CAPÍTULO 27
Cuando Mikael salió al pasillo, encontró a Greta dando vueltas como una fiera enjaulada.
—Hey, cálmate. —La obligó a quedarse quieta.
Ella entonces se detuvo y lo miró.
—No puedo, Mikael. —Se mordió el labio inferior—. Es Hanna… ¡ella ni siquiera se imagina la clase de monstruo que tiene al lado!
—No le va a pasar nada. Evert no tiene ningún motivo para lastimarla —le dijo para aminorar su angustia.
—Aun así, no puedo quedarme aquí a esperar. Necesito saber que está bien.
A Mikael no le gustó la expresión de sus ojos, mucho menos la determinación con la que hablaba.
—Esperaremos, Greta. Es lo más prudente. No ganamos nada con precipitarnos. Apenas tengamos pruebas firmes en su contra, el juez expedirá una orden y podremos arrestar al hijo de puta.
—Pueden pasar varias horas, incluso días hasta que eso suceda.
—Es lo único que podemos hacer.
Greta no dijo nada. Se quedó con la vista fija en un punto imaginario, perdida en sus propios pensamientos.
—Me da miedo cuando pones esa cara —dijo Mikael sospechando lo peor.
—Debo ir, Mikael, no me lo impidas. Es la vida de mi amiga la que está en juego. ¿Peter logró rastrear su móvil?
No le contestó. No quería que cometiera una locura.
—Le preguntaré yo misma.
El teniente le impidió que diera un paso, sujetándola del brazo.
—No, si regresas ahí dentro y vuelves a salir, tu padre se va a dar cuenta de que estás tramando algo.
—¿Qué propones entonces? —preguntó dando por hecho que él iba a ayudarla a pesar de que no estaba de acuerdo con lo que estaba por hacer.
—Le pediré a Cerebrito que me mande las coordenadas del lugar a mi teléfono. ¿Tu auto tiene GPS?
Ella asintió.
—Perfecto, porque usaremos el Mini Cabrio. Levantaremos menos sospechas.
Ella le sonrió y, si no hubiesen estado en el pasillo de la comisaría, le habría dado un beso allí mismo.
—Ven, vamos antes de que tu padre salga a buscarnos.
Salieron por la misma puerta que había usado Greta para evitar a los periodistas. Mikael la sujetó de la mano, y atravesaron a toda prisa el estacionamiento. Creyeron que se habían librado de los molestos reporteros, pero todavía quedaban un par montando guardia y se les abalanzaron como buitre a la carroña. Fue sencillo ignorar las preguntas y meterse dentro del auto, pero no pudieron escaparse de las cámaras.
Mikael condujo un par de calles y se detuvo un momento para llamar a Peter.
—Bengtsson, ¿están los demás contigo?
—Sí.
—Sal un momento de la oficina y no me menciones.
—¿Qué ocurre?
—No preguntes y haz lo que te digo —ordenó—. ¿Has conseguido los datos que te pedí? —preguntó cuando se cercioró de que había dejado el centro de comandos.
—Sí, tengo la localización exacta.
—Perfecto. Envíame un mensaje de texto con las coordenadas.
—Teniente, ¿qué está planeando?
—No puedo decírtelo, Peter. Prefiero dejarte fuera de esto por tu propio bien. Otra cosa: si el inspector Lindberg te pregunta por mí, dile que fui a acompañar a Greta hasta la librería porque estaba muy nerviosa.
—Intuyo que no quiere que le diga lo que acabo de averiguar…
—Intuyes bien. Mientras menos gente lo sepa, mejor. Hay una persona inocente que puede salir lastimada si eso pasa, ¿entendido?
Peter cortó, dispuesto a obedecer sus órdenes.
Volvió a poner toda la atención en Greta. Vio cómo se estiraba los nudillos de los dedos sin control. Le tomó las manos.
—Todo va a salir bien.
Ella asintió, pero el frío que sentía en el pecho no le permitía calmarse.
El móvil de Greta sonó. Estaba tan nerviosa que le costó encontrarlo dentro del bolso.
—Es mi padre —dijo observando la pantalla iluminada.
—Peter ya debe de haberle dado mi recado. Me temo que Karl huele algo raro.
Entonces Greta hizo algo impensado. Apagó el teléfono y volvió a meterlo dentro del bolso. Rescatar a Hanna era su única prioridad en ese momento. Karl y sus preguntas podían esperar.
Segundos después, fue el móvil de Mikael el que sonó.
—Deben de ser los datos que le pedí a Bengtsson. Tómalo tú. —Se levantó un poco del asiento para que Greta pudiera sacárselo del bolsillo.
Leyó el mensaje de texto en voz alta.
—«Teniente, Gordon está a unos veinte kilómetros del pueblo, hacia el norte. Cerca del viejo camino que lleva a Orsa. El satélite muestra que hay una vivienda en el bosque bastante alejada de la carretera. El inspector está inquieto, no creo que pueda cubrirlo más tiempo. Tenga cuidado». —Dejó el móvil encima del tablero—. Creo que sé dónde está exactamente. En esa zona se rentan casas en el verano. Por la descripción que dio Peter, es la vieja casona de los Helgeer.
—Asumo entonces que no necesitaré el GPS —dijo él con una sonrisa.
—No. Toma Vasagatan y luego desvíate hacia Mårtenvägen. Es el camino más corto para llegar —le indicó.
Mikael echó el Mini Cabrio a andar nuevamente. Cuando el teléfono volvió a sonar, no le hizo falta ver la pantalla para saber quién llamaba. Karl sabía que estaban juntos y no se detendría hasta que lograse hablar con ellos. Imitando a Greta, apagó el móvil y lo dejó junto al suyo, en el tablero.
El resto del viaje se hizo en silencio. Greta estaba perdida en sus propios pensamientos y Mikael no podía dejar de preocuparse por lo que ocurriría una vez que llegasen a destino. No iba a poner la vida de Greta en peligro. Lo había hecho en una ocasión y casi le había costado caro.
El paisaje comenzó a cambiar cuando se alejaron del pueblo y tomaron el viejo camino que conducía a Orsa. Los tupidos bosques parecían un laberinto eterno. Desde la carretera, apenas se divisaban algunas casas, todas bastante alejadas una de la otra.
—La propiedad de los Helgeer está un par de kilómetros adelante. Si no recuerdo mal, hay un poste de luz enclavado justo al lado del sendero que conduce a la casa.
Mikael redujo la velocidad a medida que se iban acercando. Vio cómo se le iluminaba el rostro a Greta.
—¡Allí! ¿Lo ves?
—Sí. —Efectivamente, había un poste algo torcido a un costado de la carretera sobre la izquierda—. ¿A qué distancia calculas que esté la casa?
Hizo cuentas mentalmente.
—No estoy segura, por lo menos unos cinco kilómetros. Está bastante apartada de aquí.
—Bien, no podemos arriesgarnos a que nos vea. Cuando estemos cerca, seguiremos a pie.
—¿Tienes un plan? —le preguntó ella.
No iba a mentirle. Ni siquiera sabía con lo que se encontrarían. A su entender, Gordon no tenía motivos para herir a Hanna, pero, si se veía amenazado, no dudaba de que la usaría para salvarse el pellejo.
—Yo sí tengo uno —soltó Greta.
—Tus planes suelen ser arriesgados e improvisados. Si no recuerdo mal, la última vez que dijiste que tenías uno, terminaste con una pistola en la cabeza.
Odiaba que le recordase qué le había sucedido por no hacerle caso.
—La idea es acercarse a Hanna para comprobar que esté bien, ¿no?
Mikael asintió.
—Entonces lo más normal es que yo llegue sola al lugar.
—No voy a dejar que pongas tu vida en peligro de nuevo —le advirtió.
—Nadie tiene por qué salir herido, Mikael. Evert ni siquiera sospecha que sabemos que es el asesino. Yo no pienso hacer nada estúpido, solo quiero traer a mi amiga de regreso.
Mikael no estaba molesto con ella, sino consigo mismo. Una vez más, terminaría saliéndose con la suya. Al final, Nina tenía razón: Greta lo tenía comiendo de la palma de la mano. Aun así, intentaría hacer que entrase en razón.
—¿No piensas que le parecerá raro que te aparezcas de repente?
—No apareceré de repente. —Tomó el teléfono y lo volvió a encender—. Llamaré a Hanna y conseguiré que ella misma me invite a la casa.
—¿Y dónde quedo yo en todo este asunto? —le espetó.
—Te bajarás un poco antes —respondió—. Papá quiere obtener alguna prueba en contra de Evert, y yo se la proporcionaré.
—Esa parte del plan no me la contaste…
Sonrió y le acarició la mano.
—Iba a hacerlo precisamente ahora.
* * *
—¡Esto es inaudito! Ni Greta, ni Stevic contestan el maldito teléfono. —Karl dio un golpe en la mesa.
Nina se le acercó y le puso la mano en el hombro.
—No te exaltes —le pidió—. Al menos sabemos que Mikael está con ella.
La fulminó con la mirada.
—¿Y qué garantía es esa? Conoces a mi hija tanto como yo. Es una insensata. ¿Y Stevic? Un irresponsable que siempre termina desobedeciéndome para solapar las locuras de Greta. ¡Esta vez me van a oír! —Se secó el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Nina ya no sabía qué decirle. En cierta forma, tenía razón. Mikael había decidido ignorar una vez más las órdenes de Karl y se había embarcado en una nueva aventura con Greta. Solo esperaba que todo saliera bien.
Niklas se aproximó con una carpeta en la mano.
—Tenía razón, Karl. Después de indagar por otros medios, descubrí que Gordon tuvo un episodio similar cuando todavía era menor de edad. —Le entregó la fotocopia de una nota que había sido publicada hacía más de dos décadas en un periódico de poca monta de Kiruna—. Fue acusado de intentar abusar de una niña de nueve años. Era la hija de la cocinera que trabajaba para su familia. Obviamente, su padre, un hombre con influencias en la política, tapó todo con dinero. El caso nunca llegó a la justicia, pero sí a la prensa.
—Bien. ¿Qué hay del auto que rentó?
—Björn Ulsteen no está muy seguro, pero cree que es el mismo que vio la madrugada en la que fue asesinado Mattias.
—Seguimos teniendo solo pruebas circunstanciales en su contra —rumió Karl—. Creo que haré el intento y hablaré con el juez Fjæstad, quizá nos conceda una orden de allanamiento para su casa. —Se dirigió a Bengtsson—. ¿Cómo va eso, muchacho?
—El teléfono que usó Gordon durante los días de los asesinatos ya no emite ninguna señal. Lo más probable es que se haya deshecho de él y del móvil de Mattias al mismo tiempo —le informó.
—Bien, entonces rastrea el teléfono de Hanna Windfel. Sabemos que están juntos y nos llevará hasta él.
Peter tragó saliva. Ya no podía seguir cubriendo al teniente sin poner en riesgo su trabajo.
—Ya lo he hecho…
Karl frunció el entrecejo.
—¿Y por qué no lo dijiste antes?
Se rascó nerviosamente la barba candado.
—El teniente Stevic me pidió que no lo hiciera —dijo por fin.
—Muchacho, tu jefe aquí soy yo y es a mí a quien le rindes cuentas. No puedes ocultar información solo porque alguien te lo pida. Jamás vuelvas a hacerlo. ¿Has comprendido? —lo reprendió. No estaba enojado con él, pero necesitaba descargar su furia con alguien. Si hubiese tenido a Stevic enfrente, le habría atestado un puñetazo. Estaba poniendo en peligro la vida de su hija una vez más y esta vez no se lo perdonaría.
En ese preciso momento, y para aumentar su ira, el noticiero de las seis comenzaba su emisión diaria con una imagen. Apretó los dientes cuando vio a su hija acompañada de Stevic saliendo en el Mini Cabrio con rumbo desconocido.
* * *
El plan que cuidadosamente había urdido Greta se echó a rodar cuando marcó el número de su amiga.
—Hanna, soy yo de nuevo —dijo tratando de aparentar una calma que no tenía. Miró a Mikael, que le había puesto como condición para aceptar su plan escuchar la conversación.
—¿Greta? Esto ya es más que extraño. Tú no sueles llamarme tantas veces en un mismo día.
—¿Molesto? ¿Acaso interrumpí algo?
—No, no es eso. Evert está en la planta alta dándose un baño.
Perfecto. Era precisamente lo que necesitaba.
—Hanna, no quiero pecar de fastidiosa, pero me gustaría que hablaras con Evert sobre la oferta que me hizo, ya sabes, de publicar un artículo sobre Némesis en el Expressen. Estuvo tomando unas fotografías en la librería, pero no volvió a mencionar más el tema. ¿Crees que se haya arrepentido?
—No lo creo, si quieres le pregunto a ver qué me dice.
—Me harías un gran favor. Es que se me han ocurrido un par de ideas que tal vez le interesen. Había pensado en un cupón de descuento en la compra de libros que podría acompañar la nota. Sería una muy buena manera de aumentar mi cartera de clientes. —Conocía demasiado a Hanna y sabía que haría cualquier cosa para ayudarla. Solo era cuestión de tiempo hasta que hiciera exactamente lo que ella quería.
—¿Por qué no lo hablas personalmente con él?
Greta contuvo el aliento. Debía dar el siguiente paso con cuidado, si Hanna empezaba a sospechar algo, lo arruinaría todo.
—¿Te parece?
—Sí. Por lo que dices, estaba muy entusiasmado con lo del artículo. Podríamos cenar los tres esta noche… o los cuatro, si quieres traer a Niklas —sugirió.
—No quisiera molestar, supongo que querrán estar a solas —dijo al tiempo que cruzaba los dedos. Quería que su imprevista aparición fuese cosa de Hanna y no de ella.
—Tú nunca molestas. Ahí viene Evert, espera que le pregunto.
Greta y Mikael se miraron. El tiempo que tardó Hanna en retomar la conversación les pareció eterno.
—Greta, Evert dice que le encantará verte. ¿Vienes entonces?
—Por supuesto.
—Estamos en la vieja casona de los Helgeer. ¿Recuerdas cómo llegar, no?
—Sí, ¿a qué hora les queda bien?
—Ven cuando quieras. Nosotros vamos a empezar a preparar la cena —le contó.
—En media hora estoy allí.
—Perfecto, te esperamos.
Cuando cortó recién pudo volver a respirar tranquila.
—Ya está hecho.
Él asintió y se puso de lado. El Mini Cabrio era un tanto incómodo para un hombre de su estatura. Tenía ganas de estirar las piernas, pero también se moría de ganas de besarla. Le acarició el cuello para ayudarla a liberar la tensión. Greta cerró los ojos y se recostó sobre su cuerpo.
—Repasemos todo una vez más —insistió Mikael.
—¿Tienes dudas? —le preguntó al tiempo que le acariciaba el brazo.
—Contigo es imposible no tenerlas. Recuerdo que la última vez que tú y yo tramamos algo juntos, las cosas se nos fueron de las manos.
—Prometo no hacer ninguna tontería.
Mikael aspiró hondamente el olor de su cabello. El plan de Greta era arriesgado, y no le gustaba tener que quedarse al margen sin saber qué ocurría dentro de la casa. Pero ella tenía razón: si aparecía con él, Evert podía sospechar.
Pasaron el rato abrazados. Cada uno perdido en sus propias cavilaciones. Cuando se cumplió la media hora que le había dicho a Hanna, se separaron, y Mikael encendió el motor. Recorrieron unos doscientos metros y se detuvieron junto a un claro en el bosque. Él descendió, y Greta tomó su lugar. Antes de cerrar la puerta, la besó.
—Cuidado con lo que haces —le advirtió—. Voy a estar por aquí pendiente de cualquier cosa. Si algo sale mal o te das cuenta de que Gordon sospecha, me llamas inmediatamente, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
—No cometas ninguna tontería —insistió—. Si no sé de ti en una hora, pediré refuerzos.
Greta le dijo a todo que sí con tal de poder irse enseguida.
La observó hasta que el Mini Cabrio se perdió por el sendero que la llevaría hasta la propiedad que había pertenecido a los Helgeer. Greta iba a rescatar a su amiga, pero temía que estuviera yendo directo a una trampa mortal. No estaría tranquilo hasta que no volviera a ponerse en contacto con él.