CAPÍTULO 26

Después de saludar a su padre, que le dio un abrazo interminable, Greta recibió las felicitaciones de parte de Nina y de Mikael. Incluso Hanna, quien había insistido en acompañarla hasta la comisaría, se ganó unos cuantos elogios. La barra de lápiz labial que Greta había sustraído de la habitación de Linda Malmgren fue enviada de inmediato al laboratorio forense para que le hicieran un análisis de adn. Frederic avisó con uno de sus asistentes que deberían esperar al menos una semana para conocer los resultados.

Era demasiado tiempo, sobre todo cuando las sospechas apuntaban a una sola persona y solo necesitaban de una prueba de adn para confirmar la hipótesis.

En un momento en que Greta y Hanna se enfrascaron en una conversación con Karl; Mikael aprovechó y se acercó a Nina para hablarle.

—Lo que te conté hoy…

—No tienes que pedírmelo. —Se llevó los dedos a la boca e hizo el gesto de sellar los labios—. Tranquilo, no diré nada.

Él asintió. Rápidamente, sus ojos claros buscaron a Greta. Ella lo miró y le sonrió. Cuando se dio cuenta de que Karl los había sorprendido, volvió a prestarle atención a su compañera. Aún no le había reclamado el hecho de que hubiese pospuesto su viaje a Rättvik, pero estaba seguro de que no tardaría en hacerlo. Por eso, decidió cumplir cuanto antes con el encargo. Salió sin que nadie se diera cuenta. Solo Greta notó su ausencia cuando lo buscó entre las personas que se habían apiñado a su alrededor para felicitarla y no lo halló.

Esa noche, el inspector Lindberg llevó a su hija hasta su apartamento y aceptó la invitación a cenar que le hizo. Ambos saludaron a Miss Marple. Ella abrió, luego, la puerta del refrigerador. No había mucho para elegir.

—¿Hamburguesas de pollo o albóndigas?

Él revolvió en la alacena por iniciativa propia y sacó un paquete de pasta.

—Papá, no es necesario que te pongas a cocinar ahora —le dijo mientras observaba cómo ponía una olla con agua en la estufa.

—Nada de eso, es un placer cocinar para ti. Hoy, te lo mereces más que nunca.

A ella se le hizo un nudo en la garganta. Sabía que aquella era su manera de decirle cuán orgulloso estaba. Fue a su cuarto a cambiarse de ropa y regresó a la cocina para ayudarlo a preparar la cena.

Estaban disfrutando de unos deliciosos spaghetti cuando sonó el teléfono. Sin muchas ganas, Greta se levantó de la silla y fue hasta la sala.

—Hola.

Nadie contestó.

—Hola —insistió. Desde el otro lado de la línea, solo le llegó el suave sonido de una respiración. Su corazón se agitó. Miró por encima del hombro para cerciorarse de que su padre no la estuviera escuchando—. ¿Mikael, eres tú? —preguntó en voz baja. Entonces le cortaron.

Se quedó mirando el teléfono durante un buen rato; tratando de comprender lo que acababa de suceder. ¿Si había sido Mikael, por qué se había quedado callado?

—Greta, cariño, ¿quién era? —le preguntó. Se había levantado de la mesa y se hallaba parado en el quicio de la puerta.

—Número equivocado, papá —contestó ella y regresó a la cocina.

* * *

Mikael soltó el teléfono como si le quemase en las manos. Hacía apenas un rato que había regresado de Rättvik. En un arrebato, había marcado el número de Greta, pero no supo qué le sucedió que, finalmente, no se había animado a hablar con ella. Se dijo a sí mismo que su única intención había sido contarle lo que había averiguado en el viaje, pero tuvo que aceptar que esa no era la razón por la cual la había llamado. La verdad era que necesitaba escuchar su voz. Miró a su alrededor: la soledad de su casa le pareció más abrumadora que nunca. Pia tenía guardia esa noche en el hospital y no llegaría hasta la mañana siguiente. En ocasiones como aquellas, solía escabullirse con alguna de sus amiguitas para divertirse un rato. Sin embargo, hacía ya un tiempo que no le apetecía hacerlo.

Su vida estaba cambiando; y los cambios lo inquietaban.

Miró el plato lleno. Apenas había tocado la cena que Pia le había dejado en el microondas. No tenía apetito, y hasta aquel hecho era inusual en él. Se levantó del sofá pesadamente. Se dirigió a la cocina para beberse una cerveza.

Debía centrar toda la energía en resolver los asesinatos de Annete Nyborg y Camilla Lindman. La charla que había tenido con la prima de Linda Malmgren en Rättvik había sido sustancial: la muchacha le había confirmado que la mujer de la foto era efectivamente su prima Linda a quien no veía desde hacía mucho tiempo. Aquel dato revelador iba a confirmarse seguramente cuando tuviesen el resultado del examen de adn, que confirmaría fehacientemente que la señora Malmgren y Stina Reveneu no eran la misma mujer. Sin embargo, todavía existía un hueco muy grande en la investigación: el motivo por el cual ella visitaba en prisión a Hilda Äland. De entre la lista de sospechosos, solo quedaba una opción: Britta Erikssen, quien también parecía tener un pasado que ocultar.

Decidió no pensar más en el asunto, al menos por esa noche. Estaba agotado física y mentalmente. Irremediablemente, Greta se coló en sus pensamientos. Todo en ella le agradaba: desde su coraje y su capacidad de intuición hasta su carácter rebelde e impulsivo. A pesar de ser perfectamente consciente de que no podía haber nada entre los dos, no podía dejar de imaginarse cómo sería estar entre sus brazos, besar sus labios o acariciar su cabello del color del fuego.

Terminó de beber la cerveza deseando que el alcohol embotara su mente lo suficiente como para no pensar más.

Subió a la habitación y se tiró sobre la cama. No tenía sueño. Entonces, encendió la televisión. Estuvo haciendo zapping durante un buen rato hasta que se detuvo en el canal local. Como todas las noches, el reverendo Ville Erikssen brindaba su mensaje de buenas noches a sus feligreses. Mikael nunca había sido devoto, pero, de todos modos, subió el volumen para escucharlo.

«El pecado está en todas partes, hijos míos. Convive con nosotros a diario, a nuestro alrededor y dentro de nuestros corazones. Debemos mantener viva la fe para evitar caer en la tentación».

Sonrió con ironía. Parecía que el reverendo le estaba hablando directamente a él.

«Si hay pecado, también habrá castigo y nadie querrá quemarse en las llamas del infierno. La redención es el único camino de salvación para un alma pecadora».

Se incorporó de golpe al escuchar aquellas palabras. Las repitió en su mente una y otra vez.

«La redención es el único camino de salvación para un alma pecadora».

¡Eso era! Greta le había dicho algo al respecto, y podía tener razón. Quien había asesinado a Annete Nyborg no buscaba castigarla, sino, más bien, redimirla por sus pecados.

Buscó afanosamente el teléfono dentro del bolsillo de sus pantalones vaqueros y marcó el número de Greta. Se detuvo de inmediato cuando se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Arrojó el móvil sobre la cama y volvió a recostarse. Ya era tarde para intentar hablar con ella.

* * *

Miró con impaciencia a la mujer que hacía más de veinte minutos había entrado en Némesis y no se decidía qué libro llevar. Tenía encima del mostrador un abanico de siete novelas, todas de diferentes autores y no sabía cuál elegir. Greta se dio cuenta en seguida de que la mujer, de unos treinta años aproximadamente, jamás había leído un libro del género antes.

—Si es tu primera lectura, te recomendaría este —le dijo señalándole una de las novelas de Agatha Christie—. No es porque sea mi autora favorita, sino porque su estilo narrativo es ameno y fácil de digerir.

La mujer la miró y sonrió.

—Perdona por mi indecisión. Resulta que me han recomendado mucho tu librería y, por una cosa o por otra, no había podido venir antes. No estoy familiarizada con el género, como habrás podido comprobar, aunque quiero darle una oportunidad. Solo he leído novela romántica, lo confieso, y deseo probar con algo diferente.

Greta la observó con más detenimiento; era bonita, pero en su rostro se reflejaba el cansancio. Parecía que llevaba horas sin dormir. Ella abrió un poco el abrigo y descubrió que llevaba un uniforme con el logo del hospital Lassaretts.

—¿Eres doctora? —le preguntó.

—Sí, obstetra.

—Debe de ser una profesión muy gratificante.

—Mucho —respondió la mujer con una sonrisa en los labios—. No te imaginas qué buena compañía han sido los libros en las largas y tediosas noches de guardia.

—Yo soy una apasionada de la lectura. Mi madre me enseñó a amar los libros desde pequeña. Soy profesora de literatura, pero no ejerzo en este momento.

—Es extraño que no seas policía, como tu padre.

Greta no se sorprendió por el comentario: todos en Mora sabían que ella era la hija del inspector Karl Lindberg.

—Sé que rompí las ilusiones de papá al no seguir sus pasos, pero convertirme en policía no era mi verdadera vocación.

—Y supongo que Karl lo sigue lamentando.

Ahora sí se sorprendió con la familiaridad con la que aquella mujer hablaba de su padre.

—¿Lo conoces?

—Por supuesto, mi esposo trabaja con él. Seguramente, lo conozcas. Se llama Mikael Stevic. Mi nombre es Pia Halden.

Greta deseó en ese momento que el suelo se abriera a sus pies y se la tragara por completo. Su mente se puso en blanco y, por unos cuantos segundos, no supo qué decir.

—Claro… claro que lo conozco —balbuceó cuando pudo por fin abrir la boca.

—Mik siempre quiso ser policía, y eso que no hay precedentes en su familia. La verdad es que yo hubiese preferido que se dedicara a otro trabajo menos demandante y más seguro, pero él ama su profesión y no hay nada que pueda hacer al respecto —le explicó.

Greta asintió y puso una sonrisa en su rostro para disimular el impacto que significaba para ella estar frente a la esposa de Mikael.

—Nunca me atreví a pedirle que lo dejara. Llevamos tres años casados, por lo que creo que ya me he acostumbrado. —Hizo una pausa y se acarició el vientre—. Nos esperan grandes cambios, por eso deseo que pueda pasar más tiempo en casa: ya no seré solamente yo quien reclame su presencia.

Los ojos se Greta se desviaron hacia la parte de la anatomía en la que Pia tenía la mano apoyada.

—¿Estás… estás embarazada?

—Sí, llevo más de un año intentándolo, y Dios finalmente hizo el milagro —manifestó con los ojos humedecidos por la emoción.

—Felicitaciones —dijo mientras buscaba a tientas con la mano la banqueta para sentarse. Cuando logró salir del estado de estupor, se dio cuenta de que la mujer se había referido en singular cuando mencionó el hecho que llevaba tiempo tratando de quedarse encinta. ¿Acaso Mikael no compartía sus mismas ganas de tener un hijo? ¿Sería precisamente la inminente llegada de ese hijo la razón por la que lo había visto tan extraño?

—Gracias. —Pia tomó uno de los libros esparcidos sobre el mostrador y dijo—: Creo que me llevaré este.

Greta apenas le prestó atención.

—¿Me has oído?

—Sí, perdón. —Miró el libro que había escogido, se trataba de Misterio en Pale-Horse—. Una muy buena elección. En esta novela, aparece un personaje muy interesante: Ariadne Oliver. Muchos dicen que es algo así como el álter ego de Agatha Christie ya que Ariadne es escritora de novelas de misterio —le explicó poniendo en evidencia su amplio conocimiento de las obras de la autora británica.

—Estoy segura de que será una lectura amena. —Le preguntó el precio y le pagó en efectivo—. Me voy a casa porque estoy exhausta. Fue un placer conocerte por fin, Greta.

—Lo mismo digo —respondió con la certeza de que no estaba siendo del todo sincera.

Cuando se quedó sola, pensó en lo que acababa de suceder. La mujer de Mikael se había dado a conocer. Estaba segura de que no había sido una casualidad. Podía intuirlo. Como si fuera poco, le había informado del embarazo.

Se rio porque ni en sus peores sueños se habría imaginado que algo así podía sucederle. Recogió los libros que había sobre el mostrador y los regresó a los estantes.

Fue en ese momento que comprendió realmente la magnitud de aquel encuentro inesperado. Sintió que el abismo que la separaba de Mikael crecía a pasos agigantados.

Ya no necesitaba más nada para entrar en razón.

Él no era el hombre para ella. Nunca lo había sido.

* * *

Seis días más tarde, llegaron los resultados del análisis de adn que no sorprendieron a nadie en la comisaría.

Linda Malmgren no era Stina Reveneu.

Todas las hipótesis y sospechas que habían apuntado hacia ella se desplomaron en cuestión de segundos.

—¿Qué sigue ahora? —preguntó Mikael, abatido moralmente por lo adverso de la situación.

—Lo que debimos haber hecho desde un principio —repuso Karl—. Traeremos a Linda y la interrogaremos. Tiene que explicar por qué visitaba cada semana a Hilda Äland en prisión.

—Bien, le pediré a uno de los muchachos que vaya por ella.

Nina observó a Karl; lo vio agotado. Había llegado temprano por la mañana y todavía se mantenía en pie. Casi siempre era uno de los últimos en irse. Se preguntó qué haría cuando le llegase la hora de retirarse.

—Esperemos que el interrogatorio de Linda nos lleve a alguna conclusión. Ella era la sospechosa perfecta…

—Pues nos equivocamos —alegó Karl.

—Eso significaría que hemos estado perdiendo el tiempo investigándola.

—Así es, Nina, pero al menos contamos con otra opción.

Ella sonrió con optimismo.

—Britta Erikssen.

—Exacto. Greta nos dijo que tanto ella como Linda tienen la edad para ser Stina. No sabemos nada de su vida antes de mudarse a Mora; su pasado es un completo misterio. Quizás, estuvimos poniendo demasiada atención en la señora Malmgren, relegamos a la mujer del reverendo a un segundo plano.

—Todo se aclarará cuando hablemos con la esposa del alcalde, ya verás.

—Con respecto a eso, me gustaría ser yo quien la interrogue.

—Me parece bien. No creo que Mikael se oponga.

—¿A qué no debo oponerme? —preguntó el aludido que entraba nuevamente a la oficina del jefe.

—Karl me estaba diciendo que quiere interrogar a Linda Malmgren.

El teniente Stevic lo miró.

—¿De verdad quieres hacerlo?

—Sí, ¿no pensarás que he perdido la práctica?

—No, claro que no, es que últimamente has estado ocupado con los de Delincuencia Organizada y se te puede escapar algún detalle de la investigación.

—Sé todo lo que necesito saber, muchacho —le aseguró.

—No lo dudo, Karl —respondió con una sonrisa.

—Además, conozco a su esposo y es un hombre bastante quisquilloso. Lo más probable es que venga con ella.

Un par de horas más tarde, efectivamente, Linda Malmgren se presentó en la comisaría acompañada por su esposo y un abogado. Era evidente que la mujer no comprendía por qué estaba allí, lucía alterada y no dejaba de fumar. El alcalde se encargó de inmediato de imponer su condición de figura pública poderosa para estar presente durante el interrogatorio. El inspector Lindberg no tuvo más remedio que acceder, solo le recomendó que permaneciera callado. Linda se puso más nerviosa de lo que estaba cuando descubrió que sería el mismísimo jefe de la policía quien llevaría adelante el interrogatorio.

—Son las seis y cuarenta, es el inspector Karl Lindberg interrogando a Linda Malmgren. —Karl colocó la grabadora en el centro de la mesa y miró a la mujer que tenía enfrente—. Se encuentran presentes el alcalde de Mora, Thomas Malmgren y el doctor Christer Moss, representante legal de Linda Malmgren.

Ella se sacó el cigarrillo de la boca, y Karl le acercó el cenicero.

—¿Estoy detenida o algo parecido?

—No, por supuesto que no; solo queremos hacerle algunas preguntas.

—¿Se trata de los asesinatos de Annete Nyborg y Camilla Lindman? Si es así, están perdiendo el tiempo. Yo no sé nada del asunto, apenas las conocía. Solo asistía con ellas al Club de Lectura de su hija.

—Lo sé. En realidad, quería preguntarle otra cosa. Sabemos que usted nació en Rättvik.

Linda asintió.

—No es secreto para nadie; me mudé a Mora hace muchos años.

—¿Oyó alguna vez hablar del caso Reveneu?

—Sí, por supuesto. Yo tenía trece años cuando ocurrió; todos en la ciudad hablaban de ello.

—¿Tuvo contacto con la familia mientras vivió en Rättvik?

—No, solo los conocía de nombre.

—¿No conoció a Hilda Äland tampoco?

Linda puso cara de espanto.

—No; y me alegro de no haberlo hecho. Esa mujer era un monstruo. Las atrocidades que le hizo a su propia hija. La prensa no contaba demasiado sobre el caso, pero los vecinos nos enteramos del calvario que había padecido Elena antes de morir.

Karl se echó hacia atrás en la silla.

—Dígame, ¿alguna vez visitó a Hilda Äland en prisión?

Linda empalideció de golpe.

—No, por supuesto que no. ¿Cómo se le ocurre semejante barbaridad? Ya le he dicho que no tenía trato con la familia.

Karl tomó la carpeta que estaba encima de la mesa y sacó un documento.

—Este es un listado de las visitas semanales que recibía Hilda Äland en prisión. —Le entregó el papel y esperó su reacción.

Linda leyó el único nombre que aparecía escrito: era el suyo.

—¡Es imposible! ¡Jamás he puesto un pie en ese lugar! —Buscó a su esposo con la mirada—. Thomas, dile que yo nunca he estado en ese lugar.

El alcalde apretó con fuerza la mano de su esposa.

—Inspector Lindberg, le está diciendo la verdad. ¿Por qué iría a ver a esa mujer a la prisión si no la conocía? No tiene sentido.

—Es lo que quiero saber, señor alcalde. —Volvió a mirar a la interrogada—. Entonces, si no es usted la mujer que visitaba a Hilda Äland, ¿quién se presentaba cada jueves por la tarde en la prisión y se hacía pasar por usted?

Ella movió enérgicamente la cabeza hacia ambos lados. No podía comprender cómo su nombre aparecía envuelto en un asunto tan delicado como aquel.

—No lo sé, pero le juro que no era yo.

—¿Puede probarlo?

—Sí; puedo hacerlo. —Por primera vez afloró una sonrisa en sus labios—. Los jueves mi esposo y yo asistimos a terapia de pareja.

Karl miró a Thomas Malmgren.

—¿Usted lo confirma?

—Por supuesto. Si duda de nuestra palabra puede preguntarle al doctor Hoag, de Leksand. Él le confirmará lo que Linda le acaba de decir.

El inspector no tenía elementos para dudar de la coartada. Linda Malmgren nada tenía que ver con los asesinatos. Como le había dicho a Nina más temprano, habían estado perdiendo el tiempo con ella. Decidió hacer un último intento. Sacó una de las fotografías de los videos de las cámaras de seguridad de la prisión y se la mostró.

—¿Reconoce a esta mujer?

La mujer observó la fotografía cuidadosamente.

—Es difícil decirlo, no se le ve el rostro.

—¿Qué hay de la ropa? ¿La ha visto antes?

Negó con la cabeza.

—Lo siento, pero no sé quién puede ser.

Karl no volvió a insistir. Quería que ella reconociera a la mujer sin ningún tipo de presión. De nada serviría que él la indujera a responder, aunque estaba convencido de que se trataba de Britta Erikssen.

—Tengo entendido que para poder entrar a la prisión hay que presentar una identificación. ¿Cómo es posible que alguien se haya hecho pasar por mi esposa tan fácilmente? —intervino el alcalde, evidentemente indignado ante toda aquella situación.

El inspector no tenía una respuesta para esa pregunta.

—Ahora que lo recuerdo, hace tiempo perdí mi cédula de identidad —dijo Linda de repente—. ¿Lo recuerdas, Thomas? Fue hace como dos años y medio. Nunca la encontré y no tuve más remedio que hacer una nueva —explicó.

—¿No recuerda dónde la perdió?

—Fue de la manera más tonta, suelo ser un tanto despistada. Recuerdo que acababa de regresar de la iglesia. Cuando fui a buscar las llaves de mi coche, descubrí que ya no estaba allí.

No podía ser casualidad que su identificación hubiese desaparecido precisamente en la iglesia. Era hora de cambiar el rumbo de la investigación y apuntar en otra dirección.