CAPÍTULO 24
Greta estaba tardando demasiado con el café o al menos eso le pareció. Se levantó y fue hasta el equipo de música. Vio que tenía un CD cargado, le dio al play y se sorprendió gratamente al escuchar la voz de Tom Englund entonando Torn. Había estado escuchando a su grupo favorito. Sabía que esa era la canción que más le gustaba a Greta de Evergrey; se lo había dicho en una oportunidad, y no lo había olvidado.
Ella regresó de la cocina con una bandeja. Mikael bajó un poco el volumen, dejando que la música sonara de fondo. La miró.
—Me gusta escucharlos a veces cuando leo —le dijo esperando que le creyera.
Le sonrió. Era solo una canción, pero sentía que la conexión entre ellos se afianzaba aún más. La observó mientras acomodaba las tazas encima de la mesita. Al inclinarse, la parte superior de su pijama se abrió un poco, lo suficiente para vislumbrar parte de uno de sus pechos.
Contuvo la respiración.
—¿Azúcar?
No le respondió.
—¿Le echas azúcar? —volvió a preguntar.
Levantó la vista.
—No, lo prefiero amargo. —La verdad era que podía prescindir del café en ese momento. Lo único que deseaba era volver a repetir el beso que se habían dado esa mañana.
Greta se incorporó cuando lo vio aproximándose a ella. Permaneció quieta, adivinando lo que estaba a punto de suceder. Lo único que se movía era su pecho agitado. Mikael sorteó la mesita y se acercó. Unos pocos centímetros los separaban. Rozó su mejilla y ella buscó, casi con desesperación, el contacto áspero de su mano. Con el dedo pulgar comenzó a masajearle el cuello. Cerró los ojos y suspiró mientras él seguía acariciándola, ahora con más intensidad. Escuchó que respiraba con fuerza. Entonces, tomó su mano y la llevó al lugar exacto donde quería ser tocada.
Sus pechos fueron asomándose poco a poco. Con el brazo que tenía libre, la sujetó por la cintura y la pegó a su cuerpo para sentir los dos pequeños montículos aplastarse contra su torso. No pudo contenerse más y la besó. Fue completamente diferente al beso que se habían dado esa mañana. Esta vez no hubo vacilación o pudor de parte de ninguno de los dos. Greta comenzó a tironear el sweater de Mikael hacia arriba. Él se apartó un poco para que pudiera sacárselo por la cabeza. Luego lo arrojó a un costado, cayendo encima de la mesita. Una de las tazas de café se volcó, pero ninguno lo notó. Mikael observó cómo Greta se soltaba el pelo. Bajó el rostro hasta su cuello para hundirse en él. Sintió la tensión en la entrepierna cuando Greta le metió la mano por debajo de la camiseta. Volvió a besarla. Le mordió suavemente el labio inferior y lo tironeó. Sin soltarse, empezaron a moverse por todo el salón. Se tropezaron con varios objetos en el camino hasta que por fin dieron con una pared. Mikael le quitó la parte superior del pijama y comenzó a lamerle los pechos. Greta se retorció de placer. A tientas, buscó la cremallera de los pantalones. Pero de repente, él la tomó del culo y la levantó. Enroscó sus piernas alrededor de la cintura de él. Ahora estaban a la misma altura.
—Vamos a tu habitación —dijo él con urgencia.
—Por allí —le indicó cuando pudo recuperar el aliento.
La llevó a horcajadas y, cuando llegaron hasta la puerta, se agachó un poco para que ella pudiera alcanzar el picaporte. Una vez dentro, tanteó la pared y encendió la luz. Mikael tomó posesión de su boca nuevamente. Como pudo, Greta miró de reojo a su alrededor. Sintió alivio cuando vio que la habitación estaba ordenada. Solo había algunos libros en el sofá y una bata colgaba de la silla que estaba junto al dressier.
Él se dio media vuelta, avanzó unos pasos y, sujetándola por la cintura, la subió encima de la cama. La contempló durante unos segundos desde abajo. Los pechos se movían al ritmo de su respiración y, cuando le tocó el vientre, lo sintió palpitar. Comenzó a descender hasta que el pijama y la ropa interior se deslizaron por sus piernas. Rápidamente, Greta se deshizo de ellos. Mikael acercó su mano a la entrepierna y rozó suavemente el vello rojizo.
Ella se aferró con fuerza a sus hombros y, como había hecho apenas unos minutos antes con el sweater, le quitó frenéticamente la camiseta y la arrojó por el aire. Mikael se deshizo del resto de las prendas mientras ella se deleitaba viéndolo. Cuando estuvieron completamente desnudos, se acariciaron mutuamente con la mirada. Contuvo el aliento: Greta parecía una diosa nórdica con el pelo rojo cayéndole por los hombros. La asió de las caderas, luego hundió el rostro en su sexo. Ella cerró los ojos y comenzó a balancearse siguiendo el ritmo de Torn, que seguía reproduciéndose una y otra vez en el equipo de música.
Mikael le besó el ombligo y, después, la hizo arrodillarse. Se ubicó frente a ella, también de rodillas, y la sentó sobre sus piernas abiertas. Greta le puso los brazos alrededor del cuello para acomodarse mejor. Cuando sintió el miembro erecto rozando la parte baja de su vientre, le buscó la mirada. Entonces, Mikael la penetró. Ella se echó hacia atrás, apretando con fuerza los ojos. Después, se arqueó hacia delante y comenzó a cabalgarlo. Cuando los movimientos se hicieron más intensos, él la asió de la nuca y la besó apasionadamente.
A punto de alcanzar el clímax, Greta gritó su nombre entre medio de los gemidos.
Completamente exhaustos, se dejaron caer en la cama. Ella se acurrucó en su pecho, mientras intentaba recuperar el aliento. Mikael enterró la nariz en la mata de cabello rojizo y aspiró fuerte. Sabía a manzanas y a sudor.
No dijeron nada. Permanecieron abrazados hasta quedarse dormidos.
* * *
Al día siguiente, fue Greta la primera en abrir los ojos. Cuando vio a Mikael dormido a su lado, se vio embargada por una extraña combinación de sensaciones: dicha e incertidumbre. No quería pensar demasiado en lo que vendría a partir de ahora. La noche anterior tampoco había pensado en las consecuencias que podría acarrear lo ocurrido, simplemente se había dejado llevar por el momento… por lo que sentía.
Se apartó de Mikael y se levantó sigilosamente de la cama. La parte superior del pijama había quedado en el salón, así que se puso la bata que descansaba en la silla. Anudó el lazo con fuerza y se peinó el pelo con las manos. Volvió a mirarlo. Las sábanas no alcanzaban a cubrirlo por completo. Recorrió la fina línea de vello que nacía en su pecho y terminaba más allá de su abdomen. Tenía un brazo extendido a lo largo del cuerpo y el otro detrás de la cabeza. Le daba pena despertarlo, pero pronto las calles del pueblo se llenarían de gente. Alguien podría verlo, y no le causaba ninguna gracia convertirse en blanco de los chismes. No eran las nueve todavía, tal vez podía invitarlo a desayunar antes de que se fuera.
Fue raudamente a la cocina. Miss Marple la recibió batiendo las alas. Se había olvidado de ella. La lora no estaba acostumbrada a pasar tantas horas encerrada y se ponía inquieta cuando la sacaban de su rutina diaria. Le abrió la jaula. Inesperadamente, Miss Marple voló unos metros hasta la puerta que daba al salón y aterrizó en el pasillo.
—Cariño, no te enojes. —Notó que la lora se quedó quieta. Cuando alzó la vista, se topó con Mikael. Él llevaba puesto solo los pantalones vaqueros.
—Hola, Miss Marple. —Se puso en cuclillas e intentó tocarla, pero el ave emitió un chillido y se apartó.
—No suele despertarse de buen humor por las mañanas —dijo Greta tratando de justificar la conducta de su lora. No sabía qué le ocurría, pero se estaba comportando de manera muy extraña.
Mikael se rindió cuando Miss Marple se alejó de él en dirección a la habitación de su dueña. Entró en la cocina y se tomó un tiempo para contemplar a Greta a sus anchas mientras ella sacaba un par de tazas de la alacena. La bata se deslizó hacia arriba, revelando buena parte de sus muslos. Se acercó por detrás y sin previo aviso la asió por la cintura, pegándose a su cuerpo. Le apartó el pelo del cuello y le susurró «buenos días» en el oído.
Greta se estremeció cuando las manos de Mikael bajaron lentamente hasta posarse en sus hombros.
—Buenos días —respondió.
Antes de que se diera cuenta, ella se le escabulló de los brazos y fue a encender la estufa. Mikael se dirigió al salón para buscar el resto de su ropa. Regresó a la cocina con la camiseta puesta y el sweater en la mano.
—¿Sabes con qué se quitan las manchas de café?
La prenda estaba hecha un desastre.
—Lo siento…
Mikael le sonrió.
—No es tu culpa.
—Puedo solucionarlo. —Le quitó el sweater de las manos y lo llevó al fregadero. Sacó un huevo del refrigerador y con cuidado separó la yema. La colocó en un pequeño bol en donde agregó agua fría hasta formar un mejunje. Luego, frotó las manchas de café con él.
—¿Funciona? —preguntó él, algo escéptico.
—Es un remedio casero que me enseñó tía Ebba. A ella le funciona, no veo por qué a mí no. —Cuando terminó, colgó el sweater cerca de la estufa—. Tardará en secarse.
—No importa, me las arreglaré.
—Creo que tengo una chaqueta de mi padre en el armario. Puedes llevártela. Eso sí, ni si te ocurra presentarte en la comisaría con ella —le advirtió—. Si te ve usándola, puede desatarse la tercera guerra mundial.
Aquel comentario, medio en broma, medio en serio, no le arrancó una sonrisa a ninguno de los dos.
—Iré a casa a cambiarme primero, igual… creo que, tarde o temprano, Karl terminará enterándose de lo nuestro —dijo, presintiendo lo que se les venía encima.
Lo nuestro. ¿Qué significaban realmente aquellas palabras? ¿Qué eran ellos? Hasta el momento, lo único que tenía en claro Greta era que se habían acostado.
Mikael percibió su estado de confusión. Era hora de enfrentar a Greta con su verdad.
—Ven, quiero que hablemos. —La tomó de la mano y la condujo hacia el salón.
Vio que él había recogido la parte superior de su pijama y la había puesto sobre el sofá. Causó cierto efecto en ella estar de nuevo allí, donde la noche anterior había comenzado todo.
Mikael se sentó y ella se ubicó a su lado.
—Yo no me arrepiento de lo que sucedió, ¿y tú?
—Tampoco —respondió mirándolo a los ojos.
—Anoche estaba en mi cama y no podía dormir.
—La circunstancia me es familiar.
Él sonrió.
—Sabía que probablemente estaba a punto de cometer una locura, pero no me importó. Llegué hasta tu puerta dispuesto a abrir mi corazón contigo.
Greta tragó saliva.
—Mikael, no quiero que mientas solo para hacerme sentir mejor. Sé perfectamente cómo están las cosas. Nuestra situación ha sido complicada desde el principio…
Él le selló los labios con su dedo índice, obligándola a callarse.
—Eso ha cambiado, al menos mi situación ya no es la misma.
Frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Subió una pierna encima del sofá.
—Pia me ha dejado.
Greta se quedó atónita.
—¿Qué dices? —Siempre había creído que Pia era de las mujeres que se quedaban al lado de su esposo hasta el final, sin importar lo que sucediera.
—La verdad: he venido hasta aquí para contártela.
—¿Cuándo ocurrió?
—Hace unos días. Me enfrentó y me dijo que se iba, que ya no podíamos seguir así. —Hizo una pausa para respirar hondamente—. Antes del aborto, nuestro matrimonio tambaleaba. La pérdida del niño terminó convirtiéndolo en un infierno. Pia supo salirse a tiempo de él.
Greta le tocó la pierna.
—¿La extrañas?
Negó con la cabeza.
—Me siento culpable. Sé que le hice mucho daño.
Vio cómo se angustiaba de repente.
—No fue tu culpa que Pia perdiera al bebé. Es joven y podrá quedar embarazada cuando lo desee —dijo a sabiendas de que, si eso realmente ocurría, se le rompería el corazón.
—Ya no.
—¿No?
—Me llamó el otro día para decirme que se había hecho unos exámenes en Falun. Según el médico que la atendió, su útero ya no sirve.
Sintió una pena inmensa por ella. No había llegado a conocerla demasiado bien. Había ido un par de veces a la librería, en calidad de cliente, aunque siempre sospechó que, en realidad, se había acercado hasta Némesis para conocerla, tal vez porque intuía que algo pasaba entre Mikael y ella.
—Lo siento. Me imagino lo duro que debe de ser para ella… para ambos.
—Me siento mal por Pia, no por mí —manifestó—. Deseaba tanto convertirse en madre… Siempre termino arruinándolo todo.
Greta tomó sus manos.
—No seas tan duro contigo mismo. La separación también te ha afectado, quizá más de lo que te imaginas o te atrevas a reconocer. Pia sufrió, es cierto, pero ¿qué hay de ti? Es tu hijo el que perdió.
No le gustaba hablar de aquel tema con ella. Sentía que ponía una enorme nube negra sobre sus cabezas. Lo que había vivido con Greta la noche anterior era demasiado especial como para permitir que los errores del pasado le hicieran sombra. Además, ella no merecía pagar por ellos.
—Mejor hablemos de otra cosa mientras desayunamos juntos, ¿te parece? —sugirió al tiempo que intentaba sonreír.
Greta estuvo de acuerdo, aunque antes tenía que saber algo.
—Mikael, ¿quién es Sofie?
Le sorprendió la pregunta.
—Es mi cuñada, la hermana de Pia —le explicó.
Sonrió aliviada.
—¿Me parece a mí o estabas celosa?
No respondió. Se dispuso a levantarse, pero él la sujetó de la muñeca.
—Espera.
—¿Qué?
—Quiero besarte —le dijo, con la voz ronca.
Después de besarse y hacerse arrumacos en el sillón, regresaron a la cocina. Estaban famélicos. Mientras devoraban unos croissants y bebían café, comentaron sobre la investigación.
—¿Estás preparada para la misión que te encomendó tu padre?
Greta asintió.
—Tengo la impresión de que papá no es al asesino a quien quiere distraer, sino a mí, para que no siga entrometiéndome en el caso. Si lo piensas bien, ni siquiera me necesitaba: bastaba con levantar el teléfono y hablar con la persona indicada.
Tenía razón. Él también sospechaba lo mismo, por eso le extrañaba que Greta hubiese accedido de todas formas.
—Voy a hacerlo hoy, aprovechando que es domingo y seguramente Pernilla asistirá al sermón del reverendo Erikssen.
—Espero que dé resultado. Necesitamos que nuestro hombre baje la guardia y sienta que puede actuar a sus anchas.
—No olvides lo que te dije anoche sobre el broche que vi en una de las fotografías de Kerstin —le recordó.
La miró. No podía olvidar nada de lo que había sucedido la noche anterior. Le hizo señas de que se volteara.
—Mira quién está aquí.
Miss Marple entró a la cocina, caminando toda presumida.
—Ven aquí, bandida. —Se inclinó hacia delante y le puso la mano para que se subiera. La lora se aferró a su puño cerrado. Luego, se la colocó encima del hombro—. Se ha enfadado conmigo porque la dejé toda la noche en la jaula —le dijo.
—Creo que no le agrada verme aquí —especuló Mikael al tiempo que observaba como Miss Marple se acicalaba una de las alas.
—Está demasiado apegada a mí. Cuando viajé a Söderhamn y tuvo que quedarse con mi padre, le hizo pasar las mil y una. Parece que sufrió de ansiedad por separación.
Mikael aún no sabía cómo le había ido en ese dichoso viaje. Nunca había tenido la oportunidad de preguntárselo. Sintió que era el momento de hacerlo.
—Greta… ¿qué sucedió en Söderhamn?
Bajó a Miss Marple al suelo, se pasó una mano por el cabello y bebió rápidamente un sorbo de café antes de responderle.
—A pesar de mi reticencia en hacer ese viaje, creo que fue la mejor decisión que pude tomar. Descubrí que era necesario voltear esa página nefasta de mi historia de una buena vez. Logré exorcizar muchos fantasmas cuando vi a Stefan con otra mujer. Él se las arregló para seguir sin mí… yo debo hacer lo mismo. —Después de hablar, soltó un suspiro.
Mikael estiró el brazo por encima de la mesa y le tomó la mano. No le dijo nada, solo la miró a los ojos.
Greta dio un salto cuando sonó el teléfono.
—Regreso enseguida.
Le costó encontrar el móvil. Por fin, lo halló debajo de la novela de Laura Lippman. Regresó a la cocina con él.
—Diga.
Mikael la observó por encima de la taza de café.
—Bien, ¿y tú?
Después de que su interlocutor habló, ella respondió.
—No lo sé, no tengo ningún plan en especial.
Intentó escuchar quién estaba del otro lado de la línea, pero no pudo. Igualmente, tenía sus sospechas de quién podía ser.
—Claro, nos vemos entonces.
Cuando ella cortó, le sonrió. Notó que estaba algo nerviosa.
—Era Niklas —le dijo.
—Es evidente el interés que tiene por ti. Esta tarde, cuando volvíamos de Orsa, me acribilló a preguntas. Tengo la sensación de que Kellander piensa que tú y yo somos confidentes. Intentó sonsacarme si estabas saliendo con alguien, si habías dejado novio en Söderhamn…
—¿De verdad te preguntó todas esas cosas?
Él asintió.
—Niklas es solo un amigo —le aclaró con la intención de zanjar ese asunto de una buena vez. Podía soportar que su padre o Hanna pensaran que podía haber algo entre ellos, sin embargo, no quería que Mikael creyera lo mismo.
No siguieron hablando de él. Greta se puso a lavar las tazas, y Mikael consideró que ya era hora de marcharse. Ella buscó la chaqueta de Karl y prometió que le devolvería su sweater como nuevo.
Estaban junto a la puerta. Les estaba costando despedirse.
—Mañana enviaré a alguien a la casa de Kerstin por lo del broche —le dijo, con la excusa de quedarse unos minutos más.
—¿Por qué no me dejas a mí? Ya he estado en esa casa y su hermanita me tiene confianza. Puedo hablar con ella y con su madre a ver si saben algo.
Mikael dudó.
—No sé…
—O tal vez prefieras decirle a mi padre cómo te enteraste de que Kerstin usaba un broche con el símbolo pedófilo de BigGirlLover —lo presionó.
—¿Harías eso? —La miró con los ojos entornados.
—Si fuera tú, no me arriesgaría.
—Siempre te sales con la tuya, Greta Lindberg.
—Siempre me salgo con la mía, teniente Stevic. —Le sonrió seductoramente. Se puso en puntas de pie y le rozó los labios. Mikael no se conformó. La apretó contra él para intensificar el beso.
Cuando finalmente se fue, Greta corrió a la ventana y se quedó mirándolo hasta que su coche dobló en Kyrkogatan. Vio que algunas personas ya salían de la iglesia. No tenía tiempo que perder. Después de darse un baño, salió a la acera con una escoba en la mano. No quería que el encuentro con Pernilla Apelgren pareciera forzado. Comenzó a barrer mientras observaba disimuladamente a la gente que volvía a sus casas luego del sermón dominical. Pronto divisó a la anciana. Se puso a barrer cerca de la calle para que la viera. Alzó la vista y sonrió cuando Pernilla la saludó con la mano. Conociéndola, sabía que no se resistiría a acercarse para hablar con ella. Siguió barriendo y pronto escuchó la voz chillona de la anciana a sus espaldas.