CAPÍTULO 19

A la mañana siguiente, Greta recibió la visita de su amiga. A juzgar por la cara de preocupación, Hanna se había enterado lo que había sucedido con el coche.

—¡Debió de haber sido terrible! —exclamó llevándose una mano a la cabeza—. ¿Aún no sabes quién fue?

—No, la policía se llevó el Mini Cabrio para periciarlo, espero que sirva de algo —respondió sin demasiadas esperanzas.

—Ojalá que puedan detener pronto al hijo de perra que te hizo esto. Mora se ha vuelto un nido de ratas. Primero, el crimen de Annete; después, el graffiti en la librería y el ataque a la casa de Mary. Por si fuera poco, Camilla también es asesinada. Ahora, vuelven a dejarte ese mensaje horrible.

Greta ordenó unos libros que le había encargado uno de sus clientes encima del mostrador y dejó escapar un suspiro.

—Toda esta situación me supera; hasta la policía está desconcertada.

—Supe también que fue Mikael quien acudió ayer después de lo sucedido con tu coche.

—Sí, pero en realidad él apareció por pura casualidad, nadie lo llamó. Venía a interrogar a Lasse y se encontró con semejante espectáculo.

—¿A Lasse, para qué?

—Quería saber si él tenía conocimiento de que Annete tuviera otro amante. No sé si sabes, pero su ex no es el padre del hijo que esperaba, y el adn de Henrik Steinkjer dio negativo.

Hanna abrió exageradamente los ojos.

—¿Annete se veía con alguien más?

—Eso parece.

—¿Lasse? —sugirió Hanna.

Greta negó con la cabeza.

—No, mi primo me contó que ella lo rechazó cuando le confesó que le gustaba, prácticamente se burló de él.

—Entonces, ¿quién?

—Lo ignoro —respondió Greta encogiéndose de hombros. Se agachó y buscó debajo del mostrador papel para envolver los libros que el cliente vendría a buscar de un momento a otro y vio su cuaderno colorado. Se había olvidado que lo había dejado allí. Le pareció extraño que el artículo que había impreso de Internet estuviera separado: ella lo había metido dentro del cuaderno, o al menos eso creía. Volvió a meter el papel en su sitio y lo dejó a la vista para recordar llevárselo más tarde.

—¿No tienes miedo?

La pregunta no la sorprendió.

—Puedo venir a quedarme contigo por las noches si lo deseas.

—La verdad es que no quiero molestarte, amiga.

Hanna le sonrió.

—No es ninguna molestia; me encanta que podamos compartir más tiempo juntas. Además, debes ponerme al tanto de las novedades.

—No hay mucho que contar lamentablemente. El crimen de Camilla me tiene muy intrigada…

—No me refería exactamente a ese tipo de novedades —le dijo mirándola con los ojos entornados.

—No empieces, Hanna. No ha sucedido nada entre Mikael y yo. La realidad es que nunca va a haber nada entre nosotros.

—¿Es por tu padre o aún sientes algo por Stefan?

—Por ninguna de las dos cosas —respondió con la verdad. Si bien Karl no aprobaría nunca que ella se metiera con un hombre como Mikael, si ella estuviera realmente enamorada de él, no permitiría que nadie se entrometiera y viviría su amor como más le gustase. Sin embargo, esa no era la situación. Con respecto a Stefan, apenas pensaba en él y los pocos recuerdos que tenía no eran demasiado agradables—. Mikael está casado, y esa es una barrera infranqueable para mí —añadió por último, para zanjar el tema.

Una llamada telefónica ayudó a dar por terminada aquella conversación que solo la incomodaba.

—Librería Némesis.

—Greta, cariño, ¿cómo estás? Supe lo que sucedió ayer.

—Estoy bien, papá. Hanna está conmigo. Vino a quedarse desde anoche —le mintió para tranquilizarlo.

La fotógrafa la miró de mala manera: desaprobaba esa actitud.

—Tu coche está en manos de los peritos. Por fortuna, el clima estuvo de nuestro lado, y, con certeza, podrán encontrar algún rastro para dar con el autor. —Hizo una pausa—. Lamento no poder moverme de la comisaría ahora; los de Delincuencia Organizada me tienen al mando de sus operaciones aquí en Mora, y mi oficina es un caos. No veo la hora de terminar con todo este asunto. —Greta escuchó que respiraba hondo—. Pasaré a verte en la noche, hija.

—Te voy a estar esperando, papá. Hasta luego.

—No tenías por que mentirle a tu padre diciendo que estuve contigo anoche.

—Amiga, no quería preocuparlo más de lo que ya estaba. Además, no me sucedió nada malo. Puedes quedarte esta noche si quieres —dijo en tono conciliador.

Hanna sonrió.

—De acuerdo, vendré después de que cierres Némesis. Pero, si Karl me pregunta si anoche me quedé contigo, le diré la verdad; creo que es justo que sepa que no te tomas en serio lo que está sucediendo.

—Me lo tomo en serio, Hanna. Solo que no puedo dejar que el pánico me venza.

—Annete y Camilla están muertas —adujo la fotógrafa sin dejar de preocuparse por la suerte de su amiga—. Alguien se ha ensañado contigo en dos ocasiones. Lo más normal es que tengas miedo. Yo estaría aterrada —reconoció.

Lo último que deseaba Greta era que Hanna descubriera que ella también lo estaba, pero, por fortuna, sabía disimularlo bastante bien. Prefería mantenerse con la cabeza fría para pensar bien las cosas y tratar de resolver el misterio que rodeaba a las muertes de Annete Nyborg y Camilla Lindman.

Hanna se marchó cerca de las diez, no sin antes prometerle que volvería esa noche a quedarse a dormir. El cliente que había encargado los libros los retiró, y así la mañana trascurrió sin ningún sobresalto.

Unos minutos antes de cerrar, sonó el teléfono. Apenas levantó el tubo, escuchó la voz chillona de su tía Ebba entremezclada con el llanto.

—¡Greta, se lo han llevado!

—Tía, ¿qué sucede?

—¡La policía ha arrestado a mi hijo!

Tuvo que sentarse ante el impacto de aquella terrible noticia.

—Tía; ¿qué dices?

—¡Lasse no ha hecho nada! ¡Nada! —gritó Ebba al otro lado de la línea.

—Tranquilízate. ¿Has podido hablar con papá?

—¡No, todavía no, hace apenas un par de minutos que se lo llevaron!

—¿Estás sola en casa?

—Pontus está conmigo.

—Bien, lo primero que debes hacer es tranquilizarte. —Greta recordó que su tía había tenido un episodio cardíaco un par de años antes y temía que se repitiera—. Deja todo en mis manos; iré ahora mismo a la comisaría y veré qué sucede. Seguramente, se trata de un malentendido y Lasse regresará a casa en unas horas. ¿Puedes pasarme con el tío?

Unos segundos después, Pontus tomó el teléfono.

—Greta, Ebba y yo estamos desesperados.

—Tío, ¿qué dijo la policía cuando se lo llevó? —Por fortuna él estaba un poco menos agitado y podría responder.

—Vino a buscarlo el teniente Stevic y nos mostró una orden, que, según dijo, lo autorizaba a detener a mi hijo.

—¿Te explicó de qué lo acusaban? —Mientras hablaba, Greta no podía dejar de pensar en el hecho de que hubiera sido precisamente Mikael quien arrestara a su primo. Él mismo lo había interrogado la tarde anterior, y no había habido motivo alguno para arrestarlo.

—Daño a la propiedad y vandalismo —respondió Pontus al borde del colapso.

Greta se quedó estupefacta. ¿Lasse? ¿Acaso su primo era el autor de los mensajes en su contra? No podía ser verdad…

—Tío, no te preocupes. Iré a la comisaría y veré qué está sucediendo. Prometo que llamaré apenas tenga noticias.

Colgó y se quedó sentada en la banqueta porque todavía le temblaban las piernas. Cuando por fin pudo levantarse, colgó el cartel de «Cerrado» en la puerta de la librería y subió a la casa para buscar un abrigo. Caminó hacia la avenida principal bajo una intensa cortina de nieve. Alzó la cabeza con la intención de encontrar un taxi. Afortunadamente, una pareja se bajó de uno a poca distancia de donde estaba ella que corrió para alcanzarlo. Se metió dentro y se sacudió la nieve del pelo.

—¿A dónde, señorita?

—A la comisaría, por favor.

* * *

Lo primero que hizo apenas puso un pie dentro de la comisaría fue preguntar por su padre, pero le dijeron que estaba en una reunión importante y no podía ser interrumpido. Angustiada y nerviosa, se dirigió a la oficina de Mikael. Antes de llegar, sin embargo, se topó con Nina.

—¿Dónde está mi primo?

—Greta, Mikael lo está interrogando en este momento.

Se acomodó el cabello para atrás en un acto reflejo, necesitaba saber qué demonios estaba sucediendo. Respiró hondamente y trató de calmarse; no ganaba nada exaltándose.

—Mi tío me dijo que lo trajeron acusado de daño a la propiedad y vandalismo.

Nina asintió.

—Ven, será mejor que hablemos en otro lado. —Hizo pie con la muleta y la guio a través del pasillo en dirección a su oficina.

Se acomodaron en el sillón. Lo primero que hizo Nina fue llamar a una de las agentes más jóvenes y pedirle un vaso de agua con azúcar para Greta.

—No entiendo absolutamente nada. Ayer, Mikael interrogó a mi primo delante de mí. Hoy, me entero que está detenido.

—No sé cómo te lo vas a tomar, pero Lasse es el autor del rayón en el Mini Cabrio —le informó la sargento Wallström.

Movió la cabeza hacia un lado y hacia el otro mientras repetía que no podía ser.

—Las pruebas lo incriminan. Hemos encontrado una huella digital junto a una de las letras grabadas en la portezuela del Mini Cabrio. La impresión era fresca; por lo tanto, descartamos que Lasse la hubiera dejado en cualquier otro momento. Además, estaba a tan solo unos metros del coche a la hora que creemos que sucedió el hecho.

—Pero ¿por qué haría una cosa así?

—Es lo que Mikael está tratando de averiguar —respondió Nina.

Una agente jovencísima le trajo el vaso de agua con azúcar a Greta que se lo bebió de un sorbo.

—¿Más tranquila?

Apretó el vaso con ambas manos, seguía sin poder creer que su primo fuera el autor de un hecho tan vil y cobarde. Abruptamente, un recuerdo vino a su memoria: Lasse insultando a la hermana de la chica que andaba loquita por él, llamándola «puta». Aquella escena, al comienzo absurda e incomprensible para ella, ahora tenía otro trasfondo. Lo que no le entraba en la cabeza era la razón por la cual él la había atacado de esa manera.

—Creí que todo había sido un error. Le prometí a mis tíos que lo llevaría de regreso, pero ahora… ¡Dios! ¡No es posible! —Se puso de pie y caminó hacia la ventana. La nieve caía con menos fuerza, aunque ya se había acumulado en las calles y en los tejados.

—Sé que no lo esperabas, pero las pruebas son contundentes —aseveró Nina mientras observaba a la hija del hombre que admiraba y amaba en secreto. Le habría gustado acercarse y darle un abrazo en señal de apoyo, pero no sabía cómo reaccionaría ella. Percibía cierta animosidad de su parte. Estaba segura de que se debía, precisamente, a que había descubierto lo que sentía por Karl.

—Una nunca termina de conocer a las personas —Greta dejó escapar un resuello—. «Siempre nos hemos sentido inclinados a confiar en las personas y a creer que son realmente lo que dicen ser» —dijo, evocando una de las frases más célebres de Miss Marple.

Muerte en la vicaría —agregó Nina.

—¿Conoces la novela?

—Es mi novela predilecta de Agatha Christie —le informó con una sonrisa en los labios.

Greta también le sonrió, pero no dijo nada.

—¿Te gustaría presenciar el interrogatorio?

—¿Podría?

—Sí, observaremos desde la habitación contigua; ni Mikael, ni tu primo se darán cuenta de que estamos allí.

—Me gustaría, sí.

Abandonaron la oficina y atravesaron el largo pasillo hasta llegar a la última puerta. La sargento la abrió y la invitó a entrar. Allí, ambas se acercaron al enorme cristal que cubría uno de los muros y observaron con atención lo que sucedía en la habitación contigua.

* * *

—Muy bien, Lasse; no tiene sentido que guardes silencio ahora, no te conviene, sigue mi consejo y suelta todo lo que sabes. —Mikael subió ambos brazos encima de la mesa y entrecruzó las manos. Frente a él, el muchacho seguía imperturbable, como si aquella situación le importase muy poco.

—Quiero un abogado —dijo de pronto.

—Estás en todo tu derecho de tener uno. ¿Conoces a alguien?

—Lars Magnusson, amigo de mi tío.

Mikael, para evitar perder tiempo, sacó su teléfono móvil del bolsillo de la camisa y se lo ofreció.

—Llámalo.

Lasse no tomó el aparato.

—No sé su número; supongo que debe de estar en el directorio.

Mikael separó las manos y comenzó a tamborilear los dedos en la mesa: estaba empezando a perder la paciencia.

—Yo tengo el número de Lars entre mi lista de contactos —dijo Greta al otro lado del cristal, mientras buscaba el dato en el móvil—. Aquí está; puedo llamarlo si quieres.

—Hazlo.

Un par de minutos después, puso a Lars Magnusson al tanto de la situación y consiguió que aceptara representar al sobrino de su amigo.

—Ya está; viene para acá.

—Perfecto, le voy a avisar a Mikael. —La sargento fue hasta un rincón de la habitación en donde había un interfono y, desde allí, le comunicó a Mikael que el abogado venía en camino. Mikael elogió su celeridad y volvió a la carga.

—Tu abogado ya fue avisado, no tardará en llegar.

—Responderé las preguntas cuando él esté presente.

El teniente Stevic deseó, en ese momento, poder cagarse en las reglas y obligar a Lasse a responderle. El muchacho era culpable, no había dudas de ello, solo necesitaba que le dijera por qué lo había hecho.

—Regreso en seguida.

El policía se levantó bruscamente de la silla, salió de la sala de interrogatorios echando humo por la nariz, entró a la oficina contigua y se quedó de una pieza cuando descubrió que Greta estaba allí. Ahora sabía cómo había hecho su compañera para obtener el número de Magnusson tan rápidamente.

—No esperaba verte aquí.

Ella apenas lo miró. Estaba demasiado abrumada por todo lo que estaba viviendo. Se le erizaba la piel tan solo de pensar que su propio primo era el autor de los dos ataques que había sufrido.

Había tenido al enemigo metido en su propia casa.

Ella, que se jactaba siempre de su capacidad de observación, había pasado por alto un par de detalles, que, a simple vista, parecían intrascendentes. Ahora, analizándolos minuciosamente, cobraban un nuevo significado. El comentario que había hecho Lasse sobre la muchacha en la librería; su frustrada relación con Annete. Ya no quería seguir pensando, temía sacar conclusiones desagradables.

—Greta está devastada con esta situación —terció Nina justificando el silencio de la muchacha.

Mikael se acercó y se paró delante de ella.

—Créeme que habría querido que todo esto no hubiese sucedido. Yo mismo me sorprendí cuando supe de quién era la huella que encontramos en tu auto.

Greta finalmente lo miró a los ojos y supo que le estaba diciendo la verdad. Asintió y le agradeció en silencio. El caso ahora tomaba un giro inesperado. Las sospechas caían, nada más y nada menos, sobre la cabeza de su primo. Si Greta seguía con su teoría, el muchacho podía tener algo que ver con la muerte de la vendedora de artesanías. Ni siquiera quería imaginarse semejante posibilidad.

—Lasse no puede ser un asesino… —negó en su afán por convencerse de que todo aquello no era más que una pesadilla.

Mikael y Nina se miraron. Ninguno de los dos se animó a decir nada, pero ambos comenzaban a barajar la posibilidad de que habían hallado al homicida de Annete Nyborg. No querían adelantarse a los hechos; como policías necesitaban pruebas y no suposiciones. Por ahora, solo contaban con la huella de Lasse en el rayón del Mini Cabrio y la certeza de que había discutido con la víctima. De ahí a poder probar que él era el asesino, había un gran abismo.

—Sabremos más cuando podamos interrogarlo —dijo Mikael desviando la mirada hacia la habitación contigua donde el implicado esperaba.

Greta giró y descansó el cuerpo contra la ventana de cristal. Desde allí, contempló a su primo. Lo notó inquieto y ausente; movía los pies en forma compulsiva hacia arriba y hacia abajo. Siempre le había parecido un poco diferente a los muchachos de su edad, demasiado callado y retraído, pero jamás se le había pasado por la cabeza que pudiera hacer algo en su contra o hacerle daño a alguien. Aún guardaba la esperanza de que todo aquello no fuese más que un terrible error.

Unos minutos después, Lars Magnusson llegó a la comisaría y, después de hablar a solas con su cliente, se procedió a continuar con el interrogatorio.

—Bien, Lasse, ya está tu abogado presente, por lo tanto responde a mis preguntas y acabemos con esto de una buena vez. —Mikael volvió a ocupar la silla y encendió la grabadora—. Son las once y cuarenta, es el teniente Stevic interrogando a Lasse Hansson; se encuentra también su abogado, el doctor Lars Magnusson. Te hemos detenido bajo el cargo de daño contra la propiedad y vandalismo, tu huella apareció junto a una de las letras que grabaste en el auto de Greta. ¿Qué tienes para decir al respecto?

Lasse no respondió, Lars se acercó a él y le cuchicheó algo al oído. Luego, tomó la palabra en lugar de su defendido.

—¿Cómo pueden probar que esa huella no fue dejada allí antes?

—La huella era fresca; esa mañana había nevado y si hubiera estado de antes, la nieve la habría borrado.

—Tengo entendido que mi cliente y su prima viajaron juntos en el Mini Cabrio ese mismo día. La huella la pudo dejar al bajarse del auto.

—Abogado, le recuerdo que la huella fue hallada del lado del conductor. Además, Lasse se encontraba en la librería en el momento del hecho, a tan solo unos metros del vehículo.

—Son solamente hechos circunstanciales, no tienen ninguna prueba para acusarlo.

Mikael miró nuevamente al muchacho: esperaba que se dignara a contestar sus preguntas.

—Supongo que estarás al tanto de que, hace unos días, alguien escribió en la pared de la librería la misma palabra que tú intentaste escribir ayer en el auto de Greta.

El aludido miró a su abogado antes de responder. Cuando obtuvo el visto bueno, habló.

—No lo sabía.

—¿Me quieres hacer creer que no estabas enterado, cuando hemos comprobado que fuiste tú el autor del segundo mensaje? Greta borró el primer graffiti para echar por tierra tu plan de avergonzarla frente a toda la ciudad. Eso evitó que obtuviéramos evidencias, pero no tenemos duda de que ambos mensajes fueron escritos por la misma persona; o sea, tú.

Lasse hizo una mueca con los labios. Se removió en la silla. Miró al abogado. Mikael pudo percibir que tenía miedo. Ya no era solo inquietud o indiferencia lo que trasmitía, el muchacho comenzaba a tambalearse.

—¡Quiero saber por qué razón insultaste a tu prima de esa manera! ¿Pensabas lo mismo de Annete? ¿Que era una puta? —Mikael sabía que estaba tomando el camino justo para doblegarlo.

Lasse movió la cabeza enérgicamente hacia ambos lados.

—¡No, eso no es verdad! —dijo alzando la voz. Miró a Mikael con los ojos prácticamente desencajados—. ¡Yo amaba a Annete! ¡La amaba!

Lars Magnusson asió a su cliente del hombro y lo obligó a mirarlo, pero fue ignorado.

—¿Estás seguro de que no la veías como una puta? —Insistió el teniente en usar aquel término peyorativo, porque sabía que el muchacho estaba a punto de quebrarse—. Andaba con un tipo casado y se rio en tu cara cuando le dijiste que le gustabas. Ambos sabemos que ella buscaba a los hombres por un solo motivo: exprimirlos hasta quitarles el último centavo. Dime, ¿cómo se le llama a una mujer así?

Lasse se mordió los labios y apretó los puños con fuerza; era evidente que, dentro de él, bullía la rabia.

—¿Por eso la mataste? ¿Por qué era una puta?

—¡Maldito desgraciado!

Lasse se levantó de golpe y se abalanzó sobre Mikael por encima de la mesa. Lars lo sostuvo con fuerza de los hombros y lo tironeó hacia atrás para evitar que cometiera una locura.

—Teniente Stevic, le recuerdo que mi cliente está aquí para responder por los cargos de daño contra la propiedad y vandalismo —terció el abogado, mientras se aflojaba el nudo de la corbata. Todavía estaba bastante agitado por el esfuerzo que había que tenido que hacer para controlar al sobrino de su amigo.

Mikael respiró hondamente para tratar de controlar el acelerado ritmo de su corazón. De lo único que podía arrepentirse era de ensuciar el nombre de la víctima para conseguir que el muchacho hablara.

Tras un par de minutos de absoluto silencio, Lasse, un poco más calmado, abrió la boca.

—Está bien. Confieso que fui yo quien rayó el Mini Cabrio, pero no tengo nada que ver con el graffiti en la librería y mucho menos con la muerte de Annete.

—No quiero mentiras. Ya no —lo amonestó Mikael—. Te acabo de decir que los dos mensajes fueron hechos por la misma persona. No podrías haber tenido la intención de escribir la palabra «puta» en el auto de Greta si no estabas enterado de lo sucedido. Tu prima borró el graffiti de su librería. Por lo tanto, es imposible que pudieras verlo, al menos que tú mismo lo hayas escrito.

—Lo supe por otro medio. —Bajó las manos de la mesa y se sobó los muslos—. Encontré por casualidad un cuaderno donde mi prima tenía unas anotaciones sobre los crímenes del último tiempo. Allí mencionaba el mensaje ofensivo que le habían dejado en la pared de Némesis. Entre sus conjeturas, apareció mi nombre. No quería que ella se enterara de la verdad, por eso decidí hacer lo que hice. Solo quería asustarla; nada más.

—¿Qué es aquello de lo que no podía enterarse Greta?

Lasse miró un segundo a su abogado que lo instó a que continúe hablando.

—Que yo soy el padre del hijo que estaba esperando Annete.