CAPÍTULO 25

El lunes temprano, Mora amaneció con la noticia de que la policía había detenido al presunto autor de los crímenes de Kerstin Ulsteen y Mattias Krantz.

Greta lamió el dulce de arándanos que caía por uno de los costados de la tostada y tomó el control remoto para subir el volumen del televisor. La reportera de turno, una muchacha delgadita con rasgos orientales y acento extranjero, se encontraba trasmitiendo en vivo desde la comisaría. Un vehículo que acababa de ingresar por el patio lateral del edificio pronto armó un gran revuelo. Greta vio a su padre y a Nina, que trataban, sin mucho éxito, de escabullirse de los reporteros que se les venían encima para poder conseguir una declaración.

Sonrió. Salía muy bien en cámara, incluso parecía más delgado. Debía de estar satisfecho: su plan había dado resultado. Ella había puesto a rodar la pelota que, tras pasar por la lengua viperina de Pernilla Apelgren, se había convertido en una enorme bola de nieve.

Escuchó con atención a la cronista.

«Rige un gran hermetismo por parte de las autoridades policiales. Ni el inspector Lindberg, ni ninguno de sus hombres han querido confirmar o desmentir si, efectivamente, tienen bajo custodia al presunto asesino de Kerstin Ulsteen y Mattias Krantz. Una fuente extraoficial nos ha revelado que es un hombre mayor, que reside en el pueblo desde hace muchos años y que conocía tanto a la niña asesinada como al joven que en un principio fue sospechoso del crimen. Esto es todo. Estamos en vivo desde la comisaría. Regresaremos si surge alguna novedad».

Greta sonrió. Esa fuente extraoficial que había mencionado la reportera tenía nombre y apellido: Pernilla Apelgren.

No le había costado mucho hacer que pisara el palito. Le había bastado decirle, como quien no quiere la cosa, que la policía había tomado muy en serio la declaración de su amiga Agnetta Bramsen. Le había dicho también que no querían todavía revelar el nombre del culpable porque faltaban los resultados de algunas pericias, pero que todos sabían quién era. Conociendo la innata vocación de la anciana por soltar algún chisme jugoso, sabía que sus palabras no caerían en saco roto.

Por supuesto que corrían el riesgo de que el nombre de Vetle Mørk saliera a la luz, sin embargo, había sido el mismo Karl quien había hablado con él para explicarle el plan y pedirle colaboración. El cazador accedió de inmediato, pero tuvo el tupé de imponerle al inspector dos condiciones. La primera: que, en caso de que su nombre se diera a conocer, fuera la misma policía la que saliera a aclarar que él no había tenido que ver con los crímenes. La segunda: que nunca le dijesen a Agnetta Bramsen que él había matado a su gato. Karl no había tenido más remedio que aceptar. Vetle Mørk jamás había sido considerado sospechoso; era la persona que había encontrado el cuerpo de Kerstin y, si bien, en muchas ocasiones, quien hallaba a la víctima podía ser el culpable, lo habían descartado de inmediato. El horticultor tenía coartadas sólidas para ambos hechos. Conducía un todo terreno algo destartalado que obviamente no era el vehículo que Björn Ulsteen había jurado ver la madrugada del crimen. Además, el viejo Vetle ni siquiera tenía ordenador en su casa. Pero, todos esos detalles, la prensa y el público no los conocían: mucho menos el asesino.

Escuchó un auto estacionarse frente al apartamento. El corazón le dio un vuelco. Sus ojos se posaron en el sweater de Mikael. No habían acordado cuándo se lo devolvería, tampoco habían quedado en verse tan pronto. Llegó a la puerta incluso antes de que llamara. Pero cuando abrió, se desencantó. No era él, sino Niklas.

De inmediato se dio cuenta de que Greta esperaba a otra persona.

—Por la expresión en tu rostro, deduzco que olvidaste que pasaría a verte hoy.

Le sonrió para atenuar un poco su reacción. Tenía razón, se había olvidado por completo de que pasaría a verla antes de ir a la comisaría.

—Lo siento… he estado demasiado ocupada con los preparativos de la firma —mintió.

—No te preocupes. —Miró por encima de su hombro—. ¿Me invitas a pasar? Desde aquí me llega el delicioso olor de tu café.

Greta abrió más la puerta y le hizo espacio para que entrara. Niklas pasó muy cerca de ella. El olor de su perfume, demasiado especiado para su gusto, provocó que estornudara.

—¿Aún estás resfriada?

—No, creo que soy alérgica a tu perfume.

—No es el que uso habitualmente. El mío se me terminó y es el único que conseguí que se le pareciera al menos un poco. Imagino que exageré y me eché de más —le dijo a modo de disculpa.

Al pasar hacia la cocina. Niklas vio un sweater de hombre perfectamente doblado encima de un mueble. Era de color beige y tenía la sensación de que lo había visto antes. A juzgar por lo nerviosa que se había puesto Greta cuando se dio cuenta de que lo había visto, fue sencillo adivinar a quién pertenecía.

No dijo nada, solo se limitó a seguirla hacia la cocina.

* * *

La prensa seguía apostada fuera de la comisaría desde la mañana. Nina los observó a través de la ventana de su oficina. Parecía que no iban a moverse de allí por ninguna razón. Habían mordido el anzuelo, justamente como querían. A esa hora, el verdadero asesino ya debía de estar enterado de que habían puesto bajo custodia al supuesto asesino de Kerstin y Mattias. Esperaban que aquella jugada les saliera bien. Solo bastaba un error de su parte para poder atraparlo.

Acomodó el bonsái para que le diera un poco de sol y se sentó en el escritorio. Como había estado ocurriendo los últimos días, esa tarde también recibirían la visita de Josefine Swartz. La escritora había sabido acaparar la atención de casi todos en la comisaría, especialmente la de Karl. Nunca había sido celosa, todo lo contrario, era ella la que había padecido los celos de sus exparejas. Sin embargo, ahora, le molestaba ver a Karl cerca de Josefine. Le había costado mucho conseguir que finalmente aceptara tener algo con ella como para dejar que se encandilara con otra mujer.

Tenía que hacer algo.

Alguien llamó a su puerta.

—Adelante.

Stevic entró. De inmediato percibió algo distinto en él.

—¿Estás ocupada?

—Para un amigo, nunca. —Lo invitó a sentarse—. ¿Alguna novedad?

—Precisamente a eso vengo. Ayer me enteré de algo y preferí comentarlo contigo y no con Karl.

La sargento comenzó a jugar con un bolígrafo.

—O sea que Greta está involucrada.

Él asintió.

—Ella está segura de que vio una fotografía en la habitación de Kerstin en donde la niña llevaba puesto un broche con el símbolo de BigGirlLover.

—Sabemos que Mattias le regaló una pulsera, también pudo regalarle el broche. Debemos ir a hasta su casa y ver qué sabe su familia —sugirió.

—Greta iba a hablar con su madre hoy —reveló.

—¿Y tú se lo permitiste?

Se puso de pie y fue hasta la ventana.

—Me cuesta mucho decirle que no.

—Te tiene comiendo en la palma de su mano, ¿lo sabes, no?

Mikael respiró hondamente. Claro que lo sabía. Por Greta era capaz de cualquier cosa, incluso de enfrentarse a Karl. Si no le había dicho lo de la foto, había sido para no ponerla en evidencia a ella.

Cuando giró sobre los talones debió enfrentarse a la mirada inquisidora de su compañera.

—¿Hay algo que quieras decirme? No me refiero al caso —le aclaró.

No sabía qué hacer. Durante los últimos meses, Nina se había vuelto su confidente. Deseaba dejar cualquier duda de lado y contarle lo que había sucedido entre Greta y él la noche anterior, pero se frenó.

—No, nada.

Nina lo miró fijo.

—¿Seguro?

—Seguro. Voy al centro de comandos a ver si Kellander logró conseguir más información en las salas de chat. ¿Vienes conmigo?

—En un rato.

Cuando el teniente dejó la oficina, Nina se quedó mirando la puerta por un buen rato. Su olfato no le fallaba: algo estaba ocurriendo con su compañero.

* * *

Greta tenía un par de horas libres antes de abrir la librería y las aprovecharía para acercarse hasta la casa de los Ulsteen y averiguar algo del broche con el símbolo pedófilo que tenía Kerstin en una de las fotografías de su habitación.

Lisa, la madre de Kerstin, se mostró contenta de verla. Le contó que, después de su visita, la niña había regresado a la escuela y ya no se orinaba en la cama.

—Me alegro mucho por ella y por usted. —Bebió el té con limón que le había ofrecido y se alisó la falda—. Lisa, necesito hacerle una pregunta sobre un broche que tenía Kerstin…

—Mi hija adoraba las joyas, ¿a cuál de ellos se refiere?

Greta sacó un papel del bolso. Era el dibujo que había hecho Mikael.

—¿Lo reconoce?

La mujer lo observó detenidamente.

—Sí, creo que sí. Ya le dije, Kerstin coleccionaba toda clase de bisutería. Tiene… tenía varios cofres repletos de pulseras, collares, aretes…

—¿Sabe quién se lo pudo haber dado?

Lisa Ulsteen se encogió de hombros.

—Es imposible saberlo. La mayoría de las veces, su papá le daba dinero para que se comprara lo que quisiera; otras, hacía intercambios con sus amigas.

Cada respuesta que le daba parecía conducirla a un callejón sin salida.

—¿Quién era la mejor amiga de Kerstin?

—Sanna Reiner. Vive a dos calles de aquí, junto a la farmacia —le indicó—. Estaban casi siempre juntas. El día que mi niña desapareció, se dirigía a su casa.

Greta sabía quién era Sanna. Muchas veces, había ido a Némesis para comprarle libros de Nancy Drew. No podía irse sin antes cerciorarse de si, efectivamente, el broche que le había visto usar a Kerstin era el mismo que buscaban.

—¿Podría ver su habitación? Necesitaría comprobar algo.

—¿Para qué? ¿No han atrapado ya al hijo de puta que mató a mi hija? En la televisión no se habla de otra cosa. No entiendo por qué la policía no da su nombre… me gustaría saber quién fue. —Cruzó los brazos.

Greta notó la rabia en su mirada. Era justo que una madre quisiera saber quién había matado a su hija. Cuando había decidido ir hasta allí, no había previsto aquel detalle. No podía decirle nada. No hasta que la trampa que le habían puesto al verdadero asesino arrojara algún resultado positivo.

—Entiendo cómo se siente, Lisa. La policía ha preferido no revelar el nombre todavía. Mi padre me ha dicho que quedan algunos cabos sueltos por resolver antes de hacerlo. Por eso, necesitaría volver a revisar la habitación de Kerstin.

Lisa finalmente accedió. La acompañó a la planta alta y entró con ella en el pequeño santuario que había creado para su hija.

Greta se dirigió rápidamente al panel de corcho donde había visto la fotografía. Las miró detenidamente. No la veía por ninguna parte. Cuando estaba por perder la esperanza, Lisa le dijo:

—Fíjese en el primer cajón de la cómoda. Jenny estuvo ordenando las cosas de su hermana el otro día.

Abrió el cajón. No tuvo que buscar demasiado: la encontró de inmediato. Estaba encima de todas las demás. La sacó y la miró de cerca.

No se había equivocado: el broche que lucía Kerstin en el vestido era el símbolo que portaban los pederastas para indicar que preferían a las niñas pequeñas. Le mostró la foto a Lisa.

—¿Sabe cuándo se la tomaron?

—No. —Tomó la fotografía para verla mejor—. Mi hija tenía muchas fotos. Esta, en particular, no recuerdo haberla visto antes.

—¿Segura?

Asintió con la cabeza.

—¿Tampoco reconoce dónde fue tomada?

Volvió a mirarla.

—No.

Greta observó la fotografía más detenidamente. Kerstin posaba para el lente con una sonrisa. Se veía feliz; seguramente porque estaba haciendo lo que más le gustaba. Observó el lugar donde había sido fotografiada. Había una chimenea de piedra detrás de ella, y la pared era de madera, pero alguien la había pintado de verde, lo que no era muy usual. Una cabaña… ¡La cabaña que Mattias tenía en el bosque! ¡La foto había sido tomada allí!

—Lisa, esta no es la ropa con la que salió Kerstin el día que desapareció, ¿verdad?

—No, ese vestido que lleva lo usaba solo para ocasiones especiales.

¡Dios! ¡Kerstin había estado en la cabaña antes del secuestro! Dio vuelta la fotografía. Descubrió que habían usado un papel profesional, de muy buena calidad. La puso a contraluz. Entonces distinguió el holograma de Nikon en el margen inferior izquierdo. Hanna le había contado alguna vez que muchos fotógrafos suelen usar la misma marca de cámara y de papel para revelar sus trabajos.

Echó un vistazo a las demás fotos, a las que estaban en el interior del cajón y a las que seguían colgadas en el panel. Se interesó particularmente en la parte posterior. Reconoció el logo del estudio de Hanna en varias de ellas. Había otras que no tenían logo alguno y su papel era de menor calidad, seguramente habían usado una impresora casera.

Miró a Lisa Ulsteen, quien parecía desconcertada con tantas preguntas.

El broche debía de estar en algún lado, solo tenía que encontrarlo. Con la anuencia de su madre, comenzó a hurgar dentro de los joyeros de Kerstin. Como el broche no aparecía, Lisa la ayudó a buscarlo. Pero no tuvo la misma suerte que con la fotografía.

—Ya le dije… se lo pudo haber prestado o regalado a una de sus amigas.

Greta contaba con hallar el broche. Podría tener las huellas de Mattias o de su cómplice.

—¿Puedo llevarme la fotografía?

Lisa vaciló.

—Prometo devolvérsela.

—Está bien. Le debo una, si mi Jenny ha vuelto a ser la misma de antes, es por su causa.

Greta le sonrió. Le habría gustado quedarse a esperarla para darle un abrazo, pero tenía algo más importante que hacer.

Cuando abandonó la propiedad de los Ulsteen, pasó por la casa de la mejor amiga de Kerstin. Quizá ella supiera algo del broche. Volvió a frustrarse cuando la madre de Sanna le dijo que la niña se había ido a Leksand a un concierto de piano con su clase de música y no regresaba hasta el día siguiente.

Aminoró la marcha cuando llegó al parque en el que Kerstin y sus amigas solían pasar las tardes. Se detuvo y se bajó del Mini Cabrio. Al otro lado de la calle había una fábrica abandonada. Apostaba a que Mattias seguramente se había escudado detrás de aquellas paredes en ruinas para filmar a la niña. Sacó la fotografía y la observó una vez más. Kerstin llevaba el broche y el vestido que, según su madre, se ponía solo para las ocasiones especiales. Se tocaba el cabello con una mano y apoyaba delicadamente la otra en la cintura. Estaba posando como una modelo.

Presentía que la clave para resolver el caso estaba en aquella fotografía. Le habría gustado tener a mano su cuaderno rojo para tomar notas. Cerró los ojos y trató de concentrarse en todo lo que ya sabía de la niña: el gusto por las joyas, su pasión por la moda y el sueño de convertirse en modelo o artista. ¿Qué había dicho Niklas sobre el perfil de los pederastas? Que estudiaban los gustos de sus víctimas para atraerlas con más facilidad. El asesino sabía que Kerstin quería ser modelo y se había valido de ello para seducirla y tenderle una trampa. Mattias había estado en su casa dos semanas antes de su desaparición: allí había visto las fotos, tal vez ella le había contado sobre sus sueños… Lentamente, fue uniendo las piezas, una a una hasta armar el rompecabezas.

El bullicio y unas risas la sacaron de sus cavilaciones. Dos niñas y un niño se acababan de lanzar por un tobogán. A pocos metros de allí, una mujer, que supuso sería su madre, les tomaba una foto.

Volvió a mirar el reverso de la foto.

¡Eso era! Había tenido la respuesta frente a las narices todo el tiempo y no la había visto.

Guardó la fotografía y se subió al Mini Cabrio rápidamente. Buscó el móvil y marcó un número. Se puso nerviosa cuando no la atendieron. A toda velocidad, partió rumbo a la comisaría.