CAPÍTULO 5
Llegó a la casa de su padre cerca de las seis. Lo que había descubierto la tenía impresionada. Planeaba quedarse a cenar, por lo tanto había comprado una botella de pinot noir aromatizado con grosellas negras. Un cielo plomizo y cargado de nubes grises amenazaban con arruinar lo que quedaba de aquel domingo, nefasto, al menos para ella. Tomó el bolso y descendió del auto. Se había dado un baño relajante antes de salir, lo que había ayudado notablemente a paliar la jaqueca, sin embargo había resultado completamente inútil para calmarle los nervios. Cuando estaba por abrir la puerta, escuchó el parloteo de Miss Marple. Se dio cuenta entonces de cuánto la había extrañado.
Dejó el bolso encima del sofá y se dirigió hacia la cocina con la botella de vino en la mano. En el equipo estereofónico sonaban Los Beatles. Greta sonrió. Era Something, la canción favorita de su madre. Sue Ellen le había contado, cuando ella era aún una niña, que su padre la había conquistado precisamente con esa canción. Se había aparecido en su casa con guitarra en mano para darle una serenata. Era plena década de los setenta, cuando se vivía el amor libre y el flower power. Aunque muchas veces había visto fotografías de su padre de esa época, en la que se lo veía luciendo una abundante cabellera y ropa vistosa de colores, le costaba imaginarse al respetado inspector Lindberg como un hippie psicodélico y pacifista. Continuó hasta la cocina, allí encontró a Karl muy concentrado, rebanando unos zucchinis con paciencia. Miss Marple estaba encima de la mesa y, apenas la vio, se abalanzó sobre ella. Por fortuna, alcanzó a dejar la botella en el armario antes de que sufriera algún percance.
—¡Hey! ¿Cómo estás? —La lora de inmediato se le subió sobre el hombro y comenzó a darle leves picotazos en el rostro.
—¡Greta, vamos a casa! ¡Greta, vamos a casa!
Ella le removió las plumas de la cabeza, gesto que Miss Marple adoraba. Era un mimo disfrazado de juego que ambas siempre disfrutaban.
Karl hacía rato que había dejado de cortar verduras. Estaba recostado contra la mesada observando a su hija y a la inquieta lora. Cuando Greta se dio cuenta, le sonrió.
—Se ve que me ha extrañado —dijo poniendo a Miss Marple nuevamente encima de la mesa.
—¡Ni que lo digas! —Karl se secó las manos con un paño y se acercó a ella. La abrazó y miró disimuladamente hacia el armario en el que Greta había dejado la botella de vino—. Menos mal que viniste a recogerla, no habría soportado tenerla cerca una noche más.
—¿Tan mal se portó?
—Miss Marple no te lo dirá, pero se la pasó pidiéndome almendras a toda hora. Tuve que soltarla porque en la jaula no quería estar. Paseó por toda la casa y no se cansaba de repetir tu nombre. —Se señaló la cara—. ¿Ves estas ojeras?
Greta asintió al tiempo que intentaba controlar la risa.
—No pegué un ojo en toda la noche. Faltó poco para que me levantara y le arrojase un zapato para que dejase de chillar —se quejó.
—¡Pobrecita! ¿De verdad habrías sido capaz de hacerle eso? —preguntó en son de broma mientras contemplaba a la lora pasearse por la orilla de la mesa.
—¡Ni lo dudes!
Greta se sentó en el taburete; por un instante, había olvidado el terrible descubrimiento que había hecho esa tarde.
Karl tomó el vino, leyó la etiqueta y sonrió complacido.
—Esto merece ser acompañado por una buena cena. ¿Te quedas, no?
Lo observó mientras colocaba la botella en el centro de la mesa. Su intención había sido precisamente esa: compartir la cena con él y hablar del caso. Aunque eso último significara un nuevo enfrentamiento con su padre; estaba dispuesta a correr el riesgo.
—Por supuesto. —Se levantó, busco un delantal y preguntó—: ¿En qué te ayudo?
Aquella sería, sin dudas, una noche muy larga.
* * *
Pernilla Apelgren se levantó perezosamente del sofá cuando escuchó el teléfono. Pensó en dejar que su esposo contestara, pero continuaba en el desván trabajando en una nueva maqueta. Dejó la revista de jardinería que estaba leyendo a un lado y se dirigió hasta el recibidor para atender. Miró el reloj. No estaban acostumbrados a recibir llamadas después de las ocho de la noche, salvo que se tratase de alguno de los amigos de Oscar, con el cual compartiera su afición por el aeromodelismo. Se colgó las gafas en el cuello y tomó el teléfono.
—Diga. —Su voz denotaba fastidio y ni siquiera se preocupó en disimularlo. Quien fuera que llamase se daría cuenta de que solo estaba molestando.
—Pernilla, soy yo.
Le sorprendió escuchar la voz de Agnetta Bramsen, la esposa del pescadero.
—¿Agnetta, sucede algo? —No era usual que la llamara a esa hora, salvo que tuviese un chisme jugoso para compartir.
—Perdona por molestarte tan tarde, pero estoy muy angustiada.
¿Qué sería lo que le ocurría? ¿Se habría enterado algo de Mattias Krantz? La policía lo estaba buscando, y todo el pueblo esperaba que fuera atrapado lo antes posible y pagara por lo que le había hecho a la pobre de Kerstin Ulsteen.
—Dime, no me tengas en ascuas —exigió ansiosa.
—Se trata de Fritzie, no aparece desde hace cuatro días.
¡Conque se trataba de ese gato holgazán!
—Agnetta, te preocupas en vano. Ya sabes cómo son los gatos, se habrá ido detrás de una hembra en celo…
—No, es imposible. Mi Fritzie está castrado. —Empezó a relatarle cómo dos años atrás, después de que el felino regresara a su casa todo lastimado, ella y su esposo habían decidido cortar por lo sano.
Nunca mejor dicho, pensó Pernilla mientras oía la historia.
—Lo primero que debes hacer es calmarte —la aconsejó percibiendo que Agnetta estaba por echarse a llorar—. No creo que le haya pasado nada malo. Seguro volverá cuando menos te lo imaginas.
—No lo sé. Fritzie no es de hacer estas cosas. Salió el miércoles a la tarde al jardín, y no lo he visto desde entonces. —Hizo una extensa pausa—. ¿Crees que podría hablar con alguien para que me ayude a encontrarlo?
—¿Alguien como quién? —preguntó Pernilla, curiosa.
—Los bomberos o quizá la policía —dijo con toda la naturalidad del mundo—. El otro día vi en la televisión como un bombero salvaba a una gatita que se había caído en un pozo.
Pernilla la interrumpió antes de que la mujer se hiciera ilusiones tontas.
—No creo que te hagan caso. La policía está demasiado ocupada buscando al asesino de Kerstin Ulsteen y, en cuanto a los bomberos, dudo de que vengan desde Orsa solo porque tu gato se ha extraviado.
Agnetta guardó silencio durante unos cuantos segundos. Pernilla sospechaba que ya estaba llorando.
—Sí, quizá tengas razón. ¿Quién va a hacerme caso? A propósito de Mattias Krantz, me he cruzado con Sandra ayer por la mañana cuando salía del supermercado. La pobre estaba muy desmejorada, ni siquiera me vio. No debe de ser sencillo para una madre saber que su hijo fue capaz de cometer semejante maldad. Me dijo su vecino que el muchacho huyó con la camioneta de Kjell. Lo vio él mismo cuando se marchaba.
—Yo hablé con Vetle Mørk y me contó, con lujo de detalles, lo que vio cuando encontró el cuerpecito de la pobre Kerstin en el bosque —repuso Pernilla.
La conversación rápidamente se fue tornando en una especie de batalla entre las dos mujeres para ver quién contaba el chisme más interesante.
—No habría querido estar en sus zapatos —comentó Agnetta. El viejo Vetle Mørk, vivía a dos casas de la suya, sin embargo tenía muy poco trato con él debido a que su perro, Halcón, y su Fritzie no se llevaban muy bien.
—Hasta que no atrapen a ese condenado muchacho, la pobre de Kerstin no podrá descansar en paz. Yo siempre sospeché de él. Es un joven bastante raro. —Pernilla se asomó por la ventana y vio el auto de Greta estacionado enfrente de su casa—. Seguramente ha venido a buscar a la escandalosa de su mascota —esgrimió en voz baja.
—¿Qué has dicho?
—Nada, nada —respondió—. Es solo que el inspector Lindberg ha recibido la visita de su hija. Ojalá se lleve a la lora; la he oído chillar toda la noche desde aquí.
—¡Ah! Tengo entendido que Greta salió del pueblo —comentó Agnetta.
Era increíble cómo las dos ancianas podían cambiar de tema tan rápidamente.
—¿Sabes adónde fue?
—Mi sobrino Per, que trabaja en el aeropuerto, me dijo que la muchacha tomó un vuelo a Söderhamn anoche.
Pernilla quitó un cojín de la butaca y se sentó. La charla con su amiga se estaba volviendo más que atrapante.
—Ha vuelto demasiado rápido —manifestó al tiempo que estiraba sus gruesas piernas.
—Ha sido un viaje relámpago entonces —alegó Agnetta.
—Eso parece. ¿De lo más extraño, no crees? Hace por lo menos seis meses que Greta no vuelve a Söderhamn y de repente viaja una noche para regresar unas pocas horas más tarde. —Mientras hablaba especulaba sobre qué motivo tendría Greta para ir hasta allí después de tanto tiempo. Lo primero que le vino a la mente fue sin dudas la opción más jugosa: la muchacha había ido a reencontrarse con su ex.
—¿Piensas lo mismo que yo? —preguntó Agnetta tan intrigada por la noticia como estaba ella.
—Tiene que ser el exnovio. No ha salido con nadie desde que llegó a Mora, quizá porque todavía siente algo por él.
—¿Y el teniente Stevic? Hace un par de meses hubo algunos rumores que afirmaban que estaban juntos. Ya sabes, él trabaja con el padre y su fama de mujeriego es bien sabida por todos. ¡Y, además, es tan guapo! —añadió Agnetta con voz ensoñadora.
—Sí, lo es —concordó Pernilla. Se parecía mucho a su Oscar cuando tenía treinta años menos. No era de extrañar que una muchacha como Greta se sintiera atraída por un hombre así.
—Lástima que esté casado…
—Ese matrimonio no va a durar mucho. Todavía me pregunto cómo la doctora Halden sigue con él después de todas las que le hizo.
Agnetta suspiró hondamente.
—Estará enamorada —dijo.
Pernilla sonrió. Era una romántica incurable. No se perdía ni un capítulo de El clon en el canal 7. Como empezara a hablarle de Jade, Lucas y los demás personajes, le iba a cortar.
—El amor no lo es todo en la vida —sentenció.
—¡Ay, Pernilla! Llevas casada con Oscar más de cuarenta años y me dices eso.
—Precisamente porque llevo con mi esposo tantos años, puedo afirmar que en un matrimonio no todo se mide por el amor. A veces pienso que Oscar y yo seguimos juntos porque no podríamos estar el uno sin el otro. La costumbre y la rutina muchas veces reemplazan al amor. —En ese preciso momento, como broche de oro a su perorata, Oscar le pegó un grito desde el desván.
—¡Pernilla! ¿Está lista la cena?
Ahora fue ella la que soltó un suspiro.
—Agnetta, tengo que dejarte, mi desteñido príncipe azul se acordó que, además de armar avioncitos, tiene que cenar.
El comentario logró sacarle una sonrisa a la mujer del pescadero.
—¡Pobre Oscar! —comentó solidarizándose con el esposo de su amiga—. Yo también debo colgar, Kurt acaba de llegar. Si ves a mi Fritzie, me avisas.
—Quédate tranquila, mujer. Ya aparecerá.
Después de cortar, Pernilla no fue a la cocina, sino que regresó al salón y se dejó caer nuevamente en el sillón con la intención de continuar leyendo un artículo bastante interesante que hablaba de las propiedades antioxidantes de la camelia japónica. Ya se encargaría de tener lista la comida para el momento en que Oscar por fin bajase del desván.
* * *
La cena resultó deliciosa y de lo más amena. Karl no había hecho preguntas indiscretas sobre su viaje a Söderhamn, y ella se había abstenido de comentar lo que había descubierto. Hablaron de Némesis y de la familia. Sin embargo, se olía en el aire que aquel encuentro padre-hija iba a tomar otros derroteros en cualquier momento. Después de lavar y secar los platos, Karl sugirió probar el pastel de coco que le había enviado Ebba en la terraza. Si bien el aire aún estaba frío por las noches, era algo que les había gustado hacer siempre. Karl se puso un sweater, y Greta hizo lo mismo con su chaqueta. Miss Marple se quedó en la tibieza de la cocina deglutiendo unas almendras.
Se sorprendió de ver que su padre había vuelto a colocar el columpio de madera en el que ella solía pasar las tardes de verano leyendo. Era algo estrecho para que entrasen ambos, así que tuvieron que apretujarse bastante.
—¿Estás cómoda? —preguntó Karl al tiempo que hacía malabarismos para que el pedazo de pastel no terminara en el suelo.
Ella sonrió. Por supuesto que no estaba cómoda, aunque no cambiaría ese instante por ningún otro.
—Mejor no podría estar.
Él no dijo nada. Cruzó una pierna encima de la otra y se aclaró la garganta. Probó un poco del pastel. Después de unos cuantos segundos en los cuales ninguno de los dijo nada, tomó la iniciativa.
—¿No vas a contarme nada?
Greta tragó saliva. Habría preferido que su padre no hubiese abierto la boca. No quería hablar del tema, menos con él.
—Papá… no empieces. —Se inclinó hacia adelante, hundió el tenedor en el esponjoso pastel y lo observó atentamente. Había perdido el apetito.
—Vuelves a Söderhamn después de seis meses. Un lugar en donde has pasado ratos muy malos, supongo que no ha sido sencillo para ti —comentó, instándola a abrirse con él.
—No, no lo fue —respondió escuetamente.
—¿Quieres hablar de ello?
Ella se mordió el labio. Sin dudas, el aguerrido inspector Lindberg sabía qué táctica usar para ablandarle la lengua. ¿Sería capaz de someterla a un impecable interrogatorio con tal de hacerla hablar? No lo dudaba. Entonces comprendió qué mal lo debían de haber pasado los sospechosos que su padre había interrogado en los más de quince años como inspector de policía y sintió pena por ellos. Podía ser el hombre más persuasivo del mundo cuando se lo proponía. Unos minutos antes, no tenía el más mínimo deseo de contarle sobre el viaje. Ahora había acabado por completo con su resistencia.
Poco a poco, fue relatándole lo sucedido. Karl la escuchó en silencio, con el brazo derecho que descansaba en el hombro de su hija.
—Me habría gustado ir contigo —le dijo de repente.
Ella soltó una carcajada. Ahora que se había desahogado, se sentía más liviana.
—¡Por supuesto que no! —exclamó y, tras hacer una pausa, agregó—: Era algo que necesitaba hacer sola.
Karl asintió, y ella le apoyó la cabeza en el hueco del hombro.
—Nunca me agradó ese sujeto. Haberte alejado de él y volver a Mora han sido las decisiones más sabías que has tomado, hija. —La estrechó con fuerza entre los brazos—. Ahora te tengo aquí conmigo y no pienso dejarte ir nuevamente.
No hacía falta que se lo dijera. Adivinaba, sin embargo, que a su padre todavía le pesaba el hecho de que se hubiera ido a vivir sola, lejos de su amparo protector para emprender un propio proyecto. Para Karl Lindberg, ella siempre seguiría siendo una niña.
Ya habían saboreado el pastel de la tía Ebba y él se había salido con la suya y se había enterado de todos los detalles del viaje a Söderhamn.
Greta se aclaró la garganta. Ahora, le tocaba a ella.
—Todavía estoy impresionada por lo de esta mañana —comentó sacando por primera vez el tema. Observó de soslayo a su padre, para ver qué reacción le provocaban esas palabras.
Karl lanzó un soplido.
—No sé por qué, pero sospechaba que no tardarías en hablar del asunto —respondió al tiempo que movía la cabeza en un gesto de resignación.
Ella sonrió. Al menos no estaba de mal humor.
—Es un hecho terrible. Primero, la brutal muerte de Kerstin, ahora esto…
Se apartó un poco, se cruzó de brazos y la miró fijamente.
—Hay algo que no tengo muy claro aún y es qué estabas haciendo en esa parte del pueblo, en el lado opuesto a donde vives.
Ella dejó el plato con restos de pastel en el suelo.
—Ya te lo expliqué. Tuve que desviarme del camino.
—Sí, esa parte de la historia ya la escuché, sin embargo, lo que no entiendo es qué hacías cerca del parque. El aeropuerto está muy lejos de allí —insistió.
No supo qué contestarle. ¿Cómo iba a decirle que había pasado por la calle donde vivía Mikael? Jamás lo comprendería.
—Me habré perdido —contestó a sabiendas de que esa explicación era demasiado débil para un experimentado y sagaz policía como su padre.
Karl no dijo nada, solo se la quedó mirando, tratando de vislumbrar en su rostro algo que confirmara lo que ya sospechaba.
—¿Tienen ya los resultados de la autopsia? —Greta necesitaba desviar la conversación lo antes posible.
—No, Nina me ha dicho que se han retrasado. Frederic trabaja solo porque es el día libre de su asistente —le explicó—. Además, tengo entendido que sigue haciendo algunos exámenes patológicos al cadáver de Kerstin para ver si conseguimos algún rastro que nos diga dónde estuvo cautiva.
—¿Cuándo le entregarán el cuerpo a la familia? —Un temblor le subió por la espalda. Parecía una terrible burla del destino que Mattias y Kerstin estuvieran tan cerca el uno del otro en una fría mesa de la morgue.
—Supongo que mañana —respondió Karl.
Greta asintió.
—Me gustaría asistir al funeral —dijo de repente.
Él no compartía su deseo. Después de lo ocurrido en casa de los Krantz, no estaba para lidiar con el dolor de unos padres que habían perdido a su hija de once años de la manera más atroz.
—No podré acompañarte, si bien estamos a punto de cerrar el caso, todavía quedan algunos cabos sueltos. Mañana iré a ver al juez en persona y le pediré una orden de allanamiento para registrar la cabaña que Mattias tenía en el bosque. Creemos que es allí donde Kerstin estuvo secuestrada. Si Frederic encuentra alguna evidencia que sitúe a la niña en ese sitio, el caso entonces sí estará cerrado.
Greta sintió que ese era el momento de decirle lo que había descubierto.
—Papá… ¿y si la muerte de Mattias no fuera un suicidio?
—Greta, no me salgas ahora con alguna de tus teorías absurdas de novelita de misterio —la amonestó.
—No es ninguna teoría, es algo que vi con mis propios ojos —manifestó pasando por alto el tono burlón de su padre.
—¿A qué te refieres? —Karl no parecía enfadado, más bien intrigado por lo que acababa de salir de los labios de su hija.
—Cuando llegué al lugar, la puerta estaba cerrada. La abrí cuando creí que Mattias se había movido —se detuvo.
—Continúa.
—No me di cuenta en ese momento, probablemente por el estado en el que me encontraba debido a la impresión, pero tuve un sueño y…
—¡Espera! ¿Un sueño?
—Sí, papá, y en el sueño lo vi todo claramente. Había sangre y restos de materia cerebral en la chapa de acceso. —Hizo una pausa, como pudo, subió una pierna encima de la hamaca y prosiguió—: eso significa que, cuando el arma fue disparada, la puerta estaba abierta. ¿Entiendes lo que te digo? Mattias no pudo haberla cerrado; alguien más lo hizo.
—¿Estás insinuando que lo asesinaron y luego simularon un suicidio?
—Exacto.
Karl se rio.
—Me acabas de decir que lo soñaste, ¿qué valor puede tener entonces tu hipótesis?
—Papá, no fue solo un sueño, fue como revivir en mi mente, segundo a segundo, el preciso instante en el que encontré el cuerpo.
Tiempo atrás, harto de sus ideas fantasiosas salidas más de las novelas de misterio que leía que de su propia cabeza, Karl se habría negado a escuchar a su hija. Sin embargo, los hechos se habían encargado de demostrarle que Greta pocas veces hablaba por hablar.
—Lo que dices hay que probarlo, no podemos basarnos en lo que crees que viste —repuso, reacio todavía a aceptar abiertamente que, una vez más, su propia hija hubiese descubierto algo que a la policía se le había escapado.
—Las pericias se encargarán de demostrar si tengo razón o no —respondió muy segura de sí misma.
Su padre asintió y no dijo más nada. Recogió los platos sucios y los llevó al fregadero.
Greta, en cambio, no podía dejar de pensar en todo aquel escabroso asunto. En su mente revoloteaban dos incógnitas: ¿habría sido Mattias realmente el asesino de Kerstin? Si lo era… ¿quién lo habría podido asesinar y disfrazar su muerte como un suicidio?
Por desgracia, era demasiado pronto para hallar respuestas.