CAPÍTULO 9
Mikael llegó a la comisaría un poco más tarde de lo previsto, pero la tardanza había valido la pena. Después de dormir toda la noche de un tirón, se había levantado de muy buen humor, se había rasurado la barba de días que llevaba y hasta había pasado por el coiffeur para cortarse el cabello.
La primera que celebró su renovado aspecto fue su compañera.
—Por fin ha vuelto el guapo e irresistible teniente Stevic —le dijo no bien entró en su oficina cargando dos tazas de café. Le ofreció una y se bebió la suya de pie—. ¿A qué se debe el cambio?
—Supongo que estaba harto de los comentarios de Karl —respondió encogiéndose de hombros. Se mesó el pelo y entonces se dio cuenta de que ahora lo llevaba mucho más corto.
Nina se acercó hasta el escritorio y dejó la taza de café encima.
—Muchas veces, conservar una buena apariencia ayuda a sentirse mejor por dentro.
Mikael se echó a reír.
—¿Filosofando a estas horas de la mañana, Wallström?
—¿Acaso no es verdad? ¿No te sientes mejor ahora que te has quitado esa horrible barba y te has cortado el cabello?
—Y no olvides mencionar que dormí toda la noche como un lirón…
—Se te nota más relajado, hasta tranquilo, diría yo. —Hizo una pausa, se sentó en la orilla del escritorio y agregó—: ¿Tendrá que ver ese cambio con alguien en particular?
Huyendo de la mirada inquisidora de su compañera, Stevic comenzó a hojear unos papeles que tenía frente a él.
Como no le respondió, la sargento Wallström, insistió.
—Es inútil que lo niegues. Ayer me di cuenta de que volviste a solapar a Greta delante de su padre. ¿Fue ella la que habló con Björn Ulsteen y no tú, verdad?
No tenía caso negarlo.
—Así es. Me encontré con Greta por casualidad después del funeral de Kerstin y me comentó lo que le había dicho su hermano.
Lo conocía lo suficiente como para no creer que se había encontrado con ella por pura casualidad, igualmente, no dijo nada al respecto.
Miró su reloj.
—En menos de una hora sabremos si lo que Greta te ha dicho sirve de algo o no.
—Ayer hemos planteado la posibilidad que el asesino de Mattias sea alguien relacionado con la niña. No es descabellado pensar que lo mataron para vengar su muerte.
—No, no lo es —coincidió Nina—. Tal vez Simon Dahlin nos ayude con eso. Convivía con Mattias y, aunque parecían no llevarse muy bien, según sus padres, pudo enterarse de algo. Si, efectivamente, su homicidio se debió a una venganza, el asesino tuvo dos semanas para planearlo todo.
—Tuvo que vigilar a Mattias y seguir cada uno de sus pasos. Es muy probable que Dahlin no solo escuchara alguna cosa: pudo ver a alguien merodeando por los alrededores. —Ordenó los papeles que ni siquiera había leído y se puso de pie—. Lo interrogaré ahora mismo, a ver qué puedo sacarle.
—Voy contigo mientras espero a Karl.
—¿No ha llegado aún?
La sargento negó con la cabeza. En el pasillo, se cruzaron con Miriam Thulin, la muchacha saludó al teniente por su nombre y le regaló una sonrisa.
—No dejas títere con cabeza.
Mikael miró a su compañera con las cejas alzadas.
—¿Quién? ¿Miriam? ¡Pero si es una niña!
—Eso nunca te ha detenido —comentó—. Si no recuerdo mal el año pasado te enredaste con la hija de uno de los gerentes de ICA. ¿Cuántos años tenía? ¿Veintiuno, veintidós?
No iba a renegar de sus actos. Si había alguien que conociera vida y obra de sus vaivenes amorosos, esa era precisamente Nina Wallström.
—Eso era antes…
—¿Antes de qué? —quiso saber, presa de la curiosidad.
Pero se quedó con las ganas ya que en ese momento, Simon Dahlin era trasladado a la sala de interrogatorios y cuando se dio cuenta, el teniente se le había escabullido. Entró a la pequeña oficina, anexada al lugar donde se llevaban a cabo los interrogatorios y esperó.
Mikael entró, dejó la grabadora sobre la mesa y antes de sentarse se quitó la chaqueta.
Simon seguía cada uno de sus movimientos.
—¿No se supone que tengo derecho a un abogado? —dijo con desdén.
El teniente lo miró.
—Estás aquí porque quiero hacerte unas preguntas, no eres sospechoso de nada… aún —le aclaró. Puso la grabadora entre medio de los dos y la encendió—. Son las ocho y diez minutos, es el teniente Stevic interrogando a Simon Dahlin en relación al homicidio de Mattias Krantz.
El muchacho abrió los ojos como platos.
—¿Mattias fue asesinado?
—Yo soy quien realiza las preguntas —le indicó, luego comentó—: Pareces sorprendido.
—Lo estoy. Creí que se había suicidado, todos en el pueblo lo comentan —respondió consternado por la noticia.
Al parecer, todavía no había leído los diarios.
—Su asesino quiso que creyéramos eso. Dime, ¿qué tanto conocías a Mattias?
—¿La verdad?
Mikael asintió.
—No mucho. Compartíamos el apartamento desde hacía poco más de un año, pero cada uno hacía su vida. Nos veíamos muy poco, yo trabajo en un taller mecánico ocho horas al día y cuando no se iba de cacería, se la pasaba todo el tiempo sentado frente al ordenador.
—Era su trabajo.
—No, no me refiero a eso. Trabajaba en la tienda de Ryssa tres veces por semana y también hacía reparaciones a domicilio, aunque después de lo de esa niña, ya nadie lo llamaba. Se volvió más huraño que de costumbre. Siempre fue un chico raro, retraído y poco hablador, pero pagaba la renta a tiempo y era ordenado. Sin embargo, desde que se levantaba hasta que se acostaba, no se despegaba de su ordenador. Ya le digo, salía muy poco.
—¿Fue por eso que se llevaban mal? ¿Por qué estaba todo el día metido en casa? Tal vez querías un poco de privacidad y él no te lo permitía…
Simon de inmediato se puso a la defensiva.
—¿Quién le dijo eso?
—Sus padres comentaron que Mattias planeaba regresar con ellos porque la convivencia contigo se había vuelto insostenible.
—Maldito imbécil —murmuró entre dientes.
—¿Qué has dicho? —Lo había escuchado perfectamente, pero seguramente sus palabras no habían quedado registradas en la grabadora.
—Que era un maldito imbécil —repitió—. Yo pasaba fuera la mayor parte del día y cuando estaba en casa, trataba de no meterme con él. Sabía que no le gustaba que husmearan en sus cosas. Una noche llegué más temprano de lo habitual y no estaba frente al ordenador. Sentí curiosidad y me acerqué.
—¿Qué viste?
—Tenía una página abierta. Era un club de caza o algo parecido. Quise indagar un poco más, pero, en ese momento, apareció Mattias y se puso como loco cuando me descubrió espiándolo. Casi nos fuimos a los golpes —añadió.
—¿Cuándo ocurrió ese incidente?
—Hace un mes más o menos.
—¿No volviste a mirar en su ordenador?
Negó con la cabeza.
—Me amenazó, me dijo que si lo volvía a hacer, me iba a arrepentir.
Mikael apoyó los brazos encima de la mesa.
—¿Y ahora que está muerto, tampoco has husmeado en su ordenador?
Simon se movió inquieto en su silla.
—Lo intenté —reconoció—. Pero está protegido por una contraseña y fue imposible.
—¿Y qué me dices de su teléfono móvil? ¿Lo has visto?
—Las veces que salía lo llevaba encima, no creo que esté en el apartamento —respondió bastante seguro de lo que decía.
El teléfono extraviado y el ordenador encriptado. Mattias no se los había puesto fácil.
—¿Notaste algo extraño en él las últimas semanas?
—¿Quiere decir desde la desaparición de Kerstin Ulsteen?
Stevic asintió.
—Se volvió más hosco de lo habitual. La gente lo miraba mal y ustedes le respiraban en el cuello todo el tiempo. Supongo que una presión así, trastorna a cualquiera.
—¿Además de eso, no notaste algún cambio significativo en su conducta? —insistió Mikael.
—Todo en él era raro. Los últimos días se encerraba en su habitación con el teléfono móvil. Nunca usaba el fijo. Lo hacía a cada rato, como si quisiera hablar desesperadamente con alguien.
—¿Sabes con quién?
—Ni idea. Jamás lo vi con nadie, a excepción de su familia. Creo que los únicos amigos que tenía los había hecho por Internet.
—¿Alguien del club de caza?
—Supongo que sí —respondió encogiéndose de hombros.
Mikael se quedó pensativo unos segundos, luego continuó con el interrogatorio.
—¿No viste a nadie extraño rondando por la zona o vigilando el apartamento?
—¿Aparte de ustedes? —preguntó con ironía.
—Aparte de nosotros —le respondió el teniente algo molesto.
—No… ¡Espere! Ocurrió algo la semana pasada. Me despertaron unos gritos en la calle. Era miércoles y a Mattias le tocaba ir a trabajar a Ryssa. Cuando me levanté y miré por la ventana, estaba hablando con un hombre.
—¿Lo reconociste?
—Sí, por supuesto. Era Björn, el hermano de Kerstin Ulsteen. Estaba realmente hecho una furia y si Mattias no se hubiera marchado, creo que lo habría matado allí mismo… —se detuvo cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir—. ¿Cree que él pudo haberlo asesinado?
No le respondió.
—¿Nos darías tu permiso para registrar el apartamento?
—Sí. —Se cruzó de brazos y lo miró con soberbia—. No tengo nada que ocultar… aunque no puedo decir lo mismo de Mattias.
Mikael apagó la grabadora, dando por finalizado el interrogatorio.
—Puedes irte. —No le caía bien Simon Dahlin, pero dudaba de que tuviera algo que ver con la muerte de Mattias Krantz.
Se reunió con Nina.
—Otro motivo para hablar cuanto antes con Björn Ulsteen —repuso la sargento.
En ese momento, Karl se asomó por la puerta.
—¿Nina, estás lista? —Se dirigió a Stevic—. ¿Qué tal ha ido?
—El muchacho es bastante desagradable, pero eso no lo convierte en un asesino. Nos dio su permiso para registrar el apartamento. Me llevaré a Bengtsson. Es experto en informática y es lo que necesito para hurgar en el ordenador de Mattias. Tal vez tengamos suerte y encontremos el arma homicida o el calcetín extraviado.
—Estupendo —concordó Karl. Luego, él y Nina se dirigieron a la casa de los Ulsteen.
En el camino, la sargento le relató lo que había dicho Simon Dahlin sobre el incidente entre Mattias y el hermano de Kerstin, durante el interrogatorio.
Ahora le tocaba a ellos. Björn Ulsteen debía aclarar muchas cosas.
Pero no corrieron con la misma suerte de Stevic. Cuando llegaron, su padre les informó que Björn se había marchado esa mañana a Falun a visitar a unos amigos y estaría de vuelta recién a la noche. Aprovecharon para hacerle algunas preguntas a él y a su hermano Martin. La madre de Kerstin, según su esposo, estaba bajo los efectos de sedantes y no pudieron hablar con ella. Ninguno tenía una coartada firme para el momento en el que Mattias había sido asesinado. Tanto Jens como Martin, habían asegurado que se encontraban durmiendo en casa. También afirmaron que Björn estaba allí. Karl le pidió a Jens Ulsteen que le avisara a su hijo que se pusiera en contacto con ellos apenas regresara. Esperaban que ese repentino viaje no se convirtiera en un intento de fuga.
* * *
Lasse se encontraba clasificando los libros que acababan de recibir desde Estocolmo. Guardó aparte los que estaban reservados y sacó una copia por ejemplar para exponerlo en la librería.
Greta entró al depósito después de que se hubiera ido uno de los clientes para darle una mano y fue hasta el estante donde colocaban los libros que estaban encargados. Buscó la planilla y comenzó a etiquetarlos. Por suerte, Némesis no paraba de crecer y cada vez eran más los clientes que pedían sus libros por anticipado. Trataba de cumplir con todos, pero muchas veces no dependía de ella que los libros fuesen entregados a tiempo, sobre todo cuando tenían que enviárselos desde el exterior. Aunque desde que Lasse se encargaba de estar al tanto de los pedidos y de los proveedores, todo parecía marchar sobre ruedas. Era una gran ventaja contar con él.
Un nombre en la lista rápidamente captó su atención: Martin Ulsteen. El tío de Kerstin se había convertido en uno de sus clientes más asiduos. Le había pedido la última novela de Arne Dahl y un par de libros de Ann Rule, quien escribía sobre true crimes, nada sencillos de conseguir y que su proveedor habitual debía mandar a pedir a Inglaterra o a Estados Unidos. Sin embargo, Martin parecía tener toda la paciencia del mundo para esperar el tiempo que hiciera falta. Buscó los libros en el estante y los tomó.
—Primo, me gustaría entregar este pedido en persona —dijo de repente—. Regresa a la librería, puedes terminar aquí más tarde.
Lasse la miró con asombro.
—¿Y eso?
—Son los que encargó Martin Ulsteen. El pobre no debe tener cabeza para acordarse y no me cuesta nada acercarme hasta su casa. —Se dirigió hacia la salida, seguida por Lasse—. Trataré de regresar lo antes posible.
—No te preocupes, tómate todo el tiempo que sea necesario —respondió sospechando las verdaderas intenciones de su prima para acercarse a la casa de la niña asesinada—. Ten. —Sacó las llaves del Mini Cabrio del bolsillo de sus vaqueros y se las alcanzó.
Greta subió al auto y colocó la bolsa de libros, con el logo de Némesis, en el asiento del acompañante. Condujo tranquilamente hasta Kråkberg. Mientras, sopesaba la decisión que acababa de tomar. Estaba dejándose llevar nuevamente por un impulso, pero no podía evitarlo, era más fuerte que ella. Se le había presentado la oportunidad de acercarse a la familia de Kerstin y no la iba a desperdiciar. Dobló en Braskvägen y se estacionó frente a un terreno baldío en donde un grupo de niños, jugaban una partida de brännboll. Se quedó observándolos un rato: reían y corrían, completamente ajenos a la tragedia que había sacudido a la familia que vivía a tan solo unos pocos metros de distancia. Una niña regordeta bateó la pelota, con tanta mala puntería que fue a parar debajo del Mini Cabrio. Greta bajó y la buscó. Atravesó el campo de juego con cuidado porque llevaba un par de botas de tacones altos. Los niños se le acercaron y se la pidieron.
—¿Me dejan batear una a mí?
La miraron con cierta desconfianza.
—¿Quién eres?
—Es la que atiende la librería del centro —dijo uno de los niños.
Ella lo reconoció. Había estado en Némesis en varias ocasiones, acompañando a su hermana.
—Mi nombre es Greta. —Les sonrió y ese gesto bastó para terminar de conquistarlos. Un niño le entregó el bate de madera. Se remangó el sweater y se puso en posición. Esperaba no haber perdido la práctica y pasar un papelón frente a sus entusiastas testigos. Hacía por lo menos doce años que no jugaba, pero había sido una de las mejores bateadoras en el equipo de la secundaria Sanktmikael.
Todos se ubicaron en su sitio. Greta oteó detenidamente a la niña que iba a lanzar la pelota. Balanceó su cuerpo hacia ambos lados y trató de concentrar toda la fuerza en sus manos. Le dio de lleno a la pelota y los niños vitorearon su nombre. Estaba lista para salir corriendo, pero se paralizó cuando divisó el auto de su padre doblando la esquina.
Hubo un abucheo generalizado.
—Niños, lo siento, debo marcharme. —Se acomodó el sweater y se despidió de ellos. A toda prisa, se metió dentro del auto. No lograría pasar desapercibida. El Mini Cabrio prácticamente era una señal luminosa de color rojo que resaltaba al lado del terreno cubierto por la hierba verde.
El vehículo avanzó lentamente por Braskvägen en dirección hacia ella. Demasiado tarde para ocultarse. Seguramente venía de la casa de los Ulsteen. Hundió el cuerpo en el asiento, aunque sabía que era inútil. Su padre ya la había descubierto.
Karl se estacionó a la par de ella y le tocó bocina. Greta se incorporó y lo saludó, agitando la mano. Vio que iba acompañado por Nina. Ella le sonrió, casi comprensivamente.
Su padre le hizo señas de que bajase la ventanilla.
—¿Qué haces aquí?
—Hola, papá. Nina…
—¿Vas a responderme o no? —insistió en saber al tiempo que sacaba la cabeza fuera de su auto.
—Tenía que entregar unos libros —respondió por fin.
—¿Desde cuándo Némesis hace delivery?
Nina le rozó el brazo para llamar su atención, pero no le hizo caso. Lanzó un vistazo al grupo de niños que los observaban con interés. Tal vez estaba haciendo una escena en medio de la calle, pero en ese momento, le importaba muy poco. Lo único que quería era que Greta le respondiera su pregunta.
—Desde hoy —le contestó con insolencia.
Se hizo un pesado silencio. Incluso Nina, quien en ocasiones como aquella, hacía de intermediaria, se quedó muda. No había sido lo que dijo Greta, sino el modo en que lo había dicho.
—No tienes nada que hacer en casa de Kerstin Ulsteen —le advirtió Karl.
—Papá, su tío me ha encargado unos libros. Solo voy a llevárselos —le dijo sin abandonar el tono beligerante.
—¡A otro perro con ese hueso! ¡Ambos sabemos muy bien por qué estás aquí!
—Karl, cálmate. No ganas nada con alterarte —terció Nina finalmente.
—Deberías hacerle caso a la sargento Wallström, papá.
Karl había perdido la paciencia hacía rato, por eso decidió esta vez no responderle. Cualquier cosa que dijera o hiciese, sería inútil. Desgraciadamente, Greta había heredado su terquedad, no su prudencia.
—Debo irme. Lasse está solo en la librería —dijo con la clara intención de poner punto final a aquel enfrentamiento.
Karl desistió. De una manera u otra, ella siempre conseguía salirse con la suya.
Greta subió la ventanilla y se dispuso a marcharse. Sin embargo, no pudo hacerlo. Odiaba discutir con él y que acabaran enfadados. Sabía que era su culpa y que su padre llevaba toda la razón. No tenía nada que hacer en casa de los Ulsteen, si se presentaba con la excusa de llevar unos libros, era con el único propósito de meter las narices donde no debía. Siempre se empeñaba en llevarle la contraria, aunque no lo hiciera a propósito.
Karl la miró. Entonces Greta gesticuló un «te amo» y antes de alejarse, le arrojó un beso.
Una vez más, y para disgusto de su padre, ella tuvo la última palabra.