CAPÍTULO 17

Esa misma tarde, Greta llamó a Selma para preguntarle si pensaba continuar asistiendo al Club de Lectura. Pensaba que la enfermera se rehusaría a volver. Se sorprendió cuando ella le dijo que estaría presente en la siguiente reunión.

«No voy a permitir que lo que sucedió cambie el curso de mi vida», le había dicho. Greta creyó percibir en esas palabras que Selma, finalmente, comenzaba a superar el mal trance por el que había pasado. Se alegraba por ella, sin embargo le inquietaba sobremanera que el crimen de Annete no se hubiera resuelto todavía y más aun temía que el asesino pudiera salirse con la suya. Era inaudito que, en una ciudad pequeña como Mora, se hubiesen cometido dos asesinatos en menos de un mes. Incluso se podría aventurar a decir que ambas muertes estaban relacionadas, pero no había nada que hiciera suponer semejante cosa. Greta sacudió la cabeza, estaba elucubrando nuevamente, viendo conexiones donde no las había. Sin embargo, había algo que le hacía ruido y no sabía exactamente qué. Por el momento, el único vínculo que unía a las víctimas era que ambas pertenecían a su Club de Lectura. Se dejó caer en la cama, contempló el cielo raso, cerró los ojos y respiró profundamente. Ella siempre se dejaba llevar por la intuición que pocas veces le había fallado. Se sentó en la cama y observó el reloj; faltaba aún media hora para que llegara Lasse y tuvieran que abrir la librería. Tenía tiempo todavía de tratar de dilucidar si su teoría estaba errada o no. Se dirigió hacia el pequeño escritorio que tenía debajo de la ventana; buscó el cuaderno colorado donde anotaba las frases que más le gustaban de las novelas de misterio. Trató de ponerse en la piel de alguno de los detectives que protagonizaban esas novelas. ¿Qué haría el excéntrico Hercule Poirot o la sagaz solterona Jane Marple? Mordisqueó la punta del lápiz mientras fijaba los ojos en la hoja en blanco que tenía frente a ella. Comenzó por anotar lo que ya sabía.

«Annete Nyborg: asesinada el 15 de enero en su casa. El asesino pretendió hacer creer que murió por una falla cardíaca; en realidad, fue envenenada con una sustancia conocida como…». Dejó el espacio en blanco, porque no recordaba el nombre de la droga, Mikael se lo había dicho, pero lo había olvidado. «Estaba embarazada de tres meses, y aún no se sabe quién es el padre de su hijo. Henrik Steinkjer: descartado. August, su exnovio: desapareció hace cinco meses, pero pudo verse de nuevo con ella y dejarla embarazada». Subrayó el nombre, porque todavía cabía la posibilidad de que fuera él el padre de ese niño. La policía lo había hallado y pronto se sabría. «Amante misterioso: Henrik pensaba que Annete se estaba viendo con alguien más. ¿El padre de su hijo, quizá?». Colocó un enorme signo de interrogación al lado. Luego, y tras pensarlo durante varios segundos, escribió el nombre de su primo y anotó: «A Lasse le gustaba Annete. Cuando le confesó sus sentimientos, ella se burló de él, lo que provocó su enojo. Creo que mi primo no le dijo a la policía sobre la pelea que tuvo con la vendedora de artesanías. Él, además, fue testigo de la discusión entre Selma y Annete de quien sabía que era la amante de Henrik Steinkjer». Seguía, en la lista, precisamente, el matrimonio Steinkjer. Empezó por la mujer. «Increpó a Annete cuando se enteró de que andaba con su marido. Tenía acceso a la droga, pero tiene una coartada para la noche del crimen. Él: estaba obsesionado con Annete y no quería perderla. Le mandó una carta amenazante. Sospechaba que se veía con alguien más. Dijo no saber sobre el embarazo. Tiene la misma coartada que su esposa. ¿Habrán mentido para protegerse mutuamente? No lo creo». Esto último lo remarcó con el lápiz.

Luego, con letras grandes, escribió: «Descartar crimen pasional. Posible motivo: castigar a la víctima por su vida licenciosa. Hechos que refuerzan mi teoría: el ataque a Mary Johansson, madre soltera, y la palabra “puta” en la pared de la librería después de ser vista con Mikael».

Leyó todo lo que había escrito. Aunque había un par de incógnitas aún, sabía que iba por buen camino. Dio vuelta la página y escribió: «Crimen de Camilla Lindman: asesinada brutalmente a golpes en su casa minutos después de que habló conmigo por teléfono. Alguien llamó a su puerta; por la hora, se trataba de su asesino. Laptop robada de la escena del crimen. Camilla estaba investigando un hecho ocurrido en el año 1979 en Rättvik. ¿Posible móvil? Tal vez, sí», escribió y luego añadió: «¿Relación con el homicidio de Annete?». En ese punto se detuvo; no encontraba nada que relacionara las dos muertes, excepto que ambas mujeres eran miembros del Club de Lectura. Agregó también un dato importante que no podía pasar por alto: «Camilla conocía a alguien que estuvo involucrado (todavía no sé de qué manera) en el crimen cometido en Rättvik hace más de treinta años».

Se mordió el labio inferior y caviló durante unos cuantos segundos. ¿Sería precisamente esa persona la misteriosa conexión que podía existir entre la muerte de Annete y la de Camilla? Volvió a colocar un enorme signo de interrogación junto al texto que acababa de escribir.

Unos golpes en la puerta le impidieron seguir con sus reflexiones. Miró el reloj. Debía de ser Lasse. Cerró el cuaderno para, luego, guardarlo dentro del cajón del escritorio. Salió de la habitación; le abrió a su primo. Se coló una ráfaga helada de viento que hizo que Greta temblara cuando Lasse entró en la sala.

—¿Cómo estás, prima?

—Bien, ¿quieres beber algo caliente antes de bajar a la librería? —le ofreció mientras se dirigía a la cocina.

Lasse la observó. Siempre que llegaba, lo primero que hacía ella era preguntarle si deseaba tomar algo. Agradecía la buena disposición y el hecho de que le hubiera dado trabajo, pero se estaba empezando a hartar de sus atenciones. ¿Acaso seguía viéndolo como a un niño? Aunque ella fuera cinco años mayor que él, eso no lo hacía menos hombre. No necesitaba de los cuidados de nadie, mucho menos de una prima entrometida. Bastante tenía con soportar a su madre como para encima dejar que Greta lo tratara de esa manera.

Ella se dio vuelta al no obtener una respuesta.

—¿Qué dices?

—No quiero nada. Si tuviera deseos de beber algo caliente, te lo pediría —respondió tajante.

Asintió, había tratado de sonreír, pero no pudo: Lasse se había molestado cuando ella solo había sido amable con él. La actitud del muchacho volvía a sorprenderla. Era la segunda vez que tenía aquel arranque repentino de ira, y no sabía cómo reaccionar frente a ello. Lo atribuyó al vuelco que había dado su vida últimamente. No debía de ser sencillo para él superar la muerte de Annete y el posterior alejamiento de la tienda. Estaba segura de que, con el pasar del tiempo, volvería a ser el muchacho tranquilo y amable que en las reuniones familiares prefería quedarse callado en un rincón observando todo atentamente.

Bajaron a la librería y abrieron a las cuatro en punto. Greta trató de olvidarse de lo sucedido. Le pidió a Lasse que exhibiera en el escaparate los nuevos ejemplares que habían llegado, mientras ella se dedicaba a quitarle el polvo a los libros de los estantes antes de que comenzaran a caer los clientes.

* * *

Mikael se asombró cuando entró en su despacho y se encontró con Nina.

—¿Qué haces aquí? Creí que estabas de baja.

Nina giró en la silla lentamente y le sonrió.

—No podía quedarme en casa sin hacer nada. Puedo dar batalla perfectamente aún —le dijo haciendo alusión al pie escayolado.

—No lo dudo. —Fue hacia el escritorio.

—Dos manos y un pie y medio extras no te vendrán mal —bromeó.

Él le sonrió.

—¿Karl te envió, verdad?

—No exactamente —explicó—. Me comentó que los de Delincuencia Organizada lo tendrán ocupado por un buen rato. Me recomendó —más bien, me exigió— que siguiera las indicaciones del doctor. —Obvió contarle a Mikael la parte en la que Karl le había dicho: «No cometas una tontería»—. Sé que puedo recibir una sanción, pero ¿cómo iba a dejarte solo? Mucho menos ahora que tenemos dos casos de homicidio entre manos.

Él no podía creer que Nina hubiera pasado por encima del jefe, pero le agradaba tenerla de regreso. En los dos días que llevaba ausente, la había extrañado.

—La policía de Gävle logró dar con el paradero de August Lathi —le informó—. Debe de estar por llegar de un momento a otro.

—¿Dónde se había metido?

—Después de abandonar a su novia y marcharse de Mora, consiguió trabajo en un barco mercante que zarpó de la costa de Gävle en agosto. Regresó a tierra hace unos días. No sabía nada de lo de Annete; cuando uno de los oficiales portuarios le informó que lo buscábamos para interrogarlo por el asesinato, se quedó muy impresionado.

Nina frunció el ceño.

—No vamos a sacar nada en limpio de su declaración. El sujeto no veía a Annete desde hacía por lo menos cinco meses. Si estaba en alta mar, es imposible que sea el padre del hijo que ella estaba esperando.

—De todos modos, le tomaremos una muestra de adn para descartarlo. No estoy de acuerdo contigo en que no conseguiremos nada con él. August puede saber cosas de la vida de Annete que ignoramos y, si, efectivamente, no es el padre de su hijo, quizá conozca o sospeche quién puede ser.

Nina estuvo de acuerdo con él. No perdían nada con interrogarlo. Por el momento, era la única pista que tenían y debían aprovecharla al máximo.

—¿Y qué hay del caso de Camilla Lindman? ¿Alguna novedad?

Mikael se estiró hacia atrás y cruzó ambos brazos sobre el pecho.

—Justamente, acabo de llegar del canal donde trabajaba. No encontramos nada en su oficina, pero, según uno de sus colegas, ella estaba investigando un homicidio ocurrido hace más treinta años en Rättvik. El caso de una madre que torturó y mató a su hija. Según dijo este mismo colega, Camilla logró dar con el paradero de uno de los involucrados; al parecer, esa persona vive o vivía aquí, en Mora. El asesino se robó la laptop donde guardaba todos los archivos relacionados con la investigación y será difícil averiguar de quién se trata. Greta especuló que ese podía ser el móvil del crimen: alguien que no desea que lo sucedido salga a la luz, aunque yo no estoy del todo convencido.

—¿Greta? ¿Ella estaba contigo? —preguntó Nina, curiosa.

—No, fue por su cuenta. Me la encontré de casualidad. Es más, fue ella la que consiguió hablar con el compañero de Camilla y le sonsacó información —reconoció.

—Es innegable que esa muchacha es astuta y sabe obtener lo que se propone. Es una pena que no haya seguido los pasos de su padre: habría sido una excelente policía —comentó entre risas—. Tiene el olfato y la desfachatez que se necesita para este trabajo, ¿no crees?

Mikael se pasó una mano por el pelo y se reacomodó en la silla: un gesto que le sirvió para evitar responder a la pregunta de Nina de inmediato. Después de unos segundos, por fin habló.

—Debo reconocer que tiene muy buena intuición. Fue la primera que sembró la idea de que Annete pudo morir por algo más que una simple falla cardíaca. —Vio cómo su compañera sonreía al escuchar sus palabras—. Sin embargo —se atajó—, es demasiado impulsiva y juega al detective todo el tiempo.

—Y te gusta —remató la sargento para estudiar su reacción.

Mikael no supo qué decir. Podía simplemente negarlo e incluso soltar una carcajada de asombro, pero sabía que sería inútil: ella no se lo tragaría. Lo conocía bastante bien, sabía de su debilidad por las mujeres y había sido testigo muchas veces de sus salidas clandestinas; hasta le había prestado su casa en un par de ocasiones para que llevara a una amiguita de turno. No aprobaba esa conducta, pero siempre le decía que ella no era quién para juzgarlo.

—Greta es una mujer hermosa…

—Y sabemos de sobra que tú no puedes resistirte a una mujer hermosa. El problema aquí es que, si Karl se entera, te corta los huevos. —Nina lanzó una carcajada—. Apuntaste mal esta vez, Mikael.

—Greta es inalcanzable para mí. Y no lo digo solamente por su padre: ella se encargó de dejarme bien en claro que no quiere involucrarse sentimentalmente con nadie, mucho menos con un hombre casado como yo.

—Casado y mujeriego empedernido.

—Tú lo has dicho; no tiene caso ni siquiera hacer el intento, no resultaría.

La sargento guardó silencio y lo observó. Rápidamente, notó que le fastidiaba no salirse con la suya. Greta le gustaba más de lo que quería reconocer. No debía de estar habituado a una situación semejante; cuando le gustaba una mujer, Mikael se acercaba a ella y la conquistaba con su sonrisa y su labia. Con Greta, había sido totalmente diferente.

El teléfono sonó en ese momento; uno de los oficiales le avisó que August Lathi ya había llegado.

—¿Me acompañas a interrogarlo? —le preguntó ofreciéndole el brazo para ayudarla a desplazarse hasta la sala de interrogatorios.

—Por supuesto, vamos.

* * *

Greta cenó algo liviano esa noche y le preparó un mix de frutas a Miss Marple, a pesar de que estaba algo molesta con ella por haber repetido el nombre de Mikael durante todo el santo día. La había regañado varias veces e incluso trató de hacer que la lora olvidara el nombre enseñándole otro que sonara fonéticamente parecido, pero resultó inútil. Después de limpiar la cocina, bajó a la librería. Quería buscar algunas cosas en Internet y, eventualmente, imprimirlas. Allí era el único lugar en el que tenía acceso a la red e impresora. Había estado todo el día pensando en lo que le había dicho Herr Gudnason sobre el caso de la madre que había asesinado a su hija y que había obsesionado a Camilla. Lo único que sabía era que el crimen había ocurrido en el año 1979 en Rättvik. Abrió el buscador y escribió un par de palabras claves para hallar información. Saltaron menos resultados de lo que esperaba, hizo clic sobre el primero y la llevó a una nota periodística fechada en el mes de agosto de 1979. Leyó con atención, pero, de inmediato, se dio cuenta de que el artículo no decía mucho. Su autor, al pie de página, reclamaba abiertamente que la policía local negaba información a la prensa sobre el homicidio. Solamente, se mencionaban los nombres: Elena Reveneu, la víctima; y Hilda Äland, su madre y asesina. Ni siquiera se hablaba de la supuesta tortura que había sufrido la jovencita antes de morir. Buscó más información, pero, al parecer, la policía no cooperaba mucho con la prensa treinta años atrás. Media hora más tarde, apenas podía sostener los párpados. Imprimió el artículo que había leído y lo colocó dentro del cuaderno colorado donde había apuntado todo lo que sabía de los dos crímenes. Luego, lo dejó debajo del mostrador. Se moría de sueño, ya tendría tiempo para ponerse a investigar al día siguiente. Subió a la casa. Cuando pasó junto a la jaula, la lora comenzó a parlotear.

—¡Mikael, Mikael!

Giró y la fulminó con la mirada, pero el ave ni se inmutó. Ella corrió hasta la habitación, se arrojó encima de la cama y se cubrió la cabeza con una almohada. Afortunadamente, unos minutos más tarde, Miss Marple se calló y pudo conciliar el sueño.

* * *

Mikael se sentó, y, a su lado, se ubicó Nina. Frente a ellos se encontraba August Lathi que los miraba con una extraña mezcla de recelo y consternación en el semblante.

—Son las once y cuarenta minutos. El teniente Stevic y la sargento Wallström se disponen a interrogar a August Lathi en relación al homicidio de Annete Nyborg —dijo Mikael tras encender la grabadora, luego miró al hombre—. ¿Le han leído sus derechos?

Asintió con la cabeza. Tenía cerca de treinta años, con una contextura física robusta, el pelo rubio casi blanco y las cejas tupidas. Los ojos eran tan claros que parecían dos trozos de hielo.

—La policía de Gävle nos informó que hace aproximadamente cinco meses se embarcó usted hacia Finlandia —expuso el teniente Stevic.

—Así es; cuando me fui de Mora, un amigo me ofreció ir con él a trabajar en un barco mercante y acepté. Ya nada me unía a esta ciudad. Después de que rompí con Annete mi único deseo era alejarme.

—¿Por qué terminó su relación con la víctima? —preguntó Nina.

August juntó ambas manos encima de la mesa y comenzó a mover los dedos nerviosamente.

—Me di cuenta de que ella no era para mí.

—¿Por qué?

August miró a Mikael, luego a Nina; tras unos cuantos segundos de silencio, se dispuso a contestar.

—Annete no me amaba, no como yo creía o deseaba que lo hiciera. Solo había una cosa por la que ella sentía verdadero amor: el dinero y el poder que este podía otorgarle. —Hizo una pausa para respirar—. Yo no podía brindarle lo que necesitaba, lo descubrí demasiado tarde. Supo conseguirlo en otro lado. Comencé a sospechar cuando la vi luciendo joyas que nunca antes le había visto usar. Me engañaba y me decía que eran de fantasía y que se las había comprado en el centro comercial, pero no le creí. Pronto comprendí lo que estaba sucediendo. Ella tenía un amante; un hombre, que estaba casado y cumplía cada uno de sus caprichos. Supongo que el muy imbécil se sintió halagado ante el hecho de que una mujer como Annete le hiciera caso. La confronté un día y le dije que sabía lo que estaba haciendo; intentó retenerme a su lado a pesar de todo, pero yo ya no podía seguir con la relación.

—¿Sabe quién era el hombre casado con el cual lo engañaba? —preguntó Mikael.

—Sí; se llama Henrik Steinkjer. Tiene una oficina de bienes raíces en el centro. Annete me dijo que estaba loco por ella y que hacía todo lo que le pedía. Pretendía que siguiéramos juntos, mientras ella le sacaba dinero. Como podrán imaginar, no iba a entrar en su perverso juego.

Nina miró a Mikael. Pidió su consentimiento para formular la próxima pregunta. Él se lo dio.

—Annete estaba esperando un hijo; tenía un embarazo de tres meses cuando fue asesinada. Hemos comprobado genéticamente que Steinkjer no era el padre de ese niño.

—¿Embarazada? —La expresión del rostro le cambió radicalmente. Ahora había desconcierto en sus ojos—. No lo sabía. Ella siempre se cuidaba, decía que un hijo solo le traería problemas. —Los miró a los dos—. Si piensan que yo puedo ser el padre de ese niño, están equivocados. Estuve fuera del país los últimos cinco meses.

—¿No regresó en ninguna ocasión a Mora y vio a Annete?

—No, puede verificarlo con mi jefe. El barco no regresó a Gävle en todo ese tiempo.

—¿Quién cree entonces que pueda ser el padre del hijo que esperaba Annete? —insistió en saber Nina.

—No tengo la menor idea, sargento.

Y ambos policías sabían que les estaba diciendo la verdad. Dieron por terminado el interrogatorio cuando vieron que ya no podrían obtener más información. Le dijeron que ya podía marcharse y abandonaron la sala.

—¿Qué sigue ahora? —preguntó Nina sin poder simular su decepción.

—Debemos comprobar que Lathi estuvo en ese barco todo este tiempo; mandaré a uno de los chicos a Gävle a investigar. Si, efectivamente, no regresó a Mora, no será necesario hacerle un examen de adn.

—Lo que nos deja peor que antes. Seguimos sin saber quién es el padre de ese niño.

—Revisaré los expedientes nuevamente, quizá se nos pasó algo.

Nina asintió.

—Yo me marcho; si llega Karl y me ve aquí, pondrá el grito en el cielo. —Y, lidiando con su pie escayolado, se alejó en dirección a su oficina.

Mikael miró el reloj: era muy tarde, pero no se iría a casa aún. No tenía ganas de ver a su esposa esa noche; por eso, lo mejor que podía hacer era quedarse y echarle un vistazo a lo que tenían hasta ahora sobre el homicidio de Annete Nyborg. Cualquier indicio que se les hubiera pasado por alto podía significar la resolución del caso.

* * *

Lasse entró en la librería y cerró la puerta tras él antes de que el frío se colara en el interior del local. Divisó a Greta en uno de los pasillos acomodando unos libros en uno de los estantes.

—¡Ya estoy con usted! —gritó ella desde lo alto de la escalera.

Él se acercó sigilosamente a ella por detrás y la observó con detenimiento. Greta se dio vuelta y se sorprendió al verlo.

—¡Lasse, qué sorpresa! —Dejó el último libro que le faltaba acomodar y se dispuso a bajar.

El muchacho se colocó a un costado de la escalera y le tendió la mano para ayudarla. Greta le sonrió y aceptó la ayuda.

—Vine porque mamá me pidió que te invitara a almorzar; siempre se está quejando de que no la visitas y me envió para buscarte.

Greta sabía que no tenía escapatoria. Su tía Ebba era capaz de llevársela de una oreja si no aceptaba la invitación.

—Me encantará almorzar con ustedes; faltan aún unos minutos para cerrar y luego debo darme un baño…

—Si quieres puedo atender la librería mientras tú te preparas —le sugirió interrumpiéndola.

—Está bien; ya sabes lo que tienes que hacer. Estaré lista en media hora a más tardar.

—Tómate el tiempo que necesites, mi madre no sirve el almuerzo hasta la una.

—Perfecto. —Apartó la escalera del pasillo y corrió a toda prisa hacia arriba.

Lasse se ubicó detrás del mostrador. En el sistema informático, observó las ventas de esa mañana. No habían sido muchas, pero, seguramente, se debía a la intensa nevada que se había desatado y que echó por tierra el pronóstico de buen clima para esa semana que había anunciado el presentador de la radio. Miró hacia la calle, no se veía un alma. Se sentó en la banqueta y comenzó a juguetear con un bolígrafo. De repente, un cuaderno de tapas coloradas captó su atención. Era la primera vez que lo veía allí, debajo del mostrador. Lo tomó y, al hacerlo, un papel se cayó al suelo, se agachó y lo levantó. Era un artículo fechado hacía más de treinta años y que parecía bajado de Internet. Abrió el cuaderno y descubrió que su prima anotaba allí frases o fragmentos de novelas. Le parecía absurdo que alguien se tomara el tiempo de hacer semejante tontería. Pasó las páginas rápidamente y se detuvo, de repente, cuando vio el nombre de Annete.

Leyó con atención lo que parecían ser las conjeturas de Greta acerca de los crímenes que habían ocurrido en la ciudad. Se puso tenso cuando descubrió que su nombre aparecía escrito allí.

La puerta de Némesis se abrió en ese momento. No tuvo más remedio que dejar el cuaderno en su sitio para que Greta no se diera cuenta de que lo había estado mirando.

Mientras atendía a la mujer que acababa de entrar, no podía apartar de su mente la posibilidad de que su prima estuviera acercándose a la verdad.