CAPÍTULO 18
Nina observó a Mikael. Conducía concentrado en el camino, pero se dio cuenta de que su pensamiento estaba a kilómetros de allí. Habían salido a las diez de Mora después que un colega de Borlänge les avisara que habían puesto bajo custodia al tal Hunter, cuyo nombre real era Ralph Bergman. Además, el juez Fjæstad les había concedido de inmediato la orden de cateo tras escuchar los avances del caso.
Ya no llovía, aunque el cielo continuaba plomizo. La estatal 45 estaba tranquila esa mañana, y el viaje no les llevaría más de dos horas.
Mikael prácticamente no había pronunciado palabra desde que habían salido, y Nina comenzó a preocuparse.
—¿Vas a estar callado hasta que lleguemos a Borlänge?
—¿Te molesta? —la increpó sin apartar la vista de la carretera.
—No, pero tú sí pareces estar molesto por algo. ¿Es Pia? ¿Has vuelto a hablar con ella?
Negó con la cabeza.
Si no era Pia, entonces solo quedaba una opción.
—Es Greta. —No fue una pregunta, sino una afirmación.
Mikael no respondió. Viró el vehículo por la rotonda y tomó la tercera salida hacia Strandgatan.
—No importa cuántas veces Karl me advierta que me aleje de ella, siempre encuentro alguna excusa para buscarla. Anoche fui hasta la zona comercial, me quedé en el auto como un tonto hasta que las luces de su apartamento se apagaron.
—¿Por qué no subiste a verla?
—Porque no creo que quisiera verme. Kellander estuvo con ella en la librería hasta que cerró. Creo que se hospeda en el hostal de la señora Schmidt.
—Sí. Karl fue quien le pidió a Greta que se ocupara de instalar a Niklas apenas llegó —le informó—. Cree que es un buen partido para ella.
No le sorprendió saberlo. Él nunca había sido santo de la devoción del inspector Lindberg, y era predecible que intentara cualquier maniobra para que su hija no cayera en sus brazos.
—Al parecer, Greta cree lo mismo.
Siguieron derecho por la estatal 70 y se desviaron en la tercera salida hacia Rödavägen.
Nina no supo qué decirle. Conocía de sobra las razones por las que Karl quería que su hija se acercara a Niklas y no le agradaba la idea de escuchar ninguna de ellas.
—Hablemos de otra cosa, mejor.
Stevic estuvo de acuerdo con ella.
—Cuéntame, ¿cómo hiciste para que el gruñón de Karl por fin se decidiera?
Nina se quedó boquiabierta.
—¡Lo sabes!
—Por supuesto. Soy policía y sé ver más allá de los gestos y las miradas.
—¿Alguien más está enterado?
Observó como se ponía nerviosa ante la posibilidad de que todos estuvieran al tanto de su romance con el inspector.
—Tranquila, creo que solo yo me he dado cuenta.
La sargento soltó un suspiro.
—Karl quiere tomarse las cosas con calma y, que todo se supiera ahora, solo conseguiría asustarlo más —le confesó.
—Me alegro que a ti las cosas te salgan mejor que a mí.
Sintió pena por él y por todo lo que estaba pasando. Después de aquella charla, el silencio volvió a reinar en el interior del Volvo.
Antes de dirigirse a la comisaría para interrogar a Ralph Bergman, irían hasta su casa. Cualquier cosa que encontrarán allí y que lo relacionara con Mattias Krantz les serviría luego para presionarlo durante el interrogatorio.
Un par de agentes los estaban aguardando. No bien llegaron se pusieron a su entera disposición.
La casa de Bergman no era muy grande, además parecía que al sujeto le gustaba acumular cosas. Encontraron cajas apiladas en el salón, en el dormitorio y hasta en la cocina. No había ningún ordenador, pero hallaron una marca en la base de un escritorio que coincidía con la forma de una laptop.
—Revisen con cuidado —les ordenó Mikael a los dos agentes—. Ese ordenador debe de estar en algún lado.
Los cuatro dieron vuelta la casa, pero no lo hallaron. Nina se dirigió al cuarto de baño. Observó todo con cuidado. El único mobiliario era un pequeño botiquín cargado de medicamentos y complementos vitamínicos. Corrió la cortina de la ducha; el piso estaba todavía húmedo. Miró el techo y entonces descubrió que una de las planchas del cielorraso estaba un poco torcida.
—¡Stevic, ven aquí! —llamó.
—¿Qué encontraste?
Le señaló el techo.
—Ahí, lo ves. Alguien la movió. Me ofrecería a revisar si hay algo, pero no cuento con la altura suficiente —se justificó.
—Hazte a un lado. —Mikael saltó con los brazos estirados, pero apenas alcanzó a rozar su objetivo.
—Ten, creo que soportará tu peso. —Nina le alcanzó el cesto de la ropa sucia para que se subiera en él y pudiera llegar.
A Mikael, la idea no le hizo mucha gracia. Extendió el brazo derecho y logró deslizar la plancha de madera. Con un poco más de esfuerzo, metió la mano y tocó un objeto. Habían hallado el ordenador. Lo bajó con cuidado y se lo entregó a la sargento mientras él hacía malabares para no caer de bruces en el suelo.
Luego, se dirigieron al salón. El contenido de las cajas estaba disperso por todo el suelo.
—Veamos si encontramos algo. —Nina se sentó donde pudo y encendió la laptop—. Tiene contraseña. Qué falta nos hace Peter en este momento.
—Prueba con su nick en el chat de pedófilos: Little Sunshine.
Nina ingresó el nombre, rogando que fuera el correcto. Cuando leyó «Acceso Permitido», casi saltó de la alegría.
Comenzó a revisar. Había cientos de fotos de niños y niñas en poses denigrantes. Comprobaron que Kerstin no formaba parte de aquella horrible colección. Siguieron buscando y, cuando se toparon con un acceso que decía «Hunter», ninguno de los dos estuvo preparado para lo que verían a continuación.
Era un video. Reconocieron a Kerstin de inmediato.
La niña estaba desnuda, solo llevaba puestos los calcetines amarillos. Tenía ambos brazos extendidos en forma de cruz. Un grueso cable, enroscado en sus muñecas, la mantenía atada a la cabecera de una cama. Le habían puesto una mordaza en la boca, y tenía el terror instalado en los ojos.
—¡Dios santo! ¿Qué es esto? —Nina se llevó una mano a la garganta.
—Mira allí.
Una sombra comenzó a acercarse a la niña. De pronto, una silueta vestida completamente de negro se sentó en la cama junto a ella. La habitación, sumida en la penumbra, no les permitía ver mucho más. Lentamente, la figura oscura alzó una mano. Tocó el cabello de su víctima y se lo llevó al rostro para olerlo. El único sonido que se oía era el llanto de Kerstin y la respiración entrecortada del captor.
Cuando esa misma mano bajó por el cuello y tocó los dos pequeños pechos apenas desarrollados, Nina no aguantó más. Le entregó la laptop a su compañero y se apartó.
—¡Maldito hijo de puta!
A Mikael también se le revolvía el estómago, sin embargo, consiguió aguantar más que ella. Lo que siguió a continuación no podía compararse con nada que hubiesen visto antes: el asesino se había asegurado de perpetuar su locura de sadismo en aquellas terribles imágenes.
De repente, la grabación se cortó abruptamente.
—Habrá que analizar el video minuciosamente para ver si encontramos algo.
Se miraron. Nina tenía lágrimas en los ojos y él un enorme nudo en la garganta.
—¿Crees que ese sujeto vestido de negro era Mattias?
—Es imposible saberlo hasta que no sometamos la grabación a una exhaustiva pericia. Por lo pronto, Ralph Bergman tiene mucho que contarnos.
* * *
Greta estaba tan nerviosa que le costaba decidirse entre la blusa color bordó que le había regalado Hanna la última Navidad o la remera de hilo en tonos lilas que su tía Ebba juraba que le sentaba de maravillas. La noche anterior, después de que Niklas le avisara que Josefine Swartz iba a adelantar su viaje a Mora y que llegaba ese mediodía, se había pasado casi toda la noche planeando los detalles de la firma de libros. Era completamente diferente al Club de Lectura y tenía que organizar todo con tiempo. No quería que Josefine Swartz se diera cuenta de que no tenía experiencia en el asunto. Miró por enésima vez la hora. No tardaría en llegar. Finalmente se puso la blusa bordó porque creía que combinaba mejor con la falda que llevaba puesta. Mientras se peinaba el cabello, repasó mentalmente cada uno de los detalles que no se le podían escapar para la firma. Lo primero en la lista era hablar con Hanna para que se encargara de todo lo relacionado con la publicidad; la había ayudado muchísimo durante la inauguración de Némesis, y no conocía a nadie más capacitada que ella para llevar adelante su encargo. Luego, debía comunicarse con la editorial de Josefine para que le enviaran varios ejemplares de su última novela y conseguir un servicio de catering económico para la pequeña reunión que pensaba ofrecer después del evento. Estaba entusiasmada, aunque también sentía pánico de meter la pata.
Se dejó el cabello suelto y se puso unos aretes que habían pertenecido a su madre.
A la una de la tarde en punto, sonó el timbre. Revisó su aspecto una última vez y, antes de abrir la puerta, encerró a la pobre de Miss Marple en la habitación.
—Compórtate, cariño —le pidió haciéndole unos mimos en la cabeza.
La lora empezó a golpear el pico contra los barrotes cuando vio que Greta se iba y cerraba la puerta tras de sí.
Atravesó la sala casi corriendo, pero tuvo que detenerse a mitad de camino tras sentir un fuerte picor en la nariz. Estornudó con fuerza no una, sino tres veces. ¡Lo único que le faltaba! Resfriarse justo en ese momento.
Fue hasta la cocina por un pañuelo de papel y abrió por fin la puerta.
Se quedó de una pieza. Había visto fotos de Josefine Swartz no solo en las solapas de sus novelas, sino también en varios artículos periodísticos, sin embargo, le costó reconocerla debajo de aquel foulard de seda amarilla que le envolvía la cabeza y las enormes gafas oscuras que le cubrían casi la mitad del rostro. Completaba su atuendo con un vestido estilo mandil blanco y negro que acentuaba su figura estilizada. Greta ni siquiera se había dado cuenta de que tenía la boca abierta.
—¿Vas a invitarme a pasar, querida?
La voz de soprano de la mujer la hizo reaccionar.
—Por supuesto, Josefine. —Abrió más la puerta—. Bienvenida a Mora.
Entró, se quitó las gafas y miró el pequeño salón de arriba abajo.
—Simpático. —Fue hacia el sillón, pasó la mano rápidamente para asegurarse de que estaba limpio y se sentó.
Greta comprobó entonces que lo que decían las revistas acerca de sus excentricidades era verdad. Niklas también se lo había advertido, sin embargo, poco le importaba. Había conseguido que viajara hasta el pueblo para firmar libros en Némesis, y eso compensaba tener que aguantar a una escritora que parecía creerse una diva de Hollywood.
—Me gustaría que me mostraras la librería y me hablaras de lo que tienes en mente para la firma —le dijo.
Greta buscó el bloc de hojas donde había tomado notas la noche anterior y la puso al tanto de sus planes. Cuando terminó, la mujer asintió con un leve movimiento de cabeza como único gesto de aprobación.
—Sé que es usted una mujer muy ocupada, así que pensé que el sábado a la tarde podía ser una buena opción. ¿Qué le parece?
Josefine sonrió. Tenía los dientes blanquísimos.
—No hay prisa, querida. —Esa respuesta sorprendió a Greta.
—Creí que tenía una agenda muy apretada —comentó recordándole sus propias palabras.
Por la expresión en su cara, se dio cuenta de que no le gustaba mucho lo que acababa de decirle.
—Hay veces, gracias a Dios, en las que puedo manejar mi tiempo libre como me plazca. Estoy por empezar mi nueva novela y creo que un lugar pintoresco y campestre como Mora me ayudará a inspirarme.
Greta suspiró aliviada.
—La verdad es que para mí sería magnífico contar con algunos días más, porque tengo muchas cosas que organizar —reconoció—. No sé cuánto tiempo planea quedarse en el pueblo.
—El que sea necesario, querida.
—Bien, entonces tal vez podríamos hacer la firma de libros dentro de unos diez días, ¿está de acuerdo?
Asintió rápidamente con la cabeza.
—¿Dónde se hospeda?
—Niklas reservó para mí una habitación en el Hotel Siljan. Es bastante acogedor y tiene una vista preciosa. Greta, me gustaría que me mostraras la librería.
—¡Greta! ¡Greta! —gritó Miss Marple desde la cocina.
Josefine sacó un pañuelo del bolso y se lo llevó a la nariz justo antes de estornudar.
Greta pensó que le había contagiado su resfriado.
—¿Tienes un perico? —preguntó antes de volver a estornudar.
—Miss Marple es mi lora de raza Gris Africano.
—Soy alérgica a las aves —le explicó—. Te agradecería mucho que de ahora en adelante mantengas a ese bicho lo más lejos posible de mí.
¿Bicho? ¿Había llamado «bicho» a Miss Marple?
—Nunca conocí a nadie que fuera alérgico a las aves —manifestó algo molesta.
—Ahora ya conoces a alguien. —Se puso de pie—. Bajemos a la librería antes de que me dé algo.
Mientras abandonaban el apartamento, Miss Marple seguía llamando a Greta.
* * *
Nina y Mikael esperaban que el encuentro con Ralph Bergman aclarase algunas dudas. Decidieron que lo interrogarían entre ambos para meterle más presión.
La sala de interrogatorios era mucho más tétrica que la que tenían en Mora. El hombre en cuestión no era para nada como se lo habían imaginado: debía de tener poco más de cincuenta años, aunque el cabello, todo blanco por las canas, podía ser engañoso. Un grueso bigote le cubría la boca. Llevaba traje y corbata. Sus manos jugueteaban nerviosamente con unos gemelos de oro.
—Soy el teniente Stevic, y ella es mi compañera, la sargento Wallström. Venimos desde Mora para interrogarlo.
El hombre ni siquiera se inmutó cuando le nombró el sitio de donde venían.
—¿Mora? Jamás he estado allí.
—Pero conocías a alguien del pueblo: Mattias Krantz.
Ralph Bergman se encogió de hombros.
—No sé quién es.
—¿Te suena el nombre Hunter?
Percibieron su reacción. Mikael tomó la única silla que sobraba, la colocó al lado de Bergman y se sentó. Nina, mientras tanto, caminaba de un lado al otro en el reducido espacio haciendo ruido con los tacones de sus zapatos. Si su objetivo era ponerlo nervioso, lo había conseguido.
Apretó los labios y no dijo nada.
—Te conviene hablar, Ralph. ¿O debería llamarte Little Sunshine? Hemos encontrado en tu casa un arsenal de material «inapropiado» suficiente para que te condenen y pases varios años en prisión. Si cooperas con nosotros, tal vez el juez no sea tan duro contigo.
Bergman juntó ambas manos encima de la mesa después de haber estado apretando los gemelos de su camisa durante un buen rato.
—¿Qué quieren saber? —preguntó por fin.
—Sabemos que frecuentabas un sitio llamado Cacería Virtual, que no es más que la tapadera de una red de pedofilia. Allí entraste en contacto con Mattias Krantz o Hunter, como lo conocías en las salas de chat. Él te envió un video hace una semana, lo hemos encontrado en tu ordenador. En él aparece Kerstin Ulsteen, una niña que fue secuestrada, violada y asesinada en Mora.
Ralph Bergman empalideció de golpe.
—¡Yo no sé nada de la muerte de esa niña! ¡Ni siquiera vi el video! —respondió. Se pasó la mano por el cuello para secarse el sudor.
Mikael y Nina se miraron. Era obvio que mentía. La sargento decidió intervenir.
—Ralph, sabemos de tus gustos. Tu colección de fotos es realmente impresionante. No me trago que no hayas visto el video. —Se sentó en un extremo de la mesa y se cruzó de brazos—. Si Mattias te envió una copia, fue porque quería compartir contigo lo que había hecho… vanagloriarse por su hazaña.
La mirada de Nina, de penetrantes ojos oscuros, provocó que Bergman se retorciera en la silla.
—Hunter… Mattias… él me envió el video para que se lo guardara —balbuceó.
—¿Confiaba en ti? ¿Desde cuándo se conocían?
—No nos conocíamos. Nadie se conoce realmente en esos sitios. Mi relación con él se limitaba a nuestras charlas en el chat. Nunca nos vimos en persona.
—Según la fecha, te envió el video solo cinco días antes de su muerte. ¿Qué te dijo?
—Nada en especial, solo me pidió que se lo guardara. Él iba a borrar cualquier rastro en su ordenador. La copia que me envió es la única que existe. ¡Pero les juro que no sabía qué contenía!
Mikael sonrió irónicamente.
—¿Quién va a creerte, Ralph? —Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta—. A los sujetos como tú nadie les cree —afirmó.
Nina miró a Bergman por última vez antes de salir detrás de su compañero. Le tranquilizaba saber que pasaría un buen tiempo en prisión.
En el viaje de regreso, sacaron algunas conclusiones.
—Es evidente que Mattias se aseguró de borrar cualquier rastro del video. Niklas y Bengtsson no encontraron nada en su ordenador —comentó Nina antes de meterse un caramelo de menta en la boca. Había desayunado solo un bollo de canela con el café y, a esas alturas del día, estaba casi famélica.
—Sí —concordó Mikael—. Sin embargo, lo que no me cierra es que le haya enviado una copia a Bergman.
—Ya oíste lo que dijo Niklas sobre el perfil de un pederasta. Les gusta interactuar con otros de su misma condición y alardear de sus actos. Yo me los imagino como una gran cofradía de enfermos y pervertidos que solo encuentran placer haciendo lo que hacen. Mattias nunca tuvo novia y, me atrevo a decir que, a sus casi veinticinco años, murió siendo virgen. Esos tipos no pueden o no saben tener una relación normal con un adulto. Lo único que los estimula sexualmente son los niños. —Después de abollarlo en la mano, metió el papel del caramelo en un bolsillo—. Me da asco que tengamos que lidiar con sujetos así.
Stevic la escuchaba con atención. Por un segundo, le había parecido que era Kellander quien le hablaba.
—Eso explicaría por qué le mandó el video a Bergman. Lo que encuentro extraño es que haya borrado cualquier rastro de él en su ordenador y decidiera conservar la grabación de Kerstin en el parque.
Su planteamiento dejó a Nina algo desconcertada. Luego de meditar un instante dijo:
—¿Y si Mattias le envió el video a Bergman porque tenía miedo de que alguien más lo encontrara? Si tenía un cómplice, tal vez ese video era lo único que podía usar en su contra o para protegerse de él.
—Tiene sentido lo que dices. Confiemos en que Cerebrito encuentre algo en ese video que nos dé una pista firme para poder dar con él.
—No le digas así —lo recriminó Nina.
—Todos en la comisaría lo llaman Cerebrito —se escudó—. Se ha ganado su mote a pulso.
—Su nombre es Peter, y es un muchacho encantador.
—Algo pacato, quizá. Tendrá un coeficiente intelectual más alto que la norma, pero en asuntos de faldas es un bebé de pecho. —Soltó una carcajada.
—¿Por qué lo dices?
—Porque está loco por la agente Thulin, pero es tan tímido que ella nunca se va a enterar de que le gusta.
—Me temo que le romperá el corazón si lo hace.
La miró de soslayo.
—Si quieres decirme algo, será mejor que lo hagas —la exhortó.
—Ya te lo dije en una ocasión: esa muchacha anda detrás de ti. Te conozco y sé cuánto te cuesta mantener la bragueta cerrada.
El móvil de la sargento sonó y salvó a Mikael de seguir con aquella conversación tan incómoda.
—Hola, Karl. —Sonrió al pronunciar el nombre del inspector. Mientras ella lo ponía al tanto de las novedades, Mikael conducía con el pensamiento muy lejos de allí.