CAPÍTULO 18

Greta estuvo toda la tarde padeciendo unas terribles molestias en el estómago. El delicioso pero suculento almuerzo que su tía Ebba había preparado especialmente para ella —y que había disfrutado tanto— le estaba pasando factura. Se había bebido tres tazas de té digestivo, pero, aún así, continuaba descompuesta. Lasse, amablemente, se había ofrecido a atender la librería esa tarde. Por lo tanto, se quedó metida en la cama, leyendo una buena novela de misterio. No sabía si era por efecto del té o por lo débil que había quedado después de entrar y salir del baño todo el día, pero, después de leer unas pocas páginas, se quedó dormida.

Abrió los ojos, pero ya no se encontraba en su habitación, se vio a sí misma en el púlpito de la iglesia donde oficiaba el reverendo Erikssen. Cuando miró a su alrededor, descubrió que el lugar estaba lleno. Había rostros familiares y otros que nunca había visto antes. Sin embargo, todos los allí presentes tenían algo en común: la manera en que la observaban. Greta notó el reproche en aquel centenar de ojos que parecían desnudarla sin contemplaciones. Agachó la cabeza, como si un poder sobrenatural la hubiese conminado a hacerlo. Descubrió entonces una cruz invertida en el suelo, junto a sus pies. El silencio abrumador que reinaba en el interior de la iglesia se desvaneció cuando todas aquellas personas que la observaban con desprecio comenzaron a susurrar, una y otra vez, la misma palabra.

Puta.

Greta se cubrió los oídos, pero seguía escuchándolos, como si las voces se le hubiesen metido dentro de la cabeza. Se bajó del púlpito y, al pie de las escaleras, se topó con Britta Erikssen.

—¿A dónde crees que vas, Jezabel?

Intentó huir, pero Britta la asió del brazo con fuerza.

—¡Suéltame! —gritó desesperada. Logró zafarse y corrió a través del pasillo; Linda Malmgren le salió al paso.

—¡Mereces morir como Annete! ¡Eres igual a ella! ¡Una puta que se mete con hombres casados! —la increpó la esposa del alcalde antes de escupirle el rostro.

Greta se alejó, pero, al hacerlo, descubrió que había alguien más detrás de ella. Giró rápidamente y se topó con su primo Lasse.

—¡Puta, no eres más que una puta! —la insultó, mirándola con rabia para luego soltar una carcajada.

Salió corriendo y buscó entre la multitud el rostro de su padre o de Hanna, pero ellos no estaban. La habían dejado sola. Apretó los ojos con fuerza y oró para que aquel infierno acabase por fin. Una mano le tocó el hombro y alguien pronunció su nombre.

—Greta, despierta.

Ella abrió los ojos. Lo primero que vio fue el rostro de su primo. Se sentó en la cama rápidamente y se cubrió con las mantas. Estaba sudando frío; no podía dejar de temblar. Había tenido la pesadilla más horrible de su vida. Ver a Lasse, así, de repente, la atemorizó todavía más.

—¿Qué… qué sucede?

Percibió de inmediato que algo no andaba bien.

—Creo que deberías bajar.

—¿Por qué?

—Será mejor que lo veas con tus propios ojos.

Las palabras cargadas de misterio del muchacho, solo acrecentaron su angustia. Le pidió que saliera de la habitación y se vistió lo más rápido posible. Se sentía pésimamente mal, estaba segura de que tenía fiebre, pero tenía que ver qué demonios estaba sucediendo. Bajó a la librería: allí todo parecía estar en orden. Vio a Lasse de pie junto a la puerta, se acercó. Al hacerlo, descubrió la razón de tanto misterio.

Greta corrió hacia donde estaba su coche estacionado. Observó espantada el rayón que empezaba en la parte trasera del Mini Cabrio y terminaba en la portezuela del lado del conductor, donde había dos letras talladas.

Una «P» y una «U».

La palabra estaba incompleta, pero no importaba: ya conocía perfectamente el significado de aquel nuevo mensaje.

Una vez más el insulto y el misterio.

Greta cruzó los brazos sobre el pecho para controlar el temblor.

¿Cuándo acabaría toda aquella pesadilla?

* * *

Mikael observó la caja que contenía los expedientes del caso de Annete y dejó escapar un suspiro. Había leído aquellos documentos solo en un par de ocasiones y debía darles otra ojeada. Esta vez, con más detenimiento. Obvió el resultado de la primera autopsia porque la causa de muerte estaba errada. Sí leyó el segundo informe donde se mencionaba la adenosina. Quien había asesinado a Annete sabía que la sustancia se metabolizaba tan rápidamente que esa casi imposible de detectar si no se la buscaba específicamente. Aquel indicio había apuntado a Selma desde el principio, pero, después, las sospechas se fueron diluyendo. La enfermera tenía una coartada, proporcionada por su esposo, quien también estaba involucrado en el caso de manera directa. No podía descartar a ninguno de los dos todavía; podían estar cubriéndose las espaldas y sería cuestión de tiempo hasta que pudieran averiguarlo. En cambio, si Greta tenía razón y los dos ataques sufridos por ella y Mary Johansson tenían relación con el crimen de Annete, ¿qué motivo podría tener Selma o su esposo para cometer tales actos? No se le ocurría ninguno. Siguió leyendo y se topó con la declaración que había dado la tarde anterior August Lathi. Mientras había estado desaparecido, el exnovio de Annete era una persona de interés dentro del caso, pero, después de haberlo interrogado, quedó más que claro que habían estado equivocados con respecto a él. La teoría de un amante misterioso cobraba cada vez más fuerza, si descubrían quién era, quizá podrían resolver una parte de la investigación. Revisó los informes de los testigos. Halló la declaración que el propio Karl le había tomado a su sobrino Lasse donde se hablaba de la discusión entre Selma y la víctima. No había hablado todavía con el muchacho, que había trabajado muy cerca de Annete hasta el momento de su muerte y que podía saber algo. Se había enterado de que ahora ayudaba a Greta en la librería. Pasaría por Némesis apenas saliera de la comisaría para hacerle un par de preguntas y, de paso, como quien no quiere la cosa, volvería a ver a Greta.

Se estiró en la silla y bostezó. Estaba exhausto, aquel había sido un día realmente agotador. Esperaba que Pia ya estuviese durmiendo cuando llegase a su casa. Acomodó, como pudo, los expedientes dentro de las cajas y se marchó de la comisaría pasadas las siete y media.

Cuando llegó a la zona comercial y dobló por Millåkersgatan, se sorprendió al ver un pequeño grupo de gente alrededor del auto de Greta. Ella también estaba allí, parecía tratar de convencer a la gente de que regresara a sus casas. Se dio cuenta de que algo malo sucedía. Aceleró y estacionó frente a la librería. Se bajó inmediatamente. Se abrió paso entre los curiosos: pronto descubrió el motivo de aquel revuelo. Aunque ella se esforzaba por ocultarlo, alcanzó a ver el rayón en la parte izquierda de su Mini Cabrio y las dos letras en el asiento del conductor. Se acercó y, cuando la tuvo frente a él, notó que estaba pálida y con los ojos rojos.

—Greta, ¿qué tienes?

—Mikael —ella pronunció débilmente su nombre—, por favor, que se vayan, diles que se vayan.

Él se dio media vuelta y sacó su placa. La levantó y la mostró a todos los presentes.

—¡Soy el teniente Stevic y les ordeno que se retiren ahora mismo! ¡No hay nada que ver aquí!

Bastaron solamente la placa y las palabras para que todos los curiosos se esfumaran. Lasse asió a su prima por el hombro y la instó a que entrara en la librería, pero ella se negó.

—No tiene caso que te quedes aquí afuera.

—Greta, tu primo tiene razón. Será mejor que entres, yo me encargo de todo. Llamaré a la comisaría para que vengan a buscar tu coche. Esta vez contamos con material para llevar a cabo una pericia exhaustiva. Te aseguro que atraparemos al que hizo esto —le prometió, mirándola a los ojos.

Asintió y creyó en la promesa. Lasse la acompañó hasta el interior de la librería. Greta se sentó en el sillón Chesterfield, pero, al instante, tuvo que salir corriendo en dirección al baño, las náuseas eran tan intensas que iba vomitar de un momento a otro. Permaneció tirada en el suelo junto al sanitario durante un buen rato. Parecía que se le estaba yendo la vida con cada arcada. Se puso de pie y respiró hondamente; después, se dirigió al lavabo y se mojó el rostro con abundante agua fría. Escuchó unos golpecitos en la puerta; luego, la voz de su primo.

—¿Greta, necesitas algo?

—No, Lasse, regresa a la librería y cierra por mí, por favor —le dijo. Cuando sintió los pasos del muchacho, fue hasta la puerta y la abrió—. ¿Mikael se ha ido?

—No, está esperando que vengan a buscar tu auto.

Greta sonrió; no pudo simular la tranquilidad que le daba saber que él aún continuaba allí.

—Dile que en seguida bajo.

Regresó y se miró en el espejo: estaba hecha un desastre. El cabello se le había pegoteado por culpa del sudor. Tenía que darse una ducha. Seguramente, los peritos tardarían en llegar. Así que, sin perder más tiempo, se quitó la ropa y se metió debajo del agua.

Cuando bajó a la librería, olía a agua de rosas, a pesar de que se le revolvía el estómago. Al menos, ya no apestaba a sudor. Encontró a Lasse detrás del mostrador. No vio a Mikael por ningún lado. Se volteó y descubrió que estaba en el sector de lectura hojeando un libro. Él se levantó de inmediato cuando la vio acercarse.

—¿Te sientes mejor?

—Sí, gracias. Creo que aún tengo un poco de fiebre, pero lo peor ya pasó.

—¿Qué te sucedió?

—Una fuerte indigestión. Almorcé en casa de mi tía Ebba. No le estoy echando la culpa a ella directamente, pero su solomillo de cerdo en hojaldre con salsa de oporto es una bomba que, por desgracia, estalló en mi estómago —le contó pasándose una mano por el abdomen y poniendo cara de dolor.

Mikael sonrió.

—¿Has visto a un médico?

—No es necesario, me he tomado varios tés digestivos y, poco a poco, voy recuperando la forma. —Se dejó caer en uno de los dos sillones. Mikael la imitó.

—Los peritos van a tardar un poco en venir a recoger tu coche porque estaban trabajando en las afueras de la ciudad. ¿Por qué no me cuentas qué fue lo que sucedió?

—No puedo decirte demasiado. Estuve prácticamente toda la tarde en cama. Lasse se encargó de atender la librería. Vino a despertarme cerca de las siete y media para que bajara y viera con mis propios ojos lo que le había sucedido a mi Mini Cabrio.

—¿A qué hora regresaste de lo de tu tía?

—A eso de las dos.

—¿Lasse vino contigo?

—No; él se quedó en su casa y llegó a la hora de abrir Némesis, unos pocos minutos antes de las cuatro —le explicó.

—Es decir que el auto estuvo estacionado dos horas aproximadamente frente a la librería.

Greta asintió.

—Es evidente que la persona que lo rayó tuvo que salir huyendo o estuvo a punto de ser sorprendido in fraganti.

—¿Lo dices porque no alcanzó a escribir la palabra completa?

—Exacto. Hay que reconocer que tuvo la osadía de hacerlo a plena luz del día, en una calle bastante transitada, arriesgándose a que alguien lo viera.

—Sí, por eso es muy probable que alguno de los vecinos pudiese haber visto algo.

—Los interrogaré mañana mismo. A propósito; con todo lo ocurrido, me olvidé de decirte que precisamente yo venía a interrogar a tu primo.

—¿A Lasse, por qué? —preguntó Greta bajando la voz para evitar que el muchacho la escuchara.

—El interrogatorio de August Lathi nos llevó solo a un callejón sin salida. Es imposible que sea el padre del hijo que estaba esperando Annete. Estaba subido a un barco a más de trescientas millas de distancia rumbo a Finlandia. Negó tener algo que ver, y le creo. El único amante de Annete que August conocía era Henrik Steinkjer, pero sabemos que él tampoco es quien la dejó embarazada. Nos dijo también que ella no deseaba tener un hijo, que se cuidaba, por lo que se puede inferir que quedó embarazada de manera accidental. Eso prueba nuestra teoría de que había un tercer hombre involucrado, quizá no un amante, pero alguien que sí tuvo sexo con ella.

Greta no necesitó saber más para darse cuenta del motivo que tenía Mikael para interrogar a su primo.

—¿Crees que Lasse…?

—Yo no creo nada. Por lo pronto, quiero hablar con él para ver qué sabe de los amoríos de Annete. Trabajaba a su lado y convivía con ella a diario. Es muy probable que conozca la identidad del amante misterioso.

Greta comenzaba a ver las cosas de otra manera. Tenía su propia hipótesis sobre todo aquel asunto, pero prefirió no comentarla con Mikael en ese momento. Esperaría a que él interrogase a su primo. No quería perjudicarlo basándose solamente en meras suposiciones.

—Puedes hablar con él ahora mismo si quieres; ya es hora de cerrar. Creo que lo mejor será que ambos suban a mi casa; van a estar más cómodos allí —le sugirió. Su intención no era entrometerse, simplemente consideraba que el muchacho se sentiría más tranquilo si era interrogado allí, en vez de en la comisaría.

—Gracias. —Mikael se puso de pie y se dirigió hacia el área del mostrador. Greta lo siguió de cerca.

—Lasse, ¿podría hablar contigo un momento?

El requerido entró en estado de alerta de manera tan evidente que los otros se dieron cuenta de su reacción.

—¿Conmigo? ¿Por qué? Si es por lo del auto de Greta, yo no vi nada —se apresuró a aclarar.

—No, no es por eso. Se trata de Annete Nyborg.

—Primo, tranquilo, Mikael solamente quiere hacerte algunas preguntas debido a que tú trabajabas con ella.

Lasse miró a su prima durante unos cuantos segundos; después, clavó sus ojos verdes en el rostro impávido del policía.

—Está bien, teniente Stevic; hablemos.

Mikael notó desafío en sus palabras. Ambos subieron junto a Greta y se ubicaron en el sofá de la sala, mientras ella les preparaba un café.

—¿Cuánto tiempo hacía que trabajas con Annete?

—Dos años; entré una semana después de que abrió la tienda.

—¿Cómo era tu relación con ella? Me refiero a tu trato diario.

Lasse tardó unos segundos en contestar. La oportuna aparición de su prima con el café, le dio tiempo para urdir una respuesta.

—Cordial; nos hicimos amigos. Era unos años mayor que yo, pero congeniamos de inmediato.

—Supongo que la conocías bien entonces.

—No sé a qué se refiere exactamente con eso.

—Iré directo al grano, muchacho. ¿Sabías que Annete tenía un amante?

—Sí; ella dejaba una cinta roja en el escaparate cada vez que quería verse con él.

—¿Y sabes quién era ese hombre?

—Henrik Steinkjer.

—Según tu declaración, fuiste testigo de la discusión entre tu jefa y la esposa de Steinkjer.

Lasse asintió.

—Henrik le envió a Annete una carta amenazadora pocos días antes de su muerte. Ella quería dejarlo, ¿sabes por qué?

Lasse negó con la cabeza.

—¿Estás seguro? Pasabas mucho tiempo con ella: es muy posible que supieras el motivo por el cual ya no quería saber más nada con Steinkjer. —Podía percibir que Lasse le estaba ocultando algo, tenía años de experiencia encima y sabía cuándo alguien trataba de engañarlo.

Greta se quedó en un rincón apartado de la sala. Observó a su primo: lo notó inquieto y asustado.

—No puedo ayudarlo, teniente. No sé por qué ella deseaba dejarlo.

Mikael no quería perder la calma, pero le molestaba cuando alguien le mentía de aquella manera.

—Mira, muchacho, si sabes algo es mejor que lo digas ahora. Supongo que apreciabas a Annete y quieres que su crimen se resuelva, ¿verdad?

El aludido asintió con un ligero movimiento de cabeza.

Greta se preguntó por qué su primo no aprovechaba ese momento para contarle a Mikael sobre la discusión que había tenido con Annete días antes de su muerte. Decidió intervenir.

—Lasse, debes decirle todo lo que sabes. —Hizo énfasis en la palabra «todo».

Mikael la observó con gesto interrogante, pero ella apartó de inmediato la mirada. Era más que evidente que entre ambos primos existía un secreto. Volvió a posar los ojos claros en el rostro pálido de Lasse.

—No debes ocultarle información a la policía, muchacho. Podría acusarte de entorpecer la investigación…

—Lasse, dile lo que sucedió —lo interrumpió ella. Sabía que Mikael no iba a desistir tan fácilmente en su postura de «policía malo».

El muchacho la fulminó con la mirada.

—Habla; te conviene hacerlo —lo presionó el teniente Stevic.

Suspiró profundamente: su prima lo había puesto en evidencia y ahora no tenía más remedio que contarle al policía lo que se había empeñado en ocultar.

—No creo que lo sucedido sea relevante para el caso —le dijo de repente.

—Deja que sea yo quien juzgue eso.

—Está bien, se lo voy a soltar. Un par de días antes de que Annete muriera, ella y yo tuvimos una discusión.

Mikael alzó las cejas en señal de asombro, no era eso precisamente lo que esperaba.

—¿Por qué discutieron?

—Fue una tontería. Le dije que me gustaba; y ella, simplemente, se rio en mi cara.

Mikael observó con atención el semblante de Lasse, pudo percibir que aún le molestaba aquel suceso.

—¿Te enojaste con ella?

—Sí; pero después comprendí que tenía razón en despreciarme. Soy un don nadie, y ella está… estaba acostumbrada a la buena vida. Obviamente, un pobre diablo como yo no podía competir con sus amantes ricos.

Mikael reparó de inmediato que el muchacho se había referido en plural a los amantes de la víctima.

—¿Amantes? Entonces Henrik no era el único…

Lasse se encogió de hombros.

—Fue solo una manera de decir. Si tenía a alguien más, yo lo ignoraba —contestó sin mostrar ningún tipo de emoción.

El teléfono de Mikael comenzó a sonar y tuvo que interrumpir el interrogatorio. Se puso de pie para hablar más cómodo. Greta ocupó su lugar.

—Has hecho bien en contarle a Mikael lo que sucedió con Annete.

Lasse la miró y no dijo absolutamente nada; no hizo falta: sus ojos verdes hablaban por él. A ella se le borró la sonrisa de la cara. Agradeció cuando el teniente se acercó nuevamente.

—Son los peritos, me avisaron que acaban de llegar. Se llevarán tu coche con la grúa. ¿Tienes algún documento importante dentro?

Negó con la cabeza.

—¿Puedo retirarme? —preguntó, de repente, Lasse.

Mikael se pasó una mano por la cabeza. No estaba molesto, sino frustrado por no haber obtenido el nombre del supuesto amante misterioso.

—Sí; si necesito de tu testimonio nuevamente, te avisaré.

El joven saludó a su prima con un frío «hasta mañana» y se marchó sin siquiera despedirse del teniente Stevic.

Cuando se quedaron a solas, se hizo un silencio bastante incómodo.

—Creo que yo también debo irme, se ha hecho tarde —dijo él mirándola a los ojos.

—Sí, luces cansado.

—Lo estoy. —Comenzó a caminar hacia la puerta—. Greta, con respecto a lo sucedido hoy, ¿no prefieres pasar la noche en casa de tu padre? Yo puedo llevarte si lo deseas, me queda de camino.

—No, no quiero preocupar a papá. Estaré bien.

—¿Segura?

—Sí, segura.

Mikael asió el pomo de la puerta y se detuvo. Ella se dio cuenta de que él estaba retrasando el momento de irse.

—Hasta mañana —dijo Greta como forma de poner fin a la tensión que pendía en el aire entre ambos.

—Que descanses.

Cerró la puerta, se recostó sobre ella y entornó los ojos. Se tomó todo el tiempo del mundo para relajarse y respirar profundamente. Pero el parloteo de Miss Marple acabó con su tranquilidad.

Lánguidamente, se dirigió a la cocina para ver qué quería.