CAPÍTULO 21

El sargento Per Kaplan se sorprendió de saber que un par de policías de la vecina localidad de Mora querían verlo. Rápidamente, escondió la botella de licor en el último cajón del escritorio y, como pudo, se arregló la camisa dentro del pantalón. Luego se puso de pie y abrió la puerta antes de que alguien llamase.

—Adelante. —Extendió el brazo izquierdo y les indicó a los visitantes que se sentaran. Rodeó el escritorio y dijo—: Me informan que son ustedes policías y que vienen de Mora, ¿qué los trae por aquí?

Mikael corrió una de las sillas para Greta, y luego se sentó junto a ella.

—Soy el teniente Stevic, y ella es la señorita Lindberg.

Per Kaplan miró a la muchacha pelirroja. Le pareció extraño que no la presentara como su colega, pero, en ese momento, era lo que menos le importaba.

—Un placer, teniente, señorita…

Ella apenas le sonrió. Desde donde estaba, le llegaba el tufo del alcohol. Trató de adivinar cuántos años tendría el sargento Kaplan: no debía de ser mucho mayor que su padre, quizás un par de años. No le pasaba desapercibido que había estado bebiendo y, por su aspecto desaliñado, lo debía de hacer regularmente.

—Tengo entendido que Camilla Lindman habló con usted sobre un caso de asesinato ocurrido hace más de treinta años —dijo Mikael poniéndolo al tanto de la razón de su visita.

—Así es, el caso Reveneu. Una verdadera tragedia que aún hoy se recuerda en Rättvik. ¿Ella les contó que vino a verme?

—No, Camilla Lindman fue asesinada hace unos días y creemos que su muerte está relacionada con esa investigación.

Per Kaplan se echó hacia atrás en la silla y se pasó una mano por el cabello.

—¿Muerta? ¡Dios; no lo sabía! —exclamó sin poder dar crédito a lo que acababa de oír—. ¿Por qué dicen que su muerte tiene que ver con el asesinato de Elena Reveneu?

—El asesino se llevó la laptop de Camilla que guardaba allí todo lo referido a la investigación. Uno de sus colegas nos dijo que pensaba escribir un libro sobre el caso. Por eso, hemos venido hasta aquí, para ver los archivos originales del homicidio.

—Han venido al lugar correcto. —Per Kaplan se puso de pie tambaleante y su estado de incipiente embriaguez se hizo más evidente aún. Se estiró todo lo que pudo, bajó una caja que estaba guardada sobre un armario, regresó al escritorio y la colocó encima—. Todo está aquí, yo mismo llevé adelante la investigación.

—¿Podría llevarme los archivos a Mora?

El sargento Kaplan dudó al principio. Sin embargo, terminó accediendo y se los entregó, siempre y cuando el teniente Stevic se comprometiera a devolverlos luego. El asesinato de Elena Reveneu era el primer caso que Kaplan había resuelto. Ver aquella vieja caja de cartón encima del armario cada vez que entraba en la oficina le recordaba que había habido una época en la que realmente había sido un buen policía. Días en los que conseguía mantenerse sobrio y en los que aún tenía el respeto de sus pares. Le faltaba más de un año para retirarse, lo que le parecía demasiado tiempo.

—No entiendo qué relación puede existir entre los dos asesinatos —dijo, de repente, cuando Mikael y Greta ya se estaban por marchar—. Hilda Äland torturó salvajemente a su hija Elena. Luego la asesinó. Lleva pudriéndose en su celda treinta años, los mismos años que tiene el caso de cerrado.

—Camilla descubrió algo que tiene que ver con el crimen de Elena. Esa información la llevó a la muerte, estoy seguro de ello.

Per Kaplan no hizo ningún comentario; simplemente, se despidió con sequedad de ambos. Cuando se quedó solo, volvió a aflojarse el nudo de la corbata y abrió el último cajón del escritorio en donde lo esperaba media botella de licor.

—Qué sujeto más desagradable —dijo Greta apenas abandonaron la estación de policía de Rättvik—. Toda la oficina hedía a alcohol.

—Sí, yo también lo noté —respondió Mikael. Hizo un esfuerzo por proteger con su chaqueta de la nieve, que ahora caía con más intensidad que antes, la caja del caso.

—¿Por qué no le preguntaste más sobre el asesinato de Elena Reveneu? —lo interpeló ella, mientras abría la puerta del lado del acompañante para meterse dentro del auto.

—No creo que nos hubiera dicho mucho más en su estado. No te preocupes, encontraremos todo lo que necesitamos saber en estos archivos.

Reparó de inmediato en que él había usado el plural y sonrió. Le encantaba cuando la incluía en sus planes.

—¿Estoy famélico y tú?

—No he comido nada sólido desde anoche. Creo que mi estómago necesita ponerse al día lo antes posible —repuso ella, incapaz de simular que tenía un hambre feroz.

—Nos detendremos en el camino y comeremos algo.

—Suena estupendo —le respondió con una sonrisa.

Llegaron al McDonald’s cuando la tormenta, que el pronosticador no había anunciado, aumentó su intensidad y obligó a varios viajeros a detenerse hasta que amainara un poco. Greta se devoró su orden: unas alitas de pollo y patatas fritas. Por si fuera poco, pidió de postre un runebergstårta, un pastelillo de almendras y pan rallado, empapado en ron con azúcar y dulce de frambuesa.

—La nieve parece que no quiere dar tregua —comentó Mikael con la vista puesta en el exterior del local de comidas rápidas a través de la ventana—. No tienes prisa en llegar a Mora, ¿verdad?

Greta dejó el vaso de gaseosa sobre la mesa y emitió un sonoro suspiro.

—Supongo que no —respondió encogiéndose de hombros. Pensó entonces en Miss Marple, pero no había nada por lo que preocuparse: la lora tenía el cuenco lleno de semillas y agua fresca. Estaría bien hasta que ella llegara. Con respecto a la librería, había dejado encargado a Lasse de todo. Miró a su acompañante al otro lado de la mesa: no podía decir lo mismo de él. ¿Qué diría su esposa si él llegaba a casa más tarde de lo habitual? Luego, recordó las noches en vela que había pasado su propia madre esperando a Karl. Supuso que la mujer de Mikael estaría también acostumbrada a los horarios inciertos y a las largas esperas. Le dio pena ella, pero también se sentía culpable por estar con el marido de aquella mujer en ese momento.

Él notó su cambio de ánimo.

—¿Sucede algo?

—¿No deberías avisarle a tu esposa que no llegarás temprano a casa? —Greta ni siquiera supo por qué demonios le había hecho semejante pregunta, pero era tarde para lamentarse. Ya había abierto su floja e insensata boca.

Mikael respiró hondamente y puso ambos brazos encima de la mesa. Le había sorprendido la pregunta de Greta, ¿o había sido más un planteo? Lo que era indudable era que la tensión se había vuelto a instalar entre ellos y que había echado por tierra el clima distendido que habían compartido hasta ese momento.

—Pia está acostumbrada a mis horarios. Como hija de policía, tú deberías saberlo mejor que nadie —replicó mirándola directamente a los ojos.

—Tienes razón, lo sé muy bien —lo increpó Greta, molesta a esas alturas, no tanto por el tono que había usado él para responderle, sino por toda aquella incómoda situación que ella misma había propiciado.

En ese instante, el teléfono móvil de Mikael comenzó a sonar. Él miró la pantalla iluminada y reconoció el número de su casa. No tenía ganas de hablar con su mujer ni de soportar su mar de preguntas. Por lo tanto, apagó el aparato y lo metió en el bolsillo de la chaqueta.

Cerca de las siete, la tormenta comenzó a perder intensidad. Lentamente, las personas que se habían refugiado en el local de comidas rápidas se fueron marchando.

—Será mejor que nosotros hagamos lo mismo —anunció él.

Regresaron al auto. La tensión entre ambos solo se acrecentó. Recorrieron las millas que faltaban para llegar a Mora en absoluto silencio. Greta apartó la vista del paisaje. Miró el reloj cuando el vehículo se adentró en la zona comercial y dobló por Millåkersgatan. A esa hora, Lasse ya había cerrado Némesis.

—Hemos llegado. —Mikael estacionó frente a la librería y luego la observó. Ella se estaba colocando los guantes, parecía tener prisa. Cuando alzó la cabeza y sus ojos se encontraron, a Mikael le fue muy difícil controlar las ganas locas que tenía de besarla.

—Es tarde. Miss Marple debe de estar intranquila —dijo Greta al tiempo que asía la manija de la puerta. Necesitaba salir de allí lo antes posible.

—Espera. —La tomó del brazo cuando vio que ella se estaba por bajar—. No quiero que te vayas enojada conmigo.

Greta se volteó hacia él, pero no soltó la manija.

—No estoy enojada contigo.

—¿Segura? —insistió. Su mano aún le rozaba el brazo.

—Sí; agradezco que me hayas permitido ir a Rättvik contigo.

—Habrías ido de todos modos —adujo con una sonrisa en los labios.

Greta asintió, pero no supo qué más decirle. Notó que a él le pasaba lo mismo. Lo mejor era marcharse. Si se quedaba un segundo más allí, ambos terminarían por cometer el peor error de sus vidas.

—Buenas noches, Mikael. —Abrió la puerta y se apeó del coche.

—Que descanses —alcanzó a decirle él, antes de que ella desapareciera tras la cortina de nieve.

Subió corriendo los escalones y miró debajo del tapete: había acordado con Lasse que le dejara la llave en aquel sitio cuando ella no se encontraba. La puso en el llavero junto a las demás y abrió la puerta. El instinto hizo que fuera hasta la ventana; se asomó: vio que el auto de Mikael aún continuaba allí. De sus labios, brotó un suspiro. Sabía que había actuado como una tonta frente a él, reclamándole el hecho de que no avisara a su esposa que llegaría tarde a su casa. No tenía derecho a hacerlo, sobre todo porque ella era, en parte, la culpable del retraso. Se apartó de la ventana después de que él se fuera para dirigirse a la cocina con la intención de verificar que Miss Marple estuviera bien. La lora comenzó a bailar dentro de la jaula apenas la vio. Greta le abrió la puertita y dejó que Miss Marple saliera a dar su paseo diario por el apartamento. Fue hasta la sala y vio que tenía dos mensajes en la contestadora. Escuchó el primero; era de Linda:

«Hola Greta, soy Linda Malmgren. Perdona por molestarte. Te llamo para decirte que es imposible que la reunión del Club de Lectura se celebre en mi casa. Ha habido una malentendido. Yo creí que la reunión sería un lunes, como siempre. Ahora caigo en la cuenta de que es este jueves. Lamento no haberte avisado antes, pero ya tenía pautado un compromiso para ese día por el que debo salir de la ciudad mañana temprano. De nuevo, te pido disculpas por la confusión».

Greta resopló con fastidio. No creía demasiado en la excusa que le había dado Linda; seguramente, seguía teniendo un mal concepto de ella después de haberla visto con Mikael en el Lilla Krogen. Por eso, se había arrepentido de ofrecer su casa para la reunión. No tenía más remedio que llamar a las demás integrantes del club y avisarles. Buscó la agenda y le comunicó a todas que la reunión se haría en Némesis y no en la casa de Linda. No pudo hablar con Hanna, porque su amiga tenía el móvil apagado, la llamaría más tarde.

Luego escuchó el segundo mensaje; era de su padre.

«Greta, cariño. ¿Cómo te sientes? ¿Ha pasado ya el malestar? Supe que estuviste en la comisaría hoy. Lamento que no nos pudiéramos ver, pero tuve que salir a resolver un asunto. Llámame cuando escuches este mensaje. Un beso, y cuídate mucho».

¿Resolver un asunto? ¿Por qué no le decía lisa y llanamente que había salido a almorzar con Nina Wallström?

Le había mentido y le angustiaba saber la razón que se escondía detrás de esa mentira. No lo llamó; no podía hablar con él en ese momento.

* * *

Lo primero que hizo Mikael antes de bajarse del auto fue revisar las llamadas perdidas. Había tres de su esposa. Ni siquiera se molestó en escucharlas; estaba seguro de que Pia se encargaría de hacerle los mismos reproches apenas pusiera un pie dentro del hogar. Ella sabía que su trabajo como policía le demandaba horas extras. Había períodos, sin embargo, en los cuales dejaba de lado aquel detalle y lo atosigaba con preguntas y llamadas al teléfono. Aquel parecía ser uno de esos períodos, exagerado, además, por su acuciante necesidad de convertirse en madre.

Recogió la caja con los archivos del caso Reveneu del asiento trasero. Al hacerlo, el viento que se coló en el interior del auto le trajo el perfume de Greta que aún permanecía en el aire. Cerró la puerta de un golpe y exhaló con fuerza; debía sacar a Greta de su cabeza con rapidez. Decirlo era mucho más sencillo que hacerlo. Habían pasado muchas mujeres por su vida, pero las olvidaba después de un buen revolcón. Lo que fuera que le sucediese con Greta era completamente diferente y estaba más allá de su comprensión. Solo había una cosa de la que tenía absoluta certeza: él no era el hombre adecuado para ella, que se merecía a alguien mejor. Sobre todo, después de haber pasado por una relación conflictiva con su exnovio. Además, Karl le había dejado bien claro que no iba a permitir que se acercase a su hija. Esa tenía que ser una razón más que poderosa para dejar de pensar en ella. No obstante, cualquier lógica se desvanecía cuando recordaba esos ojos azules y esa melena roja.

Entró al edificio y saludó al portero. Subió hasta el apartamento. Descubrió, para su buena suerte, que Pia no estaba esperándolo despierta. Dejó la caja encima de una mesita, echaría un vistazo a los archivos por la mañana en la comisaría, porque estaba agotado. Greta acudió a su pensamiento una vez más. Con certeza, ella estaría deseosa de saber qué decían aquellos papeles; tanto o más que él. Se quitó la chaqueta. Enfiló rumbo a la habitación. Abrió la puerta sigilosamente para no despertar a Pia quien se hallaba acostada en su lado de la cama. Se desnudó en absoluto silencio, se puso el pijama. Cuando se sentó en la cama, escuchó la voz de su esposa.

—¿Dónde estabas? Traté de hablar contigo, pero me saltaba siempre el contestador.

Él se metió debajo de las sábanas.

—Tuve que ir a Rättvik para conseguir los expedientes de un caso de homicidio ocurrido hace varios años —respondió dándole la espalda. De pronto, sintió que ella se movía.

Pia se acercó por detrás y lo abrazó. Luego apoyó el rostro sobre el hombro de su marido y se quedó allí, sin decir absolutamente nada hasta volverse a dormir. Él, en cambio, tardó mucho más en conciliar el sueño.

* * *

El sonido del despertador se mezcló escandalosamente con el parloteo de Miss Marple esa mañana.

—¡Greta! ¡Arriba! ¡Arriba!

Abrió con lentitud los ojos y apagó la alarma del reloj de un manotazo.

—¡Greta! ¡Arriba!

Ella escondió la cabeza debajo de la almohada y maldijo entre dientes para que Miss Marple no la oyera. La noche anterior se había olvidado de encerrarla en la jaula. Ahora, el ave venía a despertarla y a reclamar atención.

Se sentó en la cama, se llevó el cabello hacia atrás. Faltaba todavía media hora para abrir la librería: tenía tiempo de sobra para darse un baño y desayunar junto a la lora.

—Ve a la cocina, sinvergüenza —le dijo cuando pasó por el tocador en dirección al cuarto de baño.

—¡Sinvergüenza! ¡Sinvergüenza! —repitió Miss Marple, mientras se miraba en el espejo.

Greta soltó una carcajada: debía tener cuidado con las palabras que utilizaba delante de ella; de lo contrario, podrían, luego, ser usadas en su contra.

Desayunaron juntas, como casi todas las mañanas. Luego llegó la hora de abrir Némesis: a las nueve en punto. Hubo poco movimiento. El teléfono sonó por cuarta vez desde que había abierto, y Greta corrió a atender. Era su padre, que lo primero que hizo fue reclamarle que no le hubiese devuelto la llamada el día anterior.

—Papá, perdóname, se me olvidó —mintió. Después de que él le ocultara que había salido a almorzar con Nina Wallström, le habían quedado muy pocas ganas de hablarle.

—Me tenías preocupada, cariño, eso es todo —respondió, quizás adivinaba, por el tono de voz, que estaba molesta—. ¿Cómo te sientes?

—Bien, ya no me duele el estómago. Tu sopa de pollo es milagrosa.

Él rio desde el otro lado de la línea.

—No sé si es milagrosa, hija. Lo que sí te puedo decir es que estaba hecha con mucho amor.

A Greta se le hizo un nudo en la garganta. No podía estar enojada con él por mucho tiempo. Se despidió y le prometió ir a cenar al día siguiente. Después de colgar, se quedó mirando el teléfono un buen rato, esperando que Mikael la llamara para contarle si había descubierto alguna conexión entre los crímenes de Elena Reveneu y Camilla Lindman. Sentía que tenía derecho de saber, pero era consciente de que tampoco podía hacerse muchas ilusiones al respecto. Dejó escapar un suspiro. Luego, puso una sonrisa en su rostro cuando la campanilla de la puerta sonó para anunciar la llegada de un nuevo cliente.

* * *

—Leo y vuelvo a leer. Cada vez me parece más espantoso todo esto —manifestó Nina indignada—. En los quince años que llevo en este trabajo, nunca me topé con un caso de estas características. Es horrible lo que esa mujer le hizo a su hija.

Mikael tenía que concordar con su compañera. La muerte de Elena Reveneu, a manos de su propia madre, había sido horrible. No era solo por el lazo que unía a la víctima con su victimario. Hilda Äland se había ensañado en contra de su hija de una manera irracional. Sin embargo, la justicia no la había considerado enajenada mental —ni en el juicio, ni en sus revisiones— y, por eso, había sido condenada a cadena perpetua.

—¿Qué puede llevar a una madre a cometer semejante barbaridad?

—Lee esto. —Nina le entregó a su compañero el informe que la policía había elaborado con los pormenores del caso. Él lo leyó en voz alta.

—«Hilda Äland nació en 1931 en una granja en las afueras de Rättvik. Su padre murió cuando ella tenía diez años y dejó a su madre con cinco niños para criar. Seis años más tarde, cuando Hilda tenía dieciséis, abandonó el colegio para casarse con su primer esposo, un granjero cuatro años mayor que ella. Tuvieron dos hijos, pero ambos murieron antes de cumplir los tres años». —Mikael detuvo la lectura—. No dice de qué murieron sus hijos, pero es muy extraño que ambos murieran tan pequeños.

—¿Crees que ella los asesinó?

—No lo sé. —Continuó leyendo—: «Se divorció de su esposo seis años más tarde y se volvió a casar. Su segundo matrimonio solo duró cinco meses. Su marido la dejó para irse con otra. Luego, se casó por tercera vez con Kurt Reveneu. Con él tuvo tres hijas: Elena y dos niñas menores que ella».

—Iba de un fracaso matrimonial a otro, parece que no le gustaba estar mucho tiempo sola —adujo Nina.

—Así es. Aquí dice que su aspecto era deplorable, que se veía como una mujer de cincuenta, cuando en realidad no tenía más de treinta y siete años. Fumaba sin parar, bebía constantemente y, además, sufría de asma. Escucha esto: «Cuando Elena cumplió quince años, empezó a salir de su casa con más frecuencia. Una noche en la que llegó tarde, su madre la encerró en el sótano de la casa y la azotó en las nalgas con un cinturón».

—¡Cielos, esa mujer era un monstruo!

—Al parecer, la pobre chica recibía todo tipo de castigos —dijo Mikael antes de continuar con la lectura del informe—. «A la hora de la cena, Elena generalmente no recibía comida y se la obligaba a mirar cómo comían los demás. Dormía en un colchón lleno de chinches en un rincón húmedo del sótano. Hilda obligaba a una de sus hermanas a vigilar a la mayor para que no intentara escapar. Una noche de verano, después de sufrir vejaciones en manos de su madre durante más de dos meses, Elena trató de huir, pero no lo logró. Su madre la castigó en frente de sus hermanas, quemándole los brazos con cigarrillos». Aquí hay algo interesante —comentó Mikael.

—¿Qué es?

—«En una ocasión, la señora Äland le dijo a una de sus vecinas que su hija mayor era una prostituta y estaba corrompiendo a sus dos hermanas. A partir de ese momento, ya no se le permitió a Elena subir a la casa y fue confinada a pasar el resto de sus días en el sótano. La alimentaban con galletas saladas y agua, lo que provocaba la desnutrición y deshidratación de la muchacha». —Se tomó un respiro antes de seguir leyendo—: «Otro método de tortura fue meter a Elena en una tina de agua hirviendo: su piel estaba toda escamada y tenía laceraciones por todo el cuerpo. Le echaba sal en las heridas para acrecentar su sufrimiento».

—Yo encontré un informe donde decía que, entre las evidencias que se habían recogido de la escena del crimen, había un par de cartas escritas de puño y letra de Elena en donde confesaba que era una puta y alegaba que merecía el castigo al que estaba siendo sometida —intervino Nina.

—Sin dudas, su madre la obligó a escribirlas.

Nina asintió.

—No fue lo único que le obligó a hacer —dijo Mikael con cara de espanto—. Escucha esto: «En una ocasión, Äland obligó a su hija a introducirse una botella de Coca-Cola en la vagina. La botella se rompió, y los cristales la desgarraron internamente».

Un escalofrío helado bajó por la columna vertebral de Nina.

—¿Cómo nadie pudo hacer nada para ayudar a Elena? ¿Qué dice de sus hermanas?

—No se mencionan los nombres en ningún momento, solo dice que eran menores que Elena. Lo más probable es que temieran que les sucediera lo mismo que a la mayor si intervenían. —Mikael posó los ojos nuevamente en el texto para seguir leyendo—. «Poco antes del asesinato, Hilda tomó un alambre al rojo vivo y grabó en el pecho de Elena la palabra “puta”». —En este punto, Mikael volvió a detenerse. Miró a Nina y dijo—: ¿No te resulta familiar?

—Claro, el graffiti en el muro de Némesis.

—Greta tenía razón, Nina. El asesinato de Elena Reveneu no solo tiene una conexión directa con el crimen de Camilla Lindman. También está relacionado con el de Annete Nyborg.