CAPÍTULO 27
Greta decidió posponer la reunión del Club de Lectura una semana. Llamó a cada una de las integrantes y se justificó diciendo que tenía mucho trabajo atrasado en la librería y que las vería el siguiente lunes. Había sido una decisión difícil de tomar, pero no tenía ánimos para reunirse con nadie, mucho menos con una decena de mujeres que parloteaban sin cesar. Además, los asesinatos estaban a punto de resolverse y prefería esperar a ver qué sucedía con la investigación. Su padre le había contado simplemente que Linda había conseguido probar que no era ella la mujer que visitaba a Hilda Äland en la prisión, ya que su esposo y el psicólogo que los atendía cada semana habían confirmado su coartada. No logró sacarle nada más, y Greta decidió no insistir. Se sirvió un poco de chocolate caliente en una taza y se metió en la cama. Tomó la novela que estaba leyendo, aunque no pudo concentrarse en la historia. Su mente estaba muy lejos de allí.
Desde la visita de Pia, no había vuelto a hablar con Mikael. Hacía hasta lo imposible para evitarlo y, cuando sonaba el teléfono y reconocía su número en la pantalla, simplemente no contestaba. Sabía que aquello no podía durar para siempre; sin embargo, no tenía ganas de verlo.
Bebió el chocolate; hundió la cabeza en la almohada. Era temprano aún. No tenía sueño, por lo que dejó la taza sobre la mesita para poder buscar el cuaderno de tapas coloradas dentro del cajón. Lo abrió en donde lo había dejado y decidió comenzar a escribir en una nueva página.
«Britta Erikssen: se desconoce su pasado. Vive en Mora desde hace más de veinticinco años, se casó con el reverendo Ville Erikssen unos meses después de llegar a la ciudad. Trabaja junto a su esposo en la iglesia y, además, participa de varios eventos benéficos al año». Greta se llevó el bolígrafo a la boca y jugueteó con él un rato mientras releía lo que acababa de escribir. De repente, una idea surgió en su mente. «Britta y Linda tienen una relación de amistad» anotó. Luego añadió: «Es posible que la esposa del reverendo esté enterada de que, cada jueves, Linda asiste a terapia».
El rostro de Greta se iluminó.
No podía ser mera casualidad que Hilda Äland recibiera visitas en la cárcel precisamente ese mismo día. Britta debía de saber que la mujer del alcalde salía de la ciudad cada jueves, y había usado ese hecho a su favor. No podía presentarse en la cárcel con su verdadero nombre. Como esposa del reverendo de Mora, seguramente era conocida en la región y, lo que para nada querría, sería que la relacionaran con los terribles sucesos ocurridos hacía más de tres décadas.
Dibujó un círculo alrededor del nombre de la mujer. Parecía probable que la policía la tuviese en la mira. Incluso, tal vez, podían tener información que ella ignoraba. Britta era una mujer astuta, había sabido camuflarse bien durante muchos años. Si no se actuaba con cautela, podía desaparecer nuevamente.
Una vez más, se valdría de su posición como coordinadora del Club de Lectura y trataría de confirmar sus sospechas. Después, su padre podía echarle todas las reprimendas que quisiera.
Dejó el cuaderno encima de la mesita de noche, tomó su teléfono móvil y llamó a su primo.
—Lasse, ¿podrías hacerme un favor?
* * *
Greta pisó el suelo de la iglesia por segunda ocasión en menos de un mes. Todo un récord para ella. Había algunos feligreses rezando en silencio. El eco de sus zapatos era el único sonido que perturbaba la paz de aquel lugar.
Sonrió cuando vio a una mujer cargando una cubeta de agua y un estropajo para el piso. Se acercó a ella y llamó su atención.
—Disculpe, ¿podría hablar con el reverendo Erikssen?
La mujer alzó la cabeza y la miró de arriba abajo. De inmediato, se dio cuenta de que aquella muchacha de cabello rojo no concurría asiduamente a la iglesia. No la había visto antes, aunque sabía que era la dueña de la librería que estaba a dos calles de allí.
—El reverendo se encuentra en su despacho preparando el sermón para esta tarde —le informó.
—¿Cree que podrá recibirme?
La mujer metió el estropajo dentro de la cubeta y, luego, mojó el piso con él, salpicando a Greta de manera intencional, pero ella apenas se movió. No se iba a marchar de aquella iglesia sin lograr su cometido.
—Es importante que hable con él —insistió.
—Está bien, déjeme ver si puede recibirla.
—Gracias.
Un gesto de indiferencia fue lo único que recibió. Unos minutos después, regresó y le anunció que el reverendo la recibiría.
Greta atravesó el extenso pasillo que estaba ubicado detrás del presbiterio y se plantó frente a la puerta del despacho. Dio unos golpecitos y esperó a que la invitasen a pasar.
—Buenos días, espero no molestarlo —dijo apenas puso un pie dentro del recinto.
Ville Erikssen se levantó de la silla y se le acercó con una sonrisa afable en el rostro.
—Por supuesto que no molestas, hija. Me dijeron que querías hablar conmigo, ¿de qué se trata?
Ella aceptó la invitación de sentarse, apoyó el bolso sobre la falda. No sabía exactamente qué decirle. Se había presentado en la iglesia con la única intención de conseguir información sobre Britta. Debía hacerlo de modo que su esposo no sospechara qué quería de él.
—Verá; estoy organizando un evento especial para el Club de Lectura. No sé si sabrá, pero la última reunión se llevará a cabo dentro de cinco semanas —le dijo; al menos, eso no era una mentira, ya que el club se tomaría un receso durante la primavera—. Quiero darles una sorpresa a las muchachas y, por ello, me he atrevido a venir a verlo. Sé que Britta participa en varias obras de beneficencia y me gustaría destacar su labor altruista en la última reunión como un homenaje.
El reverendo sonrió satisfecho.
—Me parece estupendo, mi mujer lleva años ayudando y preocupándose por el prójimo de manera desinteresada. No me malinterprete, jovencita, la vanidad es un pecado —se apresuró a aclarar—. Sin embargo, creo que Dios no se opondrá a que ella reciba el reconocimiento que se merece.
—Por supuesto que no —dijo Greta sonriendo—. Por eso, quisiera que me contara algo de ella. ¿Qué puede decirme acerca de sus actividades?
El hombre se acomodó las gafas sobre su prominente nariz y lanzó un soplido.
—Pues Britta lleva adelante varias obras de caridad. Cada semana asiste a un orfanato fuera de la ciudad. Les lleva juguetes y ropa a los niños.
—¿Fuera de la ciudad? —le preguntó ante aquel nuevo dato.
—Así es. Todos los jueves por la tarde se marcha temprano a Rättvik y visita el hospicio. Los niños la adoran, también el personal del lugar.
—¿Jueves ha dicho?
—Sí, no falta nunca. Bueno, o casi nunca. La semana pasada no fue, y puedo afirmar que la extrañaron mucho.
—Claro, Britta asistió a la reunión del club el jueves pasado —manifestó ella, mientras, en su mente, iba ordenando la información que acababa de recibir.
—Podrías hablar de su dedicación a los niños huérfanos y de su devoción por el prójimo —sugirió el reverendo.
Greta asintió con la cabeza.
—Por supuesto, ¿tiene el nombre del hospicio?
El reverendo se inclinó hacia delante y hurgó dentro de una carpeta llena de documentos que tenía encima del escritorio.
—Debe de estar por alguna parte. Aquí está. —Le entregó una tarjeta a la muchacha.
Ella la leyó: «Hospicio Saint Patrick». No lo conocía, pero sería sencillo averiguar si era allí donde Britta iba todas las semanas.
—Le agradezco mucho su colaboración, reverendo. Espero que el homenaje que le hagamos a su mujer en la última reunión del club esté a su altura —le dijo mientras se ponía de pie.
El hombre también se levantó y la acompañó hasta la puerta.
—Seguro que sí.
—Hasta pronto.
—Adiós, hija; ve con Dios.
Ella cruzó el pasillo y se topó con la mujer que hacía la limpieza que nuevamente volvió a mirarla con mala cara. Salió de la iglesia y enfiló hacia la librería. Se subió el cuello del sweater. Se metió el cabello dentro para evitar que la fuerte brisa que se había levantado se lo enredara. Avanzó a través de la acera. De repente, escuchó que alguien gritaba su nombre. Se paró en seco cuando reconoció la voz de Mikael. Siguió caminando, sin mirar atrás. Apresuró el paso para tratar de evitar que él la alcanzara, pero no contó con que no venía a pie, sino en automóvil y le fue sencillo ponerse a la par de ella.
—¡Greta, detente! —le pidió asomándose por la ventana del lado del pasajero.
Pero ella ni siquiera lo miró. Mantenía la cabeza derecha, con la vista hacia el frente. Apretó el bolso contra el cuerpo; aceleró la marcha. No le sirvió de nada. Lo supo cuando Mikael se bajó del auto y corrió hasta alcanzarla.
—¿No me has oído? —le preguntó él asiéndola del brazo.
—¡Déjame, Mikael! —Trató de soltarse, pero no pudo.
—No, hasta que me digas por qué demonios me has evitado todos estos días —la increpó sin preocuparse en simular lo molesto que estaba.
Ella lanzó un bufido, pero ya no trató de escaparse.
—Yo no te he estado evitando —le dijo mientras trataba de serenarse. Pero no pudo, tenerlo tan cerca de nuevo aceleraba vertiginosamente los latidos de su corazón.
—Sí lo has hecho. No respondes a mis llamadas y no has vuelto a aparecer por la comisaría.
—He estado muy ocupada con mi trabajo —le mintió.
—No te creo —le espetó él que ya había perdido la paciencia hacía rato.
—Ese es tu problema, no el mío —respondió ella altanera.
—Escucha, solo quiero que me digas qué sucede. La última vez que hablamos estábamos bien, ¿o me equivoco?
«Eso fue antes de que conociera a tu esposa y me enterara de que vas a tener un hijo», pensó Greta mientras desviaba la mirada. No tenía caso decírselo. Si Pia no lo había hecho, ella no tenía por qué abrir la boca.
—Mikael, no tengo tiempo para hablar contigo ahora. He dejado a Lasse solo en la librería y uno de mis proveedores debe de estar al caer.
—Son excusas, y lo sabes. —Se cruzó de brazos y la observó desde su posición—. A propósito. Te vi salir de la iglesia, ¿qué estabas haciendo allí? —le preguntó cambiando radicalmente de tema.
Ella se metió ambas manos en los bolsillos de la chaqueta. Se balanceó sobre los pies. Luego alzó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.
—He estado hablando con el reverendo Erikssen acerca de Britta.
—¿Has logrado averiguar algo?
—Sí. Me dijo que todos los jueves viaja a Rättvik. Al parecer, visita un orfanato o, al menos, eso es lo que le hace creer a su esposo. —Sacó la tarjeta que le había entregado el reverendo y se la dio—. Es la dirección.
—Bien, investigaremos si en verdad es allí donde concurre todas las semanas, pero lo dudo. Creemos que le robó su identificación a Linda Malmgren y que la usó para hacerse pasar por ella.
—Papá no me dijo eso. —Como había supuesto, Karl se había callado muchos detalles.
—¿Su esposo no sospecha nada raro?
—No lo creo. Ha sabido engañarlo a él también. El muy inocente me ha dicho que su esposa se dedica a ayudar al prójimo. Ni siquiera se imagina lo que es capaz de hacer.
Mikael se quedó pensativo.
—Ahora que mencionas lo de las obras de caridad. Britta es la jefa de voluntarias en el mismo hospital donde trabaja mi… donde trabaja Pia —se corrigió—. Pudo tener acceso a la adenosina. No será sencillo probarlo, sobre todo porque estoy seguro de que la muy zorra ha sabido cubrirse muy bien las espaldas, pero es una muy buena pista.
—Sí lo es. Ha sabido engatusar a las personas que la rodean. Le ha estado mintiendo a su marido sobre sus viajes a Rättvik. Además, se ha valido de la amistad con Linda Malmgren para usurpar su nombre y presentarse en la prisión a visitar a su madre —aseveró Greta, absolutamente convencida de lo que decía.
—Yo también pienso lo mismo. De nuevo, lamentablemente, no tenemos pruebas. No hay ningún documento que certifique que Britta Erikssen sea Stina Reveneu. Podemos incluso ir hasta el orfanato y verificar si realmente era allí a donde iba. Sin embargo, solo lograríamos probar que le ha estado mintiendo a su esposo, y eso no es ningún delito.
Greta concordó con él. Era verdad, no había nada fehaciente en su contra.
—¿Y si me meto en su casa para obtener una muestra de adn, como hice con Linda? —sugirió ella.
—Dudo de que Karl esté de acuerdo. Me dijo que no va a volver a permitir que te involucres directamente en el caso —le contó—. Además, una prueba obtenida de manera ilegal sería anulada en un juicio.
—¡Pero debemos hacer algo para atraparla! —exclamó Greta levantando la voz, cuando se dio cuenta, habló más bajo—. Ella es la asesina, Mikael; no tengo ninguna duda.
—Deja que nosotros hagamos nuestro trabajo. Lograremos probar que ella es Stina Reveneu. Solo es cuestión de tiempo.
—Si sigo con tu línea de razonamiento, eso solo probaría la identidad falsa, no los asesinatos. Necesitamos algo más contundente. Tenemos que hacer algo. Y sabes que no puedo quedarme con los brazos cruzados.
—Sí, te conozco. Por eso, te pido que seas prudente. Esa mujer puede ser peligrosa, y no quiero que te suceda nada.
—No tienes por qué preocuparte por mí —le recriminó al no saber qué decir.
Él guardó silencio. Se dio cuenta de que había vuelto la hostilidad entre ellos.
—Mantente al margen de todo. Si no lo quieres hacer por mí, hazlo por Karl.
Ella dejó escapar un suspiro. No quería que la dejasen fuera de la investigación.
—No es justo que me hagas a un lado ahora, y lo sabes.
Él la asió de los hombros. Ella retrocedió de inmediato.
—No quiero que nada malo te suceda, ¿puedes entender eso?
Tragó saliva: sus ojos se posaron en las manos de Mikael que aún la sujetaban por los hombros.
—Lo entiendo. No lo acepto.
Él esbozó una sonrisa. Sabía que cualquier cosa que le dijera caería en saco roto. La conocía demasiado bien como para no darse cuenta de que no iba a tardar ni un segundo en mandar sus consejos al demonio.
—¿Quieres que te acerque hasta la librería?
—No hace falta, gracias —le respondió tajante. Estaba enfadada y se lo iba a demostrar.
—No quiero que sigas enojada conmigo —le pidió con la intención de apaciguar los ánimos—. Me gustaría conocer, al menos, por qué me evitaste estos últimos días…
—Mi padre me comentaba cómo iba la investigación; a su manera, por supuesto. No veía la necesidad de hablar contigo. Seguramente, te prohibió que me soltaras información que él no me dio. —Le lanzó una mirada desafiante—. ¿O acaso hay algún otro tema del que podríamos hablar tú y yo?
Él comprendió que había algo más, algo que ella le mantenía oculto y que había detonado el silencio, primero, y el enojo, después.
—Veo que es inútil; no vas decirme la razón de tu enfado.
Ella se cruzó de brazos y no dijo nada.
Él se rindió.
—¿Qué puedo hacer para compensarte?
Ella permaneció en silencio. Hizo un esfuerzo por no reírse. Sabía que estaba a punto de lograr su objetivo: solo tenía que seguir en su postura un poco más.
—Mejor me voy. —Giró y comenzó a caminar. Contó mentalmente hasta cinco antes de que Mikael la alcanzara.
—¡Espera!
Greta se volteó y exhaló con fuerza. Sabía que bastaba que solamente moviera un dedo para que él, finalmente, terminara cediendo.
—Tengo un plan… Y necesito de tu ayuda —le dijo con una sonrisa seductora.
Y Mikael supo en ese instante que estaba perdido.