CAPÍTULO 11

Greta se sorprendió esa noche, mientras cenaban, porque su padre le comentó los pormenores de la investigación por la muerte de Annete sin que ella tuviera que sonsacarle nada. No supo si aquella generosidad informativa se debía al delicioso barsac que le había llevado de regalo o al plato suculento de arenque fermentado —preparado por Ebba—, sin embargo, no le importó por qué él le contaba lo que quería saber, simplemente lo escuchó con atención.

—No hay pruebas firmes en contra de Selma, aunque todas las sospechas apuntan hacia ella. —Karl se metió en la boca un trozo de pescado y lo saboreó bien antes de continuar hablando—. Tiene un motivo, y ambos sabemos muy bien cuál fue. También tiene acceso a la droga con la que fue envenenada Annete. Solo nos falta saber si tuvo la oportunidad de cometer el delito. Antes de que llegaras, hablé con Nina.

Greta lo observó detenidamente cuando nombró a su compañera; no notó nada fuera de lo normal al referirse a ella. Suspiró aliviada.

—¿Qué te dijo?

—Interrogó a Selma sobre la noche en la que Annete fue asesinada. Henrik le brindó la coartada perfecta: dijo que ambos estaban juntos en casa mirando televisión.

—Y eso es muy difícil de ser comprobado o refutado —aseveró ella, quien seguía creyendo en la inocencia de Selma, a pesar de las sospechas de la policía.

—Así es; además, no sabremos los resultados del adn realizado al feto hasta dentro de un par de días. Apuré a los del laboratorio, pero es imposible obtenerlos antes. ¿Qué piensas tú, hija? ¿Crees que Henrik es el padre de ese niño?

—Lo dudo, realmente. Si él hubiera sido el padre, ¿por qué Annete deseaba alejarse de él?

—Quizá porque Selma se había enterado del romance que tenía con su esposo y la conminó a que se alejara de él —retrucó.

—No; la carta en donde Henrik le reclamaba a Annete que ella lo estaba evadiendo fue enviada antes de que Selma visitara a Annete en la tienda —adujo Greta frunciendo el ceño—. Debería de haber algo más que hizo que Annete deseara terminar la relación con él.

Karl sonrió: era increíble la capacidad de deducción que poseía su hija. Admiraba su inteligencia, pero, sobre todo, se sentía fascinado por sus razonamientos.

—¿Qué hay del exnovio? —preguntó Greta mientras se servía otra copa de vino.

—Conseguimos una fotografía suya gracias a Hanna y la introdujimos en la base de datos nacional. Sin embargo, si el sujeto no tiene antecedentes criminales, será difícil hallar información sobre él. Solo sabemos el nombre y que vivía en una aldea vecina, nada más.

—Quizás él sea el padre del niño que Annete esperaba. Sé que se marchó mucho tiempo antes y que los cálculos no dan, pero pudo haber regresado a verla. Ese pudo haber sido el motivo que la llevó a alejarse de Henrik, tal vez querían darse una segunda oportunidad.

—Y Henrik se enteró y por eso la mató. —Karl terminó la frase. De inmediato, se dio cuenta de que su hija no pensaba lo mismo.

—Papá, sé que vas a despotricar en mi contra y a decir que estoy obnubilada por los libros, pero, si el asesino hubiera sido Henrik, ¿crees que la habría matado de esa manera? Si el móvil eran los celos, si el amante despechado no podía aceptar el hecho de que ella lo dejara por otro, habría acabado con su vida de una manera más salvaje, más cruel. Habría habido odio y pasión al momento del ataque. En cambio, no hubo nada de eso; es más, el asesino se preocupó demasiado por cubrir sus huellas y en querer hacernos creer a todos que la víctima murió por culpa de un corazón enfermo.

Karl escuchó la teoría de su hija con interés. No estaba del todo equivocada; comenzaba a creer que tenía razón.

—Si no fue ni Selma, ni Henrik; entonces ¿quién? ¿Quién tenía un motivo para matar a Annete?

Ella guardó silencio. Lamentablemente, no había pensado una hipótesis, mucho menos una respuesta a la pregunta que acababa de plantearle su padre. Solo de una cosa estaba segura: Annete no había muerto víctima de un crimen pasional. El asesino había previsto hasta el último detalle, controlando la situación desde el primer momento. No había sido un crimen improvisado fruto de un arranque de ira; en esa muerte había habido premeditación y alevosía; y, sobre todo, una mente fría y calculadora.

Dos días después, se enteró por la misma Selma de que el padre del hijo que estaba esperando Annete no era Henrik. Las muestras de adn no coincidían. Aquel importante descubrimiento le había devuelto la sonrisa a la enfermera. Greta podía entender su alivio: ya no era la esposa-engañada-cuyo-esposo-había-embarazado-a-otra sino solamente la esposa-engañada. La etiqueta seguía siendo igual de infame. Sin embargo, al parecer, Selma estaba más tranquila. De todos modos, ese nuevo vuelco en la investigación podía perjudicar a su marido. El hecho de que la vendedora de artesanías estuviera embarazada de otro hombre le daba un motivo muy fuerte para querer matarla. Claro que esa era la teoría que barajaba la policía, no Greta. Sabía que ahora no solo vigilarían a Henrik de cerca, sino que pondrían más empeño en encontrar al exnovio de Annete para comprobar si el hijo que esperaba era de él.

* * *

El jueves, Greta decidió aprovechar las tres horas que le quedaban libres por la tarde para hacer limpieza en la casa, ya que en la librería estaba todo en orden: el balance al día, los nuevos ejemplares ubicados en los estantes y los libros que debía devolver embalados en sus cajas. Colocó un disco de abba en el reproductor de cd para su propia delicia y la de Miss Marple, a quien había sacado de la jaula a fin de que hiciera un poco de ejercicio. Se puso un pañuelo en la cabeza con que cubrirse de la suciedad. Empezó por la alcoba; corrió la cama para quitar el polvo que se había acumulado debajo y retiró las sábanas para lavarlas. Mientras tanto, la lora se mecía alegremente encima de la cómoda bailando al ritmo de Mamma Mia.

Salió al pasillo y arrojó las sábanas al suelo; bajaría luego y las metería dentro de la lavadora. Llenó una cubeta con agua y detergente en el baño, y se dispuso a lavar los cristales de la ventana de la habitación. En primer lugar, quitó las cortinas. Las dejó en el suelo del pasillo junto a las sábanas sucias.

Media hora después, con la música que seguía retumbando por toda la casa, la algarabía se hizo más estridente cuando empezó a sonar la canción favorita de Miss Marple. Greta la encontró paseándose frente al espejo que tenía en el tocador. Se tomó un respiro y, rápidamente, convirtió la escoba que sostenía en la mano en un improvisado micrófono; entonó las estrofas de Gimme, gimme, gimme con pasión, acompañada por la lora, que hacía las veces de coro.

De repente, antes de que la canción terminara, se escuchó un fuerte golpe. Greta se detuvo de inmediato. Quizás, había sido solo el viento, pero, cuando escuchó el estruendo por segunda vez, se dio cuenta de que alguien estaba llamando a la puerta. Miró el reloj: apenas habían pasado quince minutos de las dos. No esperaba a nadie o, al menos, eso recordaba. No apagó el reproductor de cd, solo bajó el volumen y salió de la habitación rumbo a la sala. Antes de abrir, espió discretamente a través de la ventana que daba a la calle; vio un Volvo estacionado junto a su coche: era un móvil de los que usaba la policía.

Se acercó a la puerta. La persona que estaba del otro lado golpeó una vez más. Greta sabía de quién se trataba. La verdad era que, a pesar incluso de sí misma, había estado esperando que aquella visita tuviera lugar tarde o temprano. Podía no abrir, aunque quedaría como una tonta: la música había revelado que se encontraba en casa y no tenía más remedio que atender al visitante.

Respiró y puso la mano en el pomo de la puerta. Exactamente diez segundos después, abrió y se topó con un Mikael sonriente.

—Hola, ¿he venido en un mal momento? —preguntó al contemplar su atuendo.

Greta entonces se quitó de un manotazo el pañuelo que llevaba en la cabeza y se acomodó el cabello. Debía de estar hecha un desastre. Tenía la certeza de que era por eso que él se estaba riendo.

—Estaba haciendo un poco de limpieza general.

—En muy buena compañía, por lo que puedo escuchar —comentó en alusión a la música de abba que seguía sonando.

—Sí. En realidad, es el grupo favorito de Miss Marple, y, de vez en cuando, me gusta complacerla —le explicó. Cuando se dio cuenta de que Mikael seguía en el umbral de la puerta, le hizo señas para que entrara.

¿Miss Marple?

—Sí; ella adora las canciones de abba. Su favorita es Gimme, gimme, gimme —le contó Greta con una sonrisa en los labios—. Me la canta siempre que tiene hambre.

Él, curioso, miró hacia la habitación de donde salía la música. No sabía que Greta viviera con una amiga; Karl solo le había comentado que se había mudado al apartamento ubicado encima de la librería.

—¿Te gustaría conocerla?

—Sí, por supuesto —respondió un tanto confundido. Observó a Greta alejarse hacia la habitación de donde provenía la música para regresar segundos después con un ave encima del hombro.

—Mikael, te presento a Miss Marple —le dijo conteniendo las ganas de reírse. Era evidente que él estaba sorprendido.

—Es un periquito.

—No, no la ofendas. Miss Marple es una lora gris africana. Es una raza extremadamente inteligente, capaz de imitar la voz humana de manera extraordinaria. Muchas veces, usa las palabras y sonidos en cierto contexto. Por ejemplo, si cada vez que le das de comer una banana le dices antes: «No sacudas la cabeza», ella puede decirte lo mismo a ti cuando quieras comerte una banana.

Mikael escuchó atentamente la explicación de Greta, digna de un documental del Discovery Channel y, luego, le pidió disculpas por haber llamado «periquito» a su lora gris africana.

—¿Qué dices, cariño? ¿Lo perdonamos? —le preguntó Greta, fingiendo seriedad. Luego enroscó el dedo en la pata de Miss Marple y la posó lentamente sobre el hombro de Mikael. Él se puso nervioso, pero, cuando el ave comenzó a juguetear con el cuello de su sweater, se tranquilizó.

—Parece que te perdonó —dijo Greta observando complacida la escena.

—¿Y qué hay de ti? ¿Me has perdonado?

Ella tardó en responderle.

—Supongo que, si Miss Marple, que fue la ofendida, lo hizo, yo también debo perdonarte.

—¡Estupendo! ¿Aceptas tomar un café conmigo entonces?

Greta no supo qué decirle o qué hacer. Podía contestarle simplemente que no podía porque debía terminar con el aseo, pero no guardaba esperanzas de que Mikael se conformase con esa respuesta.

—¿Qué dices? Creo que te mereces una pausa; además, se trata solo de salir a tomar un café —insistió él mientras trataba de evitar que Miss Marple diera con su oreja—. No te estoy pidiendo que seas mi novia o que te cases conmigo —agregó en son de broma.

Greta tragó saliva. Él tenía razón. Después de todo, era solo eso: salir a tomar un café. No tenía nada de malo si aceptaba; sin embargo, había algo que la frenaba, que le impedía decir que sí abiertamente. Por eso, creyó que era mejor aclarar las cosas antes de que se complicaran. Podía pecar de precavida o exagerada, pero debía hacerlo.

—Mikael, quizás te va a parecer insólito lo que te voy a decir, pero quiero ser franca contigo. —Se detuvo para respirar—. En este momento de mi vida, no deseo involucrarme con nadie; la relación con Stefan fue bastante difícil, y estoy bien así como estoy.

Listo, ya lo había dicho.

Mikael le sonrió.

—Greta, no te preocupes, mi intención es solo invitarte un café. Una salida de amigos, nada más —le dijo para tranquilizarla.

Ella se mordió el labio inferior mientras seguía pensando qué hacer. Mikael parecía ser sincero y, aunque le costara reconocerlo, tenía deseos de salir y beberse un café para variar. Por primera vez, comenzaba a tomar en cuenta los consejos de Hanna. Necesitaba hacer vida social. Desde que había llegado a Mora, la librería y el Club de Lectura ocupaban todo su tiempo. Sus salidas en calidad de visita se podían contar con los dedos de la mano.

—Está bien, acepto; pero necesito cambiarme antes. ¿Puedes quedarte con Miss Marple mientras tanto? Si molesta, solo la llevas a la jaula que está en la cocina.

—Ve tranquila, yo me quedo con ella —le respondió mirando de reojo a Miss Marple, que parecía encantada con el pequeño cierre metálico de su sweater.

Greta corrió hasta la habitación, se frenó de golpe cuando vio la cubeta con agua junto a la ventana y la cama fuera de sitio. Mientras buscaba en el armario qué ponerse, no pudo evitar sentirse un poco culpable por dejar todo tirado. Sabía que esa noche cuando entrase a su habitación y se encontrara con aquel desastre, lo primero que haría sería arrepentirse por haber accedido a salir con Mikael. Apartó aquellos pensamientos negativos de la mente. Había decidido seguir el consejo de su amiga; por una vez en la vida, dejaría el trabajo y las preocupaciones de lado.

Todo el mundo necesita divertirse de vez en cuando, se dijo al mismo tiempo que contemplaba su atuendo en el espejo. Recogió el abrigo y el bolso, y abandonó la habitación en dirección a la sala. No encontró a Mikael allí. Fue hasta la cocina porque estaba segura de que él no había tenido más remedio que colocar de regreso a Miss Marple en la jaula. Sin embargo, cuando entró a la cocina, se sorprendió de verlo inclinado encima de la mesada, tratando de enseñarle su nombre a la lora.

—Mi-ka-el, repite conmigo, Mi-ka-el.

Greta se quedó observando aquella tierna y divertida escena. El ave apenas parecía prestarle atención ahora; solo caminaba de un lado al otro de la mesada sin pronunciar palabra alguna.

Él se dio vuelta cuando se dio cuenta de que ya no estaba solo.

—Estaba intentando enseñarle a decir mi nombre —dijo un tanto desilusionado—, pero parece que no tiene interés en aprenderlo.

—No es eso, debes darle tiempo. Apenas te conoce —le explicó comprensivamente.

Mikael saludó por última vez a Miss Marple. Observó atentamente a Greta que la metió en la jaula y le dio una almendra.

—Regreso en un rato, cariño. —Se volteó y, con una sonrisa en los labios, preguntó a Mikael—. ¿Nos vamos?

El lugar elegido por el teniente Stevic para llevarla fue el coqueto resto-bar Lilla Krogen. Ella se sorprendió cuando vio que él estacionaba el Volvo frente al distinguido local. Sabía de sobra que, si uno no tenía reserva, era muy difícil conseguir una mesa. Lo miró de soslayo y, luego, se atrevió a preguntarle:

—¿El Lilla Krogen? Será imposible encontrar una mesa.

—No te preocupes, la nuestra está reservada —le soltó con el rostro impasible.

Greta abrió la boca, estaba atónita. Al parecer, él estaba más que confiado de que ella aceptaría su invitación a salir.

Él prefirió sonreír y no decir nada.

Cerca de las dos y media, ingresaron al lugar. Como era de preverse, estaba lleno. Había desde adolescentes inquietos amontonados en las mesas más alejadas, hasta parejas de ancianos que elegían aquel tradicional sitio para pasar una tarde agradable. Mikael sorprendió a Greta al tomarla de la mano y conducirla hacia una de las mesas que estaban desocupadas. Un camarero se les acercó de inmediato y, cuando él le dijo su nombre y que tenía reserva, el muchacho los invitó a sentarse y les entregó el menú. Ella ni siquiera se molestó en hojearlo, solo pidió un capuchino con chocolate. Él ordenó solo café negro.

—¿Habías venido ya a este lugar? —le preguntó al ver que ella observaba a su alrededor con curiosidad.

—Solo en un par de ocasiones, antes de irme a vivir a Söderhamn. Mi restaurante favorito es el de Claras; solíamos cenar allí papá, mamá y yo. —Se le hizo un nudo en la garganta cuando recordó aquellas cenas en familia de su niñez—. ¿Y tú?

—Es mi sitio favorito después de Santaworld —respondió divertido.

Ella tuvo que reírse. ¿Santaworld?

—No te rías. De niño, me encantaba ir y visitar la casa de Santa, montarme encima de los renos…

—¡No sigas! ¡Te creo!

—Incluso, en una ocasión, cuando tenía siete años gané un concurso y me disfrazaron de duende.

Greta tomó la taza de capuchino caliente que acababa de dejar el camarero sobre la mesa y bebió un sorbo. No le era difícil imaginarse a Mikael como un tierno y encantador niño de rizos rubios vestido con el típico traje de duende de Santa. Ella había ido también en varias oportunidades, sobre todo en la época de Navidad, cuando el parque estaba en su máximo esplendor. En una ocasión, uno de los renos se había encabritado tanto que ella se asustó y salió corriendo a buscar a sus padres. Tardó unos cuantos minutos en encontrarlos. Aquel incidente fue uno de los más traumáticos de su infancia, hasta pesadillas con el reno tuvo después de ese día. Por supuesto, ese detalle peculiar y vergonzoso no se lo mencionó a Mikael. Tenía ganas, en cambio, de hacerle algunas preguntas sobre la investigación por el asesinato de Annete; sobre todo, si habían encontrado finalmente al exnovio. Lo último que le había dicho su padre era que continuaban buscándolo. Estaba a punto de hacerlo cuando la puerta se abrió y vio entrar a Britta Erikssen y a Linda Malmgren. Greta alzó un brazo y las saludó con la mano. Sin embargo, ellas apenas le dirigieron la mirada. Se sorprendió por la actitud de las mujeres, era más que evidente que la habían visto. ¿Por qué motivo, entonces, la ignoraban de aquella manera, como si no la conocieran? Las siguió con la mirada, mientras se acercaban a una mesa cerca de la ventana. Britta se quitó el abrigo y se sentó de espaldas a Greta; a Linda, en cambio, podía verla de frente y no le gustó nada la expresión de su rostro. ¿Qué podía tener en su contra la esposa del alcalde? Se había portado siempre amablemente con ella en las reuniones del Club de Lectura. ¿Y Britta? ¡Si hasta se había dejado convencer y fue a la iglesia con ella! ¿Por qué ahora le hacían aquel desaire? Tuvo ganas de levantarse de la silla y acercarse a las dos mujeres para comprobar si tenían el coraje de ignorarla cuando la tuvieran cara a cara. ¿Acaso había hecho algo mal y no lo recordaba? Por más que le diera vueltas en la cabeza, no podía encontrar una sola razón para justificar la actitud de Britta y de Linda hacia ella. En un momento dado, la esposa del reverendo se dio vuelta disimuladamente y la miró: tenía una mirada amonestadora, cargada de reproches. Britta hizo un gesto con la mano mientras conversaba con Linda, que señaló hacia su mesa. Greta comprendió entonces que estaban hablando de ella.

—¿Sucede algo? —le preguntó Mikael al percibir la tensión en su rostro.

Ella volteó la cabeza y lo miró.

—Nada, solamente estaba un poco distraída.

Él no le creyó, desvió la vista en dirección hacia donde ella había estado mirando y descubrió a dos mujeres en una de las mesas. Sabía quiénes eran: Linda Malmgren, la esposa del alcalde; y Britta Erikssen, devota esposa del reverendo Erikssen además de jefa de voluntarias del hospital Lassaretts. Sabía también que ambas mujeres pertenecían al Club de Lectura, ya que, al asistir al mismo club que Annete Nyborg, sus nombres habían surgido durante la investigación.

—¿Te molestaría que nos fuéramos? —Greta le echó un vistazo al reloj, aún faltaba para abrir Némesis, pero deseaba salir de allí cuanto antes. No porque la presencia de Mikael la inquietase; muy por el contrario, descubrió que le agradaba su compañía. Quería irse por una razón muy diferente: ya no soportaba las miradas subrepticias y acusatorias de Britta Erikssen y Linda Malmgren.

Él la complació y pidió la cuenta. Cuando enfilaron hacia la puerta, Greta decidió pasar por delante de la mesa que ocupaban las dos mujeres. Se detuvo adrede y, con una sonrisa de oreja a oreja, dijo:

—¡Britta, Linda: qué sorpresa!

Las dos se miraron una a la otra, luego volvieron a posar sus inquisidores ojos sobre la muchacha.

—Hola, Greta. ¿Cómo estás? —la saludó Linda sin esbozar siquiera una sonrisa.

—¡Estupendamente! —dijo y tomó al teniente Stevic del brazo—. Les presento a Mikael, un amigo.

—Señoras… —las saludó él haciendo un gesto con la cabeza.

—Ya nos conocemos —dijo Britta mientras se limpiaba la boca con una servilleta de papel.

—Así es.

—Bueno, solo quería saludarlas antes de marcharme. No se olviden que la próxima reunión es en casa de Mary Johansson, el lunes, a las tres.

—No lo olvidaremos. —Britta por fin le sonrió pero era obvio que solo lo hacía para no desentonar con su imagen perfecta de mujer devota y miembro respetado de la comunidad.

Greta entró al coche y se dejó caer en el asiento. Lanzó un bufido.

—¡Vaya par de arpías! —comentó Mikael mientras encendía el motor.

Asintió. Eso eran Britta y Linda exactamente.

Un par de arpías.