CAPÍTULO 13

Niklas dejó el libro sobre el regazo y abandonó la lectura por un momento para deleitarse con el paisaje campestre que se asomaba por la ventanilla del tren. Era la primera vez que regresaba a Mora desde que él y su familia se habían mudado. Tenía apenas siete años y recordaba muy poco del lugar donde había nacido. No tenían parientes allí, y eso había contribuido al alejamiento definitivo de los Kellander. Su padre siempre le hablaba del pueblo y de los años que había trabajado al lado de Karl Lindberg, quien ahora ostentaba el cargo de inspector de policía. Aún seguían en contacto y, cuando el trabajo se lo permitía, bajaba hasta Estocolmo para reunirse con él y charlar de los viejos tiempos. Sin dudas, le había sorprendido su llamada el día anterior. Después de ponerlo brevemente en antecedentes del caso que estaban investigando, le fue imposible negarse a brindarles su cooperación. No había sido sencillo obtener la autorización de sus superiores, porque estaban en medio de un caso importante, pero, ante la gravedad de la situación en Mora, habían accedido a que se sumara al equipo de investigación. Había abandonado Estocolmo tranquilo, sabiendo que dejaba la unidad en muy buenas manos. El tren estaba llegando a destino. A lo lejos, divisó la torre del mirador. Tenía recuerdos muy vagos de los años vividos en Mora, sin embargo, había un par de cosas que habían quedado instaladas en su memoria a pesar del paso de los años: el lago Siljan, donde cada sábado iba a pescar con su padre y la pequeña hija de los Lindberg. Ella era tres años menor, pero había sido imposible olvidarse de aquella niña regordeta y pelirroja que se la pasaba todo el tiempo persiguiéndolo, y que llegaba incluso a fastidiarlo muchas veces. Cuando su familia visitaba la de ella, trataba de evitarla, pero la perseverancia de Greta no se lo permitía. Finalmente, había terminado cediendo y, para su sorpresa, se convirtieron en amigos a pesar de la diferencia de edad. Sonrió al recordarla. Según Karl, la misma Greta iría a recogerlo a la estación para instalarlo y acompañarlo luego a la comisaría.

¿Cómo sería el reencuentro después de tanto tiempo? ¿Se acordaría de él?

Intentó volver a concentrarse en la lectura, pero tuvo que dejar la novela de Chandler a medias cuando el tren por fin se detuvo en Morastrand. Esperó unos cuantos segundos antes de ponerse de pie. Tomó la maleta del compartimiento superior y con libro en mano se dirigió a la salida.

No había muchos pasajeros bajando del tren; en el andén, solo unas pocas personas se movían de un lado a otro apurando el paso. Buscó afanosamente con la mirada, pero no había señales de Greta por ninguna parte. Sería sencillo reconocerla o, al menos, eso es lo que esperaba. De repente, divisó a una joven que corría desde la parte trasera de la estación hacia el andén. Tenía el pelo rojo y, cuando se acercó lo suficiente como para poder verle rostro, supo que era ella.

—¿Eres Niklas? —le preguntó al tiempo que intentaba recuperar el aliento.

—El mismo —dijo, observándola con atención. Le parecía increíble que, después de más de veinte años, Greta Lindberg siguiera manteniendo aquella expresión aniñada con enormes ojos azules y algunas pecas salpicadas en las mejillas.

—Se me hizo tarde en la librería…

—No te preocupes. El tren acaba de llegar. —Se echaron a andar en dirección al estacionamiento—. ¿Trabajas en una librería?

—En realidad, es mía. La compré el año pasado cuando regresé a vivir a Mora —le explicó al tiempo que jugueteaba con las llaves del auto.

—¿Tú también dejaste el pueblo?

—Sí. Viví en Söderhamn durante cuatro años. Allí trabajé como profesora de Literatura en un colegio muy importante.

—Pero decidiste volver…

Asintió en silencio.

—¿Te gusta Chandler? —preguntó de repente, cambiando rotundamente se tema.

—Es mi autor predilecto. —Le mostró el libro. Era un ejemplar de El largo adiós, que el autor americano había escrito en el año 1953—. Marlowe es el mejor detective de todos los tiempos.

Si bien no era el preferido de Greta, tenía que coincidir en que era un personaje increíble.

Niklas detuvo el paso y abrió el libro. Sabía en qué página buscar exactamente.

—«Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y, cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio y a otras muchas personas en cualquier oficio o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo». ¿No es genial?

Lo observó mientras leía. Vestía con elegancia y se advertía de inmediato que venía de una gran ciudad como Estocolmo. Seguramente desentonaría con la mayoría de los hombres del pueblo, acostumbrados a los sweaters de lana, las chaquetas de tweed y los pantalones vaqueros.

—Es evidente que te gusta. Yo soy una apasionada del género, es más, en Némesis solo vendo novelas policiales.

—Némesis… obviamente hace alusión a la novela de Agatha Christie. ¿Es tu autora preferida?

—Mi lora se llama Miss Marple, ¿qué crees tú?

Niklas soltó una carcajada.

—He leído casi todas sus novelas; sin dudas, Jane Marple es un personaje adorable, pero a mí siempre me ha fascinado Poirot.

Greta se sorprendió, no siempre encontraba a alguien con quien hablar de libros y detectives. Hanna era su mejor amiga y la adoraba, pero cuando ella intentaba comentarle sobre la última novela que estaba leyendo, la rubia siempre se las arreglaba para cambiar de tema rápidamente. Esa era precisamente una de las razones por las cuales extrañaba el Club de Lectura.

—¿Sabes? Recuerdo muy poco de los años que pasé en el pueblo, pero fue imposible olvidarme de ti: te tenía pegada detrás de mí todo el tiempo.

Greta se sonrojó. No por lo que le acababa de decir, sino porque no se acordaba de él.

—Lamento no poder decir lo mismo —le confesó, apenada.

—Es normal que no me recuerdes, no debías de tener más de cuatro años cuando correteabas detrás de mí. —Se detuvieron delante de un Mini Cabrio rojo—. ¿Es tuyo? Combina a la perfección contigo —le dijo, señalándole el cabello.

Ella sonrió, luego se subieron al auto.

—He hablado con la señora Schmidt. Es la dueña del hostal que se encuentra frente a la librería. Tiene un par de habitaciones disponibles aún, así que podrás quedarte allí. La comida es excelente y el trato, inmejorable.

—Me parece estupendo. —Puso la pequeña maleta en el piso del auto. Ignoraba el tiempo que se quedaría en Mora, dependía de lo que durase la investigación por la que había sido convocado. Karl había sido escueto por teléfono. Solo le había anticipado que necesitaban a un experto en delitos relacionados con la pedofilia y la pornografía infantil. Sin embargo, después de su llamada, se había dedicado a husmear por internet y entonces descubrió que, hacía apenas unos días, una niña del pueblo había sido violada y asesinada después de estar desaparecida por casi dos semanas.

—Supongo que papá te mandó a llamar por el caso de Kerstin Ulsteen —comentó Greta mientras giraba en Stationsvägen y tomaba Vasagatan en dirección al centro.

Niklas apoyó el brazo en la ventanilla y se atusó el cabello que se agitaba contra sus ojos debido a la brisa de la mañana. Decidió que era mejor levantar el cristal.

—Estás en lo cierto. Leí sobre las muertes en los periódicos —le reveló.

—Una verdadera tragedia. Kerstin fue secuestrada al salir de su casa. Por doce angustiantes e interminables días, nadie supo nada de ella hasta que su cuerpo apareció semienterrado en el bosque.

—¿Tenían un sospechoso, no? Lo asesinaron también e hicieron aparecer su muerte como un suicidio. —Eran detalles que Karl Lindberg le había comentado la tarde anterior, pero obvió mencionárselo. Le interesaba conocer qué sabía su hija sobre la investigación.

—Sí. Mattias Krantz, un muchacho algo tímido y huraño, que fue visto en varias oportunidades merodeando cerca del parque donde solía jugar la niña. La policía consiguió probar que fue él quien se la llevó, ya que encontraron sangre de Kerstin en la cabaña que Mattias tenía en el bosque y usaba cuando se iba de cacería.

—Casi lo tenían. ¿Qué pasó?

—Huyó el día antes de que lo asesinaran.

—Leí también que fuiste tú quien lo encontró —mencionó.

Ella asintió.

—Debió de ser una experiencia muy desagradable.

Greta aún tenía muy fresca en su mente la terrible escena de la cual había sido una desafortunada testigo. Esperaba que la imagen del rostro completamente destrozado de Mattias Krantz que la asaltaba por las noches desapareciera con el paso del tiempo. No quería seguir hablando del tema.

—¿Qué haces exactamente en Estocolmo?

Niklas se dio cuenta de que seguía afectada por lo ocurrido.

—Me especializo en pedofilia y pornografía infantil. Comando una unidad que ya ha desmantelado a varias redes de pederastas a nivel mundial —le explicó.

Greta aminoró la marcha cuando dobló por Millåkersgatan. Aprovechó para mirarlo de soslayo.

—¿Te parezco demasiado joven para dirigir mi propia unidad? —le preguntó al notar su sorpresa.

—No, en lo absoluto. Lo que me extraña es que la policía local haya tenido que recurrir a ti cuando, según ellos, tienen prácticamente cerrado el caso por el crimen de Kerstin Ulsteen.

—No te veo muy convencida de que sea así.

—Mattias fue condenado aun mucho antes de que empezaran a aparecer las pruebas en su contra. La sangre de Kerstin en su cabaña fue lo que realmente demostró que era culpable.

—¿No hallaron nada más en el lugar que lo comprometiera?

—Alguien incendió la cabaña un par de días después de que Mattias fuese asesinado —comentó.

—Entiendo. ¿Y qué hay de su homicidio?

—Sospechan que el hermano de Kerstin pudo haber hecho justicia por mano propia. Amenazó a Mattias unos días antes de su muerte y además parecía conocer el contenido de la supuesta nota de suicidio que se encontró junto al cadáver.

No se había equivocado: Greta estaba al tanto de cada detalle de la investigación.

—Pensé que te convertirías en policía. Recuerdo que cuando eras niña lo decías a cada rato.

Sonrió. Eso sí lo recordaba.

—Mi padre también creyó que seguiría con la tradición de los Lindberg, pero mi vocación estaba en otro lado: los libros. Aun antes de aprender a leer, cuando mamá me leía los cuentos de Dickens, me enamoré de ellos. Destruí las ambiciones de mi padre de verme convertida en policía cuando decidí estudiar Literatura.

—Supongo que no le hizo mucha gracia —comentó él.

—Ya se ha resignado, sin embargo, creo que le causé un dolor muy grande. Mi felicidad son los libros y con Némesis no necesito nada más.

—Eso está muy bien, aunque parece que tienes cierto olfato detectivesco y eso, sin dudas, es un don. El artículo que leí hacía mención a tu intervención providencial en dos sonoros casos que ocurrieron hace unos meses en el pueblo.

—No deberías creer todo lo que lees —le advirtió ella al tiempo que se estacionaba frente al hostal—. Hemos llegado.

Se bajaron, y Greta lo acompañó. La señora Schmidt los recibió con su amabilidad habitual. Niklas se registró y subió hasta la habitación para dejar la maleta, momento que aprovechó para cruzar hasta la librería. Lasse estaba acomodando unos libros en el escaparate y había visto a su prima llegar con el policía de Estocolmo.

—Debo llevar a Niklas hasta la comisaría. Trataré de regresar lo antes posible —le avisó desde el umbral.

Él se acercó.

—¿Qué tal el citadino?

Greta encogió los hombros.

—Agradable —le respondió para saciar su curiosidad. En ese momento, vio que Niklas salía del hostal y fue a su encuentro. Notó que un maletín negro colgaba de su bolso. Supuso que sería su laptop.

—¿Nos vamos? —Le sonrió y abrió la puerta del Mini Cabrio.

Ella se apresuró a subir. Cuanto antes terminara con la misión que le había encomendado su padre, mejor.

* * *

Cuando comprobaron que las huellas dactilares halladas en la supuesta nota de suicidio y en la puerta de la camioneta que conducía Mattias la noche en que fue asesinado pertenecían a Björn Ulsteen, se ordenó su detención inmediata.

Mikael y Nina fueron los encargados de interceptarlo a la salida de su trabajo y llevarlo hasta la comisaría para un nuevo interrogatorio. Durante el trayecto, el joven no dijo una sola palabra, apenas se limitaba a observarlos a través del espejo retrovisor.

Una vez en las dependencias policiales, el teniente sería el encargado de hacer las preguntas. En el recinto contiguo a la sala de interrogatorios, Karl y Nina seguirían atentamente lo que sucediera allí dentro.

La sargento notó que el inspector miraba el reloj con impaciencia.

—¿A qué hora llegaba el detective Kellander? —Karl la había puesto al tanto la noche anterior cuando la había acompañado hasta su casa. Luego, en un intento osado de su parte, lo había invitado a pasar, pero Karl había preferido irse a la suya.

—A las nueve. Supongo que estará al caer.

—Quizá se entretuvo con tu hija. —El comentario, en vez de molestarlo, le arrancó una sonrisa.

Del otro lado del cristal, Mikael encendió la grabadora.

—Son las nueve y veinte minutos. Es el teniente Stevic interrogando a Björn Ulsteen en relación al homicidio de Mattias Krantz.

El hermano de Kerstin se pasó la mano por el cabello. Llevaba un mono de color azul que usaba en la granja donde trabajaba. Volvía a estar nervioso, y ahora sabían el motivo.

—Björn, hemos encontrado un par de huellas en la escena del crimen. Una estaba en la nota de suicidio que apareció junto al cuerpo de Mattias; la otra, en la parte interna de la puerta. La cotejamos con las tuyas y coinciden. —Le mostró una bolsa de evidencias que contenía la lata de Coca-Cola que había bebido durante el interrogatorio anterior.

Frunció el entrecejo.

—¿No es ilegal que obtengan mis huellas de esa manera?

El teniente negó con la cabeza.

—¿Vas a decirme qué pasó o tendré que adivinarlo?

Björn tragó saliva haciendo que la nuez de Adán en su cuello se moviera hacia arriba y hacia abajo exageradamente.

—Yo no tengo nada que ver con la muerte de ese imbécil —declaró.

—Pero estuviste en la escena del crimen…

Asintió con la cabeza.

—El sábado había estado en Falun en casa de un amigo. Nos invitaron a una fiesta, y volví a Mora cerca de las cinco de la mañana. Había escuchado esa tarde en las noticias que Mattias estaba prófugo y que se había llevado la camioneta de su padre. Cuando pasé por Oxbergsvägen y llegué a la zona boscosa, un automóvil salió a toda velocidad del lugar. El imbécil casi choca conmigo. Seguí mi camino y entonces vi una camioneta que concordaba con la descripción que habían dado en la radio. Me acerqué y, cuando lo hice, vi que estaba muerto. Tenía… tenía un enorme agujero en la cara.

—¿La puerta de la camioneta estaba abierta?

Björn tardó en responderle. Se notaba perturbado, pero, extrañamente, ya no estaba tan nervioso. Era muy probable que fuese la primera vez que hablaba de lo que había visto y sintiera alivio.

—Sí… cuando pude apartar los ojos de su rostro vi un papel en el suelo. Lo levanté y lo leí. Comprendí entonces que él lo había hecho… Él mató a mi hermana.

Estaba más pálido de lo normal y respiraba ligeramente. Mikael creyó que el muchacho desfallecería de un momento a otro. Tenía que saber más antes de que eso ocurriera.

—¿Qué hiciste luego?

—Volví a dejar la nota en el suelo y cerré la puerta. Me cercioré de que nadie me hubiese visto y me marché.

—Bien. ¿Qué puedes decirme del vehículo con el cual te cruzaste en la carretera?

—Salió del bosque, muy cerca del sitio donde encontré a Mattias —le indicó.

—¿Pudiste verlo?

—No. Llevaba las luces encendidas y me encandiló.

—¿Era un coche o una camioneta?

—Un coche, porque los faroles delanteros estaban a la misma altura que los de mi Peugeot 306.

—¿No viste de qué color era?

—Un color oscuro, azul, tal vez negro. Ya le dije, no lo vi bien.

Mikael lo miró con impotencia. Con aquellos datos no llegarían a ningún lado.

—¿Por qué no nos llamaste apenas encontraste el cuerpo?

—Me asusté. Pensé que no me creerían que solo hubiese pasado por casualidad —explicó, cayendo de nuevo preso de la angustia—. Ya sé que dije que quería matarlo con mis propias manos, pero… yo no lo hice.

—Sabemos que eres un excelente tirador.

—Eso no significa nada —lo desafió.

—Tenías motivo, móvil y oportunidad. Cualquier tribunal te condenaría sin pensarlo demasiado —le advirtió Stevic. Lo que tenían en su contra eran solo pruebas circunstanciales, pero era suficiente para retenerlo mientras avanzaban con la investigación. De nada servían sus presunciones o las de Greta con respecto a la supuesta inocencia del muchacho.

El interrogatorio llegó a un abrupto final cuando Björn Ulsteen apeló a su derecho de pedir un abogado para seguir hablando. Le fue concedida una llamada, luego, un agente lo escoltó hasta una celda.

Mikael apagó la grabadora. No estaba muy convencido de que tuvieran al hombre correcto, sin embargo, seguían manejando la hipótesis de la venganza, que parecía ser la única pista concreta hacia la resolución del caso. El siguiente paso sería comprobar si el vehículo que había mencionado Björn había existido realmente o solo había sido un invento para desviar las sospechas hacia otra persona. Mandaría a alguien a hablar con los vecinos de los alrededores; para ver si podían saber algo del misterioso auto que, según Björn, había visto escapar de la escena del crimen.

Se reunió con Karl y Nina en la oficina contigua a la sala de interrogatorios.

—Mandaré a Thulin y a Bengtsson para que interroguen a los vecinos del lugar. Alguien tuvo que haber visto algo —fue lo primero que comentó al entrar—. No soy demasiado optimista, es una zona rural que no cuenta con cámaras de seguridad y el vecino más cercano vive a unos cien metros de distancia. —Dejó la grabadora encima de una mesita y se aflojó el nudo de la corbata. No solía llevarlas, pero no quería desentonar con la visita que esperaban—. ¿No hay novedades aún del sujeto que llegaba hoy de Estocolmo?

El inspector le lanzó una mirada reprobatoria.

—Se llama Niklas Kellander y es un excelente elemento dentro de la fuerza. Estuvo un año en Copenhague capacitándose con una unidad especializada del FBI y, después de eso, le asignaron su propio grupo operativo. Llevan trabajando juntos más de cinco años y han logrado desbaratar varias redes internacionales de pedofilia.

Stevic soltó un silbido.

—Impresionante. —Sin dudas, el tal Kellander era un dechado de virtudes. Esperaba que les fuera realmente de utilidad para esclarecer el caso. No le gustaba demasiado que alguien de fuera viniese a meter las narices cuando la investigación ya estaba en curso, sin embargo, necesitaban imperiosamente la ayuda de un experto, así que no le quedaba más remedio que dejar su orgullo de lado.

—No deben de tardar —dijo Karl saliendo al pasillo.

Mikael miró a Nina.

—¿Es que no viene solo?

—Karl le pidió a Greta que se encargara de darle la bienvenida a Mora —le informó.

—¿A Greta?

La sargento asintió.

—Niklas y su familia eran de aquí. El padre trabajó con Karl hasta que se mudaron a Estocolmo.

—¿Greta y él se conocen?

—Sí, jugaban juntos de niños, aunque, según me contó Karl, cuando se mudaron, ella era muy pequeña.

Se quedó meditabundo. Cuando Karl le había hablado de Kellander había tenido la impresión de que se trataba de un hombre ya de cierta edad, pero por lo que acababa de oír, no debía de ser mucho más mayor que Greta.

Una fuerte risotada retumbó en el área de la recepción. Cuando se volteó vio a su jefe abrazando a un joven alto y atlético con el cabello un poco largo. Llevaba traje y unos zapatos oscuros perfectamente lustrados. Vio a Greta en un costado, estaba cruzada de brazos y sonreía.

—Será mejor que nos presentemos —dijo la sargento sacándolo de su ensimismamiento.

Se acomodó la corbata y se bajó las mangas de la camisa.

Mientras avanzaba por el pasillo junto a su compañera; no apartó la vista de Greta ni un instante.