CAPÍTULO 4
Los primeros en llegar al lugar del hecho fueron Frederic Grahn, el jefe del laboratorio forense y un reducido grupo de dos agentes expertos en escenas del crimen que rápidamente se encargaron de acordonar el área. Karl y Nina llegaron unos minutos más tarde. Se pusieron al tanto de las novedades y luego se alejaron para dejar trabajar a los peritos.
Greta estaba sentada en el interior de su auto. No había querido marcharse a pesar del consejo del forense de que lo hiciera. Cuando se acercaron a ella, estaba blanca como un papel.
—Hija, ¿estás bien?
Todo le daba vueltas. No podía apartar de la mente a Mattias Krantz y sabía que no lograría hacerlo en mucho tiempo.
—Sí —mintió al tiempo que intentaba esbozar una sonrisa para él y para la sargento. Miró detrás de ellos esperando ver a alguien más.
—¿Qué haces aquí? Pensé que seguías en Söderhamn.
—Llegué esta mañana en el vuelo de las seis y media.
—Este sitio está prácticamente al otro lado del pueblo, muy lejos de la zona comercial donde vives —adujo seriamente. No agregó nada más, aunque sabía que a unas pocas cuadras de allí estaba el apartamento de Stevic.
—La calle estaba cortada y tuve que desviarme de mi camino —le explicó.
—¿Te detuviste al ver la camioneta? —Esta vez fue Nina la que preguntó.
—Sí.
—¿Sabías que era el vehículo en el cual había huido Mattias Krantz?
—Vi la fotografía anoche cuando pasé por la comisaría —respondió; luego tuvo que salir del Mini Cabrio, tenía las piernas entumecidas y necesitaba moverse.
—No debiste acercarte, corriste un riesgo innecesario —le reprochó Karl.
—Dudo que Mattias hubiese podido hacerme daño —replicó. Era evidente que estaba molesto porque había metido las narices, una vez más, donde no debía. Recordó entonces unas líneas de Némesis, en la cual, la sobrina de miss Marple aconsejaba seriamente a la anciana. «No se mezcle en más asesinatos, tía. No es bueno para usted». Ella no tenía la culpa de haberse topado con aquella terrible escena, pero, al parecer, su padre no podía entenderlo.
—De todas maneras, fuiste muy imprudente…
—Karl, no regañes a la niña —interrumpió Frederic acercándose a ellos.
Greta agradeció la oportuna intervención.
—¿Qué tienes para nosotros? —preguntó Nina agradeciendo también su aparición. No le gustaba demasiado estar en el medio cuando Karl y su hija discutían, sin embargo, debía reconocer que era admirable cómo Greta se animaba a plantarle cara a su padre. A medida que pasaba el tiempo, le caía mejor la muchacha.
—No puedo decirles mucho por ahora, después de la autopsia sabré más.
—¿Cuándo murió? —quiso saber Karl.
—De acuerdo al rigor mortis, murió entre las cuatro y las cinco de la madrugada.
—¿Fue un suicidio?
—A prima facie, te diría que sí, Karl. Los muchachos están trabajando todavía, por lo tanto, no saquemos conclusiones precipitadas. —Le entregó una bolsa de evidencias; en su interior estaba la nota que había dejado el único sospechoso del brutal asesinato de Kerstin Ulsteen.
Karl la leyó en silencio.
—Todo apunta a un suicidio. Es evidente que el muchacho no pudo con la culpa. Se vio acorralado y eligió la vía de escape más fácil —manifestó. Le pasó la nota a Nina y la miró, esperando quizá que ella confirmara sus palabras.
—Así parece, pero debemos esperar el resultado de las pericias. —Su respuesta fue más prudente. No podían dar por sentado que Mattias Krantz se hubiese suicidado.
—En la nota no nombra a Kerstin —repuso Greta—. Si en verdad se suicidó, deja un montón de interrogantes por resolver.
Karl se pasó la mano por el cabello, despeinándolo.
—¿Cómo demonios sabes que no lo hizo? —fulminó a su hija con la mirada.
Ella no dijo nada.
—¡O sea que no solo te acercaste a la camioneta, sino que también manipulaste evidencia! —la amonestó.
—Usé un pañuelo —respondió a su favor.
Karl contó mentalmente hasta diez antes de decir algo de lo que luego podría arrepentirse.
Para ese momento, Frederic había regresado al epicentro de la escena del crimen y había dejado a la sargento Wallström en compañía de Greta y su malhumorado padre.
—Mira, hija —empezó a decir Karl después de un largo silencio. Ignoraba de dónde demonios sacaba paciencia para lidiar con ella—. Eres la persona que encontró el cuerpo de la víctima, y eso no lo puedo cambiar. Mañana te presentarás en la comisaría y prestarás la declaración correspondiente, pero tu relación con el caso acaba en este mismo momento, ¿me oyes?
Greta apenas asintió con la cabeza. Se sintió como la pobre miss Marple, muchas veces, tan injustamente incomprendida. No salía a buscar crímenes a diestra y siniestra; parecía que los crímenes la encontraban a ella. Si no se hubiera visto obligada a desviarse de la ruta, nunca habría hallado el cuerpo de Mattias Krantz. Claro que pasó por alto un pequeño detalle: si en un principio no se hubiese dirigido al barrio donde vivía Mikael, quizá nada de todo aquello habría ocurrido. Imposible saberlo.
—Será mejor que me vaya —dijo, en cambio, sin poder disimular el enojo. No tenía deseos de seguir escuchando sermones. Además, estaba cansada por el viaje y necesitaba recuperarse de la horrible experiencia de haber hallado a Mattias Krantz muerto. Se despidió de Karl sin siquiera darle un beso. Era mejor dejarlo que rumiara su rabia lejos de ella. Se montó en el auto y fue entonces que recordó que aún no había recogido a Miss Marple. Iba a preguntarle a su padre, pero él ya se había alejado. Pasaría más tarde a buscarla.
Cuando llegó al apartamento, encontró una nota de su primo pegada en el refrigerador.
Greta, hablé con el proveedor y conseguí que enviara los libros el martes. No tienes de qué preocuparte. Descansa, Lasse.
Por lo menos, una buena noticia.
Había sabido arreglárselas bastante bien sin ella. Lo del proveedor de Estocolmo sin dudas era un punto a favor. El sujeto le había dicho que no podría mandarle la nueva tanda de libros que había pedido hasta finales de mes, pero parecía que Lasse había logrado que cambiara de opinión. Sin dudas, lo primero que haría cuando lo viese el lunes sería felicitarlo.
Era extraño encontrar el apartamento sumido en el más absoluto de los silencios. Echaba en falta el parloteo de Miss Marple y el sonido de su pico golpeteando los barrotes de la jaula. Sin embargo, estaba convencida de que había hecho bien en dejarla con su padre un rato más. Iría a buscarla antes de que anocheciera. En ese momento, su única prioridad era darse un baño relajante para descansar el cuerpo adolorido. Ni siquiera podía pensar en comer; la dantesca escena de la cual había sido testigo había provocado que perdiera por completo el apetito.
* * *
Mikael llegó a la comisaría luego de descubrir en su móvil que tenía varias llamadas perdidas de Nina. La batería del teléfono se había descargado durante la noche y ni siquiera se había dado cuenta; además había conseguido dormir un poco recién a la madrugada, por eso lo primero que hizo antes de buscar a su compañera fue servirse una taza de café bien cargado. Con la bebida humeante se dirigió hasta su oficina. Rogó no toparse con el jefe, al menos, hasta que una buena dosis de cafeína le hubiese entrado en el organismo.
—¡Vaya, por fin apareces! —exclamó Nina al verlo atravesar la puerta del despacho.
La voz de la sargento Wallström le martilló los oídos. Al insomnio ahora se sumaba una molesta jaqueca. Debía hacer algo al respecto, toda aquella situación estaba prácticamente acabando con él.
—Lo siento… mi teléfono estaba sin batería y pasé una noche de perros —le dijo a modo de justificación.
Nina se inclinó hacia adelante, apoyó ambos codos en el escritorio y lo instó a sentarse.
—No sé qué pasa contigo últimamente. Hablaremos de eso más adelante. —Lo observó fijo—. Hay novedades: Mattias Krantz ha aparecido.
Mikael pensó que aquella noticia era, sin dudas, de las mejores que había recibido en mucho tiempo.
—Eso es estupendo.
—No tanto… Está muerto.
Casi se atragantó con el café.
—¿Muerto?
—Así es. El cuerpo fue hallado en el interior de su camioneta. Se disparó con una escopeta —le informó.
—¿Cuándo lo hallaron?
—Esta mañana cerca de las siete y quince. No vas a creer quién fue la persona que lo encontró.
Él se encogió de hombros. No estaba de humor para adivinanzas, pero cuando ella le soltó el nombre, se quedó patitieso.
—¿Greta? Creí que estaba en Söderhamn —dijo mientras se recuperaba del impacto que le causó enterarse que había sido ella precisamente quien había encontrado el cuerpo.
—Regresó temprano, tengo entendido que en el vuelo de las seis y media. Reconoció la camioneta de Mattias después de verla en la pizarra cuando vino anoche.
Él asintió, aunque seguía sin creerlo.
—¿Dónde apareció?
—En Kråkberg, a menos de dos millas de su casa y muy cerca del parque, exactamente en Oxbergsvägen. Su camioneta estaba semioculta entre unos árboles. —Nina notó de inmediato la reacción de su compañero—. Según contó, tuvo que desviarse, porque se topó con una calle cerrada por reparaciones. Lo que no entiendo es qué hacía justamente allí.
Mikael estaba tan intrigado como ella. El sitio donde apareció Mattias distaba mucho de la ruta que debía haber tomado Greta desde el aeropuerto hasta su casa. La calle Oxbergsvägen estaba más cerca de donde él vivía.
—Bueno, en este momento creo que ese es un dato irrelevante. Lo que importa es que tenemos al asesino de Kerstin Ulsteen.
—Un asesino que se llevó sus secretos más oscuros a la tumba —alegó Nina algo desesperanzada.
—Sabemos que fue él. —Quiso terminar el café, pero se había enfriado—. Obtuvimos su huella en la pulsera, que, sabemos, le regaló a Kerstin días antes de su muerte.
Nina asintió. Ese había sido sin dudas su mayor golpe de suerte desde que llevaban el caso.
—Si se confirma efectivamente que la muerte fue un suicidio, el caso se cerrará; sin embargo, no estoy conforme. Me habría gustado atrapar a ese malnacido con vida y que terminara confesando lo que hizo.
Por supuesto que a él le habría gustado lo mismo, pero Mattias Krantz les había facilitado el trabajo.
—¿Frederic ya terminó la autopsia?
—No, lo llamé justo antes de que llegaras, pero no hay noticias aún. Es el día libre de su ayudante. Lamentablemente para nosotros, es domingo, y nuestro personal se reduce a la mitad. Los peritos tampoco me han entregado el informe de balística. No queda otra que esperar hasta mañana.
—¿Dudas de que haya sido un suicidio?
Nina se levantó de la silla y se paró junto a la ventana. Allí, se tomó un tiempo para quitar un par de hojas secas al bonsái que tenía en la parte alta del estante donde exponía algunos de los recuerdos más preciados de sus casi veinte años en la fuerza. Se lo había regalado Karl un mes antes, en ocasión de su cumpleaños, y ponía todo su esmero en que no se secara. Incluso, colocaba su disco de jazz favorito en el pequeño y moderno equipo estereofónico, porque había leído en algún lado que la música era un buen estímulo para las plantas. Así, la trompeta de Glenn Miller con su Serenata a la luz de la luna resonaba una y otra vez en la oficina. Nunca nadie se había quejado, solo algún que otro agente le había dicho, eso sí, con mucho respeto, que aquello era «música de viejos». ¿Qué sabrían ellos?
—La escena no plantea dudas, al menos en primera instancia —respondió al fin—. Aunque el suicidio de Mattias cierre el asesinato de Kerstin Ulsteen, todavía quedan varios cabos sueltos. —Regresó al escritorio y se sentó—. No hemos conseguido el arma con la que ultimó a la niña, y no hay nada que lo involucre directamente como el autor material del hecho. Sabemos que el asesino le lavó el cuerpo y la volvió a vestir, aunque faltaba uno de los calcetines. Pudo perderlo o, tal vez, se lo llevó como un trofeo. Si pudiéramos probar que la tuvo retenida en su cabaña de caza, sería un gran punto a nuestro favor; hasta entonces, no hay nada en concreto. Sí, ya sé que siempre fue el único sospechoso, que se acercó a Kerstin poco antes de su desaparición y que hallamos sus huellas en la pulsera que le regaló; aun así, siento que no es suficiente.
Mikael tuvo que concordar con ella. La muerte de Krantz los había dejado con más dudas que certezas. De todos modos, la nota de suicidio parecía dejar en claro que el muchacho ya no soportaba cargar con lo que había hecho en la conciencia. La culpa y los remordimientos debieron de haber sido demasiado agobiantes para él.
—¿Dónde está Karl? —preguntó Mikael.
—En casa de los Krantz. No será sencillo darles la noticia a sus padres. Aprovechará también para pedirles una muestra de la caligrafía de Mattias para compararla con la de la nota —le indicó.
—Qué raro que no hayas ido con él.
Nina sonrió.
—Preferí quedarme aquí a esperar los resultados de las pericias —respondió a sabiendas de que su compañero estaba tratando de sonsacarle otro tipo de información. Sospechaba que Mikael lo que en realidad quería saber era si había habido algún avance en su intento por conquistar al reacio inspector Lindberg. La tarea estaba resultando bastante ardua y de nada servía apurar las cosas. Conociendo a Karl, lo más probable era que saliera corriendo si le confesaba sus sentimientos de una. Por eso, prefería hilar fino con él y conquistar su corazón sin que se diera cuenta. Observó al teniente. Comprobó una vez más su aspecto desmejorado. Era hora de saber qué le estaba pasando. Jugueteó con un bolígrafo y, unos segundos más tarde, arremetió contra él. Era su turno de hacer preguntas.
—¿Vas a decirme de una vez qué sucede contigo?
Mikael no estaba preparado para tener aquella conversación. No quería que se supiera todavía que su esposa lo había abandonado. Sin embargo, Nina siempre había sido para él más que una compañera, y necesitaba desahogarse con alguien, si no, iba a explotar. También era consciente de que una noticia como aquella no tardaría en llegar a los oídos de la gente. Mora se caracterizaba, no solo por la solidaridad y buena predisposición de sus habitantes, sino también por la acérrima afición al chisme. Seguramente, la separación del teniente Stevic y la doctora Halden sería la comidilla del pueblo durante mucho tiempo. No podía tapar el sol con un dedo; tarde o temprano, se enterarían de que su esposa lo había dejado.
Él soltó un suspiro. Era hora de hablar.
* * *
Karl se bajó del auto, se acomodó la corbata y atravesó el estrecho sendero pedregoso con lentitud. La tarea que iba a cumplir era la más áspera de todas. Era capaz de enfrentarse a un cadáver o apuntarle con un arma a cualquier delincuente sin que le temblase el pulso, pero comunicarles a unos padres que su hijo había muerto, eso sí que era desagradable. Le había tocado hacerlo muchas veces, sin embargo, la tensión en el estómago era siempre la misma. Intensa, sofocante y difícil de sobrellevar. Se quitó las gafas y las guardó en el bolsillo de la chaqueta antes de llamar a la puerta de los Krantz. Mentalmente repasó una vez más cómo se lo diría.
Kjell Krantz fue quien le abrió la puerta y, apenas lo vio, supo que algo no andaba bien. Lo invitó a pasar de mala gana y lo condujo hasta el salón. Allí, la madre de Mattias yacía recostada en el sofá. Parecía que dormitaba, pero cuando abrió los ojos lo miró fijamente durante unos cuantos segundos. Aquella mirada, cargada de odio, provocó que Karl se tomara un tiempo para hablar.
—¿Han encontrado a Mattias? —Fue Kjell Krantz quien habló finalmente.
—Sí, lo hemos encontrado.
Luego, un pesado silencio se cernió nuevamente sobre ellos.
—¿Dónde está mi hijo? —preguntó Sandra Krantz incorporándose sobre el sofá.
Karl comprendió, en ese momento, que de nada le había servido ensayar las palabras que luego usaría para comunicar semejante noticia.
—Kjell, Sandra… —Utilizó sus nombres de pila, como si aquel simple detalle le facilitara las cosas—. Lo lamento mucho, pero su hijo está muerto. Hemos encontrado su cuerpo esta mañana… Mattias se ha suicidado.
La mujer se lanzó sobre el inspector Lindberg y comenzó a golpearlo con el puño.
—¡Malditos! ¡Ustedes tuvieron la culpa! ¡Lo acorralaron como a un animal! —gritó mientras Karl luchaba por quitársela de encima. Miró a Kjell. El hombre permanecía a un costado. Estaba paralizado. Tenía ambos brazos pegados al cuerpo y lloraba en silencio, completamente ajeno a lo que sucedía a su alrededor.
—¡Sandra, cálmese! —Tomó a la mujer por los hombros y la sacudió. Ella estaba fuera de sí y seguía golpeándolo. No tuvo más remedio que sujetarla de las manos y apretarlas con fuerza. No quería hacerle daño, pero tenía que detenerla. Unos cuantos segundos después, finalmente se dio por vencida. Rápidamente, la furia dio paso al dolor y comenzó a llorar. La acercó a él y la abrazó. No supo cuánto tiempo pasó conteniéndola. Parecía que hubiera trascurrido una eternidad. Cuando su esposo finalmente salió del trance en el que se había sumido, se hizo cargo de consolar a su mujer.
Karl esperó un momento antes de volver a hablar.
—Necesitamos que alguien pase por la morgue para reconocer oficialmente el cuerpo de Mattias —les informó.
Kjell Krantz asintió al tiempo que acariciaba compulsivamente el cabello de su esposa a la altura de la coronilla.
—Iré yo, no voy a permitir que Sandra lo vea.
La mujer alzó la cabeza y lo miró.
—Quiero ver a mi niño por última vez —le rogó.
Karl, a sus espaldas, le hizo una señal dándole a entender que no era prudente que lo hiciera.
Kjell sabía que no sería fácil convencer a su esposa de no acompañarlo. Llamaría a su suegra para que se quedara con Sandra mientras él iba a la morgue.
—Hay algo más que quiero pedirle, señor Krantz.
Sandra lo fulminó con la mirada. Era obvio que ni Karl ni nadie que usara uniforme era santo de su devoción. Dos semanas antes, la mujer los había denunciado por hostigamiento policial hacia su hijo.
—Usted dirá. —Kjell también creía que ellos tenían la culpa de lo que le había sucedido a Mattias, sin embargo, de los dos, era el que parecía tener más juicio en ese momento.
—¿Podría facilitarme una muestra de la caligrafía de su hijo?
—Mattias ya no vivía aquí, se mudó hace casi un año. Supongo que ya lo sabe —dijo con ironía—. No sé si habrá algo en su habitación.
Sandra Krantz entonces se separó de su esposo, subió las escaleras y regresó tan solo un par de minutos después con una tarjeta en la mano.
—Me la dio Mattias el año pasado por el día de la madre… —Se la entregó a Karl y él notó que las manos le temblaban.
Abrió la tarjeta, en el interior había una cariñosa dedicatoria. Aquello serviría para compararla con la nota suicida que había dejado el muchacho.
Se marchó con un gusto amargo en la boca. Esperaba no volver a pasar por una circunstancia similar nunca más. Mientras conducía de regreso a la comisaría, le fue imposible borrar de su mente el rostro compungido de Sandra Krantz y sus palabras condenatorias.
* * *
El tiempo pareció suspenderse en el aire. Como si estuviera dentro de una película, Greta se vio junto a la camioneta de Mattias Krantz. Había sangre por todos lados, llegaba desde el techo hasta el suelo. Una enorme mancha roja cubría el asiento del conductor. Miró hacia abajo. Se agachó y pasó los dedos por la chapa de acceso, allí donde se apoyaba la puerta al cerrarse. Había sangre y restos de una sustancia grisácea. Retiró la mano de inmediato cuando descubrió de qué se trataba.
En ese momento, abrió los ojos.
Se incorporó de un salto. Le costaba respirar y tenía la camiseta bañada en sudor. Contempló la habitación para cerciorarse de que realmente estaba en su apartamento. Había perdido totalmente la noción del tiempo. Se había tomado un par de somníferos para intentar dormir y, ahora, en vez de sentirse mejor, le dolía horrores la cabeza. No obstante, recordaba cada detalle del sueño que acababa de tener. Había sido una especie de déjà vú que la había trasladado en tiempo y espacio a la fatídica escena de la cual había sido testigo horas antes. Un detalle en particular había quedado grabado en su memoria. Sonrió. Había sido precisamente ese detalle el que se le había escapado. La conmoción y el estado de aturdimiento seguramente habían provocado que lo olvidara, sin embargo, ahora todo estaba más que claro en su mente. Si lo que sospechaba era cierto, Mattias no se había suicidado.
Alguien lo había matado.