 'yo vine aquí a montar en mi caballo, disfrutar de la montaña e ir a pescar; no me moleste con cosas de las que vine aquí huyendo'”».
Pero hay otra vertiente de los forasteros ricos. Emil Erhardt añadió: «La Stock Farm ofrece empleo con salarios altos, paga una parte muy alta de los impuestos sobre la propiedad de todo el valle de Bitterroot, paga por su propio personal de seguridad y no plantea muchas exigencias a la comunidad ni a los servicios públicos locales. A nuestro oficial de policía no lo llaman de la Stock Farm para que ponga fin a peleas de bar, y los propietarios de la Stock Farm no envían a sus hijos a las escuelas de aquí». John Cook reconocía lo siguiente: «Las ventajas de los propietarios ricos es que si Charles Schwab no hubiera comprado toda esa tierra ya no dispondríamos de un hábitat natural y un espacio verde abierto, sino que, por el contrario, algún promotor la habría parcelado».
Como los forasteros ricos se vieron atraídos a Montana por su hermoso entorno, algunos de ellos tienen muy buen cuidado de su finca y se convierten en líderes de la defensa del medio ambiente y de la implantación de una planificación territorial. Por ejemplo, mi casa de verano durante los últimos seis años ha sido una casa alquilada junto al río Bitterroot, al sur de Hamilton, y ha pertenecido a una entidad privada llamada Teller Wildlife Refuge (Reserva Natural de Teller). Otto Teller era un rico californiano a quien le gustaba ir a Montana a pescar truchas. Un día se enfureció al ver que máquinas de construcción enormes vertían escombros en una de sus zonas de pesca favoritas del río Gallatin. Se irritó aún más cuando vio cómo la limpieza masiva llevada a cabo por empresas madereras en la década de 1950 estaba devastando sus apreciados arroyos trucheros y deteriorando la calidad de su agua. En 1984 Otto empezó a comprar tierra ribereña de primera categoría junto al río Bitterroot y a incorporarla a un espacio natural privado, que, sin embargo, él permite que los habitantes de la zona continúen visitando para cazar o pescar. A la larga concedió autorizaciones sobre sus tierras a una organización sin ánimo de lucro llamada Montana Land Reliance con el fin de que garantizara que esas tierras se gestionarían a perpetuidad, de modo que quedaran preservadas sus cualidades medioambientales. Si Otto Teller, ese adinerado californiano, no hubiera comprado esas ochocientas hectáreas de tierra, esta habría sido subdividida en pequeñas parcelas para viviendas.
La oleada de recién llegados, la consecuente subida de los precios de terreno y de los impuestos de propiedad, la pobreza de los antiguos residentes de Montana y su actitud conservadora hacia el gobierno y los impuestos (véase más adelante), contribuyen a la terrible situación de las escuelas de Montana, que se financian en gran medida con los impuestos de propiedad. Como el condado de Ravalli tiene muy poca propiedad industrial y comercial, la principal fuente de ingresos de los impuestos proviene de la propiedad residencial, que ha aumentado con el incremento de los valores del terreno. Para los habitantes de solera y algunos de los recién llegados con menos recursos económicos, cada subida de los impuestos es una gran traba. No es de extrañar que a menudo reaccionen votando en contra de los bonos de las escuelas propuestos y la recaudación de impuestos sobre la propiedad adicionales para mejorar las escuelas.
Como consecuencia de ello, mientras las escuelas públicas justifican dos terceras partes del gasto del gobierno local del condado de Ravalli, en relación con los ingresos individuales ese gasto es porcentualmente el más bajo de los 24 condados rurales del oeste de Estados Unidos comparables al de Ravalli, y los ingresos individuales de Ravalli son bajos. Incluso para la baja media de gasto presupuestario educativo del estado de Montana, el gasto educativo del condado de Ravalli destaca por su baja cuantía. La mayor parte de los distritos escolares del condado de Ravalli mantienen sus gastos por debajo del mínimo absoluto exigido por la ley del estado de Montana. Los salarios medios de los maestros de Montana se encuentran entre los más bajos de Estados Unidos, y en especial en el condado de Ravalli esos salarios bajos, unidos a los elevados precios del terreno, dificultan que los maestros puedan encontrar alojamiento.
Los niños nacidos en Montana están abandonando el estado porque muchos de ellos aspiran a llevar estilos de vida que no sean los de Montana, y porque aquellos que sí aspiran a ellos no consiguen encontrar trabajo dentro del estado. Por ejemplo, en los años transcurridos desde que Steve Powell terminó sus estudios en el instituto de educación secundaria de Hamilton, el 70 por ciento de sus compañeros de clase había abandonado el valle de Bitterroot. Sin excepción, todos mis amigos que escogieron vivir en Montana tuvieron que reflexionar sobre el espinoso tema de si sus hijos iban a quedarse donde estuvieran o regresarían a Montana. En la actualidad, los ocho hijos de Alien y Jackie Bjergo y seis de los ocho de Jill y John Eliel viven fuera de Montana.
Citemos de nuevo a Emil Erhardt: «Nosotros, en el valle de Bitterroot, exportamos niños. Las influencias externas, como la televisión, han hecho conscientes ahora a nuestros hijos de lo que hay fuera del valle y de lo que no está disponible en él. La gente trae aquí a sus hijos por el aire libre y porque es un lugar fantástico para criar niños, pero luego sus hijos no quieren el aire libre». Recuerdo a mis propios hijos, a quienes en verano les encanta venir dos semanas a Montana a pescar pero que están acostumbrados a pasar el resto del año en medio de la vida urbana de Los Ángeles, manifestar sorpresa cuando salieron de un restaurante de comida rápida de Hamilton y descubrieron las pocas oportunidades de ocio que había para los adolescentes del lugar, que simplemente estaban deseando que existieran. Hamilton cuenta con la espléndida suma de dos cines, y el centro comercial más cercano está a ochenta kilómetros de Missoula. Muchos de esos mismos adolescentes de Hamilton sufren un impacto similar cuando viajan fuera de Montana y descubren lo que se perderán cuando vuelvan a casa.
Al igual que los estadounidenses en general de las zonas rurales del oeste, los habitantes de Montana suelen ser conservadores y desconfían de la intervención del gobierno. Esa actitud afloró históricamente porque los primeros colonos vivían en zonas con poca densidad de población junto a una frontera alejada de los centros de gobierno, tenían que ser autosuficientes y no podían esperar a que el gobierno resolviera sus problemas. A los habitantes de Montana les irrita particularmente que el gobierno federal de Washington D. C, geográfica y psicológicamente remoto, les diga qué tienen que hacer. (Pero no les irrita el dinero del gobierno federal, del que Montana recibe y acepta aproximadamente un dólar y medio por cada dólar que el estado envía a Washington). Desde el punto de vista de los habitantes de Montana, la mayoría urbana estadounidense que dirige el gobierno federal no comprende en absoluto las condiciones de Montana. Según el punto de vista de los gestores del gobierno federal, el entorno de Montana es un tesoro que pertenece a todos los estadounidenses y no está allí únicamente para beneficio privado de los habitantes de dicho estado.
Incluso para la media de Montana, el valle de Bitterroot es particularmente conservador y antigubernamental. Esto puede deberse a que muchos de los primeros colonos de Bitterroot provenían de estados confederados y a una posterior afluencia de ultra conservadores de Los Ángeles amargados tras los disturbios raciales de aquella ciudad. Como afirmó Chris Miller, «los liberales y los demócratas que viven aquí lloran cuando ven los resultados electorales por lo conservadores que son los datos de cada votación». Los defensores a ultranza del ultra conservadurismo de Bitterroot son miembros de las denominadas «milicias», grupos de propietarios de tierras que acaparan armas, se niegan a pagar impuestos, impiden a los demás el paso por sus tierras y a los que los demás habitantes del valle, o bien toleran en diverso grado, o bien consideran paranoicos.
Una consecuencia de estas actitudes políticas en Bitterroot es la oposición a la calificación del terreno o planificación administrativa, así como cierto sentimiento de que los propietarios de tierras deberían disfrutar del derecho de hacer lo que quisieran en sus propiedades. El condado de Ravalli no dispone de un reglamento de edificación para el condado ni de una calificación de terrenos del condado. Al margen de dos ciudades y de unos pocos distritos que han calificado sus terrenos voluntariamente y están constituidos por los electores locales de algunas zonas rurales colindantes con las ciudades, ni siquiera hay algún tipo de restricción sobre el uso que se puede dar a la tierra. Por ejemplo, cuando una tarde estaba de visita en Bitterroot con mi hijo adolescente Joshua, este vio en el periódico que en uno de los dos cines de Hamilton ponían una película que él quería ver. Pregunté el camino para ir a ese cine, lo llevé allí en coche y, para mi asombro, vi que lo habían construido hacía poco en una zona que, por lo demás, estaba constituida enteramente por tierras de cultivo, a excepción de un enorme laboratorio de biotecnología adyacente. No había ninguna regulación respecto a esa modificación del uso de las tierras de cultivo. En contraste con ello, en muchas otras partes de Estados Unidos hay tanta inquietud pública por la pérdida de tierras de cultivo que las regulaciones de zonas restringen o prohíben su conversión a terrenos comerciales, y los electores quedarían particularmente horrorizados ante la perspectiva de que hubiera un cine que atrajera mucho tráfico cerca de un recurso biotecnológico potencialmente delicado.
Los habitantes de Montana empiezan a darse cuenta de que dos de sus actitudes más apreciadas están en franca oposición: su actitud antigubernamental en pro de los derechos individuales y su orgullo por su calidad de vida. Esa expresión, «calidad de vida», ha aumentado su presencia prácticamente en todas las conversaciones que he mantenido con los habitantes de Montana acerca de su futuro. La expresión se refiere a que los habitantes de Montana pueden disfrutar, todos los días de sus vidas, de ese hermoso entorno que los turistas de otros estados como yo consideramos un privilegio poder visitar durante una semana una o dos veces al año. La expresión también se refiere al orgullo de los habitantes de Montana por su tradicional estilo de vida de población rural, de baja densidad e igualitaria, descendiente de los viejos colonos. Emil Erhardt me dijo que «en Bitterroot la gente quiere mantener la esencia de una pequeña comunidad tranquila en la que todo el mundo es de la misma condición, pobre y orgulloso de serlo». O, como dijo Stan Falkow: «Antes, cuando conducías carretera abajo por el valle de Bitterroot saludabas a cualquier coche que pasara porque conocías a todo el mundo».
Por desgracia, al permitir utilizar la tierra sin restricciones y hacer posible con ello la afluencia de nuevos habitantes, la tradicional y continua oposición de los habitantes de Montana a la intervención gubernamental es responsable de la degradación del hermoso entorno natural y de la calidad de vida que tanto aprecian. Quien mejor expuso ante mí esta situación fue Steve Powell: «A mis amigos agentes inmobiliarios y promotores les digo: “Tenéis que preservar la belleza del paisaje, la naturaleza y las tierras de cultivo”. Esas son cosas que confieren valor al terreno. Cuanto más esperemos para planificar, menos belleza paisajística habrá. La tierra sin construir es valiosa para la comunidad en su conjunto: es una parte importante de esa “calidad de vida” que atrae aquí a la gente. Con una presión urbanística creciente, las mismas personas que solían oponerse al gobierno están ahora preocupadas por el crecimiento. Dicen que su zona recreativa favorita está atestándose de gente y ahora admiten que tiene que haber reglas». Cuando Steve fue comisionado del condado de Ravalli en 1993 patrocinó encuentros públicos simplemente para empezar a hablar sobre la planificación del uso de la tierra y para estimular que la opinión pública reflexionara sobre ello. Los miembros de las milicias, con su aspecto intransigente, acudieron a esas reuniones para reventarlas ostentando abiertamente cinturones con revólveres con el fin de intimidar a los demás. Steve perdió en su posterior tentativa de ser reelegido.
Todavía es incierto cómo acabará por resolverse el antagonismo entre esta resistencia a la planificación gubernamental y la necesidad de planificación gubernamental. Citaré de nuevo a Steve Powell: «La gente está tratando de preservar Bitterroot como comunidad rural, pero no son capaces de imaginar cómo preservarla de un modo que les permita sobrevivir económicamente». Land Lindbergh y Hank Goetz señalaron en esencia el mismo aspecto: «El problema fundamental aquí es cómo mantenemos estos atractivos que nos trajeron a Montana al tiempo que abordamos un cambio inevitable».
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Para finalizar este capítulo sobre Montana, relatado profusamente con mis palabras, dejaré ahora que cuatro de mis amigos de Montana refieran con sus propias palabras cómo llegaron a ser de Montana y cuáles son sus inquietudes sobre el futuro de esta. Rick Laible es un recién llegado, en la actualidad senador del estado; Chip Pigman es un antiguo habitante y promotor de terrenos; Tim Huls es un veterano y tiene una granja de vacas de leche; y John Cook es un recién llegado y es guía de pesca.
He aquí el relato de Rick Laible: «Nací y me crie en los alrededores de Berkeley, California, donde tengo una empresa de manufacturas de madera para la construcción. Mi esposa Frankie y yo trabajábamos mucho. Un día Frankie me miró y dijo: “Trabajas entre diez y doce horas diarias, siete días a la semana”. Decidimos jubilarnos parcialmente, recorrimos en coche casi 7500 kilómetros por todo el oeste de Estados Unidos hasta encontrar un lugar en el que instalarnos, compramos nuestra primera casa en 1993 en una zona apartada de Bitterroot y nos mudamos en 1994 a un rancho que compramos cerca de la ciudad de Víctor. Mi esposa cría caballos árabes egipcios en el rancho y yo vuelvo a California una vez al mes por el negocio que todavía tengo allí. Tenemos cinco hijos. Nuestro hijo mayor siempre quiso mudarse a Montana y administra nuestro rancho. Nuestros otros cuatro hijos no entienden la calidad de vida de Montana, no entienden que los habitantes de Montana son gente más agradable y no entienden por qué sus padres se mudaron aquí».
»Ahora, cada vez que voy a California en mi visita mensual de cuatro días deseo salir de allí. ¡Me parece que son como ratas enjauladas! Frankie va a California solo dos veces al año para ver a sus nietos, y con eso tiene California de sobra. Como ejemplo de lo que no me gusta de California, diré que fui allí hace poco a una reunión y tuve algo de tiempo libre, de modo que di un paseo por las calles de la ciudad. Me di cuenta de que la gente que venía en dirección contraria bajaba la vista y evitaba el contacto visual conmigo. Cuando en California doy los buenos días a personas que no conozco se quedan desconcertadas. Aquí, en Bitterroot, la norma es que cuando te cruzas con alguien que no conoces estableces contacto visual.
»En lo que se refiere a por qué me metí en política, siempre he tenido muchas opiniones políticas. El representante de mi distrito de Bitterroot en la asamblea legislativa del estado decidió no presentarse y me sugirió que lo hiciera yo en su lugar. Trató de convencerme, y también lo hizo Frankie. ¿Por qué decidí presentarme? Se trataba de “devolver algo”; me parecía que la vida me había tratado bien y quería mejorar la de los habitantes de la zona.
»El asunto legislativo en el que estoy particularmente interesado es la gestión forestal, porque mi distrito tiene muchos bosques y muchos de mis electores son trabajadores de la madera. La ciudad de Darby, que pertenece a mi distrito, era una rica ciudad maderera y la gestión forestal proporcionaba puestos de trabajo al valle. Inicialmente había en el valle unos siete aserraderos, pero ahora no queda ninguno, de manera que el valle ha perdido esos puestos de trabajo y esas infraestructuras. Aquí las decisiones sobre gestión forestal las toman en la actualidad los grupos ecologistas y el gobierno federal, con lo que resultan excluidos el condado y el estado. Estoy trabajando en una ley sobre gestión forestal que implicaría la colaboración entre los tres niveles principales de la administración: las agencias federales, el estado y el condado.
»Hace varias décadas Montana se encontraba entre los diez primeros estados por su renta per cápita; en la actualidad ocupa el lugar 49 de 50 debido al declive de las industrias extractivas (madera, carbón, minería, petróleo y gas). Esos puestos de trabajo perdidos eran empleos sindicados y con salarios altos. Por supuesto que no deberíamos volver a las extracciones abusivas, de las que en los viejos tiempos hubo algunas. Aquí, en Bitterroot, tanto el marido como la mujer tienen que trabajar, y con frecuencia deben tener dos empleos cada uno para poder llegar a fin de mes, aunque estemos rodeados por este bosque sobrecargado de masa combustible. Todo el mundo aquí, sea o no ecologista, coincide en que tenemos que reducir un poco la masa combustible de nuestros bosques. La recuperación del bosque supondría eliminar masa forestal, particularmente la de los árboles bajos y pequeños. Ahora esa sobrecarga se elimina simplemente quemándola. El Plan Nacional contra Incendios del gobierno federal lo haría mediante la extracción mecánica de los troncos, cuya finalidad es reducir la biomasa combustible. ¡La mayor parte de nuestra madera estadounidense procede de Canadá! Sin embargo, el destino original de nuestros bosques nacionales era proporcionar un flujo constante de madera y ofrecer protección a las cuencas de los ríos. El 25 por ciento de los ingresos procedentes de los bosques nacionales solía ir a parar a las escuelas, pero esos ingresos procedentes de los bosques han disminuido enormemente en los últimos tiempos. Talar más supondría más dinero para nuestras escuelas.
»¡En la actualidad no hay ninguna política de desarrollo para todo el condado de Ravalli! En el último decenio la población del valle ha aumentado en un 40 por ciento, y en el próximo puede aumentar otro 40 por ciento: ¿adónde va a ir el siguiente 40 por ciento? ¿Podemos cerrar la puerta a las personas que se están mudando aquí? ¿Tenemos derecho a cerrarles la puerta? ¿Debería prohibírsele a un granjero que parcelara y urbanizara sus terrenos y quedar condenado a una vida dedicada a la explotación agraria? Todo el dinero de un granjero para su jubilación está en su tierra. Si se prohíbe al granjero vender su tierra para urbanizarla o construir una casa, ¿qué se le está haciendo?
»En lo que se refiere a las consecuencias a largo plazo del crecimiento, en el futuro aquí habrá ciclos, como los ha habido en el pasado; y en uno de esos ciclos quienes ahora son recién llegados regresarán a casa. Montana nunca estará excesivamente urbanizada, pero el condado de Ravalli seguirá urbanizándose. Aquí, en el condado, hay inmensas extensiones de suelo público. Aquí el precio del suelo subirá hasta que sea demasiado alto, momento en el cual los potenciales compradores iniciarán un boom de terreno en algún otro lugar en el que la tierra sea más barata. A la larga, todos los terrenos agrícolas del valle quedarán urbanizados”.
Veamos ahora el relato de Chip Pigman: “El abuelo de mi madre se mudó aquí desde Oklahoma alrededor de 1925 y plantó un huerto de manzanos. Mi madre creció aquí, en una granja de leche y de ovejas, y ahora posee una agencia inmobiliaria en la ciudad. Mi padre se mudó aquí siendo niño, trabajó en la mina y en la remolacha azucarera y tuvo un segundo empleo en la construcción; así es como yo me metí en la construcción. Nací y fui al colegio aquí, y obtuve mi licenciatura en contabilidad en la Universidad de Montana, cerca de Missoula.
»Durante tres años me mudé a Denver, pero me disgustaba la vida en la ciudad y estaba decidido a regresar aquí, en parte debido a que Bitterroot es un lugar fantástico para criar a los hijos. En Denver me robaron la bicicleta antes de que pasaran dos semanas. No me gustaba el tráfico de la ciudad ni las aglomeraciones de gente. Aquí mis necesidades están satisfechas. Me educaron sin “cultura” y no la necesito. Simplemente esperé a que mis acciones de la empresa que me había contratado me fueran reintegradas, y entonces me mudé de nuevo aquí. Eso suponía dejar un empleo en Denver por el que me pagaban al año 35 000 dólares más beneficios y regresar aquí para ganar 17 000 dólares al año sin ninguna otra paga adicional. Estaba deseando abandonar el empleo seguro de Denver con el fin de poder vivir en el valle, donde puedo dar largas caminatas. Mi esposa nunca había experimentado la inseguridad, pero en Bitterroot yo siempre había vivido con esa inseguridad. Para poder sobrevivir aquí, en Bitterroot, tienes que tener una familia con dos fuentes de ingresos, y mis padres siempre tuvieron que compaginar varios empleos distintos. Si era necesario yo estaba dispuesto a aceptar un empleo en turno de noche almacenando comestibles para llevar más dinero a casa. Después de regresar aquí tardé cinco años en alcanzar unos ingresos similares a los de Denver, y otro año o dos años más hasta tener un seguro médico.
»Mi trabajo consiste principalmente en construir casas, además de la urbanización de parcelas de terreno sin atender; no puedo permitirme comprar y urbanizar parcelas de primera categoría. En un principio, los terrenos que promovía solían ser ranchos, pero la mayor parte de ellos habían dejado ya de serlo cuando yo los adquirí; habían sido vendidos, revendidos y seguramente parcelados en varias ocasiones desde que dejaron de ser explotados. Ya no producen y tienen más centaurea que pasto.
»Una excepción a esto es mi actual proyecto de Hamilton Heights, un antiguo rancho de veinte hectáreas que adquirí y que ahora estoy tratando de parcelar por primera vez. Remití al condado un plan de urbanización detallado que exigía tres tipos de autorizaciones, de las cuales conseguí obtener las dos primeras. Pero el tercer y último paso era una vista pública en la que se presentaron ochenta personas que vivían en las cercanías y se quejaron alegando que esa parcelación supondría una pérdida de tierras de cultivo. Sí, el suelo de la parcela es bueno y solía ser buena tierra de cultivo, pero cuando yo lo compré ya había dejado la producción agrícola. Pagué 225 000 dólares por esas veinte hectáreas; sería imposible soportar ese elevado coste mediante la agricultura. Pero la opinión pública no tiene en cuenta la economía. En lugar de eso, los vecinos dicen: “Nos gusta ver a nuestro alrededor el espacio abierto de las tierras de cultivo o de un bosque”. Pero ¿cómo va uno a mantener ese espacio abierto si el vendedor de la parcela es alguien que tiene más de sesenta años y necesita el dinero para jubilarse? Si los vecinos querían preservar esa parcela como espacio abierto, deberían haberla comprado. Podrían haberla comprado, pero no lo hicieron. No obstante, quieren controlarla aun cuando no sea de su propiedad.
»Fui desautorizado en la audiencia pública porque los urbanistas del condado no querían oponerse a ochenta votantes poco antes de unas elecciones. Yo no había negociado con los vecinos antes de remitir el plan porque soy muy obstinado, quiero hacer lo que creo que tengo derecho a hacer y no me gusta que me digan qué tengo que hacer. Además, la gente no se da cuenta de que en un proyecto pequeño como este las negociaciones suponen mucho tiempo y dinero. Con un proyecto similar, la próxima vez hablaría primero con los vecinos, pero también llevaría a cincuenta de mis trabajadores a la reunión para que los funcionarios del condado vieran que también existe demanda pública en favor del proyecto. Durante este conflicto he seguido cargando con los costes de la tierra. ¡A los vecinos les gustaría la tierra para poder sentarse allí sin que hubiera nada en ella!
»La gente dice que aquí hay demasiado terreno urbanizado y que el valle acabará superpoblado, y tratan de culparme a mí. Mi respuesta es: hay demanda de mi producto, la demanda no es algo que yo invente. Cada año hay más edificios y más tráfico en el valle. Pero a mí me gusta pasear, y cuando paseas o sobrevuelas el valle, ves montones de espacios abiertos. Los medios de comunicación dicen que en el valle el crecimiento fue del 44 por ciento en los últimos diez años, pero eso solo supuso un aumento de población desde 25 000 a 35 000 personas. La gente joven está abandonando el valle. Tengo treinta empleados a los que mi empresa ofrece empleo y proporciona un plan de pensiones, un seguro médico y vacaciones pagadas, así como un plan de reparto de los beneficios. Ningún competidor ofrece un paquete semejante, de modo que la renovación de mi fuerza de trabajo es baja. Los ecologistas me consideran con frecuencia una causa de los problemas del valle, pero yo no puedo crear la demanda; si yo no levanto los edificios, lo hará otro.
»Tengo la intención de quedarme aquí, en el valle, durante el resto de mi vida. Pertenezco a esta comunidad y apoyo muchos proyectos comunitarios: por ejemplo, apoyo a los equipos locales de baloncesto, natación y fútbol. Como soy de aquí y quiero quedarme aquí, no tengo mentalidad de enriquecerme y marcharme. Espero estar todavía aquí dentro de veinte años dirigiendo mis viejos proyectos. En ese momento no quisiera asomarme y tener que reconocer ante mí mismo: “Ese que hice fue un mal proyecto”».
Tim Huls es propietario de una granja lechera de una familia de Montana de toda la vida: “Mis bisabuelos fueron los primeros de nuestra familia que vinieron aquí, en 1912. Compraron veinte hectáreas cuando la tierra todavía era muy barata y tenían una docena de vacas lecheras a las que tardaban en ordeñar a mano dos horas todas las mañanas y luego otras dos todas las noches. Mis abuelos compraron 55 hectáreas más por unos pocos centavos por hectárea, vendían la nata de la leche de sus vacas para hacer queso y cultivaban manzanas y heno. Sin embargo, vivieron una batalla. Llegaron tiempos difíciles y se aferraron a lo que tenían con uñas y dientes, mientras que otros granjeros no pudieron hacerlo. Mi padre pensó ir a la universidad, pero en lugar de ello decidió quedarse en la granja. Era un visionario innovador que tomó la crucial decisión empresarial de comprometerse con una explotación lechera especializada y construir un establo para ordeñar 150 vacas, de forma que pudiera incrementar el valor obtenido por la tierra.
»Mis hermanos y yo compramos la granja de nuestros padres. No nos la dieron. Al contrario; nos la vendieron porque querían que fuéramos nosotros quienes decidiéramos quiénes queríamos dedicarnos a la granja, hasta el punto de estar dispuestos a pagar por ella. Cada hermano y su esposa somos propietarios de nuestra propia parcela y la arrendamos a la empresa familiar. La mayor parte del trabajo de administrar la granja lo hacemos los hermanos, nuestras esposas y nuestros hijos; solo contamos con un pequeño número de empleados que no pertenecen a la familia. Hay muy pocas explotaciones agrícolas familiares como la nuestra. Una cosa que nos permitió tener éxito es que todos compartimos un credo religioso común; la mayoría de nosotros vamos a la misma parroquia de Corvallis. Por supuesto que tenemos conflictos familiares, pero podemos tener una buena disputa y, aun así, ser los mejores amigos esa misma noche; nuestros padres también se pelearon, pero siempre se reconciliaban antes de que se pusiera el sol. Hemos entendido por qué puntos de vista vale la pena morir y por cuáles no.
»De algún modo, mis dos hijos heredaron ese espíritu familiar. Los dos aprendieron a cooperar desde niños: cuando el más pequeño tenía todavía siete años empezaron a colocar secciones de tubos de aluminio de doce metros, dieciséis por línea, llevándolos cada uno desde un extremo de cada tubo. Cuando se fueron de casa fueron compañeros de habitación y ahora son los mejores amigos y vecinos. Otras familias tratan de educar a sus hijos para que mantengan los lazos familiares come hicieron nuestros hijos, pero los hijos de esas otras familias no permanecieron juntos, aun cuando parecían hacer las mismas cosas que hizo nuestra familia.
»La economía de la granja es exigente porque el valor más alto a que se puede dedicar la tierra aquí, en Bitterroot, es a viviendas y urbanización. Los granjeros de nuestra zona se enfrentan al siguiente dilema: ¿deberíamos continuar explotando la tierra o deberíamos venderla; para que construyan viviendas y retirarnos? No hay cultivo legal que nos permita competir con el valor del desarrollo urbanístico de nuestra; tierra, de modo que no podemos permitirnos comprar más terreno. Por el contrario, lo que determina nuestra supervivencia es si podemos ser eficientes al máximo con las trescientas hectáreas que ya tenemos en propiedad o en alquiler. Nuestros gastos, al igual que el precio de las camionetas, han aumentado, pero todavía recibimos el mismo dinero por cincuenta litros de leche hoy día que hace veinte años. ¿Cómo podemos obtener beneficios con un margen de beneficios tan estrecho? Tenemos que adoptar nuevas tecnologías, lo cual supone capital, y tenemos que seguir formándonos en la aplicación de la tecnología a nuestras circunstancias concretas. Tenemos que estar dispuestos a abandonar los viejos métodos.
»Por ejemplo, este año hemos dedicado un capital importante a construir una nueva sala de ordeño informatizada para doscientas vacas. Tendrá una máquina de recogida de estiércol y una valla móvil para llevar las vacas a una ordeñadora automática a través de la cual pasarán de forma automática. El ordenador reconoce cada vaca, la ordeña en su puesto, mide de inmediato la conductividad de su leche para detectar enseguida alguna infección, pesa la leche ordeñada para controlar sus necesidades sanitarias y nutritivas, y los criterios de tratamiento de datos del ordenador nos permiten agrupar las vacas en diferentes establos. Nuestra explotación está sirviendo hoy día como modelo para el estado de Montana en su conjunto. Otros ganaderos nos observan con atención para ver si funciona.
»Nosotros mismos tenemos algunas dudas sobre si funcionará debido a dos riesgos que escapan a nuestro control. Pero si queremos albergar alguna esperanza de seguir dedicándonos a las labores agrarias, tenemos que llevar a cabo esta modernización, o de lo contrario no tendremos más alternativa que volvernos promotores de viviendas: aquí, en la tierra de que uno dispone, se tienen que criar vacas o criar casas. Uno de los dos riesgos que escapan a nuestro control es la fluctuación de los precios de la maquinaria, de los servicios agrícolas que tenemos que contratar y del precio al que nos pagan la leche. Los ganaderos de leche no tenemos ningún control sobre el precio de la leche. Nuestra leche es perecedera; una vez que la vaca está ordeñada, solo tenemos dos días para llevar la leche desde el rancho hasta el mercado, de modo que no tenemos ninguna fuerza negociadora. Vendemos la leche y los compradores nos dicen qué precio alcanzará.
»El otro riesgo que escapa a nuestro control son las preocupaciones medioambientales de la opinión pública, entre las que se encuentran la forma en que tratamos a los animales, sus desechos y el olor asociado a ellos. Tratamos de controlar estos impactos lo mejor que sabemos, pero nuestros esfuerzos probablemente no satisfagan a todo el mundo. Los recién llegados a Bitterroot vienen por el paisaje. Al principio les gusta ver las vacas y los campos de heno desde la distancia, pero a veces no comprenden todo lo que va unido a las labores agrícolas, especialmente en las granjas lecheras. En otras zonas en las que coexisten explotaciones lecheras y urbanización, las objeciones a las granjas están relacionadas con el olor, el ruido de los equipos que funcionan hasta altas horas de la noche, el tráfico de camiones en “nuestro tranquilo camino rural” y algunas otras cosas. En una ocasión tuvimos incluso una queja cuando un vecino se manchó de estiércol sus zapatillas de deporte blancas. Una de nuestras preocupaciones es que las personas a las que no les gusta la explotación agraria de animales puedan proponer una iniciativa para restringir o prohibir las granjas lecheras en nuestra zona. Por ejemplo, hace dos años una iniciativa para prohibir la caza en las explotaciones cinegéticas eliminó del negocio a un rancho de alces de Bitterroot. Nunca pensábamos que eso pudiera llegar a ocurrir, y no podemos evitar pensar que hay una posibilidad de que, si no estamos atentos, pudiera ocurrimos a nosotros. En una sociedad que propugna la tolerancia resulta asombroso lo intolerantes que son algunas personas con las explotaciones agrarias de animales y con lo que va unido a la producción de alimentos”.
El último de los cuatro relatos que citaré es el de John Cook, el guía de pesca que con infinita paciencia enseñó a mis hijos de entonces diez años a pescar con mosca y ha estado llevándolos al río Bitterroot durante los últimos siete veranos: “Me crie en un huerto de manzanos del valle de Wenatchee, en Washington. Cuando acabé el instituto atravesé una etapa hippy salvaje y me dispuse a viajar hasta la India en moto. Solo llegué hasta la costa este de Estados Unidos, pero para entonces había recorrido todo el país. Después conocí a mi esposa Pat, nos mudamos a la península Olympic de Washington y luego a Kodiak Island, en Alaska, donde trabajé durante dieciséis años como guardabosques. Luego nos mudamos a Portland para que Pat pudiera cuidar de sus abuelos enfermos. La abuela murió pronto, y luego, una semana después de que muriera su abuelo, abandonamos Portland y vinimos a Montana.
»Había estado en Montana por primera vez en la década de 1970, cuando el padre de Pat era guarda en el Selway-Bitterroot Wilderness de Idaho, justo al otro lado de la frontera de Montana. Pat y yo solíamos trabajar para él a tiempo parcial: Pat haciendo la comida y yo, de guía. Ya entonces a Pat le encantaba el río Bitterroot y quería vivir junto a él, pero el terreno ya estaba a dos mil dólares la hectárea, demasiado caro para que aguantara el coste de una hipoteca sobre una granja. Entonces, en 1994, cuando estábamos tratando de dejar Portland, surgió la oportunidad de comprar a un precio asequible una granja de cinco hectáreas cerca del río Bitterroot. Había que hacer algunas reformas en la casa, de modo que dedicamos unos cuantos años a arreglarla, y yo me saqué la licencia de guarda forestal y guía de pesca.
»Solo hay dos lugares en el mundo con los que siento un vínculo espiritual profundo: uno de ellos es la costa de Oregón y el otro está aquí, en el valle de Bitterroot. Cuando compramos esta granja pensamos en ella como “la propiedad en la que morir”: es decir, una casa en la que queríamos vivir durante el resto de nuestras vidas. Justo aquí, en nuestro terreno, tenemos tecolotes, faisanes, codornices, patos carolinos y un prado suficientemente grande para nuestros dos caballos.
»La gente puede haber nacido en una época en la que le parece que pueden vivir a gusto, y pueden no querer vivir en otra época. A nosotros nos encanta este valle tal como era hace treinta años. Desde ese momento no ha hecho más que llenarse de gente. No quisiera estar viviendo aquí si el valle se convirtiera en una avenida de centros comerciales entre Missoula y Darby en cuyo suelo viviera un millón de personas. Para mí es importante ver espacio abierto. El terreno que hay al otro lado de la carretera de mi casa es una vieja tierra de cultivo de poco más de tres kilómetros de longitud y casi uno de anchura compuesta enteramente por pastos, en el que las únicas edificaciones son un par de establos. Es propiedad de un actor y cantante de rock de fuera del estado llamado Huey Lewis, que viene aquí simplemente a pasar más o menos un mes cada año para cazar y pescar, y durante el resto del año tiene un guarda que se ocupa de las vacas, cultiva heno y alquila parte del terreno a los granjeros. Si el terreno de Huey Lewis del otro lado de la carretera se parcelara para edificar viviendas, no podría soportar ver esa imagen a diario y me mudaría.
»A menudo pienso en cómo me gustaría morir. Mi padre sufrió recientemente una muerte lenta a causa de una enfermedad pulmonar. Perdió toda la autonomía y el último año fue muy doloroso. No quiero morir así. Podría parecer que tengo mucha sangre fría, pero he aquí mi fantasía sobre cómo me gustaría morir si pudiera elegir. En mi fantasía Pat se muere antes que yo. Eso es porque cuando nos casamos prometí amarla, respetarla y cuidarla, y si ella muriera primero sabría que he cumplido mi promesa. Además, no tengo seguro de vida que le ayude, de modo que ella lo pasaría mal si me sobreviviera. Tras la muerte de Pat —continúa mi fantasía— cedería los derechos sobre la casa a mi hijo Cody, y después iría a pescar truchas todos los días mientras estuviera físicamente en condiciones de hacerlo. Cuando ya no fuera capaz de pescar, me agenciaría una gran cantidad de morfina y me adentraría mucho en el bosque. Escogería algún lugar remoto donde nadie encontrara nunca mi cuerpo y desde el que pudiera disfrutar de una vista especialmente hermosa. Me tumbaría ante esa vista y… me tomaría la morfina. Ese sería el mejor modo de morir: morir de la forma que yo eligiera, y que lo último que contemplara fuera una vista de Montana tal como quiero recordarla”.
Dicho brevemente, las historias vitales de estos cuatro habitantes de Montana, y los comentarios míos que las preceden, ilustran que los habitantes de Montana difieren entre sí en valores y objetivos. Apuestan por un mayor o menor aumento de la población, una mayor o menor intervención del gobierno, una mayor o menor urbanización y parcelación de las tierras agrícolas, una mayor o menor conservación de los usos agrícolas de la tierra, un mayor o menor volumen de minería o una mayor o menor cantidad de turismo de aire libre. Algunos de estos objetivos son a todas luces incompatibles entre sí.
Anteriormente, en este capítulo hemos visto cómo Montana está experimentando muchos problemas medioambientales que se traducen en problemas económicos. La materialización de estos diferentes valores y objetivos distintos que hemos visto ejemplificados desembocaría en diferentes enfoques de estos problemas medioambientales, presumiblemente asociados con diferentes probabilidades de triunfar o fracasar en su resolución. En la actualidad, hay francas y amplias diferencias de opinión acerca de cuáles son los mejores enfoques. No sabemos qué enfoques elegirán en última instancia los ciudadanos de Montana; y tampoco sabemos si los problemas medioambientales y económicos mejorarán o empeorarán.
En un principio puede haber parecido absurdo escoger Montana como objeto del primer capítulo de un libro sobre el colapso de diferentes sociedades. Ni Montana en particular ni Estados Unidos en general corren un riesgo inminente de derrumbamiento. Pero reflexione, por favor, sobre el hecho de que la mitad de los ingresos de los habitantes de Montana no procede de su trabajo en el estado, sino que más bien está compuesto de dinero que afluye a Montana procedente de otros estados de Estados Unidos: transferencias del gobierno federal (como las de la Seguridad Social, Medicare, Medicaid[4] y programas contra la pobreza) y financiación privada de fuera del estado (pensiones de fuera del estado, ganancias sobre patrimonio inmobiliario e ingresos por negocios). Es decir, que la economía de Montana ya está muy lejos de financiar el estilo de vida de Montana, que, por el contrario, está siendo financiado y depende del resto de Estados Unidos. Si Montana fuera una ínsula aislada, como lo era la isla de Pascua en el océano Pacífico en su época polinesia, antes de la llegada de los europeos, su actual economía de Primer Mundo ya se habría venido abajo; ni siquiera habría podido desarrollar esa economía en primera instancia.
Luego reflexione sobre el hecho de que los problemas medioambientales que hemos estado analizando, aunque graves, son en todo caso mucho más leves que los de la mayor parte del resto de Estados Unidos, casi todo el cual tiene una densidad de población mucho mayor y sufre impactos humanos mucho más fuertes, y gran parte del cual es mucho más frágil que Montana desde el punto de vista medioambiental. Estados Unidos depende a su vez en recursos esenciales, y está económica, política y militarmente comprometida con otras partes del mundo, algunas de las cuales tienen problemas medioambientales aún más acusados y sufren un declive mucho más marcado que Estados Unidos.
En lo que resta de este libro analizaremos los problemas medioambientales, similares a los de Montana, de diversas sociedades actuales y del pasado. Sobre las sociedades del pasado que analizaré, de las cuales la mitad carecían de escritura, sabemos mucho menos acerca de los valores y objetivos de sus personas individuales de lo que en este aspecto sabemos acerca de Montana. Disponemos de información sobre los valores y objetivos de las sociedades actuales, pero por mi parte tengo más experiencia acerca de estos valores y objetivos en Montana que en ningún otro lugar del mundo moderno. Por tanto, mientras lea usted este libro, y a medida que reflexiona sobre los problemas medioambientales, expuestos en su mayoría en términos impersonales, piense por favor en los problemas de esas otras sociedades tal como los percibirían personas concretas como Stan Falkow, Rick Liable, Chip Pigman, Tim Huls, John Cook o los hermanos y hermanas Hirschy. Cuando en el próximo capítulo analicemos la sociedad aparentemente homogénea de la isla de Pascua, imagine a un jefe, a un agricultor, a un tallador de piedra y a un pescador de marsopa de la isla de Pascua refiriendo su particular trayectoria vital, sus valores y objetivos exactamente igual que mis amigos de Montana lo hicieron para mí.