—¿Cómo te va, colega? —le preguntó su padre mientras esperaban que la camarera les sirviera las pizzas.
—¿Colega? —preguntó Conor levantando una ceja.
—Perdona —dijo su padre sonriendo con timidez—. Estados Unidos es casi un idioma aparte.
—Cada vez que hablo contigo tu voz es más rara.
—Bueno… —Su padre jugueteó con la copa de vino—. Me alegro de verte.
Conor le dio un sorbo a la Coca-Cola. Su madre se encontraba realmente mal cuando llegaron al hospital. Tuvieron que esperar a su abuela para que la ayudara a salir del baño, y entonces estaba tan cansada que todo lo que pudo decir fue «Hola, cariño», a Conor, y «¿Qué tal, Liam?», a su padre, antes de quedarse dormida. Su abuela les pidió que se marcharan a los pocos minutos, y puso tal cara que su padre no se atrevió a rechistar.
—Tu madre es, esto… —decía su padre en ese momento, con los ojos entrecerrados pero sin mirar nada en particular—. Es una persona muy luchadora, ¿verdad?
Conor se encogió de hombros.
—¿Cómo te va, Con?
—Me has preguntado eso como ochocientas veces desde que llegaste —dijo Conor.
—Perdona.
—Estoy bien —dijo Conor—. A mamá están poniéndole una medicación nueva. Hará que se sienta mejor. Tiene mal aspecto, pero ya ha estado así antes. ¿Por qué todo el mundo se comporta como si…? —Se calló y dio otro sorbo a la Coca-Cola.
—Tienes razón, hijo —dijo su padre—. Tienes toda la razón. —Dejó la copa en la mesa y empezó a girarla sobre la base—. Sin embargo, vas a tener que ser valiente por ella, Con. Vas a tener que ser muy valiente, mucho, por ella.
—Hablas como en las películas americanas.
Su padre rió bajito.
—Tu hermana está muy bien. Ya casi anda.
—Mi medio hermana —dijo Conor.
—Estoy deseando que la conozcas —dijo su padre—. Tenemos que organizar una visita pronto. Quizá incluso estas Navidades. ¿Te gustaría?
Conor miró a su padre a los ojos.
—¿Y mamá?
—Lo he hablado con tu abuela. Diría que no le parece mal, siempre y cuando te mandemos de vuelta a tiempo para el nuevo trimestre en el colegio.
Conor pasó una mano por el borde de la mesa.
—Entonces ¿solo sería una visita?
—¿A qué te refieres? —dijo su padre, parecía sorprendido—. Una visita en vez de… —lo dejó ahí, y Conor supo deducir lo que quería decir—. Conor…
Pero de repente Conor no quería que terminara la frase.
—Hay un árbol que viene a visitarme —dijo hablando rápido; empezó a quitarle la etiqueta a la botella de Coca-Cola—. Viene a casa por la noche, me cuenta historias.
Su padre parpadeó, desconcertado.
—¿Qué?
—Al principio creía que era un sueño —dijo Conor, raspando la etiqueta con la uña del pulgar—, pero cuando me despertaba siempre había hojas y arbolitos que brotaban del suelo. Los he ido escondiendo para que nadie lo descubra…
—Conor…
—Todavía no ha ido a casa de la abuela. Supongo que porque vive demasiado lejos…
—¿Qué estás…?
—Pero ¿qué importaría la distancia si solo fuera un sueño? ¿Acaso un sueño no podría cruzar toda la ciudad andando? No si es tan viejo como la tierra y tan grande como el mundo…
—Conor, déjalo ya…
—No quiero vivir con la abuela —dijo Conor de repente con una voz tan fuerte y engolada que parecía que lo estaba ahogando. Fijó la mirada en la etiqueta de la botella de Coca-Cola y siguió raspando con la uña del pulgar el papel mojado—. ¿Por qué no puedo ir a vivir contigo? ¿Por qué no puedo ir a Estados Unidos?
Su padre se pasó la lengua por los labios.
—Te refieres a cuando…
—La casa de la abuela es la casa de una señora mayor —dijo Conor.
Su padre soltó una risita.
—Pienso decirle que la has llamado señora mayor.
—No puedes tocar nada ni sentarte en ningún sitio —dijo Conor—. No puedes dejar nada desordenado ni siquiera un segundo. Y solo tiene internet en el despacho de fuera, y ahí no me deja entrar.
—Estoy seguro de que podemos hablar con ella de esas cosas. Estoy seguro de que hay un montón de espacio en la casa para que todo sea más fácil, para que tú te sientas cómodo.
—¡No quiero estar cómodo en esa casa! —dijo Conor levantando la voz—. Quiero mi propia habitación en mi propia casa.
—En Estados Unidos tampoco tendrías eso —dijo su padre—. Casi no tenemos sitio ni para nosotros tres, Con. Tu abuela tiene mucho más dinero y espacio que nosotros. Además, tú vas al colegio aquí, tus amigos están aquí, toda tu vida está aquí. Sería injusto sacarte sin más de todo eso.
—¿Injusto para quién? —preguntó Conor.
Su padre suspiró.
—A eso me refería —dijo—. A eso me refería cuando te dije que ibas a tener que ser valiente.
—Eso es lo que me dice todo el mundo —repuso Conor—. Como si significara algo.
—Lo siento —dijo su padre—. Sé que parece algo completamente injusto, y me gustaría tanto que fuera diferente…
—¿De veras?
—Pues claro que sí. —Su padre se inclinó sobre la mesa—. Pero es mejor así. Ya lo verás.
Conor tragó saliva, seguía sin mirarlo a los ojos. Luego tragó saliva otra vez.
—¿Podríamos hablar de esto cuando mamá se recupere?
Su padre volvió a echarse hacia atrás despacio.
—Pues claro, colega. Eso es exactamente lo que haremos.
Conor lo miró.
—¿Colega?
Su padre sonrió.
—Perdona. —Levantó la copa y bebió hasta que no quedó nada de vino. La dejó encima de la mesa y chasqueó la lengua, luego le dirigió a Conor una mirada inquisitiva—. ¿Qué era todo eso que decías de un árbol?
Pero llegó la camarera y se hizo un silencio mientras dejaba las pizzas delante de ellos.
—Americana —dijo Conor mirando la suya con el ceño fruncido—. Si esta pizza hablara, seguro que tendría tu acento.