CAPÍTULO 12

Karl llevaba de pie junto a la ventana de su despacho casi media hora. Definitivamente, la paciencia no era su fuerte. Stevic y Bengtsson estaban tardando más de la cuenta, y esperaba que la tardanza significara que regresarían con algo jugoso del apartamento de Mattias Krantz. Desde allí, tenía una vista privilegiada del estacionamiento, pero no había señales de ellos aún. Comenzó a caminar en círculos con las manos cruzadas en la espalda. Había otro asunto que ocupaba su mente además del caso: la declaración que le había hecho Nina horas antes. Tenía que reconocer que se sentía halagado por que una mujer como ella se hubiese fijado en él, pero, al mismo tiempo, convivía con el temor casi absurdo de tener a alguien de nuevo en su vida. Se había acostumbrado demasiado fácilmente a la soledad y a alguna que otra aventura esporádica que al menos le servía para recordarle que aún podía complacer a una mujer en la cama sin importar el paso de los años. Presentía que Nina no se conformaría con algo similar. Ella seguramente querría compromiso de su parte y una relación a largo plazo. No pensaba que estuviese realmente preparado para dar ese paso. Le gustaba; incluso, alguna vez, se le había cruzado por la cabeza tener algo con ella, pero esa idea se había ido disipando con el tiempo. Tal vez porque le importaba demasiado, y no quería terminar lastimándola. Además, ¿qué sucedería si las cosas entre ellos no funcionaban? Nina era un elemento irreemplazable dentro de su grupo de trabajo y no quería perderla. Miró el cenicero de cristal que descansaba encima de su escritorio. Se lo había regalado uno de sus superiores con motivo de su nombramiento como inspector. Era un simple adorno, porque hacía más de diez años que había dejado de fumar. Un cigarrillo le habría venido de maravillas en ese momento. Respiró hondamente. Unos golpes en la puerta lo sacaron de sus cavilaciones.

—Adelante —ordenó, volteándose hacia la puerta.

—Inspector, acaba de llegar Björn Ulsteen —le anunció Ingrid sin ingresar a la oficina.

La mujer estaba por regresar a su puesto de trabajo, pero Karl la detuvo.

—Entra, quiero hacerte una pregunta. —Si alguien sabía lo que ocurría dentro de las paredes de la comisaría, esa era precisamente Ingrid. Quien le preocupaba en ese momento era Stevic, al que notaba extraño desde hacía unos días.

—Usted dirá, inspector.

Él le sonrió. Era una mujer que parecía haberse detenido en sus cincuenta años. Tenía el cabello teñido de rubio platino, bien sujeto encima de la cabeza en un imponente rodete. Unas enormes gafas que terminaban en punta le daban todo el aspecto de una diva del cine de los años dorados. Vestía ropas ajustadas a pesar de que sus malos hábitos habían acumulado varios kilos en sus caderas.

—Ingrid, te he dicho muchas veces que me llames Karl. Después de todo, nos conocemos desde hace más de veinte años.

Ella asintió.

—Tiene razón, será que no me acostumbro.

—Sé que eres de las primeras en enterarte cuando algo importante sucede. —La invitó a sentarse—. Me preocupo por el personal a mi cargo y hace días que vengo notando que algo anda mal con Stevic. ¿Sabes algo que yo no sé?

Ingrid cerró la puerta y se sentó toda presurosa en la silla.

—La verdad que sí. Mi sobrina Linda estuvo en el Lasarett el otro día. Ella está embarazada de seis meses y es paciente de Pia Halden. No sabe qué mal le cayó enterarse de que la doctora la había derivado a otro obstetra antes de marcharse del pueblo.

—¿Pia se ha ido de Mora?

—Sí, al parecer fue a pasar una temporada a la casa de su hermana, en Falun. —Hizo una pausa y se quedó pensativa—. Supongo que esa es la razón por la que el teniente anda cabizbajo.

La esposa lo había abandonado. No le sorprendía en lo más mínimo, la pobre había soportado demasiado. Era lógico que terminara dejándolo.

—Es el teléfono de la recepción, está sonando. —Ingrid se levantó de la silla tan rápido como se había sentado y salió de la oficina.

No podía preocuparse por lo que acababa de enterarse. Björn Ulsteen ya estaba en la sala de interrogatorios y no lo haría esperar. Después de conocer los resultados del ADN que confirmaban que Kerstin había estado en la cabaña de Mattias Krantz, la presencia espontánea de su hermano era la segunda buena noticia del día. Cuando salió al pasillo, se topó con la agente Thulin.

—¿La sargento Wallström se ha marchado? —le preguntó.

—No, inspector, está en su oficina. ¿Quiere que le avise?

Dudó un instante.

—No hace falta, yo me encargo. —Prefería interrogar al muchacho solo. Nina, en ese momento, habría sido una distracción.

Perdió unos cuantos minutos buscando la grabadora. Hacía bastante que no usaba la suya y no recordaba dónde la había metido. Finalmente la encontró dentro de uno de los cajones del archivero. Antes de entrar a la sala de interrogatorios fue por una lata de Coca-Cola al expendedor.

Encontró a Björn Ulsteen esperándolo, reclinado contra una de las paredes. El muchacho alzó la cabeza y lo miró con petulancia.

—Supe que estuvieron buscándome. —Fue lo primero que le dijo.

Karl guardó silencio. Puso encima de la mesa la vieja grabadora y la encendió. Dejó el refresco a un lado, luego miró el reloj.

—Son las cinco y veintisiete minutos. Es el inspector Karl Lindberg interrogando a Björn Ulsteen en relación al asesinato de Mattias Krantz.

El joven se acercó, apartó la silla de debajo de la mesa y se sentó con el respaldo hacia adelante. Colocó los brazos encima y sonrió socarronamente.

—¿No querrán endilgarme la muerte de ese hijo de puta, no?

Karl lo miró. Conocía al muchacho desde que se había mudado junto a su familia desde Falun, unos doce o trece años atrás. Le costaba creer que pudiese matar a alguien.

—Tenemos un testigo que afirma que te vio discutir con Mattias unos días antes de su asesinato.

Björn ni siquiera se inmutó.

—¿Qué tienes para decir al respecto?

—Necesitaba mirarlo a la cara y preguntarle por qué hizo lo que hizo.

—¿Lo amenazaste de muerte?

Lo miró. Sus ojos parecían dos dagas afiladas. Había mucho odio en su interior.

—Mi hermana era un ser inocente, dulce y amoroso… ¡y ese maldito bastardo se ensañó con ella como si fuera un animal! —Golpeó la mesa con el puño cerrado.

—Responde a mi pregunta, por favor.

—Sí —reconoció—. Habría acabado con su vida en ese mismo instante, pero el muy cobarde salió huyendo.

Todo lo que le decía lo ponía en el primer puesto de la lista de sospechosos.

—¿Dónde estabas el domingo entre las cuatro y las cinco de la madrugada?

—Durmiendo en casa, como todo el mundo. Supongo que nadie podrá corroborar mi coartada —le respondió con sorna al tiempo que tomaba el refresco y bebía un sorbo—. Pude haberme escabullido en medio de la noche y matar a ese infeliz, pero alguien se me adelantó. Deberían darle una medalla por deshacerse de esa escoria, aunque me habría encantado retorcerle el pescuezo con mis propias manos.

Presentía que mucha gente en el pueblo pensaba igual que él. Mattias Krantz se había ganado el desprecio de todos aun antes de que hubiera pruebas en su contra. La línea investigativa que manejaban señalaba que algún allegado a la niña, en su afán por buscar venganza, había perpetrado el crimen. Björn tenía dos cosas en su contra: la amenaza a la víctima y el haber repetido las mismas palabras que el asesino obligó a escribir a Mattias antes de ultimarlo de un balazo. Sin embargo, la lista de sospechosos podía aumentar considerablemente con el pasar de los días. Por eso, debían comprobar si estaban en lo cierto con respecto a él o descartarlo definitivamente.

—¿Qué hay de lo que dijiste en la iglesia durante el funeral de tu hermana?

Björn guardó silencio. Parecía no entender de qué le hablaba.

—El teniente Stevic me informó que mencionaste las mismas palabras que escribió Mattias en su supuesta nota de suicidio.

—¿Stevic? Ni siquiera lo vi en la iglesia —respondió—. ¿Qué fue lo que dije según él?

—Que Mattias ahora pagaría por sus errores en el infierno.

Lo miró, luego pareció recordar.

—Sí, dije algo similar, pero no fue al teniente Stevic, sino a su hija.

Ahora el confundido era él.

—¿Greta?

Asintió.

—Cuando terminó la ceremonia, se acercó a nosotros para darnos las condolencias —le explicó.

¡Conque había sido Greta! Era insólito que Mikael siguiera cubriendo las locuras de su hija. Ya hablaría con él en otro momento.

—¿Cómo explicas que tus palabras fuesen las mismas que había en la nota que se halló junto al cuerpo de Mattias?

Björn se encogió de hombros.

—No tengo la más puta idea.

Karl lo observó detenidamente. El joven evitaba mirarlo directamente a los ojos, además abría y cerraba las manos involuntariamente. Le estaba mintiendo.

—No creo en las casualidades, muchacho —dijo al tiempo que tamborileaba los dedos encima de la mesa.

—Mire, ya le dije que no tengo nada que ver con el asesinato de Krantz —aseguró. Dejó la lata en el centro de la mesa—. Deberían estar buscando al verdadero culpable y no perder el tiempo conmigo. ¿Puedo irme ya o va a detenerme?

Karl no podía retenerlo, aunque quisiera. Después de que Björn abandonó la sala de interrogatorios, apagó la grabadora y sacó un pañuelo del bolsillo. Con cuidado, tomó la lata de Coca-Cola y salió al pasillo. Apenas puso un pie fuera, se encontró con Mikael, que se dirigía justamente a su oficina.

—Estaba buscándote. —Notó la frustración en su semblante—. Miriam me comentó que el hermano de Kerstin se presentó voluntariamente. ¿Qué tal te fue?

—Negó cualquier participación en el asesinato. Cuando le pregunté sobre lo que había dicho en la iglesia, se puso nervioso y no supo darme ninguna explicación. Obviamente, está mintiendo, y quiero saber por qué. Averigüemos sus movimientos el día del crimen. —Le mostró la lata envuelta en su pañuelo—. Conseguí sus huellas, esperemos estar en lo cierto.

—Les diré a Thulin y Bengtsson que se ocupen.

Karl asintió.

—A propósito… hubo algo en lo que Björn no mintió. Sé que fue Greta la que se acercó a su familia y no tú. ¿Por qué no me lo dijiste?

Mikael tuvo la misma sensación en el estómago que cuando era niño y su padre lo regañaba por alguna travesura.

—¿La verdad?

—Sí.

—Preferí evitar otro conflicto entre ustedes.

Karl frunció el ceño.

—¿Desde cuándo te preocupas por mi relación con Greta?

No supo qué contestarle. Karl le había dejado bien en claro desde el principio que lo quería lejos de su hija.

—Stevic, mantente apartado de Greta —le advirtió—. Eres un hombre casado, no tienes nada que hacer con ella, mucho menos, elucubrar teorías sobre el caso que estamos investigando a mis espaldas.

—Me temo que eso con tu hija es imposible —lo increpó—. Estuvo hoy aquí buscándote y hablamos. —Advirtió que Karl quería interrumpirlo, así que le hizo señas para que lo dejara continuar—. Me contó de su visita a casa de los Ulsteen.

Karl soltó un suspiro.

—¿Te salió con alguna de sus teorías absurdas?

—Se enteró de que Björn ganó un torneo de tiro al blanco hace unos años, además su hermana pequeña le dijo que es un excelente tirador.

—Eso sustentaría nuestras sospechas —dijo olvidándose por un segundo de su irritación.

—No estoy tan seguro… Greta tampoco lo está.

—¿Podrías dejar a mi hija afuera de todo este asunto? —Fue una orden, no un pedido. Sin embargo, no pudo evitar preguntar—: ¿Qué dudas tienen?

Mikael se cruzó de brazos. La tensión en el estómago, lentamente, comenzó a desaparecer.

—Greta dijo algo bastante coherente sobre Björn Ulsteen: es un joven impetuoso y visceral. No tiene ni el carácter, ni la habilidad para tramar un plan de asesinato de esas características. Es más del tipo que usa la fuerza antes que la inteligencia.

Karl concordó a medias.

—Puede ser. Conozco al muchacho, y no se destaca precisamente por su agudeza mental, pero lo que dijo en la iglesia lo compromete seriamente.

—No creo que fuese una casualidad que hubiese dicho exactamente esas palabras en el funeral de su hermana. ¿Y si Björn estuvo en la escena del crimen después de que Mattias fuese asesinado y fue él quien cerró la puerta? —planteó de repente, sorprendiendo al inspector—. Al asesino se le pudo pasar por alto lo de la escopeta en la mano derecha de la víctima porque quizá ignoraba que era zurdo, pero no creo que cometiera el error de cerrar la puerta después de escenificar el suicidio. Mucho menos, dejando su huella dactilar.

Karl sopesó durante un buen rato lo que acababa de plantear el teniente. ¿Sería posible?

—¿Crees que vio la nota en el suelo de la camioneta y por eso repitió las mismas palabras más tarde?

Stevic asintió.

—Si el hermano de Kerstin no es el asesino… ¿entonces quién? —Miró el vaso que contenía la huella de Björn Ulsteen. Si comprobaban que era la misma que habían hallado en la nota y en la puerta de la camioneta, la hipótesis del teniente de que el muchacho había estado presente en la escena del crimen cobraba más fuerza, aunque los dejaba con más dudas que certezas.

—Veamos qué resultados arroja la pericia de la huella primero. Si es del hermano de Kerstin, lo traeremos y volveremos a interrogarlo.

—¿Han encontrado algo en la propiedad de Krantz? —quiso saber Karl. Rápidamente, su mirada se desvió hacia la sargento, quien se les unió en el pasillo.

—No encontramos el arma homicida, tampoco el calcetín.

—Con respecto al calcetín, seguimos creyendo que se lo llevó como un trofeo, pero no podemos descartar que Kerstin lo haya perdido en algún momento mientras estuvo cautiva —manifestó el inspector.

Mikael lo dudaba.

—El allanamiento igualmente fue bastante productivo. Mattias había estado filmando a Kerstin antes de su secuestro. Confiscamos la videocámara y unas cuantas cintas que Bengtsson está revisando ahora.

—¿Algo más?

—Sí. Hemos encontrado en su ordenador la punta del ovillo que nos puede llevar a un asunto mucho más grande de lo que pensábamos.

Tanto Karl como Nina fruncieron el ceño.

—¿De qué hablas? —preguntó la sargento.

—Mattias pertenecía a una red de pedófilos que se ocultaba tras la fachada de un club de cacería on-line —les informó para asombro de ambos.

Realmente no se lo esperaban. Si bien la motivación detrás del homicidio de Kerstin Ulsteen había sido sexual, creían que era obra de un pervertido solitario como Mattias Krantz. Ahora se enfrentaban a una posibilidad inquietante: si había una red de pedofilia relacionada con la muerte de la niña, era probable que hubiese más personas involucradas. No eran versados en el tema, sin embargo, era sabido por todos que los pedófilos muchas veces compartían sus proezas en la red, lo que podría significar que hubiese no solo cómplices, sino testigos del crimen.

—Llamaré a Estocolmo —les anunció Karl—. Necesitamos a un experto en el tema. Conozco al mejor y sé que no se negará a ayudarnos. —Se dirigió a su oficina para ponerse de inmediato en contacto con la capital.

Nina se ofreció a llevar la lata de Coca-Cola al laboratorio, y Mikael decidió regresar con Peter para ayudarlo con los videos que habían secuestrado en el apartamento de Mattias.

* * *

Greta estaba atendiendo a una clienta cuando divisó a Evert Gordon entrando a Némesis. Esperó ver a Hanna con él, pero la rubia no apareció. Él la saludó agitando la mano y se puso a hojear uno de los libros que estaba expuesto en la mesa de ofertas. Despidió a la mujer y fue hasta el mostrador para hacer un par de registros en el ordenador. Observó de reojo al amigo de Hanna, que parecía bastante concentrado en su lectura. No había nadie más en la librería. Lasse estaba en el depósito y, con todo el trabajo acumulado que tenía, no saldría de allí en un buen rato. Evert se acercó a ella con el libro en la mano.

—¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Estaba aburrido en casa y decidí salir a tomar algunas fotos —le dijo enseñándole la cámara que le colgaba del cuello—. Luego recordé que Hanna me había dicho que tenías una librería en el centro, y me dieron ganas de conocerla. Es maravilloso lo que tienes aquí: un paraíso para cualquier fanático del género. Supongo que es la clase de libros que te gusta leer a ti, ¿no?

Greta sonrió. Al menos en esta ocasión no apestaba a Calvin Klein Crave.

—Sí, las novelas de misterio son mis favoritas. Trabajé aquí durante dos años cuando era adolescente y cuando regresé a vivir a Mora, hace seis meses, surgió la posibilidad de quedarme con ella. Le tengo mucho aprecio a estas paredes —confesó al tiempo que sus ojos azules recorrían con orgullo la librería.

—Supongo que lo de la afición por las novelas detectivescas se debe a que eres la hija de un policía. Hanna me contó que tu padre es el inspector Lindberg —le aclaró al ver la expresión de asombro en el rostro de Greta.

—No lo sé. Tal vez sí. Fue mi madre quien me enseñó a amar a los libros. Una noche, hurgando en su biblioteca, encontré una novela de Agatha Christie. Me enamoré de miss Marple y Saint Mary Mead, porque se asemejaba a Mora en muchos aspectos. Ya sabes, un pueblo pequeño en donde todos se conocen y en donde es imposible mantener un secreto.

Evert sonrió.

—¿Tienes tú algún secreto?

—¿Quién no los tiene? —retrucó.

—Es cierto. —Comenzó a caminar por los pasillos y Greta lo siguió—. Es un lugar muy acogedor. Me gusta la ambientación que le has dado, con las luces atenuadas y los sillones Chesterfield en aquel rincón para que los clientes disfruten de la lectura. Me gustaría tomar algunas fotos, si no te molesta.

—No, claro que no.

—¿Sabes? Creo que luego se las mostraré a mi editor en el Expressen. ¿Te imaginas ver a Némesis en uno de los artículos del suplemento cultural?

Le sorprendió su propuesta, aunque también le tentaba la idea de poder mostrar su negocio a nivel nacional. Después de que el Club de Lectura se tomara un receso, había pensado en ocupar su tiempo libre en la promoción de la librería. Incluso había pensado pedirle ayuda a Hanna. Cuando trajo a su mente el nombre de su amiga, la asaltó la duda. ¿Qué pensaría Hanna de la propuesta de Evert? ¿Se sentiría celosa de que otro fotógrafo ocupara su puesto? Tales planteamientos la hicieron dudar, sin embargo, cuando vio con qué entusiasmo él tomaba las fotos, no se atrevió a decirle que no. Después hablaría con su amiga y se lo explicaría.

Entraron dos muchachas jóvenes y se fue para atenderlas, dejando a Evert en la sección de lectura. Cuando se fueron, él todavía seguía en lo suyo. Miró el reloj, ya era hora de cerrar. Se acercó. El fotógrafo estaba tan concentrado, que no la vio. De repente se volteó y sorprendió a Greta tomándole una fotografía. Ella alzó ambas manos para cubrirse el rostro, pero era demasiado tarde.

—La orgullosa propietaria de Némesis también merece salir en el artículo —explicó tranquilamente, justificando su atrevimiento.

Ella no dijo nada, en cambio, observó su aspecto. Llevaba una camisa de gamuza marrón y pantalones vaqueros. Ni siquiera se había maquillado, porque no solía hacerlo cuando se trataba de atender la librería. No estaba conforme con que la «orgullosa propietaria de Némesis» saliera vestida de esa manera en el suplemento cultural del Expressen.

—Si querías una foto mía, me podrías haber avisado para producirme un poco —lo increpó.

—¿Producirte? ¿Para qué? Si así estás perfecta. —Se colgó la cámara al cuello y la miró fijo.

Greta ya no estaba molesta, más bien, incómoda.

—Es la hora de cerrar. —Le dio rápidamente la espalda y se dirigió hacia el mostrador.

—¿Tienes planes para esta noche? —preguntó de pronto, descolocando a la pelirroja.

—En realidad, sí. Mi primo se queda a cenar hoy conmigo. El pobre ha estado toda la tarde trabajando en el depósito…

—Qué pena, me habría gustado invitarte, aunque sea, a tomar un café —la interrumpió.

—¿Por qué no llamas a Hanna y la invitas a ella? Seguramente estará encantada de salir contigo.

Se le borró la sonrisa de la cara. Fue evidente que no le gustó lo que le dijo. Por suerte, el teléfono sonó y sirvió de excusa para despedirse de él.

—Némesis, buenas tardes.

—Greta, necesito que me hagas un favor.

—Hola, papá. ¿Qué quieres? —Le costó disimular que le molestaba que no la hubiese saludado más cariñosamente. Ella se había acercado hasta la comisaría para hacer las paces con él, pero parecía que seguía enfadado por el incidente de esa mañana.

—¿Podrías ir mañana a la estación de trenes a buscar a Niklas Kellander?

A Greta le sonó el nombre, pero no sabía de quién le estaba hablando.

—¿Niklas Kellander?

—Sí, viene desde Estocolmo para ayudarnos con el caso. Su padre fue compañero mío cuando todavía era un agente. Emigraron de Mora hace más de veinte años y ahora Niklas trabaja para la policía de Estocolmo. Tanto tú como él eran muy pequeños cuando su familia se mudó, por eso no te acuerdas —manifestó Karl.

Greta conocía a la mayoría de los policías que habían trabajado con su padre, seguramente se lo había mencionado alguna vez, solo que no se acordaba.

—¿No puede ir nadie más por él?

Karl se tomó unos segundos para responderle.

—Estamos hasta el cuello con el caso, es un favor que te pido… A su padre le gustaría que yo mismo lo recibiera, pero no puedo.

—Okey, yo iré —dijo por fin, resignada a cumplir con su voluntad.

—Llega mañana en el tren de las nueve. Me gustaría que se instalara primero y que luego viniera a la comisaría.

Le estaba pidiendo demasiado.

—Tal vez la señora Schmidt tenga una vacante en su hostal.

—Le preguntaré.

—Gracias, cielo. Sabía que podía contar contigo.

Sonrió. Si la llamaba «cielo», era porque la había perdonado.

Cuando terminó de hablar, Lasse salió del depósito. Se recostó en el mostrador y alzó las cejas en un gesto inquisidor.

—Escuché hace un rato que le decías a alguien que esta noche me quedo a cenar contigo. Sabes que hoy es martes y me reúno con mis amigos.

Greta le sonrió.

—Una pequeña mentira que no le hará mal a nadie.

Lasse se volteó y miró hacia la puerta.

—¿Quién era ese tipo?

—Un amigo de Hanna.

—¡Ah! Comprendo… Entonces mentiste por el bien de tu amiga.

Greta asintió. Nunca había tenido problemas con Hanna por culpa de un hombre, no pensaba tenerlos ahora.

Después de que su primo se marchó, cerró Némesis y buscó algo para leer. Acababa de terminar El estrangulador de Hyde Park y quería seguir con algo distinto. Hurgó entre los libros que acababan de recibir y encontró justo lo que buscaba. La chica del sobretodo verde de Laura Lippman. La portada la atrajo de inmediato y, sin mirar siquiera la sinopsis, subió corriendo las escaleras.

Pasaría otra noche leyendo hasta las tantas.