CAPÍTULO 29

Hanna abrió los ojos y miró través de la ventana del Lasarett, cómo la lluvia lentamente iba empañando los cristales. Odiaba los hospitales y odiaba los días lluviosos. Si hubiese sido por ella, se habría largado hacía rato, sin embargo, el doctor que la había atendido apenas ingresó, le había explicado que aún tenía vestigios de triazolam en la sangre y que debía permanecer por lo menos veinticuatro horas en observación a causa de la sobredosis que había sufrido.

Nunca en su vida se había sentido tan estúpida. Lo último que recordaba era haberse desvanecido en los brazos de Evert. Cuando despertó y le comunicaron que se encontraba en el hospital, no entendía qué había ocurrido. Pero, gracias a su madre, terminó enterándose de que había sido Evert el que la había dejado en aquel estado antes de verse acorralado por la policía. El estado de confusión no le permitió ordenar las ideas en su cabeza durante un buen rato. Luego, cuando empezó a recuperarse, las piezas fueron encajando poco a poco: el comportamiento extraño de Greta esa noche, la inquietud que había percibido en Evert y cosas que ahora veía con otros ojos: el interés velado por saber de los crímenes, su reticencia a pasar la noche con ella la primera vez que lo había invitado a su casa…

Sacudió la cabeza. Le parecía un juego macabro del destino todo lo que había ocurrido. ¿Cómo era posible que hubiese estado al lado de un pervertido y un asesino sin darse cuenta? ¿Tan ciega había estado o había sido su acuciante necesidad de enamorarse la que la había vuelto tan crédula?

Envidiaba la sagacidad de Greta.

En ese momento, alguien llamó a la puerta.

Con paso cansino, regresó a la cama y se acostó. Se acomodó el pelo. Le habría gustado tener un espejo a mano para revisar su aspecto. Seguramente estaría hecha un desastre.

—Adelante.

Greta entró a la habitación con un enorme globo color púrpura que decía: «Recupérate pronto». Lo ató a la pata de la cama y se acercó.

—¿Cómo estás? —Hizo un enorme esfuerzo por sonreír, pero todavía le duraba la zozobra de la noche anterior.

Hanna soltó un suspiro.

—Supongo que bien. Aunque me sentiría mucho mejor si mi amiga del alma me abrazara.

A Greta ahora le costó contener las lágrimas. Ambas se fundieron en un largo abrazo y, antes de separarse, Hanna le susurró al oído:

—Gracias.

—No tienes que dármelas —le dijo mientras le acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Si no hubiese sido por ti, ese malnacido de… ¡Dios, amiga, ni siquiera puedo decir su nombre!

—Ya no pienses más en ello; todo terminó por fin.

La rubia la miró fijamente.

—¿Cuándo lo supiste?

—Demasiado tarde —reconoció.

—No fue tu culpa que me fijara en el hombre equivocado.

—Tampoco tuya. Evert se acercó a ti con un solo propósito: estar al tanto de los avances de la investigación. Lo intentó conmigo, pero no le funcionó, así que se aprovechó de tu interés por él para sonsacarte información sin que te dieras cuenta, por supuesto.

Hanna asintió.

—Siempre lograba tirarme de la lengua y aparentar que era yo la que quería hablar del asunto. Lo que tiene de pervertido lo tiene de inteligente.

—Así es. Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. No podía decirte la verdad sin ponerte en peligro y, al final, ocultarte las cosas no previno lo que sucedió. —Tocó la venda que Hanna tenía en el cuello—. Podría haberte matado… por mi culpa.

—Basta de culpas. Por fortuna, ambas estamos bien y, según supe, se lo debemos a un apuesto teniente de cabello dorado y seductores ojos azules. —Le sonrió pícaramente—. ¡Stevic es mi héroe!

Greta se echó a reír. Era increíble que después de la experiencia vivida, su amiga tuviera ánimos para bromear.

—Es verdad, Mikael logró reducir a Evert justo antes de que… bueno, mejor no hablemos más del asunto, no tiene caso —sugirió.

—Mi madre acaba de irse. Ha preguntado por ti y el Club de Lectura. Está ansiosa por que empiece.

—Cuando pase la firma y todo esté más calmado, me pondré a programar la nueva temporada.

—¿Interrumpo?

Ambas guardaron silencio cuando Niklas se asomó por la puerta.

—Ven, pasa —lo invitó Hanna.

—¿Cómo te sientes?

—¿Además de ilusa y estúpida? Bastante mejor.

—¡Hanna, no digas eso! —la reprendió su amiga.

—Me alegro de que te estés recuperando. —Miró a la pelirroja—. Greta, he venido a buscarte.

—¿A mí? ¿Por qué?

No sabía si decirlo delante de Hanna.

—Entérate de que no tiene secretos conmigo —le informó la rubia cuando se dio cuenta de su reticencia a hablar estando ella presente.

—Es Gordon, se ha negado a declarar y dice que solo hablará contigo.

Greta se levantó de un salto de la cama.

—¿Conmigo?

Niklas asintió.

—No tienes por qué hacerlo.

Miró a Hanna, esperando quizá su aprobación o su disconformidad.

—Es tu decisión.

—¿Segura?

—Por supuesto.

Se inclinó para darle un beso en la frente. Luego se dirigió a Niklas.

—Lo haré. Si Evert quiere hablar conmigo, estoy dispuesta a escucharlo.

Abandonaron la habitación del hospital bajo la atenta mirada de Hanna.

* * *

—No deberíamos permitirlo —renegó Mikael después de oír el absurdo pedido que había hecho Evert Gordon.

—Yo tampoco estoy de acuerdo —lo respaldó Karl—. Tenemos pruebas suficientes para meterlo en prisión hasta que se pudra, ni siquiera necesitamos de una confesión. —No solo tenía las fotos y el broche de Kerstin en su poder, también habían hallado el calcetín amarillo y su huella estaba en la fotografía que Greta había encontrado en casa de la niña. Además, tenían el arma homicida.

Nina los observó. Después de que Gordon se rehusara a declarar y exigiera hablar con Greta, parecía que ambos habían dejado sus diferencias a un lado.

—Saben tan bien como yo que el sujeto no va a confesar. Según sus propias palabras, él no hizo nada malo. Si quiere hablar con Greta, es por alguna otra razón.

—Espero que mi hija, por una vez en la vida, tome la decisión correcta. —Miró de soslayo a Stevic y el teniente se hizo el desentendido.

En ese momento, Greta ingresó a la comisaría acompañada por Niklas.

Karl les salió al paso.

—Tenía la esperanza de que no vinieras. —Le acarició el rostro—. Hija, ¿qué puede decirte ese sujeto que no sepamos ya? Además, en una hora, será trasladado a Orsa.

Greta miró a Mikael para ver si él estaba de acuerdo con su padre. Por la expresión preocupada en su rostro, tampoco le agradaba lo que estaba a punto de hacer.

—Papá, sé que las pruebas en su contra son condenatorias, sin embargo, hay algunas cosas que me gustaría que me contara, y creo que está dispuesto a hacerlo. Me conoces, no me gusta dejar cabos sueltos. No sé de quién lo habré heredado. —Le sonrió.

—No se puede discutir contigo, ¿eh?

—Soy digna hija de mi padre —dijo mirando a los demás.

Mikael dio un paso al frente.

—Te acompaño. —No iba a aceptar un no como respuesta.

Karl ni se inmutó. Prefería que su hija no pasara aquel trance sola.

—Lo haremos en la sala de interrogatorios —le indicó cuando estaban llegando al final del pasillo.

Greta asumió que su padre, Nina y Niklas observarían todo desde el cuarto contiguo.

—Me parece bien.

Él le abrió la puerta y le pidió que esperara dentro.

—Regreso enseguida. —Antes de salir, se volteó—. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

Asintió moviendo enérgicamente la cabeza.

—Tenía que preguntarlo una vez más…

Cuando se quedó sola, miró el cristal en la pared. Sonrió, imaginándose a su padre del otro lado.

Unos minutos después, Mikael regresó con Evert.

—Siéntate —le ordenó el teniente.

El reo obedeció. Luego miró a Greta fijamente. Ella prefirió quedarse de pie.

—Pensé que no ibas a venir.

—No iba a hacerlo, pero hay algunas cosas que quiero saber. —Se cruzó de brazos—. Si me has traído hasta aquí, espero que aclares mis dudas.

—Yo no te he traído, Greta. Ha sido tu curiosidad la que te ha arrastrado hasta mí. —Entornó los ojos y le sonrió—. ¿Sabes? No puedo dejar de imaginarme cómo eras cuando tenías ocho, tal vez, nueve años…

Un escalofrío helado subió por su columna vertebral cuando vio que se frotaba la entrepierna.

—No vamos a hablar de mí, Evert. No he venido a eso.

—Lástima, habría sido interesante saber a qué jugabas cuando eras niña, qué te hacía feliz, qué te hacía llorar. —Subió las manos encima de la mesa y miró con fastidio a Mikael—. Creí que estaría a solas contigo, Greta.

—Imposible —respondió Stevic.

Lo miró con desdén.

—¿Eres su perro guardián?

Mikael apretó los puños con fuerza para contener las ganas de golpearlo.

—Evert, hablemos como si estuviéramos solos, ¿te parece?

—De acuerdo. Dime qué quieres saber y te lo diré.

Greta se dio cuenta de que aun con las esposas y a punto de recibir una condena de por vida, se sentía el dueño de la situación. Había sido él quien la había llamado y ahora actuaba como si hubiese sido al revés.

—Mattias Krantz, háblame de él —le pidió.

Evert se rio.

—Mattias… no era más que un pusilánime. Un muchacho insípido y sin personalidad. Lo conocí en una sala de chat. A decir verdad, yo lo inicié en el arte de amar a los niños. Era justo lo que andaba buscando.

—Alguien a quien pudieras manipular a tu antojo —repuso Greta.

—Exacto. Me atrajo de él su carácter sumiso.

—Apuesto que no te costó nada convencerlo para que secundara tu macabro propósito —aseveró Greta.

—Mattias era la persona idónea para llevar a cabo mi plan. Había pasado demasiado tiempo reprimiendo lo que de verdad sentía. Unirse a mí, fue… como liberarse. Conmigo no tenía que fingir como lo hacía con los demás.

—Cuéntame lo que pasó, quiero saberlo. —Poco a poco empezaba a entender el mecanismo de aquella perversa alianza.

—Y yo me muero por contártelo.

Mikael la observó. Se sorprendió por la forma en que Greta se manejaba frente a Gordon. Aparentaba serenidad y una fortaleza de hierro, aunque sabía que, en el fondo, estaba asustada.

—Después de todo, si estoy aquí, encerrado entre estas inmundas paredes, es por tu causa. —Se dirigió a Mikael—. Convengamos, teniente, que si no hubiera sido por Greta, dudo que me hubiesen atrapado. ¿Qué siente la policía cuando alguien más hace su trabajo? —se burló.

—No voy a caer en tu juego, Gordon —le advirtió.

Ni siquiera lo miró. Volvió a prestarle atención a quien realmente le interesaba.

—¿Por dónde íbamos? ¡Ah, ya sé! —Extendió el brazo—. ¿Por qué no te sientas, Greta? Es una larga historia…

—Estoy bien así —le respondió, cortante.

En vez de enojarse, Evert se mostró complacido.

—Bien, como ya te dije, contacté a Mattias en el chat de Cacería Virtual. Era un novato y poco a poco fue soltándose conmigo. Creo que le inspiré confianza desde el primer momento.

—Se sintió cómodo contigo.

—Así es. —Se reclinó en la silla—. Me contó que había conocido a una niña, que había empezado a seguirla, a obsesionarse con ella de tal manera que ya no podía dormir por las noches. Iba todas las tardes al parque para filmarla, pero nunca se había atrevido a acercarse a ella. Eso cambió pronto. Un día, alguien llamó a la tienda donde trabajaba arreglando ordenadores. Cuando reconoció la dirección, se ofreció a ir él mismo. No iba a perder la oportunidad de estar cerca de Kerstin. —Se detuvo para relamerse los labios.

—Continúa —lo exhortó Greta.

—Esa noche, me contó, sumamente excitado, que le había regalado una pulsera y que haber tocado sus pequeñas manos no se comparaba a nada de lo que había imaginado. Me confesó que había tenido una erección… —estudió la reacción de Greta—. Su obsesión aumentó y ya no podía controlarse. Me mandó una foto de Kerstin en el parque: comprendí por qué se había obsesionado con ella. Era preciosa, con el cabello rojo y unos enormes ojos azules. Supongo que así te verías tú a esa edad.

Trató de hacer caso omiso al comentario.

—¿Qué hay del video de Kerstin en el parque? ¿Era lo que buscabas el otro día en su apartamento? Querías tenerlo de recuerdo.

No le respondió, prefirió seguir con el relato.

—Entonces, le dije que podía hacer más que tocar su mano. Urdimos un plan. Le habló de mí, diciéndole que podía cumplir su sueño de ser modelo. Atraerla fue muy fácil. Le tomé algunas fotografías en la cabaña de Mattias y, así, nos ganamos su confianza.

—Luego le pediste que la secuestrara.

Evert asintió.

—Mattias la trajo esa tarde para sacarle más fotos, pero ya no me conformaba con verla a través de la lente. —Cerró los ojos un instante, como si estuviera reviviendo el momento en su mente—. Necesitaba probarla y sé que Mattias también lo deseaba.

—¿La atacaste allí?

—Kerstin se resistió. Cuando se dio cuenta de lo que en realidad estaba pasando, intentó escapar. No quería lastimarla, pero no podía permitir que se fuera. Fue solo un golpe para mantenerla controlada.

—¿Qué hicieron luego?

—La llevamos a mi casa. La cabaña ya no era un lugar seguro. La temporada de caza acababa de empezar y había muchos cazadores merodeando la zona.

—¿Tú eras el del video, verdad?

—Sí. Le tocaba a Mattias estar al otro lado de la lente. Nunca se atrevió a hacerle nada, solo nos miraba. Creo que incluso lo vi llorar. Durante el tiempo que Kerstin estuvo con nosotros, solo se limitaba a acariciarla.

—Él no quería lastimarla.

—Yo no estaba lastimándola… la estaba amando —dijo, algo molesto.

Greta, completamente asqueada por el relato de Evert, hizo la pregunta clave.

—¿Por qué la mataste?

—Porque ya no era la niña pura e inocente de la que me había enamorado.

—¿Mattias no hizo nada para evitarlo?

—No, solo se quedó viendo, como siempre lo hacía —respondió.

—¿Y qué pasó luego?

—Le pedí que la enterrara en el bosque y le hice jurar que nuestro secreto nunca saldría a la luz.

—Sin embargo, Mattias no cumplió su parte del trato.

Negó con la cabeza.

—El muy imbécil entró en pánico cuando encontraron el cuerpo de Kerstin en el bosque. Me decía que ya no aguantaba el cargo de conciencia, que quería contarlo todo… El discípulo sumiso se volvió una molestia.

—Y debías eliminarlo —aseveró Greta.

—No tenía otra opción.

—Así, Mattias dejó de ser el cazador y pasó a convertirse en la presa.

—¿Acaso no somos todos, algunas veces, cazadores y, otras veces, la presa?

Aquella frase quedó revoloteando en su mente por unos segundos.

—Dime una cosa: encontré un diario en tu habitación. No habías escrito nada todavía. ¿Ya tenías a alguien más en vista, verdad?

Una sonrisa perversa curvó sus labios.

—Nunca te lo diré.

No hacía falta. Se dirigió hacia la salida.

—¿Ya te vas?

—No tengo nada más que hacer aquí. —Se volteó y le sostuvo la mirada—. Los tipos como tú me dan asco.

A Evert se le borró la sonrisa de la cara.

Greta salió. Se recostó contra la pared, cerró los ojos y respiró hondamente. Mikael la alcanzó enseguida.

—¿Fue duro, eh?

—Lo fue. —Sonrió, algo más relajada—. Gracias por quedarte conmigo.

—Creo que no te hice mucha falta. Supiste manejarte muy bien allí dentro.

—¿Te cuento un secreto? —Le tocó la mano, y Mikael entrelazó sus dedos con los de ella—. Siempre me haces falta…

Se moría por besarla, pero el eco de pasos y el murmullo de voces acercándose no se lo permitió.