CAPÍTULO 20
Cuando arribaron al China House, el restaurante elegido por Hanna, una camarera los condujo hasta una mesa ubicada en una esquina. No había señales todavía ni de su amiga ni de Evert.
—Parece que llegamos temprano —dijo Niklas corriendo la silla para que Greta se sentara.
Miró el reloj; habían llegado a la hora pactada. Eran Hanna y Evert los que estaban retrasados. Greta empezó a juguetear con el servilletero mientras Niklas apagaba el teléfono móvil para que nadie los molestara.
El China House era encantador y bastante espacioso. En las paredes, pintadas en tonos ocre y negro, se exponían pinturas orientales. Varias plantas ornamentales colgaban del techo, dándole un toque exótico al lugar. Lo que llamó la atención de Greta fue el estampado de las sillas decoradas con mapas de diversos puntos del globo. Las mesas, según su opinión, estaban demasiado cerca una de la otra, pero, como era temprano, el restaurante no estaba tan lleno.
La misma camarera de antes les trajo el menú.
Niklas notó que Greta miraba constantemente hacia la puerta.
—¿Tu amiga es de llegar tarde a sus citas?
—Sí, es su peor defecto —dijo con una sonrisa. Por un segundo, un terrible pensamiento cruzó por su cabeza. ¿Acaso Hanna se habría atrevido a tenderle una trampa y nunca se presentaría? Tal vez la tardanza tuviera otro motivo. Esperaba que no fuese la primera opción, jamás se lo perdonaría. Ya tenía suficiente con aguantar las encerronas de su padre.
Niklas leyó la carta con interés, concentrándose en el menú para cuatro personas. De tanto en tanto, espiaba a Greta. De pronto, ella sonrió y le hizo señas a una pareja que acababa de ingresar.
—Disculpen el retraso. —Evert apartó una silla para Hanna—. Recibí una llamada de mi jefe justo antes de salir. A veces no entiende que estoy de vacaciones.
Las dos amigas se saludaron. Luego, Hanna le sonrió a Niklas.
—Un placer conocerte por fin —le dijo mirándolo disimuladamente cuando él se puso de pie, como todo un caballero—. Soy Hanna, y él es Evert.
El fotógrafo estrechó la mano de Niklas y, acto seguido, apartó una silla para su acompañante. Las dos parejas quedaron ubicadas frente a frente.
—¿Les gusta el sitio? Es la primera vez que Greta y yo venimos. Me lo recomendaron mucho, y la comida es excelente —comentó Hanna apartando el servilletero a un lado.
—Es pintoresco. —Niklas miró a la rubia, luego a Greta—. ¿Cómo es que no habían venido antes?
—Abrió hace poco —respondió Greta.
—Y si a eso le sumamos que mi amiga ha tenido poca vida social últimamente…
La pelirroja la fulminó con la mirada.
—Será mejor que ordenemos —terció Evert, quien ahora leía el menú.
De entrada, ordenaron sopa de vegetales y de plato principal, pato con salsa sze-chuen. Mientras esperaban que les sirvieran, Hanna y Greta aprovecharon para ir al tocador.
No bien entraron, Hanna ponderó las cualidades del acompañante de Greta.
—¡Cielos, es más apuesto de lo que imaginaba! —exclamó al tiempo que se ponía un poco más de rouge en los labios. Vio que su amiga estaba distraída y dudaba de que hubiese escuchado lo que acababa de decir.
Greta sacó un pañuelo del bolso y se sonó la nariz.
—¿Estás bien? —Hanna le puso la mano en la frente.
—Es solo un resfriado.
Se cruzó de brazos y estudió la expresión de su rostro.
—Hay algo que no me dices. Te conozco, Greta. ¿Qué es?
Respiró hondamente. Ni siquiera ella sabía qué demonios le pasaba.
—¿Es Niklas? A mí me parece encantador…
—Lo es. Disfruto de su compañía, charlamos de libros y, además, me cuenta detalles de la investigación. El pobre ni sospecha que mi padre pondría el grito en el cielo si lo supiera.
—¿Entonces?
Greta se encogió de hombros.
—Tal vez no debí aceptar tu invitación en primer lugar —dijo, sabiendo que enojaría a su amiga—. Hace un rato, en la comisaría, Mikael me dijo que, con este resfriado, debí haberme quedado en casa.
—Nada de eso. ¿Qué sabe él? Te hacía falta salir un poco y divertirte. No todo es libros y misterios que resolver en la vida. —Hizo una pausa—. Creo que su única intención era evitar que salieras con otro.
El rostro de Greta se iluminó.
—No te sorprendas, es evidente que está muerto de celos. No le debe de gustar nada que Niklas esté cerca de ti.
—Niklas cree que no le cae bien a Mikael, pero no mencionó que fuera por mi causa, sino por algo relacionado con los homicidios. Hasta su intervención, la policía estaba convencida de que Mattias era el culpable de la muerte de Kerstin y que alguien, por venganza, lo había asesinado a él —le explicó.
—¿Y Niklas piensa diferente? —preguntó Hanna. No le agradaba mucho hablar de crímenes, mucho menos en medio de una cita, pero sintió una gran curiosidad por saber más.
—Sí. Él deslizó la posibilidad de que Mattias tuviese un cómplice. Ahora apareció un video donde se ve la violación de Kerstin…
—¡Dios mío! ¿Un video?
Greta asintió.
—No sé mucho al respecto, solo lo que me contó Josefine: que Mattias se lo había enviado a alguien que conoció en un chat de pedófilos. Cada vez me convenzo más de que Mattias no actuó solo: alguien que todavía no sabemos quién es está oculto en algún lado pensando que se ha salido con la suya.
—¡Basta, no hablemos más del tema! Me da escalofríos…
Greta había olvidado lo aprehensiva que era su amiga para ciertos asuntos. La observó mientras se perfumaba el escote. Le extrañaba que no le hubiese mencionado todavía nada de la propuesta de Evert. ¿Acaso él no la había puesto al tanto? Sentía que tenía que decírselo. Si se enteraba por otro lado, podía desatarse una hecatombe.
—Hanna, Evert vino el otro día a conocer la librería. Tomó algunas fotos porque quiere dedicarle a Némesis un artículo en el suplemento de cultura donde trabaja. No te dije nada porque pensé que te enojarías. —Se lo soltó todo de un sopetón.
Guardó el rouge y el frasco de perfume dentro del bolso. Alzó la cabeza y la miró.
—¿Enojarme? ¿Por qué debería enojarme?
Ahora venía la parte más difícil.
—Ese día, Evert me invitó a salir.
Su amiga se quedó boquiabierta.
—Por supuesto, le dije que no podía y le sugerí que te invitara a ti —le aclaró.
—Vaya… pensé que era inmune a tu poder hipnótico —dijo en son de broma.
Greta sintió alivio. No parecía estar enojada.
—Jamás le di pie para que intentara un avance conmigo. Te lo juro.
Hanna sonrió.
—No tienes que jurármelo, amiga. —Se peinó el cabello con los dedos—. Creo que mi poder de seducción ya no es el de antes. Anoche salimos a dar un paseo y lo invité a subir a mi apartamento. Mis intenciones eran obvias, pero parece que lo asusté. ¿Será que de verdad le atraen más las pelirrojas?
—Eres una mujer hermosa, con una personalidad arrolladora, si Evert no puede ver eso, es un imbécil —le dijo Greta para levantarle el ánimo.
Hanna soltó un suspiro.
—Me gusta de verdad, Greta. Hacía mucho tiempo que no me sentía así con un hombre.
—No pierdas las esperanzas entonces. Anoche te dijo que no, hoy puede cambiar de opinión. —Asió a su amiga de los hombros y tuvo que soltarla enseguida para volver a sonarse la nariz.
—Perdona por haberte hecho salir en este estado.
—Ya te dije, es solo un resfriado. Nada que un buen descongestivo no cure.
—Mañana te sentirás como nueva —le auguró.
Cuando se dieron cuenta del tiempo que habían estado allí adentro, volvieron junto a sus acompañantes. Los encontraron charlando animadamente de fútbol. Niklas hablaba maravillas del Hammarby IF mientras que Evert hacía lo mismo con su equipo, el Djurgårdens.
Ambas carraspearon, dándoles a entender que les aburría hablar de deportes. Así que, mientras disfrutaban de la cena, el tema de conversación giró en torno a la firma de libros que estaba organizando Greta con la ayuda de Hanna.
Niklas tomó la botella de vino con la intención de servirle un poco a Greta.
Ella puso la mano encima de la copa.
—No, gracias. Tomaré agua.
—Como gustes. Dime, ¿cómo van las cosas con Josefine?
Se dio cuenta de que debía ser prudente al responder. Jamás le diría que la escritora no le caía bien, que se comportaba como una fresca con su padre y que había tratado de «bicho» a Miss Marple. Después de la charla que había tenido hacía un par de horas con ella, era evidente que él compartía mucha información con ella.
—¿Cuándo es la firma? —preguntó Evert con interés.
—El sábado de la semana que viene —le informó Greta.
—Espero seguir en Mora para entonces.
Hanna dejó la copa de vino vacía sobre la mesa.
—¿Te vas?
—Mis vacaciones se extendían hasta finales de mes, pero mi jefe me pidió anoche que regrese unos días antes.
Greta se dio cuenta de que la noticia había entristecido a la rubia.
—Me gustaría… nos gustaría contar con tu presencia en la firma —dijo hablando más por Hanna que por ella.
—Por supuesto que me quedaré, mi jefe puede prescindir de mí un par de días más. Además, Mora me ha encandilado con su belleza…
Miró a Hanna por encima de la copa de vino y le sonrió seductoramente.
Las amigas se miraron fugazmente. El influjo que, según Hanna, Greta había ejercido sobre Evert parecía haberse esfumado por fin.
Luego, la conversación siguió otros derroteros e inevitablemente terminaron hablando de los dos crímenes que habían sacudido al pueblo las últimas semanas.
—Debemos ser cautelosos con ciertos detalles de la investigación —comentó Niklas con seriedad—. Si se filtran a la prensa, se puede arruinar todo nuestro trabajo. —De repente recordó que Evert trabajaba precisamente en un periódico—. Perdón, no quise ofender a nadie.
—No importa. No soy periodista, sino fotógrafo —lo corrigió—. Además, no cubro policiales, sino hechos más agradables.
Las amigas percibieron que se había creado cierta tensión entre ambos.
—Tarde o temprano, terminan por enterarse de todo —intervino Greta—. Tengo entendido que el homicidio de Mattias saltó a los periódicos antes de tiempo. Papá me comentó que no pensaban divulgar que había sido asesinado hasta no tener una pista firme en el caso.
La camarera les llevó el postre. Hanna había ordenado helado y Greta prefirió tomar café. Los hombres, se decantaron por un cocktail de frutas con crema.
—No es prudente causar revuelo en el pueblo, mucho menos con la cantidad de turistas que han llegado. —Niklas degustó un poco del postre antes de seguir hablando—. Estamos cerca de atrapar a quien lo hizo y cualquier infidencia puede echar todo por la borda.
Greta se dio cuenta de que lo que había dicho, acerca de que estaban por atrapar al asesino, no era cierto. Supuso que solo era una manera de salvaguardar la investigación.
Nadie cuestionó entonces que pidiera cambiar de tema. Después de la cena, Hanna y Evert les preguntaron si querían ir al cine con ellos, pero Greta usó de excusa su resfriado para rechazar la invitación.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó Niklas mientras regresaban en el Mini Cabrio.
—En vez de nariz, parece que tengo un tomate en la cara y siento que la cabeza va a explotarme de un momento a otro. Igual, la pasamos bien, ¿verdad?
—Sí, tu amiga es muy simpática, Evert, en cambio, estaba más serio. Parece que no le gustó demasiado lo que comenté sobre la prensa —le dijo, sonriendo.
—No creo que se ofendiera realmente, él es fotógrafo. —Le contó del ofrecimiento que le hizo y de lo contenta que estaba de poder dar a conocer la librería a nivel nacional.
—Estupendo, tal vez estaría bueno que el artículo se publicara después de la firma de libros. Ya sabes, Josefine es el nuevo furor en novelas policiales y haberla tenido en Némesis seguramente sumará puntos a tu favor.
Dobló en Millåkersgatan. Había una camioneta ocupando su puesto, así que tuvo que estacionar al otro lado de la calle, frente al hostal.
—Hemos llegado. —Apagó el motor y se sobó las manos. Se hizo un silencio bastante incómodo entre ellos—. Tu auto se quedó en la comisaría. Tendrás que conseguir quien te lleve mañana.
—Sí, no te preocupes. Ya me las apañaré.
Greta se mordió el labio. No le costaba nada ofrecerse a alcanzarlo hasta la comisaría.
—Si quieres, te llevo yo. De todos modos me levanto a correr temprano…
—Me va a encantar que me lleves, pero olvídate de hacer ejercicio con ese resfriado que tienes —le advirtió.
Hacía mucho que un hombre no se preocupaba por ella. Primero, había sido Mikael; ahora, él. Debía sentirse afortunada, sin embargo, lo único que había en su cabeza era una enorme confusión.
Tomó el bolso y se dispuso a bajarse.
—Espera. —Niklas la asió de la muñeca.
Lo miró a los ojos. Adivinó de inmediato cuál era su intención.
—Niklas…
Él le acarició la palma de la mano con suavidad y le sonrió. No le dijo ni una palabra. No hacía falta, aquel gesto, casi íntimo, hablaba por él.
—Debo irme. —Se soltó e inmediatamente descendió del Mini Cabrio. Niklas la imitó. Se miraron por encima del capó—. ¿Te parece bien que pase por ti a las ocho?
—A las ocho está bien —respondió él sin moverse de su sitio. En el rostro se le notaba el desconcierto. No esperaba que ella reaccionara de esa manera. ¿La habría asustado?
—Hasta mañana. —Greta ni siquiera esperó a que él le devolviera el saludo. Atravesó la acera a paso firme sin voltearse ni una sola vez. Sacó la llave del interior del bolso y, cuando alzó la cabeza, vio, a través del cristal del escaparate, que Niklas se alejaba en dirección al hostal.
* * *
Pernilla se anudó el lazo de la bata rápidamente y se calzó las pantuflas. Había alguien llamando a la puerta y todavía no eran las nueve de la mañana. Observó a Oscar, que dormía plácidamente al otro lado de la cama con un par de ojeras puestas. ¿Cómo era posible que no hubiese escuchado nada? Envidiaba su sueño pesado. Salió de la habitación y bajó las escaleras con cuidado. Mientras lo hacía, los golpes le martillaban los oídos. Se dio cuenta de que provenían de la puerta de la cocina, que daba al patio lateral.
Se sorprendió al ver a Agnetta detrás del mosquitero.
—Mujer, ¿qué haces aquí tan temprano?
La esposa del pescadero hizo un gran esfuerzo para respirar. Estaba exhausta, como si hubiese venido corriendo desde su casa.
—¡Ay, si supieras…!
Pernilla la instó a que tomara asiento. Si se había aparecido así de repente y en aquel estado, lo que tendría para contarle debía de ser bastante jugoso. Fue hasta la estufa y puso a calentar el agua para el café.
—¿Qué ha sucedido?
—Mi Fritzie… mi pobre Fritzie…
¿Había ido hasta allí para hablarle de las peripecias del gato? Cuando notó su angustia, supo que algo andaba realmente mal.
—¿Ha aparecido por fin?
Agnetta sacudió la cabeza. Entre sus manos, apretaba un pañuelo.
—No, y ahora sé que ya no regresará. —De repente, se echó a llorar.
Pernilla sacó la tetera del fuego y se acercó a su amiga. Se le sentó al lado y sostuvo su mano entre las de ella.
—¿Ha muerto?
—¡Lo han asesinado! —gritó entre hipidos.
—Cálmate, Agnetta, y cuéntame qué pasó.
—Hace un rato estaba en el jardín abonando la tierra para plantar unos bulbos de gladiolo que compró Kurt ayer en el invernadero de los Bjurman… —Se detuvo para secarse el llanto.
Pernilla odiaba cuando la gente perdía el tiempo contando nimiedades en vez de ir al grano.
—Olga Berthage vino a verme. Te acuerdas de ella, ¿verdad? Es la vecina de la prima de Kurt.
No la recordaba, pero le dijo que sí para que continuara con el relato.
—Su esposo es sereno en una granja en las afueras del pueblo y, para cortar camino, pasa por la calle que está a la vuelta de casa.
Pernilla no entendía qué tenía que ver todo aquello con el gato extraviado.
—Olga sabía que yo estaba buscando a mi Fritzie, también sabía que el perro de Vetle Mørk siempre lo estaba acechando.
El perro, el gato… seguía sin entender a dónde llevaba aquella conversación.
—¿Y entonces?
—Me dijo que, hace unos días, Morten vio a Vetle Mørk con una pala y una bolsa en una actitud bastante sospechosa.
—¿Morten? —preguntó Pernilla que ya había perdido el hilo de la conversación.
—El esposo de Olga —le explicó.
—¿Dónde lo vio?
—En el patio de su casa. Dice que puso la pala y la bolsa en el baúl del coche y que luego salió rumbo al bosque.
La otra frunció el ceño.
—¿Al bosque? ¿Te dijo cuándo sucedió eso?
—Fue el jueves, y Fritzie desapareció el miércoles. ¿Te das cuenta? Por eso no aparece. ¡Seguro su horrible perro lo mató y para que no lo supiera enterró al pobre de Fritzie en el bosque! —Le temblaban las manos.
Pernilla permaneció absorta durante varios segundos.
¿Vetle Mørk cargando una pala y una bolsa en su auto, nada más y nada menos, que la misma noche que había hallado el cuerpo de Kerstin?
Aquella extraña coincidencia no paraba de darle vueltas en la cabeza.
¿Y si no era al gato de su amiga a quien pretendía enterrar en el bosque?
—Agnetta, debemos hablar ya mismo con la policía. —Se puso de pie y raudamente se dirigió hacia la puerta que daba al pasillo.
—¿A la policía? ¿Crees que harán algo? Yo quiero denunciar a Mørk, aunque no creo que se preocupen por un gato…
Pernilla se volteó y la fulminó con la mirada. ¿Era posible que no se diera cuenta de lo que sucedía?
—¡Agnetta! No es por el gato… creo que Vetle Mørk enterró otra cosa en el bosque.
La aprehensiva mujer abrió la boca en forma de «o» cuando comprendió el significado de sus palabras.
—¡Cielo Santo! ¿Piensas… piensas que él tuvo que ver con la muerte de Kerstin?
—Yo no pienso nada, dejemos que la policía se ocupe. Voy a subir a vestirme; cuando regrese, iremos a hablar con mi vecino. El inspector Lindberg sabrá qué hacer.
* * *
Niklas observó el apartamento de Greta desde la habitación del hostal. Las luces estaban encendidas y las cortinas de la ventana, corridas. Dejó escapar un suspiro. No podía dejar de pensar en la noche anterior. Había estado a punto de decirle que le gustaba, sin embargo, ella había salido casi huyendo.
Un hombre joven doblaba la esquina en ese momento. Era el primo de Greta, quien seguramente llegaba para abrir la librería. Lo primero que había tenido ganas de hacer esa mañana al despertar había sido tomar el teléfono y llamarla, pero se arrepintió a último momento. Faltaban diez minutos para las ocho, así que regresó al cuarto de baño y terminó de arreglarse. Greta no tardaría en venir por él.
Mientras tanto, a unos pocos metros de allí, Greta tenía otros planes.