CAPÍTULO 11

Peter Bengtsson oteó por encima de las gafas al teniente Stevic, que atravesaba el pasillo hacia él. Estiró el brazo y le hizo señas para que se acercara.

—Acabo de estar en Ryssa. Interrogué a los compañeros de Mattias y descubrí que el día posterior al hallazgo del cuerpo de Kerstin no se presentó a trabajar. Le dijo a su jefe que no se sentía bien. Otro punto a nuestro favor. —Se sentó en uno de los extremos del escritorio—. ¿Alguna novedad, chico?

El agente no pudo disimular que le molestaba que lo llamara de esa manera, sin embargo, Mikael pareció no darse cuenta.

—El móvil de Mattias no se ha activado desde el momento de su muerte. Seguramente el asesino se encargó de destruirlo.

—¿Qué te dijeron los de la compañía telefónica?

—Nos enviaron los registros por fax a regañadientes, me exigían una orden del juez, pero finalmente terminaron cediendo —le informó con cierta soberbia—. He rastreado las llamadas. Solo había tres números en la lista: descarté dos de ellos porque pertenecen a los padres y al local de Ryssa donde trabajaba. El tercer número es de alguien a quien Mattias llamó repetidamente hasta pocas horas antes de su muerte. Lo investigué, pero es un teléfono desechable y es imposible dar con el dueño. Rastreé el móvil de Mattias para conocer sus movimientos desde el momento en el que Kerstin fue raptada. —Volteó el monitor del ordenador hacia él.

Mikael leyó las fechas en la pantalla. Una, remarcada en rojo, captó su atención de inmediato: 25 de abril.

—Ese día, su teléfono se activó muy cerca de la cabaña donde creemos que estuvo Kerstin secuestrada.

El teniente sonrió. El dato era revelador.

—¿Encontraste algo más?

—Las triangulaciones señalan que durante todo ese tiempo se movió dentro de un radio de treinta kilómetros.

—No se alejó demasiado —apuntó Mikael—. Entonces, ¿dónde estuvo oculto cuando huyó con la camioneta de su padre?

—La última actividad de su teléfono se registró la noche antes del homicidio. Llamó al número desconocido dos veces. Después de eso, no hubo más nada. Ni una llamada, tampoco un mensaje de texto.

Mikael hizo un gesto de fastidio. Otro misterio más que se agregaba a la lista. ¿Con quién había hablado Mattias momentos antes de su muerte?

—Necesito que vengas conmigo al apartamento de Mattias y te metas en su ordenador. Tal vez tengamos más suerte allí. Su compañero dijo que tiene una contraseña. —Se levantó del escritorio—. Supongo que eso es pan comido para ti. —Si había alguien que podía vulnerar cualquier sistema, ese era Peter Bengtsson o Cerebrito, como lo apodaban.

El muchacho sonrió complacido. Siempre era bueno demostrar cuánto valía, sobre todo cuando quería ganarse un lugar dentro de las fuerzas y ascender en su cargo. En ese momento, apareció Miriam y se les acercó. De inmediato, Stevic notó la reacción de Peter.

—¿No han regresado aún el inspector Lindberg y la sargento Wallström de la casa de los Ulsteen? —les preguntó al tiempo que se pasaba la mano por el cuello para aliviar un poco la contractura después de haber estado más de dos horas sentada frente al ordenador.

—No —respondió Peter sin poder apartar los ojos de su compañera. Ella, en cambio, de inmediato se enfocó en el teniente Stevic.

Mikael se sintió algo incómodo, no tanto por la atención que le prodigaba la agente Thulin, sino por la mirada fulminante que le lanzó Bengtsson apenas ella comenzó a hablar con él.

La interrumpió y se dirigió al agente.

—¿Estás listo?

Peter tomó la chaqueta que colgaba del respaldo de la silla y buscó un pendrive en el cajón del escritorio.

—Cuando volvía de Ryssa, hablé con Simon Dahlin. Está trabajando en el taller, pero me dijo que encontraríamos la llave de repuesto debajo de la maceta junto a la puerta. —Giró sobre los talones cuando notó que Peter miraba a alguien por encima de su hombro. Se le dibujó una sonrisa en los labios al descubrir que se trataba de Greta.

—Greta, ¿cómo estás? No esperaba verte por aquí. —Miró el reloj—. ¿No deberías estar en la librería a esta hora?

—Lasse se las apaña bastante bien sin mí. ¿Está papá? —Se sorprendió gratamente con su nuevo look. Si bien la barba incipiente que llevaba la última vez que lo había visto le daba cierto aire de rebeldía, le gustaba mucho más así, con el rostro despejado y el cabello recortado prolijamente.

Peter observó como Stevic le sonreía a la hija del inspector Lindberg. Entonces era cierto lo que había oído acerca del interés del teniente por la pelirroja. Bastaba ver cómo se la quedaba mirando para confirmar los rumores que circulaban por los pasillos de la comisaría.

—No ha llegado aún. ¿Lo necesitabas para algo en particular? —insistió en saber Mikael. Lentamente ambos se alejaron en dirección a las oficinas, y dejaron a los dos agentes jóvenes esperando.

—En realidad, venía a hacer las paces con él. —Se detuvieron frente al despacho de Karl.

—¿Qué has hecho esta vez? —El teniente se recostó sobre la pared y cruzó una pierna delante de la otra. No se iría sin escucharla. Sabía reconocer cuándo ella se mordía la lengua por contarle algo.

—Acabo de estar en casa de los Ulsteen.

Mikael se pasó la mano por el mentón. Empezaba a comprender toda la situación.

—Karl y Nina también fueron hasta allí.

—Tuve la mala suerte de toparme con ellos. —Hizo una mueca con los labios y logró arrancarle al teniente una sonrisa—. Qué raro que no hayan llegado aún.

—No deben de tardar. A no ser que se hayan ido a almorzar de nuevo. —Se detuvo de repente. Por la expresión de sorpresa en el rostro de Greta, supo que habría sido mejor mantener la boca cerrada.

Ella se cruzó de brazos y lo fulminó con la mirada.

—¿Papá y Nina se han estado viendo?

—Yo no dije eso —respondió, tratando de arreglar lo que había hecho.

—Mikael… —dijo su nombre a modo de amonestación mientras que, con el pie izquierdo, daba unos golpecitos en el suelo.

Él la contempló por un instante. Se habría quedado haciéndolo toda la tarde.

—Sé que ayer Nina invitó a almorzar a tu padre. Es cerca de la una y no han llegado, no es raro pensar que podrían haber repetido el plan.

Greta dejó de mover el pie. Lanzó un suspiro y se apoyó en la puerta del despacho con los brazos hacia atrás. Permaneció meditabunda unos cuantos segundos.

—¿Aún te molesta que pueda surgir algo entre ellos? —quiso saber el teniente.

Se encogió de hombros, pues ignoraba la respuesta a su pregunta. Le agradaba la sargento Wallström, sin embargo, aún seguía resistiéndose a la idea de que su padre y ella terminaran juntos. Tanto su tía Ebba como Hanna la tildaban de egoísta cuando les planteaba lo que sentía respecto de la posibilidad de que su padre rehiciera su vida amorosa. ¿Egoísta? Tal vez lo era.

—¿No vas a decirme por qué fuiste a ver a los Ulsteen? —Mikael cambió rápidamente de tema.

Greta agradeció que lo hubiese hecho, aunque, al mismo tiempo, le asustaba la capacidad que tenía de adivinar lo que pasaba por su mente. Parecía que él siempre sabía qué hacer o decir para hacerla sentir mejor.

—Cuando llegué, me pareció oír que tú y el agente Bengtsson iban de salida.

—Sí, íbamos a registrar el apartamento de Mattias, pero eso puede esperar. —Pasó por delante de ella y se encaminó hacia el despacho—. Ven, aquí estaremos más tranquilos.

Entraron sin percatarse de que tanto Peter como Miriam los observaban desde lejos.

La instó a sentarse, pero ella prefirió quedarse de pie.

—¿Y bien?

Él se quedó junto a la puerta, mirándola con impaciencia.

—Fui a llevarle unos libros al tío de Kerstin —dijo por fin.

Le sonó a excusa. Lo de los libros no era más que un ardid de los suyos para meterse, una vez más, en medio de la investigación. No sabía si regañarla o elogiarla por su astucia. Dejaría el regaño para su padre, él se limitaría a escucharla.

—¿Martin Ulsteen?

Greta asintió.

—Es cliente asiduo de la librería. No me costaba nada acercarme hasta su casa —le explicó.

Mikael sonrió.

—Supongo que no.

Greta no percibió un tono burlón en sus palabras, más bien, descubrió complicidad.

—Hablé con él. Está muy afectado por lo ocurrido con su sobrina. —Obvió comentarle que había llegado a pensar que Martin Ulsteen podría ser un asesino escondido bajo la piel de un hombre tranquilo e inofensivo. Prefirió guardarse aquella impresión de lectora voraz de novelas de misterio para evitar que se riera de ella.

—¿Viste a Björn, el hermano de Kerstin?

—No, creo que no estaba en la casa.

—Nina y Karl iban a interrogarlo. Les comenté lo que me dijiste al salir de la iglesia. Por ahora, manejamos la hipótesis de la venganza.

—¿Le dijiste a papá que fui yo quien te lo comentó?

Negó con un ligero movimiento de cabeza. Una sonrisa se dibujó en los labios de Greta. ¡Es tan bella cuando sonríe!, pensó.

—Gracias —le dijo bajando el tono de voz.

Se miraron a los ojos. Ninguno dijo nada por un buen rato. De repente, Greta sintió que el despacho se hacía pequeño. Comenzó a pasearse inquieta. Fue hasta la ventana y observó hacia la calle. Podía sentir los ojos de él clavados en su nuca.

Mikael se acercó por detrás. Percibió la tensión en ella. Suspiró hondamente. Lo que más deseaba era tomarla entre sus brazos y besarla. Pero no lo hizo; en cambio, preguntó:

—¿No vas a lanzar tu propia hipótesis de lo que sucedió?

Greta no tenía ninguna teoría todavía; lo que le rondaba en la cabeza era tan solo una idea, y se moría de ganas de compartirla con él.

—Hay algo que vi en la habitación de Kerstin que me llamó la atención.

Mikael no iba a preguntarle cómo había conseguido meterse en el cuarto de la niña. Conocía las mañas de Greta de sobra.

—¿Qué es? Nosotros la hemos registrado de arriba abajo y no hallamos nada.

—Porque no es algo que relacione a Kerstin con Mattias —le explicó.

Él la instó a que prosiguiera.

—Encontré un trofeo que Björn ganó hace unos años en un torneo de tiro al blanco. Jenny me dijo que su hermano era un excelente tirador. Tal vez no signifique nada…

—O puede significar mucho —adujo el teniente—. Simon nos dijo que unos días antes de que Mattias fuese asesinado, tuvo un encontronazo con Björn Ulsteen. Tenía un motivo y un móvil, solo debemos averiguar si también tuvo la oportunidad de cometer el asesinato.

—¿Crees que hizo justicia por mano propia? Si bien es cierto que todo el mundo condenó a Mattias como el asesino de su hermana, aún no se pudo probar que en realidad haya sido él —aseveró.

—¿Dudas de su culpabilidad?

—¿Y tú? —le retrucó.

—No. Estoy seguro de que Krantz raptó, violó y asesinó a Kerstin Ulsteen.

—¿Hay alguna evidencia física en su contra? —quiso saber.

—Estamos esperando los resultados de unas manchas de sangre que se encontraron en la cabaña del bosque.

—¿La que se incendió?

—Sí.

—¿Y si no son de Kerstin?

Mikael no se había detenido a pensar en esa posibilidad.

—Lo sabremos pronto —respondió. Le inquietaba que Greta lo hiciera dudar.

—¿Han descubierto quién incendió la cabaña? Es obvio que buscaban borrar rastros.

—O cubrir a alguien.

Greta frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Sabemos que no fue Mattias, porque ya estaba muerto. Hablé con su padre y sigue sosteniendo su inocencia. Él pudo querer cubrir a su hijo hasta el último momento, además… ¿Quién otro tendría motivos para quemar el lugar? —Esperó a ver si Greta le daba una respuesta.

—Su asesino —contestó ella por fin.

Lo que le dijo lo desconcertó por completo.

—Si Björn fue quien asesinó a Mattias para vengar la muerte de su hermana, ¿qué razón tendría para…? —Se detuvo cuando se dio cuenta de lo que estaba tratando de decirle Greta.

—Conozco a Björn. Es un muchacho de carácter fuerte y arrebatado, pero no se destaca por su inteligencia. Me cuesta creer que hubiese escenificado la muerte de Mattias para hacerla pasar por un suicidio. Él es más bien la clase de hombre que actuaría en un arranque de violencia. —Lo observó. Notó la expresión de confusión en su rostro—. ¿Te parece descabellado, no?

—A estas alturas jamás subestimaría una teoría tuya. —Conocía y admiraba su poder de deducción como para descartar cualquier idea que surgiera de su cabeza—. Pero plantear en esta instancia de la investigación que alguien más pudo haber asesinado a Mattias es algo arriesgado. Nuestro primer paso es saber si alguien cercano a Kerstin pudo haber cometido el crimen por venganza. Tenemos una huella en la supuesta nota de suicidio y en la puerta de la camioneta; no nos costará nada probar si le pertenece a Ulsteen o no.

—¿Sospechan solo de Björn?

Mikael percibió de inmediato la duda en sus gestos. Una vez más, Greta volvía a la carga.

—Sabré más cuando Karl y Nina vuelvan, pero, por ahora, los indicios nos conducen hacia él. —Tenía que preguntárselo—. ¿Sospechas tú de alguien más?

Ella no dijo nada.

—Vamos, suéltalo —la exhortó.

—El tío de Kerstin. —Observó su reacción, luego prosiguió—. Es un hombre algo extraño y sombrío. Lee mucho sobre crímenes, tanto ficticios como reales. Desde Hammett hasta Mankell. Es un apasionado del género y no me extrañaría nada que conociese el mundo de la ciencia forense al dedillo.

Mikael la interrumpió.

—Eso no lo convierte en sospechoso. Muchas personas son aficionadas al género policial y no por eso andan cometiendo asesinatos a diestra y siniestra —añadió, echándose a reír porque ella prácticamente se estaba describiendo a sí misma.

Greta lo miró desconcertada, pero, cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, terminó riéndose con él. El teléfono puso fin a aquel instante de relax. Mikael rodeó el escritorio.

—Stevic.

Greta lo observó atentamente mientras él escuchaba con atención a su interlocutor. Trató de adivinar según sus gestos con quién estaba hablando. ¿Sería la tal Sofie quien lo llamaba? ¿Habría vuelto a las andadas nuevamente y estaría engañando a su esposa? Preguntas que bombardearon su cabeza hasta que él nombró al doctor Grahn. Solo entonces, expiró lentamente, soltando el aire contenido en los pulmones.

Una sonrisa de satisfacción iluminó el rostro del teniente después de cortar. Acto seguido, se puso de pie y se acercó a ella. La miró directamente a los ojos.

—¿Buenas noticias? —preguntó Greta, apabullada una vez más por su proximidad.

—Las mejores. Era Frederic. Ya tiene los resultados de las muestras de sangre recolectadas en la cabaña. —Hizo una pausa para aumentar el suspenso—. Pertenecen a Kerstin.

Rápidamente, ella se contagió de su optimismo.

—Entonces, tenías razón. Fue Mattias quien la asesinó.

—Lo supimos todo el tiempo, solo teníamos que probarlo… ahora por fin podremos hacerlo. —Aquel descubrimiento era, sin dudas, el más significativo desde que se había iniciado la investigación. No supo si era por la tensión acumulada durante los últimos días, pero sintió unas ganas incontrolables de abrazarla y compartir con ella su alegría. Esta vez, no se reprimió. Sorpresivamente, la tomó por la cintura y la envolvió en sus brazos. La diferencia de estatura entre ellos era bastante notoria, y los pies de Greta colgaban a unos pocos centímetros del suelo. Como pudo lo rodeó con sus propios brazos y se dejó llevar por la algarabía del momento. Tardaron en separarse. Fue ella quien dio el primer paso cuando se dio cuenta de que el abrazo podía, en cualquier momento, convertirse en algo más.

—Será mejor que me vaya. No puedo quedarme a esperar a papá. ¿Le dices que vine a buscarlo? —Habló atropelladamente.

—Salgo contigo. —Tomó las llaves del auto y la siguió a través del pasillo donde lo esperaba el agente Bengtsson.

Greta se despidió de ambos con una sonrisa y huyó casi despavorida de la comisaría.

* * *

El viaje hasta Beach Trip se hizo en absoluto silencio. Parecía que tanto el teniente Stevic como el agente Bengtsson tenían mucho en qué pensar. Se adentraron en Täppvägen y Mikael estacionó el Volvo frente al apartamento.

Atravesaron raudamente el patio frontal hasta el porche. Sabían que Simon Dahlin no se encontraba, así que Peter buscó la llave que estaba debajo de la maceta y, tras la anuencia del teniente, procedió a abrir la puerta.

El apartamento estaba a oscuras. Mikael encontró el interruptor de la luz y la encendió. La sala y el comedor compartían el mismo ambiente. En el fondo había dos puertas, ambas estaban cerradas. Hacia allí se dirigieron. Abrieron la que estaba a la izquierda; de inmediato se dieron cuenta de que era la de Mattias. Simon no había exagerado cuando había dicho que el muchacho era limpio y ordenado. La cama estaba hecha y parecía que no había dormido nadie en varios días. Una pintura representando una típica escena de cacería en la campiña inglesa colgaba encima de la cabecera. Junto a la ventana había un sillón y, encima de él, una manta perfectamente doblada. Del otro lado, había un armario blanco empotrado en la pared y, por último, el escritorio donde estaba el ordenador.

—Es todo tuyo.

Peter se sentó y lo encendió. Mientras, Mikael se dedicó al armario. Estaba cerrado. Forzó la manija, pero fue inútil. Se puso en puntillas de pie y pasó la mano por la parte de arriba. Era el sitio más lógico para esconder la llave, pero no la halló. Recorrió la habitación con la mirada. En algún lado debía de estar. Hurgó dentro de la mesita de noche, retiró los cajones para revisar si había algún fondo falso, pero no tuvo suerte. Solo había unos cuantos comics.

—No va a ser sencillo entrar —le avisó Peter, que ya había puesto a funcionar el software para que desbloqueara el acceso al ordenador—. La contraseña está protegida por un complejo sistema binario.

—¿Podrás hacerlo? —preguntó Mikael acercándose para observar cómo una infinita cantidad de números que parecían hormigas verdes se movían rápidamente de abajo hacia arriba por la pantalla del ordenador.

—Sí, solo que no sé cuánto pueda tardar.

—No te preocupes por eso, tú solo haz tu trabajo. —Le dio una palmadita en el hombro en señal de ánimo. Luego regresó a lo suyo. Fue hasta donde estaba el sillón y abrió la manta, esperando que la llave cayera al suelo. Nada. Retiró los cojines, revolvió todo, pero tampoco estaba allí. Le quedaba por revisar la cama y el escritorio. Apartó la colcha y las sábanas, luego movió el colchón. Al hacerlo, una pequeña bolsa de cuero negro cayó al suelo. Se arrodilló y la recogió de debajo de la cama. Por fin había encontrado la maldita llave. Sin perder tiempo, volvió hacia el armario y lo abrió. Había algo de ropa colgando de las perchas. Debajo, encontró un par de zapatos de vestir y unos borceguíes nuevos. En la parte superior, casi en el borde, había tres cajas acomodadas una al lado de la otra. Tenía la esperanza de hallar la navaja que, creían, había usado para apuñalar a Kerstin y el calcetín extraviado. Las bajó: estaban vacías. Parecía que habían sido puestas allí para ocultar algo. Estiró los brazos y tanteó la parte más alejada del estante. Entonces tropezó con algo. Con sumo cuidado, tomó el objeto y lo sacó. Era una videocámara. Revisó el compartimiento donde iba la cinta. Sonrió al descubrir que había una en su interior. La encendió. Tardó tan solo unos segundos en reconocer el lugar. Era el parque que estaba cerca de la casa de Kerstin. El zoom se enfocó entonces en la única niña que se mecía en una de las hamacas.

Era ella: el maldito la había estado filmando.

—¡Bingo!

Estaba tan concentrado viendo la película, que el grito de Peter casi le hace dar un respingo.

—¿La tienes?

—Sí. Ahora solo es cuestión de saber buscar. —Alzó la vista y lo miró—. ¿Qué encontraste?

Mikael pausó la cinta, dejando el rostro de Kerstin congelado en la pequeña pantalla y se la mostró.

—Ya no hay lugar para las dudas —comentó el agente—. Krantz estaba metido hasta el cuello.

—Hemos resuelto la mitad del enigma. Sin embargo, me temo que es solo la punta del iceberg —aseveró Stevic—. El arma homicida no aparece, tampoco el calcetín de Kerstin. Dudo de que se haya deshecho de ambas cosas. La navaja era un regalo de su padre y si, como suponemos, se llevó el calcetín como un trofeo, seguramente lo guardó para revivir una y otra vez lo que le hizo a su víctima.

Bengtsson concordó con él, luego volvió la vista a la pantalla. Descubrió que apenas había un par de carpetas que contenían documentos relacionados con su trabajo. Revisó más a fondo el disco duro, sin embargo no halló nada comprometedor: solo archivos de música y fotos de cacería. Mikael, a sus espaldas, observaba todo atentamente.

—Busca en su historial de internet —le sugirió—. Su padre dijo que Mattias se había inscripto en un club de caza on-line.

Peter abrió el navegador, esperando que Mattias no hubiese eliminado el historial.

—¡Mierda!

—¿Qué sucede?

—Todo el historial está borrado. Parece que se borraba automáticamente después de cada sesión.

—¿Puedes hacer algo?

—Sí, la forma más rápida y sencilla es restaurar el sistema y mirar en el registro, que es donde se almacena el historial. Si lo restauro a un estado anterior, podremos recuperarlo —le explicó a sabiendas de que todo aquello era chino puro para el teniente. Unos pocos minutos después, Cerebrito ingresó un par de fechas en el buscador para poder ver qué sitios visitaba Mattias, al menos, unos tres meses antes de su muerte.

Había una treintena de direcciones distintas, pero, cuando las revisó a fondo, descubrió que todas estaban enlazadas a un único sitio web.

La página se llamaba Cazadores Virtuales, y el nombre de Mattias aparecía en la esquina superior derecha, como uno de sus miembros.

Había al menos veinte pestañas que conducían a otras páginas. Peter empezó a buscar en cada una de ellas. Nada fuera de lo normal: había mapas de la zona, recomendaciones sobre cuáles eran las mejores armas para cazar conejos y cuáles eran las apropiadas para la cacería de alces. En una sección había fotografías de los cazadores mostrando con orgullo sus presas. Buscó alguna imagen de Mattias, pero no había ninguna. Había una pestaña titulada «Trofeos», cuando le hizo clic se abrió una ventana nueva.

Les bastó un segundo para darse cuenta de que Cazadores Virtuales era solo la tapadera de algo más siniestro.

En la página de inicio, la foto de un niño semidesnudo con una venda en los ojos les abrió las puertas a un mundo oscuro y perverso.