Conor salió al pasillo del hospital, la cabeza le iba a mil por hora. Un medicamento que se extrae de los tejos. Un medicamento que podía curar de verdad. Un medicamento como el que el boticario se negó a hacer para el párroco. Aunque, para ser sinceros, Conor no tenía todavía del todo claro por qué fue la casa del párroco la que acabó demolida.
A no ser que…
A no ser que el monstruo hubiera ido por una razón. A no ser que hubiera echado a andar para curar a la madre de Conor.
Casi no se atrevía a tener esperanzas. Casi no se atrevía a pensarlo. No.
No, claro que no. No podía ser verdad, qué bobo era. El monstruo era un sueño. Eso era todo, un sueño.
Pero las hojas. Y las bayas. Y el arbolito saliendo del suelo. Y la destrucción del salón de su abuela.
De repente se sintió ligero, como si flotara.
¿Podría ser? ¿Podría ser de verdad?
Oyó voces y miró hacia el fondo del pasillo. Su padre y su abuela estaban discutiendo.
No podía oír lo que decían, pero su abuela le apuntaba airadamente con un dedo a la altura del pecho. «Vale, ¿y qué quieres que haga?», le decía su padre, lo bastante alto como para atraer la atención de la gente que pasaba por el pasillo. Conor no oyó la respuesta de su abuela, pero ella volvió hecha una furia por el pasillo y pasó de largo, sin mirarlo siquiera mientras se metía en la habitación de su madre.
Su padre se acercó poco después, con los hombros caídos.
—¿Qué pasa? —preguntó Conor.
—Bah, tu abuela se ha enfadado conmigo —dijo su padre con una sonrisa rápida—. Nada nuevo.
—¿Por qué?
Su padre hizo una mueca.
—Hay malas noticias, Conor —dijo—. Tengo que volver esta noche.
—¿Esta noche? —preguntó Conor—. ¿Por qué?
—La niña está enferma.
—Vaya —dijo Conor—. ¿Qué tiene?
—Seguramente nada grave, pero Stephanie se ha puesto nerviosa y la ha llevado al hospital y quiere que vuelva ya.
—¿Y vas a ir?
—Voy a ir pero volveré —dijo su padre—. El domingo que viene no, el otro, así que ni siquiera son dos semanas. En el trabajo me darán más días para venir a verte.
—Dos semanas —dijo Conor hablando casi consigo mismo—. Pero bueno, está bien. A mamá le están dando esa medicación nueva y se pondrá mejor. Así que cuando vuelvas…
Se calló al ver la cara de su padre.
—Hijo, ¿por qué no vamos a dar un paseo?
Frente al hospital había un pequeño parque con senderos entre los árboles. Mientras Conor y su padre caminaban hacia un banco vacío, se cruzaron con pacientes que llevaban el uniforme del hospital; paseaban con sus familiares o solos, fumando a escondidas. Como si el parque fuera un ala al aire libre del hospital. O un lugar de recreo para los fantasmas.
—Tenemos que hablar, ¿no? —dijo Conor cuando se sentaron—. Últimamente todo el mundo quiere hablar conmigo.
—Conor —dijo su padre—. Esa medicación nueva que le están dando a tu madre…
—La va a poner buena —dijo Conor con firmeza.
Su padre se quedó en silencio un momento.
—No, Conor —dijo—. Probablemente no.
—Sí, se va a poner buena —insistió Conor.
—Es un último intento, un intento a la desesperada. Lo siento, hijo, pero las cosas están yendo demasiado rápido.
—La curará. Sé que la curará.
—Conor —dijo su padre—. La otra razón por la que tu abuela está enfadada conmigo es porque cree que ni tu madre ni yo hemos sido sinceros contigo. Sobre lo que está pasando.
—¡Qué sabrá la abuela!
Su padre le puso una mano en el hombro.
—Conor, tu madre…
—Se va a curar —dijo Conor, apartando la mano y poniéndose de pie—. El secreto es ese nuevo medicamento. El medicamento es la razón. Te lo digo yo, lo sé.
Su padre parecía confuso.
—¿La razón de qué?
—Así que vuélvete a Estados Unidos —siguió Conor—, con tu otra familia, aquí estaremos bien sin ti. Porque esto va a funcionar.
—Conor, no…
—Sí. Va a funcionar.
—Hijo —dijo su padre inclinándose hacia delante—. Las historias no tienen siempre un final feliz.
Eso lo desconcertó. Porque era verdad, no siempre acababan bien. El monstruo se lo había enseñado. Las historias eran criaturas salvajes, muy salvajes, y salían disparadas en la dirección que menos esperabas.
Su padre meneaba la cabeza.
—Es demasiado pedirte esto. Lo es, sé que lo es. Es injusto y cruel y no es como deberían ser las cosas.
Conor guardó silencio.
—Volveré en una semana a partir del domingo —dijo su padre—. No lo olvides, ¿vale?
Conor miró al sol con los ojos entrecerrados. Había sido un octubre increíblemente cálido, como si el verano se empeñara en quedarse.
—¿Cuánto tiempo te quedarás?
—Lo que haga falta.
—Y luego volverás a irte.
—Tendré que irme. Allí tengo…
—Otra familia —terminó Conor.
Su padre alargó la mano otra vez, pero Conor ya iba de vuelta hacia el hospital.
Porque sí que daría resultado, funcionaría, esa era la verdadera razón por la que el monstruo había echado a andar. Tenía que serlo. Si el monstruo era real, esa tenía que ser la razón.
Antes de entrar en el hospital, Conor miró el reloj que había en la fachada. Ocho horas todavía hasta las 00.07.