CAPÍTULO 21

Pernilla y Agnetta no encontraron al inspector Lindberg en su casa, así que no tuvieron más remedio que acercarse a la comisaría para hablar con él. Ingrid las recibió con una sonrisa. Se conocían, ya que las tres pertenecían a la Asociación de Damas de Mora: un pequeño grupo de mujeres que se dedicaba a ayudar a la comunidad. La urgencia con la que le pidieron ver a su jefe la inquietó. Nadie en el pueblo sabía lo que pasaba más que Pernilla Apelgren.

—Dile que es muy importante, que tiene que ver con la muerte de la pobre Kerstin —explicó Pernilla para ser recibidas lo antes posible.

Ingrid se quedó de una pieza. Tomó el intercomunicador y le anunció al inspector que las dos mujeres querían verlo de inmediato. Luego, las condujo hasta su despacho.

—Pernilla, señora Bramsen. —Rodeó el escritorio y les tendió la mano—. Me ha dicho Ingrid que tenían información sobre el homicidio de Kerstin Ulsteen.

Ambas mujeres asintieron.

—Siéntense, por favor.

Karl se ubicó en su sitio y las observó. Sabía muy bien que el pasatiempo favorito de su vecina era meterse en la vida de los demás, suponía que la mujer del pescadero compartía la misma afición. Le intrigaba conocer qué podrían saber ellas del crimen. Podía ser cualquier cosa que hubiesen oído por ahí, sin embargo, tenía el deber de escucharlas.

—¿Qué es eso tan importante que tenían que decirme? —Notó que a Agnetta Bramsen le temblaban las manos.

—Creo que sabemos quién mató a Kerstin Ulsteen. —Pernilla se acomodó las gafas. Parecía muy segura de lo que acababa de decir.

Karl alzó las cejas.

—El asesino de Kerstin está muerto —les recordó.

—Mucho me temo que el pobre de Mattias no tuvo que ver con su muerte.

El inspector se inclinó hacia delante y las observó. Era evidente que la más afectada era la señora Bramsen, quien prácticamente no había abierto la boca desde que había entrado al despacho. ¿Qué podrían saber aquellas mujeres sobre el crimen?

Pernilla Apelgren, entonces, le relató con lujo de detalles lo que esa misma mañana le había contado su amiga.

—¿Vetle Mørk? ¿Están seguras de que Morten Berthage lo vio la noche en que fue hallado el cadáver de Kerstin? ¿No pudo haber sido otro día?

Agnetta por fin abrió la boca.

—Fue el jueves. Olga lo recuerda bien porque, esa noche, su esposo salió un poco más tarde de lo habitual después de ver el partido amistoso de Suecia contra Alemania en la televisión.

Karl no podía desechar el testimonio de las mujeres. Conocía a Vetle Mørk desde hacía más de treinta años, y era un hombre que nunca se metía con nadie. Solo había tenido la mala suerte de salir a cazar con su perro y de toparse con el cuerpo de Kerstin en el bosque. Recordó el momento en que habían recibido su llamada anunciándoles del terrible hallazgo. Luego, durante la declaración, había parecido estar realmente afectado. Nunca lo consideraron sospechoso.

—Era obvio lo que estaba haciendo con esa pala y esa bolsa —manifestó Pernilla, que aún seguía consternada con todo aquello. ¡Si hasta había hablado con Vetle sobre la noche en la que había encontrado a Kerstin! ¿Podía la gente mentir tan bien? Ahora sabía que sí—. ¿Va a interrogarlo, verdad?

—Por supuesto —les aseguró—. Ahora pueden regresar a sus casas tranquilas.

Ambas se pusieron de pie, Karl las acompañó hasta el pasillo.

—Espero que pague por lo que hizo. Mi Fritzie aún no aparece, y estoy convencida de que tuvo el mismo final que esa pobre niña —manifestó Agnetta toda acongojada.

Fritzie es su gato —le explicó Pernilla al inspector.

Josefine Swartz entró en ese momento a la comisaría y lo saludó efusivamente con la mano.

—Ahora, si me disculpan, tengo una visita que atender. Que tengan un buen día, señoras.

Pernilla observó cómo su vecino se alejaba raudamente de ellas para encontrarse con la mujer que acababa de llegar. No la conocía, pero supuso quién era. Todos en el pueblo hablaban de la famosa autora de novelas policiales que Greta había traído para una firma de libros en Némesis. Pasaron por su lado, pero ni el inspector ni la escritora les prestaron atención. Saludaron a Ingrid desde lejos y abandonaron la comisaría con la sensación de que habían cumplido con su deber de ciudadanas. Ahora ya podían quedarse tranquilas.

* * *

Greta se había levantado y se sentía un poco mejor. El resfrío no le daba tregua, pero gracias al par de analgésicos que se había tomado la noche anterior, la cabeza ya no le dolía. Se había dormido tarde, pero no por culpa de su malestar. La actitud de Niklas antes de despedirse de ella, y los supuestos celos de Mikael la habían mantenido despierta hasta la medianoche. Además, había algo más que le rondaba la cabeza y poco tenía que ver con ellos. Aún seguía pensando que el tío de Kerstin escondía algo. No quería imaginar lo que no era, pero tenía que quitarse esa duda cuanto antes. Solo había una manera de hacerlo: averiguar si Martin Ulsteen y Mattias Krantz tenían alguna conexión. Mientras terminaba de beber el café, fue urdiendo un plan con cuidado.

Lasse llegó proveniente de la librería, y la interrumpió. Se dio cuenta entonces de que su primo le caía como anillo al dedo.

—Lasse, ¿me harías un favor?

Él se recostó contra el quicio de la puerta.

—¿Qué quieres ahora?

—¿Podrías encargarte de llevar a Niklas hasta la comisaría? Su coche se quedó allí anoche, y le dije que yo lo llevaría. —Le sonrió para convencerlo.

Frunció el entrecejo.

—¿Y por qué no puedes llevarlo tú? Veo que estás mejor…

—Tengo otro asunto que atender —respondió sin darle más explicaciones. La verdad era que prefería no verlo. Aún estaba demasiado fresco en su mente lo ocurrido en el interior del auto la noche anterior. Había salido huyendo al darse cuenta de lo que pretendía Niklas—. ¿Lo harás? Soy tu prima favorita… —alegó poniendo ojos de carnero degollado.

—¡Eres mi única prima! —exclamó él al borde de la carcajada—. ¿Qué recibo a cambio?

¡Increíble! Lasse la estaba extorsionando.

—Es una broma —le aclaró antes de que se enfadara. Se sirvió una taza de café—. Tengo la sensación de que me mandas a mí porque algo sucedió con el citadino anoche, ¿no?

No iba a ponerse a discutir sus peripecias amorosas con él a esa hora de la mañana: tenía mucho que hacer.

—Regresa a tiempo para abrir la librería, que yo tengo que salir.

—¿Ves? No estaba tan equivocado. Tienes tiempo de sobra para llevar a tu amiguito a la comisaría e ir después a donde sea que tengas que ir.

Estaba tratando de tirarle de la lengua, pero no conseguiría nada.

—Ve, que Niklas debe de estar esperando.

—¿Y qué le digo cuando me pregunte por qué no has ido tú?

Greta no tuvo que pensarlo mucho.

—Que no me siento bien. Es la verdad.

—Claro. —Lasse comprendió que su prima no le diría lo que estaba tramando, así que tomó las llaves del Mini Cabrio y bajó a la librería.

Cuando se quedó sola, buscó entre sus contactos telefónicos el número de Leo Nilssen. Sabía que Simon Dahlin trabajaba en su taller y necesitaba cerciorarse de que no se encontraba en su casa.

—¿Leo? Soy Greta Lindberg.

—¡Greta, qué sorpresa! ¿El Mini Cabrio te ha estado dando lata nuevamente? —le preguntó sonriendo.

—No, en realidad, te llamaba por otro asunto. —Le abrió la jaula a Miss Marple y dejó que saliera—. ¿Por casualidad Simon Dahlin anda por ahí?

—Sí, hoy tiene doble turno. ¿Por qué quieres saberlo?

—Es que hace unos días me encargó unos libros. Tengo que pasar cerca de su casa y pensé que podía llevárselos.

—Pues, él sale a las tres de la tarde —le informó.

—Perfecto, pasaré después de esa hora entonces. Gracias, Leo, me encantó saludarte.

—Igualmente, Greta. Adiós.

Dejó el teléfono encima de la mesada y se dirigió al salón. La lora la seguía de cerca. Se recostó en el sillón y, de inmediato, Miss Marple se acercó y empezó a tironearle de la ropa. Jugó un rato con ella. Necesitaba distenderse y pensar con calma lo que estaba a punto de hacer. Nadie podía enterarse. Apenas Lasse regresara con el auto, se iría enseguida. Cuanto antes llevara a cabo su plan, mucho mejor.

* * *

Karl se presentó en la propiedad de los Mørk después de dejar a Josefine en compañía de Niklas en la comisaría. La declaración que habían hecho Pernilla Apelgren y Agnetta Bramsen esa mañana había desconcertado a todos los que trabajaban en el caso. No parecía que aquella línea investigativa llevase a algún lado, sin embargo, debían cerciorarse. Podía ser solo un chisme o un malentendido, aun así, su obligación era investigar cualquier dato que les llegaba. No importaba que viniera de dos de las personas más indiscretas del pueblo.

Golpeó la puerta durante un buen rato, pero nadie respondió. Husmeó por los alrededores; el auto de Vetle estaba en el garaje. Se metió en la parte trasera de la casa. Encontró a Vetle trabajando en el huerto. Hasta que no se acercó, no notó su presencia.

—¡Karl, qué sorpresa! —Se quitó la tierra de los pantalones y se incorporó.

—¿Cómo estás? —Observó el huerto. Se extendía hacia el sur unos cuantos metros y terminaba justo donde empezaba el bosque—. Veo que te va muy bien, Vetle. Ha crecido mucho esto desde la última vez que estuve aquí.

Vetle se quitó la gorra y se secó el sudor de la frente.

—Sí. No me puedo quejar. La producción ha aumentado, también los clientes. ¿Ves allí? —Apuntó hacia la derecha—. Es un sistema de riego que instalé la semana pasada, más moderno que el que tenía antes. Funciona de maravillas y me ahorra mucho tiempo. La gente está harta de comer verduras transgénicas que no saben a nada. No hay como un tomate recién cortado, ¿no crees?

—Ciertamente —contestó Karl. Al parecer, el viejo Vetle ni siquiera se imaginaba el motivo de su visita.

—¿Vienes a comprar?

—Me temo que he venido por otro asunto.

Vetle volvió a colocarse la gorra. No le gustó para nada la expresión en el rostro de su interlocutor.

—¿De qué se trata? ¿Es sobre Kerstin? Ya hice mi declaración el otro día.

—Vetle, ¿por qué no entramos a la casa para conversar más tranquilamente?

Ingresaron por la cocina y Halcón les salió al paso.

—¡Quieto, muchacho!

El perro comenzó a oler los zapatos de Karl con sumo interés. Le acarició la cabeza para tratar de apartarlo, pero seguía empecinado en olfatearlo.

—¡Halcón, fuera! —ordenó su dueño.

El perro agachó las orejas y se alejó por donde había venido.

—No le gustan mucho las visitas —explicó.

—¿Es el único perro que tienes?

Vetle asintió con la cabeza.

—Es muy buen cazador y cuida el huerto como nadie.

Karl notó el orgullo con el cual hablaba de su mascota.

—¿Fue Halcón quien encontró a Kerstin, verdad? —Era un dato que ya sabía, sin embargo, no estaba de más que volviera a relatarle lo ocurrido la noche en que apareció el cuerpo de la niña.

—Sí. Esa noche salimos a cazar. Halcón se internó en el bosque, fui a buscarlo, y ya conoces el resto de la historia. —Se rascó la barbilla y Karl notó que lo ponía nervioso hablar del tema.

—¿Estás seguro de que esa noche fuiste al bosque a cazar? —Observó atentamente su reacción.

—¿Por qué me preguntas eso ahora? Ya les he dicho todo lo que sé.

Karl apartó una silla y se sentó. Su interlocutor seguía de pie.

—Esta mañana se presentaron en la comisaría Pernilla Apelgren y Agnetta Bramsen. Me contaron una historia interesante que te involucra.

—¿Qué te contaron ese par de arpías? —saltó Vetle después de oír el nombre de las dos ancianas.

—Afirman que alguien te vio metiendo una pala y una bolsa en tu auto la misma noche que apareció el cuerpo de Kerstin.

Vetle se removió en su sitio, luego, tomó una silla y se sentó. Comenzó a estrujar la gorra con las manos.

—Según tu declaración, fuiste al bosque a cazar. ¿Por qué llevarías entonces la pala y la bolsa?

—No es lo que crees, Karl… —murmuró.

—Cuéntame qué hiciste en realidad la noche del jueves 7 de mayo —lo exhortó. Era obvio que le ocultaba algo, pero dudaba de que tuviera que ver con el crimen.

—Esa noche sí enterré algo en el bosque, pero no a Kerstin Ulsteen, sino al gato de la mujer del pescadero —confesó.

—¿Mataste al gato de Agnetta Bramsen? —Karl lo miró con el ceño fruncido.

—Ese maldito animal se la pasaba cagando en mi huerto. Ni siquiera Halcón conseguía espantarlo. El muy ladino, venía de noche, cuando nadie lo veía hacer sus cosas. ¿Te imaginas lo que era remover la tierra y encontrar mierda de gato?

Podía imaginárselo, pero no creía que fuese motivo suficiente para acabar con la vida del pobre minino.

—¿Vas a arrestarme por ello?

Lo habría hecho con gusto, pero según la jurisdicción sueca, no había cometido ningún delito. La ley de protección animal que contemplaba penas de prisión para los maltratadores era por el momento solo un proyecto a largo plazo.

Se puso de pie. No tenía nada más que hacer allí. Como había presumido, solo había perdido el tiempo.

* * *

Mikael se desvió del camino hacia la zona comercial. Dobló en Millåkersgatan y redujo la velocidad. Se restregó los ojos y emitió un sonoro bostezo. De nuevo, había pasado una noche de perros carcomido por los celos y por la idea de que Greta y Niklas hubiesen terminado la velada en la cama de alguno de los dos. Necesitaba saber si sus sospechas tenían fundamento o no. El Volvo que le había asignado a Niklas no estaba, pero sabía que él se había marchado de la comisaría en el auto de Greta. Se estacionó a unos pocos metros de la esquina, lejos de la librería. No había señales del Mini Cabrio, tampoco de Kellander. De pronto, lo vio venir por Valhallavägen. Descubrió que era Lasse quien lo conducía. Se encontró con Greta en la puerta de Némesis. Intercambiaron algunas palabras y luego ella se subió al auto. Cuando pasó por su lado, ni siquiera lo vio.

La vio alejarse por el espejo retrovisor. Sin saber exactamente por qué, lo asaltó el impulso de seguirla.

Pronto, Greta abandonó la zona comercial y se alejó hacia el este. Cuando tomó la carretera que conducía a Kråkberg y se adentró en el área de Beach Trip, supo de inmediato adónde estaba yendo. Después de su visita a los Ulsteen, debía haber sospechado que no se quedaría quieta. Se estaban acercando al apartamento donde había vivido Mattias Krantz, por lo tanto, la muchacha redujo la velocidad, y él hizo lo mismo.

Ella se detuvo a un costado de la vivienda y esperó dentro del auto antes de bajarse. A varios metros de distancia, oculto detrás de un contenedor de basura, Mikael observaba cada uno de sus movimientos.

* * *

Respiró hondamente para tomar coraje y abrió la puerta del Mini Cabrio. La zona era bastante solitaria y no había nadie a la vista, aun así, debía ser cautelosa. Estaba a punto de cometer un delito y, si se enteraba su padre, no habría quién aguantara sus sermones luego. Se apeó del auto y se acercó a la casa mirando por encima de sus hombros. Subió las escalinatas y casi le da un ataque cuando chocó con unas campanillas que empezaron a tintinear ruidosamente. Volvió a colocarlas en su sitio hasta que dejaron de moverse.

Había escuchado a Mikael decirle a uno de los agentes dónde escondía la llave Simon Dahlin. Miró las tres macetas amontonadas a un costado. Se agachó y levantó la más pequeña. No tuvo suerte. Siguió con la que estaba al lado. Sonrió al ver la llave. La tomó y se puso de pie con rapidez. Antes de introducirla en la cerradura, volvió a cerciorarse de que no la hubiera visto nadie. Entró y cerró la puerta detrás de sí.

El salón estaba en penumbras. No era prudente encender la luz, aunque había ido preparada. Sacó el teléfono móvil y lo usó de linterna. Ni siquiera sabía por dónde empezar a buscar. Había dos puertas al final del salón, y se dirigió hasta allí. Se asomó a la primera de ellas. La cama estaba deshecha, y había una pila de ropa encima de una silla. Era la habitación de Simon. Entró en la otra y dejó la puerta abierta. Había bastante desorden, seguramente lo había dejado la policía cuando había registrado el lugar. No había mucho dónde buscar. Se acercó a la mesita de noche y encendió la lámpara: había un cuaderno y algunos comics en su interior. Los revisó con la esperanza de que cayera algo revelador de entre las páginas, pero no tuvo esa suerte. Esperanzada, tomó el cuaderno: nada. Solo había apuntados unos cuantos nombres de vecinos de Mora y de la zona. Supuso que serían sus antiguos clientes. El nombre de Martin Ulsteen ni siquiera aparecía en esa lista. Volvió a colocar todo en su sitio. La cama estaba hecha un desastre, el colchón movido y las sábanas tiradas en el suelo.

La pintura que colgaba encima captó su atención. Tal vez, hubiera algo oculto detrás. Apoyó el móvil encima de la mesita de noche y se subió a la cama. Con cuidado, puso un pie sobre el colchón para poder llegar hasta su objetivo. Se movió un poco hacia delante y logró meter la mano detrás.

—¿Qué demonios estás haciendo?

Greta pegó un salto y perdió el equilibrio. Cayó encima de la mesita de noche, y la lámpara terminó en el suelo. Se giró y distinguió a Mikael recostado en el marco de la puerta.

—¿Me quieres matar del susto? —le recriminó mientras volvía a respirar. Un fuerte estornudo la hizo sacudirse.

—¡Salud! Veo que estás mucho mejor.

—Gracias —respondió con ironía.

—Sabes muy bien que estás cometiendo un delito. Podría arrestarte ahora mismo por allanamiento de morada si quisiera —le informó acercándose. La habitación había quedado en penumbras después de que la lámpara se rompiera.

Ella puso los brazos en jarra.

—¿Serías capaz?

La miró fijo.

—¿Tú que crees? —la desafió.

—Me estabas siguiendo… —balbuceó ella después de que se le pasara el susto. Recién ahora se daba cuenta de aquello.

Mikael hizo caso omiso a sus palabras. No iba a darle explicaciones de su propia conducta en ese momento. Era ella quien debía explicarle qué estaba haciendo allí.

—Responde a mi pregunta, Greta. ¿Qué haces aquí?

Se peinó el cabello con las manos y se tomó un tiempo para responder.

—Le he estado dando vueltas al asunto anoche. Me sigue pareciendo sospechosa la actitud del tío de Kerstin —le dijo—. Quería venir aquí y ver si encontraba algo que lo involucrara con Mattias y sacarme la duda.

¿Había pasado la noche en vela sacando conclusiones sobre el caso? Saberlo le proporcionó un gran alivio. Sin darse cuenta, empezó a sonreír.

Greta lo observó.

—¿Qué te causa tanta gracia? Crees que estoy perdiendo el tiempo aquí, ¿verdad?

Dejó de reír de inmediato.

—Lo estás. Martin Ulsteen no tenía nada que ver con Mattias, mucho menos está involucrado con el crimen de su sobrina.

—¿Lo han investigado?

—Sí. Lo hice a escondidas de los demás, guiándome solamente por tus sospechas —manifestó—. Sin embargo, en algo tenías razón. Martin esconde un pasado oscuro.

Ella se quedó boquiabierta.

—¿Qué averiguaste? —preguntó ávida de información.

—Estuvo preso por tráfico de drogas durante siete años. Cuando salió de la cárcel, el tipo para el cual traficaba lo sentenció a muerte. Vivió oculto durante quince años hasta que su cabeza dejó de tener precio. Vino a Mora y se estableció con su hermano y su familia.

—¿Un extraficante de drogas?

Stevic asintió.

—Jamás lo habría imaginado…

—Yo creo que precisamente ese es tu problema: sueles imaginar demasiado. ¡Mira hasta dónde te ha llevado tu imaginación esta vez!

Sus palabras la ofuscaron.

—Gracias a mi imaginación, como tú la llamas… —Hizo el gesto de comillas con las manos—… la policía pudo atrapar a la asesina de Annete Nyborg y Camilla Lindman.

—No voy a negar que tienes un olfato especial para develar misterios. Eres buena observadora y dueña de una sagacidad que muchos envidiarían, pero reconoce que muchas veces te pasas de la raya.

No iba a darle el gusto.

—Niklas cree que tengo un don —le dijo en un tono beligerante.

Él se acercó más.

—¡Estoy hasta la coronilla de Kellander! Desde que ha llegado se ha vuelto la atracción principal —despotricó.

Greta se quedó muda. No pensaba que le cayera tan mal. Niklas tenía razón.

—No tienes derecho a hablar así de él —lo increpó.

—Te voy a pedir que no lo defiendas delante de mí; no lo soportaría. —Había bajado considerablemente el tono de voz.

Ella lo miró, desconcertada. Mikael acabó con la poca distancia que los separaba.

—Desde que apareció, vivo consumido por los celos. ¿Sabes por qué te seguí hasta aquí?

Ella negó con la cabeza.

—Porque estaba espiándote. Necesitaba saber si tú y él habían pasado la noche juntos.

—Niklas y yo somos solamente amigos —le aclaró.

Mikael le acarició la mejilla.

—¿Me lo juras?

Greta asintió. No podía hablar: le temblaban los labios. Cuando él le puso el brazo alrededor de la cintura para atraerla hacia su cuerpo, no opuso resistencia alguna. Habían estado esperando ese momento desde hacía tanto tiempo, que no supieron cómo reaccionar. Se miraron a los ojos durante un rato. No se escuchaba nada más que el sonido de sus respiraciones agitadas.

Ella entreabrió los labios y Mikael tomó aquel gesto como una invitación a que la besara. Acercó su rostro; vio que Greta cerraba los ojos. Bastó solo el contacto de sus bocas para encender la pasión contenida. Ella se puso en puntas de pie y se aferró al cuello de él. Las manos del teniente rápidamente bajaron por la cintura de Greta. La apretó más contra él.

En ese momento, oyeron un ruido sordo.

Greta se soltó inmediatamente.

—¿Qué fue eso?

Mikael la asió de los hombros y la empujó hacia atrás.

—Quédate aquí —le ordenó. Buscó su arma reglamentaria y maldijo entre dientes cuando descubrió que no la llevaba encima.

El ruido provenía del salón, así que hasta allí se dirigió. Como el resto de la casa, permanecía en penumbras. Divisó una silueta junto a uno de los muebles. Descartó de inmediato que se tratara de Simon. El intruso estaba hurgando dentro de unos cajones. Llevaba una capucha que le impedía ver su rostro. Se acercó lentamente. De repente, la figura se quedó inmóvil. Antes de que Mikael pudiera reaccionar, le arrojó un cajón encima. Cayó al suelo y su atacante aprovechó para huir.

Greta se asomó y, cuando vio a Mikael en el suelo, corrió hacia él.

—¿Estás bien?

Se incorporó y se tocó la cabeza. Ella se asustó cuando vio la sangre en sus manos.

—Sí, no fue nada. —Con su ayuda, logró ponerse de pie. El golpe lo había dejado algo aturdido. Lo que más lamentaba era no haber podido verle la cara al sujeto.

—Debes ir al hospital para que te curen esa herida.

—No hace falta, estoy bien —reiteró él.

—¿Seguro?

Mikael asintió.

—No sé si podré conducir de regreso a la comisaría…

—Yo te llevo y mandaremos a alguien para que retire tu coche —manifestó Greta. No iba a dejar que la herida que tenía en la cabeza se infectase, así que, aunque se opusiera, lo llevaría al hospital primero.