CAPÍTULO 2
Mikael entró al apartamento y arrojó la chaqueta sobre la mesita. La sala estaba vacía. Si no recordaba mal, Pia debía de estar aún en el hospital cumpliendo con su guardia semanal. Desde que había perdido al bebé, hacía hasta lo imposible para evitarlo. No se lo había dicho abiertamente, pero no eran necesarias las palabras. Bastaba el reproche en su mirada para comprender que no se lo perdonaría nunca. Como siempre, no había estado cuando su esposa más lo necesitaba y se maldecía por ello. Fue hasta la cocina y sacó una lata de cerveza del refrigerador. Se la bebió de un trago. Respiró hondamente. La situación que estaba viviendo lo traía de cabeza. Incluso en la comisaría se habían dado cuenta de que algo no andaba bien. Por eso agradecía la discreción con la cual se manejaban delante de él. Había pensado tomarse unos días, pero ocurrió lo de Kerstin y ya no pudo hacerlo. El apoyo de Nina, así como la preocupación camuflada de Karl, habían evitado que colapsara. Y por supuesto… Greta. Muchas veces le bastaba recordar su sonrisa para aliviar cualquier pesar. Si bien durante las últimas semanas se habían visto poco, no había un día en que no pensara en ella.
Giró para recostarse contra la mesada. Recorrió cada metro cuadrado de la cocina lentamente con la mirada. Estaba impecable. Pia siempre había sido ordenada, sin embargo, después de lo sucedido, mantener el apartamento limpio se había convertido casi en una obsesión para ella.
Muchas cosas habían cambiado desde entonces. Error: no habían cambiado, estaban empeorando. Ya no eran sus continuas infidelidades o la necesidad imperiosa de su esposa por convertirse en madre lo que había hecho de su matrimonio un infierno. Eran los reproches, las miradas acusatorias y un enorme sentido de culpa que lentamente iban destruyendo lo poco que les quedaba.
Se preguntó por enésima vez por qué no se largaba y, de nuevo, halló la respuesta. No podía hacerlo sin sentirse un hijo de puta. ¿Qué hombre abandonaría a su esposa después de haber perdido un hijo?
Se pasó la mano por el mentón. Hacía casi una semana que no se rasuraba. Abandonó la cocina en dirección al cuarto de baño, pero se detuvo cuando escuchó que la puerta se abría.
Pia entró, lo miró directamente a los ojos, y él volvió a sentirse el peor de los hombres.
—Necesito hablar contigo —le dijo seriamente.
Mikael se acercó. Notó algo diferente en su semblante, pero no logró descubrir qué era.
—Tú dirás.
Ella le dio la espalda. Se recostó contra el marco de la ventana y contempló el lago Siljan. Un hondo suspiro fue lo único que se escuchó en el apartamento.
—Me marcho —soltó por fin.
Aquellas dos palabras, quizá las que tendría que haber dicho él mucho tiempo antes, lo dejaron helado.
—¿Qué dices?
—He pedido una licencia en el hospital y ya arreglé todo con mi hermana. Sofie está encantada de recibirme en su casa. Necesita ayuda con los niños y… —titubeó. En ese punto se le quebró la voz—. Creo que es lo mejor para los dos.
Por unos cuantos segundos, él no supo qué decir. Solo preguntó:
—¿Cuánto tiempo estarás en Falun?
—No lo sé, el tiempo que haga falta. —Se volteó y trató de sonreír—. Estarás bien sin mí.
—Pia…
—Es lo mejor, Mik, y lo sabes. Si seguimos así, terminaremos por destruirnos el uno al otro. —Le acarició la mano—. Te amo, pero en este momento no podemos estar juntos.
Mikael asintió. Pia había tenido el valor que a él le había faltado. Su actitud provocó entonces que se sintiera peor. Ella quería alejarse de su lado. Por primera vez en mucho tiempo, ya no lo necesitaba.
Debía dejarla marcharse, ni siquiera tenía el derecho de pedirle que reconsiderara la decisión.
—¿Tienes todo listo?
—Sí. Me voy esta noche en el tren de las nueve.
Le pareció demasiado pronto, aunque prefirió no decírselo. Percibía que le había costado mucho tomar aquella determinación y él no le haría las cosas más difíciles. Tal vez ella creía que aquella separación serviría para enmendar su matrimonio.
Dudaba de que así fuese, pero tampoco se lo dijo.
* * *
A Teresa Reiner no le agradaba en lo absoluto volver a recibir a la policía en su casa y mostró un gesto adusto que fue más que evidente.
—Señora Reiner —dijo Nina antes de sonreírle—. Sentimos volver a molestarla, pero necesitamos hablar con su hija.
La mujer respiró hondamente con fastidio. Abrió la puerta para que ella y Mikael entraran. Los condujo hacia el salón, un espacio no muy grande con tres sillones de gamuza sintética roja y un piano de cola en el rincón.
—Sanna está durmiendo. Desde lo de Kerstin ha tenido pesadillas. El doctor ha dicho que se le pasará. —Se cruzó de brazos y sacudió la cabeza—. ¡Cómo si una niña a esa edad pudiese olvidar que su mejor amiga fue masacrada como un cordero!
Ni Mikael, ni Nina hicieron comentarios. Sí sabían que Sanna estaba muy afectada por lo sucedido. Lo habían comprobado la primera vez que la habían interrogado. No habían sacado ningún dato relevante para avanzar en la investigación. Cuando quisieron profundizar con las preguntas, la niña, terriblemente conmocionada, se había cerrado por completo y fue inútil seguir con el interrogatorio.
Se sentaron en los sillones mientras Teresa iba a despertar a la niña.
Nina observó de soslayo a su compañero. Apenas lo había visto esa mañana, supo que había ocurrido algo y ese algo tenía que ver con Pia. Se moría de ganas de preguntarle, pero no era el momento ni el lugar.
Por su parte, Mikael percibió la mirada curiosa de la sargento Wallström y agradeció en silencio la oportuna aparición de la dueña de casa acompañada de la pequeña.
—Hola, Sanna —la saludó Nina.
La pequeña se abrazó a su madre. Aún llevaba el pijama y unas pantuflas de peluche en forma de tortuga.
Teresa Reiner acarició la cabeza de su hija.
—Cariño, la sargento Wallström y el teniente Stevic quieren hacerte algunas preguntas sobre Kerstin —trató de explicarle.
Sanna reaccionó cuando oyó el nombre y agachó la cabeza.
—Les dije que aún estaba muy afectada.
Mikael decidió intervenir.
—Sanna, me he enterado de que tocas muy bien el piano. —Se inclinó hacia adelante para que lo viera.
Ella asintió.
—¿No te gustaría interpretar alguna melodía para nosotros?
Sanna se encogió de hombros. Todavía seguía mirando el piso.
—Anda, cariño. ¿Por qué no tocas esa canción nueva que te enseñó la señorita Bauer?
Con lentitud, Sanna se separó de la madre y se dirigió hasta el piano. Sus pequeñas manos volaban sobre las teclas, y arrancaban suaves notas al viejo Bentley, el cual, según les había comentado Teresa, había sido adquirido por su esposo en una subasta en Rättvik dos años antes a un precio bastante razonable.
El salón volvió a sumirse en el silencio cuando Sanna dejó de tocar. Mikael entonces se levantó y caminó hasta ella. Se puso en cuclillas para estar a su altura y la tomó de la barbilla.
—Sanna, sabemos que estás muy triste porque tu mejor amiga murió.
La niña por fin lo miró. Sus enormes ojos azules, tan expresivos, provocaron un nudo en la garganta del teniente.
—Kerstin no murió… la mataron.
—Es verdad, alguien le hizo mucho daño y queremos atrapar al culpable, por eso estamos aquí.
—Mi hija ya les ha dicho todo lo que sabe —intervino Teresa, poniéndose a la defensiva.
Mikael la miró.
—Señora Reiner, no se alarme, solo estamos haciendo nuestro trabajo. Vinimos hasta aquí porque creemos que Sanna puede saber algo que no nos ha dicho.
—¿Se refiere al señor que hablaba con Kerstin en el parque?
El teniente y la sargento intercambiaron miradas. Sanna parecía haberse soltado por fin.
—¿De qué señor hablas?
—Era amigo de Kerstin. Cuando aparecía, ella se apartaba de nosotros para irse con él.
—Dime, Sanna, ¿cuándo se hizo Kerstin amiga de ese señor?
La niña lo pensó durante unos cuantos segundos.
—Hace mucho.
—¿Exactamente desde cuándo? —insistió Mikael. Sabía que los niños tenían una percepción muy distinta a los adultos sobre el paso del tiempo.
Sanna miró a su madre, presintiendo, quizá, que lo que iba a decir, merecía una reprimenda.
—Kerstin me pidió que no dijera nada, que era un secreto y no podía romperlo. —Se mordió el labio—. Por eso no dije nada… No quiero que se enfade conmigo.
—No te preocupes, Kerstin no va a enojarse contigo, pero, dime, ¿te contó alguna vez quién era ese hombre?
Negó con la cabeza.
—Nunca me dijo su nombre, pero yo ya lo había visto muchas veces en el parque antes de que se hiciera amigo de ella.
Estaba hablando de Mattias Krantz; aun así, tenían que confirmarlo. Mikael sacó una fotografía y se la mostró.
—¿Es este el hombre que viste con Kerstin?
Sanna primero miró a su madre, luego movió la cabeza.
—No lo sé. Llevaba una gorra y siempre lo veía de lejos.
Su respuesta no fue la esperada.
—Míralo bien —insistió Mikael.
La niña abrazó a su madre y se negó a seguir mirando la fotografía.
—Ya le dijo que no puede reconocerlo —volvió a terciar Teresa Reiner.
El teniente asintió. No iban a conseguir nada presionando a la pequeña. De repente, Sanna se apartó y le mostró una pulsera.
—Un día, le regaló una pulsera igual a esta —le dijo levantando una mano.
—¿Estás segura?
Sanna asintió.
Tanto Nina como él soltaron la respiración. Antes de aquella visita, prácticamente no tenían nada para seguir. Ahora, el testimonio de la mejor amiga de Kerstin podría conducir la investigación por un buen camino. Si la huella de Mattias aparecía en la pulsera que le había regalado a la niña, podrían conectar directamente a la víctima con el sospechoso. Mikael le pidió a Sanna que tocara una pieza más en el piano. Después, se marcharon. Durante el trayecto, Nina llamó por teléfono a su jefe y lo puso al tanto de las novedades.
Interrogar nuevamente a Mattias Krantz sería el siguiente paso. El segundo, volver a revisar las pertenencias de Kerstin y encontrar la pulsera. Sin perder más tiempo, acataron la primera de las órdenes del inspector Lindberg: buscar al sospechoso y llevarlo hasta la comisaría.
* * *
Lo único que odiaba Greta de toda aquella situación era dejar la librería un sábado por la tarde a cargo de su primo. Lasse se desenvolvía bastante bien, pero era precisamente los sábados por la tarde cuando Némesis recibía la mayor afluencia de clientes. No tenía otra opción. Dejó escapar un suspiro: seis meses después de su partida, jamás se le habría cruzado por la cabeza volver a Söderhamn. Las pocas amistades que había dejado allí habían quedado relegadas en un rincón de su memoria. Allí, en el mismo lugar donde había enterrado el recuerdo de Stefan. No quería pensar en su ex, sobre todo ahora que regresaba al sitio donde todo había comenzado y terminado tan mal.
—¡Lasse, Lasse! —Miss Marple estiró el pescuezo cuando vio entrar al muchacho en la cocina.
—¿Necesitas ayuda?
Greta lo miró directamente a los ojos.
—¿Quieres ir a esa bendita boda en mi lugar?
Lasse sonrió.
—¿Qué tan malo puede ser?
No contestó de inmediato. Si bien Lasse y ella se habían vuelto más cercanos en los últimos meses, existían ciertos asuntos que prefería no tratar con él. Sobre todo porque sabía que se iría de lengua y le contaría todo a su tía Ebba. Y, por consiguiente, su padre, el último eslabón de aquella cadena de chismes, terminaría enterándose.
Miró el boleto de avión encima de la mesada. Al menos no tendría que conducir hasta Söderhamn y soportar tres horas en la carretera. Se sirvió una taza de café al tiempo que le recordaba a Lasse que debía llamar al proveedor de Estocolmo antes de las siete.
—No te preocupes, prima. La librería sobrevivirá una tarde sin ti —dijo en son de broma—. ¿Qué harás con Miss Marple?
Los ojos azules de Greta se posaron en la mascota.
—No puedo llevarla conmigo, así que le pediré amablemente a mi padre que se quede con ella. Se la dejaré en la comisaría de camino al aeropuerto.
—Puede quedarse en casa. Estoy seguro de que mamá no tendrá problemas en cuidarla —le ofreció.
—No hace falta, gracias. Miss Marple está acostumbrada a estar con papá; aunque la consiente demasiado, creo que lo mejor es que él se haga cargo de ella —le explicó.
—Puedo alcanzársela yo, así no tienes que desviarte del camino —insistió.
Greta negó con la cabeza.
—Quiero llevarla personalmente, de paso aprovecho para saludarlo.
Los labios de Lasse se curvaron en una sonrisa que su prima no vio. Estaba seguro de que no era precisamente a su padre a quien esperaba ver en la comisaría.
Greta miró el reloj. El vuelo salía a las ocho; apenas le quedaba tiempo para terminar de arreglarse y llevar la lora. Lasse regresó a atender la librería. Ella se metió corriendo al cuarto de baño, no sin antes darle uno de sus aretes a Miss Marple para que se entretuviese un rato.
Cuarenta minutos más tarde estaba lista. Lo primero que hizo fue buscar el regalo para su amiga. Estaba segura de que lo adoraría. Se dirigió hasta la biblioteca y tomó uno de los libros con cuidado. Era la primera edición de El sueño de vivir, de Sun Axelsson, la poetisa favorita de Maja. Era realmente una joya literaria, publicada en 1978, y que había heredado de su madre. Le daba cierta melancolía deshacerse de él, sin embargo, sabía que lo dejaba en muy buenas manos. Luego metió a la lora dentro de la jaula y pasó por Némesis para despedirse de Lasse y, de paso, comprobar que le estuviese yendo bien sin ella. Se subió al Mini Cabrio y ubicó a Miss Marple en el asiento del acompañante. Antes de encender el motor, se cercioró de que no se olvidaba nada. Todo estaba en su cartera: el boleto de avión, el regalo para Maja, el teléfono móvil y un ejemplar de bolsillo de El estrangulador de Hyde Park, de Anne Perry. Contrariamente al resto de la gente, le agradaba el tiempo de espera en los aeropuertos, rato que aprovechaba para enfrascarse en un buen libro de misterio. La aglomeración de vehículos la obligó a atravesar Millåkersgatan casi a paso de tortuga. Era un fastidio la temporada alta, porque Mora se llenaba de turistas y perdía la calma a la que estaba acostumbrada. A medida que se iba acercando a la comisaría, el tráfico se iba diluyendo hasta perderse en Kyrkogatan. Estacionó en el primer lugar libre que encontró y, antes de bajarse, contempló su aspecto en el espejo retrovisor. Llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza, look que le daba cierto aire de elegancia. Si hubiese sido por ella, habría asistido a la boda de Maja en vaqueros y camiseta, pero no quería dar la nota. Mientras menos llamara la atención, mucho mejor. Bajó a Miss Marple y subió los escalones de dos en dos. Un oficial la saludó con una sonrisa. Cuando ella le dio la espalda, el joven se volvió para contemplarla a sus anchas. No era habitual ver a la hija del jefe llevando vestido, sobre todo, uno que le sentaba de maravillas.
Mientras atravesaba el pasillo le resultó inevitable pensar en Mikael. Se preguntó si estaría allí y cómo reaccionaría al verlo. Las últimas semanas habían tenido poco contacto. Ella evitaba pasar por la comisaría y, cuando el teniente la buscaba en Némesis, le explicaba que estaba demasiado ocupada como para aceptar tomar un café con él. Después del aborto de su esposa, Greta había decidido poner distancia entre ambos, pero Mora era un lugar pequeño y no resultaba para nada sencillo. Además, comprendió de inmediato que no verlo no era lo mismo que dejar de pensar en él. Para colmo de males, Hanna la atormentaba diciéndole que esa actitud no le serviría de nada. Por primera vez, los consejos de su amiga, le habían entrado por una oreja y le habían salido por la otra. Se detuvo de golpe, en medio del pasillo, cuando se dio cuenta del verdadero motivo por el cual no había dejado que fuera Lasse quien llevara a Miss Marple hasta la comisaría. Se regañó por su estupidez y su falta de voluntad. ¿Qué esperaba que sucediera cuando lo viese? ¿Acaso buscaba que Mikael evitara que volase esa noche a Söderhamn?
Resignada al hecho de que quizá estaba cometiendo un error, enfiló directamente hacia la oficina de su padre. La encontró vacía, por lo que se dirigió a la sala de comandos al final del pasillo.
Cuando llegó, la puerta estaba entreabierta y no pudo evitar oír lo que estaban diciendo.
* * *
—Parece que se lo hubiera tragado la tierra —manifestó Mikael, molesto—. Su compañero no supo decirnos dónde está y sus padres ni siquiera se dignaron a hablar con nosotros.
Nina se cruzó de brazos.
—Es evidente que lo están encubriendo. Al menos sabemos en qué vehículo se ha fugado.
En la pizarra, habían colocado una fotografía de la camioneta que había usado Mattias para huir. Se trataba de una Toyota Tacoma color verde aceituna que pertenecía a Kjell Krantz. Aquel dato lo habían conseguido gracias a uno de los vecinos que, cuando fue interrogado, recordó que esa mañana temprano había visto a Mattias salir en la camioneta de su padre.
—Ya hemos reportado el número de la matrícula. En este momento, la fotografía del sospechoso está circulando por todos lados, sin embargo, han pasado más de diez horas y no aparece. —Karl sabía que, mientras más tiempo tardaran en dar con él, menos posibilidades tendrían de hallarlo. Maldijo en silencio por no haber previsto que aquello sucedería—. Mikael, ¿qué hay de las cámaras de seguridad?
—¡Mikael, Mikael!
El parloteo de la lora retumbó en todo el pasillo.
—Miss Marple, cállate. —Greta sacudió la jaula y amonestó a su mascota en voz baja. Cuando alzó la cabeza, descubrió que todos la estaban mirando. No le quedó más remedio que entrar.
El más sorprendido de verla allí fue Karl, quien de inmediato se acercó y la saludó efusivamente como si no la hubiese visto en mucho tiempo. Mientras abrazaba a su padre, Mikael y ella cruzaron miradas. Fue solo un segundo, pero bastó para que la tensión entre ambos se hiciera evidente una vez más. Saludó a Nina con una sonrisa y se preparó para la reprimenda que le soltaría su padre.
—¿Qué haces aquí un sábado por la tarde? —preguntó Karl observando su peculiar atuendo.
—Papá, necesito que te quedes con Miss Marple esta noche —le pidió.
Él la apartó para que los demás no escucharan la conversación.
—¿No me digas que tienes una cita y quieres que te haga de niñera? —preguntó curioso. La idea de que su hija por fin decidiera tener un poco de vida social nocturna le traía un poco de sosiego. Sobre todo si eso implicaba que se mantuviera alejada de Stevic.
Greta no sabía cómo se tomaría su padre el hecho de que estaba a punto de regresar a Söderhamn, pero era inútil ocultárselo, así que se lo soltó de repente.
—¿A Söderhamn? ¿Y recién me entero? —le reprochó.
—Papá… —Bajó la voz. Odiaba discutir con él cuando había gente alrededor.
Karl se cruzó de brazos, poco le importaba ahora que su conversación llegase a oídos de sus compañeros.
—No entiendo por qué no me lo dijiste antes.
Greta dejó la jaula en el suelo. De inmediato, Miss Marple, comenzó a batir las alas.
—No tuve tiempo, la invitación de Maja me cayó de improviso —le explicó.
—No te costaba nada tomar el teléfono y avisarme. —Karl sospechaba que su hija se había presentado a aquella hora, prácticamente cuando el «hecho ya estaba consumado» a propósito. No le gustaba en lo más mínimo que Greta regresara a Söderhamn, aunque solo fuese por unas horas. Por la expresión en su rostro, asumió que a ella tampoco le agradaba demasiado la idea.
—Lo siento, papá, pero no puedo discutir este asunto contigo ahora. —Le mostró el reloj—. Mi vuelo sale en tres horas y tengo un largo trecho hasta el aeropuerto. —No le dio tiempo a decir nada más. Le dio un beso cariñoso y acarició a Miss Marple en el pico. Antes de salir, les dedicó un tibio adiós al teniente y a la sargento.
—Stevic, ¿qué miras? —lo amonestó Karl al descubrir que los ojos de Mikael apuntaban hacia la parte trasera de la anatomía de su hija.
Él carraspeó, nervioso. Tomó unos papeles y fingió leerlos. Aún no había asimilado el hecho de que Greta regresaba al sitio donde había vivido con su ex.
Se sintió embargado por una agobiante sensación muy parecida a los celos.