CAPÍTULO 9

Cuando Nina se presentó en la propiedad de los Steinkjer, se encontró con la novedad de que Selma estaba fuera de la ciudad visitando a su madre y no regresaba hasta el lunes. Le molestaba perder tiempo valioso en la investigación. Se lo comentó a Mikael, pero no había más remedio que aguardar el retorno de la enfermera. Mientras tanto, decidieron indagar más sobre el exnovio de Annete. Solo sabían que se llamaba August, pero Nina recordó que Greta le había dicho que su amiga Hanna le había tomado una foto antes de que el joven desapareciera. Esperaban que la fotógrafa aún conservase el negativo. Por eso, a media mañana, ambos policías decidieron hacerle una visita.

Llegaron al estudio de fotografía en el momento en que la fotógrafa estaba revelando unas copias en el cuarto oscuro. En la era de la fotografía digital, ella prefería seguir trabajando a la vieja usanza. Cuando salió, se sorprendió de verlos.

—Buenos días, Hanna. No sé si me recuerdas, soy la sargento Nina Wallström y él es el teniente Mikael Stevic —dijo señalando a su compañero.

—Sí, creo que coincidimos en la fiesta de reinauguración de Némesis —respondió.

Ambos asintieron.

—¿Podríamos hacerte unas preguntas? —Esta vez fue Mikael quien habló.

Ella lo observó durante un instante. Recordó que Greta se lo había mencionado en una ocasión, pero su amiga había olvidado decirle lo guapo que era.

—Ustedes dirán en qué puedo servirles.

Él se llevó una mano a la cintura. Cuando su chaqueta se movió, Hanna pudo distinguir la placa y el arma reglamentaria. Aquellos dos objetos solo lo volvían más atractivo.

—Tenemos entendido que hace unos meses les tomaste una fotografía a Annete y a su antiguo novio.

Ella asintió.

—¿Sería posible obtener los negativos de esa foto? —preguntó Nina que se dio cuenta de inmediato de que su compañero había causado una muy buena impresión en la fotógrafa.

—Por supuesto, los guardo por un período de un año antes de deshacerme de ellos —les explicó dirigiéndose a un archivero ubicado detrás del escritorio. Hurgó entre una enorme cantidad de sobres y sacó uno de ellos—. Aquí está. Puedo hacerles una copia, si lo desean —se ofreció.

—No hace falta —respondió Nina tomando el sobre—. Nuestros técnicos forenses se encargarán de hacerlo.

—¿Tuvo la oportunidad de conocer al muchacho?

Miró a Nina y negó con la cabeza.

—Solo lo vi en esa ocasión; por lo que pude enterarme, no vivía aquí sino en un pueblo cercano. Annete me dijo que venía a verla los fines de semana.

—¿No recuerda de dónde era? —Mikael insistió en saber, porque, basado en su experiencia, muchas veces la gente recordaba cosas que ni siquiera registraban conscientemente, pero que salían a la luz cuando se los interrogaba minuciosamente.

—Lo lamento, no. Como les dije, lo vi solo esa vez y lo único que sé es que se llamaba August.

—Está bien, muchas gracias por la colaboración. —El teniente no pudo evitar sentirse decepcionado ante su respuesta.

—Ha sido un placer colaborar con la policía. Greta me comentó que es muy probable que Annete haya sido asesinada —comentó Hanna mirando exclusivamente al hombre, olvidándose por un segundo de su compañera.

—Así es —terció Nina con una sonrisa disimulada mientras era testigo de cómo la fotógrafa se devoraba a Mikael con la mirada.

—Ya saben dónde encontrarme en caso de que necesiten algo de mí.

—Se lo agradecemos, señorita Windfel —dijo él devolviéndole la sonrisa a la rubia fotógrafa.

Se marcharon. Apenas salieron del estudio, Nina tosió con fuerza y miró de soslayo a su compañero.

—¿Qué? —preguntó al tiempo que se subía el cuello de la chaqueta para protegerse del frío.

—Nada, es que los hombres nunca terminan de sorprenderme.

—No sé a qué te refieres —respondió haciéndose el desentendido.

—Esa muchacha se estaba derritiendo por ti. ¿Vas a decirme que no te has dado cuenta? —Se detuvo y lo miró a la cara.

Él se encogió de hombros sin pronunciar palabra. Por supuesto que había notado la actitud de Hanna. La fotógrafa era bonita, no iba negarlo, pero no era su tipo.

Se dirigieron de regreso rápidamente a la comisaría. Tenían que revelar la foto del exnovio de Annete cuanto antes para tratar de descubrir su identidad y encontrarlo.

* * *

Greta estaba nerviosa, ¿para qué negarlo? Hacía mucho tiempo que no asistía a un oficio religioso. Recordaba exactamente cuándo había sido la última vez. Antes de perder a su madre. Su muerte, tan injusta, había provocado que se replantease seriamente su fe cristiana. Había culpado a Dios por habérsela llevado tan pronto y, desde ese trágico momento, no había puesto jamás un pie dentro de la iglesia. Ni siquiera comprendía por qué había accedido a ir aquel domingo; solo se había dejado convencer por Britta. La mujer sabía usar su lengua muy bien; seguramente, debido a los años que llevaba casada con el reverendo Erikssen. Le había hablado casi hasta el hartazgo de la caridad cristiana, del perdón de los pecados y de todas esas cosas que ella solo recordaba vagamente. Sospechaba que la verdadera intención de la esposa del pastor era acercarla nuevamente a la fe. Tal vez, veía en ella a una oveja descarriada que lo único que necesitaba era un empujoncito para regresar al buen camino.

Terminó de arreglarse y apartó de su mente las razones por las cuales estaba haciendo lo que estaba a punto de hacer. Ya no había marcha atrás, era tarde para arrepentirse. Además, estaba segura de que la mujer la habría buscado por cielo y tierra hasta llevarla con ella. Se había puesto una falda bastante discreta encima de unas calzas negras de lana que le servían perfectamente para paliar el frío. Estrenó un par de botas nuevas, se puso un abrigo de tela polar y un gorro haciendo juego.

Salió de su casa y vio a Britta que la esperaba al otro lado de la calle. La mujer la saludaba agitando la mano. Greta se dirigió hacia ella caminando pesadamente. Había estado nevando casi toda la noche del sábado, por lo que tenía que hacerlo con cuidado, aunque creía que la verdadera razón para no apresurar el paso era para retrasar su entrada a la iglesia lo más que se pudiera.

Para fortuna o desgracia, la iglesia donde ejercía el reverendo Erikssen estaba a tan solo dos calles de la librería.

Britta la recibió con una gran sonrisa en los labios.

—Pensé que no vendrías —comentó.

—Me retrasé solo un poco.

—No importa. —Miró el reloj que llevaba colgando en su cuello junto a una delicada cruz plateada—. Es temprano, Ville inicia la ceremonia puntualmente a las nueve desde hace más de veinte años.

—¿Siempre lo ha hecho en esta iglesia? —preguntó. Si no recordaba mal, el reverendo Ville Erikssen ya estaba cuando ella trabaja con los Hallman.

—Cuando yo llegué a Mora, hace más de veinticinco años atrás, él ya impartía misa aquí —le contó Britta con cierto aire de reminiscencia.

—Creí que usted era originaria de Mora.

—No, querida, me mudé siendo muy jovencita. En seguida conocí a Ville, y, seis meses después, estábamos casados.

Greta sonrió. Le costaba imaginarse a Britta como una jovencita apasionadamente enamorada o con unos cuantos años menos. Si bien no debía de tener más de cuarenta y cinco, aparentaba más edad. Era una mujer de buen porte, pero el poco encanto que tenía se desvanecía cuando se vestía con ropa sobria y de colores un tanto oscuros.

Cruzaron la avenida. La iglesia era un imponente edificio que mezclaba un estilo clásico con uno más moderno. Tenía los muros pintados de blanco y una torre cubierta de ladrillos de, al menos, diez metros de altura con un reloj antiguo en la cúspide.

Apenas entraron, la música que salía de uno de los órganos montados en el atrio les dio la bienvenida. Greta miró a su alrededor. Había muchos fieles reunidos, entonando una canción que hablaba de la Cuaresma. Britta se acercó a ella y le dijo al oído que se acomodara donde más le gustase, ya que ella debía ubicarse cerca del altar. Se quedó sola y no supo dónde ubicarse. Si bien había muchos rostros conocidos, la mayoría clientes de la librería o vecinos, no tenía confianza con ninguno. Por lo tanto, permaneció en la última fila, donde nadie notara su presencia.

La música se detuvo, y todos se sentaron. El reverendo Erikssen se paró delante del altar y alzó sus manos al cielo para pronunciar unas palabras de bienvenida. Ella prefirió prestar atención a su atuendo. Llevaba la típica sotana oscura, con una sobrepelliz blanca de mangas muy anchas y una estola amarilla por encima.

Se aburrió de inmediato. No sabía la letra de los salmos. Ante su mutismo, una señora le alcanzó un librito azul en donde estaban registrados todos los cánticos. Ella le sonrió y lo tomó solo por pura cortesía. La verdad era que no veía la hora de marcharse de aquel lugar cuanto antes.

De sus labios escapó un suspiro de alivio, cuando la ceremonia terminó unos cuantos minutos después. Trató de escabullirse, antes de que Britta la viese pero fue inútil. La mujer la alcanzó y, además, insistió en que conociera a su esposo. El reverendo Ville Erikssen resultó ser un hombre agradable y de sonrisa fácil. Una incipiente calvicie y una espesa barba blanca le deban el aspecto de una especie de Santa Claus con sotana. Greta se despidió de ambos con la excusa de que tenía trabajo atrasado en la librería y de que quería aprovechar el domingo para ponerse al día. Se sintió algo mal mientras se marchaba por haberles mentido. En realidad, no tenía nada que hacer. Solo pasó por su casa para buscar a Miss Marple y se marchó hacia la casa de su padre porque había prometido almorzar con él.

* * *

El lunes por la tarde, Selma apareció en la librería veinte minutos antes de las tres. La reunión del Club de Lectura había sido pautada nuevamente en Némesis, porque Greta les había sugerido que revisaran las cajas de libros que acababan de llegarle para elegir el próximo título a leer. Se sorprendió de verla tan temprano, pero, cuando reparó en la expresión de preocupación en su rostro, supo que algo no andaba bien.

—Selma, ¿qué ocurre? —le preguntó al mismo tiempo que la llevaba al área de lectura para que se sentara en uno de los sillones. La enfermera se había puesto pálida de repente.

—¡Esta mañana vino la policía a buscarme al hospital! ¡Todo el mundo vio cómo me iba con ellos como si fuera una delincuente! —le contó indignada.

Comprendió finalmente por qué estaba en aquel estado. Nina le había dicho que la interrogarían y, al parecer, no habían tardado mucho en hacerlo.

—Me hicieron muchas preguntas sobre Annete y mi esposo —dijo bajando la mirada—. Fue muy humillante. La policía sabía que ellos tenían un romance, también me dijeron que Annete estaba embarazada cuando murió. —Levantó la cabeza y miró a Greta—. Ese bebé puede haber sido de mi esposo. Querían saber si yo estaba enterada del embarazo, pero les dije que no. Creo que no les bastó mi palabra. Fueron muy duros conmigo.

Se compadeció de la mujer. No creía que Mikael o Nina hubiesen sido duros con ella. Era su carácter débil el que le hacía decir aquello. Se sentó a su lado y le tomó la mano.

—Me imagino cómo te sientes. Si eres inocente, debes decirle a la policía toda la verdad.

Selma se soltó de inmediato: en sus ojos había ira.

—¿Tú también dudas de que sea inocente?

—No quise decir eso. Simplemente, creo que lo mejor que puedes hacer es no callar nada. Supongo que le habrás comentado a la policía de la pelea que tuviste con Annete antes de su muerte.

—La policía ya lo sabía. Fue lo primero que me echaron en cara. Por eso, están convencidos de que tuve motivos muy fuertes para matarla —manifestó y se puso de pie. Luego, repentinamente giró y miró a Greta con sorpresa—. ¿Cómo te enteraste tú de la pelea?

Ella se dio cuenta de que quizá se había precipitado al mencionar aquel incidente, pero ya no tenía caso ocultar que lo sabía. Decidió contarle la verdad.

—Lo supe por mi primo Lasse.

—Me imaginé que ese muchacho no se iba a quedar con la boca cerrada. No me extraña para nada que te fuera con el chisme. Sé que es tu primo, Greta, pero, si él no hubiese abierto la boca, la policía no se habría enterado de la pelea, y yo me habría ahorrado un terrible disgusto.

—El hecho de que hayas peleado con ella no prueba que tengas que ver con su muerte —le dijo para tranquilizarla. La verdad era que le costaba creer que la enfermera fuese una asesina. Se necesitaba tener la sangre fría para cometer un crimen. No parecía más que una mujer dolida por el engaño de su esposo.

—La ciudad entera sabrá que Henrik me ponía los cuernos. Seré el hazmerreír de todo el mundo a partir de ahora —se lamentó.

—No pienses en ello, la gente siempre habla por hablar. Lo importante es demostrar que eres inocente.

El semblante de la mujer cambió. Una tenue sonrisa le afloró en los labios.

—¿Tú crees en mí?

Greta asintió.

—¿Por qué?

—En realidad, no lo sé. Fui la primera persona que planteó la idea de que quizá Annete no había muerto por causas naturales. Mi padre no me hizo caso. Luego me enteré, por casualidad —se encargó de remarcar la palabra «casualidad»—, de que ella tenía un amante y que ese amante era tu esposo. Él parecía el culpable perfecto, sobre todo cuando era evidente que la muchacha ya no quería saber nada con la relación.

—Pero estaba esperando un hijo de Henrik.

—No lo sabemos; él tampoco. Es probable que haya sido de otro hombre. Annete tuvo un novio hace unos meses, desapareció tras la ruptura. Aunque nunca se sabe. También cabe la posibilidad de que se hubiera metido con alguien más. —Greta no paraba de tejer teorías y comenzaba a pensar que había algo más detrás de la muerte de Annete.

—Gracias por creer en mí.

Le tomó la mano nuevamente y le sonrió, un poco más calmada.

—No sirve que yo crea en tu inocencia. Debemos conseguir que la policía lo haga —sentenció y le apretó la mano con fuerza.

La campanilla de la puerta sonó. Anunciaba la llegada de alguna otra de las integrantes del Club. Por lo que, tanto Greta como Selma, se pusieron de pie y se dirigieron a recibirla.

La reunión trascurrió tranquilamente, pero era evidente que ya todos en Mora conocían la noticia. Las demás mujeres del Club habían pasado el tiempo mirando a la pobre Selma que había vuelto a perder el color de la cara cuando comprendió que su buen nombre estaba en boca de toda la ciudad. Algunas la observaban con un gesto de lástima; otras, en cambio, le lanzaban miradas reprobatorias, como si ella hubiese sido la culpable de que su esposo se hubiera buscado una amante.

Greta despidió a todas cerca de las cuatro y se quedó un rato conversando con Selma, gesto que, sin dudas, sorprendió a las demás, aunque a ella poco le importó. La enfermera necesitaba de una mano amiga, de alguien que creyera en su inocencia, y ella estaba dispuesta a darle ese voto de confianza.

Esa misma noche, se enteró de que la policía había decidido exhumar los restos de Annete para practicarle una segunda autopsia. Fue Nina Wallström quien la llamó para comunicárselo. Aunque le costara aceptarlo, la sargento estaba tratando de congraciarse con ella. Solo que ignoraba si lo hacía para despertar el interés de su padre o para llegar a él a través de su hija.

Aquel pensamiento le estuvo rondando en la cabeza hasta que logró, por fin, dormirse.

* * *

Una pequeña multitud se había reunido en el cementerio ese lunes por la mañana. Mikael y Nina habían sido los que llegaron en primer lugar junto con un par de oficiales. También estaban presentes algunos funcionarios enviados desde el Ministerio de Justicia para supervisar las tareas. Dos empleados de la comuna que desempeñaban sus tareas en el cementerio habían sido los encargados de hacer el trabajo sucio. Las últimas nevadas no facilitaron las cosas: encima de la tumba donde descansaban los restos de Annete Nyborg, se habían acumulado, al menos, unos veinte centímetros de nieve. Además, hacía un frío inhumano.

Nina dejó escapar un suspiro que rápidamente se condensó en el aire. A su lado, Mikael observaba todo con atención. Entre el gorro de lana y la bufanda enroscada alrededor del cuello, su rostro era apenas visible. Sin embargo, una sonrisa le afloró en los labios cuando finalmente el féretro fue extraído del hoyo donde había sido metido días atrás. Sabía que no era suyo el mérito de haber conseguido que Karl autorizara la exhumación. Él había cerrado el caso; había confiado en los resultados de la autopsia y se había basado en las circunstancias que habían rodeado a la muerte de la vendedora de artesanías. Habían sido las sospechas de Greta las que habían desencadenado toda aquella situación. Había escuchado de labios del propio inspector Lindberg que su hija era una muchacha adicta a las novelas de detectives y dueña de una imaginación demasiado fructífera. Esos dos factores habían contribuido a que, en un principio, no hiciera caso a sus teorías. Sin embargo, rápidamente, esas teorías se convirtieron en indicios, y allí estaban: en medio del cementerio, desenterrando los restos de Annete Nyborg para comprobar si efectivamente había sido víctima de un crimen.

El féretro fue depositado de inmediato dentro de una van que pertenecía al Ministerio de Justicia y trasladado luego a la comisaría donde se le realizaría una segunda autopsia. En esta ocasión, y debido a la falta de evidencias que indicaran que la muchacha había podido ser asesinada, los forenses harían exámenes más exhaustivos. Toda la investigación era vista ahora con nuevos ojos. Ya no partían de una muerte natural, sino de un supuesto asesinato.

Nina acompañó a Mikael hasta su Volvo y ambos abandonaron el cementerio. Querían estar presentes cuando el cuerpo llegase a la comisaría. Además, esperaban que Frederic les pudiera dar una respuesta lo antes posible.

Lamentablemente, la espera sería mucho más larga de lo que pensaban. El forense les comunicó, después de examinar el cuerpo, que, al igual que la primera vez, no habían encontrado evidencia de que la joven hubiera sido asesinada. Había una esperanza aún. Frederic les dijo que había extraído unas muestras del tejido hepático para mandarlas a analizar a un laboratorio de alta complejidad en Estocolmo. Cabía la posibilidad de que la víctima hubiese sido envenenada con alguna sustancia que no se hubiera detectado en la primera autopsia. Eso sí, los resultados estarían listos recién en unos días. Mikael también le pidió al forense que extrajera una muestra de adn del feto para poder compararla con Henrik Steinkjer y saber, finalmente, si era el padre del hijo que estaba esperando la vendedora de artesanías. En vista de que los resultados del examen toxicológico tardarían en llegar, el teniente decidió concentrarse en investigar al exnovio de Annete, a quien parecía habérselo tragado la tierra desde el mismo momento en que había roto con ella.

Gracias a la fotografía que les había suministrado Hanna, pudieron ingresarlo a una base de datos nacional. No contaban con un apellido: solo un nombre y una imagen, pero esperaban obtener resultados pronto.

* * *

Era miércoles al mediodía. Greta estaba saliendo del supermercado cuando se topó con Pernilla Apelgren. La mujer se detuvo de inmediato cuando la reconoció debajo del enorme cuello del abrigo y la gorra con orejeras.

—Muchacha, qué bueno verte —le dijo la anciana con una sonrisa en los labios.

—Buenos días, señora Apelgren. ¿Cómo está usted? —le devolvió la sonrisa. No le costaba nada ser amable con su antigua vecina a pesar de que se estaba congelando y deseaba llegar a su casa y quedarse, al menos, diez minutos parada junto al radiador para calentarse los huesos.

—Bien, querida, bien. Supe que te está yendo de maravillas en la librería. El otro día, me encontré con tu tía Ebba y me contó que el Club de Lectura también es un éxito.

—No me puedo quejar —respondió moviendo un poco los brazos para entrar en calor. Llevaba dos bolsas cargadas, pero no iba a dejarlas en el suelo. Lo mejor sería despedirse de la señora Apelgren amablemente y escapar de allí, pero los planes de la anciana eran muy diferentes.

—Es una tragedia que una de las muchachas que asistían a tu club muriera tan joven —dijo moviendo la cabeza hacia un lado y hacia al otro—. Aunque, aquí entre nosotras, de decente, la muchacha tenía muy poco.

—¿Conocía usted a Annete, señora Apelgren?

—Oh, solo de vista. Sin embargo, una mujer tiene oídos y, aunque muchas veces no quiera prestarle atención a los chismes, termina enterándose de todos modos.

A Greta le costó simular la sonrisa cuando escuchó a la anciana referirse a ella misma en tercera persona.

—Supongo que sí.

—Sara, una amiga mía, me contó que, unos días antes de que Annete muriera, la vio en compañía de un muchacho joven. Estaban dentro de un coche y parecían discutir.

Greta frunció el ceño. ¿Un hombre joven? No podía ser Henrik Steinkjer. ¿Acaso su exnovio había regresado a Mora para verla?

—¿Y su amiga Sara reconoció al muchacho que acompañaba a Annete?

Pernilla se quedó en silencio durante unos segundos. Parecía dudar si responder a la pregunta.

—Pues, sí, lo reconoció de inmediato.

—¿Quién era?

Los labios de la anciana se curvaron en una sonrisa comprensiva.

—Era Lasse, el hijo de Ebba.