CAPÍTULO 23

Kathrine Forssell vivía en una cabaña en las afueras de Rättvik en compañía de su esposo y de un perro de raza golden retriever llamado Pook. Mikael supo, desde el preciso instante en que le abrió la puerta, que no sería fácil hablar con ella. Kathrine se lo hizo saber, cuando él mencionó su verdadero apellido.

—Ya no soy Reveneu —le aclaró tajantemente.

—Lo sé, señora Forssell. La policía local me informó que adoptó el apellido de sus tíos después de lo sucedido.

—Ahora uso el de mi esposo, prefiero que me diga señora Bäck.

El teniente asintió y aceptó la taza de café que ella le había ofrecido. El esposo de Kathrine, sentado junto a la ventana, los observaba en silencio. Pook se había echado frente a Mikael; jadeaba y la baba le caía encima de las botas.

—Ha pasado mucho tiempo, no entiendo por qué la policía de Mora está interesada en la muerte de mi hermana —dijo la mujer mientras se sentaba a su lado en el sofá.

—El asesinato de Elena tiene estrecha relación con un crimen cometido en Mora hacía unos días. La víctima era Camilla Lindman.

Ella se puso pálida de repente.

—¿Camilla? Me enteré por la televisión de su muerte, pero nunca supuse que tendría que ver con algo de mi historia familiar.

—¿La conoció en persona?

—La primera vez que vino a verme fue hace un par de meses más o menos. Me dijo que estaba investigando el caso de mi hermana y que su intención era escribir un libro. Luego dejó de venir, y ya no supe más de ella.

—¿Cuándo fue la última vez que la vio?

—Hace tres semanas.

—¿Le dijo alguna cosa sobre la investigación que estaba llevando a cabo?

La mujer negó con la cabeza.

—Me dijo que se había topado por casualidad con la noticia del crimen de Elena hace unos meses y que, desde entonces, se había obsesionado con el caso. Tenía particular interés en mi otra hermana, Stina. Me hizo muchas preguntas sobre ella, pero no pude ayudarla.

Mikael aprovechó que el tema salía a la luz para hacerle sus propias preguntas acerca de la hermana que estaba desaparecida.

—¿Sabe dónde está Stina?

—No. Cuando cumplió la mayoría de edad, se largó de Rättvik y nunca más supimos de ella.

—¿Es posible que Camilla haya dado con su paradero?

—No lo sé. Siempre que venía a verme, me preguntaba por ella. Sin embargo, nunca mencionó que la hubiese encontrado. Un día, incluso, me pidió una fotografía suya para intentar encontrarla. Stina, seguramente, se cambio el apellido después de marcharse. No deseaba que nadie la relacionara con lo sucedido. Aquí en Rättvik, Reveneu es sinónimo de tragedia. Dudo también que haya conservado el apellido de nuestros tíos.

—Kathrine, sé que es difícil para usted, pero ¿podría contarme lo que recuerda sobre el asesinato de su hermana?

Ella agachó la cabeza y no dijo nada durante unos cuantos segundos. Cuando miró al teniente, él vio la angustia en sus ojos. No quería hacerle pasar por ese mal trago, pero ella podía saber algo que no se mencionara en los archivos del caso.

—No recuerdo mucho, yo tenía nueve años cuando Elena murió. —Metió las manos dentro del puño del abrigo de lana y las dejó sobre el regazo—. Mi madre… Ella nunca fue cariñosa con ninguna de nosotras, pero a Elena la odiaba. Cuando mi hermana cumplió quince años y empezó a salir con uno de los chicos del barrio, su vida y la nuestra se convirtieron en un infierno. Mamá encerraba a Elena en el sótano. Yo no podía ver qué le hacía allí abajo, pero podía escuchar los gritos. —Hizo una pausa y cerró los ojos—. Nadie la ayudó. Yo lo intenté una vez, pero solo empeoré las cosas: mi madre castigó a Elena quemándole los brazos delante de mí y de mi hermana…

—¿Nunca las maltrató a usted o a Stina? —quiso saber Mikael.

—No, todo su resentimiento y su maldad eran para Elena. —Se cubrió el rostro con ambas manos y se echó a llorar—. ¡Mi pobre hermana!

El esposo de Kathrine se acercó y la abrazó.

—Calma, cariño, todo eso ya pasó —le susurró al oído mientras le acariciaba la espalda. Luego miró al teniente con mala cara—. Creí que la policía conocía los detalles del caso, ¿por qué tienen que venir después de tantos años a remover heridas tan dolorosas?

—Señor Bäck, lamento toda esta situación, pero, como le dije a su esposa, el asesinato de Elena está relacionado con dos crímenes que estoy investigando en Mora.

Kathrine se apartó un poco de su esposo y miró a Mikael con gesto interrogante.

—¿Dos crímenes? ¿Ha muerto alguien más aparte de Camilla Lindman?

—Así es. La primera víctima se llamaba Annete Nyborg, y creemos que su asesino estuvo involucrado en la muerte de Elena.

—¡Pero eso es imposible! ¡La única culpable de su muerte es mi madre, y ella está presa!

—Por eso quiero encontrar a Stina —le explicó.

—¿Me está queriendo decir que pudo haber tenido que ver con la muerte de esa mujer?

—No quiero decir nada, solamente quiero hablarle. ¿Cuántos años tenía Stina cuando murió Elena?

—Trece.

—Es muy probable que recuerde más detalles que usted.

—Lo dudo. Mi madre nos enviaba a la habitación que compartíamos las tres hermanas cuando no quería que viéramos lo que le hacía a Elena. Stina se quedaba conmigo hasta que lograba dormirme.

—Aun así, necesito encontrarla y hacerle algunas preguntas —insistió Mikael. Tenía la esperanza de que la mujer supiera dónde podía estar Stina.

—Lamento no poder ayudarlo, teniente Stevic, pero no he visto a mi hermana desde que se marchó de Rättvik —le aseguró.

—¿Nunca se puso en contacto con usted a través de una carta o una llamada telefónica?

Kathrine negó con la cabeza.

—¿Tiene una fotografía de ella?

—Lo siento, la única que tenía se la llevó Camilla Lindman.

Mikael se dio cuenta, entonces, de que aquella mujer frágil y con la mirada llena de dolor, le estaba diciendo la verdad.

Se marchó verdaderamente decepcionado. Había pensado que obtendría información vital de parte de la hija menor de Hilda Äland, pero se equivocó. Debería haber tenido en cuenta que Kathrine era demasiado pequeña cuando había sucedido el crimen. En cambio, Stina, con sus trece años, seguramente guardaría en su memoria detalles del infierno que había padecido su hermana Elena antes de morir en manos de su propia madre. Un infierno que la había acompañado a través de los años.

Era vital hallar a Stina Reveneu; lo sabía. Solo lamentaba que la única fotografía que la señora Bäck había conservado de su hermana se la hubiese llevado Camilla.

* * *

Karl observó a su hija con atención. Hacía un bueno rato que ella no apartaba los ojos de su teléfono móvil.

—¿Esperas una llamada?

Greta alzó la vista y miró a su padre.

—Sí.

Él no dijo nada. Creía saber el motivo de su ansiedad. Nina le había comunicado que Mikael iría esa tarde a ver a una de las personas involucradas en el caso Lindman. Conociendo a su hija, no era descabellado pensar que estaba esperando precisamente una llamada de él.

—¿Y no vas a decirme de quién?

Ella se levantó de la silla y se dirigió hacia la chimenea para atizar el fuego.

—Hanna quedó en llamarme, porque íbamos a salir a dar un paseo mañana —respondió sin voltearse.

—No creo que una llamada de tu amiga te tenga así de inquieta. ¿Por qué no me dices la verdad?

Greta miró la fotografía de su madre que estaba encima de la chimenea.

—Está bien, te voy a decir la verdad. —Regresó a la mesa y se sentó. Bebió un poco de vino y miró a su padre a los ojos—. Mikael fue a Rättvik a hablar con la hermana de Elena Reveneu y quedó en llamarme para contarme las novedades. —Notó que Karl ni siquiera se había inmutado.

—¿Hay algo más que quieras decirme?

—¿Sobre qué? —preguntó nerviosa, porque presentía que su padre sabía más de lo que le mostraba.

—Es evidente que has estado viendo a Mikael a mis espaldas. Ya te he dicho que no quiero que te involucres con él…

—Papá, yo no me he involucrado con él. No de la manera que tú piensas —le aclaró.

—Explícame eso.

—Ayer a la tarde fui a la comisaría, porque quería recuperar mi coche. Cuando llegué pregunté por ti, y la recepcionista me dijo que habías salido con Nina.

Ahora era Karl el que se había puesto nervioso.

—Nadie me avisó que habías ido —respondió—. Con respecto a mi salida con Nina, pues… la invité a almorzar. En los cinco años que llevamos trabajando juntos, es la primera vez que lo hago —se apresuró a aclararle—. Había estado toda la mañana en una reunión y tenía ganas de salir de la comisaría por un rato.

Greta no sabía si le decía la verdad, pero no tenía más remedio que confiar en su palabra.

—Hablé con Frederic y me dijo que no podían entregarme el Mini Cabrio hasta que el juez lo autorizara.

—Así es, ¿tenías prisa por recuperarlo?

—Sí. Quería ir a Rättvik y averiguar sobre el asesinato de Elena Reveneu.

—Hija, te he dicho cientos de veces…

—Ya sé lo que siempre me dices, papá. Así que ahórrate el sermón.

—¿Y fuiste a Rättvik con Mikael?

Greta asintió.

—Me conoces mejor que nadie, papá. Cuando me propongo algo, no me detengo hasta conseguirlo —le recordó con una sonrisa conciliatoria.

Karl quería enfadarse con ella y soltarle de todos modos un buen sermón, pero era imposible cuando Greta le sonreía de aquella manera. Quizás, lo que tenía que hacer era hablar con Stevic. Después de todo, era él quien terminaba secundando sus locuras.

El teléfono de Greta sonó en ese momento, y ella atendió de inmediato.

Karl se dio cuenta de que era la llamada que había estado esperando con tanto anhelo. No le gustó para nada el brillo que vio en los ojos de su hija mientras hablaba con Mikael. Presentía que tenía muy poco que ver con lo que fuera que él le estuviera contando.

Cuando cortó, ella regresó a la mesa con su padre.

—¿Qué te dijo?

—Pudo hablar con Kathrine Reveneu, pero no supo informarle dónde está su hermana Stina.

—¿Realmente, creen que ese viejo caso tenga relación con los de Nyborg y Lindman? —preguntó un poco escéptico. Desde que trabajaba en lo de la banda de traficantes de armas, apenas tenía tiempo para enterarse de los pormenores de la investigación por asesinato.

—Sí, papá. Todo cuadra: Annete fue asesinada porque llevaba una vida, para muchos, considerada inmoral. Alguien escribió la palabra «puta» en el muro de Némesis después de que me vieran en compañía de un hombre casado. Esa misma persona rompió la ventana de la casa de Mary Johansson, quien como sabes, es madre soltera y trabaja de camarera en un bar de mala muerte junto a la carretera. Hace más de treinta años, Hilda Äland acusó a su hija de puta y la castigó de manera atroz hasta provocar su muerte. Camilla es quien une definitivamente ambos casos. Ella investigó el asesinato de Elena Reveneu y, seguramente descubrió alguna cosa importante. No olvides que uno de sus colegas dijo que la reportera había encontrado aquí, en Mora, a alguien que estuvo involucrado en la muerte de Elena. Alguien que había dejado atrás su vida en Rättvik con la intención de olvidarse de todo. Hilda Äland está presa, y Kathrine nunca salió de la ciudad. Solo queda la otra hermana de Elena. La mujer desapareció hace años y nadie conoce su paradero actual. Salvo, tal vez, Camilla. Mikael dijo que la reportera había conseguido una foto que, de seguro, desapareció junto con la laptop.

—¿Estás diciendo que Stina Reveneu es nuestra asesina?

—Ya no se llama así, papá. Después del caso, unos tíos la adoptaron a ella y a Kathrine. Si su intención fue romper con todo lo que la vinculaba a su pasado, sospecho que ya no usa el apellido adoptivo tampoco.

Después de escuchar atentamente la teoría de su hija, Karl tuvo que aceptar —a regañadientes, eso sí— que Greta podía tener razón.

—¿Cuántos años tenía Stina al momento del asesinato de su hermana?

Greta se encogió de hombros.

—Mikael no me lo dijo.

—Bien. Voy a convocar una reunión mañana para comentar los avances de la investigación y ver lo que tenemos. Los nuevos datos son bastante reveladores, y nuestra prioridad será descubrir bajo qué identidad se esconde Stina Reveneu ahora.

Greta dejó escapar un suspiro y bebió un poco más de vino.

Por una vez en su vida, deseó haber emulado los pasos de su padre y convertirse en policía. Si lo hubiese hecho, nadie le impediría asistir a esa reunión.

* * *

A la mañana siguiente, cerca del mediodía, Greta recibió una llamada de Frederic Grahn.

—Querida, ya puedes venir a retirar tu auto. Ayer tarde en la noche llegó la orden del juez. Discúlpame por no avisarte antes.

El rostro de Greta se iluminó.

—¡Qué buena noticia! Pasaré en un rato, después de cerrar la librería.

—Bien, deberás hablar con uno de mis muchachos, porque yo estoy saliendo para una reunión importante en la oficina de tu papá —le avisó.

—Está bien, no te preocupes. ¿A qué hora es la reunión? —preguntó como quien no quiere la cosa.

—En quince minutos, ¿por qué tanto interés?

—Por nada, es que quería aprovechar para saludar a mi padre cuando pase por allí —mintió y descubrió que, últimamente, no le costaba nada hacerlo; además, le salía muy bien.

—Pasa y salúdame a mí también —le pidió.

—Sí, Frederic. Lo haré. Hasta más tarde.

Después de que colgó, comenzó a mirar con impaciencia el reloj. Faltaba media hora para cerrar Némesis. Quería pasar por la comisaría y enterarse lo que se iba a hablar en la reunión. Frederic, sin saberlo, le había dado la excusa perfecta. Dado el poco movimiento de esa mañana, decidió cerrar un rato antes de lo habitual. Subió a su casa para cambiarse de ropa. Mientras se estaba terminando de arreglar, sonó el teléfono. Miró la pantalla luminosa que indicaba que era Hanna: no tenía tiempo para hablar con su amiga, así que no le contestó. Saludó a Miss Marple y salió a la calle. Buscó afanosamente un taxi, pero se dio cuenta de que no sería sencillo encontrar uno en pleno mediodía cuando todos salían del trabajo hacia sus hogares para almorzar. No tuvo más remedio que irse caminando.

Tardó veinte minutos en llegar a la comisaría. Entró al edificio, pasó de largo por la recepción, atravesó el pasillo y se dirigió directamente a la oficina de su padre. Notó que la persiana americana estaba entornada, señal de que la reunión ya había comenzado. Miró por encima del hombro: por suerte, no había nadie que pudiera ser testigo de lo que estaba a punto de hacer.

Se acercó a la puerta y pegó la oreja para escuchar.

* * *

La oficina de Karl se había convertido en un centro de comandos, el escritorio estaba cubierto de papeles, y Mikael había colgado una de las pizarras de la entrada en uno de los muros. Justamente, se encontraba allí, de pie, después de escribir algunos de los datos más relevantes de la investigación. Karl, Nina y Frederic lo observaban con atención.

—Debemos enfocarnos en encontrar a Stina Reveneu. Todos los indicios apuntan a que es ella la persona a la que Camilla rastreó hasta aquí. Cuando su hermana Elena fue asesinada, tenía trece años; debe de tener unos cuarenta y cinco ahora. —Dibujó un círculo alrededor del nombre de Stina y anotó su edad actual.

—Si tomamos en cuenta el primer crimen, es evidente que Annete conocía a su asesino. Ella le abrió la puerta de su casa; no había signos de entrada forzada —intervino Nina.

—Además, el asesino contaba con la confianza de la víctima. La suficiente como para permitirle que se acercara y le inyectara la adenosina —explicó Frederic.

Todos concordaron con él.

Karl fue quien tomó la palabra a continuación.

—Sí; usó un modus operandi similar en el asesinato de Camilla Lindman. Ella le dijo a mi hija por teléfono que estaba esperando a alguien, por lo que también conocía a su agresor.

—Hablemos, ahora, de los incidentes relacionados con el caso. —Mikael escribió el nombre de Greta y de Mary Johansson—. Ambos fueron cometidos la misma noche con una diferencia de pocos minutos entre uno y otro. En el caso del muro de Némesis, escribió la palabra «puta»; la misma palabra que Hilda Äland grabó en el pecho de su hija antes de matarla. A Mary Johansson, en cambio, le rompió el cristal de la ventana con una piedra. Fue un acto espontáneo y lleno de rabia: por eso, utilizó lo que tenía a mano para dejarle su mensaje de repudio a Mary. Lo de la librería fue premeditado: esperó a que cerrara para escribir en la pared, quería que todo el mundo viera a la mañana siguiente su mensaje. Hemos cotejado los horarios, con lo que dedujimos que el graffiti en Némesis fue realizado antes que el ataque a la casa de Mary.

—Porque hacía apenas unas horas que había visto a Greta en compañía de un hombre casado —alegó Nina sin dar nombres.

Mikael asintió.

—Ese fue el disparador, sin dudas. El ataque a Mary Johansson solo fue un blanco fácil donde descargar su rabia. Con seguridad, su casa queda de camino de la del homicida. Esto refuerza la teoría de que el asesino o asesina es alguien a quien no solo conocían las víctimas de homicidio; Greta y Mary también lo conocen.

Karl se removió inquieto en la silla y se pasó una mano por el cabello. El graffiti en la librería podía convertirse en algo más serio y le hacía temer por la integridad física de su hija. Observó, con más preocupación aun, lo que el teniente Stevic estaba anotando en ese momento en la pizarra.

—Annete, Camilla, Mary y Greta; las cuatro tienen algo en común —dijo en voz alta Mikael. Luego encerró los cuatro nombres en un círculo y se corrió para que todos vieran lo que había escrito debajo: «Club de Lectura».

Se hizo un silencio abrumador y esperanzador al mismo tiempo. Lo que acababan de descubrir podía ser primordial para resolver el caso. Si las víctimas pertenecían al Club de Lectura, era probable que Stina Reveneu fuera una de integrantes.

—Mi hija podría estar en peligro —manifestó el inspector Lindberg, angustiado.

Mikael lo miró. Luego, volvió a posar sus ojos claros en la pizarra.

Karl tenía razón: el círculo estaba cerrándose, y Greta podía quedar atrapada dentro.

En ese preciso momento, la puerta se abrió.