CAPÍTULO 10

Mikael le entregó el reporte forense a su jefe.

—Ya no quedan dudas. Annete fue asesinada. Se hallaron restos de adenosina en las vísceras. Los del laboratorio explicaron que es una sustancia que se metaboliza rápidamente y que provoca que el corazón de una persona se detenga. Afortunadamente, aún quedaban algunos vestigios en el hígado y podemos confirmar que fue envenenada. Hay algo más: después de que llegaron los resultados del examen toxicológico, Frederic se puso a buscar marcas de pinchazos y halló uno. La muchacha tenía una punción debajo del cabello, cerca del oído derecho.

Karl miró el informe solo por encima, le bastaba la explicación que acababa de darle el teniente.

—¿Qué hay del hijo que esperaba? ¿Se obtuvo un perfil de adn del feto?

El más joven asintió.

—Apenas me des la orden, le tomaremos una muestra a Henrik Steinkjer para hacer una comparación.

—Sí, me parece bien. Sin embargo, hay algo más importante que debemos resolver primero: lo del envenenamiento. ¿Qué más te dijo Frederic? —No tenía ganas de ponerse a leer el reporte.

El otro se sentó y cruzó las piernas.

—La adenosina es una sustancia que se usa en medicina para tratamientos cardíacos. Según me dijo, es una droga bastante peligrosa si no se suministra adecuadamente. Se utiliza en los hospitales, pero solo bajo estricta supervisión médica. La cantidad que se encontró en el cuerpo de Annete supera altamente la dosis permitida.

El inspector Lindberg se llevó una mano al mentón, los ojos azules se le habían fijado en un punto imaginario.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó Stevic.

—Selma Steinkjer es enfermera. No solo tenía fácil acceso a la droga, también tenía un motivo muy poderoso para querer asesinar a Annete Nyborg.

—Un motivo más fuerte que su esposo, probablemente —adujo Mikael siguiendo el razonamiento de Karl.

—Sí, debemos averiguar dónde estaba en el momento en que Annete fue asesinada. —Hizo una pausa—. Hay otra cosa que necesitamos confirmar. Si efectivamente ella tuvo acceso a la adenosina. Si, como dices, se usa bajo estricta vigilancia médica, quizá no esté al alcance de todos como pensamos. ¿En qué hospital trabaja?

—En el Lassaretts.

—Bien, creo que será mejor que tú mismo te encargues de investigar en el hospital. Yo enviaré a Nina a interrogar a Selma.

—Perfecto, iré ahora mismo.

Karl lo observó marcharse y luego posó su mirada sobre la fotografía de su hija. No podía creer que Greta hubiese tenido razón desde el principio. Sacudió la cabeza y tomó el retrato.

«Qué buena policía hubieras resultado, hija», pensó mientras de sus labios escapaba un suspiro lastimero.

* * *

Lasse giró cuando escuchó la puerta de entrada abrirse. Aún faltaban unos minutos para cerrar. Se sorprendió al ver a su prima en la tienda de artesanías. Ella lo observó mientras él hablaba por teléfono. Se dedicó a recorrer el lugar y, de inmediato, quedó encantada con una pequeña pieza en escala de un dalahäst, el famoso caballito de madera pintado y tallado en un rojo intenso que se fabricaba desde hacía siglos en la vecina aldea de Nüsnas. Miró el precio y, aunque le pareció un poco caro, decidió llevarse uno. Se acercó al mostrador. Cuando terminó de hablar por teléfono, se lo dio para que lo envolviera.

—¿Cómo estás? —le preguntó, mientras él buscaba un bonito y vistoso papel para su nueva adquisición.

—Bien; la tienda no es lo mismo sin Annete, pero, al menos, me mantengo ocupado. —Apartó la vista del caballito de madera y miró disimuladamente el reloj—. ¿Ya has cerrado la librería?

—No; dejé a mi amiga Hanna a cargo. De todos modos, con este temporal de nieve no viene mucha gente a esta hora.

—Sí, tienes razón.

—¿Y Astrid no está?

—Regresó a Hagfors a cobrar un dinero que le debían en su antiguo trabajo.

—Menos mal que te tiene a ti —dijo ella con una sonrisa.

Lasse solo asintió mientras terminaba de envolver la compra.

Greta también se había quedado callada de repente, sopesando mentalmente cómo haría para preguntarle sobre el encuentro con su jefa fuera del ámbito de la tienda y en el que se los había visto en medio de una discusión.

Le entregó el paquete que ella pagó. Ya no tenía una excusa valedera para quedarse, sobre todo cuando había dejado a Hanna sola en la librería.

—Lasse, esta mañana me he enterado de algo que tiene que ver contigo y con Annete.

El muchacho se puso rígido, apartó la mirada. Greta percibió su repentino nerviosismo.

—Alguien los vio unos días antes de su muerte discutiendo en un coche, ¿eso es verdad?

—¿Quién te lo dijo? —quiso saber él mirándola nuevamente a los ojos.

—Eso no importa; pero, dime, ¿es verdad? ¿Tuvieron una discusión?

—Sí —respondió por fin.

Greta no pudo evitar angustiarse ahora que lo había confirmado.

—¿Por qué no me lo mencionaste cuando fuiste a verme y me contaste lo de Selma?

Él titubeó unos segundos antes de contestar.

—Porque no tenía importancia. Discutimos por una tontería.

—¿Una tontería? ¿Qué hacían fuera de la tienda? Creí que no se frecuentaban fuera de aquí.

—Esa tarde, Annete me llevaba de regreso a casa. Yo le pedí que se detuviera porque quería hablarle. —Hizo una pausa y respiró hondamente—. Le confesé que la quería, pero ella solo se rio en mi cara. Me dijo que nunca se fijaría en alguien como yo. Me enfurecí: nadie antes me había humillado de esa manera. Sin embargo, luego comprendí que no era su culpa si no me quería. Ella tenía razón: yo soy un don nadie y, por si fuera poco, tampoco podía brindarle la vida que ella estaba acostumbrada a vivir. No te lo conté, porque fue un momento bastante desagradable que prefiero olvidar.

Greta descubrió entonces que los sentimientos de Lasse hacia Annete eran mucho más profundos que una simple atracción. Notó también que él aún no había superado el rechazo. Ella podía comprender su dolor, pero dudaba de que la policía lo hiciera.

—No tuve nada que ver con esa muerte si es lo que estás pensando. ¡Te lo juro! —dijo al verla demasiado tiempo callada.

Ella le tocó la mano y le sonrió.

—Lo sé, no tienes que jurarlo. Pero creo que debiste mencionárselo a mi padre cuando hablaste con él. La policía puede enterarse como me enteré yo, y a tu tío no le va a gustar saber que le has mentido.

—No le mentí, solo guardé silencio sobre lo sucedido esa tarde —replicó un poco más calmado.

No quería asustarlo, pero, si la discusión con Annete llegaba a oídos de la policía, su primo podía pasarla muy mal. Aun así, no se sintió con el derecho de aconsejarle que dijera toda la verdad. Él ya era mayor de edad y sabía muy bien lo que hacía. Además, estaba segura de que no tenía nada que ver con la muerte de la muchacha. Solo había sufrido un desplante. Nada más.

Se despidió no sin antes pedirle que saludara a sus tíos y primas de su parte y corrió hasta la librería. Encontró a Hanna sentada en el sillón Chesterfield leyendo una de las tantas novelas de Agatha Christie que formaban parte de su colección privada. Greta le echó un vistazo a la portada para saber de cuál se trataba. Era El caso de los anónimos. Se quedó contemplando a su amiga un buen rato antes de abrir la boca. Parecía estar más que concentrada, aun cuando la campanilla de la puerta había sonado al entrar ella.

Hanna levantó la vista del libro y le sonrió.

—Interesante historia —comentó dejando la novela sobre el regazo.

Greta asintió.

—Es una de sus mejores novelas. —Se acercó a su amiga y se dejó caer en el sillón de al lado—. La trama es apasionante, y Miss Marple resuelve dos asesinatos de manera magistral. Una de sus frases es: «La mayoría de los crímenes son tan sencillos. Y este lo era… completamente cuerdo, natural y comprensible».

—¿Cómo haces para recordar esas cosas? Yo llevo leyendo la novela desde hace más de veinte minutos. Apenas recuerdo el nombre de la víctima.

—Cuando se tiene pasión por algo, todo es mucho más sencillo.

—¿Me lo prestas? Me han entrado ganas de saber quién es el asesino.

—Por supuesto, llévatelo. Puedes quedarte con él todo el tiempo que quieras, yo ya lo leí trece veces —le dijo resuelta mientras se levantaba del sillón para dirigirse al mostrador.

La fotógrafa abrió los ojos como platos.

—¿Trece veces? ¡Ahora entiendo por qué tienes tan poca vida social!

Greta se dio vuelta y la fulminó con la mirada.

—¡No empieces con ese asunto otra vez!

—¡Está bien, está bien! —Se recostó encima del mostrador y tomó uno de los señaladores con el logo de Némesis para marcar la página donde había dejado la lectura—. A propósito, el otro día vinieron a verme dos policías. Un hombre y una mujer. La verdad es que reparé más en él que en ella —dijo soltando una risotada.

Greta fingió hacer poco caso a las palabras de su amiga, aunque podía adivinar a quién se estaba refiriendo.

—Mikael es muy apuesto, no me lo habías mencionado. Aunque creo que lo olvidaste a propósito. —Hanna miró a su amiga y estudió su reacción.

—Si mal no recuerdo, te hablé de él solo en una ocasión y no tenía sentido mencionar si era apuesto o no —retrucó creyendo que saldría airosa de aquella situación. Pero la fotógrafa no pensaba desistir.

—A mí me encantó. Me conoces y sabes que él se adapta perfectamente a mi tipo de hombre ideal: rubio, alto, ojos claros, cuerpo atlético. ¡Ah, y no puedo olvidarme de que porta una placa y un arma! Siempre me atrajeron los hombres armados.

No podía adivinar si Hanna estaba hablando en serio o solo jugando con ella. Sin embargo, en ese momento, no tenía ganas de hablar de su hombre ideal. Mucho menos, si ese hombre ideal era Mikael Stevic.

La fotógrafa percibió la inquietud en su amiga y decidió cambiar de tema.

—¿Has tenido novedades sobre la muerte de Annete?

—Papá ordenó finalmente que exhumaran los restos para practicarle una segunda autopsia. No he estado con él aún, por lo que desconozco los resultados.

—Pero, conociéndote, supongo que no tardarás en ir a verlo para saber más.

—Iré esta misma noche. Con la excusa de cenar con él, le preguntaré sobre la investigación. No lo hago solo por la vendedora de artesanías, sino también por Selma. Creo en su inocencia y temo que la policía no. Es una mujer frágil. Me atrevería a decir incluso que de muy poco carácter. Aun cuando la infidelidad de su esposo le da un motivo fuerte para haberlo hecho, no la imagino como una criminal.

—Yo tampoco creo que haya sido capaz de asesinarla. ¿Sospechas de alguien más?

Por una milésima de segundo, la imagen de su primo le vino a la mente. Aunque no creía posible que él tuviera que ver con el crimen.

—Sé que la policía está investigando a August, su exnovio —comentó Hanna.

—Nadie lo ha visto en Mora después de la ruptura con su pareja. Su paradero actual sigue siendo un gran misterio.

—Según lo que me dijo Annete el día que fue a retirar las fotos, él fue el que la abandonó.

—Y, después de eso, se volvió invisible. Creo que el tal August se cansó de los caprichos de Annete. Quizá, no podía satisfacer sus necesidades y decidió dejarla. Sabemos que ella no tardó en encontrar una solución a sus problemas. Sedujo a Henrik Steinkjer e hizo con él lo que quiso. Luego, seguramente, encontró a otro tonto a quien engatusar y dejó a Henrik. —Se detuvo cuando se dio cuenta de que estaba hablando mal de una muerta.

—¿No se sabe aún quién es el padre del hijo que Annete estaba esperando?

—Es algo que le preguntaré a papá esta noche cuando cene con él.

* * *

Nina tuvo que llamar a la puerta de los Steinkjer más de cuatro veces antes de que le abrieran. Se preguntó por qué habían tardado tanto en responder. A través de una de las ventanas, se podía ver el reflejo de las velas encendidas. La casa parecía estar en completo silencio. Había temido que su visita fuera en vano, pero, afortunadamente, se equivocó. Fue precisamente Selma quien le abrió y la invitó a pasar. Nina percibió de inmediato que su presencia no resultaba grata. Fue conducida hasta una pequeña habitación ubicada en la antesala, a la que la luz de las velas le daba un aspecto más bien tétrico. El mobiliario consistía en un par de sillones y vitrinas antiguas de diversos tamaños desperdigadas por todo el lugar. Parecían ser piezas de colección.

—Siéntese —le indicó la mujer con frialdad.

Nina se ubicó en donde le habían señalado.

—Creí que había hablado ya con la policía, que había quedado bien en claro que el incidente con Annete no había tenido nada que ver con su posterior muerte —dijo sin mostrar un ápice de emoción, aunque Nina percibió que, por dentro, se estaba muriendo de miedo.

—Han surgido nuevas pistas y por eso he venido a verla, Selma. La segunda autopsia realizada al cuerpo de Annete comprueba que fue asesinada.

La aludida emitió un tenue gemido que la sargento alcanzó a oír.

—¿Asesinada?

—Sí, alguien le inyectó adenosina. Supongo que, al ser usted enfermera, está familiarizada con el término —comentó Nina para estudiar su reacción.

—Por supuesto, sé lo que es y para qué se usa —respondió sin darse cuenta de que, con su respuesta, solo se estaba implicando.

—Debo presumir, entonces, que la sustancia está a su alcance en su lugar de trabajo.

La señora Steinkjer se quedó en silencio.

—Dígame, Selma. ¿Dónde estaba la noche del quince de enero?

—Estaba conmigo.

Henrik apareció en ese momento. Se acercó a su esposa, se sentó a su lado y le tomó la mano con fuerza. Nina notó que la mujer había estado a punto de quebrarse, pero que la oportuna llegada de su marido lo había evitado. Parecía irreal contemplar cómo la pareja se apoyaba mutuamente. Delante de aquella escena casi perfecta, era difícil imaginar que él había engañado a su esposa con una mujer más joven. Mucho menos, que ella hubiera tenido el coraje para ir a hacerle una escena a esa amante.

La policía miró a Henrik.

—¿Está seguro?

—Por supuesto, esa noche Selma y yo cenamos temprano para poder mirar The Killing en el Canal 4 —le informó.

La sargento Wallström desvió la mirada a la enfermera.

—¿Usted lo confirma?

La mujer asintió con un leve movimiento de cabeza. Nina se dio cuenta de que Selma estaba bajo la influencia de su esposo. Por lo tanto, sería difícil comprobar que la coartada fuera cierta. Se estaban cubriendo uno al otro, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Además, la ley privilegiaba la relación conyugal: la declaración de un esposo en contra del otro no serviría de nada en una corte. Sintió, en ese momento, que la investigación se estancaba en un gran bache. Esperaba que Mikael tuviera más suerte en el hospital. Quizás alguien la había visto cerca del lugar donde se guardaba la adenosina. Eso si la fortuna estaba de su lado. Igualmente, todavía le quedaba algo por hacer. Para ello agradecía la oportuna aparición de Henrik.

—Señor Steinkjer, necesito su consentimiento para tomarle una muestra de adn.

Soltó la mano de su esposa de inmediato y se agitó.

—¿Para qué?

—Para compararla con el adn extraído del feto. Debemos comprobar o descartar que el hijo que estaba esperando Annete fuera suyo —respondió mientras sacaba del bolsillo de su chaqueta el kit de extracción de adn que le había entregado Frederic esa misma tarde—. Será sencillo y no le dolerá; solo tiene que abrir su boca.

Henrik se puso de pie, parecía que no estaba dispuesto a colaborar.

—Puedo hacerlo por las buenas o por las malas. Le aconsejo lo primero. No querrá que lo lleve hasta la comisaría cuando podemos hacerlo tranquilamente aquí —le advirtió Nina quitando el hisopo de algodón del recipiente de plástico que lo contenía.

—Está bien, adelante. Haga lo que quiera.

La policía se acercó a él y le pidió que abriera la boca. Luego, le pasó el hisopo por la parte interna de las mejillas y lo guardó en su sitio.

—Muchas gracias, señor Steinkjer.

No le dijo nada, solo regresó a sentarse junto a su esposa.

—¿Hay algo más que podamos hacer por usted? —preguntó Selma entonces.

—No, gracias. Debo retirarme ahora.

—¿Cuándo, cuándo podré saber si…?

—¿Si el hijo que esperaba la señorita Nyborg era suyo? —Nina terminó la pregunta por él—. En unos días, seguramente. No se preocupe, se le notificará el resultado.

Acto seguido, se marchó de la casa de los Steinkjer con un gesto de preocupación en el semblante. No había obtenido nada relevante que permitiera avanzar en la investigación. Solo quedaba analizar el adn de Henrik. Una pregunta le surgió entonces: ¿qué sucedía si, efectivamente, el hijo era suyo? La pista de otro posible hombre en la vida de Annete podría perder peso, y les quedaría un solo rumbo por seguir.

Selma.

Si no podían desbaratar la coartada de la enfermera, sería muy complicado resolver el caso.