CAPÍTULO 29
Peter Bengtsson casi se atraganta con la goma de mascar cuando divisó el Mini Cabrio de Greta acercándose por la carretera. Se enderezó en el asiento y zamarreó a Miriam para que despertara.
—¿Qué sucede?
—¡Mira!
La agente Thulin se quitó las gafas de sol.
—¿Qué está haciendo aquí?
—No tengo la más remota idea, pero vamos a averiguarlo.
Descendieron de la patrulla. Peter les hizo señas al par de agentes que vigilaba desde el otro lado del camino de que todo estaba en orden.
Obligaron al Mini Cabrio a detenerse. Fue entonces que descubrieron que la hija del inspector Lindberg no estaba sola. Anne-lise Ivarsson venía sentada en el asiento del acompañante. Peter rodeó el vehículo y se plantó junto al lado del conductor. Greta bajó la ventanilla y le sonrió.
—Hola, Peter. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿qué haces aquí? No puedo dejarte pasar. La carretera está cerrada.
—Peter, por favor, necesito llegar hasta la granja Speldman.
—¿Qué quiere? —preguntó la agente Thulin intrigada por la aparición de la pelirroja.
Bengtsson la miró y cuando estaba a punto de responderle, Greta le tocó la mano.
—Louise me pidió que llevara a Anne-lise a la granja. Si no lo hago, la vida de la pequeña Daila corre peligro.
—¿Se lo has contado a tu padre?
—No, se lo he dicho al teniente.
—¿Y qué te dijo?
No podía mentirle.
—Me prohibió que me acercara al lugar, pero él no entiende que Louise Speldman quiere ver a su hija. —Miró a Anne-lise—. Quizás sea la única manera que tengamos de recuperar a la niña.
—No podemos dejarte pasar, Greta; mucho menos desobedecer una orden de nuestros superiores.
—Y lo entiendo, créeme, pero, en este momento, la prioridad de todos es la pequeña. Ya sabes cómo es Mikael: se preocupa demasiado por mi seguridad.
—No puedo. Me meterías en un buen lío. Si tu padre se entera que te hemos dejado pasar, es capaz de suspendernos o algo peor.
Greta apretó el volante. Debía haber previsto que alguien le impediría acercarse a la granja. Podía hacer un último intento por convencerlo.
—Mira, si quieres llamo al teniente y hablo con él para tratar de convencerlo. ¿Te parece?
Peter se mostró reticente, pero confiado de que Stevic nunca autorizaría una locura similar.
—Está bien, llámalo.
Ella sacó el móvil del bolso y, sin dejar de sonreírle, marcó el número de Mikael, al menos eso es lo que creyó el agente Bengtsson.
—Mikael, estoy aquí con Peter tratando de convencerlo de que me permita llegar hasta la granja. Quiere que seas tú mismo quien le diga que tengo autorización para hacerlo. Espera la señal no es muy buena, repite la última parte. —Se quedó callada como si escuchara con atención y luego respondió a un par de preguntas usando solo monosílabos—. Por supuesto, sé cuidarme sola. Está bien, te lo paso. —Sacó el brazo fuera del auto—. Quiere hablar contigo, Peter.
Solo escuchó un zumbido al otro lado de la línea.
—No se oye nada.
—Debe ser la colina que interfiere con la señal. Muévete un poco hacia allá para ver si puedes captarla mejor.
Peter se puso el móvil en la otra oreja, pero seguía sin escuchar nada. Le dio la espalda. Fueron solo unos pocos segundos, los suficientes para que Greta apretara el pie del acelerador y pudiera salir disparada en dirección a la granja Speldman.
Miriam se quedó boquiabierta. Su compañero, en cambio, se maldijo una y mil veces por haber sido tan estúpido.
A unos kilómetros de allí, Mikael paró la oreja cuando escuchó que se acercaba un vehículo. El ronroneo del motor le pareció demasiado familiar.
—¡Stevic! ¿Qué demonios hace mi hija aquí? —rugió Karl desde el otro lado del intercomunicador.
Se peinó el cabello hacia atrás y respiró con fuerza. No podía dar crédito a lo que veían sus ojos. El Mini Cabrio rojo se estacionó junto al cobertizo y de él bajaron Greta y Anne-lise.
—Le advertí que no viniera, pero tú la conoces mejor que nadie —despotricó. Si Karl estaba furioso, él lo estaba más.
—¿Por qué viene Anne-lise Ivarsson con ella? —preguntó la sargento metiéndose en la conversación.
—Porque Louise Speldman llamó a Greta y le pidió que trajera a su hija, si no lo hacía, amenazó con hacer daño a Daila.
—¡No puede entrar en esa casa! ¿Cómo diablos llegó hasta aquí?
—Cálmate, Karl —le pidió Nina consciente de que él nunca se tranquilizaría mientras la vida de su hija estuviera en peligro.
—Greta está convencida que, cuando Louise vea a Anne-lise, le entregará a la niña.
—No podemos confiarnos, Stevic. Además, también está Anderberg. Tal vez, Louise sea fácil de manejar, pero dudo de que puedan negociar con él.
—¿Qué sugieres que hagamos?
—No nos resta más que esperar. Si intervenimos ahora podemos empeorar la situación. Cuéntame qué es lo que ves, muchacho.
—Se encuentran en el porche, esperando poder entrar. —Sus ojos azules no se apartaban de Greta. Estaba tensa, se soplaba el flequillo y se había cruzado de brazos. A su lado, Anne-lise no dejaba de moverse.
De pronto, la puerta se abrió. Lo primero que alcanzó a ver fue el cañón de una pistola. Alguien asió a Anne-lise del hombro y la arrastró al interior de la casa. Greta continuaba en el porche, hablando y gesticulando con las manos. La puerta permanecía abierta, aunque no podía ver a nadie. Por favor, pelirroja, no entres ahí; los ruegos del teniente no fueron escuchados. Cuando la vio atravesar la puerta, se le detuvo el corazón.
—¿Qué sucede ahora, Stevic?
Tardó unos segundos en responder.
—Greta acaba de entrar a la casa.
* * *
Anne-lise le apretó la mano con fuerza. Greta, que estaba más alerta, estudió cada detalle de lo que había a su alrededor, mientras Torger Anderberg las conducía escaleras arriba. El cañón de la pistola se le clavaba en la columna vertebral y, con cada paso que daba, podía sentir cómo se hundía en su carne.
—Deténganse —les ordenó cuando llegaron al final del pasillo.
Abrió la puerta que estaba a la derecha. Greta soltó el aire cuando quitó el arma de su espalda.
Lo primero con lo que se toparon fue con la cuna vacía. En el papel de las paredes, de un tono rosáceo, se repetía una y otra vez una carita de ángel dibujada a mano. Había unos cuantos bocetos esparcidos en el suelo.
De repente, el piso de madera empezó a crujir y, cuando Torger abrió por completo la puerta, la vieron: en la mecedora, junto a la ventana, Louise arrullaba a la pequeña Daila.
Anne-lise soltó la mano de Greta y se acercó.
Estaba llorando. Cuando intentó tocar a su hija, Louise alzó la cabeza y le sonrió.
—Has venido, mi ángel.
Miró por el rabillo del ojo a Greta. Entonces, echó a rodar el plan que habían urdido más temprano.
—Aquí estoy, mamá. Ya nada ni nadie podrán separarnos.
Torger continuaba junto a la puerta. Greta creyó ver lágrimas en sus ojos.
Anne-lise apoyó la cabeza en el regazo de Louise. Dejó que le acariciara la cabeza. Apretó la manito de su hija y rezó para que todo saliera tal cual lo previsto.
—No quiero que vuelvan a apartarte de mí, mamá. Todos estos años viví engañada. Llamaba «madre» a una mujer que te hizo tanto daño. —La miró a los ojos. Por primera vez, se percató cuán parecidos eran a los suyos—. Necesitamos recuperar el tiempo perdido. Tú y yo, solas.
Louise sonrió.
—Tu padre se quedará con nosotras. Él también ha sufrido todo este tiempo por no tenerte cerca.
Anne-lise observó a Torger Anderberg, el hombre que había engañado vilmente a Malte Metzgen y que llevaba su misma sangre.
—Sí, mamá, juntos reconstruiremos nuestras vidas. ¿Puedo pedirte un favor?
—El que quieras, mi ángel —respondió volviendo a arrullar a la bebé.
—Deja que Greta se lleve a la pequeña Daila a casa. Yo estoy aquí, yo soy tu ángel y no te voy a abandonar, mamá, pero permite que ella se vaya —le suplicó al borde del llanto.
Louise y Torger intercambiaron miradas. No supieron cuánto tiempo pasó hasta que, por fin, el artista habló.
—Si la niña se va, ¿tú te quedarás con nosotros para siempre?
Anne-lise asintió. En ese momento, lo único que importaba era sacar a su hija de allí.
Torger le apuntó a Greta con la pistola.
—Llévatela —le ordenó.
En un principio, Louise se rehusó a entregarle a la niña, pero pareció conmoverse con las lágrimas de su hija. Greta se acercó y tomó a la niña entre sus brazos.
—Yo cuidaré de ella, Anne-lise. Todo saldrá bien, te lo prometo.
Se le estrujó el corazón. Pondría a salvo a la pequeña Daila, pero ¿qué sucedería con Anne-lise una vez que dejara la casa?
—¡Vamos!
Torger Anderberg la obligó a salir y, cuando quiso mirar atrás, sintió el frío cañón de la pistola pegado a su cuello. Apretó contra el pecho a la niña mientras bajaba por las escaleras.
—Detente.
Se le heló la sangre. ¿Y si le disparaba por la espalda? ¿Sería capaz de asesinarla a sangre fría?
—Voy a dejar que te marches. Pero, si hablas con la policía y les dices donde estamos, no volverás a ver a Anne-lise nunca más. ¿Me oyes?
Greta balbuceó un tembloroso «sí». Quizá no estaba todo perdido todavía. Torger ignoraba que la policía había rodeado la granja y esperaba el momento oportuno para intervenir.
Salieron al porche. La pistola continuaba peligrosamente cerca de su cabeza. Observó a su alrededor. Sabía que Mikael y su padre estaban allí, ocultos en algún lado, siguiendo cada movimiento.
Entonces vio un punto rojo y brillante que parpadeaba a pocos centímetros de su rostro. Cuando se dio cuenta de qué se trataba, se agachó, cerró los ojos y cubrió a la pequeña con la manta.
El disparo sonó apenas como un silbido lejano. Torger Anderberg cayó muerto a su lado con un agujero en la frente.
Fue incapaz de moverse o hacer algo. Tenía el estómago revuelto, y el corazón en la garganta. La niña empezó a llorar. Alguien se la arrebató de los brazos mientras murmuraba algo. Reaccionó recién cuando escuchó su nombre.
—Greta, ¿me oyes?
Alzó la cabeza y vio a Mikael. Estaba desencajado y tan asustado como ella.
—Anne-lise…
—No te preocupes por ella. Ahora que hemos reducido a Anderberg, entraremos a rescatarla. Acompaña a Nina a la patrulla. Te quiero a salvo y es mi última palabra. —La asió de la barbilla—. Cuando vi la pistola en tu cabeza… ¡Dios, Greta, no vuelvas a hacer algo así nunca más!
La estrechó con tanta fuerza que creyó que le rompería las costillas.
—Lo siento, Mikael.
La sargento Wallström se acercó. Le costó separarlos. Luego, condujo a Greta hasta una de las patrullas.
—¿Dónde está la niña?
—De camino al hospital. Acabo de llamar a Willmer Ivarsson para que esté pendiente de su llegada.
—¡Greta!
Karl acortó la distancia que los separaba en dos zancadas. Ella se arrojó a sus brazos. Esta vez no hubo reprimenda alguna, solo silencio y lágrimas.
—Ve a casa, cariño.
Ella insistió en quedarse para esperar novedades de Anne-lise, pero su padre la metió en la parte trasera de la patrulla y la dejó bajo la supervisión de Nina.
Greta se arrebujó con la manta que le entregó la sargento. Cuando el vehículo se puso en movimiento, giró y miró hacia atrás. Mikael, provisto con una pistola y escoltado por un grupo de dos agentes, irrumpía en ese momento en la casa.
* * *
Algunos días después.
Cuando Greta miró el reloj y vio la hora que era, le pareció increíble que hubiese podido dormir durante tanto tiempo. Mikael yacía a su lado, desmadejado debajo de las sábanas. Se inclinó y le besó el hombro. Se movió un poco, aunque no se despertó.
Saltó fuera de la cama. Abandonó la habitación en puntas de pie mientras se colocaba la bata. Pasó por la sala y escuchó un murmullo. Encendió la luz y descubrió a Miss Marple acurrucada en la chaqueta del teniente, tironeando uno de los botones. Poco a poco, iba ganándose su simpatía. Que buscara su ropa para jugar o echarse a dormir, sin dudas, era una buena señal.
Siguió hasta la cocina y bebió un vaso de agua fría.
Las temperaturas infernales iban remitiendo. Según el pronosticador del tiempo, la intensidad del verano comenzaba a menguar. Pensó que era tiempo de volver al ejercicio matutino, pero tenía pereza de empezar. Lo dejaría mejor para después de su regreso de Gotemburgo.
Encima de la mesa, la laptop estaba encendida. Se acomodó en la silla con las piernas cruzadas y abrió la página del Falu Kuriren. Como había convenido con Espen Drachenblut, él obtuvo, en exclusiva, todos los detalles relacionados con el esclarecimiento del crimen de Malte Metzgen y las escabrosas circunstancias que lo rodeaban.
Una ventanita emergió en la parte inferior derecha de la pantalla; le anunciaba que tenía un nuevo correo electrónico. Sonrió al ver en la bandeja de entrada un mail de Josefine. Era breve, pero contundente.
De: Josefine Swartz <detective_writer_diva@leopard.se>
Enviado: Viernes, 03 de agosto de 2012 – 08:12:47 p.m.
Para: Greta Lindberg <greta@nemesis.se>
Asunto: No me fío de la prensa
Querida Greta,
he leído en los titulares que el homicidio del doctor finalmente se aclaró. No me fío de la prensa, así que preferí escribirte a ti para que me cuentes todo con lujo de detalles.
No me hagas esperar que, cuando se trata de un crimen, soy tan impaciente como tú.
Cariños,
Josefine.
Greta se dispuso a contestarle:
De: Greta Lindberg <greta@nemesis.se>
Enviado: Viernes, 03 de agosto de 2012 – 09:03:29 p.m.
Para: Josefine Swartz <detective_writer_diva@leopard.se>
Asunto: Ironías de la vida
Querida Josefine,
me temo que mi correo será mucho más extenso que el suyo. Hay ciertos pormenores de la investigación que no se publicaron en los medios, aunque, como sabe, yo consigo siempre información de primera mano.
¿Por dónde empiezo?
La muerte del doctor Metzgen tuvo ribetes realmente sorprendentes. El móvil del crimen fue la venganza; el origen se remonta a un terrible hecho ocurrido hace veinticinco años, cuando él y su esposa le arrebataron a una joven madre su hija recién nacida.
Louise Speldman, la madre de la niña, urdió un plan siniestro en complicidad con Torger Anderberg, su amor de juventud y el padre de su hija. Ella regresó al pueblo y acechó de cerca al doctor. Se ganó la confianza del ama de llaves de la familia, que visitaba regularmente la tienda de antigüedades de Louise. Fue gracias a ella que se enteró de que Malte frecuentaba un conocido bar gay de la zona. Allí es donde entra en escena Torger Anderberg. Según lo que le contó Louise a la policía, se reencontró con él después de no verse por más de veinte años. Vio una de sus obras en una exposición y lo buscó. Él tenía sus propios demonios y, cuando Louise le contó que la hija que habían tenido en el pasado estaba viva, se aliaron para recuperarla.
Torger se convirtió entonces en amante de Malte Metzgen con el objetivo no solo de hacerle pagar por todo el daño que les había hecho, sino también para poder acercarse a Anne-lise.
Después de la muerte del doctor, nadie dudaba de que la siguiente sería Felicia Nielsen, pero la mujer salvó su pellejo cuando se descubrió lo que había hecho en el pasado. La policía la arrestó y hoy aguarda tras las rejas el día del juicio. Las lenguas más afiladas del pueblo dicen que su cuñado va todos los días a verla. El pobre de Sten tiene que ir a visitar a la mujer que ama a la cárcel, mientras Malin, gracias a la clemencia del juez, consiguió librarse de una condena por chantaje, porque accedió a someterse a un tratamiento de rehabilitación y a hacer trabajos comunitarios durante un año.
Ironías de la vida, dicen.
No todo resultó malo, Josefine.
A pesar de la tragedia que la golpeó, Anne-lise ha logrado sobreponerse. Sé que ella también visita a Felicia a menudo. Logró perdonar también a Louise, aunque se niega a visitarla. De todos modos, ha comenzado a frecuentar a Klint. Creo que le agrada tener un hermano. La pequeña Daila crece sana y fuerte. En la región no se habla de otra cosa que no sea de la tragedia ocurrida en la granja Speldman, hecho que, supongo, conocerá gracias a la crónica de Espen Drachenblut.
Torger Anderberg fue ultimado de un disparo. Louise, al verse acorralada, finalmente se entregó. Ahora, con la cabeza fría, estoy convencida de que él no me iba a dejar marchar, de que si ese francotirador no hubiese apretado el gatillo a tiempo, Torger me habría matado sin importarle que llevara a la niña conmigo.
Espero no dejarme nada en el tintero. Como verá, Josefine, en Mora es imposible aburrirse.
La dejo para que siga con su novela.
Cariños,
Greta.
Envió el correo y cerró la laptop. Unas manos grandes le cubrieron los ojos.
—Regresa a la cama, pelirroja —le pidió Mikael que descendía hasta su cuello.
—¿Has visto la hora que es? —emitió un gemido, cuando él empezó a masajearla la nuca con los pulgares.
—Tu primo puede encargarse de la librería, y yo pienso tomarme el día libre, por lo tanto, si no hay ninguna objeción…
Sin previo aviso, levantó a Greta de la silla y la cargó sobre sus hombros.
—¡Mikael, bájame! —le pidió agitando los brazos.
—No te preocupes, pelirroja. Te bajaré en un minuto. —La llevó a la habitación y cerró la puerta de una patada.