CAPÍTULO 6
La tormenta se había rezagado, y ese lunes por la mañana, Greta pescó un fuerte chubasco yendo hacia la comisaría. Le había pedido a su primo que se hiciera cargo de la librería, así ella podía ir a prestar su declaración por fin. Se cubrió la cabeza con una bolsa de plástico que, oportunamente, había encontrado en el asiento trasero del Mini Cabrio y atravesó corriendo el patio delantero de la comisaría. Arrojó la bolsa en el cesto de la basura antes de entrar. Rápidamente, el agua que chorreaba de sus ropas, formó un charco en medio del hall. Se quedó un instante allí mientras hacía vanos intentos por secarse el cabello con las manos. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado el paraguas? En ciertas cosas, seguía siendo una despistada. Se desabrochó el abrigo y cruzó el pasillo en dirección a la oficina de su padre. Dudaba de que estuviese; le había dicho la noche anterior que iría a ver al juez, o sea que lo más probable era que estuviera fuera de Mora toda la mañana. Pasó igualmente por el despacho; estaba cerrado. Optó por dirigirse al de Nina, pero para hacerlo debía pasar primero por la oficina de Mikael. Aceleró el paso. Se cruzó con una agente joven, que la saludó con una sonrisa. Greta no supo si lo había hecho por pura simpatía o, en realidad, su aspecto era lo que la había hecho reír. Se decantó por la última opción. Se frenó de sopetón cuando escuchó abrirse la puerta del despacho detrás de ella. Tenía que voltearse, lo sabía. Pero no podía pasar por alto que venía hecha un desastre. Sin dudas, Mikael se llevaría una gran impresión al verla. La Greta elegante y hasta sofisticada que había visto la noche del sábado, había sido remplazada por una Greta desgreñada, con el rostro seguramente lleno de rímel negro y la ropa toda empapada.
Soltó un soplo de alivio cuando, al girarse, se topó con la sargento Wallström.
—Greta, me dijo tu padre que vendrías. —Nina dejó la puerta entreabierta y se acercó—. ¿Cómo te encuentras?
—Un poco pasada por agua, pero bien.
Nina sonrió.
—No debiste salir con la tormenta, podríamos haber tomado tu declaración en otro momento.
—No te preocupes. —Se pasó una mano por el pelo y apartó un mechón que se le había pegado en la mejilla.
—¿Quieres pasar? —La sargento tendió el brazo señalando hacia la oficina de Mikael.
Titubeó.
—¿Vienes o no? —insistió la otra.
—Sí.
Para fortuna de Greta, él no estaba en la oficina.
—Mikael se acercó hasta la morgue para ver si ya estaban los resultados de la autopsia —le informó inmediatamente después de ingresar.
Greta no dijo nada. Se quitó el abrigo y lo colgó en la percha. Por suerte había dejado de gotear. Se sentó y no pudo evitar ponerse a curiosear mientras Nina preparaba los papeles necesarios para la declaración. Había estado por última vez allí hacía más de dos meses, tiempo en el cual Mikael había hecho algunos cambios. En una de las paredes colgaba una copia de El grito de Edvard Munch. Causó cierto impacto en ella descubrir precisamente aquel cuadro: era su favorito. Es más, había visitado la Galería Nacional de Noruega hacía algunos años para ver la obra en persona. En contrapartida, al otro lado del muro, había un poster del IFK Göteborg que rememoraba el histórico momento en el que el equipo había ganado la Copa UEFA en la década del 80. Descubrió que encima del escritorio había una fotografía de Pia. No recordaba haberla visto antes o tal vez no le había prestado atención.
—¿Te apetecería tomar un café bien caliente antes de empezar? —preguntó Nina con una sonrisa en los labios.
—Me encantaría.
—Te lo traeré yo misma. Necesito estirar un poco las piernas. —Fue hasta la puerta y se volvió—. ¿Con o sin azúcar?
—Con dos de azúcar, por favor.
—Regreso enseguida.
Cuando se quedó sola, tuvo la oportunidad de observar la oficina a sus anchas. El mobiliario era escueto: al escritorio y las butacas, se sumaban un sillón y dos gabinetes de madera oscura. Tomó el retrato de Pia. Estaba mucho más joven y delgada en aquella foto. Parecía ser de la época en la que aún era soltera, porque no se veía ninguna alianza en su dedo. Sin dudas, era bonita. Lamentaba lo que le había sucedido. De alguna forma, ese terrible acontecimiento, doloroso para cualquier madre, la había hecho recapacitar con respecto a Mikael. Era su esposa y lo necesitaba más que nunca. Ella estaba de más; en realidad, siempre lo había estado. Dejó la foto en su sitio y se puso de pie. Miró a través de la ventana. Ya no llovía, y unos tímidos rayos de sol comenzaban a asomarse por el horizonte. No le agradaba la lluvia ni los días grises.
Giró sobre los talones cuando Nina entró en la oficina. Tomó la taza de café que le ofreció y bebió un sorbo. Estaba demasiado caliente, pero el agua le había calado los huesos y le sentó de maravillas.
—Parece que por fin ha dejado de llover —comentó la sargento al tiempo que ocupaba una butaca a su lado.
—¿Sabes cuándo regresa mi padre?
—Supongo que no tardará. Nos urge tener esa orden de allanamiento en las manos cuanto antes.
—Sí, lo sé.
—¿Karl te habló del caso?
—No mucho —contestó—. Es más, anoche le planteé la posibilidad de que Mattias no se hubiera suicidado y saltó de inmediato, como era de suponer.
Nina frunció el ceño, intrigada.
—¿Crees que no fue un suicidio?
—Estoy segura de que alguien lo mató —se atrevió a afirmar.
En ese momento, la puerta de la oficina se abrió y Mikael entró. En sus manos, sostenía un par de carpetas. Se quedó en el umbral, incapaz de dar un paso más. Había alcanzado a escuchar las palabras de Greta y lo que había salido de sus labios era precisamente lo mismo que había revelado no solo la autopsia, sino también la pericia balística.
—¿Es el informe de la autopsia? —preguntó Nina con impaciencia.
—Sí. Frederic me lo acaba de entregar junto con el reporte de balística.
La sargento prácticamente se los sacó de la mano.
Mikael entonces posó sus ojos en Greta. Vio cómo ella trataba en vano de acomodarse el cabello detrás de la oreja. Parecía un pollito mojado, indefenso y necesitado de mucho calor; aunque dos manchas de rímel debajo de los ojos la hacían parecerse más a un adorable mapache. Aun así, estaba hermosa.
—¿Cómo estás? —le preguntó cuando se dio cuenta de que se había quedado embobado viéndola.
—Bien, ¿y tú?
—Bien.
Era como si de repente se hubiesen quedado sin palabras; como si no tuvieran nada más que decirse. Fue un alivio cuando finalmente Nina habló y los sacó de aquella incómoda situación.
—No puede ser… —Apartó por un segundo los ojos de los informes y miró a la muchacha—. Tenías razón: Mattias Krantz no se suicidó.
Greta no se inmutó demasiado. Después de lo que había recordado haber visto en la escena del crimen, no tenía ninguna duda. No obstante, saber que ahora las pruebas confirmaban sus sospechas, hizo que una tenue sonrisa le asomara en el rostro.
—¿Por qué dijiste que Mattias no se había suicidado? —quiso saber Mikael.
—Es por algo que vi. —Les contó detalladamente lo que había descubierto—. Está más que claro que había alguien más con él —dijo por último.
Mikael y Nina concordaron con ella. Ya no era una simple teoría suya: las evidencias la respaldaban.
—La trayectoria del disparo no concuerda con la escena —informó Mikael dirigiéndose a Greta—. Según las pericias, la bala entró por el maxilar izquierdo y salió por el parietal derecho, lo que es normal, ya que Mattias era zurdo, sin embargo sostenía la escopeta en su brazo derecho.
—Y quien lo mató no se dio cuenta de ese pequeño detalle cuando colocó el arma en la escena —agregó Greta.
—Exacto.
—También cometió el error de cerrar la puerta después de disparar.
Él asintió.
Nina los observó con detenimiento mientras Mikael y Greta comentaban las peripecias del caso. Todavía seguía pensando que era un gran desperdicio que la muchacha no hubiese emulado los pasos de su padre. Era tan buena como cualquiera de ellos. Decidió intervenir, no le gustaba que la dejasen de lado.
—La autopsia además revela que Mattias tenía un hematoma premortem en la mejilla. Es evidente que tuvieron que reducirlo a golpes para poder llevar a cabo el plan. Había restos de pólvora en las manos y en la ropa, pero aquí dice que es absolutamente normal, ya que el disparo se realizó en un sitio cerrado.
—Así es. Ya no hay dudas de que su muerte fue premeditada y eso, por ahora, solo nos conduce a un callejón sin salida —manifestó el teniente ciertamente contrariado. Hasta hacía apenas unas horas, la investigación por la violación y homicidio de Kerstin Ulsteen parecía zanjada con el suicidio de su supuesto autor. Ahora, todo se tornaba más complejo. Tenían dos crímenes que resolver y ninguna pista concreta para seguir.
Greta se quedó meditabunda. Si bien todos ya habían condenado a Mattias Krantz por la terrible muerte de la pequeña Kerstin, lo cierto era que la policía solo tenía pruebas circunstanciales en su contra, nada que afirmara o refutara su culpabilidad. Y ahora el propio Mattias era asesinado. Lo que la inquietaba era que alguien hubiera hecho pasar su muerte por un suicidio y, de ese modo, reafirmase las sospechas de todos. Recordó las palabras de su padre: «El muchacho no pudo con la culpa. Se vio acorralado y eligió la vía de escape más fácil». A nadie habría sorprendido que Mattias acabara con su vida, por eso, su asesino había sabido aprovecharse muy bien de aquella circunstancia para llevar a cabo el plan. Era aventurado pensar siquiera que Kerstin y Mattias hubiesen sido víctimas de la misma persona, sin embargo, era evidente que sus muertes estaban estrechamente ligadas.
La voz ronca de Mikael la sacó de sus cavilaciones.
—Tenemos otro homicidio entre manos y eso lo cambia todo. —Dejó caer su anatomía en la butaca. Exhaló profundamente, luego miró a Greta. Ella agradeció que el teléfono sonara en ese preciso instante.
Mikael se apresuró a responder.
—Aquí el teniente Stevic. —Hizo una pequeña pausa—. Hola, Sofie, ¿cómo estás?
Nina acomodó los informes de la autopsia y de balística en el escritorio. Greta observó sus movimientos, pero toda su atención estaba enfocada en la conversación que Mikael tenía con la tal Sofie.
—Bien, ya sabes cómo es este trabajo —dijo con una sonrisa en los labios.
Nina entonces le hizo señas a Greta de que saliera con ella de la oficina. No tuvo más remedio que obedecer.
—Yo misma te tomaré la declaración —le dijo apenas salieron al pasillo. Luego, la condujo a su propia oficina, dejándola con las ganas de saber quién era la mujer con la que estaba hablando Mikael.
La dichosa declaración no les tomó más que un cuarto de hora, y Greta sintió que acababa de quitarse un peso de encima. Cuando estaba por irse, su padre irrumpió en el despacho de la sargento. La satisfacción en su rostro indicaba que la visita al juez Fjæstad había sido positiva.
Agitó la orden mientras sonreía.
—Acabo de darle una patada en el culo a la maldita burocracia —anunció exultante—. Ya podemos mandar a nuestros hombres a la cabaña de Mattias Krantz.
Nina se levantó y se acercó a él. Le sonrió. Greta observó disimuladamente como su padre, ni lerdo, ni perezoso le devolvía la sonrisa. Por un instante, llegó a creer que estaba de más y aquella fue una sensación poco agradable. Tuvo que carraspear para que recordaran que ella aún continuaba allí.
—¿Ya te han tomado declaración? —le preguntó Karl parándose a su lado.
Ella asintió.
—Yo misma lo hice —intervino la sargento—. Tu hija no termina nunca de sorprenderme. Supe antes por ella que por las pericias que Mattias no se había suicidado —añadió.
Karl no dijo nada, en cambio, escudriñó a Greta con los ojos entrecerrados.
—Las pruebas confirman tu teoría entonces —dijo, por fin, arrastrando las palabras.
Era evidente que no iba a reconocer delante de ella que, una vez más, había dado en el clavo. Sin embargo, a Greta le bastó el brillo que percibió en su mirada para saber que estaba orgulloso de ella.
Un agente entró intempestivamente en la oficina.
—Inspector, acaban de comunicarse desde el departamento de bomberos. Hubo un incendio en el bosque, alguien quemó intencionalmente una de las cabañas que usan los cazadores —anunció con la voz entrecortada—. Es la de Mattias Krantz.
—¡Maldición, no puede ser! Vayamos enseguida a ver si logramos rescatar algo que nos sirva. —Karl salió raudamente del despacho seguido por Nina.
Greta los observó desde el pasillo.
Un nuevo tropiezo en la investigación.
Era evidente que alguien estaba tratando de borrar sus huellas.
* * *
Hanna salió a toda prisa del cuarto oscuro cuando escuchó la campanilla de la puerta abrirse. La señora Frode no era precisamente a quien esperaba ver. Le entregó las fotografías del casamiento de su hija que había ido a buscar y luego se dirigió hasta la parte trasera del estudio para tomar una pausa. Era casi la hora del almuerzo, y tenía la esperanza de que Evert todavía apareciera. Abrió la puerta del pequeño refrigerador portátil. Sacó la vianda con ensalada de zanahoria y huevo duro, pero la volvió a guardar inmediatamente. Prefería esperar un poco más. Bebió un poco de agua mineral y se recostó en el diván de madera en donde solía echarse una siesta por las tardes. Sin quererlo, se quedó dormida. Despertó casi una hora después. Respiró hondamente y cruzó ambos brazos encima del estómago. Su pensamiento se disparó hacia Greta. Había hablado con ella por última vez la noche antes de su viaje a Söderhamn y tenía que ponerla al tanto de varias cosas. Se estiró hasta alcanzar su bolso. Hurgó dentro, buscando el teléfono móvil. Pero no fue necesario hacer ninguna llamada, ya que la campanilla de la puerta volvió a tintinear y, cuando regresó al estudio, se topó con su amiga.
—Precisamente estaba por llamarte —le dijo mientras se acercaba para darle un abrazo—. ¿Cómo te encuentras?
Greta resolló con fuerza.
—Después de enfrentarme con Stefan y su nueva novia y de encontrarme al cadáver de Mattias Krantz, se puede decir que las últimas cuarenta y ocho horas de mi vida han sido bastante moviditas.
Hanna abrió la boca bien grande.
—¡Caray! ¿Tres días que no sé nada de ti y te pasa todo eso? —Sin soltarla, la arrastró hasta la parte trasera del local para que nadie pudiera interrumpirlas—. ¡No te vas a ir de aquí hasta que me lo cuentes todo!
Empezó por relatarle su viaje a Söderhamn. Por primera vez en mucho tiempo, se dio cuenta de que ya no le dolía hablar de Stefan.
—Me alegra tanto que este viaje haya servido para cerrar definitivamente tu historia con ese imbécil.
—Confieso que me costó mucho decidirme, pero Maja me hizo ver que lo necesitaba, que regresar a Söderhamn era la única manera de demostrarme a mí misma que la historia con Stefan ha quedado donde debe estar… en el pasado. —Sonrió—. Después de verlo con otra me di cuenta de que es hora de que mire hacia delante yo también.
Hanna apretó las manos de su amiga con fuerza.
—Son las palabras más sensatas que te oído decir en mucho tiempo. Supongo que ya tendrás a alguien en mente. —Entrecerró los ojos y la miró fijo.
Greta trató de hacerse la desentendida, pero con Hanna eso era prácticamente una misión imposible.
—No empieces, que sé hacia dónde apuntas —le advirtió.
Hanna se echó a reír.
—¡Vamos, a mí no me engañas, ambas sabemos que el teniente Stevic te trae de cabeza!
Ella no quería discutir aquel asunto con ella, porque siempre terminaba diciéndole lo mismo: Mikael no era para ella y jamás lo sería.
—Cambiemos de tema…
—¡No me hagas esto, justo ahora que la conversación se ponía candente! —le pidió la fotógrafa con voz suplicante.
—¿No prefieres que te cuente cómo terminé encontrando el cuerpo de Mattias Krantz?
Hanna lanzó un soplido.
—No, pero me temo que contigo no tengo otra opción. Mi madre leyó que lo habían encontrado muerto en su camioneta, pero no te mencionaban para nada —respondió resignada a que el tema «Mikael Stevic» volviera a quedar en suspenso.
Greta lo atribuyó a la poca o casi nula colaboración que la policía brindaba a la prensa. No era extraño que su nombre no apareciera y, de algún modo, eso le traía cierto alivio. Conociendo a los habitantes de Mora, no habrían tardado en hacer cola en la librería para hacer preguntas indiscretas. La primera persona que le vino a la mente fue la sagaz Pernilla Apelgren.
—La escena simulaba un suicidio, pero se demostró que alguien lo asesinó —afirmó. Sabía que los periódicos aún hablaban de que Mattias se había quitado la vida, tal vez porque la policía no quería sembrar el pánico anunciando que se había cometido otro crimen en Mora.
—¿Asesinado?
Greta asintió.
Hanna iba a abrir la boca nuevamente, pero el tintineo de la campanilla de la puerta la hizo levantarse de un salto. Se puso en puntas de pie y espió hacia el estudio.
—¡Oh, Dios, es él! —exclamó toda nerviosa—. ¿Cómo me veo?
—Como siempre —respondió Greta, sin entender qué sucedía.
—Eso no me ayuda mucho. —Corrió hasta el escritorio y sacó un pequeño bolso de mano en donde guardaba su arsenal de maquillaje. Se puso un poco de colorete en las mejillas y rouge en los labios—. ¿Y ahora?
—Mejor, pero creo que lo primero que debes hacer es calmarte —le aconsejó—. ¿Quién es para que te hayas puesto así?
—Se llama Evert, es fotógrafo, viene de Estocolmo y lo conocí el sábado por la noche —explicó a borbotones.
Su amiga sonrió.
—Vaya, te lo tenías bien guardado.
Hanna se peinó el cabello con los dedos por enésima vez y, solo entonces, se sintió preparada para salir. Estaba a punto de abrir la puerta cuando se dio cuenta de que no podía dejar a Greta allí dentro mientras ella atendía a su nuevo amigo. No tenía más remedio que presentárselo. Se encaminaron hacia el estudio, Greta iba detrás de Hanna. Vio a un sujeto junto a uno de los reflectores. Les daba la espalda. Era alto y de cabello oscuro. Cuando por fin se volteó, las recibió con una sonrisa.
—¡Qué bueno que hayas podido venir! —Hanna se acercó a él y le dio un beso en la mejilla—. Déjame que te presente a mi mejor amiga. Evert, ella es Greta Lindberg; Greta… Evert Gordon.
Ella extendió una mano, pero él la sorprendió besándola en la mejilla.
—Un placer, Greta. Tu amiga me ha hablado mucho de ti.
—Lo mismo digo —respondió mirando de reojo a Hanna.
—Espero no interrumpir nada —dijo al tiempo que se desabrochaba la chaqueta.
—En lo absoluto. —Hanna miró el reloj. La hora del almuerzo había terminado hacía rato. No tardaría en llegar el primer cliente de la tarde. No era justo que tuviera que despedirse de él cuando apenas había llegado.
Greta se dio cuenta de inmediato de que sobraba.
—Yo me marcho —dijo yendo hacia el cuarto de atrás para buscar su bolso.
Pero la suerte no parecía estar del lado de Hanna. Como había temido, debía volver al trabajo. Tenía programada una sesión de fotos con dos chicas que se graduaban de la Escuela de Arte Miranda ese verano. Habían venido acompañadas por sus respectivas madres y, rápidamente, el estudio, que no era demasiado espacioso, se llenó de gente.
Greta se acercó a las dos mujeres, las conocía, ya que eran clientes habituales de la librería. Observó cómo Hanna se movía de un lado a otro, preparando su material de trabajo. Era evidente que la presencia de su nuevo amigo la tenía inquieta. Mientras una de las madres le hablaba de la fiesta que estaba preparando para la graduación de su hija, se dedicó a observar al foráneo. Su amiga tenía motivos para ponerse de aquel modo. Era un hombre interesante y dueño de un atractivo particular. Le sonrió, y ella le devolvió la sonrisa.
Desde su sitio, Hanna no dejaba de observarlo tampoco. Cuando descubrió que le estaba prestando demasiada atención a Greta, dejó la cámara a un lado y se acercó a su amiga. La apartó y le dijo en voz baja:
—Te lo advierto: yo lo vi primero.
Greta miró a Hanna a los ojos.
—¿A qué viene todo esto? —preguntó en el mismo tono de voz.
—Me refiero a la conversación que tuvimos hace un rato. He visto que Evert te sonreía y sé del poder hipnótico de las pelirrojas.
¿Poder hipnótico? Le costó mucho contener la risa.
—No estoy dispuesta a perder la única oportunidad en mucho tiempo de conocer a alguien que realmente me gusta y que, sobre todo, no viene recomendado por mi padre.
—Hanna, creo que Evert solo estaba tratando de ser simpático —le dijo para sacarla de su error—. Además, no tengo intenciones de robarle el hombre a nadie. —Cuando dijo aquella última frase no estaba pensando precisamente en el nuevo prospecto amoroso de su amiga.
Solo entonces, Hanna soltó lentamente el aire contenido en sus pulmones.
—Lo siento, Greta. Soy una estúpida, lo sé.
—No, no lo eres. Puedes quedarte tranquila, jamás me fijaría en él. —Miró por encima del hombro para cerciorarse de que el susodicho no la escuchaba—. Apesta a Calvin Klein Crave, el mismo perfume que usaba Stefan.
Las madres de las niñas estaban perdiendo la paciencia.
—Será mejor que regreses a tu trabajo.
—¿Te quedas un rato más?
—No. Tengo miedo de no poder controlar mi poder hipnótico —bromeó.
Logró arrancarle una carcajada a Hanna. Evert se acercó a ellas y les preguntó de qué se reían.
—De nada —respondió Hanna—. Cosas de mujeres.
—¡Ah, entonces es mejor no meterse!
Greta se dirigió hacia la salida, pero antes de abrir la puerta dio media vuelta.
—Hanna, ¿vienes conmigo mañana al funeral de Kerstin?
—¿Es mañana?
—Sí, me dijeron en la comisaría que hoy le entregaban el cuerpo a sus padres.
—¿Se trata de una amiga de ustedes? —preguntó Evert.
—No, Kerstin es una niña del pueblo que fue asesinada. Estuvo dos semanas desaparecida y la encontraron enterrada en el bosque —le contó Hanna.
—¡Cielos! Es terrible que un hecho tan aberrante ocurra en un pueblo apacible como este. Si hubiese pasado lo mismo en Estocolmo, no me habría sorprendido. Quiero decir, una tragedia semejante golpea a todo el mundo, pero lamentablemente en las grandes ciudades, los crímenes se suceden casi a diario y uno termina acostumbrándose. No importa cuánto el gobierno se empeñe en proclamar a los cuatro vientos que la tasa de criminalidad bajó un 12% en el último año; los que trabajamos en la prensa sabemos que no es tan así. —Se detuvo cuando se dio cuenta de que se había ido por las ramas.
Las dos amigas habían estado escuchándolo con atención. Especialmente Hanna, quien no había apartado los ojos de él ni por un segundo mientras hablaba. Greta, en cambio, sintió curiosidad:
—¿Trabajas para algún periódico importante?
—Bueno…
Hanna lo interrumpió.
—Evert es fotógrafo, trabaja para una agencia internacional de noticias en Estocolmo y colabora con un semanario cultural que sale los domingos en el Expressen —dijo para saciar la curiosidad de su amiga.
Le dijo que conocía el periódico, pero solo de nombre. No pudieron seguir conversando mucho tiempo más: Hanna tenía unas fotos que tomar, Greta debía regresar a la librería y Evert dijo que aprovecharía que el clima había cambiado para ir hasta Nusnäs y visitar la fábrica de los Dalahorse, símbolo emblemático de la región.
Greta se subió al Mini Cabrio y se marchó a toda prisa. Apenas tenía media hora para almorzar antes de abrir Némesis. Mientras conducía, no podía dejar de pensar en lo que había dicho Evert.
—Hay mucha maldad en el mundo —dijo en voz alta, rememorando una de las frases de miss Marple en Muerte en la vicaría.
La anciana tenía toda la razón. No importaba si era en una gran ciudad cosmopolita como Estocolmo o un pueblecito del interior como Mora… la maldad los alcanzaba a todos por igual.