EPÍLOGO

La fiesta de cumpleaños sorpresa de Greta, sin dudas, se había convertido en uno de los acontecimientos más esperados por la familia y los amigos de la agasajada; en especial porque se sospechaba que sería precisamente durante ese evento que oficializaría su romance con el teniente Stevic.

La noche estaba serena. Hacía calor, aunque, por lo menos, no se había pronosticado lluvia. Ebba se había encargado, un año más, de la parte gastronómica. Sobre las mesas que habían sacado al patio, se lucían una gran variedad de sus exquisiteces culinarias. Había para todos los gustos y paladares: desde köttbullar con salsa de arándanos, rollitos de canela, panqueques y, para los más golosos, dammsugare, pastelitos de hojaldre y chokladboll.

La piñata de colores en forma de libro abierto que había traído Hanna colgaba de una de las farolas. A Lasse, por su parte, le había tocado amenizar la fiesta con buena música. Se había esmerado en satisfacer los gustos musicales de su prima.

En la cocina, Nina le daba los últimos toques a la torta de cumpleaños. Era su regalo para Greta; la había preparado ella, aunque bajo la supervisión de Ebba, que era la experta, ya que ella solía ser un desastre como pastelera.

Karl entró y se robó un bocado. Ella le dio una palmadita en la mano.

—¡Quieto, inspector!

Él pasó por detrás de ella para buscar una cerveza en el refrigerador.

—¿Está todo listo? —preguntó—. La niña no tarda en llegar.

—Casi. Hay que sacar algunas sillas más al patio. —Hizo un esfuerzo para ver si no se olvidaba de nada—. ¡Ah! La mesa de los regalos; creo que podríamos ubicarla cerca de la puerta. ¿Qué te parece?

Karl se acercó. La tomó de la cintura y la giró hacia él.

—Gracias por todo esto, Nina.

Ella sonrió.

—No es más que un pastel de cumpleaños que me ayudó a preparar tu hermana.

—No me refiero a eso. —Le besó la mano que aún tenía restos de chocolate—. Tras la muerte de Sue Ellen, festejar el cumpleaños de Greta no ha sido fácil ni para ella ni para mí. La primera época fue la más terrible. Cuando se fue a vivir a Söderhamn, empecé a organizar su fiesta de cumpleaños en secreto como una excusa para que tuviera que volver. Ella creía que venía solamente para una cena en familia y la sorprendíamos con una fiesta. Ha sido importante para mí contar contigo: has conseguido por primera vez que no eche en falta la ausencia de Sue Ellen.

Nina tragó saliva.

—Karl…

Él le pidió silencio al cubrirle los labios con el dedo índice.

—Déjame que hable, lo necesito.

Ella asintió.

—Estos meses a tu lado han sido maravillosos. Ya conocía a la aguerrida sargento Wallström, pero me sorprendió la ternura y la pasión de Nina. —Con el mismo dedo con el que segundos antes la había hecho callar, le enjugó una lágrima—. No sé si soy viejo para esto, pero ¿quieres casarte conmigo?

Nina realmente no lo esperaba. Durante los últimos meses, a lo máximo que había aspirado era a convivir con él; no porque le asustara o le disgustara la idea del matrimonio, sino porque suponía que Karl nunca se lo pediría.

Y ahí estaba él, delante de ella, con su sonrisa seductora y su particular manera de mirarla que conseguía que se derritiera por dentro, proponiéndole que fuera su esposa.

—¿Te asusté? —preguntó él incapaz de controlar la impaciencia.

—No; estoy sorprendida.

—Yo también —confesó.

—¿De verdad deseas hacerlo? Yo no quiero que te sientas obligado a nada conmigo, Karl. Podemos probar la convivencia por un tiempo antes.

—No, Nina; yo estoy segura de lo que quiero. ¿Lo estás tú?

Ella respiró hondo. Le temblaban las piernas. Estaba a punto de dar la respuesta más importante de su vida. Karl no podía esperar más.

Cuando un suave pero rotundo «sí» brotó de sus labios, él la estrechó con fuerza entre sus brazos. Apenas unos segundos más tarde, la apartó y le hizo señas de que mirara al patio.

Allí, en frente de todos, Greta y Mikael se estaban besando.

—¿A qué vino eso? —preguntó el teniente mientras trataba de recobrar el aliento.

—Para que a nadie le quede dudas de que tú y yo estamos juntos —respondió ella sonriendo para sus curiosos espectadores—. Ahora, por lo menos, tendrán una razón de peso para hablar de nosotros.

Mikael buscó al inspector con la mirada entre la multitud. Suspiró aliviado cuando no lo vio.

—¡Por fin!

Giraron cuando escucharon la voz de Hanna. La fotógrafa venía prendida del brazo de Lasse. Al parecer, el muchacho había seguido el consejo de Greta y también había oficializado, delante de todos, su relación con la rubia.

Se acercó a la pelirroja; se fundieron en un abrazo.

—Feliz cumpleaños, amiga. —Miró de reojo al teniente—. ¿Me parece a mí o este hombre está cada día más guapo?

Mikael fingió no escuchar el comentario. Se enfrascó en una charla con Lasse sobre fútbol. Desde que vivía en el pueblo se había aficionado al IFK Mora. Descubrió encantado que el primo de Greta era uno de los socios del club y que podía conseguirle tickets a mitad de precio y una ubicación preferencial cada vez que el equipo jugara de local en el Prästholmens.

Karl vio que Greta se separaba de Hanna y se dirigía a recibir a Anne-lise Ivarsson, que llegaba acompañada por su esposo y por Klint Rybner. Luego se distrajo escuchando cómo el tío Pontus relataba alguna de las travesuras que había cometido Greta durante su infancia y que él solía solapar. Cuando volvió a mirar hacia el lugar donde la había visto por última vez, la pelirroja ya no estaba más.

* * *

No se había equivocado. El Mini Cabrio estaba estacionado al pie del mirador. Se dirigió hasta la puerta de acceso y subió las escalinatas tan a prisa como sus piernas se lo permitieron. Hacía muchos años que no visitaba el lugar, tan emblemático para los habitantes de Mora y tan lleno de gratos recuerdos para Greta y para él.

Después de la muerte de su esposa, no había podido regresar. En cada cumpleaños de Greta, los tres solían subir hasta la cima para contemplar desde allí las quietas y azules aguas del lago Siljan. Cuando su hija aún era pequeña, la cargaba sobre los hombros y ella soñaba que podía volar.

Su estado físico no era el mejor: le costó llegar hasta la cúpula. Una niña de cabello rubio rizado salió desde uno de los pasillos. Se detuvo de repente, cuando chocó contra él. Casi le tiró el paquete al suelo. Ella levantó la cabeza y lo miró sonriente. Iba a decirle algo, pero se escabulló tan rápido como había aparecido. Más adelante, la volvió a encontrar, prendida de la mano de una mujer joven. Supuso que sería su madre. Cerró los ojos. Por un instante, se retrotrajo en el tiempo, imaginó que eran Greta y Sue Ellen.

Salió a la terraza y la vio.

Estaba de espaldas, recostada sobre la balaustrada. La brisa le alborotaba el cabello y trataba inútilmente de acomodárselo detrás de la oreja. Se acercó y se ubicó a su lado. Escondió el regalo detrás de él.

—Sabía que te encontraría aquí.

Greta no lo miró. Tenía la vista perdida en el horizonte.

—Necesitaba venir. Esta fecha me vuelve demasiado sensible.

Ella se refugió en el pecho de Karl. Él la rodeó con uno de sus brazos. Con el otro, mantenía oculto el regalo.

—La extraño mucho, papá.

Él tragó saliva. Todavía no había hablado con ella sobre la propuesta de matrimonio que le había hecho a Nina. ¿Cómo se lo tomaría? No lo sabría hasta que no se lo dijera.

—Yo también echo mucho de menos a Sue Ellen; cada vez que te miro, me parece estar viéndola a ella. —Hizo una pausa para respirar hondo—. Sin ti me habría derrumbado después de su muerte. La vida sigue y tu madre habría querido lo mejor para los dos…

—Nina es lo mejor para ti, papá —dijo ella sorprendiéndolo—. Es una gran mujer y a su lado has vuelto a sonreír. No la dejes escapar.

—Le he pedido que se case conmigo, y ella aceptó.

Greta se quedó callada. Karl respetó su silencio. Luego se apartó de él y alzó la vista. Tenía los ojos vidriosos.

—Me alegro por ambos, papá.

Él la asió de la barbilla.

—¿De verdad, cariño?

Asintió.

—Nina me hace feliz, pero, si por alguna razón no te sientes cómoda con la decisión que tomé, quiero que me lo digas.

—Hace tiempo que asimilé la idea de que rehicieras tu vida. Nina ha sabido no solo conquistar tu corazón, sino también ganarse mi cariño.

—Ella debe quererte mucho, ya que ha solapado tu romance con Stevic todo este tiempo.

—Nina lo supo hace muy poco, papá.

—Sí, pero, al igual que yo, lo sospechó casi desde el principio.

—Por eso le ordenaste a Peter que vigilara a Mikael.

Greta vio cómo la nuez de Adán en el cuello de su padre bajaba y subía.

—Con respecto a eso…

—No digas nada. Solo te pido un gran favor: no le reclames a Peter que nos lo haya contado. El pobre se sentía muy mal teniendo que espiar a Mikael como para que encima lo regañes.

—No lo haré, puedes quedarte tranquila. Ya que has sacado el tema…

Greta se preparó para escuchar lo que tuviera que decirle.

—No voy a mentirte, cariño. Cuando supe que Stevic se había metido contigo pensé en mil maneras de deshacerme de él.

—¡Papá! —exclamó ella. Ignoraba si le hablaba en serio o si, simplemente, estaba bromeando.

—Le prohibí que se acercara a ti. De todos modos, lo hizo. No sé si es un sujeto corajudo o uno demasiado estúpido, pero se atrevió a desafiarme para estar contigo. Me habría gustado que me lo dijera de frente en vez de meterse a hurtadillas en tu cama. Si lo hubiese hecho, me habría ahorrado un par de disgustos.

—Como, por ejemplo, invitar a Niklas a mi cumpleaños en un último intento de que me acercara a él.

Karl se sorprendió.

—Lo sabías.

—Sí. Niklas me llamó esta mañana para felicitarme y me contó cuánto habías insistido en que estuviera presente en mi fiesta sorpresa. Lamentablemente, tuvo que viajar a Alemania por algo relacionado con su trabajo y no pudo venir.

—Lo siento.

—No lo sientas. Me dio gusto hablar con él. Charlamos de libros y nos pusimos al día con nuestras cosas.

—A propósito de libros…

Greta recién se dio cuenta de que su padre escondía algo en su espalda. Karl sacó una bolsa que le resultó familiar. Sus sospechas acababan de confirmarse. El misterioso paquete que había comprado en la tienda de antigüedades era su regalo de cumpleaños.

—Espero que te guste, cariño.

Greta apenas pudo controlar la ansiedad. Rasgó el envoltorio y arrojó el papel de colores al suelo.

Abrió exageradamente los ojos cuando se encontró nada más y nada menos que con una edición de lujo de cuentos cortos de Mary Roberts Rinehart, que habían sido publicados por primera vez en 1920. Sabía lo difícil que era conseguir alguna de sus obras y lo poco que había leído de ella había sido gracias a uno de sus profesores de literatura en la universidad. Rinehart había sido bautizada como la Agatha Christie americana y siempre había sentido curiosidad por sus novelas.

—¿Te gusta?

—¡Oh, papá, me encanta! He tratado de conseguir algunos de sus libros para vender en Némesis. Incluso me puse en contacto con un par de proveedores en Nueva York, pero no he tenido suerte.

—Es irónico que tengamos que agradecerle a Louise Speldman por haberlo encontrado.

Greta deslizó el dedo por el lomo del libro. El cuero de color rojo con el cual estaba forrado era suave al tacto. Se moría de ganas de empezar a leerlo.

—¿Puedo saber qué te ha regalado Stevic? ¿O mejor no pregunto?

Greta sonrió.

—Claro que puedes preguntar. Entradas para el Way Out West de Gotemburgo. El viernes se presenta Evergrey. Mikael me llevará a verlos. Además, creo que aprovechará para presentarme a su madre —le soltó.

—Vaya, parece que lo de ustedes va en serio —manifestó complacido.

—¿Acaso lo dudas?

Le dio un cálido abrazo.

—No, cariño, ya no.

Se acercaron a la balaustrada y contemplaron el horizonte iluminado por las farolas que rodeaban al lago.

—¿Greta?

—¿Sí?

—¿Crees que a Stevic le guste ir de pesca?

—¿Por qué no se lo preguntas tú mismo? —propuso ella mientras apretaba el libro de Rinehart contra su pecho.

—Lo haré. Tal vez podamos ir al lago Vanërn el próximo fin de semana antes de que termine la temporada.

Se abrazó a él y sonrió.

—Me parece una idea estupenda, papá.