CAPÍTULO 28
Prácticamente, lo arrastró hasta la librería y le contó en detalle lo que pensaba hacer si él accedía a darle una mano.
—¡Es una locura y no voy a secundarte en algo así! —le espetó levantándose del sillón Chesterfield después de escuchar el plan de Greta.
—No es una locura. Es la única manera de desenmascarar a Britta. Tú mismo has dicho que no hay pruebas firmes en su contra. Si logro que ella confiese, cerraríamos el caso.
—Karl no lo aprobaría jamás.
—Déjalo fuera de este asunto. Es más, la policía no debe intervenir para nada. Por eso te necesito a ti: como amigo, no como policía. No puedo hacerlo sola. Eres mi única opción.
—Greta, ni siquiera debería haberte escuchado. Sabía que estabas tramando algo.
—No quiero tus sermones ahora, Mikael. Solo quiero saber si vas a ayudarme o no.
Respiró profundamente. Sabía de sobra que llevaba las de perder: si se negaba, estaba seguro de que ella llevaría a cabo el plan de todos modos; con o sin su apoyo. A regañadientes, le dijo que sí. En ese momento, no pensó en las consecuencias de lo que estaban a punto de hacer, mucho menos en la sanción que podía caerle encima. Lo único que le importaba era protegerla y evitar que saliera lastimada.
—¿Cuándo quieres hacerlo? —le preguntó, completamente vencido.
—Lo antes posible. Tiene que ser cuando Lasse no esté en la librería. ¿Te parece bien mañana después del mediodía? —Bajó la voz para evitar que su primo, que se encontraba detrás del mostrador, pudiera escucharla.
—Me parece bien. Tendré que inventar una buena excusa para salir de la comisaría sin levantar sospechas.
Greta asintió.
—No puedes decir nada, ni siquiera a Nina; ¿de acuerdo?
—No me parece lo más prudente, pero, bueno, nada de lo que vamos a hacer lo es —respondió él, que ya había perdido las esperanzas de convencerla de desistir de su propósito.
Se marchó. Ella quedó en llamarlo por teléfono a la mañana siguiente, luego de que echara a rodar la primera parte del plan.
Esa noche, cuando Karl la visitó, Greta se puso nerviosa. Hablaron poco de la investigación, ya que ella no quiso preguntarle. De todos modos, fue su padre quien sacó a colación el tema.
—Mikael planteó la posibilidad de que Britta Erikssen pudo obtener la adenosina cuando visitaba a los enfermos en el Lassaretts. Mañana, enviaré a Nina a interrogar al personal del hospital y llevará a los peritos con ella para ver si pueden encontrar algún rastro que la implique.
Ella no dijo nada.
—Hija, ¿me escuchas?
—Sí, perdona, es que estaba distraída con Miss Marple —se justificó—. ¿Mikael no te dijo nada más?
—No, ¿por qué? ¿Debería?
Las manos le comenzaron a sudar.
—No, solo preguntaba…
—Necesitamos hallar pruebas que la incriminen —afirmó Karl—. Sabemos que es culpable, pero no nos alcanza.
—Las hallaremos, papá. Más pronto de lo que imaginas.
Después de acompañarlo a la puerta, jugó un rato con su lora para aliviar la tensión. La aguardaba una jornada difícil y esperaba que todo saliera bien.
* * *
Se levantó más temprano de lo habitual y apenas probó el desayuno. Estaba demasiado nerviosa como para que algo le entrara en el estómago. Faltaba casi una hora para abrir las puertas de Némesis, así que tenía tiempo de sobra para llevar a cabo la primera parte del plan.
Se entretuvo unos cuantos minutos jugando con Miss Marple. Su compañía logró relajarla un poco. Después fue a la sala, se sentó en el sofá y abrió la agenda en la letra «E». Tenía que calmarse; cualquier error, y todo se podía ir por la borda. Debía interpretar muy bien su papel si quería conseguir su objetivo.
Marcó el número de Britta. Esperó hasta que, por fin, la atendieron.
—¿Sí?
Escuchó la solemne voz de la mujer del reverendo y se intranquilizó todavía más. Respiró profundamente antes de hablar.
—¿Britta? Soy Greta, espero no molestarte.
Durante unos segundos no se oyó nada, y ella pensó que le habían cortado.
—Hola, Greta. No te preocupes, Ville y yo también nos levantamos temprano.
—Eso supuse; por eso me atreví a llamarte.
—¿Qué puedo hacer por ti?
Entró de inmediato en su papel. De su buena actuación, dependía el éxito del plan.
—Britta, necesito contar lo que me pasa. ¡Siento que si no me desahogo con alguien voy a explotar! —le soltó poniéndole el dramatismo necesario a sus palabras.
—Cálmate, no ganas nada con angustiarte de esa manera.
—No lo puedo evitar; estoy muy mal. No puedo hablar con mi padre, porque él jamás entendería por lo que estoy pasando. Es más, si se enterara, estoy segura de que me mataría.
—¿Es tan terrible?
—Sí, Britta; lo es. —Hizo una pausa—. Sé que nunca ha habido mucha confianza entre las dos y que, incluso, hemos tenido un par de roces. Sin embargo, en este momento, me hace falta un buen consejo… El consejo de una madre. ¿Podríamos vernos para hablar?
—Greta, no sé si pueda ayudarte. Lo único que yo puedo hacer es prestarte una oreja.
—No necesito más.
—¿Quieres que pase a verte a la librería?
Ella esbozó una sonrisa triunfal.
—Sí. Puedes venir después de la hora de cerrar, así podremos hablar más tranquilas.
—Estaré ahí a las dos, si te parece.
—Estupendo, te espero. Muchas gracias, Britta, de verdad.
—No tienes nada que agradecerme, querida. Ayudar al prójimo en un momento de debilidad es el deber de todo cristiano —le dijo antes de colgar.
Respiró aliviada. Había conseguido lo más difícil, convencer a la mujer del reverendo de que acudiese a la librería a hablar con ella.
Volvió a tomar el teléfono y marcó el número del teniente Stevic. Le saltó el contestador, así que no tuvo más remedio que dejarle un mensaje.
«Mikael, soy yo. Acabo de hablar con Britta y estará en la librería cerca de las dos. Te espero un poco más temprano, como habíamos acordado. No me falles».
Le abrió la jaula a Miss Marple y bajó para abrir la librería a horario.
* * *
—¿Has conseguido relacionar a Britta Erikssen con la adenosina? —preguntó Karl a Nina no bien ella puso un pie en la oficina.
—Como temíamos, supo borrar bien sus huellas. Hablé con una de las encargadas de la farmacia del hospital. Me explicó que las drogas peligrosas, entre las que se encuentra la adenosina, se guardan en un armario, bajo llave. Sin embargo, no hay vigilancia. Por lo tanto, cualquiera puede meterse y robar sin que nadie se dé cuenta. Mucho más, alguien como Britta, que se desempeñaba en el Lassaretts como jefa de voluntarias. No era inusual verla por los pasillos o cerca de la enfermería. De todos modos, me comentó que, hace unos días, se realizó un inventario y el resultado arrojó que había un faltante de adenosina. No podemos relacionar a la señora Erikssen con el faltante, pero tenemos más elementos para suponer que la droga para el crimen de Annete provino del Lassaretts.
—¡Cielos, el caso se nos vuelve a ir de las manos! —refunfuñó Karl arrojando un bolígrafo encima del escritorio.
—No estaría tan segura. Hemos estado investigando los sitios a los que la sospechosa asiste, para, según ella, «llevar la palabra de Dios a las almas descarriadas» —dijo la sargento Wallström en son de burla, haciendo el gesto de las comillas con las manos—. Descubrimos que hace años visita un suburbio en las afueras de Orsa. El lugar tiene fama de ser cuna de varios delincuentes: desde traficantes hasta estafadores. Es muy probable que sea allí donde haya encontrado a alguien que trucara la cédula de identidad de Linda Malmgren para reemplazar la foto original por una de ella. Es más, surgió el nombre de un importante falsificador que tiene contactos en ese lugar. Incluso, lo hemos localizado.
—Eso es prometedor.
—Debemos interrogarlo. Si tiene que ver con Britta y logramos que declare en su contra, podremos acusarla por lo menos de asociación ilícita y suplantación de identidad.
—Así es, cuanto antes, mejor. Dile a Mikael que se encargue.
Ella frunció los labios.
—Mikael no está. Me avisó que tenía un asunto personal que atender —le comentó sin entrar en demasiados detalles. En realidad, sospechaba que su compañero había vuelto a las andadas.
Karl la miró y frunció el ceño.
—¿Un asunto personal? ¿Y tú le has creído?
—No es lo que imaginas.
—¿No?
—Supongo que no —respondió Nina, mostrando que tenía las mismas dudas que su jefe.
—Bien. Iré yo mismo a hablar con ese sujeto. Cuando llegue ese desvergonzado de Mikael, le dices que me urge hablar con él. —Tomó su abrigo del perchero y abandonó la oficina raudamente.
* * *
Greta estaba a punto de perder la paciencia. Era más de la una y media, y Mikael aún no había llegado. Intentó comunicarse nuevamente con él, pero fue inútil. Se sentó en el sillón Chesterfield. Tomó la novela de Lynda La Plante que estaba leyendo, pero no pudo ni siquiera concentrarse en el primer párrafo. Se levantó y caminó hacia la ventana. La jornada había amanecido fría. Por lo menos, hacía unas cuantas horas que había dejado de nevar. Volvió a mirar el reloj. Habían pasado apenas cinco minutos desde la última vez que había constatado la hora, pero parecía que el tiempo pasaba más lento de lo habitual. Estaba a punto de regresar al área de lectura, cuando divisó a alguien que venía caminando por la calle de enfrente.
Era Mikael. Lo vio cruzar la calle corriendo. Se apuró para abrirle la puerta.
—Perdón, pero no me quedó más remedio que venir caminando. Si Britta ve mi coche, todo se puede echar a perder.
—Pensé que no vendrías. He intentado comunicarme contigo desde hace un buen rato —lo reprendió.
Él sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y se lo mostró.
—Si voy a ocultarme en el depósito mientras tú hablas con Britta, lo más prudente es que lo tenga apagado. ¿No crees?
Asintió: él tenía razón y había pensado en detalles importantes que a ella misma se le habían escapado.
—Cuéntame, ¿cómo lograste convencerla para que viniera a verte?
Le contó por encima lo que le había dicho a Britta, y Mikael no pudo evitar soltar una carcajada.
—¡Eres una caja de sorpresas! Dime, ¿qué harás cuando la tengas enfrente? —le preguntó mientras se quitaba la chaqueta.
—Jugaré con ella y usaré lo que sé a mi favor. A propósito, te advierto que cualquier cosa que diga es puro fruto de mi imaginación.
Las palabras de Greta solo acrecentaron su curiosidad. Confiaba en su ingenio. No dudaba de que el plan que había urdido diera resultado. Habían acordado que él se escondería en el depósito y grabaría todo sin intervenir. Cuando Greta lograra que Britta confesara, él saldría y haría su trabajo.
—Prométeme que no cometerás ninguna tontería.
Greta sonrió. Por un segundo, Mikael le recordó a su padre.
—Te lo prometo.
Cerca de las dos, él se ocultó en el depósito. Ella dejó la puerta abierta para que no se perdiera nada del show que estaba a punto de dar.
La mujer del reverendo llegó a las dos en punto. Greta la invitó a sentarse en uno de los sillones para que estuvieran más cómodas.
—Antes que nada, agradezco que hayas accedido a venir, Britta —le dijo con una tibia sonrisa.
La mujer la miró con sus ojos saltones.
—Te noté muy angustiada por teléfono.
—Lo estoy. —Respiró profundamente y agachó la cabeza—. Sé que soy la única culpable de la situación por la que estoy atravesando. Puse mis ojos en el hombre equivocado y ahora estoy pagando las consecuencias.
—Se trata del teniente Stevic, ¿verdad?
Greta asintió, alzó la mirada y dijo:
—Nunca debí enamorarme de un hombre como él. —Comenzó a llorar. Apretó con fuerza los párpados para que las lágrimas cayeran más fácilmente y reforzaran la actuación.
—Si sabías que se trataba de un hombre casado, debiste alejarte de él desde un primer momento, en vez de incitarlo a que te buscara —le dijo con un gesto severo.
—Quisiera alejarme de él y olvidarlo, pero no puedo. Soy una mujer débil, Britta. Lo amo y no me importa que esté unido a otra mujer por el sagrado sacramento del matrimonio. No puedo dejarlo, es como una adicción para mí. —Sabía exactamente qué cuerdas tocar para llevarla a donde quería.
—Eso que dices es un sacrilegio. El matrimonio es un vínculo inquebrantable, y nadie puede atentar contra él. El adulterio es un pecado muy grave que merece ser castigado. Aun así, el hombre se empeña en caer en la tentación. —Miró a la muchacha de arriba abajo despectivamente—. Tú te atravesaste en el camino, y el diablo obró a través de ti, Greta.
—¿Qué puedo hacer para acabar con este tormento?
Britta le tomó la mano, y se la apretó con fuerza. La expresión en el rostro le había ido cambiando a medida que hablaba. A Greta no le gustó en absoluto el brillo que percibió en su mirada.
—Debes purificar tu alma, dejar que el Señor entre en ella. Cuando él ilumine tu vida con la luz de su misericordia, el demonio que llevas en tu interior será finalmente destruido.
Asintió, siguiéndole el juego.
—Lo primero que harás será expiar tus pecados. Iremos a la iglesia y oraremos por tu alma impura. —Britta se puso de pie sin soltarla—. Yo te guiaré a la salvación.
No tuvo más remedio que ponerse de pie y dejar que la llevase de la mano. Cuando pasaron por delante del depósito, Greta miró hacia la puerta que permanecía abierta. Mikael se asomó y le hizo señas de que se detuviera: no entraba en el plan que se fuera con Britta, pero ella, para variar, no le hizo caso. Salió de la librería en compañía de la esposa del reverendo, dispuesta a llevar adelante el plan hasta las últimas instancias.
«¡Maldición!», farfulló él mientras la observaba alejarse en dirección a la iglesia.
Buscó el teléfono móvil y lo encendió, descubrió que tenía tres mensajes de Pia. Los ignoró: tenía algo más importante que hacer. Marcó el número de Karl y rogó para que lo atendiera rápido.
* * *
Ambas mujeres entraron a la iglesia. Estaba completamente desierta y parecía más inmensa que nunca. Greta dio un respingo cuando escuchó que la puerta se cerró detrás de sí. Se volteó y miró a la mujer del religioso. Trató de no perder la calma. Ya no contaba con Mikael para protegerla. Sabía que dejar la librería había sido una acción imprudente, pero ya no podía dar marcha atrás. Necesitaba hacerla confesar sus crímenes.
—¿El reverendo no está? —preguntó mientras seguía a la otra a través del pasillo.
—No.
—Es una pena, me habría gustado hablar con él. Estoy segura de que su palabra me habría reconfortado mucho.
Britta se dio vuelta de repente y la miró directamente a los ojos.
—No hace falta. Yo le daré a tu alma el consuelo que ella necesita. —Volvió a tomarla de la mano y la guio hacia el altar. Luego se detuvo frente a la primera hilera de bancos y le ordenó—: arrodíllate allí. Regreso en un momento.
La obedeció, solamente para seguirle el juego. Observó cómo salía por el pasillo que llevaba a la sacristía y tuvo la oportunidad de llamar a Mikael. Se sentó en el banco y sacó el teléfono móvil que tenía oculto entre las ropas. Debía darse prisa. Marcó el número de él, pero atendió el buzón de voz.
—Demonios; responde —musitó mientras sostenía el aparato entre sus manos temblorosas.
Escuchó una puerta abrirse y se sobresaltó. El teléfono se le cayó y fue a parar al suelo. Greta alcanzó a patearlo antes de que Britta lo viera.
—Creí que estarías orando por tu alma —le dijo al ver que ya no estaba hincada de rodillas.
—Preferí esperarte. Me dijiste que orarías conmigo.
—A veces, la oración no es suficiente y se necesitan tomar medidas más drásticas —le aseguró con una sonrisa que le dio escalofríos.
—Yo quiero limpiar mi alma. Ser penitente para que Dios me perdone —le dijo, esperando estar usando las palabras adecuadas para continuar con la farsa—. Debo sacar a Mikael de mi mente.
—El pecado de la carne puede ser expiado de una sola manera. —Intentó tomar nuevamente la mano de la muchacha que se rehusó—. Debes pagar por lo que has hecho, Greta; y lo sabes.
Comprendió, entonces, que la mujer del reverendo era quien le había tendido una trampa a ella. La había llevado a la iglesia, a su territorio, para redimir su alma a través de la muerte. Retrocedió unos pasos, en dirección al altar. Tenía que ganar tiempo. Se dio cuenta de que la única manera de hacerlo, era confrontar a Britta con lo que sabía de ella.
Miró hacia la enorme puerta de madera que permanecía cerrada. No podía escapar. Así que usaría la única arma que tenía para defenderse: la verdad.