CAPÍTULO 15

La terrible noticia del asesinato de Camilla sembró rápidamente el pánico entre los habitantes de Mora. Después de la muerte de Annete Nyborg, las aguas parecían haberse calmado. Sin embargo, la tragedia los volvía a golpear. No había nadie en la ciudad que no hablara en las calles o murmurase en la iglesia sobre lo sucedido.

Camilla Lindman, una de las reporteras de TV5 había tenido una muerte horrenda. Alguien la había golpeado salvajemente con un objeto contundente hasta matarla. ¿Quién podría haberse ensañado con ella de semejante manera? Nadie podía hallar una explicación razonable, a no ser que su asesino fuese un loco. Claro que eso solamente acrecentaba el temor. En Mora, no estaban acostumbrados a hechos como aquellos y la gente no podía evitar sentir miedo.

Greta navegó el periódico en línea. Se detuvo en la sección de policiales. La muerte de la reportera la había golpeado profundamente, sobre todo porque había hablado por teléfono con ella la misma noche en que había sido asesinada. Aún retumbaban en su mente las últimas palabras que le había dicho la reportera.

«Estoy esperando a una persona, y parece que ya llegó».

¿Sería esa persona que Camilla estaba esperando quien luego acabaría con su vida? Un escalofrío subió por la espalda de Greta. La reportera le había abierto la puerta a su asesino.

Leyó la nota con atención, pero no decía nada nuevo. Karl le había contado solo un poco sobre el caso esa mañana temprano cuando la llamó por teléfono. No había querido que su hija se enterara por los diarios. La prensa no fue discreta: contó que la mujer había sido víctima de un asesino despiadado que la había golpeado hasta matarla. Incluso, el periodista que firmaba la nota explicó que la cocina de su vivienda parecía una carnicería. Además, añadió algunas palabras que, según él, había mencionado el esposo, con las que confirmaba que el rostro de Camilla Lindman había sido destrozado a golpes.

Greta cerró la ventana del explorador. Hacía apenas unos cuantos minutos que había desayunado, y se le revolvía el estómago. Miró alrededor, el lugar le pareció más solitario y silencioso que nunca. Incluso Miss Marple estaba callada. Hanna ya no se quedaba a dormir por las noches. Seguía pensando que, si alguien hubiese querido hacerle daño, ya lo habría hecho. Quien había escrito «puta» en el muro de Némesis solo lo había hecho para enviarle un mensaje, el mismo que había recibido Mary Johansson. La policía no había relacionado oficialmente los dos hechos con la muerte de Annete; solamente tenían algunas sospechas, pero nada que pudiera probarse fehacientemente.

Miró el reloj y bajó a la librería porque era hora de abrir. Los primeros clientes llegaron casi de inmediato, se les adivinaba la consternación en los rostros. Les llevaría tiempo a los habitantes de Mora recuperarse del impacto que había supuesto el nuevo asesinato. La campanilla de la puerta volvió a sonar, y Greta sonrió al ver a Karl que se acercó a ella cuando el cliente que estaba atendiendo se marchó.

—Hola, cariño. —Pasó al otro lado del mostrador para abrazar a su hija—. ¿Cómo te encuentras?

De los labios de la muchacha brotó un suspiro lastimero.

—Sigo sin poder creer lo de Camilla. Hablé con ella justo antes de su muerte, papá.

—Sí, hija, lo sé. La autopsia revela que murió entre las diez y las once de la noche.

—Ella me llamó a las nueve y media. Se despidió pronto porque había llegado alguien a quien estaba esperando.

Karl asintió.

—Era su asesino, la hora de muerte coincide. ¿No te dijo algo más? —Quería evitarle a su hija el mal trago de ir hasta la comisaría a prestar declaración en calidad de testigo, por eso se había presentado en la librería esa mañana.

—Solamente me dijo que estaba investigando algo importante. También mencionó que había estado fuera de la ciudad por trabajo.

—Sí; su esposo nos confirmó que, el día anterior, Camilla había regresado de Rättvik, a donde había viajado precisamente a causa de la investigación que estaba llevando a cabo.

—Cuando hablé con ella, la noté algo extraña —recordó Greta de repente—. Al principio, pensé que era solo el entusiasmo con el cual hablaba de su trabajo, pero ahora que lo pienso, no sé, estaba como inquieta… nerviosa.

—Hemos inspeccionado la vivienda y, aunque su laptop ha desaparecido, descartamos que el móvil del crimen haya sido el robo.

—¿Su laptop ha desaparecido?

—Sí, su esposo nos dijo que allí Camilla tenía muchos documentos importantes, incluso los del caso que estaba investigando para su programa de televisión. Más tarde, vamos a interrogarlo oficialmente. El pobre está deshecho, tuvieron que llevarlo al hospital para que fuera atendido.

Greta asintió. No era para menos: de solo pensar en el terrible momento que debió de pasar el hombre al encontrar el cuerpo, se le helaba la sangre.

—Si el asesino se llevó la laptop, es porque estaba buscando algo. ¿Crees que la muerte de Camilla tenga que ver con la investigación que estaba llevando adelante?

—Es muy probable. Ojalá logremos sacar algo en claro cuando le tomemos declaración al esposo. —Karl echó un vistazo a la librería—. ¿Cómo va todo por aquí? —preguntó para cambiar de tema.

—Bien. Lasse empieza a trabajar hoy a la tarde.

—Sí, Ebba me lo comentó y me parece bien que tengas a alguien de confianza para ayudarte. Tu primo es un buen muchacho.

Greta estuvo tentada de contarle sobre la discusión que Lasse había tenido con Annete poco antes de su muerte, pero se abstuvo de hacerlo. Era mejor que el propio Lasse hablara con él.

—Supe que Hanna ya no duerme contigo por las noches.

—Así es. No puedo depender de ella eternamente, papá. Estaré bien; no ha sucedido nada extraño desde lo de la pintada, y no creo que vuelva a suceder —le dijo con la intención de tranquilizarlo.

—Me gustaría encontrar al maldito que lo hizo para meterlo en una celda oscura y fría durante varios días —manifestó Karl dejando aflorar su lado más visceral.

Greta sonrió. Podía comprender el enojo de su padre, pero no sería nada sencillo dar con el culpable. Estaba convencida de que la persona que la había insultado era la misma persona que había asesinado a Annete. No se trataba de un delincuente de poca monta; no, la persona que la policía buscaba era lo suficientemente inteligente como para haber perpetrado el crimen de la vendedora de artesanías y haberlo hecho pasar por una muerte natural.

Karl se marchó no sin antes escuchar cuando Greta le pidió que la tuviera al tanto de las novedades. Ella pasó la mayor parte de la mañana discutiendo con uno de sus proveedores, porque le había enviado una partida de libros defectuosos. Finalmente, había logrado que se los aceptara de regreso. Cerró Némesis. Se dispuso a embalar los libros que iba a devolver antes de almorzar. La verdad era que no tenía apetito y se conformó con una fruta. Miss Marple comió lo mismo que ella sin chistar.

* * *

—Señor Lindman, soy el teniente Mikael Stevic; comprendo que no se encuentre en condiciones de declarar, pero debo hacerle algunas preguntas. —Mikael apartó la silla y se sentó frente al hombre. Estaban en una de las habitaciones del hospital Lassaretts. Él habría preferido interrogarlo en la comisaría, pero, según el doctor que lo había atendido, Jakob Lindman debía permanecer internado en observación al menos durante veinticuatro horas más, debido al impacto emocional que había sufrido al hallar a su esposa asesinada.

Apenas asintió con un movimiento de cabeza.

—Antes que nada, quiero que sepa que siento mucho lo de su esposa. —Mikael se acomodó mejor en la silla y colocó una de sus manos sobre la rodilla izquierda. Ya había mostrado empatía con él, ahora debía dar inicio al interrogatorio—. ¿Podría decirme exactamente a qué hora llegó a su casa esta mañana?

No contestó de inmediato; no porque estuviera pensando una respuesta, sino porque no tenía deseo alguno de hablar sobre lo ocurrido.

—Señor Lindman, es fundamental que responda a mis preguntas. Queremos hallar al asesino de su esposa.

Jakob lo miró, cerró los ojos con fuerza, y, cuando los abrió, Mikael percibió que el hombre estaba haciendo un gran esfuerzo por no llorar.

—Debían de ser cerca de las cinco, aún estaba oscuro. El avión llegó con retraso; tomé un taxi desde el aeropuerto hasta mi casa.

Mikael sacó una pequeña libreta de cuero marrón y un lápiz para anotar aquel dato.

—¿Notó algo extraño cuando llegó?

—No. Supuse que, a esa hora, Camilla estaría durmiendo. Ella también había estado fuera de la ciudad el día anterior. Aprovechaba, cuando yo viajaba, para quedarse hasta tarde en la cama.

—¿Cuándo fue la última vez que habló con ella?

Jakob dejó escapar un suspiro.

—Ayer por la tarde, me llamó por teléfono para decirme que su viaje a Rättvik había sido muy fructífero. La noté emocionada… feliz.

—Tengo entendido que su esposa hacía periodismo investigativo para el programa en el cual trabajaba.

—Así es.

—¿Sabe qué estaba investigando?

—No. Camilla y yo éramos muy unidos, pero a ella no le gustaba hablar sobre los casos en los que estaba metida. Yo me enteraba en qué había estado trabajando cuando presentaba sus informes en la televisión, nunca antes. Era muy celosa de su trabajo.

—Comprendo. —Mikael esperaba obtener algún indicio claro sobre qué estaba investigando la víctima al momento de morir, pero no contaba con aquel pequeño traspié—. Su laptop desapareció, por lo que inferimos que era allí donde precisamente guardaba los archivos más importantes.

—Sí, todo aquel que conocía a Camilla sabía que nunca salía sin ese endemoniado aparato. Desconozco si tenía copias de esos archivos en la oficina, pero, con lo precavida que era, lo dudo.

A Mikael le sorprendió saber que la reportera tomara con tanto celo su trabajo. El hecho de que ni siquiera comentara con su esposo sobre el caso que estaba investigando era, sin dudas, algo bastante inusual.

—Supongo que, con el trabajo que hacía su esposa, era posible que tuviera enemigos.

—No sabría qué decirle, Camilla era querida y admirada por sus colegas. Tenía una reputación intachable. Su programa era uno de los más vistos en el canal. Supongo que puede haber gente que se haya enojado con ella en algún momento, pero nada justifica la manera atroz en que la mataron.

El teniente Stevic asintió; casi podía jurar que la muerte de la reportera tenía que ver con alguna de sus investigaciones. Sabía cuál era el paso a seguir: iría al canal donde trabajaba y pediría sus archivos para echarles un vistazo.

—Bien, señor Lindman, es todo por ahora.

El hombre tomó a Mikael por la muñeca cuando él se levantó de la silla.

—Encuentre al que mató a mi Camilla…

Le respondió que sí con la cabeza, en silencio, y salió de la habitación. Atravesó el pasillo y una mujer joven, enfundada en un guardapolvo blanco le salió al paso.

—¿Mik, qué haces aquí?

Él alzó el brazo derecho y se pasó una mano por el cabello.

—Vine a interrogar al esposo de Camilla Lindman —respondió.

Pia observó a su esposo. Se le formaban unas pequeñas arrugas alrededor de los ojos cuando estaba agotado.

—¿Estás bien? —Se acercó y le tocó la mano.

Él asintió.

—Sí, solo es que a veces quisiera haberme dedicado a otra cosa.

Pia sonrió. Era una mujer bajita de cabello negro y corto hasta los hombros. Tenía algunos kilos de más, que había ganado después de la boda. Sin embargo, ese sobrepeso no le quitaba un ápice de belleza. Era obstetra y, por una paradoja de la vida, no conseguía quedar embarazada. Lo deseaba mucho; es más, tener un hijo se había vuelto una obsesión para ella en el último tiempo.

—Mi turno termina en un par de horas, puedo prepararte pastel de patatas con crema —sugirió con una sonrisa en los labios.

La oferta era tentadora. Le hacía falta relajarse y compartir una cena decente en casa. Pia era una mujer estupenda, quizá demasiado buena para un hombre como él. No comprendía por qué lo seguía aguantando a pesar de su temperamento, de las horas que le dedicaba a su trabajo y, sobre todo, de sus infidelidades. Él sabía que estaba enterada, pero prefería no decirle nada, mucho menos reclamarle o pedirle que ya no la engañara. Muchas veces, Mikael se había preguntado la razón. Podía aventurarse a lanzar varias hipótesis como si de un caso de homicidio se tratase. Sin embargo, aun así, no había conseguido conocer el por qué de su actitud. Por lo pronto, el pastel de patatas con crema aparecía como una muy buena opción. Esa noche cenaría en casa con su esposa y haría un esfuerzo por no pensar en ninguna otra mujer.

Llegó a su casa cerca de las ocho, entró rápidamente y cerró la puerta. Venía calado hasta los huesos. Se quitó la chaqueta y la arrojó junto con las llaves del auto en una mesa. La sala estaba iluminada solamente por la luz de las velas; desde el equipo estereofónico le llegaba una suave melodía. Se pasó una mano por el cabello. Estaba exhausto. Para colmo de males, la investigación había llegado a un punto en el cual era difícil decir si estaban haciendo las cosas bien o mal. No había rastros aún del exnovio de Annete. Necesitaban encontrarlo, al menos para comprobar si era o no el padre del hijo que estaba esperando la vendedora de artesanías, porque, si las muestras de adn no concordaban, se agregaría un nuevo misterio a la causa. Además, estaba el crimen de Camilla Lindman. Hablaría con Karl y pediría una orden para revisar su oficina lo antes posible, también interrogaría a sus colegas de TV5, alguien tenía que saber algo.

Escuchó ruido en la cocina. Al parecer, Pia había cumplido su promesa y, seguramente, estaba preparando la cena para él. Subió las escaleras corriendo en dirección al cuarto de baño. Necesitaba con urgencia una ducha caliente. Bajó veinte minutos después. Pia se había esmerado realmente. En la mesa ratona del living, había colocado el mantel de lino que le había regalado su madre y una de las tantas velas perfumadas que coleccionaba y que compraba en Ålhéns. Desde la cocina, le llegó el olor a arenque frito y el aroma dulzón del pastel. Fue hasta allí y descubrió que ella también se había esmerado en su aspecto. La contempló desde la puerta, mientras sazonaba el pescado. Llevaba una falda de lana negra que ayudaba a disimular el sobrepeso acumulado en sus caderas y una camisa roja ajustada al cuerpo. Se volteó y le sonrió. Mikael descubrió entonces que ella también había echado mano a su lencería más sexy, ya que una porción de encaje negro asomaba por debajo de la camisa.

—¿Cansado?

Mikael le devolvió la sonrisa.

—Sí, y con un hambre de oso —le dijo con un ojo en la bandeja que ella estaba preparando.

—Puedes servir el vino si quieres, mientras tanto. —Se acomodó el cabello detrás de la oreja—. En seguida llevo la comida.

Una vez en la sala, Mikael abrió la botella de vino blanco que su mujer había enfriado para la ocasión.

Ella se acercó un par de minutos después con la cena lista y dejó la bandeja sobre la mesa. Al hacerlo, la camisa se le abrió y él se dio cuenta de que Pia lo había hecho deliberadamente. Resultaba evidente que tenía la intención de seducirlo esa noche. Respiró hondamente; en el último tiempo, Mikael creía que la única razón por la que su esposa lo buscaba en la intimidad era porque quería quedar embarazada. Suponía que, después de haberse enterado de sus tantas infidelidades, ya no sería tan grato para ella hacer el amor con él.

Disfrutó la cena. Estaba famélico y se devoró el pescado y el pastel en apenas unos cuantos minutos. Pia, en cambio, apenas había tocado el plato. Eso sí, se había bebido dos copas de vino. Extendió el brazo por encima de la mesa y tocó la mano de Mikael. Le acarició suavemente los dedos, mientras que, con la otra mano, se abría un poco más el escote de la camisa.

—Dime, Mik, ¿aún me deseas? —le preguntó clavándole la mirada.

Él tragó saliva.

—Sé que, a pesar de todo, sigues queriéndome, pero necesito saber si aún te gusto, si te excito como antes.

No le sorprendió tanto su pregunta, sino más bien su actitud. Sin duda, el alcohol la había desinhibido.

—Pia, eres una mujer hermosa, siempre lo has sido —respondió él mientras le sonreía. La quería, pero al mismo tiempo la engañaba y ni siquiera sabía exactamente por qué lo hacía. Le era muy difícil resistirse cuando una mujer realmente le gustaba. Si bien era cierto que, después de acostarse con otra, se sentía culpable, era algo que no podía evitar. Temía que, en cualquier momento, ella le echara en cara sus incesantes infidelidades y no tenía ánimos de discutir esa noche.

De repente, Pia se levantó del sillón y se acercó a su esposo. Lo empujó un poco hacia atrás y se montó encima de él, abriendo las piernas para ubicarse mejor en sus muslos.

—Tengamos un hijo, amor —le pidió.

—Pia… Ya hemos hablado del tema. —Le dolía que ella insistiera en quedar embarazada. Los especialistas le habían dicho que debía tomarse las cosas con calma, que el stress solo empeoraba la situación y hacía más difícil que pudiera concebir.

—Lo sé, pero hace tres años que estamos casados y lo deseo más que a nada en el mundo.

—Los médicos dijeron…

Ella no lo dejó continuar hablando. Levantó un poco sus caderas y le metió la mano dentro de los pantalones. Mikael sintió cómo su miembro reaccionó de inmediato ante aquel contacto, y, cuando Pia se acercó a su rostro y buscó sus labios, él la besó apasionadamente.

Unos minutos más tarde, la alzó en brazos y la llevó hasta la alcoba.

* * *

El primer día de trabajo de Lasse transcurrió tranquilamente. Greta le explicó el manejo del negocio, y no hubo necesidad de repetírselo. Había pensado en delegarle solamente tareas de inventario y catalogación, pero, ya que tenía experiencia como vendedor, decidió darle una oportunidad detrás del mostrador. Si se desempeñaba bien, Greta incluso podría tomarse, al menos, un par de tardes libres a la semana. La idea no le disgustaba en lo absoluto.

Al día siguiente, Lasse ya atendía a los clientes. Eso sí, bajo la atenta vigilancia de su prima que constataba que todo estuviese yendo sobre ruedas y que había tenido que reconocer que no lo hacía tan mal. Además, de a poco, el muchacho parecía dejar atrás la apatía en la que se había sumido desde la muerte de Annete. Incluso, Greta lo había visto echándole el ojo a una de sus clientes más regulares. Era una jovencita de unos veinte años aproximadamente; se llamaba Stella y le apasionaban los libros de misterio. Siempre visitaba la librería y buscaba las novedades. En el último tiempo, iba más seguido, exactamente desde que Lasse trabajaba en Némesis.

Una tarde, Stella entró a la librería acompañada de otra muchacha un poco mayor que ella y que vestía de manera casi escandalosa. La presentó como Karin, su hermana que, de inmediato, mostró interés por Lasse. Greta observaba todo desde un lugar apartado y le costaba mucho contener la risa. Resultaba evidente que las dos chicas habían puesto el ojo en el mismo hombre, aunque él parecía preferir a Stella. Después de bombardearlo a preguntas y comprar el último libro de Stieg Larsson, las hermanas se fueron.

Greta se acercó a su primo y no pudo evitar hacer un comentario al respecto.

—¿Simpáticas, verdad?

Él solo se encogió de hombros mientras ingresaba unos datos en el sistema informático.

—Stella está loca por ti, primo, pero parece que tiene una rival en su propia casa.

—¿Has visto cómo iba vestida su hermana? —preguntó de repente el muchacho.

—Sí, es bastante diferente a Stella, aunque creo que no es tan bonita como ella. ¿A ti cuál te gusta más?

—Nunca podría gustarme una mujer como Karin; se viste y actúa como una puta.

El comentario de Lasse dejó atónita a Greta. Era verdad que Karin usaba ropa provocativa y que parecía desenvolverse frente a los demás sin ningún problema, pero la manera en que su primo había llamado a la chica le pareció excesiva. Recordó el mensaje que le habían dejado en la pared de la librería. La palabra «puta» revoloteó en su mente durante unos cuantos segundos. Lasse se fue al depósito, porque tenía que reponer unos libros en el escaparate y la dejó sola, perdida en sus propios pensamientos.