CAPÍTULO 15

Cerca de las siete, el abogado que habían contratado los padres de Björn Ulsteen se presentó en la comisaría para hacerse cargo de la defensa de su cliente. Después de pasar casi una hora hablando con el muchacho, pidió hablar con el oficial a cargo de la investigación.

—Soy el teniente Stevic —se presentó.

—Gilles Göransson.

Era la primera vez que lo veía, seguramente ni siquiera era de Mora.

—Quisiera que me dijera bajo qué cargos exactamente han detenido a mi cliente.

Mikael lo invitó a pasar a su despacho.

—Björn está acusado del asesinato de Mattias Krantz —le informó—. Encontramos sus huellas en la escena del crimen y además amenazó a la víctima pocos días antes del hecho.

—Eso explica que estuvo allí, no que mató a Mattias Krantz —aseveró el abogado al tiempo que se subía las gafas por el puente de la nariz.

—Cuando lo interrogamos la primera vez, mintió. Dijo que estaba en su casa durmiendo cuando en realidad estuvo en Falun. Si no tuvo nada que ver con el crimen, ¿por qué no nos dijo la verdad desde un principio? —replicó Mikael. No le gustaba lidiar con abogados, podían salir con alguna argucia legal en cualquier momento.

—Porque sabía que no dudarían en detenerlo.

—Las pruebas que logramos reunir hasta el momento apuntan hacia él. Vamos a comprobar si realmente hubo un auto saliendo de la escena del crimen esa noche. Mientras eso ocurre, su cliente permanecerá detenido.

—Sabe perfectamente que solo tienen pruebas circunstanciales en su contra. —Tenía un pequeño maletín del cual sacó un teléfono móvil—. Mire, puedo llamar ahora mismo al juez y presentar un recurso de amparo para mi cliente.

Stevic se cruzó de brazos.

—Adelante, hágalo.

Gilles Göransson no se amilanó. Se puso de pie y salió del despacho para hablar con el juez Fjæstad. Unos cuantos minutos después, regresó. Una sonrisa de satisfacción en el rostro le sugirió a Mikael que el letrado había recibido muy buenas noticias.

—El juez aceptó mi petición y mañana a la mañana expedirá una orden de liberación porque entiende que no hay pruebas suficientes para retener a mi cliente por más tiempo —le anunció—. Pero quédese tranquilo, Björn Ulsteen estará a disposición de la justicia siempre que se lo requiera, ya que no podrá alejarse de Mora en un radio de diez kilómetros a la redonda mientras continúe siendo sospechoso. Esa fue la condición que puso el magistrado para dejarlo salir.

No se había equivocado con el sujeto. Era bastante bueno en lo suyo. No solo había hablado con el mismísimo juez Fjæstad en persona a aquellas horas de la noche, sino que había conseguido liberar a su cliente.

Ahora les tocaba a ellos hacer bien su trabajo. Si, como presumía, Björn Ulsteen terminaba siendo inocente, no les quedaban muchas otras opciones con las que seguir. La hipótesis de la venganza, lentamente, comenzaba a desmoronarse.

Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus cavilaciones.

—Adelante.

Miriam Thulin entró al despacho.

—¿Cómo les fue? ¿Consiguieron hablar con alguien?

—Sí —respondió la agente acercándose al escritorio del teniente—. Una pareja de ancianos asegura que oyeron el chirrido de un automóvil alejándose por la carretera cerca de las cinco de la mañana.

—La hora concuerda. ¿No pudieron ver nada?

Miriam negó con la cabeza.

—Son dos personas muy mayores. La mujer dijo que se levantó para ver por la ventana, pero, cuando se asomó, ya no había rastros del auto.

—Su testimonio no hace más que corroborar los dichos de Björn Ulsteen. —Dejó escapar un suspiro—. Su abogado consiguió que lo liberen bajo fianza.

—Si nos guiamos por la teoría de Niklas, deberemos descartarlo definitivamente como sospechoso —alegó Miriam.

—Así es. —Se puso de pie y tomó la chaqueta que colgaba del respaldo de la silla—. ¿Kellander aún sigue por aquí?

—No, Peter me dijo que se fue con el inspector Lindberg. Parece que lo invitó a cenar a su casa.

Saber aquello no le hizo mucha gracia.

—Creo que nosotros deberíamos hacer lo mismo.

El rostro de la muchacha se iluminó.

Mikael se dio cuenta de inmediato que había malinterpretado sus palabras.

—Buenas noches, Miriam. Nos vemos mañana —le dijo antes de abandonar el despacho.

Ella se dirigió a su lugar de trabajo. Descubrió que Peter todavía seguía allí.

¿Tienes algún plan para esta noche? La pregunta venía rondando en su cabeza desde hacía horas, sin embargo, cuando tuvo a Miriam frente a él, no se animó a invitarla a salir.

* * *

Dejó el bolso encima de la mesita de entrada y se dirigió a la sala. Greta respiró aliviada cuando descubrió que quien estaba con Karl era nada más y nada menos que Niklas Kellander. Se hallaba de espaldas curioseando entre los libros de su padre. Se volteó cuando la oyó acercarse.

—Greta, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú? —Llevaba la misma ropa de esa mañana, por lo que dedujo que había venido directamente de la comisaría.

—Algo cansado todavía por el viaje, pero tu padre me invitó a cenar y no pude negarme, sobre todo cuando me dijo que estarías tú también.

Greta sonrió para evitar que viera el rubor en sus mejillas.

—¿Dónde está el inspector? —Miró hacia la cocina desde donde emanaba un olor delicioso.

Karl apareció en la sala para saludar a su hija. Tenía un delantal puesto y en la mano llevaba una cuchara con restos de algo rojo que parecía ser salsa de tomate.

—Cielo, qué bueno que hayas llegado. ¿Por qué no acompañas a Niklas mientras termino de preparar la cena?

—¿No necesitas ayuda?

—En lo absoluto. Mira en la alacena, me gustó tanto el pinot noir que trajiste el otro día que no he podido resistirme y he comprado una botella. Ofrécele una copa a nuestro invitado, la cena estará lista en un rato —le propuso antes de meterse nuevamente en la cocina.

Greta tuvo la fuerte sensación de que su padre estaba tramando algo y que ese algo la involucraba a ella y a Niklas. No había que ser muy inteligente para darse cuenta de cuál era su plan. Buscó el vino y las copas.

—Permíteme. —Niklas fue el encargado de servir el vino.

Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro y observó por encima de la copa. El cansancio se le evidenciaba en el rostro. Podía jurar que el pobre había sido arrastrado por su padre a aquella cena que de casual tenía muy poco.

—¿Cómo estuvo tu primer día?

Niklas se reclinó con la copa en la mano. Bebió un sorbo y la miró.

—Creo que pasé la prueba de fuego, aunque mis teorías terminaron desconcertando a más de uno.

Podía entender perfectamente a qué se refería.

—El más confundido de todos fue el teniente Stevic. Me parece que no le caigo muy bien —manifestó de repente.

Greta estaba a punto de beber un poco de vino, pero la copa se le quedó a mitad de camino entre la mesa y la boca.

—¿Tuviste algún problema con Mikael?

Notó la familiaridad con la que hablaba de él.

—No exactamente. —Cruzó una pierna encima de la otra, luego continuó hablando—. Después de conocer todos los detalles de los crímenes y basándome en mi experiencia en este tipo de casos, planteé la posibilidad de que Mattias no hubiese actuado solo. El muchacho frecuentaba una página de pornografía infantil en internet camuflada como un sitio dedicado a la cacería. Consumía material y seguramente también lo proporcionaba. Estuvo filmando a Kerstin Ulsteen durante un largo período antes de secuestrarla.

Greta eso no lo sabía. Niklas estaba compartiendo información con ella, ignorando que su padre pondría el grito en el cielo si se enteraba. No quería perjudicarlo o ponerlo en un aprieto, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de conocer más detalles del caso.

—Un cómplice… —musitó, perdida en sus propios pensamientos.

—Sí. No voy a mencionarte los pormenores escabrosos del caso, pero, según tengo entendido, Mattias era un muchacho bastante tímido y solitario. No encaja con el perfil de la persona que atacó a Kerstin. Él es quien la sedujo y la atrajo hacia la trampa. Quien violó y asesinó a la niña tenía rasgos psicópatas, lo que nosotros llamamos un pedófilo sádico.

Greta lo escuchaba con suma atención, pero, al mismo tiempo, su mente comenzaba a tejer alguna que otra hipótesis. Si de verdad existía un cómplice, entonces su teoría de que los dos crímenes estaban relacionados más allá del hecho de que Mattias hubiese sido quien había secuestrado a la niña no era tan descabellada. Quería seguir preguntándole más del caso, pero, en ese momento, su padre se asomó desde la cocina y le pidió que lo ayudara a poner la mesa.

La cena que había preparado Karl consistió en spaghetti de espinaca con tomate y queso de brie. Niklas, quien no probaba bocado desde el mediodía, ponderó las dotes culinarias del inspector y saboreó más que nadie su plato. Greta, en cambio, tenía poco apetito y apenas picoteó un poco de tomate. No podía dejar de pensar en lo que le había comentado Niklas sobre el posible cómplice de Mattias. Recordó la extraña sensación que había tenido cuando había hablado con el tío de Kerstin. Martin Ulsteen parecía realmente acongojado por el terrible final que había tenido su sobrina, sin embargo, había algo en ese hombre que no terminaba de agradarle.

—Casi no has tocado la comida, cielo —manifestó Karl, algo preocupado—. ¿Te ocurre algo?

Ella lo miró. Había ido hasta allí dispuesta a exigirle que le dijera lo que estaba sucediendo entre la sargento y él, pero la imprevista aparición de Niklas en escena se lo había impedido.

—No es nada, papá. Estoy un poco cansada —le mintió.

Karl percibió que pasaba algo más. Dejó la servilleta encima de la mesa y guardó silencio.

—¿Sabías que Niklas es un apasionado de las novelas de detectives igual que tú? —comentó de repente con la intención de levantarle el ánimo.

—Estuvimos hablando de libros esta mañana —intervino el muchacho—. Greta me contó que abrió su propia librería cuando regresó a vivir aquí.

El inspector Lindberg sonrió. Aparentemente su pequeño plan había funcionado y ambos habían congeniado enseguida.

—Greta y yo somos socios; aunque mi nombre figure en los papeles, es ella quien se encarga de todo —declaró orgulloso por los logros de su hija.

—No debió de ser sencillo para ti sacar adelante el negocio sola —comentó Niklas.

—Cuento con la ayuda de mi primo Lasse, pero me apasiona lo que hago y eso hace todo más llevadero —respondió—. Es más, siempre estoy pensando en nuevos proyectos y ahora que el Club de Lectura se ha tomado vacaciones, tengo ganas de organizar algún evento para aprovechar la llegada de turistas al pueblo.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó interesado.

—Había pensado en una firma de libros. Sé que es complicado conseguir que algún autor acepte venir a un pueblo pequeño como este. Presumo que tendría que ponerme en contacto primero con algunas editoriales y ver si me dan una mano —expresó poco esperanzada.

—Tal vez yo pueda darte esa mano.

El rostro de Greta se iluminó.

Karl se levantó de la mesa y comenzó a recoger los platos. Ellos estaban tan absortos en la conversación que ni cuenta se dieron.

—¿Has oído el nombre de Josefine Swartz?

—¡Por supuesto! He leído su última novela, Misterio en la montaña, y me encantó.

—Yo podría ponerte en contacto con ella.

—¿La conoces?

Niklas vio chispas en los ojos azules de Greta.

—Sí. Hace un par de años me la presentó mi jefe. Buscaba asesoramiento para una de sus novelas y convivimos casi a diario por lo menos durante tres meses. Es una mujer bastante especial, pero, bueno, supongo que todos los escritores lo son.

—¿Crees que aceptará venir a hacer una firma de libros a Mora?

—No lo sé, no pierdes nada con pedírselo. —Sacó su teléfono móvil y buscó el número de la escritora entre su lista de contactos—. Aquí está.

—Espera.

Greta saltó de la silla y fue en busca de su teléfono. Niklas aprovechó para observarla mientras ella hurgaba dentro del bolso que había dejado en la mesita de entrada. Llevaba pantalones vaqueros y un cárdigan fino color blanco ajustado al cuerpo. Era menudita, aunque de curvas proporcionadas. Sin dudas lo que más resaltaba en ella era su abundante melena rojiza.

Cuando Greta se volteó se dio cuenta de que acababa de ser objeto de admiración de Niklas. Él alzó la mirada y le sonrió. Regresó al salón y copió el número de Josefine Swartz en su lista de contactos.

—La llamaré mañana a primera hora —señaló antes de dejarse caer en la silla nuevamente.

—Si necesitas ayuda con ella, solo avísame.

Greta alzó una ceja. Parecía que estaba tratando de decirle algo y no se animaba.

—Ten —le entregó una tarjeta blanca con letras doradas donde aparecían todos sus datos—. Por cualquier cosa que necesites.

Ella la puso en la mesa debajo del teléfono. Tuvo la sensación de que él se había quedado esperando algo.

Karl reapareció con el café. De inmediato vio que solo había dos tazas.

—Está recién hecho. —Se inclinó para dejar la bandeja encima de la mesa y le guiñó un ojo a su hija—. Yo me retiro, estoy agotado y mañana nos espera un día duro en la comisaría.

¡Cielos! ¡Su padre la estaba dejando deliberadamente a solas con Niklas! No cabía ninguna duda de cuáles eran sus intenciones. Lo fulminó con la mirada, gesto que Karl respondió con una sonrisa.

—Nos vemos mañana, muchacho.

—Buenas noches, inspector.

—Hijo, llámame Karl. Te conozco desde que eras un crío.

Niklas asintió.

Greta no podía dejar que se saliera con la suya, así que se levantó y fue tras él a la cocina. Una vez allí, cerró la puerta y puso los brazos en jarra.

—¿Qué demonios estás tramando, papá? —le espetó cuidando de no levantar demasiado la voz.

Karl abrió la ventana para que entrara un poco de aire. Estaba acostumbrado a los brotes de enojo de su hija, pero tenía que reconocer que quizá se había pasado de la raya. Se recostó sobre la mesada y la enfrentó con una sonrisa. No le sirvió de nada: Greta echaba chispas por los ojos.

—No estoy tramando nada —respondió haciéndose el desentendido.

Ella empezó a caminar en círculos alrededor de la mesa.

—Me di cuenta enseguida de tu plan. Es inútil que lo niegues —manifestó sin detenerse—. Prácticamente me estás metiendo a Niklas por los ojos. Primero tu petición de ir a buscarlo a la estación, luego me invitas a cenar a sabiendas de que también lo invitarías a él, desapareces en medio de la velada para dejarnos a solas…

—Lo estaban pasando más que bien, charlando de Némesis. Creí oportuno retirarme —le dijo cuando pudo meter un bocadillo.

—Tu propósito era otro y lo sabes —lo increpó.

—Está bien. —Alzó las manos en un gesto de rendición—. Reconozco que todo es parte de un plan que urdí para que tú y Niklas se acercaran.

Ella soltó un suspiro largo e intenso. Necesitaba recobrar la calma antes de seguir hablando. Los ánimos estaban caldeados, al menos el de ella.

—Papá, creo que soy lo suficientemente mayor como para conseguirme a alguien por mis propios medios. —Se aproximó a él y se ubicó a su lado. Lentamente, la furia fue cediendo—. Niklas es muy agradable, pero no tengo intenciones de enredarme con ningún hombre por ahora.

Karl la miró de reojo para adivinar si estaba siendo sincera con él. Tal vez ella tenía razón. No tenía derecho a meterse en su vida privada ni imponerle a nadie. La amaba y lo único que trataba de hacer era evitar que cometiera otro error en su vida. Ya había tenido un fracaso amoroso y nadie más que él sabía lo que Greta había sufrido. En Söderhamn, con el patán de Bringholm, había estado sola, pero ahora lo tenía a él y no iba a permitir que pasara por lo mismo una vez más. Desde que se había enterado de que la mujer de Mikael lo había dejado, vivía con el constante temor de que se acercara a ella y terminara lastimándola.

—Lo hago porque te quiero, cariño.

A Greta se le hizo un nudo en la garganta.

—Yo también te quiero, papá —le dijo en medio de un hondo suspiro.

Permanecieron un rato sin decir nada.

—Tendrás que llevar a Niklas hasta el hostal. —Greta saltó de inmediato—. Mañana me encargaré de proporcionarle un auto para que pueda moverse por el pueblo sin depender de nadie —se apresuró a aclarar.

—Está bien —respondió resignada—. Yo me ocupo de él esta noche.

—Es un buen muchacho. Inteligente, simpático y con un futuro prometedor…

—¡Papá, no empieces! Niklas te va a oír —le advirtió.

Se habían encerrado en la cocina y se habían olvidado de su invitado. Greta lo lamentaba por él, pero aún no había terminado. Miró a Karl directamente a los ojos.

—Hoy, cuando estuve en casa de tía Ebba, me enteré de que ayer estuviste en el lago.

Karl carraspeó nervioso, luego, se alejó y empezó a secar los platos, los cuales ya estaban secos desde hacía bastante rato.

—Sí, estuve almorzando con la sargento Wallström.

—¿Sargento Wallström? ¿Todavía la llamas así, después de compartir un picnic con ella? —Él era de terror. Quería meterse en su vida sentimental o en la falta de ella, pero era un completo desastre con la propia.

Arrojó el paño con el que estaba secando los platos dentro del fregadero y la miró a los ojos.

—Hija… Nina y yo decidimos darnos una oportunidad. Ella piensa que sería bueno frecuentarnos fuera de la comisaría para conocernos mejor y…

Greta fue hasta la mesada y se estiró para cerrar la ventana. De repente, había comenzado a sentir frío.

—Por favor, di algo. Quiero saber qué piensas.

Necesitaba tomarse al menos un par de minutos antes de responderle. Desde que le había comunicado, cuatro años atrás, que se iba de Mora que no tenían una conversación tan importante. Todo podía cambiar a partir de esa noche. Muchas dudas revoloteaban en su cabeza, pero solo tenía en claro una cosa: amaba a su padre y quería que fuese feliz.

—Supongo que era algo que sucedería tarde o temprano —dijo volteándose hacia él—. Cuando regresé a Mora y descubrí lo que Nina sentía por ti, no me gustó nada. Jamás se me había pasado por la mente que otra mujer pudiera llegar para ocupar el lugar que dejó mamá. —Karl iba a decir algo, pero ella le pidió que la dejara continuar—. Después, empecé a tratarla y debo reconocer que terminó cayéndome bien. Es una mujer agradable, además de una excelente profesional. ¡Incluso muchas veces se ha atrevido a tomar partido por mí cuando tú y yo discutíamos!

Aquel comentario provocó una sonrisa en Karl.

—Tal vez es hora de que comprenda que tienes derecho a ser feliz. Hanna y tía Ebba tenían razón; no he sido más que una egoísta todo este tiempo. Sé que mamá siempre estará aquí. —Le tocó el pecho—. Y apuesto a que, esté donde esté, te dará su bendición.

—Cielo, nunca podría olvidar a Sue Ellen, porque me dio el regalo más hermoso de todos. —Tomó las manos de Greta entre las suyas—. Si sientes que no estarías cómoda con toda esta situación, solo tienes que decírmelo.

—¿La quieres?

—Nina me gusta y me siento bien con ella, pero iremos despacio. No quiero que un posible fracaso interfiera luego en nuestra relación laboral.

Greta asintió.

—Me parece lo más sensato —dijo a modo de aprobación.

Regresaron al salón donde los estaba esperando Niklas.

—Mi hija te llevará de regreso al hostal, muchacho. Mañana te designaré un coche para tu mayor comodidad —le anunció.

—Perfecto, Karl. —Miró a Greta—. ¿Podemos irnos o…?

—Sí. Ya es tarde, y yo también estoy cansada. —Le dio un beso en la mejilla a su padre y, después de que ambos policías se despidieran, salieron al porche.

Se subieron al Mini Cabrio y, cuando puso la llave en el encendido, Greta descubrió a Pernilla Apelgren mirando a través de la ventana. ¡Perfecto! Al día siguiente, todos en Mora se enterarían de que había sido vista subiendo a su auto con un hombre desconocido.