CAPÍTULO 20

El interrogatorio duró más de lo previsto, pero había valido la pena. Lasse terminó revelando que él y Annete se habían acostado solamente una vez, ocasión que bastó para que la vendedora de artesanías quedase embarazada. También contó la verdadera razón por la cual habían discutido: ella no quería tener al niño y estaba decidida a abortar. Él, en cambio, le había ofrecido matrimonio y reconocer a su hijo. Sin embargo, la joven asesinada tenía otros objetivos en la vida. Él había sido también una víctima en toda aquella pesadilla: había perdido no solo a la mujer amaba, sino, también, a su hijo. Ahora que la verdad había salido a la luz, lo único que deseaba era librarse de cualquier sospecha. Le dijo a la policía que la noche del crimen había estado en un bar de la zona y que allí se había encontrado con un amigo de la escuela al que no veía desde hacía tiempo. Les proporcionó el nombre que confirmó la coartada de Lasse. Además, contaba a su favor el hecho de que no tenía acceso a la droga que había sido utilizada para asesinar a la vendedora de artesanías. Por eso, las sospechas en su contra se disiparon por completo. No había sido el autor del primer mensaje ofensivo que había recibido Greta; mucho menos, había tenido que ver con el asesinato, lo que volvía a abrir una gran brecha en la investigación. Igualmente, se ordenó un análisis de adn para confirmar la paternidad.

Después de que le tomaran una muestra de sangre, Lasse abandonó la comisaría en compañía de Lars Magnusson, ya que, cuando le preguntaron a Greta si deseaba levantar cargos en su contra, ella se negó rotundamente. A ella le habría encantado ir con él y darle un abrazo a su tía Ebba, pero prefirió dejar las cosas como estaban. Luego verían si él podía seguir trabajando en Némesis. Por su parte, era capaz de perdonarlo. Pero ya no quería ejercer presión sobre el muchacho, no había resultado bien cuando lo había forzado a hablar con Mikael.

Karl finalizó la reunión cerca de las nueve y se sorprendió al enterarse de lo sucedido, pero no pudo menos que alegrarse de que todo se hubiese aclarado con su sobrino. Se despidió de Nina y de Mikael, y se llevó a Greta a casa para cenar con ella. Quería compartir tiempo con su hija. Desde que se había hecho cargo de la investigación de tráfico de armas por expreso pedido de uno de sus superiores, no podía darse un respiro.

Pasaron por Miss Marple y, en el camino, Greta decidió que esa noche se quedaría a dormir en casa de su padre. No bien llegaron, llamó por teléfono a Hanna para anunciarle el cambio de planes.

—Amiga, no es necesario que duermas conmigo esta noche, me quedo en lo de papá.

Hanna suspiró profundamente desde el otro lado de la línea.

—Qué pena, tenía ganas de pasar un rato contigo.

—No faltará ocasión —respondió con una sonrisa en los labios. Era la primera vez que sonreía después de todo lo vivido—. Tengo muchas cosas que contarte.

—¿De quién yo me imagino?

—No, no exactamente —le aclaró mientras miraba por encima de su hombro para ver si su padre andaba cerca.

—¿No me puedes adelantar nada de nada?

—No, es un tema delicado; no puedo tratarlo por teléfono, además… ¡estoy exhausta!

—Está bien, tú ganas. Nos vemos pasado mañana en el club.

—Hasta entonces, Hanna.

Colgó el teléfono y se dirigió a la cocina.

—Papá, no tengo mucho apetito; aún tengo el estómago revuelto —le advirtió cuando vio que Karl sacaba una cacerola de la alacena.

—Un poco de sopa de pollo te caerá bien —le dijo él volteándose para verla.

Greta no iba a rechazar la invitación. La sopa que preparaba su padre era deliciosa y, además, le traía muchos recuerdos de la infancia. En las frías noches de invierno, cuando podía salir de la comisaría temprano, llegaba a su casa y se ponía a cocinar la famosa sopa de pollo para ella y su madre.

Greta regresó a la sala para poner un cuenco con semillas en la jaula de Miss Marple.

—¿Cómo estás después de lo sucedido, hija? —le preguntó no bien se sentaron a la mesa.

—Es una mezcla rara de sensaciones. Por un lado, siento alivio de que Lasse dijera la verdad y disipara las sospechas más graves que pesaban sobre él. Puedo comprenderlo y no me enoja lo que hizo. Sin embargo, al mismo tiempo, la muerte de Annete sigue sin esclarecerse, y tampoco sabemos quién escribió el graffiti en Némesis.

—Ya no te preocupes por eso; nosotros nos encargaremos de resolver el caso, no solo el de Annete sino también el de Camilla Lindman —afirmó Karl, confiado.

Greta quería tener la misma confianza que su padre, pero no era secreto para nadie, mucho menos para ella, que la policía se encontraba frente a un callejón sin salida. Ya no había un amante misterioso que buscar en el caso de la muerte de Annete. La única pista que podría haber aportado nuevos elementos a la investigación se había esfumado en el mismo momento en que Lasse había confesado ser el padre del niño que esperaba la vendedora de artesanías. Ya no había una línea investigativa firme, solo una pobre hipótesis que no iba a ninguna parte. En cambio, el crimen de Camilla Lindman parecía tener mejores expectativas. Greta presentía que la clave de su muerte estaba en la investigación que la reportera estaba llevando a cabo y que tenía su punto de origen en la vecina localidad de Rättvik. Mientras terminaba de saborear la sopa de pollo decidió que debía ir hasta allí. Eso, por supuesto, si conseguía que la policía le devolviese el coche.

* * *

A la tarde siguiente, Lasse se presentó de improviso en la librería antes del horario acostumbrado y le preguntó a Greta si podía seguir trabajando con ella. Prometió costear de su salario el arreglo del Mini Cabrio. Por supuesto que ella lo quería a su lado. Sería normal que ambos se sintieran un poco incómodos al principio, pero lo superarían. Eran familia, y el cariño que se tenían estaba por encima de cualquier animosidad. Greta aprovechó la aparición de su primo para ir hasta la comisaría y preguntar si podía recuperar el coche. Salió de la casa y le dejó encargado a Lasse que abriera Némesis si ella no llegaba a tiempo. Se dirigió raudamente hacia la avenida; por suerte, las temperaturas habían ascendido un poco después de la intensa nevada que había asolado a Mora por más de dos días, y el frío se hacía más soportable. Aguardó algunos minutos, pero no apareció ningún taxi; decidió hacer las pocas calles que la separaban de la comisaría a pie. Anhelaba que la policía ya hubiese liberado el auto; no podía retrasar más su viaje a Rättvik. Alguien en aquella ciudad tenía que saber algo sobre el homicidio ocurrido tres décadas atrás y que había obsesionado a Camilla Lindman. Ingresó en la comisaría, le preguntó a la nueva recepcionista por su coche. La joven no supo qué decirle, lo que la puso ansiosa.

—¿Mi padre se encuentra?

—No, señorita Lindberg. Salió aproximadamente hace una hora con la sargento Wallström y aún no ha regresado.

Greta se quedó de una pieza después de escuchar a la recepcionista. ¿Nina y su padre habían salido juntos? ¿Y a la hora del almuerzo? Intentó aparentar que aquella noticia no la inquietaba, pero fue imposible. ¿La habría llevado al mismo restaurante donde las llevaba a ella y a su madre?

—Necesito recuperar mi coche, señorita. ¿Podría hablar con el encargado, por favor?

La muchacha la miró durante unos cuantos segundos con fastidio, parecía que le importaba muy poco el hecho de que fuera, nada más y nada menos, la hija del inspector Lindberg. Luego tomó el teléfono e hizo una llamada. Greta comenzó a caminar de un lado a otro mientras esperaba una respuesta.

—Señorita Lindberg, me acaban de informar que la orden de liberación no fue aún expedida.

—¿Y eso qué demonios significa? —No quería agarrársela con la pobre recepcionista, pero la inquietud se había convertido en tensión.

—Que no podrá llevarse el coche hoy —le dijo la muchacha mientras regresaba a sus tareas.

Se alejó del área de recepción a través del pasillo. Debía de haber alguien que pudiese hacer algo por ella. Buscaría a Frederic que, como jefe del departamento forense, podría tener la facultad de regresarle su coche. Se dirigió al laboratorio y preguntó por él. La secretaria, una mujer de unos cincuenta años llamada Alice que trabajaba en la comisaría hacía añares, la llevó hasta su despacho.

Como siempre, el forense la recibió con un abrazo efusivo.

—¡Greta, qué sorpresa tenerte por aquí! —le dijo mientras la apartaba para observarla detenidamente—. Cada vez que te veo estás más bonita.

Ella se sonrojó y las mejillas se pusieron a tono con el color de su cabello.

—Eso no es verdad, y lo sabes.

El anciano solo le sonrió y la invitó a sentarse.

—¿Qué deseas?

—Vine porque necesito que me ayudes. Mi auto fue traído para hacerle unas pericias, y lo necesito de regreso.

Él acomodó sus gafas sobre el puente de la nariz y la miró.

—¿Cuándo lo trajeron?

—El martes por la tarde.

—Pues me temo que no será posible que te lo lleves hoy. El protocolo señala que cualquier elemento que se somete a prueba en nuestro laboratorio debe permanecer en la comisaría por cuarenta y ocho horas. Por lo tanto, asumo que podrás disponer de él recién mañana. Además, hasta que no llegue la orden de liberación, es imposible entregártelo.

—¿No puedes firmar esa orden ahora y adelantar los trámites?

—Es el juez quien la firma, no yo —le aclaró.

Greta se hundió en el sillón y dejó escapar un suspiro. Pensaba que todo sería más sencillo, que una charla con el viejo y querido Frederic bastaría para lograr su objetivo.

—Lamento no poder ayudarte. ¿Necesitabas el auto con urgencia?

¿Qué podía decirle? ¿Qué necesitaba el Mini Cabrio para ir hasta Rättvik y meter las narices donde no debía?

—No; es solo que estoy demasiado acostumbrada a moverme en mi coche —mintió.

—Tienes que esperar por lo menos hasta mañana. Si quieres, yo te aviso para que vengas a buscarlo.

—Muchas gracias, Frederic. —Ella se puso de pie y el forense la imitó.

—No hay de qué. Me gusta recibir la visita de muchachas bonitas de vez en cuando —le guiñó el ojo.

—Si Emma se entera, se va a poner celosa —le advirtió Greta haciendo alusión a su esposa.

—Emma sabe que mi gran debilidad son las pelirrojas —alegó con fingida seriedad.

Ella le sonrió. Se acercó para despedirse de él con un abrazo. Tras abandonar el despacho, divisó a Mikael conversando con un oficial en el pasillo. Se detuvo en seco, pero, cuando él la vio, no tuvo más remedio que seguir caminando.

—Greta, ¿cómo te sientes? —fue lo primero que él le preguntó cuando la tuvo enfrente.

—Mejor, gracias.

—Me alegra mucho que lo de tu primo se haya solucionado. ¿Lo has visto?

—Hace un rato estuve con él. Vino a preguntarme si podía seguir trabajando en Némesis.

—¿Qué le dijiste?

—Que sí, por supuesto. Es mi primo. Lo quiero. Ha pasado por momentos difíciles, y el trabajo en la librería lo ayuda a distraerse.

Mikael asintió. Había estado toda la mañana encerrado en su oficina. La presencia de la muchacha era como un cálido rayo de sol colándose en su ventana.

—¿Viniste a ver a tu padre?

—Sí, pero me dijeron que salió desde hace rato con Nina.

El teniente percibió de inmediato, por el tono de voz y el rictus en el rostro, que aquel acontecimiento no le agradaba para nada.

—Sí, creo que Karl la invitó a almorzar.

Ella no dijo nada, aunque el silencio se volvió demasiado elocuente.

—¿A qué has venido entonces? —insistió Mikael.

—A buscar mi coche, pero ya hablé con Frederic y me informó que debo esperar la orden del juez para poder llevármelo.

—Así es. ¿Lo necesitabas para ir a algún lado?

Greta dudó si decirle la verdad. Si bien podía ir a Rättvik, cuando le devolvieran su auto, la idea de esperar no la seducía en lo más mínimo. No quería dejar pasar más tiempo. Necesitaba hacer ese viaje y ver en qué andaba Camilla Lindman para quitarse una duda que rondaba en su cabeza: la posibilidad de que el crimen de la reportera y el de Annete estuviesen relacionados.

—Sé que te vas a enojar, pero no me importa. Quería ir a Rättvik para buscar información sobre el caso que estaba investigando Camilla. —Listo, se lo había soltado, ahora él podía ir a contárselo a Karl.

Mikael permaneció en silencio durante unos segundos, los suficientes para que ella se inquietara.

—Precisamente, yo pensaba hacer lo mismo. He estado toda la mañana revisando los testimonios de los vecinos del edificio donde vivía Camilla. Nadie vio a nadie sospechoso la noche en que fue asesinada.

—Según lo que dijo Herr Gudnason, la persona que pudo estar involucrada en el asesinato del año 1979 vive en Mora. Debe de ser alguien que todos conocen; quizá sí vieron a alguien, pero no le prestaron atención.

—Es posible —concordó Mikael. Una vez más, se lamentó de que Greta no hubiese seguido los pasos de su padre.

—Sé que la clave de su muerte está en Rättvik, por eso quiero ir allí. Encontré un artículo en Internet; no decía mucho, pero, al menos, tengo el nombre de la víctima y el de su madre, la asesina.

—No será sencillo conseguir información; ha pasado mucho tiempo desde el crimen.

—Camilla pudo lograrlo; al punto de recopilar datos para escribir un libro.

—Ella se habrá valido de su profesión para obtener los detalles del caso. —Hizo una pausa, porque se dio cuenta de que nada de lo que dijera convencería a Greta de no ir a Rättvik—. ¿Tú irías en calidad de qué? —le preguntó finalmente.

—No sé, ya se me ocurrirá algo —contestó dispuesta a no desistir del plan.

—¿Aceptarías una sugerencia de mi parte?

Asintió: no tenía nada que perder.

—Vayamos juntos. Dudo de que alguien se niegue a responderle a un policía —sugirió mientras le sonreía.

¿Ir con Mikael hasta Rättvik? Ni siquiera se le había cruzado por la cabeza semejante posibilidad. Había algo cierto en lo que él había dicho: sería más sencillo conseguir información si un policía la solicitaba. La propuesta la había metido en un brete. Le inquietaba hacer ese viaje con él, pero, al mismo tiempo, era la única pata policial con la que contaba para llevar a cabo el plan. Sin estar totalmente convencida, le respondió que sí.

—Estupendo, podemos ir ahora mismo si te parece bien. —Mikael esperó ansioso una respuesta.

—Cuanto antes, mejor.

Ambos salieron al estacionamiento. Fueron hacia el coche. Él abrió la puerta del lado del acompañante para ella que se subiera. Después, miró el reloj: faltaban poco más de veinte minutos para las tres. El viaje a Rättvik no era largo. Sin embargo, la preocupaba poder regresar a Mora antes de que su padre notara su ausencia.

—¿Cómo está Miss Marple? —preguntó Mikael, mientras metía la llave en el encendido—. ¿Consiguió aprenderse mi nombre?

—Deberías oírla; no se cansa de repetirlo —le contestó entre risas.

—¿Es eso una invitación a visitar tu casa?

Ella se recostó en el asiento, sonrió nerviosamente mientras se quitaba los guantes de lana y la bufanda. Lo que le había dicho no tenía doble sentido, pero, al parecer, él quería pensar lo contrario.

—Creí… creí que te gustaría escucharla —fue lo único que se le ocurrió decir para salir del paso. Se tocó las mejillas: estaban ardiendo, y no precisamente por la calefacción del auto.

—Por supuesto que me gustaría. —Le sonrió y echó a andar el automóvil. La había atrapado con la guardia baja: su comentario la había perturbado. No le sería nada fácil hacer ese viaje con ella tan cerca. Por fortuna o por desgracia, según por donde se lo mirase, no les llevaría más de cuarenta minutos llegar a Rättvik. Viró hacia el este en Vasagatan y enfiló hacia la rotonda.

—¿Te gustaría escuchar un poco de música? —sugirió ante el abrumador silencio que reinaba dentro del vehículo.

—Claro. Veamos qué tienes por aquí. —Greta se inclinó hacia delante y revolvió entre unos cuantos CDs que había en la guantera. Se sorprendió al encontrar un disco de In Flames.

—¿Te gustan? —le preguntó.

—Es mi grupo favorito. La primera vez que fui a verlos tenía dieciséis años. Fue también la primera vez que le di un disgusto grande a mi padre.

—¿Por qué dices eso?

—Porque regresé a casa con un sujeto melenudo y lleno de tatuajes.

Mikael se echó a reír: podía imaginarse perfectamente la escena y la cara del pobre de Karl lidiando con su hija adolescente.

—¿Eras rebelde?

—Un poco —reconoció ella, contagiada de su risa. Hizo a un lado la tensión que se había creado desde que se habían subido al auto.

—También tengo algo de Evergrey. ¿Los conoces?

—Sí, me gustan algunas de sus canciones, pero no soy fanática —le aclaró mientras buscaba el disco del grupo liderado por Tom Englund. Lo colocó en el reproductor de cd y sintonizó su canción preferida, Torn. Cuando la música comenzó a sonar, ambos tararearon la letra y disfrutaron del momento. Rieron y cantaron, olvidándose de todo lo demás. Greta se dio cuenta, una vez más, de que lo pasaba bien con él, y esa sensación de bienestar la asustaba. No tenía deseos de enredarse con ningún hombre, mucho menos con uno casado. Siguieron escuchando a Evergrey, pero en silencio. Nuevamente, se había instalado la tensión entre ambos y lo único que ansiaba ella era llegar cuanto antes a destino.

Mikael se enlazó a la autopista 70. Tras atravesar dos rotondas, salió en dirección a Centralgatan. Miró el reloj: llegarían a Rättvik cerca de las cuatro. Si todo salía bien, estarían de regreso en Mora antes de que anocheciera.

—¿A dónde iremos primero? —preguntó Greta apartando la vista de la carretera.

—A la estación de policía. Allí podrán proporcionarnos información del crimen.

—¿Crees que podrán ayudarnos después de todos estos años?

—Supongo que sí. Deben de tener los archivos del caso juntando polvo en algún sitio —contestó esperanzado.

Ella asintió y volvió a prestarle atención al paisaje. Unos minutos más tarde, llegaron a Rättvik. Mikael tomó por Torggatan y siguió derecho hacia el centro de la ciudad. Había nieve acumulada a ambos lados de las calles. El asfalto estaba mojado porque había comenzado a nevar otra vez.

—Esperemos que no se desate una tormenta. —Él observó los copos de nieve que caían ligeramente sobre el parabrisas.

—El pronóstico no anunció ninguna —le informó ella mientras se ponía los guantes y enrollaba la bufanda alrededor del cuello.

—No me fío de los pronosticadores.

Estacionó frente a la estación de policía y apagó el motor.

—Ni yo.

Greta se bajó del coche antes de que lo hiciera Mikael.

Caminaron presurosamente bajo la nieve y entraron al edificio. Allí, fue el teniente Stevic quien tomó el mando de la situación. El hall, enorme y luminoso, estaba completamente desierto. Se dirigieron hacia el mostrador de recepción y encontraron a un oficial sentado cómodamente en una silla leyendo una revista de deportes.

Mikael carraspeó para atraer su atención. El hombre dio un salto, y la revista que sostenía en sus manos fue a parar al suelo. Otra revista más pequeña se asomó por debajo. Tanto Greta como Mikael pudieron ver la fotografía de una exuberante rubia en una pose sensual, completamente desnuda.

—Bue-buenas noches, ¿en qué puedo servirles? —El oficial Grimås era un hombre de unos cuarenta años, bastante excedido de peso y con una enorme papada que hacía pensar a quien lo mirase que no tenía cuello. En el rostro, completamente rojo por haber sido sorprendido in fraganti, destacaban unos ojos saltones y un bigote prominente. Todo en él parecía exageradamente grande.

Mikael sacó su placa y se la mostró.

—Soy el teniente Stevic. Estoy investigando un homicidio en Mora y las pistas me trajeron hasta aquí.

El oficial apenas miró la placa. Sus ojos se desviaron rápidamente hacia la pelirroja que venía con él. Supuso que la mujer también era policía y pensó que a él nunca le había tocado una compañera tan bonita como ella.

—¿Mora? Hace un tiempo vino una mujer que era de allí.

—¿Recuerda el nombre?

—No, pero era reportera y buscaba información sobre el asesinato de Elena Reveneu.

Mikael miró a Greta, y ambos sonrieron.

—¿Habló con alguien sobre el caso?

—Sí, el sargento Kaplan la recibió. Fue él quien investigó el crimen de la joven a fines de los’70.

—¿Podría hablar con él?

—Están de suerte. Kaplan siempre es el último en irse.

El oficial les indicó dónde se encontraba su oficina. Hacia allí se dirigieron.