EPÍLOGO

Unos días después.

Estaba nerviosa. Desde la inauguración de Némesis que no sentía aquella tensión en el estómago y el incontrolable temblor en las piernas. Era otra prueba de fuego a la que debía enfrentarse. Observó a Josefine, que sentada en uno de los sillones Chesterfield, charlaba animadamente con sus lectores. Había dispuesto todo en el área de lectura para mayor comodidad. Tenía muchas ilusiones puestas en aquel evento. Contar con la presencia de una de las nuevas voces de la novela negra, sin dudas, atraería a una importante cantidad de gente y tal vez engrosaría su lista de clientes. Hanna, quien poco a poco iba saliendo de su letargo, había armado una muy buena campaña publicitaria. También la editorial de Josefine se había encargado de promocionar la firma a nivel nacional, así que se esperaba una masiva concurrencia de público.

Lasse se le acercó.

—Es todo un éxito, prima. —Le dio una copa de champagne.

Nuestro éxito —le aclaró.

Él sonrió, y brindaron por Némesis.

Vio a Niklas atravesar la puerta. Le hizo señas con la mano para que se acercara, y su primo decidió dejarlos a solas.

—Parece que todo marcha sobre ruedas. —Le dio un abrazo y luego se dedicó a contemplarla. Se había esmerado en su arreglo, y se notaba. Le daba pena que ni siquiera tuviera una oportunidad con ella.

—Estoy muy contenta. No lo habría hecho sin ti.

—No fue nada, Greta.

—Me dijo papá que te vas mañana.

—Sí, me reclaman en mi trabajo y, aunque quisiera, no podría alargar mi estadía en Mora —dijo con cierto aire melancólico.

—Pero volverás…

—No lo sé. He echado mis raíces en Estocolmo, y la única persona que, creo, podría retenerme aquí, no está disponible.

Greta se sonrojó.

—Niklas…

—No digas nada. Sé reconocer una derrota, y Stevic llevaba mucha ventaja.

Le sonrió y le acarició la mano.

—Eres un hombre maravilloso, apuesto a que tienes un tendal de pretendientes en la capital deseando tu regreso.

—Algo de eso hay. —Le guiñó el ojo—. Voy a saludar a Josefine. Creo que necesita un respiro, no para de firmar ejemplares.

Greta apretó la copa con fuerza cuando vio a Mikael entrando a la librería.

* * *

Karl observó la llegada de Stevic atentamente.

—¿Qué miras? —quiso saber Nina.

—Nada en particular —respondió.

Ella vio entrar a Mikael y luego dirigirse hacia el sector donde estaba Greta.

—No puedes impedir que se vean, Karl. Son amigos.

—Mientras sean solo eso, me parece bien —le aclaró.

Lo lamentaba por él, pero estaba segura de que Greta y su compañero ya no eran solo eso.

—Dejemos a Greta y a Mikael en paz, al menos por esta noche —sugirió, rozándole el brazo.

—Tienes razón. ¿Cenamos en mi casa?

Nina miró a la escritora.

—¿Y Josefine?

—No lo sé. Supongo que luego del banquete se irá al hotel o regresará a Estocolmo.

Le encantaba que no estuviera enterado de los próximos pasos de la mujer. Sonrió y le dijo:

—Yo llevo el vino.

* * *

Pernilla se abrió paso entre la fila de personas que esperaban con libro en mano una firma de Josefine Swartz. Ella también había comprado su ejemplar de Misterio en la montaña, aunque el precio le había parecido algo exagerado.

Cuando llegó su turno, se plantó delante de la mesita que le habían asignado a la autora y llamó su atención con un carraspeo.

—Buenas tardes. ¿A nombre de quién? —preguntó Josefine por enésima vez sin siquiera levantar la vista.

—Pernilla, mi nombre es Pernilla Apelgren —respondió.

La anciana retuvo el libro, obligando a la mujer a tener que mirarla.

—¿Quiere que le firme o no?

—Por supuesto, solo quería comentarle que yo también estoy escribiendo una novela y quería pedirle un consejo.

¡No, otra vez no!, pensó Josefine. Muchos escritores aficionados se le acercaban con el mismo planteo. Creían que, como ella había conseguido publicar y convertirse rápidamente en un best-seller, tenía el secreto del éxito.

—Me alegro por usted, Jemima.

—Pernilla —la corrigió.

Josefine se forzó a sí misma por sonreír. Miró la cola detrás de la anciana; los que esperaban estaban tan impacientes como ella por que se fuera.

—Se trata del crimen de dos mujeres en un pueblo pequeño. Una de ellas, una joven frívola y de fama dudosa…

—Suena muy interesante —la interrumpió—. Me encantaría ayudarla, pero, como verá, no puedo dedicarme solamente a usted.

—¿Cree que le podrá interesar a su editor? —insistió Pernilla.

La otra respiró hondamente y contó hasta tres. No podía ser descortés, menos delante de los demás lectores que esperaban una firma suya.

—No lo sé, Jemima…

—Pernilla —la volvió a corregir.

—No sabría decirle, Pernilla.

—Mi novela se llama La redención y la muerte —le explicó.

Horrible, pensó Josefine.

Por fortuna, Niklas apareció y la salvó de la molesta anciana.

—¿Una lectora demasiado efusiva? —le preguntó él, conociendo su escasa paciencia.

—¡Peor! ¡Una aspirante a escritora!

Niklas soltó una carcajada.

—¿Sabes qué título le ha puesto a su novela?

—¿Cuál?

La redención y la muerte. ¿Puedes imaginar un título más ridículo?

* * *

La firma terminó siendo un rotundo éxito y duró más de lo esperado. Greta observaba encantada el desfile de gente que se movía de un lado a otro por toda la librería mientras disfrutaban del refrigerio que consistía en una variedad de platos dulces y salados. Su padre hacía rato que se había esfumado con Nina. Hanna se había reencontrado con un viejo amigo de la infancia y no tardó tampoco en abandonarla. Niklas seguía haciéndole compañía a Josefine, quien, a pesar del cansancio y su cara de vinagre, estaba contenta por cómo había salido todo.

Ella también estaba exhausta. Se miró los pies. Ya no soportaba los zapatos de tacones altos que Hanna había insistido en que se pusiera. Para colmo de males, el vestido que llevaba le quedaba demasiado ajustado y no la ayudaba en nada a disimular el par de kilos de más que tenía. Debía volver a su rutina diaria de ejercicios. El resfriado ya no era excusa para no levantarse y salir a correr.

Muchos de los presentes ya se estaban yendo. Saludó a Jenny Ulsteen con la mano. Había sido bueno volver a verla. Buscó a Mikael. No estaba por ningún lado. ¿Se habría marchado? ¿Y sin decirle adiós? Divisó a Peter Bengtsson y a su compañera en un rincón. Se acercó a ellos.

—Peter, ¿has visto a Mikael?

—Andaba por acá hace un rato —le dijo el muchacho.

Se dirigió a Miriam.

—¿Y tú?

La muchacha se encogió de hombros.

—No sé. Tal vez se ha ido —respondió incapaz de ocultar sus celos.

Cuando Greta los dejó a solas, Peter se bebió el champagne de un trago para darse coraje.

—Miriam, es inútil que sigas desperdiciando tu tiempo. El teniente Stevic nunca se fijará en ti. Está casado y, como si fuera poco, solo tiene ojos para la hija del inspector. Deberías mirar un poquito a tu alrededor y te darías cuenta de que hay más hombres en el horizonte.

Ella lo miró fijo.

—¿Estás tratando de decirme algo, Bengtsson?

Tragó saliva. Era ahora o nunca.

—¿Te gustaría que fuéramos a tomar algo? Conozco un pequeño pub en las afueras del pueblo…

—¿Conduces tú o yo?

A Peter era lo que menos le importaba en ese momento. ¡Lo había logrado! Finalmente, había invitado a salir a la chica que le gustaba. Esperaba poder ver a Niklas antes de que regresara a Estocolmo para darle las gracias por sus consejos.

* * *

Cerca de las diez, Némesis quedó vacía. Solo quedaban ella y Lasse, quien había prometido quedarse hasta el final para ayudarla a ordenar.

—¿Por dónde empezamos?

—Primo, puedes irte. Es sábado a la noche y seguro tienes planes —le dijo al tiempo que se masajeaba los músculos del cuello.

—¿Segura?

—Segura.

Lo acompañó hasta la puerta y luego puso el cerrojo. Después de estar atestada de gente, la librería le pareció más vacía que nunca. Se sintió tremendamente sola. Todavía no entendía por qué Mikael había desaparecido sin siquiera despedirse. ¿Habría tenido que salir por algo relacionado con Pia?

Se quitó los zapatos y se soltó el pelo. Apagó las luces, luego subió al apartamento. Le esperaba otra noche de sábado arrebujada en el sofá con una buena novela de misterio. No podía quejarse.

Miss Marple de inmediato demandó su atención. La subió al hombro y, pesar de estar cansada, jugó un rato con ella. Cuando fue a cerrar las cortinas, se dio cuenta de que el auto de Mikael continuaba allí.

El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando alguien golpeó a la puerta. Se arregló el pelo lo mejor que pudo, aunque no se volvió a colocar los zapatos.

Cuando abrió, vio a Mikael con una botella de champagne en la mano y un par de copas en la otra.

—Cortesía de uno de los camareros encargados del catering —le anunció—. ¿Vas a invitarme a pasar?

Ella sonrió y abrió un poco más la puerta para dejarlo entrar.

Parecía que, después de todo, aquel sábado no sería como todos los demás.