CAPÍTULO 22
Después de cerrar la librería, Greta subió a su casa y almorzó algo ligero. Esa tarde, se llevaba a cabo una nueva reunión del Club de Lectura en Némesis. Aún tenía que armar el cuestionario para comentar el libro que estaban leyendo desde hacía dos semanas. Tras limpiar la cocina y asegurarse de que Miss Marple estaba tranquila en la jaula, se sentó en un sillón de la sala con un ejemplar de la novela de Lynda La Plante con el que tomar apuntes para el encuentro.
De vez en cuando, sus ojos se desviaban hacia el teléfono. Guardaba la esperanza de que Mikael la llamara para contarle que, por fin, había encontrado la clave del caso entre los archivos que había traído desde Rättvik. Pero el teléfono no sonaba y, a medida que pasaban los minutos, Greta se ponía más y más ansiosa.
Respiró hondamente y trató de concentrarse en su tarea. Lo logró solo por un rato, ya que cerca de las dos escuchó un auto estacionarse frente a la librería. Podía tratarse simplemente de uno de sus vecinos o de, incluso, alguna de las mujeres del club que llegaba temprano. De todos modos, la curiosidad pudo con ella. Se levantó de un salto del sillón y corrió hacia la ventana. El corazón le dio un vuelco en el pecho, cuando vio a Mikael bajar del coche. Se dirigió a la habitación y contempló su aspecto en el espejo. Tenía el cabello atado en una cola de caballo. Se lo soltó. Estaba todavía un poco pálida y ojerosa por culpa del malestar que la había aquejado un par de días atrás.
«¡Dios, parezco un cadáver!», pensó mientras hurgaba en su neceser. Se puso un poco de color en las mejillas, delineó sus ojos para disimular los surcos de las ojeras, se acomodó la camisa dentro del pantalón y se echó un poco de perfume. En ese preciso instante, él llamó a la puerta. Conforme con su aspecto, Greta corrió a la sala y le abrió.
—Mikael, no avisaste que vendrías —le dijo en un esfuerzo enorme por ocultar que había estado esperando noticias de él casi con desesperación.
—Sí, lo sé. Necesitaba hablar contigo. ¿Puedo pasar?
—Pasa, pasa.
Fueron a la sala, Greta recogió de la mesita el libro y los apuntes en los que había estado trabajando antes de que él apareciera, y lo invitó a sentarse.
—Tú dirás. —No quería parecer ansiosa, pero no podía evitarlo.
Se sentó junto a ella, demasiado cerca para el gusto de la muchacha, lo que la sorprendió. Él se inclinó hacia atrás y la miró atentamente.
—Nina y yo hemos revisado los archivos del caso Reveneu. Hemos hallado una conexión con el crimen de Annete.
Greta subió una pierna encima del sillón y se movió hacia la izquierda hasta quedar frente a él.
—¿De verdad? —Sus ojos azules se iluminaron.
—Sí.
—¡Cuéntame todo, por favor! —le pidió, incapaz de esperar.
Mikael sonrió. Ella seguía mostrándole facetas de su personalidad que solo conseguían atraerlo más.
Le contó lo que había leído sobre el asesinato de Elena Reveneu.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que los crímenes de Annete y Camilla estaban relacionados de alguna manera!
—Sí, todo está conectado; desde los asesinatos hasta el graffiti en la pared de la librería —mencionó Mikael sin poder apartar los ojos de Greta—. Camilla investigó el crimen de Elena Reveneu y, según nos dijo su colega, consiguió dar con el paradero de uno de los involucrados en el caso. Esa persona vive aquí, en Mora. La conducta inmoral de Annete fue lo que actuó como disparador. Hilda Äland castigaba a su hija porque creía que era una puta; ahora, más de treinta años después, alguien repite la historia.
—Sí, pero ¿no te parece raro que Annete no haya sufrido ningún tipo de tortura antes de ser asesinada?
—La adenosina causa una muerte lenta —le recordó él.
—Aun así. Si el asesino buscaba punirla por su conducta inmoral, ¿por qué no se ensañó con ella de la misma manera que lo hizo Hilda Äland con su hija? Creo que su verdadera intención no era castigarla físicamente. Más bien, lo que buscaba era redimir su alma —teorizó Greta.
—Tiene sentido —concordó. Pensó en el giro que comenzaría a tomar la investigación si esa hipótesis resultaba cierta.
—Camilla estaba acercándose demasiado a la verdad, por lo que el asesino acabó con ella antes de que hablara. No tuvo piedad, porque el móvil del crimen era muy diferente al de Annete: quería evitar que contara lo que había investigado.
—¿Crees que descubrió algo más?
—¿Te refieres a la conexión entre los dos crímenes? —preguntó ella.
—Sí.
—Si yo hubiera estado en su lugar y sospechaba quién era el asesino de Annete, habría hablado con la policía de inmediato. No creo que la obsesión de Camilla por el caso llegara al extremo de no decirle nada a la policía.
—Eso nunca lo sabremos.
Greta asintió.
—Una cosa sí es indiscutible: si hallamos a la persona que estuvo involucrada en el caso de Rättvik, tendremos a nuestro asesino —aseveró Mikael.
—¿Hilda aún vive?
—Sí. Nina llamó a la prisión de Rättvik, y le informaron que sigue allí.
—¿Y si hablan con ella?
Él negó con la cabeza.
—Imposible. Sufrió una hemiplejía hace unos años que le afectó el habla.
Ella torció la boca en un gesto de desilusión.
—La única salida que tenemos es encontrar a las dos hermanas de Elena. Sus nombres no figuran en los expedientes, porque eran menores de edad en esa época —le informó Mikael.
—Alguien debe de saber dónde están. Rättvik es una ciudad pequeña como Mora, donde todos se conocen. Incluso podemos buscar en el directorio telefónico para ver si aparece el apellido Reveneu —sugirió Greta.
—Ya lo he hecho, no hay nadie con ese apellido en Rättvik, por eso creo que solo nos queda una cosa por hacer. —Sacó el teléfono móvil y llamó a su compañera—. Nina, necesito que me hagas un favor, consígueme el número de la estación de policía de Rättvik. Envíamelo por mensaje de texto apenas lo tengas.
—¿Crees que el sargento Kaplan te suelte el nombre de las hermanas de Elena?
—Ya son dos mujeres adultas. Hace más de treinta años, la ley protegía su identidad porque eran menores de edad, pero ya no tiene caso hacerlo. Pediré hablar con el oficial Grimås. Creo que, cuando fuimos a Rättvik, le caíste en gracia. Por eso, no seré yo quien hable con él —añadió con aire misterioso.
Greta abrió los ojos como platos cuando adivinó las intenciones que tenía.
—¿Quieres que yo hable con él?
—Sí; no hay nada que no puedas conseguir con tu simpatía.
Ella tragó saliva. Estaba a punto de decir algo. El teléfono móvil de Mikael hizo un pitido que la interrumpió.
—Ya tengo el número. Me comunico, y tú pides hablar con él —le explicó el teniente sin darle tiempo a reaccionar.
Ella lo miró con gesto interrogante, cuando él le entregó el teléfono.
—Lo harás bien, no te preocupes.
Greta respiró hondo y se sentó de lado porque le daba vergüenza que Mikael la viera a la cara mientras ella coqueteaba con el hombre al otro lado de la línea.
—Buenas tardes, ¿podría comunicarme con el oficial Grimås?
—Yo soy el oficial Grimås. ¿Qué puedo hacer por usted?
Señaló el teléfono con el dedo índice y gesticuló con la boca «es él».
—Ya sabes lo que tienes que hacer.
Carraspeó y puso la mejor de las sonrisas, como si tuviera al dichoso oficial frente a ella.
—Oficial Grimås, no sé si me recuerda. Mi nombre es Greta Lindberg y ayer por la tarde estuve en Rättvik.
—Por supuesto que te recuerdo, eres la pelirroja bonita de Mora.
—Sí, esa soy yo. Me alegra que me tenga presente —le dijo con voz seductora.
—Es imposible no hacerlo…
—Te llamaba porque necesito pedirte un favor —lo tuteó para entrar más en confianza.
Mikael observaba atentamente la escena; podía imaginarse perfectamente la cara de imbécil que tendría el tipo en ese momento.
—No me has dicho tu nombre aún. —Hizo una pausa—. «Oficial Grimås» me suena demasiado formal, ¿no crees?
—Harald; me llamo Harald.
—Bien, Harald, ahora que ya nos conocemos un poquito mejor, ¿puedo hacerte una pregunta?
—La que quieras, Greta —respondió el oficial, completamente embobado con ella.
—¿Conoces los nombres de las dos hermanas de Elena Reveneu? Es que no aparecieron en los archivos del caso, y la policía de Mora quiere hablar con ellas.
—¿Tú no eres policía?
Se quedó callada durante unos segundos. No supo qué decir en ese momento, pero, rápidamente, tuvo una idea.
—No, no lo soy. Verás, yo tengo un interés personal en el caso, Camilla Lindman era mi amiga y quiero saber por qué la mataron. La policía sospecha que su muerte tiene que ver con el asesinato de Elena Reveneu. Por eso necesito el nombre de las hermanas para ir a verlas.
—No estoy autorizado a dar ese tipo de información, Greta.
Greta apartó el teléfono y lo tapó para evitar la oyeran del otro lado.
—Me dice que no está autorizado a decirme sus nombres.
—Insiste, lo tienes comiendo de tu mano —le dijo Mikael confiando plenamente en su poder de persuasión.
Reanudó la conversación.
—Harald, ¿no podías hacer una excepción conmigo?
—Me pones en un aprieto…
—Te lo agradecería infinitamente —insistió.
—¿De verdad?
En ese momento, sintió que él estaba por ceder.
—Sí.
—¿Qué obtendría a cambio? —retrucó Harald.
Greta se pasó nerviosamente una mano por el pelo. Jamás había pensado que la conversación llegaría a semejante punto, pero ya no había marcha atrás. Debía seguir con su actuación.
—Podría hacerte una visita cuando vaya a Rättvik a ver a las hermanas de Elena —dijo finalmente en su último intento por conseguir lo que buscaba.
Después de unos cuantos segundos, eternos para Greta, el oficial Grimås dijo:
—Está bien, espera que busco los datos.
Greta miró a Mikael.
—Lo logramos —le dijo en voz baja.
Él le sonrió, por supuesto que lo lograrían. ¿Quién iba a resistírsele a ella?
—¿Tienes para anotar? —preguntó Harald.
Greta tomó el cuaderno donde había estado tomando apuntes para la reunión de esa tarde del Club de Lectura y escribió el nombre de las hermanas de Elena.
—Kathrine y Stina Forssell —repitió los nombres en voz alta para constatar que los hubiese escrito bien.
—Así es, Forssell es su apellido adoptivo. Las niñas fueron entregadas a unos tíos después de lo sucedido. Kathrine se casó y vive en la ciudad.
—¿Y qué sabes de Stina?
—No sé sabe nada de ella desde hace años. Posiblemente, Kathrine pueda decirte qué fue de su vida.
—Le preguntaré a ella, entonces.
—¿Cuándo vienes a Rättvik?
—Supongo que en unos días.
—No olvides que prometiste venir a verme.
—No lo olvidaré, Harald.
—Te voy a estar esperando, Greta.
Ella lo imaginó mirándola con sus ojos enormes y saltones, cargados de lascivia, lo que le revolvió el estómago. ¿Qué pensamientos obscenos pasarían por su mente mientras hablaba con ella? Prefirió no averiguarlo, mucho menos después de conocer, de manera accidental, el gusto del oficial Grimås por la lectura para caballeros.
Cortó y le entregó el teléfono a Mikael.
—Lo has hecho mucho bien —la felicitó.
Ella le lanzó una mirada aniquiladora.
—¡Espero no tener que volver a hacer algo así nunca más!
—Lo importante es que has conseguido la información que necesitábamos. Ahora que sabemos el apellido de las hermanas de Elena será más sencillo dar con ellas.
—Harald, el oficial Grimås —se corrigió— me dijo que una de las hermanas, Stina, desapareció hace años.
El teniente se quedó pensativo; después de unos cuantos segundos, habló:
—Ha pasado mucho tiempo, pero nadie desaparece de la faz de la Tierra así como así. Debemos hallarla, lo más probable es que viva bajo otro nombre.
—¿Crees que es ella la persona que Camilla encontró? —lo interrumpió Greta.
—No lo sé. Lo primero que hay que hacer es hablar con su hermana Kathrine. Ella puede aclarar muchas dudas.
—¿Cuándo irás a verla?
—Dentro de un rato. Pasaré antes por la comisaría para obtener su dirección y partiré de inmediato hacia Rättvik.
Ella se lamentó porque no iba a poder acompañarlo. La reunión del Club de Lectura comenzaba en menos de veinte minutos, y no podía suspenderla.
Mikael se quedó sentado en el sillón, esperando quizá que ella le dijera algo.
—El oficial Grimås se quedará con las ganas de verme —comentó con una sonrisa mientras se levantaba del sillón—. Hoy toca Club de Lectura. —Miró el reloj—. Es más, las chicas deben de estar al caer de un momento a otro.
Mikael también lamentó que ella no pudiera acompañarlo. Lánguidamente, se puso de pie y dejó que ella lo acompañase hasta la puerta.
Greta se asomó antes de que él saliera. De repente, la vio cerrar la puerta a toda prisa y supo que algo andaba mal.
—¿Qué sucede?
—Es Britta Erikssen que viene hacia aquí. No quiero que te vea.
Mikael no sabía si reír o preocuparse como ella.
—¿Qué importa si me ve?
Ella lo fulminó con la mirada.
—Después de que ella y Linda Malmgren nos vieron juntos en el Lilla Krogen, he tenido que soportar sus miradas desaprobatorias todo el tiempo. Que te vean saliendo de mi casa, no va a ayudar demasiado —alegó.
—Comprendo, pero… mi auto está allí fuera —le recordó Mikael.
Greta se pasó la mano nerviosamente por el cabello. Él tenía razón: cuando Britta viera el Volvo estacionado a un costado de la librería, de nada serviría que Mikael se ocultase.
—Está bien, que sea lo que Dios quiera. —Abrió la puerta y dejó que él saliera.
—No le hagas caso a esa vieja arpía; no estábamos haciendo nada malo.
Ella asintió.
—Me marcho. —Se detuvo, giró y la miró—. ¿Puedo llamarte esta noche para contarte cómo me fue?
—Sí, por supuesto, esperaré tu llamado —le respondió con una sonrisa en los labios.
Lo observó hasta que se subió al coche y se alejó por Millåkersgatan. Luego buscó a Britta, pero ya no la vio. Entró, tomó el libro y el cuaderno con los pocos apuntes que había alcanzado a escribir y bajó a la librería. Allí estaba la mujer del reverendo, parada en la puerta, esperando a que le abriera. Greta respiró hondamente y se preparó para recibirla. Había llegado temprano, como casi siempre, lo que significaba que tendría que soportarla hasta que llegaran las demás.
Abrió la puerta y puso su mejor sonrisa.
—Hola, Britta; pasa. —Se hizo a un lado para que entrara—. Eres la primera en llegar.
La mujer apenas le sonrió. Eso sí, no perdió la oportunidad de lanzarle un comentario incisivo.
—Lamento si he llegado antes de lo previsto. Espero no haber interrumpido nada.
Greta tragó saliva. Sabía que no se la iba a dejar pasar tan fácilmente.
—En lo absoluto. ¿Por qué lo preguntas?
Antes de responder, la señora Erikssen se quitó el abrigo y luego el sombrero. Los dejó en el perchero y se tomó todo el tiempo del mundo.
—Vi un auto de la policía; estaba estacionado frente a la librería.
Greta no tenía más remedio que decirle la verdad: cualquier otra cosa la habría dejado en evidencia. Sospechaba, por otro lado, que, si Britta la atrapaba mintiéndole, era muy capaz de arrastrarla de una oreja a misa el siguiente domingo.
—Sí, era el auto del teniente Stevic —le dijo solamente.
La mujer no hizo ningún comentario, pero no hacía falta: era claro lo que pasaba por su cabeza en ese momento.
Respiró aliviada cuando llegó Mary Johansson. Se puso a conversar con ella mientras esperaban a las demás. Desde un rincón apartado, la mujer del reverendo las observaba atentamente.