CAPÍTULO 16
Después de la conversación que había tenido con Pia, había pasado nuevamente una noche de insomnio. La culpa por no haber estado cuando ella había sufrido el aborto continuaba anidándose en su pecho como una pequeña llama encendida que nunca se apagaría; ahora, Pia ya no podría engendrar hijos nunca más, y esa llama se iba convirtiendo lentamente en una enorme lengua de fuego que amenazaba con consumirlo por dentro. La idea de ser padre nunca lo había tentado demasiado, no porque no le gustaran los niños, sino porque no se sentía preparado para criar a uno con responsabilidad. Su matrimonio no estaba pasando por un buen momento, entre sus constantes infidelidades y la eterna necesidad de Pia por quedar embarazada, se había deteriorado seriamente y, la verdad, no sabía si tenía arreglo. Dudaba de que ella lo perdonara algún día cuando a él le costaba tanto perdonarse a sí mismo.
Estacionó el Volvo en un costado de la comisaría y antes de bajarse se miró en el espejo retrovisor. Tenía ojeras y ni siquiera se había peinado esa mañana. Por suerte ahora llevaba el cabello corto y solo le bastó con pasarse la mano para aparentar que sí lo había hecho. Los surcos oscuros debajo de los ojos, en cambio, no sería fácil esconderlos. Todavía no había salido el sol. Había llegado más temprano de lo habitual, pero, antes que quedarse en su apartamento tirado en la cama y mirando el cielorraso verde musgo que solo lograba aumentar su depresión, había preferido hacer algo más productivo.
Ingrid, quien siempre era la primera en llegar, se sorprendió de verlo tan temprano.
—Buenos días, cielo —lo saludó cariñosamente.
Junto al teclado del ordenador se asomaba una de las tantas novelas románticas que solía devorar siempre que su trabajo se lo permitía.
Se acercó al mostrador y se recostó en él.
—¿Ha venido alguien?
—Los agentes Thulin y Bengtsson ya están aquí. También el detective Kellander. ¡Qué apuesto que es! —suspiró, claramente embobada con el recién llegado.
—Pensé que solo tenías ojos para mí —bromeó él.
La recepcionista le dio unas palmaditas en la mano.
—¡Oh, Mikael, por supuesto que sí! Pero Niklas tiene su encanto. Esta mañana cuando llegó elogió mis uñas. —Le mostró las manos. Siempre las había llevado largas y todos se preguntaban cómo hacía para escribir en el teclado con ellas.
—Yo vengo elogiando tus peinados desde hace más de dos años —saltó él para no ser menos.
—Los hombres son todos iguales, por eso creo que prefiero quedarme con los protagonistas de mis novelas rosas.
Mikael sonrió. Quizá era por eso que seguía soltera.
En ese momento, Gilles Göransson atravesó la puerta de entrada y se dirigió hacia ellos.
—Teniente Stevic —lo saludó sin mostrar ninguna emoción en su rostro.
—Buenos días, abogado. No lo esperaba tan temprano.
Göransson ignoró el comentario.
—Aquí tiene la orden de excarcelación firmada por el juez Fjæstad. —Le entregó el documento—. Me gustaría ver a mi cliente ahora mismo.
Mikael se sorprendió de la celeridad de los trámites. Normalmente algo así no se conseguía de la noche a la mañana, pero era evidente que el abogado tenía muy buenos contactos dentro del circuito legal.
Lo condujo hacia el área de las celdas y, tras reunirse brevemente con su cliente, se marcharon de la comisaría. Antes de traspasar la puerta principal, Björn giró y lo miró con aire triunfal. No habían terminado con él aún. Aunque tuviese dudas de su culpabilidad, había un hecho incuestionable: sus huellas estaban en la escena del crimen y hasta el momento eso era lo único concreto que tenían en la investigación.
A paso firme se dirigió hacia el centro de comandos. Supuso que Niklas se habría vuelto a instalar allí porque dudaba de que le hubiesen conseguido su propia oficina tan pronto. Se plantó frente a la puerta, pero, cuando oyó voces y risas en el interior, se frenó.
—¿No va a entrar?
Se sobresaltó al oír la voz de Miriam detrás de él.
—Sí, por supuesto. —La miró y disimuló sus nervios con una sonrisa. Vio que ella se sonrojaba. Su olfato de donjuán, que aún seguía intacto, le indicó que la joven agente estaba interesada en él. La sargento Wallström no se había equivocado.
Cuando ingresaron al lugar, Niklas y Bengtsson dejaron de reír. Era evidente que habían interrumpido algo. El muchacho se levantó de inmediato de la silla y fue en busca de un vaso de agua. Al parecer, había hecho buenas migas con el nuevo más rápido que los demás.
—Buenos días —saludó el teniente con seriedad—. ¿Alguna novedad?
Niklas estiró su delgada figura de casi un metro noventa en la silla y se quitó las gafas.
—Todavía no. Me está costando más de lo que pensaba, pero solo es cuestión de tiempo. Ya me he infiltrado en redes más protegidas que esta antes —le aseguró y miró a Cerebrito—. Llevamos trabajando con Peter desde temprano y he podido comprobar que tiene un talento innato para este tipo de tareas. Ya le dije que, si un día se cansa de Mora, con gusto le reservo un lugar en mi unidad.
El comentario no fue bien recibido por Stevic, y todos se dieron cuenta de ello.
—Björn Ulsteen acaba de ser liberado gracias a su competente abogado —les informó al tiempo que ocupaba su sitio.
—La pareja de ancianos que interrogamos anoche asegura que escuchó un auto marcharse a toda velocidad de la escena del crimen —acotó Peter—. Eso avala lo que dijo Ulsteen.
—¿Y si el auto que escucharon era el suyo? —replicó Stevic.
—El teniente tiene razón —concordó Niklas—. Aunque no tengamos pruebas que lo vinculen directamente con el asesinato, parece que es lo único sólido que hay en la investigación hasta el momento.
Aunque no se notaba muy convencido, Mikael agradeció su apoyo.
—Confío en que podamos encontrar algo más en la red de pederastas a la que pertenecía Mattias —continuó Niklas—. Por lo que estuve viendo en su historial, era un miembro bastante activo. Visitaba la página varias veces al día. Habría sido sencillo entrar usando el nick de Mattias, sin embargo a estas alturas puede que sepan que esté muerto; así que el primer paso fue crear un perfil nuevo. Envié la solicitud anoche, ahora solo resta esperar que me acepten dentro de su círculo.
Stevic se acercó a la pizarra y observó atentamente las fotos de las dos víctimas. A medida que avanzaban en la investigación, la teoría de que Mattias hubiese actuado en complicidad con alguien más se afianzaba con cada nueva pista.
En un costado, Peter y Miriam charlaban animadamente. Emitió un sonoro bostezo. Necesitaba un café con urgencia. Salió al pasillo y fue hasta la máquina expendedora. La cafeína lo ayudaría a despertarse. En ese momento, el inspector Lindberg entró a la comisaría, vio cómo Nina, quien seguramente también acababa de llegar, le salía al paso. Notó las miradas furtivas y la sonrisa cómplice. Finalmente, su compañera se había salido con la suya, había que estar ciego para no darse cuenta de que esos dos estaban juntos. Se alegraba por ella y por su jefe también. Pensó en Greta y en cómo le caería aquella noticia.
—Stevic. —El saludo de Karl fue más distante de lo habitual.
—Buenos días. —Luego le sonrió a Nina—. ¿Cómo estás?
—Bien. —Los puso al tanto de las novedades respecto de Björn Ulsteen y, cuando Karl se alejó hacia el centro de comandos, la sargento preguntó—: ¿Otra mala noche?
—¿Se nota?
—Las ojeras, el café doble y la llamada de Pia ayer, me hacen pensar que sí.
Soltó un suspiro.
—Hay veces que me siento el hombre más despreciable del mundo.
—¿Quieres hablar de ello?
—¿Ahora?
Ella asintió.
—Ven, los demás pueden esperar.
Se dirigieron a la oficina de la sargento para conversar con calma. Cuando Mikael le dijo lo de Pia, se hizo un largo silencio.
—¿Te sigues culpando por lo sucedido?
—He sido el peor de los esposos, y Pia ha tenido demasiada paciencia conmigo. Cualquier otra en su lugar, se habría largado hace tiempo. —Se hundió en la silla, como si con aquel movimiento pudiese desaparecer—. Ahora está sufriendo, y es por mi culpa.
—No voy a ser condescendiente contigo. Soy tu amiga y creo que eso me da el derecho a decirte lo siguiente… —Hizo una pausa para respirar hondamente—. Sé mejor que nadie de tus aventuras extramatrimoniales y, aunque nunca te lo he dicho abiertamente, no me agradaba en lo más mínimo cuando me involucrabas en tus asuntos de faldas. Nunca me he sentido cómoda juzgando a los demás y tienes razón: como esposo dejas mucho que desear.
Mikael la miraba fijamente, con una expresión sombría en el rostro.
—Sin embargo, eres un buen hombre y un excelente policía, Stevic. ¿Cómo puedes culparte de haberla abandonado el día que sucedió lo del aborto si, en ese momento, estabas salvándole el pellejo a Greta? Lo que les sucedió a Pia y a ti fue una terrible tragedia, nada más. —Le sonrió comprensivamente—. Supongo que el aborto fue el punto de quiebre en tu matrimonio. ¿Sabes lo que creo?
Él negó con la cabeza.
—Que Pia usó la pérdida del niño para alejarse de una relación que le estaba haciendo daño desde hacía mucho tiempo. No digo que lo haya hecho adrede. Ella sabía de tus aventuras y, aun así, seguía a tu lado, fingiendo que nada pasaba. Era predecible que un día no iba a aguantar más. Tal vez estaba convencida de que, si quedaba embarazada, tú cambiarías y lograría salvar su matrimonio.
—Ella al menos hizo el intento… yo dejé que todo se fuera a la mierda. —Había dolor e impotencia en su voz.
—Lo mejor que ha hecho Pia es darse cuenta de que lo de ustedes no iba a ninguna parte. Deja que las aguas se calmen, es normal que esté destrozada porque su sueño de ser madre se ha truncado; lo menos que necesita ahora es tu lástima.
Las palabras de Nina le dieron que pensar. ¿Lástima? ¿Acaso era solo eso lo que sentía por Pia? Se había casado enamorado o, al menos, era lo que había creído siempre. Aunque… ¿qué hombre que ama a su mujer comienza a engañarla poco después de haber contraído matrimonio con ella?
Nina se puso de pie, movió el bonsái para que le diera el sol y se volteó para mirar a su meditabundo compañero.
—Tú también debes plantearte muchas cosas, Mikael. La primera de todas es saber si de verdad quieres volver con Pia. Estar juntos porque ella no se resigne a perderte o porque tú no quieres lastimarla terminará por destruirlos a los dos.
Cuánta razón tenía. Se dio cuenta de dos cosas. La primera, que habría sido un gran error ir hasta Falun para ver a Pia. La segunda y más importante: él también necesitaba tiempo a solas para recapacitar. Por ahora, estaban mejor uno lejos del otro. El tiempo ya se encargaría de hacerles saber si valía la pena regresar e intentar salvar su matrimonio.
—Los demás deben estar esperándonos. —Nina avanzó hacia la salida.
—Iré en un momento —dijo él.
Se detuvo antes de abrir la puerta.
—Tal vez lo que voy a preguntarte ahora te ayude a aclarar las ideas…
El teniente se volteó hacia ella.
—Te escucho.
—¿Desde que conociste a Greta, te has enredado con alguna otra mujer?
La pregunta quedó suspendida en el aire durante unos cuantos segundos.
—No —dijo por fin.
Ella sonrió.
La respuesta a todas sus dudas estaba más cerca de lo que pensaba.
* * *
Miss Marple caminaba inquieta por la orilla de la mesada mientras Greta terminaba de desayunar. Se había levantado temprano para salir a correr y esta vez no se había cansado tanto. Encendió la radio para ver si mencionaban algo de las muertes de Kerstin y Mattias, pero el locutor de turno hacía más de veinte minutos que hablaba de política. Puso una estación que solía pasar canciones de los años 90 y, viendo que la lora la estaba pasando muy bien meneándose al ritmo de la música, ya no la cambió.
Metió rápidamente la taza dentro del fregadero y arrojó las dos tostadas que se le habían quemado al cesto de la basura. Antes de terminar de arreglarse, se ocupó de limpiar la jaula de Miss Marple y de llenar su cuenco de semillas. Por unos días, las almendras estaban terminantemente prohibidas. Sabía de sobra que la muy ladina se aprovechaba de la debilidad que su padre tenía hacia ella, y lo más probable era que le hubiese dado unas cuantas la noche en la que la había cuidado. Así que ahora le tocaba una dieta a base de semillas y frutas frescas. Corrió hasta la habitación y se recogió el pelo en una cola de caballo. Buscó su teléfono y vio la tarjeta que le había dado Niklas. La leyó, aunque ya lo había hecho antes. Su padre le había dicho, sin tapujo alguno, que le parecía un buen partido para ella. Suspiró hondamente. Había reconocido delante de él que le agradaba y eso, seguramente, alimentaría sus ilusiones de verla pronto al lado de un buen hombre. Niklas tenía todo para que una mujer como ella le prestase atención: era atractivo, carismático y exitoso en su profesión. Por si fuera poco, amante de las novelas de misterio. Y una cosa más importante aún: no estaba casado.
Fue inevitable pensar en Mikael.
No tenía futuro alguno con él, mucho menos ahora que parecía haber vuelto a las andadas.
Tal vez, la llegada de Niklas era una señal.
Guardó la tarjeta dentro de la mesita de noche y regresó a la cocina. Faltaban unos minutos para abrir y todavía no se había puesto en contacto con Josefine Swartz. Le ganó la impaciencia, así que con el móvil en la mano, fue hasta la sala y se tiró en el sillón.
Marcó el número y rogó que alguien respondiera del otro lado. Sonó al menos unas cinco veces.
—Hola… —dijo la voz somnolienta de una mujer.
—¿Josefine Swartz?
—A esta hora de la mañana puedo ser cualquier cosa, niña. ¿Quién eres?
Greta se mordió el labio inferior. Debía de haber supuesto que era de esas escritoras que se desvelaban por las noches y dormían hasta tarde al día siguiente.
—Señora Swartz…
—Señorita —la corrigió.
—Señorita Swartz, usted no me conoce. Me llamo Greta Lindberg y soy dueña de una librería temática en Mora.
—Así es, no te conozco. —Fue cortante con ella.
Se dio cuenta de que no sería fácil lidiar con la mujer. ¿A eso se habría referido Niklas cuando le había dicho que era algo especial?
—La llamaba porque estoy pensando en organizar una firma de libros en Némesis. Némesis es el nombre de mi librería —le explicó—. He leído su última novela y quedé realmente encantada. Me gustaría que evaluara la posibilidad de venir a Mora; el pueblo está plagado de turistas y sería una muy buena ocasión para presentar Misterio en la montaña.
Josefine tardó en responderle y, si no hubiese sido por la pesada respiración al otro lado de la línea, Greta habría jurado que le había cortado.
—¿Cómo has conseguido mi número? ¿Te lo han dado los de la editorial?
—No, fue un conocido suyo: Niklas Kellander.
La mujer sonrió por fin.
—¡Niklas! Hace meses que no lo veo. Dile que se ponga en contacto conmigo.
—Lo haré. —Tras una breve pausa, preguntó—: ¿Qué dice, acepta mi propuesta?
—¿Greta era tu nombre?
—Sí.
—Uno de los personajes de mi primera novela se llamaba así —comentó con cierto aire de melancolía—. Lamento decepcionarte, querida, pero no puedo aceptar. Tengo una agenda muy apretada y en pocas semanas comienzo un tour de firmas en el norte del país. Es imposible para mí subir a Mora en este momento.
Se sintió invadida por una gran desilusión.
—No se preocupe. Me alegra haber hablado con usted al menos.
—Igualmente, querida. Ahora tengo que dejarte. Bye-bye.
Ni siquiera tuvo oportunidad de devolverle el saludo ya que le cortó abruptamente. Se quedó mirando el móvil. No supo si guardar el número o no. Josefine Swartz había sido clara con ella: ir a Mora no entraba dentro de sus planes. Finalmente, decidió guardar el número en la lista de contactos. Pasó a ver a Miss Marple y bajó a la librería. Fue hasta el mostrador y, debajo, encontró su cuaderno de tapas rojas. Hacía tiempo que no escribía en él. Lo abrió y leyó las notas que había hecho sobre los crímenes de Annete Nyborg y Camilla Lindman. Aquella vez, tomar apuntes había servido para aclarar sus ideas. ¿Funcionaría el mismo método ahora? No perdía nada con probar.
Se sentó en la banqueta y comenzó a escribir.
«Kerstin Ulsteen, de once años, desapareció la tarde del 25 de abril y fue hallada en el bosque doce días después por Vetle Mørk, un vecino del pueblo. Único sospechoso: Mattias Krantz. Pruebas en su contra…».
Se detuvo. Tachó la palabra «pruebas» y, en su lugar, escribió «indicios». Luego comenzó a enumerar los elementos que señalaban a Mattias como el autor del homicidio.
«Mattias fue visto merodeando por el parque donde jugaba Kerstin. También estuvo en su casa y le regaló una pulsera poco antes del secuestro. ¿Se sabe realmente cuándo se la había regalado? No».
Greta sospechaba que lo había hecho cuando había ido a su casa para arreglar su ordenador.
«Se halló sangre en la cabaña que Mattias tenía en el bosque, lo que prueba que Kerstin estuvo allí. ¿A cuánta distancia del lugar donde ha sido hallado el cuerpo se encuentra la cabaña?».
Lo ignoraba. Dibujó un gran signo de interrogación.
«Mattias había filmado a la niña durante algún tiempo antes de acercarse a ella. Era asiduo de páginas web de pornografía infantil. Móvil del crimen: pedofilia».
Con letras mayúsculas escribió «cómplice» y lo remarcó varias veces. Al lado, dibujó un nuevo signo de interrogación. Dejó un par de renglones de separación y anotó:
«Homicidio de Mattias Krantz: muerte escenificada como un suicidio. Posible móvil: la venganza. Sospechoso principal: Björn Ulsteen. Tres hechos apuntan hacia él: las amenazas a la víctima días antes de su asesinato, su habilidad con las armas y las palabras que ha dicho en la iglesia».
No sabía mucho más que eso, sin embargo, le costaba creer que Björn fuera el asesino de Mattias. Cuando se lo había comentado a Mikael, él parecía haber estado de acuerdo con ella. Se le escapó un suspiro. Se moría de ganas de verlo y de que la pusiera al tanto de la investigación. Ignoraba si había habido algún avance con respecto al hermano de Kerstin. Niklas no le había mencionado nada, y no iba a preguntarle a su padre.
Leyó lo que había escrito. La palabra «cómplice» era lo que más resaltaba. Si, en verdad, Mattias había tenido un cómplice, ¿quién era? ¿Algún compañero con el que salía a cazar? ¿Un vecino de Mora o de algún pueblo aledaño? ¿Alguien que había conocido en las páginas de pornografía que frecuentaba? Las posibilidades eran demasiadas y, sin embargo, la hipótesis de que no hubiese actuado solo comenzaba a pisar fuerte.
Cerró el cuaderno, pero lo abrió inmediatamente. Volvió a escribir.
«¿Se convirtió ese misterioso cómplice en el verdugo de Mattias? ¿Incendió la cabaña para borrar cualquier indicio que lo relacionara con la muerte de Kerstin Ulsteen?».
Se dio cuenta de que todo comenzaba a cuadrar.
Estaba tan enfrascada elucubrando teorías, que no escuchó la campanilla de la entrada.
—¿Has visto la hora? —le preguntó Lasse dando vuelta el cartel de la puerta.
Greta le echó una fugaz mirada al reloj. Solo habían pasado cinco minutos de las ocho y media. Ante la mirada curiosa de su primo, guardó el cuaderno en su sitio.
—No es para tanto —saltó ella—. Además, no ha venido nadie aún.
Lasse sintió que ella se ponía a la defensiva. La conocía de sobra como para saber qué había estado haciendo antes de que llegara. Bastaba que ocurriese un crimen en Mora para que su prima se pusiera a escribir en su famoso cuaderno rojo. No la criticaba. Meter las narices en los asuntos de la policía era su pasatiempo favorito.
—Mejor no pregunto. —Se paró frente al ordenador y lo primero que hizo fue observar las ventas del día anterior—. ¿Ingresaste los libros que le llevaste a Martin Ulsteen?
—No, me olvidé. —En realidad, había tenido poca cabeza para ocuparse del asunto.
—Pásame la lista, yo lo hago.
—No, deja, se me olvidó a mí, por lo tanto, es justo que me ocupe yo. —Empujó suavemente a su primo y se colocó delante del ordenador. Buscó la ficha de clientes y encontró la de Martin Ulsteen. La lista de libros que había adquirido desde que había abierto Némesis era bastante extensa. Leyó los títulos rápidamente y uno en especial llamó su atención. Se trataba de Asesinato suicida, de Keith Ablow. Vio la fecha en que lo había comprado: febrero de ese año. Comprobó que estuviera en stock y fue hasta uno de los estantes para buscar un ejemplar. Lo encontró casi de inmediato. Leyó la contraportada: la trama giraba en torno a un hombre enfermo, que aparecía muerto de un disparo en su automóvil. El protagonista, un psiquiatra forense llamado Frank Clevenger, debía dilucidar si había sido un suicidio o un asesinato.
Un escalofrío bajó por su espalda.
Había oído muchas veces eso de que «la ficción supera a la realidad».
Comprendió que no era solo una frase trillada. Si lo que empezaba a sospechar era verdad, la ficción podría terminar mezclándose con la realidad de un modo siniestro.