CAPÍTULO 14

Lo primero que notó Greta apenas llegó a la casa de Mary fue que el cristal de la ventana ya estaba arreglado. También percibió que la mujer parecía haberse olvidado del hecho o que al menos le prestaba poco interés. Se preguntó qué diría Mary si le contara que, la misma noche que habían atacado su casa, alguien había escrito la palabra «puta» en el frente de la librería. Una vez más, prefirió quedarse callada para no alarmarla.

Sacó un ejemplar de la novela que habían empezado a leer la semana anterior. Se trataba de uno de los libros más reconocidos de la autora británica Lynda La Plante, cuyo título era Más allá de las sospechas. Había leído la novela un par de años atrás luego de comprarla en una pequeña librería perdida en los suburbios de Söderhamn y, de inmediato, se había dejado seducir por el estilo narrativo de la autora. Le gustaba el espacio del club como un lugar en el que compartir su gusto por determinados autores y, además, asegurarse una venta de ejemplares. Se sentó a esperar el café que Mary preparaba en la cocina después de haber rechazado toda ayuda. Luego, alguien llamó a la puerta. Esta vez, la dueña de casa aceptó ser auxiliada por Greta.

Se quedó muda durante unos cuantos segundos cuando se topó con Britta Erikssen. No la había visto desde el desagradable incidente —al menos para ella— en el Lilla Krogen, y no sabía qué actitud tendría la mujer de ahora en más.

—Buenas tardes. ¿Llego tarde? —preguntó espiando para ver si las demás ya se encontraban allí.

—No, Britta. Eres la primera, como siempre —le respondió con un dejo de sarcasmo en la voz, poco le importaba si la mujer se ofendía.

Britta entró en el recibidor, se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero.

—Supe que alguien arrojó unas piedras la otra noche y rompió los cristales de una de las ventanas —comentó con cara de desconcierto—. Pobre Mary, debió de asustarse mucho.

—Por fortuna no fue más que eso, un susto.

—Lo más probable es que solo fuese una travesura de algunos niños descarriados, cuyos padres están demasiado ocupados como para hacerles caso. Después se lamentan cuando sus hijos caen presos o algo peor. Ville ve muchos casos similares en la iglesia; él trata de ayudarlos, pero es muy difícil ayudar a alguien cuando no lo desea realmente.

Greta no dijo nada, solo asintió ligeramente. El discurso de Britta amenazaba con provocarle una jaqueca. Agradeció en voz baja cuando llegaron sus primas acompañadas de Ebba, las que, sin siquiera sospecharlo, la salvaron de seguir escuchando a la esposa del reverendo. Minutos más tarde, después de que Mary hubiera servido el café, se sumaron Hanna y Monika, Mia Magnusson y Linda Malmgren que, al igual que Britta, actuó como si nada hubiera sucedido en el bar. Selma no apareció. Greta comprendió el motivo de la ausencia: después de las miradas acusatorias que había recibido en el último encuentro, era previsible que no quisiera regresar. Hablaría con ella más tarde para ver si lograba convencerla de que no abandonase el club. No habían empezado aún, porque faltaba llegar Camilla Lindman. La reportera trataba de no perderse ninguna de las reuniones y, cuando no podía asistir, siempre avisaba. Greta tomó el teléfono móvil y la llamó a su casa. Nadie respondió. Quizá ya estaba en camino, por lo que decidió dar comienzo a la reunión.

—Bien, ¿leyeron los dos capítulos que les pedí?

Todas asintieron.

—Perfecto. —Paseó la mirada por las mujeres sentadas a su alrededor y se detuvo adrede en Linda Malmgren—. Dime, Linda, ¿qué puedes decirme de Anna Travis, el personaje principal de la novela?

La mujer dejó el libro sobre el regazo y se llevó las gafas a la cabeza.

—Anna es una joven investigadora que debe ganarse un lugar dentro de la policía. Como hija de un exmiembro del cuerpo, siente que debe probar a los demás y a sí misma que está capacitada para trabajar en el caso al que fue asignada —explicó la esposa del alcalde casi sin inmutarse.

—Muy bien, Linda. A ver tú, Hanna, ¿cómo es…?

—Perdón, pero no pude leer mucho, solo unos cuantos párrafos —se excusó antes de que su amiga le hiciera una pregunta.

—Está bien, no te preocupes, procura leerlos para la próxima reunión.

Después de un par de preguntas más, se tomaron una pausa para un pequeño refrigerio. Greta aprovechó para intentar comunicarse nuevamente con Camilla y preguntarle por qué no había asistido. No podía evitar sentirse inquieta: la reportera solía avisarle que no podía ir y en esa ocasión no lo había hecho. Ebba se le acercó apenas colgó el teléfono; parecía preocupada.

—Cariño, ¿tienes un minuto?

Greta le sonrió.

—Por supuesto, tía. ¿Qué sucede?

Ebba la apartó para que las demás mujeres no oyeran lo que tenía que decirle.

—Se trata de Lasse; me tiene bastante intranquila.

—¿Por qué?

—No es el mismo desde la muerte de Annete. Llega de la tienda y lo único que hace es encerrarse en su cuarto. ¡Ya ni con sus amigos sale!

—Tía, Lasse sentía un aprecio… especial por ella. Es normal que esté triste.

—Greta, sé exactamente lo que sentía mi hijo por ella. No soy ciega y lo conozco demasiado como para no darme cuenta de que estaba loco por esa muchacha. Pero hay algo más que lo tiene de esa manera. Incluso creo que está pensando en dejar la tienda. Me dijo que no le agrada Astrid, que no se siente cómodo con ella. Lo que yo creo es que ya no lo entusiasma trabajar allí porque no está Annete —aseveró Ebba angustiada—. La verdad, temo que mi hijo cometa una locura. Nunca antes lo había visto así, está deprimido y no sé qué hacer para sacarlo adelante, por eso me atreví a hablar contigo, cariño. ¿No cabría la posibilidad de que Lasse pueda trabajar para ti en la librería?

Greta no se sorprendió con el pedido, después de oír su relato tenía la ligera sospecha de que había acudido a ella no solo para desahogarse, sino también para requerir de su ayuda.

—Tía, la verdad es que me vendría de maravillas un par de manos extras en la librería, pero no puedo pagar mucho todavía. Apenas estoy recuperando el dinero que invertí y, por eso, no he contratado a nadie. —Tomó la mano de Ebba y le sonrió—. Sin embargo, y si Lasse acepta, me va a encantar tenerlo trabajando a mi lado.

Ebba la abrazó y la besó efusivamente en señal de agradecimiento.

—No te preocupes, yo lo convenceré. No creo que me cueste tanto, como te dije, ya no tiene interés en seguir trabajando en la tienda. Estoy absolutamente segura de que un cambio de aire le hará bien. Además, estará en familia y se sentirá contenido.

Greta esperaba que así fuera. Quería mucho a su tía y también sentía un gran afecto por Lasse.

—Dile que vaya a verme esta noche.

—Sí, cariño, lo haré. Muchas gracias de nuevo.

—De nada, tía.

Ambas se unieron a las demás para continuar debatiendo sobre la novela de Lynda La Plante hasta las tres y media de la tarde, hora en que estaba pautado el final del encuentro.

* * *

Lasse le dio la última pitada al cigarrillo y lo arrojó al suelo, sobre la nieve acumulada. Tenía que fumar afuera, porque dentro de la casa su madre se lo había prohibido terminantemente, aunque él ya no era un niño y muchas veces la desobedecía fumando en su habitación, cuando ella no estaba. Pero el olfato de Ebba resultaba casi infalible y siempre lo descubría. Por eso, había entendido que lo mejor era hacerlo en otro lado. Se subió el cuello de la chaqueta; luego, metió ambas manos en los bolsillos de los pantalones. Le había echado un vistazo al reloj apenas cinco minutos antes: aún era temprano. Sus ojos verdes se desviaron hacia la tienda de artesanías que ya había cerrado. Como todos los días, Astrid lo había saludado con cara agria y le había dicho que lo esperaba a la mañana siguiente puntualmente a las ocho. La mujercita, sin embargo, se llevaría una sorpresa: él no se presentaría. Ni siquiera le había dicho que ya no trabajaría para ella. Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios; se cansaría de esperarlo. Astrid no se merecía ni siquiera un poco de su consideración. Si lo había seguido teniendo a su servicio, había sido, simplemente, porque no tenía la más mínima idea de cómo manejar la tienda. Los primeros días lo había usado de muleta y ahora que sabía un poco más del negocio, podía darle una patada en el culo cuando le diera la gana. Eso él no iba a permitirlo. Prefería irse primero antes que pasar por semejante humillación. Su madre le había dicho que Greta podía darle trabajo en la librería y, aunque la idea no le agradase demasiado —pensaba que su prima hacía siempre demasiadas preguntas—, iba a aceptar la propuesta. Vio luces encendidas aún en la casa de Astrid; con certeza, estaría cenando sola en la cocina, mirando una novela por la televisión. Sin dudas, era patética, lo opuesto a su hermana. Dejó escapar un suspiro al recordar a Annete; no había un momento en el día en que no pensara en ella. La extrañaba demasiado. Sentía que su vida se había vuelto más gris de lo habitual desde que ella había muerto. Había perdido el interés por la tienda. Ya no tenía sentido seguir allí ahora que Annete no estaba más. Él la había amado profundamente y había tenido el privilegio de estar cerca de ella. Muchos en Mora pensaban que era un muchacho tímido, temeroso de acercarse a una mujer, pero estaba seguro de que esas mismas personas se sorprenderían si se enteraban de la verdad.

Cuando vio que Astrid apagó todas las luces de la casa, se echó a andar. Greta lo estaba esperando, y no quería llegar tarde para no tener un disgusto con su madre.

Subió por la escalera lateral porque la librería ya estaba cerrada. Tuvo que golpear un par de veces antes de que su prima, por fin, le abriera.

—Pasa, Lasse. —Lo condujo hacia la cocina donde estaba preparando la cena—. ¿Me acompañas a cenar? Eso sí, debo advertirte que no soy buena cocinera —le dijo mientras metía coles dentro de una cacerola.

Lasse se encogió de hombros.

—Claro —fue lo único que dijo.

Greta percibió cierta apatía en el tono de voz. Ebba tenía razón, ya no era el mismo muchacho. Siempre había sido algo tímido y retraído, pero, indudablemente, había algo más que lo atormentaba. La muerte de Annete parecía que le había pegado con fuerza. Lo invitó a sentarse y puso un plato más en la mesa.

—La cena estará lista en unos minutos; te esperaba más temprano.

—Sí, perdón por la demora.

—¿Tenías mucho trabajo en la tienda? —le preguntó mientras retiraba las albóndigas del fuego. Probó un pedazo para cerciorarse de que no se había olvidado de ponerles la sal. No quería pasar un papelón con su primo, a pesar de que le había avisado que la cocina no era su fuerte.

—No, desde que murió Annete, ya no viene tanta gente. Astrid es un poco seca con los clientes, nada que ver con su hermana. No creo que la tienda progrese con ella al mando. Por fortuna, no estaré allí para ver cómo se viene abajo en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Tan mal está la cosa?

Lasse asintió.

—No sé si tía Ebba te lo comentó, pero, al principio, no podré pagarte mucho. Necesito primero recuperar el dinero que invertí en la librería. Por eso, mi propuesta es que solo trabajes medio día, por las tardes, que es cuando más gente viene, ¿qué te parece?

—Me parece bien. En cuanto al salario, no te preocupes, me las arreglaré con lo que quieras pagarme. —Esbozó apenas una sonrisa y miró a Greta a los ojos—. Te agradezco la oportunidad que me das, ya no quería seguir en la tienda. No sin Annete.

Greta se sentó a la mesa y sirvió el vino para ambos.

—Lo superarás, primo, ya verás.

Él asintió.

—Supongo que puedes empezar mañana mismo. Deberé explicarte cómo funciona todo, pero no es muy diferente a la tienda de artesanías. Precisamente, tengo que abrir unas cajas con libros que me llegaron hace un par de días. Ya sabes, inventariarlos, catalogarlos y demás.

—Sí, puedo hacer eso mañana si quieres. ¿A qué hora te parece que venga?

—A las tres y media, así tengo tiempo para mostrarte dónde están las cajas y todo lo demás. —Se puso de pie y regresó a la mesa con la bandeja de albóndigas y coles—. Ahora vamos a cenar, me muero de hambre, ¿y tú?

Lasse se quedó callado de repente, como si estuviera perdido en sus propios pensamientos. En ese momento, se escuchó el parloteo de Miss Marple quien reclamaba atención desde la sala.

—Disculpa, iré a ver lo que quiere.

Él apenas le prestó atención.

Miss Marple, ¿qué es todo ese escándalo? —Se acercó a la jaula, el cuenco de semillas estaba lleno y aún había pedacitos de fruta que le había dado esa tarde. No estaba cantando Gimme, gimme, gimme, así que tampoco quería almendras.

—¡Greta, Greta, Greta! —la lora repetía su nombre una y otra vez, mientras se movía inquieta por todo el interior de la jaula. Abrió la puertita para que saliera. Miss Marple se subió en el respaldo del sofá. Ya no gritaba su nombre, pero era evidente que estaba nerviosa.

—¿Qué le pasa? —preguntó Lasse, parado en la puerta de la cocina.

Greta se volteó y se encogió de hombros.

—No lo sé, suele ponerse así de intranquila cuando hay algún desconocido o se avecina una tormenta. Descarto la primera opción, porque no es la primera vez que vienes a mi casa. —Miró a la lora nuevamente—. Miss Marple, cariño, ven aquí. —Estiró el brazo y lo dejó extendido para que ella se le subiera, pero el ave no le hizo el menor caso. Muy por el contrario, comenzó a andar por toda la sala sin detenerse—. Será mejor que la dejemos sola, ya se calmará —dijo finalmente resignada.

Cuando giró, se topó con su primo.

—Será mejor que me vaya; es tarde —le dijo al pasar junto a ella.

—Está bien, te espero mañana a las tres y media, entonces.

Él asintió con un leve movimiento de cabeza. Se dirigió hacia la puerta y se marchó.

Greta regresó a la cocina y vio que apenas había tocado la comida. Prefirió pensar que era porque no tenía apetito, y no, por su pésima reputación de cocinera.

Buscó a la lora y la encontró paseándose por el pasillo que conducía a la habitación. Se agachó, extendió el brazo y lo apoyó en el suelo. Esta vez, el ave sí se le subió encima. Greta le acarició el pico; inexplicablemente, parecía más calmada.

Se acostó después de las nueve, Miss Marple no había querido entrar en la jaula, y Greta la dejó en la habitación para que se entretuviera jugando con la alfombra. No había trascurrido mucho desde que había apoyado la cabeza en la almohada, cuando el teléfono móvil comenzó a sonar. La lora reaccionó en seguida y se subió a la cama.

—¡Greta, teléfono! ¡Greta, teléfono!

Ella tomó el aparato y se llevó dos dedos a la boca, señal que usaba para transmitirle a Miss Marple que debía cerrar el pico.

—¿Sí?

—¿Greta? Soy Camilla Lindman. ¿Te he despertado?

Se alegró de escuchar la voz de la reportera.

—No, acabo de acostarme. Te llamé un par de veces hoy a la tarde, pero no contestaste.

—Sí, disculpa. Sé que debí avisarte que no podría ir a la reunión de hoy, pero estoy en medio de una investigación muy importante y se me pasó llamarte. Estuve fuera de la ciudad por cuestiones de trabajo. Por lo que hoy no tuve más remedio que quedarme en el canal hasta las tantas. Apenas vi en la contestadora que me habías llamado, te respondí de inmediato.

—No te preocupes, Camilla. Espero contar con tu presencia en la próxima reunión, aún no decidimos dónde hacerla, pero te avisaré apenas sepa algo.

—Estupendo, trataré de estar libre para entonces. Estas últimas semanas han sido bastante caóticas; estoy detrás de un caso que, cuando salga a la luz, dará mucho que hablar.

Greta percibió el entusiasmo en la voz de la reportera; era evidente que hacía su trabajo con verdadera pasión. Le llegó el murmullo de un timbre desde el otro lado de la línea.

—Disculpa, debo colgar ahora. Estoy esperando a una persona y parece que ya llegó. Nos vemos, adiós.

Camilla colgó tan rápidamente que Greta no tuvo ocasión de despedirse de ella.

* * *

Jakob Lindman entró al apartamento que compartía con su esposa cuando aún no había amanecido. El avión que lo traía de regreso a Mora había aterrizado en el aeropuerto de Siljan una hora más tarde de lo previsto, lo que lo había dejado exhausto. Los viajes semanales que hacía a Arlanda se volvían cada vez más tediosos; lo único que deseaba era regresar a su hogar para compartir tiempo con Camilla. Últimamente, ella también estaba ocupada con una investigación que estaba llevando a cabo para su programa en TV5. Como solía suceder cada vez que trabajaba en un nuevo caso, se rodeaba de un gran hermetismo para preservar la información que obtenía. Ni siquiera a él, que era su esposo, le había contado qué estaba investigando exactamente.

«Te enterarás a su debido tiempo», le había dicho con aire de misterio; por lo que no tuvo más remedio que dejar de preguntarle. Arrojó la pequeña maleta de cuero encima del sofá y se aflojó el nudo de la corbata. El silencio que reinaba en el hogar —más allá de ser abrumador— resultaba reconfortante para él. Sobre todo, después de haber estado todo el día de reunión en reunión, moviéndose en taxi por Arlanda. Hacía tiempo que quería pedirle a su jefe que lo cambiara de sección. Ya estaba cansado de viajar y prefería trabajar detrás de un escritorio. Quizá le plantearía su petición en la próxima asamblea. Encendió la luz de una de las lámparas y fue hasta el mini bar para servirse un trago. Lanzó una fugaz mirada hacia las escaleras; era extraño que Camilla no hubiera ido a recibirlo. Probablemente, aún estaría agotada por el viaje a Rättvik, donde había tenido que ir a causa de su investigación. Dejó el vaso vacío y se dispuso a subir hacia la habitación. Una mancha en la alfombra le llamó la atención. Se acercó y comprobó, aterrado, que era sangre. Siguió el rastro de las pequeñas gotas hasta la puerta de la cocina que estaba entreabierta. La empujó y entró.

La escena aparecía terrible: sobre el piso, yacía su esposa en medio de un charco de sangre. Corrió hasta ella con la esperanza de encontrarla aún con vida, pero ya estaba muerta. La tomó de los hombros y la estrechó contra el pecho.

—¡Camilla! —gritó desesperado mientras sus ojos eran testigo de la masacre que se había desatado en la cocina. Había salpicaduras de sangre por todas partes. Alguien se había ensañado mucho con su esposa. La apartó un poco para mirarla y le costó reconocer el bello rostro de Camilla debajo de la sangre y los hematomas. Volvió a abrazarla; lloró con el rostro hundido en su cabello.

Sabía que debía llamar a la policía, pero necesitaba un momento a solas con ella antes de que la apartaran definitivamente de su lado.