CAPÍTULO 8
Nina observaba al hombre sentado al otro lado del cristal.
—¿Prefieres que lo haga yo? —preguntó.
—No, déjamelo a mí.
Mikael entró en la sala de interrogatorios y se sentó frente a Steinkjer. Dejó la carpeta que traía sobre de la mesa. Cruzó una pierna encima de la otra. Encendió la grabadora y se acomodó en su silla.
—Son las diez y cuarenta y cuatro. Es el teniente Mikael Stevic interrogando a Henrik Steinkjer.
Después del enunciado protocolar que debían seguir en cada uno de los interrogatorios se hizo un largo silencio.
—No entiendo qué hago aquí. Yo no tengo nada que ver con la muerte de esa muchacha. —Fueron las primeras palabras que salieron de la boca del empresario de bienes raíces.
—No está bien que comience mintiendo, Henrik —le advirtió Mikael y abrió la carpeta delante de sus ojos—. ¿La reconoce?
El hombre ni siquiera se atrevió a mirar el papel que el teniente había separado de los demás documentos. Era la última carta que le había escrito a Annete.
—Hemos leído las dos cartas anteriores, pero esta en particular llamó nuestra atención. —Tomó el papel y comenzó a leer—. «Annete, estuve esperándote en el hotel y nunca llegaste. Te he llamado una docena de veces y no respondes al maldito teléfono. No voy a permitir que juegues conmigo ni que me dejes. Si no veo la cinta roja esta tarde… Te vas a arrepentir».
El indagado alzó la vista: primero, miró al teniente; después, sus ojos castaños se posaron en la carta que él mismo había escrito.
—Yo… yo no la lastimé, jamás le habría hecho daño.
—Por el tono de la última carta que le mandó, se podría pensar todo lo contrario.
Lo negó enérgicamente con la cabeza.
—No, usted no entiende. Estaba enfadado, lo reconozco, pero yo la amaba.
—¿Por qué se enojó con ella?
—Porque no asistió a nuestra cita de los martes. —Hizo una pausa y juntó las manos encima de la mesa—. Nos encontrábamos todos los martes en el mismo hotel, desde hacía casi cuatro meses. Sin embargo, la última vez que nos vimos, la noté extraña.
—¿Cuándo fue eso?
—Cinco días antes de su muerte; no atendía mis llamadas y, cuando iba a verla a su casa, ni siquiera me permitía entrar. Por eso le escribí esa carta: necesitaba una explicación, saber por qué me estaba apartando de su lado. Pero yo no le hice nada, la amaba demasiado como para lastimarla. —Hurgó en el bolsillo de la chaqueta y sacó un pañuelo para secarse las lágrimas.
Mikael había visto llorar a muchos sujetos en los años que llevaba como policía, pero no podía descifrar si el que tenía enfrente estaba realmente afligido o, simplemente, fingiendo. Tenía un as debajo de la manga y pensaba usarlo para salir de dudas.
—¿Era usted el padre del hijo que estaba esperando Annete?
El rostro desencajado de Steinkjer le demostró a Mikael que no sabía nada del embarazo de su amante.
—¿Estaba esperando un hijo?
—Así es.
—Yo nunca lo supe. —Se puso de pie de repente y caminó hacia el enorme espejo que colgaba de uno de los muros. Mikael lo observó con atención. Era evidente que había perdido peso, el pantalón que llevaba le sobraba por todas partes. A la palidez del rostro, se sumaban unas enormes ojeras que le daban el aspecto de un hombre cansado. Parecía más viejo de lo que en realidad era.
—No ha respondido a mi pregunta todavía. ¿Es o no el padre de ese niño?
El hombre se volteó y lo miró directamente a los ojos.
—¿Cuánto tiempo de embarazo tenía?
—Poco más de doce semanas.
El semblante de Henrik se entristeció aún más.
—Sí, el niño podría ser mío.
—¿Podría? ¿No está seguro?
—No. Annete era, lo que se dice, un espíritu libre. Cuando comenzamos a salir, fue muy clara conmigo: ella no quería ataduras ni compromisos; por eso solía meterse con hombres casados que no le exigieran nada y que cumplieran todos sus caprichos.
—¿Sabe si se veía con alguien más mientras salía con usted?
—Lo ignoro.
El teniente notó cierta frialdad en la respuesta; ya no quedaba nada del amante desconsolado de minutos atrás.
—¿Qué me dice de su esposa? ¿Pudo enterarse del romance con Annete?
Steinkjer volvió a sentarse en la silla.
—No, ella no lo sabía. —Se detuvo cuando se dio cuenta de lo que el policía estaba insinuando—. ¿Acaso piensa que ella tiene que ver con su muerte? Fue precisamente Selma quien me contó que Annete había muerto por problemas cardíacos. Se enteró en el Club de Lectura al que asiste todas las semanas. Si su muerte fue accidental, ¿por qué están haciendo tantas preguntas?
—Porque contamos con fuertes indicios que apuntan hacia un crimen. Usted era su amante y, por si fuera poco, la amenazó solo cuatro días antes de su muerte.
—¡Pero yo no la maté!
—No se altere —le pidió—. Tal vez, usted no lo hizo, pero debemos considerar todas las posibilidades. ¿Está seguro de que su esposa nunca se enteró de su relación con la vendedora de artesanías?
—Annete y yo éramos muy cuidadosos. Nos veíamos en un hotel fuera de la ciudad. No me gustó mucho, cuando supe que se había inscripto al mismo Club de Lectura al que asistía mi esposa, pero no pude evitarlo. Como le dije, era una mujer que siempre se salía con la suya, nada la detenía.
—Alguien lo hizo, y terminó muerta —sentenció Mikael.
Henrik asintió con un leve movimiento de cabeza.
—Muy bien, puede retirarse. Le aconsejo que no salga de Mora en caso de que necesitemos volver a interrogarlo.
—Entiendo. ¿Puedo hacerle una pregunta?
Estaba por apagar la grabadora, pero se abstuvo.
—Adelante.
—Si dice que Annete fue asesinada, ¿cómo fue que la mataron?
—Eso no voy a discutirlo con usted —respondió Stevic levantándose de la silla—. Son las once y ocho minutos, y acaba de finalizar el interrogatorio a Henrik Steinkjer —dijo a la grabadora antes de apagarla.
Cuando abandonó la sala, la sargento le salió al paso.
—Tiene razón. Si, como sospechamos, la muchacha fue asesinada: ¿cómo la mataron? La autopsia no reveló nada.
—No lo sé —respondió rascándose la cabeza—. Henrik parece el sospechoso perfecto, pero dudo de que haya sido él.
Nina concordó con Mikael; sin embargo, el nombre de Selma comenzó a darle vueltas en la cabeza. Quizá era hora de hacerle una visita a Greta; ella conocía tanto a la enfermera como a la víctima. Además, había confiado en su intuición desde el primer momento. Se acercaría esa misma tarde a la librería y hablaría con ella.
* * *
Cerca de las siete se desató una intensa nevada, y hubo poco movimiento en la librería. Por eso, Greta decidió cerrar media hora antes. Se acercó hasta la puerta y casi le da un síncope cuando vio a Lasse del otro lado. Le abrió y lo invitó a pasar.
—Voy a cerrar, ¿quieres subir y tomar algo conmigo?
El muchacho asintió mientras se sacudía la nieve del cabello y del abrigo.
Subieron al apartamento en donde Greta puso a calentar el agua. Mientras preparaba el café, observaba de reojo cómo su primo se entretenía con Miss Marple. Siempre había sido extremadamente callado, pero parecía que, desde la muerte de la vendedora de artesanías, lo era aun más.
—¿Te apetecen unos bollos de aceite? No son como los que hace tu mamá, aunque no están nada mal. —Los había comprado en el supermercado, pero él no tenía por qué saberlo.
—Bueno.
Sirvió el café junto a unos cuantos bollos en una bandeja.
—Ven, vamos a la sala.
Lasse se sentó a su lado.
Greta bebió un poco de café y lo miró. No recordaba su edad, aunque no debía de tener más de veintidós años.
—¿Cómo estás llevando la muerte de Annete?
Él tomó un bollo y le dio un mordisco.
—La extraño; no es lo mismo ahora que ella no está. Su hermana… Bueno, la pobre trata de sacar la tienda adelante, pero no entiende mucho del negocio y me pide ayuda a mí para todo.
—Es bueno que puedas darle una mano. Seguramente, no es sencillo para ella ocupar el lugar de su hermana. Por suerte, cuenta contigo —dijo con una sonrisa.
Él solo asintió con un leve movimiento de cabeza.
Tenía la sensación de que el muchacho quería decirle algo, pero no se animaba.
—¿Cómo están tus papás? Supongo que tía Ebba aún está esperando que vaya a visitarla.
—Sí, siempre está hablando de ti.
—Dile que pasaré a verla el domingo, será después de ir a misa. Britta, una de las asistentes al Club de Lectura, está casada con el reverendo Erikssen y me ha estado insistiendo para que vaya a un oficio religioso. Creo que ya no puedo seguir escapando; sabes que nunca he sido muy devota que digamos, pero haré el esfuerzo. Además, la iglesia donde su esposo oficia misa está a tan solo dos cuadras de aquí.
Greta seguía hablando, aunque percibió, de inmediato, que el muchacho apenas le prestaba atención.
—¿Sucede algo?
Lasse dejó el bollo de aceite a medio comer encima de una servilleta y comenzó a juguetear con los dedos. Ella lo observó con atención: estaba sumamente inquieto y, si había ido hasta allí, era porque necesitaba hablar con alguien.
—Se trata de Annete —dijo de repente.
Ella se apuró a terminar el café y luego subió una pierna encima del sillón.
—Te escucho.
Lasse alzó la cabeza y la miró fijo con sus enormes ojos verdes, tan parecidos a los de su tío Pontus.
—No creo que haya muerto por culpa del corazón. Yo convivía con ella a diario. Nunca se quejó de ningún malestar. Hacía una vida sana, no fumaba y bebía solo en reuniones sociales.
—Sabes, yo tampoco estoy convencida de que haya muerto por causas naturales.
—¿De verdad?
Greta asintió con la cabeza.
—He descu…, bueno la policía ha descubierto que Annete tenía un amante.
Él guardó silencio durante unos segundos. Por la expresión del rostro, era evidente que a su primo la noticia no lo tomaba desprevenido.
—Un hombre casado.
—Sí, sé perfectamente quién es. Ella dejaba una cinta roja en el escaparate de la tienda para avisarle que se verían en el lugar de siempre.
Se sorprendió de que su primo supiera tanto. También notó cierto rencor en su mirada; entonces, una sospecha se instaló en su mente: Lasse estaba interesado en Annete.
—¿Sabes si ella pensaba dejarlo? —Aprovecharía la relación cercana que el muchacho había tenido con la vendedora de artesanías, quizá conseguiría un poco de información extra.
—No lo sé. Supongo que, después de la visita del otro día, ya no tenía muchas ganas de seguir con él.
—¿Visita? ¿A quién te refieres?
—La esposa de Henrik se apareció en la tienda una tarde. Estaba fuera de sí y casi golpea a Annete.
Greta frunció el entrecejo.
—¿Cuándo fue eso? ¿Lo recuerdas?
—Un par de días antes de que ella muriera.
—¿Qué se dijeron?
Lasse miró a su prima: parecía estar más que interesada en conocer los pormenores de aquel hecho que aún conservaba fresco en la memoria.
—La mujer le reclamó que se hubiera metido con su esposo. Mencionó que había hallado una carta entre las cosas de Henrik, que un día lo siguió y vio cómo ambos entraban en un hotel fuera de la ciudad.
—¿Qué dijo Annete? ¿Lo negó?
—No, era inútil hacerlo: la mujer los había visto entrando a un hotel con sus propios ojos.
—Comprendo. ¿Qué sucedió luego?
—Selma le exigió que se alejara de su esposo. Le dijo que se iba a arrepentir si no lo hacía. Pero solo vio cómo la otra se le reía en la cara. Fue entonces cuando se le acercó y la sujetó con fuerza de la muñeca. Creo que Annete se asustó.
—¿Dónde estabas tú mientras ocurría todo eso?
—En la parte trasera de la tienda, espiando. Cuando vi que aquella mujer se había puesto violenta, salí de mi escondite para que se detuviera —explicó conmocionado mientras continuaba con el relato—. Selma se sorprendió de verme allí y se marchó inmediatamente.
Greta tenía que convencer a Lasse de que hablara con la policía: no era un hecho menor que la enfermera también hubiera amenazado a Annete un par de días antes de su muerte.
—Creo que la policía debe saber esto que acabas de contarme.
Él la miró asustado.
—¿La policía?
—Puedes hablar con papá si lo prefieres —le dijo para tranquilizarlo.
Asintió y terminó de comer el bollo de aceite que había dejado por la mitad. Greta tuvo la sensación de que su primo se había quitado un gran peso de encima después de haberle contado lo que había visto en la tienda entre ambas mujeres.
Veinte minutos después, lo despidió no sin antes recordarle que fuese a la comisaría al día siguiente para contarle a Karl lo que le había relatado a ella misma. Acababa de cerrar la puerta, cuando escuchó el ruido de un auto detenerse frente a la librería. Observó a través de la mirilla: era un sedán color verde que veía por primera vez. Una mujer enfundada en un grueso abrigo se bajó de él. Reconoció a Nina Wallström de inmediato. Abrió la puerta cuando la vio subir la escalera lateral.
La mujer alzó la cabeza y le sonrió.
—Buenas noches, Greta; espero no llegar en un mal momento.
La observó: Nina tenía la nariz y las mejillas coloradas por efecto de las bajas temperaturas. Había perdido un poco de su encanto natural, pero seguía siendo una mujer muy bella. Le resultaba difícil creer que su padre no le hiciera caso. La invitó a entrar cuando se dio cuenta de que la mujer policía se estaba congelando allí afuera.
—Me sorprende tu visita —le dijo yendo hacia la sala—. Siéntate, prepararé un poco más de café.
La sargento observó las dos tazas encima de la mesita y una bandeja con bollos de aceite.
—Mi primo Lasse acaba de irse —le informó Greta desde la cocina.
Nina se desabrochó el abrigo y se quitó la gorra de piel. Allí dentro la temperatura era más que agradable, sobre todo para ella que siempre había sido bastante friolenta.
La joven regresó con dos tazas de café y revisó que hubieran quedado algunos bollos. Le ofreció uno, pero la mujer solo aceptó beberse el café.
—Le aconsejé a mi primo que hable con mi padre cuanto antes.
La policía miró por encima de la taza humeante y le preguntó:
—¿Por qué?
—Presenció una fuerte discusión entre Annete y Selma un par de días antes de su muerte. Al parecer, la enfermera se enteró de la infidelidad de su esposo y fue a reclamarle; Lasse me dijo que incluso estuvo a punto de golpearla.
Nina se quedó pensativa durante unos segundos.
—Interesante, sin dudas. Yo venía precisamente a preguntarte por la esposa de Henrik Steinkjer, en vistas de que la mujer asiste al Club de Lectura. Esta tarde lo interrogamos a él y no tuvo más remedio que confesar que tenía un romance con Annete. Obviamente, negó tener algo que ver con su muerte, y, la verdad, no lo creo capaz de haberlo hecho.
—¿Dijo si su mujer sabía del romance? —preguntó Greta con interés.
—Él insistió en que ella lo ignoraba, pero ahora sabemos que no era así. Inclusive el propio Henrik desconocía el hecho de que Annete estuviera embarazada —repuso Nina mientras dejaba la taza encima de la mesita.
—¿Es posible que él no fuera el padre de ese niño?
—Dijo que Annete era una mujer bastante liberal y despreocupada. También dejó entrever la posibilidad de que ella se estuviera viendo con otro hombre. ¿Tú no sabes nada al respecto? La veías, al menos, una vez por semana en el Club de Lectura. No supo por qué, en ese momento, pensó en su primo Lasse. Acababa de descubrir que la vendedora de artesanías le gustaba, pero no lo creía capaz de enredarse con tantos requerimientos. Sospechaba que lo que sentía por ella era solo una fuerte atracción. La muchacha había sido hermosa y seductora: seguramente, para un joven como él, tímido y algo apocado, no le sería difícil sentirse atraído por una mujer así.
—En realidad, no conocía demasiado a Annete. Mi amiga Hanna me comentó que hace un tiempo ella y su novio habían ido a su estudio para tomarse unas fotos y que, cuando ella pasó a retirarlas, le dijo que él se había largado. Esto fue hace como cinco meses, lo que lo descarta como el padre de esa criatura. —Hizo una pausa y respiró hondamente—. Lo que sí era moneda corriente entre las demás integrantes del Club de Lectura eran los chismes. Me temo que Annete era la principal víctima. Se rumoreaba que salía con un hombre casado que le cumplía todos sus caprichos. Yo misma la he visto lucir con orgullo joyas caras y ropa de diseño exclusivo.
—¿Selma también formaba parte de esos rumores? —quiso saber Nina.
—No lo sé, supongo que sí. No tengo que decirte lo rápido que se esparcen los chismes en una ciudad pequeña como esta. Yo trataba de ignorarlos, pero, aunque no quieras, terminas enterándote de todos modos. Más allá de las habladurías, Selma, según me contó Lasse, había encontrado una de las cartas que Henrik le escribía a Annete y lo siguió al hotel donde se encontraban. Así descubrió la verdad.
—Después de que tu primo se presente y preste su declaración, podremos interrogarla. Selma tenía una razón muy poderosa para querer lastimar a Annete, aunque si, como sospechamos, estamos ante la posibilidad de un homicidio, no sabemos aún qué la mató.
—¿No sería posible hacer una segunda autopsia?
—Tu padre no está muy convencido de ordenar una exhumación aún. Esperemos que la declaración de la señora Steinkjer termine de persuadirlo.
—Papá siempre ha sido de la vieja escuela —comentó Greta sonriendo—. Él necesita tener las evidencias delante de las narices para actuar en consecuencia.
—Lo sé. Llevo trabajando a su lado más de cinco años, conozco sus manías y sus defectos, pero también admiro su temple y su profesionalidad. —Se detuvo de repente cuando se dio cuenta de que la conversación estaba tomando otro rumbo.
La sonrisa se borró del rostro de la más joven.
—Papá tiene una carrera intachable y se ha ganado a pulso el respeto y la admiración de sus colegas —manifestó con orgullo.
Nina asintió. Luego se hizo un silencio más que incómodo entre ambas. Por fortuna, Miss Marple empezó con su parloteo y le dio la excusa perfecta a Greta para ponerse de pie y alejarse de la sargento.
—Creo que será mejor que me marche —dijo la sargento poniéndose de pie también.
—Miss Marple a veces se vuelve demasiado demandante —le explicó Greta mientras sacaba a la lora fuera de la jaula para posarla encima de su hombro.
La mayor de las dos se acercó.
—Es muy bonita. ¿Cuánto hace que la tienes?
—Se cumplirán diez años en julio. Me la regaló papá después de la muerte de mi madre.
—La debes de querer mucho entonces.
—Sí, es muy especial para mí, llegó en un momento muy triste de mi vida.
Nina sonrió comprensivamente y se abstuvo de tocar a la lora que no dejaba de tironearle el cabello a Greta.
—Me marcho; muchas gracias por el café, estaba delicioso.
—No fue nada. —Greta habría querido decirle que le agradecía que viniese a comentarle las novedades del caso, pero la sola mención de su madre había impedido que lo hiciera, sobre todo cuando sabía que Nina estaba interesada en Karl.
Cuando se quedó sola, se dejó caer en el sillón y puso a la lora encima de uno de los cojines.
—¿Qué crees, cariño? ¿Hago mal en no querer que papá conozca a otra mujer?
Miss Marple no le prestó atención, estaba más que entretenida acicalándose el plumaje de las alas.
Ella dejó que un profundo suspiro se escapara de sus labios. No conseguía nada en desahogarse con su lora, lo mejor sería que hablara de aquel asunto con una amiga de carne y hueso. Tomó el teléfono y marcó el número de Hanna.