CAPÍTULO 23
Ese mismo sábado, después del mediodía, Greta logró que Josefine Swartz accediera a tomarse las fotos para armar los carteles publicitarios anunciando la firma de libros. El servicio de catering ya había sido contratado, y solo le faltaba cerrar los últimos detalles con la gente de la editorial para el envío de los ejemplares de Misterio en la montaña.
Después de cerrar Némesis, almorzó algo rápido en compañía de Miss Marple y se echó un rato a descansar. Estaba exhausta, aunque no pudo conciliar el sueño: todo lo acontecido esa mañana, desde el beso con Mikael hasta la reunión en la comisaría donde se le había permitido estar, incluso participar, le daba vueltas en la cabeza y, si no se desahogaba con alguien, sentía que iba a explotar. Había hablado por teléfono con Hanna, y la rubia había insistido en pasar a verla antes de la sesión de fotos con Josefine. Miró el reloj; como de costumbre, llevaba por lo menos diez minutos de retraso. Se levantó rápidamente y se dirigió hacia la ventana. Desde allí, podía ver el hostal. ¿Seguiría Niklas en la comisaría aún? Era lo más probable. A él le tocaba conseguir que alguno de los pervertidos que frecuentaba la red en la que se movía Mattias cayera en su trampa. Solo esperaban que fuese el correcto. No había hablado con él después de la reunión. Después de que su padre le había explicado lo que tenía que hacer, se había marchado. Echaría a rodar el plan que le había encomendado esa misma tarde.
En ese momento, llamaron a la puerta. Atravesó presurosa la sala y abrió.
—Llego tarde, lo sé. —Fue lo primero que dijo Hanna apenas puso un pie dentro del apartamento. Se volteó y la miró—. ¿Cómo estás?
—Bien. —La notó inquieta, impaciente. Sabía que su amiga se ponía así cuando tenía algo que contarle.
Fueron hasta la cocina. Mientras Hanna jugaba con Miss Marple, Greta preparó café. Tenían tiempo de sobra y, aparentemente, también mucho de qué hablar.
Hanna la observó por encima de la taza con una sonrisa traviesa en los labios.
—¿Vas a decírmelo o no? —preguntó Greta, que ya no aguantaba la ansiedad por saber lo que tenía tan contenta a su amiga.
—¿No lo imaginas? —La rubia seguía haciéndose la misteriosa con ella.
Greta no tuvo que pensar demasiado. Solo había una cosa, en ese momento, que pondría a Hanna de aquel modo: Evert Gordon.
—Anoche, después de la cena, Evert y yo no fuimos al cine… Lo invité a mi apartamento y este vez aceptó —dijo, por fin, incapaz de seguir guardándose la noticia por más tiempo.
—Sabía que no tardaría en caer en tus garras —bromeó Greta—. Supongo que tu retraso tiene que ver con lo que sucedió anoche.
—En realidad, Evert se marchó temprano, pero tenía ganas de quedarme en la cama hasta tarde. No tenía ninguna cita prevista, así que decidí tomarme la mañana solo para mí. Creo que necesitaba recuperar fuerzas.
—Por favor, ahórrame los detalles —le pidió.
Hanna soltó una carcajada.
—Tranquila, no pensaba contarte nada indecente.
Greta también sonrió. Cuando eran adolescentes, Hanna era la que siempre corría a contarle cada vez que un chico la besaba o le tocaba los pechos. Era su única confidente y así, se había enterado que a los dieciséis había perdido la virginidad con un muchacho llamado Alexander que vivía a la vuelta de su casa. Y, aunque Hanna en esa época parecía llevarse el mundo por delante, Greta sabía cuánto había sufrido por la relación que tenía con su padre. Ella, en cambio, había perdido la suya a los diecisiete con Ole Frykberg, un chico que estudiaba también en Sanktmikael y que la había perseguido durante casi todo el último año de la secundaria, hasta que, por fin, logró convencerla de que saliera con él. Su debut sexual había sido más que nada un experimento. Después de escuchar a Hanna hablar de lo que se sentía, le había picado la curiosidad. No fue para nada como se lo había imaginado. Nunca supo si había sido culpa de los nervios o de las prisas de Ole; el caso es que le llevó dos años conocer a otro chico, comprobar realmente lo que se sentía.
—¿En qué piensas? —Hanna la sacó de su ensimismamiento.
—Recordaba cuando éramos adolescentes y nos contábamos nuestras peripecias con el sexo opuesto —dijo soltando un suspiro. Bebió un poco de café, pero lo dejó de inmediato: se había enfriado.
—¿Cómo se llamaba el chico ese con el que te acostaste en el último año de la secundaria?
—Ole Frykberg.
—¡Ese mismo! ¿Has sabido algo de él?
—Lo último que supe es que se casó y se mudó al sur —respondió. A pesar de que había sido el muchacho con el que había perdido la virginidad, lo había borrado pronto de su mente, hasta ese día, en que volvió a recordarlo más de diez años después.
Hanna se quedó viéndola.
—¿Qué hay de ti? ¿No tienes nada que contarme? ¿Cómo terminó tu noche con Niklas?
—Él ni siquiera atravesó la puerta de entrada.
—Por la manera en la que te miraba, sospecho que no fue porque él no lo deseara.
Greta respiró hondamente y se mordió los labios.
—Conozco ese gesto, Greta Lindberg. ¡Escúpelo ya mismo! —Se cruzó de brazos y le clavó la mirada para que se diera cuenta de que no se detendría hasta que le contara todo.
—Niklas intentó algo antes de despedirnos.
—¿Algo como qué?
—Supongo que quería besarme, pero me bajé del auto antes de que lo intentara.
Un gesto de desencanto se asomó en el rostro de su amiga.
—¿Por qué hiciste semejante tontería?
—Una tontería habría sido que le permitiera besarme. Ya te lo dije Hanna, Niklas es agradable y disfruto de su compañía, pero nada más. Un beso solo habría empeorado las cosas entre nosotros.
—No sé, me gustaba Niklas para ti —le confesó.
—Creo que es a mí a quien tiene que gustarle.
Hanna apoyó los brazos encima de la mesa.
—Y ambas sabemos que, mientras el teniente Stevic ande cerca, eso es prácticamente imposible.
Greta no dijo nada. Su amiga había tocado un punto sensible.
—¿Lo has vuelto a ver?
Necesitaba compartir con ella lo que había sucedido, como en los viejos tiempos.
—Sí.
—¿Y?
Volvió a respirar profundo.
—Nos besamos.
Hanna abrió los ojos como platos.
—¿Cuándo? ¿Dónde? ¡Quiero todos los detalles!
Greta se tomó un tiempo para responder. Se peinó el cabello hacia atrás y luego colocó la taza de café sobre la bandeja.
—Fue esta mañana. Mikael me sorprendió en el apartamento de Mattias Krantz. —Si iba a contárselo, era mejor que se lo contara todo desde el principio.
—No quiero ni imaginarme qué estabas haciendo allí —repuso Hanna, sorprendida.
—No creo que te interese saberlo.
—Tienes razón, continúa con la parte más jugosa del relato —le pidió haciéndose agua la boca. Había esperado aquel momento por mucho tiempo. Estaba cantado que tarde o temprano su amiga y el apuesto teniente terminarían juntos.
—Me confesó que había ido hasta mi calle para cerciorarse de que Niklas y yo no hubiésemos pasado la noche juntos. Por eso me encontró en el apartamento de Mattias: me siguió hasta allí —le explicó.
—¿Y luego?
—Se enojó conmigo y empezamos a discutir.
—Por supuesto. No tenías nada que hacer en ese lugar.
—Bueno, eso es lo de menos.
—Tienes razón. Acá lo importante es que me cuentes cómo pasaron de una discusión al beso.
Greta se encogió de hombros. Ni ella lo sabía.
—Fue de repente… un segundo, me estaba regañando y al siguiente, me encontré entre sus brazos.
Hanna juntó las manos y aplaudió despacito, festejando aquel hecho como si fuera todo un acontecimiento.
—¿Fue de esos besos que hacen que te derritas por dentro?
Greta la miró.
—Si lo piensas bien, fue en el lugar menos romántico y en el momento menos oportuno.
—Estaba segura de que el primer beso de ustedes sería exactamente así.
—¿Por qué lo dices?
Ahora fue la rubia quien se encogió de hombros.
—Hasta hace unos meses, parecía que Mikael y tú no estaban destinados a juntarse: él está casado, tú venías de una relación tempestuosa con Stefan, tu padre no lo ve con buenos ojos, y créeme que tengo experiencia en el tema. Todo parecía confabularse en contra suyo, sin embargo, es evidente que lo que sienten el uno por el otro es más fuerte que cualquier cosa.
—Hanna, fue solo un beso; no desvaríes —le sugirió. No iba a hacerse ilusiones en vano. Lo que su amiga acababa de decirle solo le recordaba cuán lejos estaba Mikael para ella. Además, había un obstáculo imposible de superar: su esposa. Miró el reloj y acabó de un plumazo con la intención de la rubia de continuar con aquella charla.
—No quiero que se nos haga tarde. Tenemos que pasar a buscar a Josefine primero por el Siljan. —Greta se puso de pie y buscó el bolso.
El lugar elegido para tomar la sesión de fotos fue la torre del mirador. Además de ser uno de los emblemas de Mora, se veía todo el pueblo desde allí.
Las dos muchachas tuvieron que soportar las excentricidades de la mujer sin decir ni pío. Josefine había llevado la batuta todo el tiempo: desde la elección del vestuario, hasta el número de fotos que quería que le tomaran. Hanna no había tenido ni voz ni voto, solo se había limitado a realizar su trabajo para no hacer quedar mal a Greta.
Ambas celebraron cuando todo terminó. Llevaron a la escritora de regreso al hotel y se marcharon a sus respectivos apartamentos. Hanna, a prepararse porque tenía una cita con Evert. A Greta, en cambio, la esperaba otra noche con la única compañía de Miss Marple.
* * *
Mikael miró el cielorraso con fastidio. Después del viaje a Orsa para interrogar nuevamente a Ralph Bergman, Niklas y él habían pasado por la comisaría para poner a los demás al tanto de lo que habían averiguado. No habían podido sacarle mucho; pero al menos contaban ahora con una pista bastante prometedora: habían encontrado en la red de pedófilos a alguien que se hacía llamar BigGirlLover y que había estado preguntándole a Bergman sobre el video poco después de la muerte de Mattias.
Cerró los ojos para intentar dormir. No sirvió de mucho. Estaba inquieto, demasiado ansioso como para conciliar el sueño. Miró la hora: diez y media. Sabía que era tarde y que tal vez estaba a punto de cometer una locura, aun así, se levantó de un salto de la cama y se metió en el cuarto de baño de prisa. Después de una ducha que no le llevó más de quince minutos, se puso unos vaqueros gastados y una camiseta que había usado solo una vez. Ni siquiera se afeitó; en cuanto al pelo, ahora que lo tenía más corto, fue suficiente peinarlo con los dedos. Recogió las llaves del Volvo y un sweater de lana fina que se puso mientras bajaba las escaleras.
Había poco tráfico a pesar de que era sábado. Llegó a la zona comercial en donde la cantidad de vehículos comenzó a incrementarse notoriamente. Dobló por Millåkersgatan y aminoró la marcha hasta estacionarse justo enfrente de Némesis. Apagó el motor y aguardó dentro del auto un buen rato. Espió a través de la ventanilla. La librería hacía bastante que había cerrado. Alzó la vista un poco más. Las luces del apartamento estaban apagadas, y las cortinas, cerradas. ¿Estaría durmiendo? Era lo más probable. Sin embargo, eso no lo detuvo. Se miró en el espejo retrovisor y se tocó el mentón. Tal vez debía haberse afeitado. Respiró hondamente: ya estaba allí. No iba a echarse atrás. Tan solo unos pocos metros los separaban. Totalmente decidido, se bajó del Volvo. Pasó por delante de la librería y subió las escaleras que conducían al apartamento de Greta de dos en dos. Ansiaba tanto verla que ni siquiera se detuvo a pensar qué diría ella de su imprevista visita nocturna.
* * *
Despatarrada en el sofá, Greta trataba de concentrarse en la lectura. Un buen libro y una taza de leche tibia solían ser las únicas cosas que la ayudaban a vencer el insomnio. Dejó el ejemplar de La chica del sobretodo verde a un lado. Hacía rato que había perdido el hilo de la trama. Bebió el último sorbo de leche mientras se masajeaba el abdomen. Estaba un poco más chato, aunque todavía tenía un par de rollos molestos en los costados. Llevaba haciendo footing menos de una semana. Tendría que ejercitar: los milagros no existían. Se miró las uñas de los pies que se asomaban por debajo del pantalón del pijama. Se las había pintado de un rojo furioso esa misma tarde, después de la sesión de fotos en el mirador. Rápidamente, su mirada se clavó en el equipo de música. Se levantó y arrastró los pies hasta la biblioteca. Sabía exactamente qué quería escuchar. Buscó el CD de Evergrey y encendió el reproductor. Los primeros acordes de Torn le arrancaron una sonrisa. Siempre le había gustado esa canción en particular, pero, desde que Mikael le había dicho que Evergrey era su grupo favorito, escucharla la hacía sentirse más cerca de él.
Cerró los ojos y tarareó el estribillo al tiempo que balanceaba el cuerpo al compás de la música. Tal vez Miss Marple estuviese despierta aún; podría sacarla de la jaula para que bailara con ella. Estaba yendo hacia la cocina cuando alguien llamó a la puerta.
El corazón se le detuvo.
¿Quién sería a esa hora? Era demasiado tarde para una visita, mucho más para una que no había sido anunciada. Volvieron a golpear, entonces se alarmó de verdad. ¿Le habría ocurrido algo a su padre? ¿O a Hanna?
Apagó el equipo de música y esperó. Respiró aliviada. Quien sea que estuviese al otro lado de la puerta, tal vez se había marchado. Cuando volvieron a golpear, se acercó y espió a través de la mirilla.
Había un hombre de espaldas a la puerta. Estaba oscuro, pero lo reconoció de inmediato.
Mikael.
Sujetó el picaporte con fuerza y lo sostuvo un instante.
Él se volteó cuando escuchó que la puerta por fin se abría. Notó el desconcierto en la mirada de la muchacha. No lo esperaba.
—Perdona por no avisarte que venía. —La contempló de arriba abajo fugazmente. Llevaba un pijama rosado que le sobraba por todas partes y estaba descalza. Tenía el cabello atado con una banda elástica en lo alto de la cabeza. Algunos mechones rebeldes le caían en la cara. Estaba algo pálida, aunque sus hermosos ojos azules le iluminaban el rostro. No supo cuánto tiempo había pasado desde que le había abierto la puerta hasta que por fin habló.
—Pasa.
Ingresó al apartamento y cruzó el salón seguido de cerca por Greta. Vio el vaso con restos de leche y el libro sobre la mesita ratona. Se giró hacia ella.
—¿Tú tampoco podías dormir?
Negó con la cabeza.
—¿Cómo estás? Me refiero al resfriado…
—Mejor. Al menos ya no tengo que estar todo el día con el pañuelo pegado a la nariz.
Mikael sonrió. Tuvo el impulso de acariciarle el pelo cuando ella se sopló el flequillo. Nunca le había dicho que adoraba aquel gesto.
—Me alegro que estés mejor.
—Y yo lamento que me hayas encontrado en estas fachas. —Escondió ambas manos en las enormes mangas del pijama.
—Estás adorable.
Greta sonrió, nerviosa. Seguían en el mismo sitio. Ni siquiera le había ofrecido algo de beber, tampoco lo había invitado a sentarse. Aunque, tal vez, lo primero era preguntarle qué estaba haciendo allí.
—¿Por qué has venido?
—¿Podemos sentarnos?
Se acomodaron en el sofá. Cómo él se sentó en segundo lugar, tuvo la oportunidad de ubicarse lo más cerca que pudo de ella. Greta no se apartó, aunque sí comenzó a juguetear con la costura de uno de los cojines.
—¿Hay alguna novedad en el caso? —Lo miró con expectación.
Nunca había pensado en su trabajo como un obstáculo. Esa noche, en cambio, sentía que el policía lo dejaba relegado como hombre. Era difícil negarle algo. Cuando ponía aquella expresión pueril, en lo único en lo que podía pensar era en complacerla.
—Kellander y yo le hicimos una visita a Ralph Bergman. —La estudió para ver cómo reaccionaba ante la mención de Niklas, pero ella ni se inmutó—. Había retenido información la primera vez que lo interrogamos. —Colocó el brazo derecho sobre el sofá—. Logramos que nos diera el nick de alguien que preguntó por el video de Mattias en una de las salas de chat.
—¿Ese alguien sabía de la existencia del video?
—Sí. Justo, después de su muerte, empezó a preguntar por él.
—Eso quiere decir que entonces era el video lo que buscaba el intruso esta mañana —señaló Greta.
—No te noto muy convencida.
—No me hagas caso.
—Nuestra prioridad ahora es dar con el tal BigGirlLover, bueno, a quien se esconde detrás de ese alias, y que nos diga cómo sabía de la existencia del video. —Le explicó lo que le había contado Niklas sobre ese nick en particular, su significado y el símbolo que lo representaba. En un momento dado, Greta se levantó y se fue. Volvió enseguida, trayendo lápiz y un papel.
—¿Podrías dibujarlo? —le pidió.
—Lo intentaré.
Mikael se inclinó hacia adelante y puso el papel sobre la mesita. A grandes rasgos bocetó un corazón que envolvía a otro más pequeño. Luego se lo enseñó.
—Es realmente perverso —manifestó ella mirándolo con suma atención. Greta tuvo la fuerte sensación de que no era la primera vez que veía aquel diseño tan tierno y espeluznante a la vez.
—Lo sé. Kellander dice que BigGirlLover es un alias que usan los pedófilos que tienen preferencia por las niñas pequeñas. —Notó que se había quedado absorta mirando el dibujo—. ¿Qué sucede?
—Ya he visto antes este símbolo…
—¿Dónde?
Levantó ambas piernas encima del sillón. Trató de hacer memoria. Miró el dibujo de nuevo. Un corazón envolviendo a otro más pequeño…
¡Dios! ¡Ahora lo recordaba!
—Kerstin tenía un broche parecido —dijo de repente—. Lo llevaba en una de las fotografías que había en su habitación.
—¿Estás segura?
Greta asintió.
Ambos se miraron y sonrieron. El descubrimiento que acababan de hacer significaba un avance importante en el caso.
—No te he ofrecido nada. ¿Te apetece tomar algo? Un café no nos ayudará a vencer el insomnio, pero es lo único que me queda. Mañana me toca ir al supermercado —le dijo yendo hacia la cocina.
¡Al demonio con el insomnio! Solo podía pensar en que compartiría un rato más con ella y, quizá, café de por medio, se animara a confesarle la verdadera razón que lo había empujado hasta allí.