CAPÍTULO 12

Karl se llevó la jarra de cerveza a la boca y saboreó el primer trago como si fuera el último. Había poca gente esa noche en el pub, un ambiente ameno que disfrutaba cuando quería relajarse. Frecuentaba el Vantage Point desde hacía más de veinte años, cuando todavía era oficial raso y pesaban en su espalda menos problemas y responsabilidades. Ola, el dueño, lo conocía muy bien. Siempre reservaba para él la misma banqueta en un extremo de la barra. ¡Y que nadie osara sentarse en ella! Bastaba solo que Ola pusiera su cara de perro de riña para que alguien desistiera de ocupar el sitio del inspector Karl Lindberg.

La puerta se abrió y una gélida ráfaga de viento se coló dentro del Vantage Point; Karl alzó la mano en señal de saludo al ver que, quien había ingresado, era su amigo Lars Magnusson. Solían encontrarse allí de vez en cuando para disfrutar de un trago y charlar de los viejos tiempos. Sin duda, su tópico preferido era la pesca, ya que ambos se consideraban pescadores por naturaleza y de los buenos. A pesar de que ni Karl ni Lars tenían mucho tiempo libre para dedicarle a su hobby, siempre que se encontraban se pasaban el rato planeando jornadas de pesca para la época veraniega.

Lars se acercó y se sentó junto a su amigo.

—¡Cielos, está helando allí afuera! —se quejó mientras se restregaba las manos todavía con los guantes puestos.

—¿Cómo estás, Lars?

Lars Magnusson, abogado y ciudadano respetado de Mora, sonrió finalmente.

—Bien, Karl, bien. Hoy ha sido un día bastante cargado de trabajo. No veía la hora de escapar de la oficina para venir aquí y beberme un trago con mi viejo amigo. —Le hizo señas al barman de que le sirviera lo mismo que estaba tomando Karl—. ¿Sabes quién ha venido a verme hoy? Henrik Steinkjer.

Karl dejó la cerveza encima de la barra. Con una mano, acomodó el poco cabello que le cubría la frente hacia un costado. Luego miró a su amigo. No le sorprendía enterarse de que Henrik Steinkjer hubiera acudido a él. Seguramente, quería cubrirse las espaldas en caso de que volvieran a interrogarlo.

—Me ha dicho que sospechan que tiene algo que ver con la muerte de Annete Nyborg —comentó Lars con la intención de obtener información extra de su amigo.

Karl se dio cuenta de inmediato de lo que intentaba hacer el otro y fue bastante claro con él.

—No voy a discutir eso contigo, Lars, y lo sabes. ¿Has aceptado representarlo? —retrucó en cambio.

El abogado movió ligeramente la cabeza mientras bebía un trago.

—No todavía, pero es muy probable que lo haga. Según lo que me dijo, no tienen pruebas en su contra, solo suposiciones. Aun así, quiere contratar mis servicios.

—Me parece bien, está en todo su derecho de hacerlo. —Alzó la vista y miró hacia el reloj que colgaba detrás de la barra, era temprano para irse a casa—. Mejor hablemos de otro tema. Debemos volver al lago Vänern en primavera, mi hija me ha estado insistiendo en que debo tomarme unas vacaciones y creo que un fin de semana de pesca sería estupendo. ¿Qué dices?

—Cuenta conmigo. —Lars celebró la idea y brindó con él—. A propósito, ¿cómo está la pequeña Greta?

Karl lanzó una carcajada.

—¿Pequeña? ¡Si te oye te saca los ojos!

—Sí, sé que tiene su carácter. No la he visto desde el día de la inauguración de Némesis, pero he oído que le está yendo muy bien.

—Así es, se siente muy a gusto con la librería. Su pasión han sido siempre los libros, la heredó de su madre. —Karl hizo una pausa antes de continuar—. Lleva más de dos meses al frente del negocio, y nos está yendo muy bien.

—¡Cierto! Me habías comentado que eras su socio. Debo reconocer que tienes buen ojo para los negocios, amigo.

—En realidad, mi intención era ayudar a Greta sin que ella sintiera que estaba metiéndome en sus asuntos. De paso, puedo ahorrar un poco de dinero para cuando me retire.

—Aún falta mucho para eso —comentó Lars dándole una palmadita en el hombro a su amigo.

—No tanto, Lars. Tengo cincuenta y ocho años y cada vez está más cerca el día en que dejaré mi actividad —dijo sin poder evitar ponerse melancólico. Aquel era un asunto que evitaba tocar; no quería pensar en el retiro. Sin embargo, sabía que ese día llegaría tarde o temprano. ¿Qué haría entonces? Había sido policía casi la mitad de su vida; no sabía hacer otra cosa. No se imaginaba a sí mismo como un jubilado ocupándose de su huerto o mirando televisión todo el día. Esa no era vida para él. Si bien tendría más tiempo para disfrutar de la pesca y de su hija, no podía hacerse a la idea de que ya no sería policía. Dejó escapar un suspiro.

—Nos llega a todos, amigo —le dijo Lars para darle ánimos—. Yo quisiera poder ejercer hasta el día que me muera, pero me consuela pensar que podré estar más tiempo con mi familia y visitar a mis nietos cuando lo desee.

Karl asintió.

—Supongo que para la época en que te retires, tú también ya serás abuelo —manifestó Lars con una sonrisa en los labios.

—No lo sé. Greta está tan ocupada con la librería que apenas tiene tiempo para hacer vida social. Si sigue así, dudo que pueda ver crecer a mis nietos —lo dijo en son de broma, pero, en el fondo, le pesaba el hecho de que su hija no hubiera rehecho su vida sentimental aún. Temía que la sombra de Stefan Bringholm se lo impidiera.

—Yo no estaría tan seguro —comentó Lars con cierto tono misterioso.

Karl lo percibió, por eso preguntó:

—¿Por qué dices eso? ¿Sabes algo que yo no sé?

Lars pidió otra cerveza y apoyó ambos brazos en la barra.

—Antes de venir aquí, Mia me llamó por teléfono, me contó que se encontró en el centro con Linda Malmgren, que le dijo que había visto a tu hija esta tarde en el Lilla Krogen acompañada por un hombre.

Karl se quedó estupefacto ante aquella novedad.

—¿Un hombre? ¿Quién? —Esperaba que el canalla de Stefan Bringholm no hubiera venido hasta Mora a buscar a su hija.

Lars tragó saliva, sabía que lo que estaba por decir no sería del agrado de su amigo.

—Era el teniente Stevic. Según Linda, ambos la estaban pasando muy bien.

Karl apretó los puños con fuerza. Debía habérselo imaginado: después de haber encontrado a Greta y a Mikael charlando animadamente en su oficina, tendría que haber previsto que algo así podría suceder. Llamó al barman y pagó la cuenta.

—Lars, me marcho. Tengo un asunto que atender.

El abogado observó atentamente a Karl Lindberg hasta que traspasó la puerta del Vantage Point. Iba echando humo. Sin dudas, saber que Mikael Stevic estaba rondando a su hija lo había puesto de muy mal humor.

* * *

Greta abrió los ojos, sobresaltada. Se sentó en la cama en medio de la oscuridad y se quedó un rato en silencio, tratando de dilucidar si efectivamente había escuchado algo o solo había sido un sueño. Miró el reloj que tenía encima de la mesita de noche; las agujas fluorescentes señalaban las diez y cincuenta. Ahora solo podía oír el intenso latido de su corazón alterado. Trató de serenarse: no había por qué preocuparse. Podría haber sido el viento o alguien que pasaba por la calle. Sin embargo, necesitaba salir de dudas. Se levantó de un salto de la cama y buscó un abrigo dentro del armario. Estaba a punto de salir de la habitación cuando vio su viejo paraguas en el rincón. Sin dudarlo, lo tomó y lo convirtió en un improvisado objeto de defensa personal.

A medida que avanzaba por la sala, Greta aguzó el oído y trató de captar cualquier sonido extraño que le indicara que el ruido que había escuchado no era fruto de su imaginación o del viento que soplaba afuera.

Decidió pasar por la librería, porque estaba segura de que el sonido había venido precisamente de allí. Avanzó a ciegas. No quería encender las luces para no exponerse. Cuando llegó hasta la puerta, espió a través de la cortina americana hacia el exterior. No había nadie. Solo una vieja camioneta estacionada en la casa de enfrente. No nevaba. Había viento. Echó otro vistazo, aunque, desde donde estaba, no podía ver mucho. Sabía que tenía que salir, pero no se animaba. Tomó coraje. Había dejado las llaves en la puerta; la abrió y se asomó sigilosamente. Cerró los ojos, cuando una fuerte ráfaga de viento la empujó hacia atrás. Se llevó una mano al pecho y apretó su abrigo con fuerza. Fue entonces que distinguió unas huellas en la nieve. Abrió un poco más la puerta y siguió las pisadas para ver hacia dónde la llevaban. Lo que descubrió cuando alzó la vista la dejó estupefacta. Alguien había escrito con tiza la palabra «puta» en la pared de Némesis.

Olvidándose del frío, Greta salió y se alejó un par de metros de la puerta para poder visualizar mejor el ofensivo graffiti que, sin dudas, iba dirigido a ella. ¿Puta? ¿Por qué alguien la insultaría llamándola así? Cruzó ambos brazos sobre el pecho para paliar el frío y observó a su alrededor. En una de sus manos, todavía sostenía el paraguas. No podía dejar eso escrito allí; todos lo verían a la mañana siguiente. Se acercó y con la manga del abrigo quitó la tiza de la pared. Cuando terminó, solo quedó una mancha blanca borroneada. Acababa de eliminar evidencia; Greta se dio cuenta de ello demasiado tarde. Entró rápidamente a la librería y cerró con llave. Podía tratarse solo de una broma de adolescentes. Sin embargo, y sin saber exactamente por qué, llamó a su padre y le preguntó si esa noche podía dormir en su casa.

Karl las recibió a ella y a Miss Marple cerca de la medianoche. Greta no le había querido contar mucho por teléfono sobre su repentino pedido de cobijo; por tal motivo, fue imposible librarse de su interrogatorio. Karl empezó a acribillarla a preguntas apenas ella puso un pie dentro del salón.

—Lo más probable es que haya sido una travesura de algunos chicos ociosos —supuso Greta un poco más calmada. Estaba tratando de restarle importancia al asunto, sobre todo para no alarmar a su padre más de la cuenta.

Karl negó con la cabeza.

—No lo creo; si bien hemos tenido algunos actos de vandalismo, los mismos suelen ocurrir en la temporada alta, cuando Mora se llena de turistas. —Karl se sentó al lado de su hija y le apretó la mano con fuerza cuando se dio cuenta de que estaba temblando, y no de frío precisamente. La notó asustada—. Dime, ¿por qué alguien escribiría eso en la librería?

—No lo sé, realmente no lo sé…

Karl percibió que ella le estaba ocultando algo.

—¿Estás segura, hija?

Greta lo miró con sus enormes ojos azules. No dijo nada.

—¿No tendrá que ver con tu salida de esta tarde?

De repente, ella se puso demasiado nerviosa; quedó en evidencia frente a su padre.

—¿Cómo te enteraste? —se animó a preguntar.

—Mora es una ciudad demasiado pequeña como para que algunas cosas no se sepan, hija. Lamentablemente, hay mucha gente con la mente cerrada y, sobre todo, ávida por los chismes.

Greta lo sabía. No debería sorprenderle tanto que su padre hubiera escuchado sobra la salida con Mikael. Lo que no entendía era qué tenía que ver eso con el graffiti agraviante que alguien había escrito en el muro de la librería.

—Mikael me invitó a tomar un café, nada más. No veo qué pueda tener de malo que lo haya hecho —se justificó Greta—. Tampoco creo que una inocente salida sea motivo para que alguien escriba semejante barbaridad…

—Hija —Karl se vio obligado a interrumpirla—, nada justifica lo que hicieron, pero no todos pueden ver con buenos ojos que salgas con él: es un hombre casado.

Greta soltó bruscamente la mano de su padre y se puso de pie. Hizo unos pasos y se detuvo delante de la chimenea. Contempló el fuego durante unos cuantos segundos en completo silencio. Fue Karl quien habló.

—Se casó hace poco más de tres años. Incluso conozco a su esposa: se llama Pia y es doctora.

Greta lo escuchaba atentamente, aunque no se atreviese a mirarlo a la cara. Seguía sin poder creer lo que acababa de decirle. ¿Casado? ¿Por qué demonios no se lo había dicho? Si lo hubiera hecho, jamás habría aceptado salir con él. Pero había actuado como una tonta. Se había dejado llevar por su encanto y sus propios deseos de salir para pasar un buen rato. Se había equivocado; en realidad, ambos lo habían hecho. Él, por no haber sido sincero desde el principio; y ella, por haber sido una estúpida ilusa. ¿Tenía que venir su padre y abrirle los ojos? ¿Tan ciega había estado con respecto a Mikael? Apretó los dientes y giró. No tenía caso lamentarse por algo que había terminado aun antes de que comenzara.

—Lo siento, cariño, pero tenías que saberlo. —Karl se acercó a ella y la asió por los hombros.

—No te preocupes, papá; has hecho bien en decírmelo.

—Debí contarte de inmediato que estaba casado. Sobre todo, después de que lo vi haciéndose el galán contigo en mi oficina. Él tiene fama de donjuán, tendría que haber supuesto que intentaría acercarse a ti. —Tomó el rostro de su hija por la barbilla y añadió—: por fortuna, has abierto los ojos a tiempo, cariño. Lo mejor que puedes hacer es alejarte de un hombre como él.

Greta asintió. Su padre tenía razón. Alejarse de Mikael Stevic era lo mejor que podía hacer de ahora en adelante.

Esa noche, se dejó contener por Karl. Él le preparó una taza de chocolate caliente y la arropó como cuando era una niña. Por primera vez en mucho tiempo, necesitaba sentirse cuidada y contenida.

No volvieron a mencionar el nombre de Mikael, tampoco hablaron del desagradable acontecimiento que la había llevado hasta allí.

Cerca de las dos de la madrugada, y bajo la atenta mirada de Karl, Greta logró conciliar el sueño por fin.

* * *

A la mañana siguiente, se despertó temprano. No supo si era por lo sucedido la noche anterior o porque había dormido en su vieja cama después de mucho tiempo, lo cierto era que, desde que había abierto los ojos, una terrible idea atormentaba su mente. Pensó en la muerte de Annete y en el mensaje que alguien le había dejado en el muro de la librería. Comenzó a tejer la posibilidad de que ambos hechos estuvieran relacionados de alguna manera. Aunque pareciera una locura, si lo meditaba con calma, podía tener razón.

Se sentó en la cama, con ambas manos se cubrió el rostro. Luego miró hacia la ventana, a través de las cortinas corridas pudo ver los copos de nieve balanceándose por efecto del viento. Había vuelto a nevar, lo que significaba que las huellas de pisadas de quien se había atrevido a insultarla en medio de la noche, habían desaparecido. Por si fuera poco, ella se había encargado de borrar el mensaje para que nadie pudiera verlo. Ahora comprendía la magnitud de lo que había hecho. Ya no existía evidencia alguna para poder dar con el autor de semejante fechoría. Suspiró profundamente; cerró los ojos por un instante. Había algo más que la inquietaba, y era su teoría sobre el asesinato de Annete Nyborg. Estaba convencida de que la muerte de la muchacha no tenía nada que ver con un crimen pasional; su victimario no había sido un amante despechado o una esposa en busca de venganza. La vendedora de artesanías había sido asesinada por otro motivo más siniestro.

Greta se apoyó en el respaldo de la cama; se cruzó de brazos para cavilar sobre aquel asunto que la intrigaba. En su mente, comenzó a trazar una lista de ideas que, poco a poco, fueron tomando forma.

Annete tenía fama de ser una mujer fácil, le gustaba enredarse con hombres casados que satisfacían todos sus caprichos. Había tenido un novio que, de repente, la había dejado y había desaparecido. Greta creía saber el motivo de ese abandono; era muy probable que August se hubiera enterado de la clase de vida que llevaba su novia y no lo hubiera soportado. Después estaba el embarazo: Henrik Steinkjer, su amante de turno, no era el padre del hijo que estaba esperando, lo que significaba que la vendedora de artesanías se había metido con otro hombre. Seguramente, uno que también estaba casado y que podía brindarle los lujos a los que ella estaba acostumbrada. No supo exactamente por qué, pero pensó entonces en su primo Lasse: él estaba interesado en Annete, se lo había contado; sin embargo, también le había dicho que habían discutido cuando ella lo rechazó. Era previsible: Lasse estaba muy lejos de su target, ya que no contaba con los medios necesarios para mantener el extravagante estilo de vida de la joven. Greta seguía creyendo que Annete no había sido víctima de un crimen pasional. Ese razonamiento la llevó a descartar a los principales sospechosos con los cuales contaba la policía: Henrik y Selma, quienes, a simple vista, parecían ser los únicos con un motivo de índole pasional. Si, como pensaba, había un amante secreto involucrado en toda aquella trama, desconocer su identidad era un paso atrás en la hipótesis. Trató de ver todo el asunto desde otra perspectiva y, para ello, volvió a concentrarse en Annete: una mujer joven y seductora, carente de escrúpulos a los ojos de mucha gente por atreverse a relacionarse con hombres casados de la comunidad. Los habitantes de Mora, especialmente las mujeres, seguramente la tildarían de «puta». El mensaje escrito en el muro de Némesis ahora cobraba mayor fuerza. Comenzó a creer realmente que ambos hechos podían estar relacionados: ella misma había sido vista en un bar tomando un café con un hombre casado. En ese momento, recordó las miradas cargadas de reproche de Britta Erikssen y Linda Malmgren. La actitud recriminadora de ambas mujeres al verla en compañía de un hombre casado cobraba sentido. Podía incluso ponerse en el pellejo de Annete: debía de haber recibido el mismo mal trato hasta el día de su muerte.

Britta y Linda la habían mirado con malos ojos, pero Greta podía jurar que no habían sido las únicas. Muchas personas habían sido testigo de su salida con Mikael. Todos probablemente conocían su estado civil. Cualquiera podía tener un motivo para asesinar a Annete y ensañarse con Greta.

Unos golpes en la puerta la sacaron de sus cavilaciones.

—Buenos días, cariño. ¿Cómo amaneciste? —Karl entró en la habitación y se acercó hasta la cama para darle un beso en la frente.

Ella cerró los ojos y sintió que, al menos, durante unos pocos segundos, el tiempo había retrocedido. Se vio a sí misma con diez años, con un padre cariñoso y protector quien la arropaba por las noches y la despertaba con un beso en las mañanas. Deseó con todas sus fuerzas quedarse en ese pasado en el que su madre aún vivía. Descubrió que solo era una quimera cuando abrió los ojos y vio el semblante preocupado de Karl.

—Buenos días, papá —lo saludó y trató de sonreír.

—El desayuno está listo. Vístete que te espero abajo.

—¿Qué hora es? —preguntó mirando en dirección a la ventana.

—Es temprano aún, tenemos tiempo de desayunar juntos antes de que abras la librería.

Greta asintió y se levantó de un salto de la cama.

—Hija —la detuvo Karl antes de que entrara en el cuarto de baño—, quiero que te quedes aquí, conmigo. No me gusta nada lo que sucedió anoche. Creo que, para mayor seguridad, deberías considerar la posibilidad de regresar aquí.

Greta rozó el brazo de Karl.

—Papá, no creo que sea necesario —lo tranquilizó. En ese momento, se dio cuenta de que comentarle lo que acababa de descubrir sería un gran error.

—No voy a estar tranquilo sabiendo que la persona que escribió eso en tu casa puede regresar y hacerte algo peor.

—No creo que esa sea realmente su intención; si hubiera querido hacerme daño, podría haberlo hecho sin ningún problema. Lo único que quería era que todo el mundo viera su obra por la mañana. Quería que todos supieran que soy una puta.

—Ni siquiera menciones esa palabra, cariño. —Karl apretó los puños. Sentía mucha impotencia por haber permitido que su hija pasara por semejante experiencia.

—Es lo que esa persona cree que soy, papá —dijo Greta escondiendo la cabeza entre los hombros. Toda aquella situación la estaba abrumando.

—De todos modos, me gustaría que te quedaras. Al menos, hasta que todo esto termine.

—No, papá. Si tanto te preocupa mi seguridad, le puedo pedir a Hanna que se mude conmigo por unos días —le sugirió.

Karl asintió después de pensarlo durante unos segundos. Comprendió que sería imposible convencer a su hija de que regresara a vivir con él.

—Está bien, que Hanna se quede contigo. —Volvió a darle un beso en la mejilla—. Te espero abajo, cariño.

Greta se metió al cuarto de baño. Mientras se duchaba, no paraba de pensar. Estaba segura de que había descubierto el verdadero motivo que se escondía detrás del crimen de Annete. Solo le faltaba saber quién había sido capaz de acabar con su vida.