CAPÍTULO 1
Greta quitó el anuncio de la puerta de Némesis. Se detuvo a contemplar el rostro sonriente de la pequeña Kerstin durante unos segundos. Suspiró hondamente y recordó el momento exacto en que la madre de la niña le había preguntado desesperada si podía colgar aquel papel en blanco y negro con la foto de su única hija en la librería. Un escalofrío bajó por su espalda. Nadie imaginó entonces que la extraña desaparición de Kerstin Ulsteen pudiese acabar de aquella manera. Muchos, en el fondo, guardaban la ilusión de que la niña de once años solo hubiese cometido alguna travesura y regresara pronto al lado de su madre.
Pero el tiempo pasaba y las esperanzas se apagaban.
Doce días de angustia e incertidumbre que habían mantenido a todos con el corazón en la boca.
Guardó el anuncio debajo del mostrador, no podía arrojarlo al cesto de la basura. No podía hacer con aquel papel lo mismo que el asesino de Kerstin había hecho con ella al dejarla tirada en medio del bosque.
Apenas el día anterior, Mora había amanecido con la terrible noticia; el pueblo entero no dejaba de hablar sobre la espantosa tragedia que había arrancado a Kerstin de los brazos de su madre. Los homicidios de Annete Nyborg y Camilla Lindman aún estaban demasiado frescos en la mente de todos. Creían que nunca más volverían a ser golpeados por un suceso tan cruel, tan despiadado. Aquellos actos aberrantes no podían acontecer en un lugar tranquilo como Mora. No podían.
La verdad era que nadie en su sano juicio podía jamás imaginarse el nefasto final que le esperaba a la pequeña.
Greta, como lo venía haciendo cada mañana desde la desaparición de la niña, encendió el ordenador. Aún tenía unos minutos antes de abrir la librería. Sabía de primera mano que la policía tenía un nombre por fin: Mattias Krantz. Tras los primeros días de la investigación, en los que no había surgido ninguna pista importante, el muchacho había pasado a convertirse en el principal sospechoso. No fue solo por su carácter esquivo o su extraña manera de comportarse lo que había atraído la atención de la policía. Mattias había sido visto en varias oportunidades merodeando el parque en el que Kerstin solía pasar el rato con sus amiguitas. Otro detalle inquietante era que el muchacho había estado en casa de la niña un par de semanas antes de su desaparición arreglando un ordenador. Sin embargo, más allá de las sospechas, no habían logrado probar nada en su contra. Aun así, Greta presentía que el pueblo entero ya lo había condenado.
No había novedades relevantes concernientes al caso en el periódico on-line. La policía estaba siendo escueta a la hora de brindar información a la prensa, aun así, el periodista encargado de la crónica de sucesos parecía arreglárselas bastante bien para conseguir datos off the record. A ella no le sucedía lo mismo: cada vez que le preguntaba a su padre por el caso, se mostraba renuente a contarle los detalles de la investigación. A esas alturas, ya debía de estar acostumbrada, sin embargo, le molestaba que su padre siguiese creyendo que su interés por la investigación se debía, según sus propias palabras, a una «curiosidad exagerada y a la irritante necesidad de husmear donde no debía». Sentía que aún no le había perdonado el hecho de haber arriesgado su vida para atrapar a la asesina de Annete Nyborg y Camilla Lindman.
Lo mejor era no darle más vueltas al asunto. Miró el reloj en la parte inferior derecha de la pantalla. Ya era hora de abrir. Enfiló hacia la puerta y se asomó. El sol empezaba a entibiar el aire desde temprano. Todavía quedaban vestigios del crudo invierno, sobre todo en las zonas más altas donde la nieve aún no se había derretido del todo, sin embargo, para fines de mayo la primavera, por fin, se desplegaría en todo su esplendor.
Saludó con la mano a la señora Schmidt, quien, en ese momento, salía del pequeño hostal que regenteaba justo frente a la librería. La mujer, de origen alemán, se había hecho cargo del lugar tras el fallecimiento de su esposo y en muchas ocasiones había invitado a Greta a comer en su local. Allí, la mujer la agasajaba con platos típicos de su tierra; desde un suculento Currywurst a base de salchicha con curry y salsa de tomate o el preferido de Greta; Plinse relleno con mermelada, al cual no se podía resistir y el único culpable de que hubiese aumentado dos kilos desde que frecuentaba el hostal. Se tocó el abdomen, la principal víctima de sus excesos: necesitaba recuperar la línea. El lunes saldría a correr.
Regresó al interior de la librería justo para atender el teléfono.
—Librería Némesis, buenos días —saludó toda formal.
—¿Greta, eres tú?
Maja Persson. Tardó en reconocer aquella voz chillona, pero era ella.
—¿Supongo que no te habrás olvidado de mí, no?
A Greta se le hizo un nudo en la garganta. De las pocas amistades que había dejado en Söderhamn, a quien más echaba de menos era precisamente a Maja. La había conocido gracias a Stefan, ya que era la hermana de su mejor amigo. La joven era, además de bibliotecaria, una devota aficionada a los libros de misterio. Esa pasión en común había hecho que congeniasen de inmediato. Ella había sido quien de alguna manera le había abierto los ojos con respecto a Stefan. Incluso en una ocasión, después de una fuerte discusión con él, la muchacha le había ofrecido asilo en su casa. Sin embargo, después de mudarse a Mora, había preferido cortar cualquier vínculo con su pasado. Así, su antigua vida en Söderhamn lentamente fue quedando atrás.
—No, por supuesto que no. Es agradable saber de ti. ¿A qué debo el placer de tu llamada? —preguntó al tiempo que trataba de adivinar cómo había conseguido el número de la librería.
—En primer lugar, quería saber de ti. Recordé que tenía el número de tu padre y lo llamé a él primero. —Hizo una pausa, de trasfondo se oía el bullicio de unos niños—. Me contó que ahora tienes una librería y que te está yendo muy bien por allí. La verdad es que me habría gustado que tú misma me lo dijeras.
Notó reproche en sus palabras. No era para menos. Se sintió mal por ella: la pobre de Maja no tenía la culpa de sus traumas.
—Lamento haber desaparecido así.
—No te preocupes, Greta. Sé que tu vida aquí no fue nada fácil y es normal que quisieras empezar de nuevo después de lo de Stefan.
La mención de su nombre la angustió. Ese era uno de los motivos por los que la amistad con Maja se había enfriado tras su regreso a Mora. Ya no quería saber de él, no deseaba que le hablaran de él.
—No, no lo fue —reconoció—. Fue bastante duro empezar de cero, casi sin nada. La librería consume todo mi tiempo, pero no me quejo: cumplí mi sueño y eso me hace feliz.
Maja no la dejó continuar.
—Me alegra oír eso. Después de todo lo que has tenido que pasar al lado del hijo de puta de Stefan, es bueno saber que la vida te está recompensando ahora —manifestó sin preocuparse por esconder su rabia. No era secreto para nadie que no soportaba al mejor amigo de su hermano—. Pero bueno, hablemos de cosas mucho más agradables. El motivo de mi llamada es para anunciarte oficialmente que me caso y, por supuesto, quiero que vengas a mi boda.
Greta sonrió. La noticia era más que sorprendente. Maja siempre había pregonado orgullosamente que no pensaba atarse a nadie, al menos, hasta que no cumpliera los cuarenta. ¡Qué poco había durado su convicción! Se puso seria de repente. La vida la enfrentaba a un gran dilema: no le agradaba en absoluto regresar a Söderhamn; sin embargo, tampoco le daba la cara como para hacerle semejante desaire a su amiga.
—Maja, no creo que sea buena idea regresar. —Daba por descontado que Stefan estaría en la boda; después de todo, quien contraía enlace, era la hermana de su mejor amigo.
—No puedes decirme que no —insistió la mujer desde el otro lado de la línea.
Podía usar a Némesis de pretexto, como lo había hecho antes, escudándose una vez más en su falta de tiempo, pero la verdad era que no quería mentirle. Desde que el Club de Lectura se había tomado un receso, tenía muchos ratos libres. Además, sabía que era ella la culpable de que hubiesen perdido el contacto meses atrás. De alguna manera, quería reparar su error, sin embargo, algo la frenaba.
—No lo sé…
—Yo, por el contrario, pienso que debes hacerlo. Siento que aún no has logrado romper definitivamente con tu vida anterior, si fuera así, no te daría pánico volver. Supongo que no lo sabes, pero a Stefan no le ha costado nada rehacer su vida. Me contó mi hermano que hace unos tres meses que está saliendo con una chica, no sé quién es y, la verdad, no me importa. Si él pudo seguir adelante, tú también puedes hacerlo.
No se lo esperaba. Enterarse de que Stefan tenía una nueva relación logró desconcertarla al punto de no saber qué decir.
—¿Greta, sigues ahí?
Tras unos segundos, por fin pudo reaccionar.
—Sí.
—¿Estás bien? Perdón por soltarte la noticia así, pero tenías que saberlo.
—Maja, ¿puedo llamarte en un rato y darte una respuesta?
—Por supuesto.
Colgó rápidamente. Acto seguido, fue hasta la sección de lectura y se hizo un ovillo en el sillón Chesterfield. Recostó la cabeza en el respaldo y respiró profundamente.
Stefan estaba con otra mujer. Apenas podía creerlo. Después de haberla celado como un loco mientras estaban juntos y de perseguirla luego, cuando ella había decidido dejarlo, él había hecho borrón y cuenta nueva demasiado pronto. Ahora entendía por qué de un día para otro, había dejado de acosarla.
Maja tenía razón. Quizá era hora de regresar a Söderhamn y reconciliarse definitivamente con su pasado. Debía quitarse la duda y descubrir que pasaría cuando viese a Stefan nuevamente. Él formaba parte de lo malo. La amistad de Maja, en cambio, había sido una de las mejores cosas que guardaba en el corazón. No podía permitir que el reencuentro con su ex ensombreciera la alegría de acompañar a su amiga en el momento más importante de su vida.
Por eso, tomó una decisión. Se levantó y regresó al mostrador. Marcó el número de Maja.
—¿Cuándo es el feliz acontecimiento?
La muchacha sonrió.
—Mañana por la noche. Sé que no hay mucho tiempo, pero puedes reservar un vuelo y estar aquí en menos de media hora. ¿Qué dices? ¿Vienes?
Tardó unos cuantos segundos en responder. Cuando abrió la boca, dijo lo que Maja esperaba oír.
—Cuenta conmigo. Allí estaré.
Después de colgar el teléfono, se quedó mirando el aparato un largo rato.
No valía arrepentirse. Ya no.
Las cartas estaban echadas, había efectuado el primer movimiento y ahora tocaba jugar. Solo esperaba haber tomado la decisión correcta. Aún le parecía increíble que en poco más de veinticuatro horas estuviera de regreso en Söderhamn.
* * *
La reunión en el centro de comandos, el cual funcionaba ahora en una de las oficinas vacías de la comisaría, llevaba ya un cuarto de hora. El inspector Karl Lindberg se llevó ambos brazos a la cintura. Miró a sus compañeros.
—Lo que más me molesta es que no podemos probar que Mattias Krantz lo haya hecho. A pesar de que todos los indicios apuntan hacia él, no hay nada real en su contra. No tenemos el arma homicida, tampoco el lugar donde estuvo cautiva Kerstin antes de ser asesinada.
Quienes lo acompañaban se sentían de la misma manera: impotentes y con las manos atadas.
Mikael se recostó en la silla y se restregó los ojos con fuerza. Llevaba varias horas en pie y el rato que se había tomado para descansar, tirándose en el camastro de una de las celdas, de poco le había servido. No había pegado ojo en toda la noche y allí estaba, a las diez de la mañana, con un sueño que se caía.
—Tiene todas las fichas para llevarse el premio gordo, pero el fiscal fue bastante claro al respecto: sin pruebas es imposible presentar el caso en el tribunal. Tampoco quiere más quejas por hostigamiento policial —alegó haciendo referencia a la denuncia que habían interpuesto los padres de Mattias Krantz en contra de la policía tras descubrir que vigilaban a su hijo.
Tanto Nina como Karl coincidieron con él. Malte Lafrenz era uno de los mejores dentro del sistema judicial sueco y había sido asignado a la provincia de Dalarna hacía pocos meses: tiempo suficiente para fortalecer su reputación como fiscal implacable. Si querían meter a su sospechoso tras las rejas, debían profundizar más en la investigación y encontrar esa prueba que convenciera a la justicia de que estaban yendo por el camino correcto. A esas alturas, ninguno de los allí presentes dudaba de la culpabilidad de Mattias Krantz, sin embargo, las hipótesis no valían de nada en un juicio.
—El muy hijo de puta se cuidó de no dejar rastros —despotricó Nina olvidándose por un rato de sus modales. Hojeó el informe de la autopsia, aunque se lo sabía casi de memoria. Obvió las fotografías porque eran demasiado escabrosas. Le había bastado verlas una sola vez para no querer volver a hacerlo—. Sabemos que Kerstin murió pocas horas antes de ser hallada en el bosque. El asesino lavó el cuerpo y lo vistió antes de deshacerse de él, por eso no se hallaron fibras ni cabellos. Ni siquiera se consiguió recuperar algún rastro de semen. ¡Hasta el asesino más cauteloso puede cometer un error!
—No este —sentenció Karl y se sentó nuevamente en la silla.
—Repasemos una vez más lo que tenemos hasta ahora —sugirió la sargento Wallström mirando a su compañero.
Mikael se levantó de la silla con parquedad. Luego se giró sobre los talones para contemplar la pizarra llena de notas y fotos.
—Kerstin fue vista por última vez el veinticinco de abril por la tarde, a las tres y media. Le dijo a su madre que iría hasta lo de una amiga, Sanna Reiner. La niña dijo que Kerstin nunca llegó a su casa. —Señaló una fotografía en donde se veía a la pequeña en bicicleta—. Las cámaras de seguridad del hotel ubicado en la calle Fridhemsgatan la filmaron diez minutos después de dejar a su madre.
—La bicicleta fue abandonada a menos de un kilómetro de allí, en Mäxvägen —aportó Nina—. Su morral fue hallado un poco más lejos de la carretera, junto a un poste de teléfono.
Mikael asintió.
—La bicicleta estaba intacta, no había señales de ningún impacto, por lo que descartamos que la hubiesen chocado para llevársela. Tampoco faltaba nada del interior de la mochila.
—Lo más probable es que Kerstin conociera a su captor. Cuando se la llevaron aún no había anochecido. Nadie oyó gritos o pedidos de auxilio —señaló Karl.
—¿Y si no iba realmente a la casa de su amiga? —planteó Mikael volviendo a su sitio. Le dolía la espalda después de haberse pasado horas tirado en el duro camastro de la celda.
—Su madre asegura que sí. —Nina, que tenía el expediente a mano, leyó: «Kerstin me pidió permiso para ir a casa de Sanna a estudiar. Siempre se reunían por las tardes. Le preparé la mochila y se despidió con un beso; me prometió que regresaría antes de las siete».
Mikael no parecía estar muy convencido.
—La madre no notó nada raro, quizá porque ir a la casa de su amiguita era un acto rutinario. Nada nos asegura que Kerstin no le hubiese mentido para irse a otro lado.
—Allí es donde entra Mattias Krantz —acotó el inspector Lindberg—. La víctima lo conocía, vive en la misma calle y varios testigos aseguran haberlo visto rondando el parque donde solía jugar. Incluso, dos semanas antes de su desaparición, había estado en la casa de la niña arreglando un ordenador.
—Eso no nos alcanza, Karl. Debemos encontrar algo que lo conecte directamente con la víctima. Hemos dado vuelta su habitación y lo único que hemos descubierto es que Kerstin era una pequeña muy coqueta, que coleccionaba bisutería de madera y procuraba vestir a la moda, es decir: llevaba la vida de cualquier persona de su edad. Lo que deberíamos hacer es volver a interrogar a Sanna Reiner. La amiga puede saber algo y ni siquiera darse cuenta de ello. Krantz no tiene una coartada sólida para el momento del secuestro. Nadie puede corroborar que estuviese cazando al otro lado del pueblo, como nos dijo. Cuando le preguntamos dónde estaba a la hora que creemos que Kerstin fue asesinada, dijo que no lo recordaba.
Nina concordó con Mikael.
—Mañana a primera hora vayan a casa de Sanna y hablen con ella. Después será el turno de Krantz. Lo traeremos a la estación una vez más. Quizá si le metemos presión consigamos que suelte prenda. Me importa un bledo las advertencias de Lafrenz. Arreglaré cuentas con él más tarde. Necesitamos una orden del juez para allanar la cabaña que suele usar cuando va de cacería: puede ser el sitio donde mantuvo cautiva a la niña. —Se relajó solo por un instante y echó un vistazo a Mikael—. Stevic, tienes un aspecto deplorable. Ve a tu casa y descansa como Dios manda.
Nina sonrió. Las palabras de Karl parecían duras, pero, en el fondo, el jefe solo se preocupaba por él, aunque no lo reconociera.
Mikael obedeció sin chistar. Necesitaba recuperar horas de sueño, aunque hacerlo significaba regresar a su casa y enfrentarse, una vez más, a la mirada acusadora de su esposa.
Cuando salieron de la oficina, Nina atajó al oficial Stevic en el pasillo. Fue directo al grano.
—¿Cómo van las cosas con Pia?
—No van —respondió con un dejo de desgano.
—Debes darle tiempo, supongo que no es sencillo para ella… —le aconsejó mientras le daba una palmadita en el hombro.
Mikael soltó un suspiro.
—Mucho me temo que no es cuestión de tiempo. Pia me culpa por lo sucedido, y lo más triste de todo es que tiene razón.
Nina quiso decirle algo para hacerle entender que estaba equivocado. No pudo. Mikael ya se había marchado, dejándola sola en el pasillo.
* * *
Mattias espió hacia la calle a través de la persiana cerrada. Prácticamente vivía dentro de las cuatro paredes del apartamento desde que Kerstin Ulsteen había desaparecido. Cuando salía, lo hacía de noche para no toparse con nadie. El único sitio al que iba era a la casa de sus padres. Ellos eran los únicos que no le lanzaban miradas acusatorias y no murmuraban por lo bajo. Incluso Simon, su compañero de apartamento, parecía hacer hasta lo imposible para no cruzarse con él. Por eso quería mudarse nuevamente a la casa donde había crecido: el único lugar en donde realmente se sentía seguro.
Se apartó de la ventana y dio varias vueltas por la habitación. Tenía miedo. Sentía que su vida estaba en suspenso, pendiendo de un hilo que no tardaría en cortarse. Toda aquella situación se le estaba yendo de las manos. Se sentó frente al ordenador y revisó la cuenta de correo por enésima vez en el día.
Nada.
Estaba empezando a impacientarse.
Tomó el teléfono móvil y marcó el número. Lo sabía de memoria.
Se puso de pie de golpe cuando saltó el contestador. Un segundo después, el aparato terminó hecho trizas contra el suelo.
Mattias se arrojó en la cama. Colocó el cuerpo en posición fetal y apretó los ojos con fuerza para no escuchar el rápido bombeo de su corazón.
Algo no andaba bien. Lo sabía.