CAPÍTULO 17

Mikael se encontraba en su oficina revisando los expedientes del caso. Niklas todavía no había conseguido introducirse en la red de pederastas que se ocultaba detrás del club de cacería on-line, y todos estaban pendientes de que por fin lo consiguiera.

Si el cómplice de Mattias y su posible asesino se movía también dentro de aquel círculo perverso, las sospechas se alejaban cada vez más de Björn Ulsteen. El móvil del crimen también cambiaba radicalmente. Ya no era por venganza, sino por una razón más oscura.

Después de estar mirando aquellos papeles por casi dos horas, no había logrado sacar mucho en claro. Se pasó la mano por el cuello para aliviar un poco la tensión muscular.

Miró hacia la ventana. Ni siquiera se había dado cuenta de que llovía. Vino a su mente la imagen de Greta el día que había estado en la comisaría para prestar declaración. Había llegado empapada, con la ropa pegada al cuerpo y las mejillas manchadas de rímel negro. Aún con aquel aspecto poco favorable para la mayoría de las mujeres, ella lucía hermosa. Dejó escapar un suspiro. Por un segundo, tuvo la loca idea de salir corriendo y buscarla. No sabía exactamente para qué, pero necesitaba verla. Cerró los ojos y recordó el momento en que en aquella misma oficina la había estrechado entre sus brazos. Había sido solo un instante, sin embargo, había bastado para estremecerlo de pies a cabeza.

Abrió los ojos de repente. Greta se había referido al tío de Kerstin aquella tarde. Lo había definido como un hombre extraño y sombrío. Martin Ulsteen jamás había sido considerado sospechoso ni en el secuestro y posterior homicidio de su sobrina, ni del asesinato de Mattias Krantz. Hurgó entre los papeles y encontró el informe de las declaraciones de los testigos. Había sido Karl el encargado de interrogar a los familiares de la niña luego de que se hallara el cuerpo sin vida de Mattias. Nadie en esa casa parecía tener una coartada firme para la madrugada del domingo. Todos habían declarado que se encontraban durmiendo y ninguno mencionó que Björn ni siquiera estaba en el pueblo. Habían mentido, seguramente, para cubrir al muchacho. ¿Habrían mentido en algo más?

¿Qué sabían de Martin Ulsteen? Muy poco en realidad. Se ubicó frente al ordenador e ingresó su nombre en la base de datos. Existían seis personas que tenían alguna clase de antecedente con el mismo nombre solo en la provincia de Dalarna. Descubrió que uno de ellos había fallecido hacía algunos años. Los otros cinco seguían vivitos y coleando. Observó sus fotografías. Descartó a los dos primeros, porque eran demasiado jóvenes. Le restaban aún tres, y el siguiente expediente que leyó era el correcto.

Allí estaba su fotografía. Había sido tomada hacía unos cuantos años y no lo favorecía en nada. Llevaba el cabello peinado con raya al medio, gafas de marcos gruesos y un sweater de cuello alto de esos que se habían puesto de moda en los ochenta.

Leyó su historial. Al parecer, el extraño y sombrío tío de Kerstin tenía su propio esqueleto en el armario. Descubrió que había sido detenido en varias oportunidades por distribución de drogas y resistencia a la autoridad. Cuando tenía veinticinco años, había sido acusado de tráfico de sustancias prohibidas y condenado a una pena de doce años de prisión, que había cumplido solo en parte, ya que había sido liberado siete años más tarde. Su historial criminal terminaba allí. Sin embargo, había un lapso de tiempo en negro de por lo menos quince años que iba desde el momento en que había salido de la cárcel hasta que se había mudado a Mora para vivir con la familia de su hermano. El último dato que habían registrado en el expediente era que se había establecido en Uppsala. Tomó el intercomunicador y llamó a Miriam.

La agente entró en su oficina con celeridad.

—Miriam, necesito que me hagas un favor.

Ella se paró frente a él y sonrió complacida.

—Lo que quiera, teniente.

Mikael creyó percibir en sus palabras cierto tono de intimidad.

—Quiero que te comuniques con el departamento de policía de Uppsala y pidas información sobre Martin Ulsteen.

Miriam, quien no se había movido ni un centímetro desde que había llegado, frunció el entrecejo.

—¿El tío de Kerstin?

—Sí. He descubierto que tiene un largo prontuario criminal y que estuvo en prisión durante siete años por tráfico de drogas. Pídeles que te manden cualquier dato que tengan de él después de que fue liberado. Parece que se lo hubiera tragado la tierra hasta que decidió venir a vivir aquí.

Ella asintió. El nombre de Martin Ulsteen no había surgido en la investigación en ningún momento.

—Una cosa más. No comentes esto con nadie. Si me equivoco y esta pista no conduce a ningún lado, prefiero que quede entre nosotros. —Le sonrió y poco faltó para que la joven se derritiera—. ¿Cuento con tu discreción?

—Por supuesto, teniente.

—Mikael.

—Mikael —repitió ella, pronunciando su nombre casi en voz baja.

Le había confiado aquella importante tarea y ahora ambos compartían un secreto. Abandonó la oficina de Stevic con el corazón saltando de alegría.

* * *

Hanna irrumpió en Némesis cerca de la hora de cierre. Encontró a su amiga acomodando unos libros.

—¡Es increíble que tenga que enterarme por tu primo y no por ti!

Greta dejó la última novela de Jeffery Deaver encima de la escalera y bajó con cuidado. Si en ese momento hubiese tenido a Lasse frente a ella, lo habría estrangulado con sus propias manos. Se enfrentó a una ofuscada Hanna sonriendo. Debía de haber supuesto que, tarde o temprano, se iba a enterar de la visita que le había hecho Evert. Habría preferido decírselo ella misma, pero no se había animado para evitar una posible escena de celos y, ahora, las cosas se habían puesto peor.

—Hanna, cálmate —le pidió—. Iba a decírtelo…

La rubia se cruzó de brazos. Parecía realmente indignada.

—¡Si no me encontraba con Lasse en la farmacia, apuesto a que no lo habría sabido hasta verte prendida a su brazo!

Hanna estaba tergiversando los hechos. Era mejor frenarla antes de que continuara diciendo tonterías.

—Hanna, ¿de qué demonios hablas?

—Del tal Niklas Kellander ese. Tu primo me contó que llegó ayer a Mora, que cuando tú y él eran niños estaban pegados todo el día. ¡Y yo ni siquiera lo recuerdo! —Hizo un gesto de confusión levantando las manos.

—Pues estamos iguales, porque yo tampoco lo recordaba.

Se miraron y se echaron a reír. Greta también sintió un gran alivio. Hanna todavía no sabía de la visita de Evert, sino ya se lo habría echado en cara. Igual no se sentía cómoda ocultándoselo, así que se lo contaría en la primera ocasión que tuviera.

La bombardeó a preguntas mientras la arrastraba hacia los sillones Chesterfield. Que si era atractivo, que si era soltero…

—Es agradable —respondió ella simplemente.

Hanna entrecerró los ojos.

—¿Nada más que agradable?

Greta sabía que no le sería sencillo salir airosa de aquella conversación.

—No intentes hacer lo mismo que papá. El inspector Lindberg está convencido de que Niklas es el hombre perfecto para mí —dijo en tono sarcástico.

—Si lo dice tu padre…

—Parece que nadie entiende que quiero estar sola. —Se hundió en el sillón.

Hanna permaneció en silencio y, por la expresión en su rostro, Greta casi prefería que continuara hablando. Nunca se sabía qué pensamientos rondaban la cabeza de la fotógrafa.

—Nos preocupamos por ti, eso es todo. —Se acercó y en tono confidencial le dijo—: ¿Has vuelto a ver al teniente Stevic?

Ahora la que se quedó callada fue ella.

—¿Ves lo que te digo? Tal vez, la llegada de Niklas sirva para que de una vez te saques a ese hombre de la cabeza.

—Sería bueno si pudiera dejar de pensar en quien no debo, ¿verdad?

Hanna asintió comprensivamente.

—Deberías aprender de mí. Mi relación con Evert se está cocinando a fuego lento, pero pronto lo tendré comiendo de la palma de mi mano —afirmó, segura de lo que decía. De pronto, una sonrisa sospechosa hizo que Greta temiera lo peor—. Tengo una idea. ¿Por qué no cenamos los cuatro una de estas noches?

—¿Los cuatro? —preguntó, haciéndose la desentendida.

—Claro, tú, Niklas, Evert y yo. Sería estupendo, ¿qué dices?

—Hanna, no lo sé…

—Que sea esta noche. Ya mismo le aviso a Evert. —Sacó el teléfono del bolso.

Greta la detuvo.

—No, espera. Esta noche es muy pronto —alegó esperando convencerla de que aquella cena de cuatro era una locura.

La rubia vaciló.

—¿Mañana a la noche?

La verdad era que no le parecía adecuada la noche siguiente ni ninguna otra, aunque sabía que Hanna se saldría con la suya, no importaba lo que ella dijese.

—Lo pensaré.

—No me gusta esa respuesta.

—Es la única que puedo darte ahora —manifestó buscando salir de aquella conversación lo antes posible.

—Está bien, pero voy a insistir —le advirtió.

Sabía que lo haría. Un cliente entró a la librería, y Hanna tuvo que marcharse porque llegaba tarde a una cita de trabajo. Habría querido desahogarse con ella, contarle lo de su padre con la sargento Wallström y hablarle de Evert, pero no tuvo más remedio que dejarlo para la próxima.

Después de cerrar Némesis, subió al apartamento y llamó a Niklas. Quería contarle que no había tenido éxito con Josefine Swartz, de paso, le daría su mensaje de que se comunicara con ella cuando pudiera. Por supuesto, no le dijo nada de la ocurrencia de su amiga.

* * *

Mikael abrió la puerta del centro de comandos donde estaban todos reunidos esperándolo a él.

—Niklas ha logrado entrar —le anunció Karl apenas puso un pie dentro del recinto.

Miró al detective Kellander, que apenas le prestó atención.

—Ya estoy infiltrado en tres salas de chat diferentes. Hay al menos cincuenta usuarios por cada canal —les informó.

El teniente se ubicó en su sitio. Vio cómo Cerebrito se había acomodado al lado de Niklas para trabajar a la par suya.

—Conocemos el nick que usaba Mattias. Si tenemos suerte, alguien lo buscará y será más sencillo rastrear a sus contactos.

—¿Y si eso no pasa? —inquirió Mikael al tiempo que desenroscaba la tapa del agua mineral.

Niklas le lanzó una fugaz mirada, pero, rápidamente, sus ojos volvieron a fijarse en la pantalla de la laptop.

—Tenemos algo. —Tecleó algunas palabras a la velocidad de un rayo—. Un tal Little Sunshine está preguntando por Hunter. Ese era el nick de Mattias —explicó antes de seguir escribiendo.

A su lado, Bengtsson hacía lo mismo.

—Le diré que conozco a Hunter, a ver si capto su interés. Peter, rastrea la dirección IP antes de que intuya algo y desaparezca.

El muchacho asintió. Unos minutos más tarde, saltó de la silla.

—¡Lo tengo! —Giró la pantalla para que los demás pudieran ver la lucecita roja que titilaba en un punto del mapa.

Niklas seguía chateando con Little Sunshine, quien al parecer no estaba al tanto de la muerte de Mattias.

—Es obvio que no sabe nada y parece que está desesperado por hablar con Hunter.

—¿Dónde está exactamente? —preguntó Karl acercándose al ordenador de Peter.

—En Borlänge.

—Bien, me contactaré con la policía local para que lo detengan. Conseguiré también una orden de cateo del juez. —Miró a Nina—. Tú y Stevic irán mañana temprano a Borlänge para interrogarlo y registrar su vivienda. —Luego dirigió su atención a Niklas—. ¿Te ha dicho algo?

—No, es un sujeto demasiado cuidadoso. Cuando le pregunté si conocía a Hunter en persona, abandonó la sala de chat rápidamente. —Cerró la laptop. En ese momento, su teléfono móvil empezó a sonar—. Disculpen. —Observó el nombre en la pantalla y salió al pasillo para hablar más tranquilo. Dejó la puerta entreabierta y, cuando mencionó el nombre de Greta, Mikael, aprovechando la distracción de los demás, se acercó disimuladamente a la pizarra para poder escuchar la conversación.

* * *

—¡Niklas, acaba de llamarme Josefine Swartz para decirme que sí vendrá a Mora! —exclamó Greta, exultante.

—¿Sí? —Fingió no saber nada.

—¿Fue cosa tuya, verdad? Tú hablaste con ella y la convenciste… Gracias.

—No fue nada. Conozco a Josefine y sabía qué decirle exactamente para que aceptara tu propuesta.

—No sé qué habrás hecho, pero me has hecho la mujer más feliz del mundo. Némesis tendrá su primera firma de libros y es gracias a ti.

No creyó oportuno contarle a Greta que se había valido del interés morboso de la escritora por los crímenes para que accediera a subir hasta Mora. Había bastado mencionarle los homicidios de Kerstin Ulsteen y Mattias Krantz para que Josefine picara el anzuelo.

—Te dije que te ayudaría en lo que pudiera, aunque, en realidad, no me costó nada.

Durante unos segundos, solo escuchó la respiración de la muchacha. Finalmente, ella habló.

—Me gustaría compensarte de alguna manera el favor que me has hecho. ¿Te gustaría cenar conmigo mañana a la noche?

No tuvo que pensar demasiado la respuesta.

—Me encantaría.

—Mi amiga Hanna ha insistido en que cenemos con ella y su más reciente conquista —le informó.

Si Greta lo hubiese tenido frente a ella, habría sido testigo de la expresión de desilusión en su rostro.

—Me parece estupendo.

—Le pregunto a Hanna dónde será la cena y te aviso.

—Espero tu llamada entonces.

—Adiós y gracias de nuevo.

—Fue un placer, Greta. Hasta mañana a la noche.

Guardó el teléfono y regresó a la oficina. Se dio cuenta entonces de que había dejado la puerta a medio cerrar. Volvió a sentarse en su sitio y abrió a la laptop para continuar con el trabajo. Una sonrisa surcó sus labios al pensar en Greta. Sonrisa que se borró rápidamente cuando cruzó la mirada con el teniente Stevic.

Era evidente que no le caía bien, y empezaba a creer que no se debía solamente a su incorporación a la investigación. ¿Habría escuchado la conversación que acababa de tener con Greta? Era posible. ¿Tendría que ver con la hija del inspector? Le sostuvo la mirada durante varios segundos. No le costaría nada averiguarlo.

* * *

Se estacionó a unos pocos metros de Némesis, justo frente a la tienda de artesanías que había pertenecido a Annete Nyborg hasta antes de ser asesinada unos meses atrás. Su hermana no había podido hacerse cargo del lugar, y no había tenido más remedio que ponerlo a la venta.

Estaba lloviendo de nuevo, y la mayoría de las tiendas de la zona comercial continuaban abiertas para aprovechar la invasión de turistas, a quienes poco parecía importarles el mal clima. Había luces aún en la librería. Miró la hora: ocho y veinte. Parecía que Greta también había extendido el horario de atención.

De repente un auto se estacionó unos metros delante de él. Era un Volvo como los que se le asignaban a los policías. Un hombre alto se bajó y se guareció de la lluvia con una bolsa de plástico en la cabeza. Lo reconoció enseguida: era Niklas Kellander. Lo vio dirigirse hacia el hostal de la señora Schmidt, pero, antes de entrar, se volteó y miró hacia la librería. Segundos después, cruzó corriendo la calle y se metió en Némesis.

Mikael apretó el volante con fuerza.