CAPÍTULO 7

De regreso a su casa, dado que aún faltaba media hora para abrir Némesis, Greta decidió pasar por una sucursal de ICA, porque ya era hora de abastecer la despensa. No podía olvidar el papel que llevaba en el bolsillo de los pantalones, parecía que estaba quemándole. Sabía que, por sí sola, aquella hoja escrita a mano robada del escritorio de Henrik Steinkjer no era prueba suficiente para demostrar que Annete no había muerto por causas naturales. De todos modos, si se la confrontaba con las cartas que había recibido la vendedora de artesanías antes de morir, sobre todo con la última, donde claramente su amante la amenazaba, podía ser suficiente para que, al menos, la policía considerara investigar su muerte.

Por desgracia, no podía acercarse a la comisaría hasta después de cerrar la librería, así que no tuvo más remedio que guardar el papel y seguir esperando.

Cuando llegó, apenas tuvo tiempo de subir a su casa y dejar las bolsas de la compra esparcidas encima de la mesa de la cocina, porque ya había gente esperando en la puerta de la librería. Las últimas semanas, las ventas habían aumentado, sobre todo después de la Navidad, fecha en la cual había obtenido muy buenos ingresos y, lo que era más importante aún, una buena cartera de clientes. Llegaban incluso desde ciudades vecinas. Poco a poco, Némesis iba ganando fama y prestigio. Le costaba todavía creer que las cosas le estuvieran saliendo tan bien; un par de meses atrás, jamás habría imaginado que regresaría a Mora y terminaría convirtiéndose en dueña de la librería donde había trascurrido la adolescencia.

Cuando la hora de cierre se acercaba, no podía dejar de mirar el reloj que colgaba junto a la puerta, como si, al hacerlo, los minutos pudieran pasar más rápido. A esa altura, poco le importaba lo que dijera su padre una vez que se enterase de que se había metido a hurtadillas en el despacho de Henrik Steinkjer para robarle uno de sus papeles.

Por fin, la campanada que anunciaba las ocho retumbó en el interior del local y corrió hasta la puerta para colgar el cartel de «cerrado». Apagó todo; ya continuaría al día siguiente con el balance: esa noche tenía otra cosa más importante que hacer. Subió a la casa y pasó como una tromba junto a la jaula de Miss Marple que, de inmediato, trató de llamar la atención. Desde la habitación, podía escuchar el golpeteo del pico de la lora contra los barrotes de la jaula. Lo sentía, pero tampoco tenía tiempo para jugar con ella esa noche. Se abrigó bien y salió por la parte lateral; ya hacía rato que había oscurecido, pero, al menos, no estaba nevando. Se subió al auto, encendió la calefacción primero y luego la radio para escuchar un poco de música durante el trayecto hasta la comisaría. Cuando llegó a Millåkersgatan aminoró la velocidad para darle paso a una patrulla y se estacionó junto a la parada de autobús. Se apeó del Mini Cabrio. Instantáneamente, se llevó las manos a los bolsillos de la chaqueta. Hurgó dentro hasta que los dedos enguantados rozaron el papel que había robado de la casa de Henrik y Selma Steinkjer. De sus labios ateridos por el frío, escapó un suspiro: ya no había marcha atrás, así que enfiló hacia la comisaría a paso firme.

Ingrid no estaba en la recepción, había otra mujer detrás del mostrador con la vista clavada en unos grandes y pesados libros. Se acercó y preguntó por su padre, sin decir que era su hija.

—El inspector Lindberg ya se retiró —le informó bajándose las gafas para contemplarla de arriba abajo.

—¿El oficial Stevic está?

La muchacha la miró ahora de manera un tanto displicente.

—El teniente Stevic se encuentra en su oficina. —Hizo énfasis especialmente en el rango que ostentaba Mikael.

Greta no sabía qué le molestaba más: si el hecho de que ella ignorara que Mikael no era un simple oficial o que estuviera preguntándole precisamente por él. Podría jurar incluso que se había puesto celosa. ¿Sería una conquista del teniente? Era una cuestión que tampoco revestía importancia en ese momento; lo único que quería era hablar con alguien sobre su hallazgo.

—¿Podrías decirle que Greta está aquí y ver si puede recibirme, por favor? —le pidió sonriéndole forzadamente.

La recepcionista tomó el intercomunicador de mala gana y le hizo saber al policía de su llegada.

—La está esperando en la oficina, señorita Lindberg —le informó mientras se volvía a colocar las gafas en su sitio. Después de que el teniente Stevic le hizo saber quién era Greta, la recepcionista contuvo su mal trato.

—Gracias. —Se alejó de la recepción a través del pasillo y buscó el nombre de Mikael en cada una de las puertas; finalmente lo halló. Se acomodó el cabello y golpeó suavemente.

—Adelante —le dijo él desde el interior.

Entró y descubrió que el teniente no estaba solo. Nina Wallström se hallaba de pie junto a la ventana. Cuando la vio entrar, giró y la saludó con una sonrisa.

—Greta, hace apenas unos minutos que tu padre se ha marchado —dijo alejándose de la ventana. La invitó a sentarse en un sofá ubicado a tan solo un par de metros del escritorio donde estaba sentado Mikael; aceptó el ofrecimiento.

—La verdad es que prefiero que él no esté —soltó Greta y sorprendió a ambos policías.

—¿Qué sucede? —él se inclinó hacia delante en la silla. Estaba intrigado por la repentina visita y, al mismo tiempo, encantado de volver a verla.

—Se trata de la muerte de Annete Nyborg.

Frunció el entrecejo. Las palabras de Greta lo sorprendieron.

—¿La muerte de Annete?

Ella asintió.

—Hemos decidido cerrar el caso, se trató solo de una muerte por causas naturales. Leí el reporte de la autopsia varias veces; nada me hizo dudar.

—Annete pudo haber sido asesinada —lo interrumpió Greta de repente.

—¿Por qué dices eso? —intervino Nina.

Miró a la sargento.

—Encontré unas cartas escondidas en su secreter. Se las escribió su amante. En la última carta, fechada unos pocos días antes de que muriera, le decía que no estaba dispuesto a perderla, que le pertenecía. Claramente, la estaba amenazando.

—Tengo entendido que la fallecida tenía un novio, pero nadie los había visto juntos en mucho tiempo —alegó Mikael. No sabía hacia dónde los estaba llevando aquella conversación.

—Sí, se llama August y desapareció de la vida de Annete hace varios meses. Él no es el autor de las cartas. Yo sé quién es —añadió mientras sacaba el papel que traía dentro del bolsillo de la chaqueta. Lo extendió y lo puso encima del escritorio.

Él lo miró, pero solo vio anotada una lista de direcciones.

—¿Qué es esto?

—Lo encontré en el despacho de Henrik Steinkjer; es la misma letra de las cartas, estoy segura. Él era su amante.

Los policías se miraron durante unos cuantos segundos después de escuchar atentamente lo que Greta acababa de contarles. Al parecer, la hija de Karl tenía su propia teoría sobre la muerte de Annete Nyborg. Mikael no sabía qué pensar: conocía de la afición de Greta por las novelas de detectives; el propio inspector Lindberg le había comentado, en más de una ocasión, que la muchacha adoraba resolver misterios. Nina, en cambio, se mostró más abierta ante la posibilidad de que Greta tuviera razón. Le hizo señas a su compañero para que fuera con ella a un rincón de la oficina para hablar en privado. Él se puso de pie y, lánguidamente, se reunió con su colega junto a la puerta, lo suficientemente lejos como para que Greta no los oyera.

—¿Qué piensas? —quiso saber ella.

Él miró a la muchacha que seguía sentada en el sillón y movía los pies nerviosamente.

—No sé, yo mismo llevé adelante el caso: no hay dudas de que se trató de una muerte natural. Lo que ella plantea es que quizá su amante pudo asesinarla. El reporte de la autopsia fue contundente: falla cardíaca.

—Sí, pero ¿y las cartas?

—No prueban que alguien la mató —replicó el teniente tratando de ser razonable; era más que evidente que Nina se estaba dejando influenciar por las sospechas de la joven.

—Podemos hacer un cotejo entre las cartas y el papel que encontró Greta.

—No lo encontró, lo robó —la corrigió bajando considerablemente el tono de voz—. Por lo tanto, no sirve como evidencia. Ella cometió un delito al llevarse ese papel, y ambos lo sabemos.

—Sí, pero lo hizo por una buena causa. Realmente, parece convencida de que el tal Henrik tiene que ver con la muerte de Annete. Sé que cerraste el caso; sin embargo, yo podría buscar esas cartas para cotejarlas con el papel que Greta obtuvo en la casa de los Steinkjer. Sería algo extraoficial. No perdemos nada con intentarlo.

Mikael creía saber exactamente por qué su compañera se arriesgaba a apoyar la teoría de la muchacha. Buscaba ganarse su confianza, ya que no era secreto para nadie que estaba perdidamente enamorada de Karl Lindberg.

—¿Qué dices?

Tardó en responder. Estaba sopesando la situación. El caso de la muerte de la vendedora de artesanías se lo habían asignado a él y no había tenido ninguna duda cuando decidió cerrarlo. Miró a Nina y echó un rápido vistazo a Greta; esperaba no estar cometiendo un error cuando terminó por darle carta blanca a la sargento para que actuara. Ya después le explicaría al jefe por qué había cambiado de opinión. Y esperaba realmente que él lo comprendiera.

* * *

Nina salió del laboratorio forense con un sobre en la mano. Esa misma mañana había ido a visitar a Astrid Nyborg y le había pedido revisar la habitación de su hermana. La mujer, al principio, no pareció estar muy de acuerdo, pero, cuando le dijo que podía obtener una orden del juez en cuestión de horas, no tuvo otra opción y la dejó pasar. La sargento supo exactamente dónde buscar: Greta le había dicho que las cartas estaban ocultas en el último cajón del secreter, y fue allí donde las encontró. Cuando bajó a la sala le preguntó a Astrid si tenía conocimiento de que su hermana recibía cartas de un amante secreto. La mujer solo se limitó a encogerse de hombros. O no sabía mucho de la vida íntima de Annete o poco le importaba. Se llevó entonces las cartas. Lo primero que hizo apenas llegó a la comisaría fue llevárselas al forense para que hiciera una pericia caligráfica y las comparara con el papel escrito por Henrik Steinkjer.

Entró a la oficina, se dejó caer en la silla y leyó el resultado con atención. Las muestras coincidían. Henrik Steinkjer era el autor de las cartas. Sacó la que estaba fechada tan solo cuatro días antes de la muerte de la muchacha y la volvió a leer. Tenía que reconocer que la hija de Karl había hecho bien en sospechar: las palabras volcadas en aquel papel de un color amarillo oscuro hablaban de un hombre enfadado y que no estaba dispuesto a perder a la mujer que amaba. ¿Sería capaz de matar un hombre así? Ella conocía la respuesta a aquella pregunta. Por supuesto que sí. Se puso de pie y se dirigió hasta la oficina de Mikael. No le habían contado nada al inspector Lindberg aún, y era mejor así. No tenían nada en concreto para afirmar que la muerte de Annete Nyborg se hubiera tratado de un crimen. Sin embargo, confiaba en su experiencia y en la intuición de Greta.

Le comentó a Mikael las novedades, pero él no estaba muy convencido de que las sospechas de la joven los llevaran a algún lado.

—¿Qué quieres hacer ahora? —le preguntó una vez que terminó de leer el resultado de la pericia caligráfica.

—Traer a Henrik Steinkjer para interrogarlo.

—Si lo haces, deberemos comunicárselo a Karl —adujo el teniente con un rictus en los labios.

—Yo me encargo de hablar con él.

—¿Le dirás que Greta tiene que ver con todo esto?

—Debo hacerlo.

—Está bien. Que sea lo que Dios quiera.

Nina salió de la oficina de Stevic y se dirigió a la de Karl. Asió el pomo de la puerta. Respiró profundamente antes de entrar. A pesar de que hacía más de cinco años que trabajaba con él, no podía evitar ponerse inquieta cada vez que lo tenía cerca. Todos en la comisaría sabían de su interés por él, quien, en cambio, todavía no se había dado cuenta de cuánto le gustaba.

Pasó a la oficina. Mientras se acercaba al escritorio, pensaba en la mejor manera de contarle lo que estaba sucediendo, sobre todo porque su hija estaba involucrada.

—¿Qué deseas? —Se quitó las gafas y se masajeó las sienes. Llevaba más de una hora leyendo unos documentos y podía sentir el cansancio.

—Vengo a pedirte autorización para interrogar a Henrik Steinkjer por la muerte de Annete Nyborg.

Karl se quedó de una pieza, la contempló durante unos cuantos segundos con sus perspicaces ojos azules y se volvió a colocar las gafas.

—Creí que el caso estaba cerrado. Mikael me dijo…

—Sí, lo sé, pero han surgido nuevos indicios y podemos estar frente a un homicidio.

—¿Y Henrik Steinkjer es el principal sospechoso? —Alzó las cejas y tuvo que esperar unos cuantos segundos antes de que Nina por fin le respondiera.

La mujer asintió.

Él tamborileó los dedos sobre el escritorio, luego volvió a mirar a la sargento a los ojos.

—¿Y de dónde han surgido esos indicios? El reporte de la autopsia habla de muerte natural; los peritos que investigaron la escena del crimen no hallaron nada que haga suponer que alguien entró y mató a la muchacha. No forzaron la entrada; la habitación donde fue hallada se encontraba en orden. Solo el teléfono estaba en el suelo, pero se confirmó que se le cayó a la fallecida cuando trató de pedir ayuda.

—Se hallaron unas cartas comprometedoras ocultas en el secreter de la muchacha.

El inspector Lindberg trató de no perder la paciencia cuando se dio cuenta de quién estaba detrás de todo aquel asunto.

—Han hablado con Greta.

Nina asintió, luego agregó:

—Ella sospecha que Annete pudo haber sido asesinada.

—¡Es increíble! ¡Les viene con una de sus tontas teorías y ustedes deciden hacerle caso! —Karl soltó una carcajada. Era inconcebible que una oficial de policía con tantos años de experiencia como Nina Wallström se hubiera dejado enredar por la inconsciente de su hija.

Ella esperaba aquella reacción, pero no le importó.

—Annete recibió una carta amenazante apenas cuatro días antes de su muerte.

—Y cuéntame, ¿cómo llegó Greta a la conclusión de que el supuesto amante era Henrik Steinkjer?

—Me dijo que lo notó demasiado afectado en el cementerio durante el funeral; también vio que él llevaba una cinta roja en la muñeca. En una de las cartas, le pedía que pusiera una cinta del mismo color en el escaparate de la tienda para que él supiera que se podían ver.

—Son solo hechos circunstanciales, y lo sabes. Eso no prueba que él era su amante —alegó el inspector poniéndose serio nuevamente.

—Te equivocas. —Hizo una pausa antes de continuar—. Greta consiguió un papel escrito por Henrik; lo mandamos a analizar y la letra concuerda. Él era, efectivamente, el amante de Annete Nyborg.

Karl trató de no perder la paciencia; apreciaba a la sargento Wallström y, además, no tenía ganas de discutir esa mañana.

—Henrik Steinkjer puede haber sido, efectivamente, su amante, pero eso no demuestra que la muchacha fuera asesinada. ¡Vamos, Nina! Sabes eso tanto como yo.

Se sentó en la silla frente a él.

—Hay algo raro en todo esto y no me baso solo en las sospechas de tu hija. Annete era una muchacha llena de vida, su hermana ignoraba que estuviera enferma. Por otro lado, está lo del embarazo. Según la última carta que recibió de su amante, ella parecía que ya no quería seguir viéndolo. Si estaba esperando un hijo suyo, ¿por qué haría eso?

—¿Insinúas que estaba embarazada de otro hombre?

—No lo sabremos hasta que hagamos una prueba de adn —repuso Nina sabiendo lo que vendría a continuación.

—No voy a ordenar una exhumación basándome en meras conjeturas.

—No te estoy pidiendo que hagas eso, solo quiero que me dejes interrogar a Steinkjer.

Karl respiró con profundidad antes de darle una respuesta.

—¿Qué dice Mikael de todo esto?

—Él está de acuerdo.

—No sé por qué no me sorprende —dijo moviendo la cabeza hacia un lado y hacia el otro—. Está bien, puedes hacerlo, pero quiero estar al tanto de todo, ¿me oyes?

Nina sonrió.

—Gracias. Iré ahora mismo a la casa de los Steinkjer. —Se puso de pie y abandonó la oficina.

El inspector se recostó en la silla y cruzó los brazos detrás de la cabeza para estirarse. Era una vieja técnica que seguía funcionando cada vez que se sentía extenuado.

Miró la foto de su hija que tenía encima del escritorio. Si la hubiera tenido frente a él en ese momento, le habría dado un buen coscorrón.

* * *

Greta miraba el teléfono con insistencia. Desde que había hablado con Mikael y Nina, estaba esperando una llamada de su padre. Él se enteraría tarde o temprano de lo que había hecho. Tenía que enfrentarlo. Podía incluso imaginarse el sermón que le soltaría para hacerle ver que solo era una muchachita fantasiosa y ávida de encontrar un misterio que resolver fuera de las páginas de los libros que leía. Aun así, sabía que había hecho lo correcto. Jugó un rato con Miss Marple. Antes de irse a dormir, escucharon juntas un disco de abba, porque la lora había estado gritando el nombre del grupo durante el rato que duró la cena. Se llevó el teléfono a la habitación, en caso de que su padre llamase, pero, para fortuna de Greta, nunca llamó.

La buena suerte se le acabó a la mañana siguiente. Unos fuertes golpes la despertaron. Greta se puso rápidamente una bata y le abrió la puerta a Karl antes de que la tirara abajo.

—Buenos días, papá —lo saludó Greta con un beso en la mejilla. Notó de inmediato la frialdad en su mirada. Como había supuesto, su padre estaba enfadado.

Él entró a la casa, le echó un rápido vistazo a Miss Marple, que, al notar su presencia, comenzó a balancearse dentro de la jaula. Giró sobre los talones para mirar a su hija a los ojos.

—Sabía que esa locura tuya por los libros de misterio algún día me traería dolores de cabeza.

—La muerte de Annete nada tiene que ver con las novelas de misterio que leo —le aclaró cruzándose de brazos.

—¿No? A mí me parece que sí. Es gracias a esas historias que ahora ves muertes dudosas donde no las hay. Si te interesa tanto resolver casos, ¿por qué demonios no entraste a la Escuela de Policía entonces?

Sabía que el sermón de su padre tomaría aquel rumbo. Aún le reprochaba que no hubiera seguido sus pasos. No pensaba olvidarse del asunto, a pesar de que hacía rato que ella había decidido que no corría por sus venas el deseo de convertirse en policía.

—Sabes muy bien que mi vocación era la literatura y creí que lo habías aceptado.

—Lo acepté porque no tenía más remedio, hija, pero nunca me resigné —confesó y agachó los hombros.

Ella no dijo nada; el silencio entre ambos se volvió abrumador. De repente, tuvo la necesidad de acercarse a su padre, de darle un abrazo. Avanzó unos pasos, para luego toparse con la profunda mirada de Karl. Se paró frente a él y le posó las manos en los brazos.

—Papá, sé que quizá no soy la hija que deseabas tener.

Él negó con la cabeza.

—Déjame continuar. —Respiró hondamente—. Desde que tengo uso de razón, te he admirado. Sé que eres un policía maravilloso y que te mereces cada una de las condecoraciones que te has ganado en todos estos años. Conozco de tu sacrificio, de las largas horas que pasabas fuera de casa o de las noches en las que tenías que salir y dejarnos solas a mamá y a mí. Pero también fui testigo de las infinitas esperas, de las lágrimas de mamá cuando no aparecías y del miedo a que alguien llamara a nuestra puerta para decirnos que te habían herido o algo peor. Yo no deseaba esa vida para mí, no quería que nadie esperase mi llegada con angustia e incertidumbre, ¿puedes comprenderlo?

Asintió. Sus ojos azules estaban húmedos. Asió a su hija de la barbilla y le dijo:

—Cariño, no voy a negar que me decepcioné y mucho cuando supe que no seguirías con la tradición de los Lindberg, pero eso no quiere decir que no me sienta orgulloso de ti. Eres la mejor hija que un padre puede desear.

Greta reprimió las ganas de llorar y se arrojó a sus brazos.

—Perdóname, papá, ya sabes cómo soy…

—¡Vaya que si lo sé! ¡Tremendo revuelo has armado en la comisaría!

La tensión había dado paso a la calma. Cuando se separaron, ambos se echaron a reír.

—¡Comida, comida, comida!

—Parece que Miss Marple tiene hambre —comentó Karl acercándose a la jaula.

—¿Podrías alimentarla tú? Yo aún debo ducharme y desayunar antes de abrir la librería.

—No te preocupes, yo me encargo.

—¡No la consientas demasiado! —le gritó desde la habitación.

Él tomó un par de frutas y las cortó en pequeños trozos. Luego sacó unas cuantas pepitas de girasol del bolsillo de la camisa y se las dio una a una a Miss Marple. Siempre las llevaba encima porque sabía que eran uno de los alimentos favoritos del ave. Después quiso que comiera la fruta, pero la lora seguía pidiéndole más pepitas.

—No tengo más; además, si Greta se entera, me mata.

—¡Greta, Greta, Greta! —chilló la lora cuando escuchó el nombre de su dueña.

Karl se llevó un dedo a la boca y le hizo señas de que se callara, pero Miss Marple no lo obedeció.