CAPÍTULO 28

El corazón le dio un vuelco cuando divisó la casa que ahora ocupaba Evert al otro lado del camino. No vio el auto de Hanna por ningún lado, así que supuso que él la había llevado hasta allí.

Se estacionó frente a la propiedad y esperó unos segundos antes de descender. Hanna apareció en el porche y la saludó con la mano. Respiró hondamente. Se veía tan feliz… hacía mucho que no sonreía de aquella manera despreocupada. Odiaba a Evert Gordon y se odiaba a sí misma porque sería ella la que tendría que contarle quién era en realidad el hombre con el que estaba saliendo.

Apagó el motor, luego se aseguró de que el teléfono móvil tenía suficiente batería y lo metió dentro del bolso. Cuando se bajó, su amiga le salió al encuentro.

—Viniste sola —le dijo mientras le daba un abrazo.

—Sí, Niklas está demasiado ocupado en la comisaría.

—Entremos, Evert nos espera.

El enorme recibidor estaba iluminado tenuemente gracias a las velas que colgaban de un candelabro de bronce. A lo lejos, sonaba algo de jazz y había un penetrante olor a carne asada en el ambiente. Hanna le hablaba, pero ella tenía los cinco sentidos en alerta. Dentro de aquella casa estaba la prueba que necesitaba para atrapar al asesino.

Evert salió en ese momento de la cocina. Llevaba un delantal a cuadros rojo y blanco. Se acercó y le brindó a Greta una sonrisa.

Fue difícil apartar de su mente la imagen de la pobre Kerstin tirada en una cama desnuda a merced de su captor. Se le revolvió el estómago.

—¿Cómo estás? Niklas no vino contigo —comentó al tiempo que se secaba las manos en el delantal.

Notó cierta desazón en su voz. Seguramente esperaba que fuese acompañada de Niklas para sonsacarle algo más de información sobre los avances de la investigación.

—Le estaba comentando a Hanna que estaba demasiado ocupado. Ahora que han detenido al asesino, deben trabajar el doble —respondió estudiando su reacción.

Evert sonrió.

—Me enteré en las noticias. Supongo que debe de ser muy satisfactorio haber atrapado al sujeto.

Greta no podía creer su cinismo. Deseaba agarrar a su amiga del brazo y llevársela de una buena vez de allí. Pero no podía; no sin antes conseguir lo que había ido a buscar.

—Lo es. Papá y los demás están muy contentos —respondió haciendo un enorme esfuerzo por disimular delante no solo de él, sino también de Hanna. Si se daba cuenta de que algo estaba sucediendo, todo podía irse por la borda. Una Hanna aprehensiva y nerviosa sería su peor enemiga en ese momento.

Cuando Evert regresó a la cocina para terminar de preparar la cena, la rubia la arrastró hasta un coqueto saloncito decorado al mejor estilo inglés.

—¿Evert hizo todo esto? —preguntó, curiosa.

—No, los muebles estaban incluidos en el alquiler. —Hizo una pausa para respirar hondamente—. ¿Te acuerdas cuando de niñas soñábamos con vivir en una casa como esta?

Greta asintió.

—Sé que es pronto para hacerme ilusiones, pero, si Evert decide quedarse definitivamente en Mora, tal vez pueda cumplir el sueño de ambas —dijo con ojos embelesados.

—¿Te ha dicho algo?

—No, tampoco le he mencionado el tema. La verdad, amiga, es que me gustaría mucho que no se fuera. —Se sentaron en un sofá—. Creo que me estoy enamorando, Greta —le dijo en voz baja.

A Greta se le hizo un nudo en la garganta. Hanna estaba llegando demasiado lejos y, cuanto más lejos llegara, más duro sería el golpe.

—No exageres, apenas lo conoces.

—Lo sé, pero siento que Evert es el hombre de mi vida. —Cuando hablaba de él le brillaban los ojos.

Greta no podía seguir escuchándola. Se puso de pie de un salto.

—¿Podría usar el cuarto de baño?

Hanna se dio cuenta de inmediato que su amiga trataba de evadir el tema. La notaba inquieta y algo incómoda. Mientras la acompañaba hacia la planta alta, muchas preguntas revoloteaban en su mente. ¿Acaso le molestaba que se hubiese enamorado? ¿Sentiría envidia por no haber conseguido lo mismo con el teniente Stevic? ¿No le agradaba Evert porque había intentado enredarse con ella? Adoraba a su amiga, pero no iba a permitir que interfiriera en su vida. La dejó en el cuarto de baño y regresó a la cocina con Evert.

Greta esperó a que Hanna se alejara. Observó todo a su alrededor atentamente. Abrió el botiquín. No encontró nada raro. Solo unos cuantos suplementos vitamínicos y algunos somníferos. Nada que no hallaría en cualquier otro botiquín.

Revisó también el mueble debajo del lavabo. Había cuatro toallas perfectamente dobladas. Las retiró y las desplegó para ver si había algo oculto en su interior, pero fue inútil. Estaba visto que estaba perdiendo el tiempo allí. Hizo correr el agua del toilette para que el ruido camuflara la puerta al abrirse y salió al estrecho pasillo. El suelo estaba alfombrado y hacía que sus pisadas fueran apenas perceptibles.

Se metió en la primera habitación que encontró, deseando que fuera la de Evert. La lámpara sobre la mesita estaba encendida y, aunque las cortinas estaban cerradas, tenía una visión bastante clara del lugar. La recorrió con la mirada. Extremadamente pulcra y ordenada. Ni siquiera parecía la habitación de un hombre. No supo por qué, pero le vino a la mente la habitación de Stefan con la ropa tirada por todos lados, los libros que nunca terminaba de leer en el suelo y las revistas de motos desparramadas debajo de la cama. Fue hasta la mesita de luz y abrió el primer cajón. Había un cuaderno con espirales grandes debajo de una revista de arte. Cuando lo volteó, contuvo la respiración. En la portada había un corazón envolviendo a otro corazón más pequeño. Lo abrió, esperando encontrar algo escrito en su interior, pero las páginas estaban en blanco. Lo levantó y lo sacudió, esperando que se cayera algo de entre sus hojas. Nada. Tuvo un presentimiento terrible. ¿Y si aquel cuaderno de tapas rosadas era una especie de diario? Si lo que empezaba a sospechar era cierto, había una niña en algún lugar que corría peligro. Rápidamente, lo dejó donde lo había encontrado y siguió buscando. Estaba segura de que no era el único. Levantó el colchón y revisó debajo. Luego hizo lo mismo con el interior de las almohadas. No había nada. Tampoco en el armario. No podía quedarse mucho tiempo más y arriesgarse a ser descubierta. Se acercó a la puerta y salió solo después de cerciorarse de que no había nadie. Miró el reloj. Mikael le había advertido que le daba solo una hora antes de llamar a su padre.

Bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Como pudo, sonrió.

Por su parte, Mikael no podía seguir esperando. Lo carcomía la incertidumbre y temía que Greta se desviara del plan inicial sin siquiera ponerlo al tanto. Revisó el teléfono. Ni siquiera un mensaje de texto le había enviado cuando habían acordado estar en comunicación permanente.

Decidió intervenir y no ser un simple espectador.

Se alejó del sendero y se adentró en el bosque para acercarse a la propiedad sin ser visto. Le quedaba un buen trecho todavía, por eso aceleró la marcha. Se topó con un arroyuelo y un terreno bastante agreste, pero, finalmente, dio con la casa. Divisó el Mini Cabrio estacionado en el frente. Saltó por encima de unos brezos y continuó agachado hasta detenerse en un pequeño cobertizo ubicado detrás de la casa. Se incorporó y sacó el arma para comprobar que estuviese cargada.

¿Por qué Greta no lo llamaba? ¿No había encontrado nada aún que le sirviera para probar la culpabilidad de Gordon? ¿O era algo peor? Le daría solo unos minutos más para que se pusiera en contacto con él; después, entraría en acción.

* * *

La cena ya estaba lista, y Greta se ofreció a ayudar a Hanna a poner la mesa. Tenía que llamar a Mikael sin levantar sospechas. Echaría mano de la estrategia que habían ideado más temprano.

—Si me disculpan… —Buscó el móvil y se alejó hacia la ventana—. Tengo que avisarle a mi primo que hoy le toca a él cerrar Némesis. Debí hacerlo antes de venir, pero me olvidé.

Hanna se quedó mirándola. ¿Desde cuándo necesitaba avisarle a Lasse que se encargara de cerrar la librería? Hacía rato que su primo se había vuelto la mano derecha de Greta. ¿Por qué mentía?

Greta marcó el número de Mikael y esperó.

—Lasse, soy yo.

—¡Greta por fin!

—Todo está bien, solo quería avisarte que llegaré un poco más tarde y tendrás que cerrar tú la librería.

—¿Has encontrado algo?

—Creo que sí, pero no sé cuánto me demoraré.

—¿Evert sospecha algo?

—No. La estoy pasando bien, ¿y tú? ¿Cómo va la librería?

—Te estoy viendo, Greta.

Disimuladamente, miró a través de la ventana. Allí estaba, detrás del cobertizo, mirándola. Su corazón comenzó a latir más fuerte.

—Te veo más tarde, primo.

—Si no logras encontrar nada, inventa una excusa y saca a Hanna de allí. ¿De acuerdo?

No respondió.

—¿Greta?

Le cortó abruptamente y regresó con sus anfitriones.

Mikael la llamó, pero le saltó el contestador. Observó hacia la casa. Greta ya no estaba junto a la ventana. Lanzó varios improperios al aire. ¡Se lo había hecho de nuevo!

Evert bajó a la cava en busca de una botella de vino, y Hanna aprovechó para encarar a su amiga.

—Ahora sí, será mejor que me digas qué demonios está sucediendo.

Greta la miró.

—¿A qué te refieres?

—Te conozco y sé cuando estás tramando algo. Esa llamada a tu primo me resultó bastante sospechosa.

—No estoy tramando nada, Hanna.

—¿Me lo juras?

—Te lo juro.

Se quedó mirándola fijamente durante unos cuantos segundos.

—Bueno, voy a sacar la carne del horno. La cena estará lista en unos minutos.

A Greta no le gustaba mentirle, pero, por su propio bien, era mejor que Hanna no supiera la verdadera razón por la que estaba allí. Aprovechó aquel nuevo momento en soledad para seguir husmeando. Se dirigió a la biblioteca. Había unos cuantos adornos de mimbre y un par de libros de fotografía. Cuando miró mejor, se dio cuenta de que había un ejemplar de Alicia en el país de las maravillas. Era una edición ilustrada de lujo y desentonaba con todo lo demás. Entonces recordó que había leído en una ocasión que su autor, Lewis Carroll, gustaba de fotografiar a niñas pequeñas. Era demasiada coincidencia. Tomó el libro y lo abrió. Descubrió, atónita, que no era más que una fachada y en su interior habían escondido un cuaderno más pequeño, similar al que había visto en la habitación, con el símbolo de BigGirlLover en la cubierta: solo que no estaba en blanco como el anterior. Se le cayó de las manos cuando vio lo que contenía. Las páginas estaban todas escritas, un nombre se repetía una y otra vez: Kerstin. Se horrorizó cuando vio las fotos de la niña. Había algunas en las que posaba como modelo, similares a la que había encontrado entre sus cosas y otras más macabras del momento en el que había sido sometida por su agresor. Sintió asco, pero al mismo tiempo un gran alivio. Tenía en sus manos lo que la policía necesitaba para atraparlo. Volvió a meter el libro en su sitio antes de que Evert regresara de la bodega. Al hacerlo, notó que, detrás de los tomos de fotografía, había una pequeña bolsa de cuero. Supo de inmediato lo que había en su interior antes de mirar: el broche de Kerstin. Sintió pasos acercándose. Rápidamente, colocó todo en su sitio y se alejó de allí.

Se topó con él antes de abandonar la sala.

—Una buena elección, ¿no crees? —le mostró la botella de merlot.

—Excelente —dijo ella al tiempo que intentaba apartar de su mente las terribles imágenes que acababa de ver.

Lo acompañó a la cocina donde Hanna ya tenía la cena lista.

—¿Comemos aquí? —le preguntó al dueño de casa con una sonrisa.

—Mejor en el salón, la visita lo amerita. —Se volteó y miró a Greta.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No supo si eran los nervios o qué, pero tuvo el extraño presentimiento de que Evert lo sabía todo. La cena transcurrió tranquilamente. Greta observaba como su amiga le acariciaba la mano a Evert por encima de la mesa, y él le sonreía. Se preguntó cómo habría hecho para fingir delante de ella sus inclinaciones perversas. A la vista de cualquiera, Evert Gordon parecía un hombre normal. Joven, apuesto y muy seguro de sí mismo. Todo lo contrario a Mattias Krantz. Bebió un poco de vino, pero no pudo probar bocado. Tenía el estómago demasiado revuelto. En un momento, volvió a encender el teléfono. No iba a llamar a Mikael de nuevo porque hasta Hanna había sospechado que algo no andaba bien. Estaba convencida de que sería él quien se pondría en contacto con ella. Contó los minutos hasta que, por fin, el móvil sonó.

—Disculpen. —Se levantó de la mesa y se alejó unos cuantos metros para hablar tranquila.

—Diga.

—¡Demonios, Greta, no vuelvas a hacer algo así nunca más! —la increpó.

Tragó saliva. Tenía mucha razón en enojarse con ella, pero ya podría reclamarle más tarde.

—Estoy bien, Lasse. Disfrutando de una cena con mis amigos —le dijo para calmarlo.

Mikael suspiró.

—¿Has encontrado algo?

—Sí. Fíjate en el estante de los clásicos, si no recuerdo mal, la novela de Fleming está abajo a la derecha.

—¿Lo que encontraste está en su biblioteca?

—Sí.

—¿Es el broche?

—Exacto.

—Ya avisé pidiendo refuerzos, no deben de tardar. Sal de esa casa lo antes posible y llévate a Hanna contigo, ¿me oyes? Y esta vez no quiero que me desobedezcas.

—Está bien, lo haré. Tú también descansa, primo. Nos vemos.

Pero cuando se volteó, se dio cuenta de que no iba a poder cumplir la promesa que acababa de hacerle a Mikael.

Hanna estaba sobre la mesa, inconsciente. A su lado, Evert la miraba fijo.

—¿Qué has hecho? —Corrió al lado de su amiga e intentó despertarla.

—Es inútil, el somnífero que puse en su copa hizo efecto muy rápido. Tardará un buen rato en recuperar la conciencia.

Había hecho bien en desconfiar: Evert olía algo, tal vez, había sospechado su intención desde el principio.

—Lo sabías…

—Eres una mujer bastante predecible, Greta. Leí mucho sobre ti como para saber a qué atenerme contigo. Sé de tu oportuna intervención en los dos crímenes que ocurrieron en el pueblo hace unos meses y de tus increíbles dotes de detective aficionada. Creo que los periodistas que escribieron sobre ti te adoran.

—No le hagas daño, ella ni siquiera sabe quién eres —le pidió. Hanna seguía inconsciente y, por su propio bien, deseaba que siguiera así.

—Reconozco que me daría mucha tristeza lastimar a tu amiga. —Rodeó la mesa y sacó algo del bolsillo de sus pantalones: era una navaja.

Greta retrocedió.

—La policía llegará de un momento a otro —le advirtió.

—Supongo que no era tu primo con quien hablabas. —Se acercó a ella empuñando la navaja hacia delante.

¡Dios, debía hacer algo! No sabía cuánto tardarían en aparecer los refuerzos que había pedido Mikael y, si Evert se sentía amenazado, podía atacarlas a ambas.

—Antes de que lleguen, acabaré con ustedes —le aseguró.

Greta entonces corrió hasta la biblioteca y se apoderó de Alicia en el país de las maravillas. Lo abrió y sacó el diario de su interior. Se lo mostró. Si, como lo imaginaba, Evert era de los perversos que guardaban todo lo relacionado con sus crímenes para revivirlos una y otra vez, aquel diario significaba mucho para él.

—¡Si te acercas, lo destruyo! —le gritó, esperando que Mikael la hubiese escuchado.

Evert se enfureció.

—¡Deja eso!

Greta se movió hacia la ventana para poder ser vista desde el exterior. Contaba con que su padre y los demás estuviesen a punto de llegar. Levantó el diario por encima de la cabeza. Lo abrió, y las fotos de Kerstin cayeron al suelo.

Le clavó la mirada. En ese momento, los ojos abyectos de Evert eran más afilados que la navaja que sostenía en la mano.

—¿No lo entiendes, verdad?

—¿Qué es lo que hay que entender? Abusaste y asesinaste a esa pobre niña… —Bajó los brazos y sujetó el diario con fuerza. Su estrategia no iba a funcionar por mucho más tiempo: no podía destruir el diario sin acabar con la única prueba contundente que tenían en su contra.

—Yo no lo veo de esa forma. —Una sonrisa perversa se le dibujó en el rostro—. Amaba a Kerstin… y ella me amaba. Le ofrecí todo lo que deseaba, estaba dispuesto a cumplirle su sueño. Era el único que la entendía.

¡Dios, estaba más enfermo de lo que pensaba! Agradeció que Hanna no escuchara aquellas atrocidades.

—¿Y por eso la mataste?

Evert entornó los ojos y respiró hondamente. Ya no la miraba a ella.

—No podía permitir que me dejara. —Pasó el dedo índice por el filo de la navaja—. Kerstin quería irse, y no podía permitirlo. ¿Has amado alguna vez a alguien tanto que no concibes que se aparte de ti, ni siquiera por un segundo? —Volvió a mirarla, ahora con un gesto interrogante.

Greta negó con la cabeza.

—Así amaba a Kerstin —sentenció.

Luego se aproximó nuevamente a Hanna y le acarició el cabello con la navaja.

—No sabes cuánto me costó fingir que me gustaba. Sin embargo, lo tomé como un pequeño sacrificio: un obstáculo en el camino para conseguir mi propósito. Para mi fortuna, a tu amiga le encanta soltar la lengua y fue sencillo hacerla hablar.

—Hanna te quería… No debiste usarla de esa manera.

—Tal vez tengas razón: tú eres más interesante, aunque un hueso más duro de roer que tu amiga. No hubiese podido contigo, y eso, Greta, tómalo como un cumplido de mi parte. —Se burló de ella haciéndole una reverencia.

En ese instante, el ruidoso sonido de las sirenas inundó el lugar.

—Te dije que la policía no tardaría en llegar —lo desafió.

Evert asió a Hanna del brazo y la levantó de la silla. Ella parecía una marioneta, sin vida, sin movimiento. Greta creyó oír que gemía, pero con el tumulto de las sirenas no estaba segura.

—No voy a dejar que me atrapen. Si para evitarlo tengo que matarla, lo haré —la amenazó.

—Deja a Hanna, apenas puede sostenerse en pie. Tómame a mí en su lugar, pero permite que se vaya —le suplicó. Todavía tenía el diario en sus manos—. Es tuyo, solo debes soltarla y te lo devolveré —le propuso.

Intuyó enseguida que era una trampa. Sostuvo a Hanna de la cintura y la arrastró hacia la puerta.

—Sal tú primero y diles que no disparen —le ordenó al tiempo que ponía la punta de la navaja en el cuello de la fotógrafa hasta hacerlo sangrar.

Greta no se movió.

—¡Hazlo! —le gritó.

Fue hasta la puerta y la abrió. El corazón le dio un vuelco en el pecho cuando vio a Mikael y, junto a él, a su padre. También estaban Nina y un par de agentes apostados detrás de las patrullas, empuñando las armas.

—¡No disparen, por favor! —pidió al borde del colapso.

Karl se acercó.

—Hija, ¿estás bien?

—No, papá… —Miró hacia el interior de la casa—. Tiene a Hanna —balbuceó.

Las palabras de Greta fueron el preludio para la aparición de Evert y su rehén. Se colocó detrás de la pelirroja con Hanna a cuestas.

—¡Gordon, no tienes escapatoria! ¡No saldrás vivo de esta! —le advirtió Karl—. Deja ir a las muchachas y luego hablaremos.

—¡Yo no quiero hablar con ustedes! —replicó—. Quiero que Greta me devuelva lo que me pertenece.

Greta no podía parar de temblar, aun así, no estaba dispuesta a soltar el diario. Notó que Mikael comenzaba a alejarse sigilosamente hacia la parte trasera de la casa. Miró a Evert, pero él no pareció darse cuenta de nada.

Mientras, Karl hacía hasta lo imposible para negociar con él.

—Puedo conseguirte un vehículo si lo deseas.

—¡Su hija sabe bien lo que quiero! —Miró a Greta y hundió un poco más el puñal en la garganta de Hanna—. De ti depende que tu amiga siga con vida.

Todos vieron por encima de su hombro cómo Mikael se acercaba lentamente a Evert desde el interior de la casa. Le hizo señas a Greta de que estuviese atenta a Hanna. No podían olvidar que la fotógrafa tenía una navaja hundida en la garganta. Al teniente le tomó solo un par segundos colocarle un brazo alrededor del cuello para someterlo. Evert no opuso resistencia alguna y la navaja cayó al suelo. Mikael la pateó fuera de su alcance. Estaba seguro de que era el arma que se había usado para ultimar a Kerstin: la famosa navaja que Kjell Ulsteen le había regalado a su hijo Mattias en día de su cumpleaños número catorce.

Greta sujetó a Hanna y, con la ayuda de su padre, la condujo hasta una de las patrullas. Nina, de inmediato, llamó a una ambulancia.

—Está casi todo aquí. En el salón encontrarán más fotos de Kerstin y el broche escondido en la biblioteca, detrás de un ejemplar de Alicia en el país de las maravillas. —Le entregó el diario a Karl—. Después podrás regañarme todo lo que quieras, ahora solo quiero estar con Hanna.

Karl no dijo nada. No era momento para sermones ni reproches. Más allá del enojo, admiraba el carácter intrépido de su hija y hasta su constante manía de enfrentarlo. Junto con Nina se dirigieron a la casa para recolectar el resto de las pruebas que había mencionado Greta. Después los peritos se encargarían de todo lo demás. Stevic avanzó hacia ellos. Llevaba a Evert esposado. Iba con la cabeza gacha, completamente abatido.

Karl y Mikael cruzaron miradas. Tampoco hubo necesidad de palabras entre ellos. Aunque la expresión en el rostro del inspector fue mucho más severa con él.

Hanna, quien todavía no se había despertado, fue trasladada al hospital inmediatamente.

Greta se quedó mirando la ambulancia hasta que desapareció rumbo a la carretera.

Mikael se acercó por detrás y le tocó la mano.

—¿Estás bien?

Ella lo miró. Luego, sin importarle que alguien los viera, se acurrucó en su pecho y, solo entonces, se permitió llorar.