CAPÍTULO 13
Greta redujo la velocidad cuando vio el tumulto en el complejo habitacional donde vivía Mary Johansson, una de las integrantes del Club de Lectura. Se asustó porque divisó una patrulla estacionada frente a la vivienda de la mujer. Detuvo el coche y se bajó de inmediato. Después de la muerte de Annete y de la desagradable experiencia sufrida la noche anterior, debía prepararse para lo peor. Respiró aliviada: Mary conversaba en uno de los pasillos laterales del complejo. Estaba acompañada por un chico adolescente que parecía ser su hijo. Se acercó y la saludó.
—Mary, ¿qué sucedió?
La mujer sonrió nerviosamente mientras se llevaba un cigarrillo a los labios.
—Alguien arrojó unas piedras a mi ventana y rompió los cristales —respondió tras darle una intensa pitada a su cigarro.
—¿Cuándo fue eso?
—Anoche. Klaas y yo estábamos terminando de cenar cuando sentimos el estruendo desde la cocina. —Se asió con fuerza al muchacho.
Greta no se sorprendió en lo absoluto. Supuso que la persona que había roto los cristales del apartamento de Mary había sido la misma que había escrito la palabra «puta» en el muro de la librería. Podía incluso aventurarse a afirmar que, al igual que ella misma y que Annete, Mary había sido víctima de alguien que reprobaba su conducta. La mujer trabajaba como camarera en un bar de poca monta junto a la carretera que llevaba a Leksand y, además, cargaba con el estigma de ser madre soltera. Dos detalles que posiblemente jugaran en su contra. Trató de calmarla. Le dijo que, si no se sentía bien, podían suspender la reunión del Club de Lectura que se había pactado para dentro de unos días, en su casa.
—No, Greta, no es necesario. Después de que la policía revise todo y se marche, llamaré a alguien para que arregle la ventana —le dijo Mary, sorprendiendo a Greta—. Estaré encantada de recibirte a ti y a las demás el lunes por la tarde.
—¿Estás segura? Podemos reunirnos en la librería.
—Sí, sí, no te preocupes. Esto no ha sido más que una travesura de algunos muchachos que no tienen otra cosa mejor que hacer. No son como mi Klaas —dijo pasando la mano por el cabello de su hijo.
Greta lo observó: era el vivo retrato de su madre. Cabello oscuro y ojos grandes almendrados. Parecía tranquilo, en vez de revoltoso y problemático como la mayoría de los chicos de su edad. Echó un vistazo a uno de los agentes que se encontraba junto a la ventana siniestrada. Greta tuvo la sensación de que el hombre estaba distraído, como si la denuncia por un cristal roto le importase muy poco. Reprimió el impulso de ir hasta él y decirle que no se trataba solo de un acto de vandalismo, pero no lo hizo. No conocía al oficial, aunque obviamente trabajaba en la misma estación de policía donde su padre era inspector, ya que era la única en la ciudad. No podía ir y hablarle de sus sospechas, no le haría caso. Por eso, se despidió de Mary y se marchó, porque se le hacía tarde para abrir la librería. En el trayecto habló por teléfono con Hanna; le pidió si podía quedarse a dormir con ella, al menos por un par de noches. Su amiga aceptó de muy buena gana, no solo para tranquilidad de su padre, sino también de la suya propia.
* * *
Mikael apartó la vista de la pantalla cuando vio a su jefe entrar a la oficina. Karl ni siquiera se había preocupado por llamar, y esa era una evidente señal de que estaba molesto con él. Se aclaró la garganta y se inclinó hacia atrás en la butaca.
—¿Qué necesitas?
Karl no le respondió. Avanzó hacia el escritorio y siguió de largo hasta la ventana que daba a la parte lateral de la comisaría. Metió ambas manos en los bolsillos de los pantalones en silencio.
Mikael no pudo evitar ponerse nervioso; sabía que la repentina y extraña presencia de Karl nada tenía que ver con el caso que estaban investigando, se trataba de algo más. Y creía saber lo que era.
—Karl…
El inspector Lindberg se volteó rápidamente y lo fulminó con la mirada.
—Dime una cosa, Stevic, ¿qué es lo que pretendes exactamente con mi hija?
Tragó saliva. Pensaba que iba a estar más preparado cuando ese momento llegase. No se sentía culpable por lo que había hecho; de todas maneras, sabía que iba a tener que rendirle cuentas al jefe.
—Karl, no pretendo absolutamente nada. Solamente invité a tu hija a tomar un café.
El inspector se alejó de la ventana y se plantó delante del escritorio.
—No me subestimes, muchacho. Te conozco demasiado bien a pesar de que solo llevas conmigo un par de años. Los rumores no te dejan muy bien parado. Sé que no pierdes oportunidad con cuanta muchacha se te ponga enfrente, pero no voy a permitir que Greta se convierta en un nombre más en tu lista de conquistas.
Mikael no iba a negarlo. Su fama de donjuán era bien sabida por todos; no era secreto para nadie que le era infiel a su esposa. Sin embargo, no lo hacía porque fuera una mala persona; simplemente, era un hombre débil, y esa debilidad, a veces, le costaba caro. Pia conocía su doble vida. Aun así, continuaba a su lado. Mikael ignoraba si lo hacía para guardar las apariencias o porque realmente lo amaba.
—Tuve ocasión de conocer a tu esposa. Me pareció una muchacha sensata e inteligente; por eso no entiendo qué hace con un tipo como tú. Eres un excelente policía, pero, como hombre, dejas mucho que desear —lo amonestó.
Karl le estaba hablando como un padre, no como un superior. Esa actitud, avergonzó más aun a Mikael.
—Reconozco que no soy el mejor de los sujetos, pero no voy a pedirte disculpas por haber salido con tu hija. Greta y yo solo somos amigos. Es más, ella se encargó de aclarármelo de inmediato —le explicó—. No tienes de qué preocuparte, no tiene ningún interés en enredarse con ningún hombre, mucho menos con uno como yo —añadió finalmente.
Karl le estudió el semblante. Quería creer en sus palabras, pero no podía confiar totalmente en él: Mikael estaba acostumbrado a tener a sus pies a la mujer que quisiera. Esperaba que su hija fuese lo suficientemente sensata como para no caer en la trampa. Karl sabía cómo separar los tantos: Stevic era uno de sus mejores elementos dentro de la policía y sentía aprecio por él; por otro lado, amaba a su hija y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para evitar que saliera lastimada.
—Mantente alejado de ella, y estaremos bien.
Mikael asintió.
—Hablemos mejor del caso: ¿hay alguna novedad del exnovio de Annete?
—No; la base de datos nacional no arrojó ningún resultado todavía —respondió más tranquilo, ahora que la conversación giraba en torno al trabajo—. Solo tenemos el nombre y una fotografía; esperemos que salte alguna información de un momento a otro. —Karl se sentó en la silla y respiró profundo.
—Sucedió algo anoche; no creo que esté relacionado con el caso, pero tengo mis dudas.
—¿De qué se trata?
—Alguien pintó en uno de los muros de Némesis la palabra «puta».
Mikael se quedó pasmado.
—¿Greta está bien? —fue lo primero que preguntó.
—Sí, durmió en mi casa anoche. Al principio, creí que solo se trataba de un acto de vandalismo, pero no sé…
—¿Piensas que está relacionado con el crimen de Annete?
—No lo sé, pero hay algo que me dijo mi hija el otro día que no me deja de dar vueltas en la cabeza.
—¿Qué es?
—Ella no cree que la muerte de Annete haya sido un crimen pasional. Si te pones a pensar, puede que tenga razón. No hubo violencia ni saña en su contra; fue algo planeado minuciosamente y hasta el último detalle, no se debió a una reacción del momento.
—Parece tener sentido la teoría de Greta, lo que nos deja con más dudas aun. ¿Qué motivo se escondía entonces realmente detrás del crimen?
El inspector Lindberg movió la cabeza hacia un lado y hacia el otro para mostrar su desconcierto.
—No lo sé. Sin embargo, el mensaje en la librería y el ataque al apartamento de Mary Johansson no parecen hechos fortuitos. Debe de haber alguna relación con el caso, y es lo que debemos averiguar.
Mikael estuvo de acuerdo con él. Quizá debía hablar con Greta y escuchar atentamente sus teorías. La primera vez que ella lo había buscado para exponerle su hipótesis sobre la muerte de Annete, apenas le había prestado atención. Si no hubiera sido por Nina, quien sí estuvo dispuesta a oírla, el caso aún continuaría cerrado. Sin embargo, Karl no podía conocer sus intenciones; estaba seguro de que si lo veía una vez más cerca de su hija, se le echaría encima.
* * *
Hanna estaba encantada de pasar unos días junto a su amiga. De algún modo, aquella situación le traía muy buenos recuerdos de cuando solían quedarse en casa de alguna de las dos a pasar la noche. Si bien el motivo que había llevado a Greta a pedirle a Hanna que se mudara con ella al menos por unos días, poco tenía de feliz.
Era la segunda noche que ambas amigas compartían, y, una vez más, se quedaron despiertas hasta las tantas. Greta, después de estornudar, se llevó un pañuelo desechable a la nariz. Hanna, recostada a su lado en la cama, la cubrió mejor con la manta y la contempló.
—¿Estás bien?
—Sí, es solo un resfriado —respondió Greta arrebujándose debajo de las sábanas. Hacía un par de días que no se sentía bien. Hasta ahora venía sobrellevando la situación con descongestivos y té de jengibre. Arrojó el pañuelo usado al suelo; tomó uno nuevo.
Hanna se quedó en silencio durante unos cuantos segundos, la televisión estaba encendida, pero ninguna de las dos le prestaba atención. Greta tuvo el presentimiento de que su amiga quería preguntarle algo y que, si no lo hacía, iba a reventar.
—Adelante —la instó—. Lo que sea que quieras saber, pregunta.
Hanna se sentó en la cama, se peinó el cabello hacia atrás con las manos y miró a la otra a los ojos.
—¿No has vuelto a ver a Mikael?
Greta negó con la cabeza.
—¿No tienes deseos de verlo? —insistió con otra pregunta.
—No; creo que lo mejor que puedo hacer es mantenerme alejada de él. Nunca debió invitarme a tomar ese café.
—Pero me has dicho que solo fue una salida de amigos.
—Aun así, debió decírmelo, ¿no crees?
—Sí, supongo que sí —convino Hanna—. Es realmente una pena que sea casado, ¿no te parece? ¡Con lo atractivo que es!
Greta hizo caso omiso al comentario. Además, no quería seguir hablando de Mikael. Los dos días que llevaba sin verlo, había tratado de no pensar en él. Le había costado, hasta Miss Marple parecía haberse complotado en su contra. La lora se había aprendido su nombre y no se cansaba de repetirlo una y otra vez.
—Creo que lo mejor que podemos hacer es dormir —dijo Greta girando en la cama y cubriéndose con la manta hasta la cabeza—. Buenas noches, Hanna.
La fotógrafa sonrió ante la actitud evasiva de su amiga: era más que evidente que no quería hablar. Apagó el televisor y luego la lámpara. Era tarde: a la mañana siguiente, debía estar antes de las ocho en el estudio para una sesión de fotos. Ya tendría tiempo más adelante para indagar en los sentimientos de su amiga.
El lunes, afortunadamente, Greta ya se sentía mucho mejor, por lo que la reunión del Club de Lectura se llevó a cabo sin ningún contratiempo. Había hablado por la mañana con Mary para confirmar que su casa estaba disponible. La camarera volvió a insistirle en que estaba encantada de poder recibirlas. Antes de colgar, le preguntó a Mary si tenía alguna novedad sobre lo ocurrido.
—La policía me dijo que no debo preocuparme. Están seguros de que solo se trató de un acto de vandalismo al azar. Según tengo entendido, la policía de Orsa anda detrás de una pandilla de muchachos que se dedica a cometer fechorías por toda la región —le explicó restándole importancia al tema—. Solo tuve mala suerte, es todo. Por lo menos mi hijo y yo no salimos lastimados.
—Sí, es verdad, no fue más que un susto. —A Greta le costaba creer que los autores de semejante hazaña fueran unos pandilleros. Los dos ataques habían sucedido la misma noche. El de Némesis había sido demasiado personal como para que hubiese sido perpetuado por unos muchachos que ni siquiera la conocían. No le mencionó nada a Mary para no inquietarla y se despidió de ella hasta esa tarde.
Después de cerrar la librería, se dedicó a adelantar un poco el inventario. Le habían llegado media docena de cajas de libros nuevos y, apenas, había abierto cuatro de ellas. Una hora después, le dio de comer a Miss Marple antes de tomar una ducha rápida. Se vistió más rápido aún y salió a la calle. Caminó con cuidado hasta el auto, porque se había acumulado una buena cantidad de nieve durante los últimos días, pero, por fortuna, esa misma mañana el pronosticador de turno había anunciado que tendrían buen tiempo al menos durante el resto de la semana.
Se paró junto al auto y desactivó la alarma. Estaba a punto de meterse dentro del Mini Cabrio, cuando una mano la sujetó del brazo. El corazón le saltó dentro del pecho y, hasta que no se volteó para ver quién era la persona que la había sorprendido, no pudo respirar.
—Mikael, ¿qué haces aquí?
Él le sonrió como si no hubiera pasado nada entre ellos, como si el hecho de que la hubiese invitado a salir siendo un hombre casado pasase a un segundo plano.
—Quería verte y hablar contigo.
Ella volvió a darle la espalda y se dispuso a subir al coche.
—No puedo hablar ahora, se me hace tarde.
Esta vez, Mikael impidió que ella se fuera para lo que cerró la puerta del automóvil.
—¿Qué haces? —lo increpó bastante molesta.
—Ya te dije que necesito hablar contigo.
—¡Y yo te dije que no puedo!
—Sé que estás enojada conmigo por no haberte dicho la verdad desde un principio, pero créeme que pensaba contarte que estoy casado; solo que no encontré el momento adecuado —se justificó.
—Tal vez, tenías que decirme algo así como: «Greta, no sé si lo sabes, pero tengo esposa». No es tan complicado, ¿no crees?
Mikael sabía que no sería sencillo acercarse a Greta para intentar hablarle.
—Lo siento, de verdad, pero, cuando salimos, lo hicimos como amigos.
—¿Y a una amiga no le dices que estás casado, que tu esposa se llama Pia y que es doctora?
Se sorprendió de que Greta supiera esas cosas de él, seguramente Karl se había encargado de ponerla al tanto de su vida.
—Iba a decírtelo.
En el rostro de Greta, se dibujó una sonrisa irónica.
—Apuesto a que sí. —Hizo una pausa y respiró resignada—. Mira, Mikael, dejemos las cosas así. Fue agradable tu compañía, la pasé bien y nada más. Sin embargo, muy a mi pesar, hay gente que piensa que cometí un pecado al salir contigo.
El teniente aprovechó que ella había sacado a relucir aquel tema para revelarle el verdadero motivo por el que la había buscado en ese momento.
—Lo sé, tu padre me contó lo que sucedió. De eso quería hablarte precisamente. Ocurrió un hecho similar esa misma noche…
—Sí —lo interrumpió Greta—. Alguien arrojó unas piedras a la ventana de Mary Johansson, una de las integrantes del Club de Lectura.
Mikael asintió.
—Leí el reporte del agente que se presentó en el lugar y dice que fue un acto de vandalismo cometido quizá por una pandilla que está asolando la región. Sin embargo, tanto tu padre como yo, no estamos del todo convencidos.
Greta sintió cierto alivio de saber que alguien compartía sus mismas ideas.
—¿De verdad?
—Sí. —Los ojos del teniente se desviaron hacia la librería en ese momento. No había rastros de la barrabasada que se había cometido en uno de los muros noches atrás—. Debió de ser una experiencia muy desagradable para ti —le dijo volviéndola a mirar.
—Al principio, no comprendí por qué alguien podía haber escrito semejante barbaridad sobre mí. Luego, me enteré por papá que estabas casado y todo comenzó a cuadrar.
—Continúa.
Greta agradeció en silencio su interés por escucharla.
—¿Recuerdas a las dos mujeres que saludé cuando nos íbamos del Lilla Krogen?
—Sí; la esposa del alcalde y la esposa del reverendo Erikssen.
—Ambas me miraron con mala cara cuando me vieron contigo. En ese momento, desconocía el motivo, pero es evidente que reprobaban el hecho de que estuviera con un hombre casado.
—Tiene sentido.
—No estoy acusando directamente a Britta o a Linda, porque no fueron las únicas personas que nos vieron esa tarde.
—¿No lograste ver a nadie la noche en que te dejaron ese mensaje en la pared de la librería? —No se atrevía a decir la palabra que habían usado para insultar a Greta injustamente.
—No, cuando salí ya no había nadie. Había unas cuantas huellas en la nieve, pero, a la mañana siguiente, habían desaparecido.
—¿No recuerdas de qué tamaño eran? ¿Pequeñas, grandes?
Greta negó con la cabeza, la verdad era que ni siquiera se había fijado.
—Estaba tan aturdida que no les presté atención; lo único que quería era quitar esa palabra ofensiva de la pared. Lo siento, sé que eliminé pruebas.
—No te preocupes. Con la nevada que se desató luego habría sido muy difícil obtener algún rastro. Karl me dijo que la inscripción fue hecha con tiza, lo que dificulta aun más dar con el culpable. Si hubiera usado aerosol habríamos podido rastrearlo; solo hay un lugar en Mora donde conseguirlo. En cambio, prefirió usar tiza, un elemento que pudo obtener en cualquier lado. Al menos, no consiguió su objetivo. No contaba con que tú te despertaras en medio de la noche y borraras su graffiti, con lo que impediste que todo el pueblo lo viera a la mañana siguiente.
—Sí; me desperté porque escuché un ruido y decidí investigar. Por tal motivo, creo que no puede ser casualidad que esa misma noche alguien atacara la propiedad de Mary.
—Al parecer, no. ¿Cuál es tu teoría?
Ella lo miró en silencio durante unos cuantos segundos. Estaba sorprendida.
—¿Realmente te interesa oírla?
—Por supuesto.
—Bien, te la voy a decir. —Se ubicó a su lado y se apoyó también sobre su coche para seguir hablando—. Creo tener una idea de por qué mataron a Annete. Mi hipótesis es la siguiente: ella llevaba una vida desenfrenada y, al parecer, eso ponía molesto a alguien. Si a eso le sumamos el graffiti que me dejaron después de haber sido vista contigo y el ataque que sufrió Mary Johansson, que trabaja de camarera en un bar de dudosa reputación y es madre soltera, no resulta descabellado pensar que el asesino mató a Annete para darle un castigo o algo parecido. Concuerdas conmigo en que el crimen no es pasional, ¿verdad?
Mikael asintió.
—Quien mató a Annete se aseguró de que todos creyéramos que había muerto por causas naturales. Se preocupó por esconder el verdadero por qué de su muerte. También creo que debió de pasar tiempo con ella antes de que muriera.
—Eso puede ser. Le inyectaron adenosina, provocando que su cuerpo se paralizara. Según los expertos, Annete debió de haber estado plenamente consciente durante su agonía. Tuvo una muerte lenta y dolorosa.
—Y el asesino se quedó a contemplar su obra hasta el final —sentenció Greta perdida en sus propios pensamientos. No podía imaginarse siquiera lo que debía de haber padecido la muchacha a manos de su victimario. Un escalofrío le recorrió la espalda.
—Tu teoría tiene sentido, pero no podemos descartar aún a Selma y a su esposo de la lista de sospechosos. Ambos tenían un motivo para acabar con la vida de Annete y se procuraron una coartada casi imposible de refutar. Seguimos también tratando de dar con el paradero de su exnovio; parece que se lo ha tragado la tierra desde que la abandonó, cinco meses atrás. Nuestra lista es demasiado corta, lamentablemente.
Greta, por su parte, estaba segura de que ni Selma, ni Henrik tenían que ver con la muerte de la vendedora de artesanías. Incluso, se atrevía a afirmar que August, el exnovio, tampoco. Si bien cualquiera de los tres podía tener un móvil para el asesinato, no tenían nada en contra de Mary Johansson o de la propia Greta, que estaba convencida de que los tres hechos se relacionaban estrechamente. Eso implicaba que la lista de sospechosos se reducía a cero.
—¿En qué piensas tanto? —le preguntó Mikael de repente, cuando se quedó callada.
Lo miró, le habría gustado seguir hablando con él sobre el caso, pero, si no se marchaba, llegaría tarde a la reunión en casa de Mary.
—Debo irme, estoy atrasada.
Mikael se apartó del coche para permitirle entrar.
—Fue bueno tener este intercambio de ideas contigo, deberíamos hacerlo más a menudo —le dijo él con una sonrisa en los labios.
Greta encendió el motor, puso ambas manos en el volante y alzó la cabeza para mirarlo. Para ella también había sido grato lanzar conjeturas con él y compartir opiniones. Sin embargo, no estaba segura de que volverlo a ver fuera la mejor de las ideas.
—Sí, fue interesante —reconoció a su pesar. Luego levantó la ventanilla y se marchó.