CAPÍTULO 22
La sala de guardia del Lasarett estaba repleta. Greta miró a Mikael, todavía estaba enfadado con ella por haberlo llevado hasta allí engañado. Lo dejó en el pasillo y fue a buscar a alguien para que lo atendiera. Unos minutos más tarde, regresó con una enfermera.
—¿Mikael, qué te sucedió? —le preguntó cuando vio la sangre en su cabeza.
¡Genial!, pensó el teniente. De todas las enfermeras que trabajaban en el hospital, precisamente le tocaba ser asistido por una de las mejores amigas de Pia.
—Un accidente en el cumplimiento del deber, Rebecka. —Intentó reír, pero, al hacerlo, le dolió el golpe.
—Le arrojaron un cajón por la cabeza —intervino Greta.
La enfermera, una muchacha espigada y casi tan alta como el teniente, la observó.
—¿Eres su compañera?
—Greta es una amiga. —Mikael respondió por ella.
Se les quedó mirando un rato, luego asió al teniente del brazo y lo llevó hasta una habitación para revisarle la herida. Muchos de los presentes, algunos de los cuales llevaban horas esperando ser atendidos, lo miraron con mala cara.
—Yo espero aquí —dijo Greta, pero estaban demasiado lejos como para escucharla.
Se recostó en la pared con los brazos detrás de la espalda y respiró profundo. Los acontecimientos se habían sucedido tan de prisa que no había tenido tiempo de asimilar lo que había ocurrido entre ella y Mikael en el apartamento de Mattias antes de que el intruso apareciera. Observó a su alrededor para cerciorarse de que nadie la veía y se tocó los labios. Sintió el corazón saltarle dentro del pecho. Cerró los ojos por un instante para recrear aquel momento una vez más.
Pero una voz chillona la sacó del ensueño.
—Greta, ¡qué sorpresa encontrarte por aquí! —Los perspicaces ojos de Pernilla Apelgren, detrás de unas gruesas gafas, la miraban fijamente—. ¿Estás enferma, querida?
Le sonrió. ¿Podía tener tanta mala suerte?
—En realidad, he venido a traer a un amigo —le informó sin darle demasiados detalles.
La anciana pareció reparar solo en la última palabra.
—¿Un amigo? ¿Qué le ha sucedido?
—Nada grave, gracias a Dios. ¿Y, usted, qué la trae por el hospital? —retrucó. Dudaba de que pudiera desviar el tema de conversación, pero debía hacer el intento.
—Un chequeo de rutina. Oscar insiste en que me los haga. —Buscó algo dentro del bolso—. Tengo cita con el doctor dentro de media hora, aunque siempre vengo más temprano por las dudas.
Greta tuvo el presentimiento de que sabría aprovechar muy bien ese rato de espera. El pasillo de un hospital, repleto de gente, seguramente sería un buen sitio donde enterarse de un chisme jugoso o de propagarlo.
—Esta mañana estuve en la comisaría. Vi a tu padre muy bien acompañado —comentó como quien no quiere la cosa.
Greta frunció el ceño. Solo podía estar refiriéndose a Josefine. ¿Qué hacía la escritora un sábado por la mañana en la comisaría?
—¿Cuándo es la firma?
—Dentro de una semana —respondió.
—No pienso perdérmela. —La anciana sonrió con gran entusiasmo.
—Me encantará contar con su presencia.
Pernilla pareció concentrarse en otra cosa y dejó de prestarle atención a ella por un rato.
Se puso nerviosa cuando vio que Mikael regresaba por el pasillo.
La señora se acomodó las gafas para ver mejor. Sonrió cuando descubrió quién era el hombre que se les acercaba.
—Pernilla, volvemos a encontrarnos. ¿Cómo está?
Ella observó la venda en su cabeza con cierta aprehensión.
—Me parece que mejor que usted, teniente. ¿Qué le ha ocurrido?
Mikael se dio cuenta de que tendría que responder muchas veces a aquella pregunta en lo que quedase del día.
—Un pequeño accidente laboral que no reviste mucha importancia —manifestó, esperando haber saciado la curiosidad de la anciana.
Por fortuna, la mujer fue requerida por una de las secretarias del hospital para rellenar un formulario, y pudieron escaparse. Durante un buen trecho del viaje hasta la comisaría, no dijeron nada. Cuando ya no aguantó más el silencio, Greta preguntó:
—¿Qué te han dicho?
—Es solo un corte superficial. Ni siquiera hubo necesidad de suturar.
Era evidente que ambos estaban evitando el mismo asunto. Parecía como si la intromisión de aquel misterioso sujeto al apartamento de Mattias hubiese borrado el beso que se habían dado.
—Sobre lo sucedido… —Mikael buscó su mirada, pero ella fingía prestarle atención al camino.
—Creo que debemos decir la verdad —lo interrumpió—. Por una razón o por otra, mi padre siempre termina enterándose de todo. No le va a gustar nada lo que hice, pero estoy preparada para afrontar las consecuencias.
Mikael coincidió con ella.
Cuando entraron en la comisaría, Ingrid, quien fue la primera en acribillarlos a preguntas, les informó que los demás estaban reunidos, no en el centro de comandos, sino en la oficina de Karl. Hacia allí se dirigieron. Mientras avanzaban por el pasillo, él observó a Greta de soslayo. Aún le costaba creer que apenas un rato antes la había tenido entre sus brazos. Abrió la puerta y la hizo pasar primero.
Hubo diversas reacciones.
El inspector Lindberg puso mala cara. A Niklas y a Miriam les costó mucho disimular los celos. La sargento Wallström de inmediato notó la venda en la cabeza de su compañero y se preocupó. Peter Bengtsson parecía ser el único que se alegraba de verlos llegar juntos.
También se encontraba allí Josefine Swartz, quien pareció darle poca importancia a su llegada.
La pantalla LCD que su padre había adquirido un mes atrás poniendo dinero de su propio bolsillo estaba encendida.
Nina se les acercó.
—¿Qué ha pasado? —preguntó bajando la voz.
—Nina, eso queremos saber todos —dijo Karl haciendo un enorme esfuerzo por no perder la calma.
Mikael y Greta se miraron. Luego, él se dirigió a los demás.
—Alguien se metió a hurgar en el apartamento de Mattias. Lo sorprendí, y me atacó. —Se llevó la mano a la herida que tenía en la cabeza.
El inspector se cruzó de brazos y frunció el entrecejo.
—¿Qué estabas haciendo tú en la propiedad de Krantz? ¿Por qué mi hija viene contigo?
Ahora le tocaba a Greta.
—Yo lo puedo explicar…
—Eso espero —dijo Karl.
—Fui yo quien se metió en el apartamento de Mattias en primer lugar.
Todos se quedaron mudos.
—¿Por qué harías algo así? —Fue Nina la que preguntó para evitar que Karl y su hija se vieran envueltos en un nuevo altercado.
—Quería comprobar una teoría.
Esta vez, el inspector no permitió que nadie interviniera. Greta iba a oírlo.
—¿Una teoría? —Karl se llevó las manos a la cintura, haciendo que el traje se abriera.
Greta notó que llevaba un traba corbatas de plata que no había visto antes. ¿Sería un regalo de Nina? Miró a la otra mujer que estaba a su lado. ¿De Josefine? Ni siquiera entendía qué estaba haciendo allí.
—Sí. Sospechaba de alguien en particular y quería saber si tenía alguna relación con Mattias.
—Greta pensaba que Martin Ulsteen podía estar involucrado —terció Mikael, saliendo en su ayuda.
Karl se mostró asombrado.
—¿El tío de Kerstin?
Tanto Greta como Mikael asintieron.
—Lo investigué por mi cuenta y, aunque tuvo un pasado bastante turbulento, quedó totalmente descartado como sospechoso. Tiene una coartada irrefutable para la noche del crimen de Mattias. —Obvió contarles en ese momento cuál era; lo agregaría luego en el informe.
—Eso explica por qué mi hija estuvo metiendo, por enésima vez, la nariz donde no debe —manifestó Karl, todavía muy molesto—. Lo que quiero saber ahora es por qué tú estabas con ella y quién es el sujeto que te atacó.
—No pude verle el rostro, estaba oscuro y llevaba una capucha —respondió solo la última parte de la pregunta.
El inspector hacía rato que había perdido la paciencia.
—No has respondido aún qué hacías con ella.
—Yo le pedí que fuera conmigo —dijo la pelirroja de repente.
Nadie se sorprendió. Mucho menos Karl o Nina, quienes ya estaban acostumbrados a que Greta arrastrase a Stevic en sus locuras.
Mikael la miró. Era obvio que no iba a decir que él la había seguido porque quería comprobar si ella y Niklas habían pasado la noche juntos.
Karl tuvo deseos de reclamarle al teniente por su accionar, pero prefirió guardárselo para un momento más apropiado. En cambio, preguntó:
—¿Qué creen que estaba buscando?
—Si la persona que me atacó es el supuesto cómplice de Mattias, querrá cerciorarse de que no haya ninguna prueba que lo conecte con él. Se tomó mucho trabajo en quemar la cabaña como para dejar algún cabo suelto.
Greta miró el televisor LCD. Se le iluminó el rostro.
—El video… ¡Eso era lo que buscaba! Es un dato que no salió en la prensa y no sabe que ya está en manos de la policía.
El inspector ni siquiera iba a cuestionar cómo sabía ella lo del video.
—Precisamente íbamos a verlo entre todos para analizarlo en detalle una vez más —le informó Niklas desde su lugar—. Las pericias técnicas solo pudieron confirmar que no se filmó en la cabaña.
—Perfecto, tal vez podamos ver algo en lo que no reparamos antes. —Mikael tomó una silla y se sentó. Disimuladamente, Greta se acercó a la sargento. Quería participar de la reunión, aunque supiera que no pertenecía a aquel lugar. Si su padre decidía echarla afuera, usaría la presencia de Josefine Swartz en su defensa. Si la escritora tenía permitido quedarse, ¿por qué ella no?
—¿Qué hace aquí? —le preguntó a Nina en voz baja.
—Convenció a tu padre para que la dejara seguir la investigación de cerca. Parece que quiere escribir una novela…
Muy buena excusa para enterarse de todo y no ser tildada de entrometida.
La cinta empezó a rodar. Greta echó un vistazo a su padre, pero él prefería ignorarla. Mejor así. Observó la pantalla atentamente. El corazón le saltó en el pecho cuando vio la primera escena. Nina le tocó el brazo.
—¿Estás bien?
Asintió lentamente con la cabeza. Respiró hondamente. No era sencillo enfrentarse a aquellas terribles imágenes. Vio el miedo instalado en los ojos de Kerstin: ese miedo que te devora por dentro cuando te das cuenta de que estás a punto de morir.
—La cámara nunca se mueve y filma todo desde un mismo ángulo —apuntó Bengtsson.
—Lo más probable es que haya usado un trípode. No creo que haya alguien detrás de la lente —comentó Josefine.
—Es imposible saberlo —acotó Karl.
—Yo me inclino por la posibilidad de que no hay nadie más que la niña y su asesino en esa habitación —insistió la escritora.
—¿Y dónde queda el cómplice entonces? —alegó Greta.
—No creo que lo haya, querida. —Se tocó uno de los aretes de perlas que llevaba—. Según tengo entendido, Mattias era un muchacho solitario y retraído. Seguramente actuó solo. No hay ningún indicio en el video de que haya alguien más.
—Tampoco se puede demostrar que el hombre que aparece con Kerstin sea él —retrucó Greta.
Era como si de repente no hubiera nadie más en la oficina. Las dos mujeres barajaban hipótesis a diestra y siniestra.
—¿Y la red de pederastas?
—Que el muchacho consumiera pornografía y fuese parte de una red de pedófilos, no secunda necesariamente tu teoría de que hubo un cómplice —le respondió Josefine—. Solo demuestra que era un pervertido, por eso se acercó a la niña, la engañó y se la llevó.
Greta se cruzó los brazos.
—Si es como usted dice, ¿quién mató entonces a Mattias Krantz?
—Alguien que buscaba venganza. El hermano de Kerstin todavía sigue siendo un sospechoso. —Miró a Karl, buscando su anuencia.
—Eso es verdad —concordó él—. No podemos descartar a Björn todavía.
—Yo lamento disentir con su hipótesis, Josefine —dijo tratando de sonar amable. No podía arriesgarse a que la mujer, en un arrebato, se fuera de Mora sin hacer la firma de libros en Némesis—. Mattias era, en la vida cotidiana, un muchacho huraño. Todos los que lo conocíamos sabemos eso. Sin embargo, las apariencias, en este caso, engañaban. No olvidemos que le apasionaba cazar, y no me refiero solamente a la cacería deportiva: formaba parte de un supuesto club on-line que en realidad encubría algo más siniestro. A Mattias le gustaba cazar en compañía… por eso creo que tenía un cómplice.
—Greta tiene razón —manifestó Niklas, dedicándole una sonrisa—. Ya expuse durante mi primera intervención en el caso que Mattias tenía el perfil de un pedófilo romántico. Es quien se encargó de acercarse a la niña, seducirla para ganarse su confianza. Estuvo estudiándola durante semanas con el fin de conocer sus gustos y atraerla con más facilidad, por eso le regaló una pulsera; seguramente a la niña le encantaba usarlas. En cambio, quien asesinó a Kerstin es un sádico. Creo firmemente en la existencia de un cómplice, alguien que tal vez vio en Mattias el arma perfecta para conseguir llevar adelante su plan macabro.
Greta se quedó pensando en lo que acababa de explicar Niklas. Recordó entonces la vez que había estado en la habitación de Kerstin hablando con Jenny, la hija menor de los Ulsteen. Había dos cosas que le gustaba hacer a Kerstin: dibujar y posar para las fotos. Su sueño truncado había sido, según su hermana pequeña, convertirse en modelo o actriz. Casi todas las niñas de su edad tenían el mismo anhelo, sin embargo, era muy probable que fuese precisamente esa pasión que sentía Kerstin por el mundo de la moda la que la había llevado a su trágico final. Mattias seguramente se habría valido del sueño de la niña por ser famosa para convencerla de irse con él.
—Es imposible dilucidar si el sujeto que tiene a Kerstin es Mattias —expresó Mikael con la mirada clavada en la pantalla. No había nada que los ayudara a distinguirlo. Solo se lo veía de espalda. Ni siquiera tenían una buena visión del cabello, que estaba oculto debajo de una media de nylon. La cámara siempre lo tomaba a una distancia desde la cual no podían percibir detalles como el tamaño de las manos o su manera de caminar. El sujeto sabía muy bien cómo camuflarse.
—Si el cómplice de Mattias es quien aparece en el video, ¿por qué esperó tanto tiempo para tratar de recuperarlo? —preguntó Nina, mientras intentaba comprender lo que podía pasar en la mente de un sujeto tan perverso. Apartó la mirada de la pantalla cuando vio la escena en la que comenzaba a toquetear a Kerstin. Niklas tomó el control remoto y apagó el televisor rápidamente. Ya no tenían nada más que ver.
—Tal vez no sabía que Mattias conservaba una copia en su poder —repuso Miriam, quien había permanecido en silencio hasta el momento.
Greta comenzaba a tener dudas.
—¿Cómo lo supo? —insistió Nina.
—De alguna manera lo supo. Si no, no se explica que se hubiese metido en el apartamento de Mattias justo después de que encontrásemos el video.
—¿Bergman sabrá algo? —sugirió Niklas.
—Mattias le mandó el video y le pidió que lo guardara, probablemente porque no quería que llegara a manos de nuestro hombre —aseveró Stevic—. Tal vez deberíamos volver a interrogarlo.
Greta, quien seguía escuchando con suma atención, dijo:
—O mencionar la existencia del video en las salas de chat que frecuentaba Mattias. Alguien puede morder el anzuelo…
—Greta tiene razón —intercedió Stevic—. Podemos incluso fingir que buscamos un comprador.
Ella sonrió, cuando miró a su padre, se le borró la sonrisa de la cara. Seguía enfadado con ella. Le extrañaba que le hubiese permitido exponer sus teorías frente a los demás, por eso, cuando el inspector tomó la palabra, creyó que ahora sí le pediría que se marchara.
—Muy bien, adelante con eso. También interrogaremos nuevamente a Bergman. Ahora lo que me preocupa es que se siga filtrando información. Deberíamos usar a la prensa para nuestro propio beneficio y crear una distracción para despistar a nuestro hombre. Hacerlo sentir seguro puede llevarlo a que cometa un error.
—En mi segunda novela, La torre de naipes, el detective Petersson echa a rodar una mentira para engañar al asesino. —Todos miraron a la escritora, expectantes, cuando se detuvo—. No voy a contarles el final, tendrán que leer el libro.
—A eso me refiero —dijo Karl—. Y sé exactamente cómo hacerlo.
Greta comenzó a alejarse hacia la puerta. Su padre no les comunicaría el plan a los demás si estaba ella presente.
—No te vayas, hija —le pidió—. Seguramente me arrepienta después, pero, ahora, necesitamos de tu ayuda.
Soltó el picaporte y se volteó. Fue imposible no sonreír.